INTRODUCCION
Mijail Bakunin es una figura única entre las
personalidades revolucionarias del siglo XIX. Este hombre extraordinario
combinó en su naturaleza el intrépido pensador socio filosófico con el
hombre de acción, mezcla rara vez encontrada en un mismo individuo. Siempre
estaba preparado para utilizar cualquier oportunidad de remodelar alguna esfera
de la sociedad humana.
Sin embargo, su tendencia impetuosa y apasionada a la
acción remitió algo tras la derrota de la Comuna de Polonia e Imola en
1874, se apartó completamente de la actividad política dos años antes de
morir. Cuerpo estaba minado por las penurias que tan largo tiempo
padeciera.
Pero esta decisión no estaba solamente motivada por
el ocaso progresivo y rápido de sus facultades físicas. La visión política de
Bakunin que después se vería confirma da tan a menudo por los acontecimientos
le convenció de que el nuevo Imperio Alemán, tras la guerra franco prusiana de
1870-71, habla iniciado una época histórica desastrosa para la evolución social
de Europa, destinada a paralizar durante muchos años todas las aspiraciones
revolucionarias en torno a un renacimiento de la sociedad en el espíritu del
Socialismo.
La razón de abandonar la lucha no fue la desilusión
de un hombre ya mayor, afligido por la enfermedad y sin fe en sus ideales, sino
la certeza de que con el cambio de condiciones provocado por la guerra Europa había
entrado en un período que rompería radicalmente con las tradiciones creadas por
la gran
Revolución Francesa de 1789, y que se vería seguido por una
nueva e intensa reacción.
En este sentido, Bakunin previó el futuro de Europa
mucho más correctamente que la mayor parte de sus contemporáneos. Se equivocó
en la duración de esta nueva reacción, que conducía a la militarización de toda
Europa, pero captó su naturaleza mejor que nadie. Esto se observa muy
particularmente en su patética carta del 11 de noviembre de 1874, a su amigo Nikolai
Ogarev:
«En cuanto a mi, viejo amigo, esta
vez he abandonado yo también, definitivamente, cualquier actividad práctica y
me he retirado de toda conexión con compromisos activos. En primer lugar,
porque el tiempo presente es decisivamente poco apropiado. El bismarckianismo,
con su militarismo, su regla policíaca y su monopolio financiero unificados en
un sistema característico del nuevo estatismo, está conquistando todo. Durante
los diez o quince años próximos es posible que este poderoso y científico
desprecio hacia lo humano se mantenga victorioso. No quiero decir que no pueda
hacerse nada ahora, pero estas condiciones nuevas exigen nuevos métodos y,
principalmente, nueva sangre. Siento que ya no sirvo para las luchas abiertas,
y las he abandonado sin esperar a que un valiente Gil BIas me diga:
«"¡Plus dhomélies, Monseigneur!» (¡No más sermones, Señor!).
Bakunin jugó un papel destacado en dos grandes
períodos revolucionarios, que hicieron conocido su nombre en el mundo entero.
Cuando estalló en Francia la revolución de febrero de 1848 que como ha dicho
Max Nettlau había previsto el propio Bakunin en su valiente discurso de
noviembre de 1847 con ocasión del aniversario de la Revolución polaca, se
apresuró a presentarse en París y en el corazón del torbellino de los
acontecimientos revolucionarios vivió probablemente las semanas más felices de
su vida. Pero pronto comprendió que el curso victorioso de la revolución en
Francia, dado el fermento de rebeldía perceptible a todo lo largo de Europa,
suscitaría fuertes reverberaciones en otros países; por eso era de decisiva
importancia unificar a todos los elementos revolucionarios y evitar la
desintegración de esas fuerzas, sabiendo que dicha dispersión sólo trabajaría a
favor de la escondida contrarrevolución.
La capacidad adivinatoria de Bakunin estaba por
entonces bastante más allá de las aspiraciones revolucionarias genera les del
momento, como se observa en su carta de abril de 1848 a P. M. Annenkov, y
especialmente también en sus cartas a su amigo el poeta alemán Georg Herwegh,
escritas en agosto del mismo año Y tuvo también suficiente intuición política
para observar que era preciso tener en cuenta las condiciones existentes para
abolir los mayores obstáculos antes de que .la revolución pudiera realizar sus
metas más elevadas.
Poco después de la revolución de marzo en Berlín,
Bakunin viajó a Alemania para tomar contacto desde allí con sus múltiples
amigos polacos, checos y de otras nacionalidad des eslavas, con la idea de
estimularles a una rebelión general combinada con la democracia occidental y
alemana. En ello veía el único camino posible para suprimir los baluartes del
absolutismo real en Europa Austria, Rusia y Prusia que no se habían visto muy
afectados por la
gran Revolución Francesa. A sus ojos, esos países seguían
siendo los frenos más fuertes contra cualquier intento de una reconstrucción
social en el continente, y los más poderosos bastiones de cualquier reacción.
Su actividad febril en el período revolucionario de 1848-49 alcanzó su punto
culminante en la jefatura militar del alzamiento de Dresde en mayo de 1849,
circunstancia que hizo de él uno de los revolucionarios europeos más
celebrados, a quien ni siquiera Marx ni Engels podían negar el reconocimiento:
Sin embargo, este período se vio seguido por años tenebrosos de largo y
atormentador confinamiento en prisiones alemanas, austriacas y rusas, que sólo
se aliviaron cuando fue exiliado a Siberia en marzo de 1857.
Tras doce años de cárceles y exilio, Bakunin logró
escapar de Siberia y llegar a Londres en diciembre de 1861, donde sus amigos
Herzen y Ogarev le recibieron con los brazos abiertos. Fue justamente entonces
cuando comenzó a mitigarse la general reacción europea que había seguido a los
acontecimientos revolucionarios de 1848-49. En la década de 1860 en muchas
partes del continente aparecieron nuevas tendencias y un espíritu nuevo que inspiró
una esperanza renovada entre los levantiscos cuya meta era la libertad humana.
Los éxitos de Garibaldi y sus valientes bandas en Sicilia en la península
italiana, la insurrección polaca de 1863-64, la creciente oposición en Francia
al régimen de Napoleón III, el comienzo de un movimiento laborista europeo, y
la fundación de la
Primera Internacional, fueron signos portentosos de grandes
cambios por venir. Todos esos acontecimientos estimulantes hicieron creer a
revolucionarios de diversas tendencias políticas que estaba gestándose un nuevo
1848, e incluso historiadores de reputación se vieron llevados a hacer
predicciones similares. Fue una época de grandes esperanzas que, sin embargo,
sucumbió con la guerra de 1870- 71, la derrota de la Comuna de París y el
fracaso de la Revolución española de 1873.
Esta atmósfera vibrante de la década de 1860 era
exactamente lo que necesitaba la impetuosa: tendencia de Bakunin a la acción,
ansia que en modo alguno se vio debilitada por su doloroso confinamiento anterior.
Casi parecía que intentaba recuperar toda la actividad perdida durante más de
una década de forzado silencio. A lo largo de los prolongados años de prisión
primero en la fortaleza austriaca de Olmutz, y luego en la de Pedro y Pablo y en
Schlüsselburg, donde se le mantuvo en situación de continuo confinamiento
solitario no tuvo posibilidad alguna de informarse sobre lo que acontecía en el
mundo exterior y durante su exilio en Siberia tampoco pudo seguir las grandes
transiciones europeas que siguieron a los días tormentosos de los dos años
revolucionarios. Cuanto oyó por accidente en el período de exilio fueron
débiles ecos venidos de tierras distantes, relatos de sucesos que carecían de
relación alguna con su medio siberiano.
Esto ayuda a explicar por qué inmediatamente después
de fugarse de los confines más distantes de Alejandro II, Bakunin intentó
reanudar su actividad donde la había abandonado en 1849, anunciando que
renovaba su lucha contra los despotismos ruso, austriaco y prusiano pidiendo la
unión de todos los pueblos eslavos sobre la base de las comunas federadas y la
propiedad común de la tierra.
Sólo tras la derrota de la insurrección polaca de
1863 y su marcha a Italia, donde encontró un campo enteramente nuevo para sus
energías, asumieron las acciones de Bakunin un carácter internacional. Desde el
mismo día de llegar a Londres su infatigable impulso interior le llevó una y
otra vez a empresas revolucionarias que ocuparon los trece años siguientes de
su agitada vida. Tomó parte directiva en los preparativos clandestinos para la
insurrección polaca, e incluso consiguió persuadir al tranquilo Herzen para que
siguiese un camino contrario a sus inclinaciones. En Italia fue fundador de un
movimiento social-revolucionario que .entró en conflicto abierto con las
aspiraciones nacionalistas de Mazzini y atrajo a muchos de los mejores
elementos de la juventud italiana.
Más tarde se convirtió en el alma y en el inspirador
del a la libertaria de la Primera Internacional, siendo así el fundador de
la rama federalista y anti-autoritaria del movimiento socialista, que se
diseminó por todo el mundo y que luchó contra todas las formas de socialismo
estatal. Su correspondencia con revolucionarios bien conocidos de diversos
países creció hasta adquirir un volumen casi sin paralelos. Participó en la
revuelta de Lyon en 1870, y en el movimiento italiano de insurrección en 1874,
cuando ya su salud estaba obviamente en quiebra. Todo ello indica la poderosa
vitalidad y la fuerza de decisión que poseía. Herzen dijo de él: «Todo en este
hombre es colosal, su energía, su apetito, hasta el propio hombre».
Se comprenderá fácilmente, dado lo tempestuoso de esa
vida, la razón por la que han quedado en estado fragmentario la mayor parte de
los escritos de Bakunin. La publicación de sus obras escogidas no comenzó hasta
diecinueve años después de su muerte. Entonces, en 1895. P. V. Stock de París
publicó el primer volumen de una edición francesa a cargo de Max Nettlau.
A ese volumen siguieron otros cinco, también publicados por Stock pero al
cuidado de James Guillaume, en el período que va desde 1907 a 1913.
La misma editorial anunció la publicación de obras
adicionales, pero se lo impidieron las condiciones derivadas de la Primera Guerra Mundial.
Sabemos que Guillaume preparaba un séptimo volumen para los impresores, cuya
aparición se preveía para después del Armisticio. Pero, desgraciadamente, no ha
aparecido todavía. Los seis volúmenes franceses aparecidos incluyen el texto de
numerosos manuscritos jamás impresos antes, así como obras publicadas en forma;
de panfleto en fechas anteriores.
En 1919-22 apareció en Petrogrado y debida a
Golos Truda una edición rusa de Bakunin en cinco volúmenes. El primero de
ellos es Estatismo y Anarquismo, que no aparece en la edición francesa. Pero la
edición rusa carece de diversos trabajos de Bakunin incluidos en la francesa. Además
de esos cinco tomos en ruso, el gobierno bolchevique planeaba preparar
ediciones completas de los trabajos de Bakunin y Kropotkin en sus Clásicos
Socialistas. La edición de Bakunin se confió a George Steklov, que pretendía
publicar catorce volúmenes. Pero sólo se publicaron cuatro, que contienen
escritos, cartas y otros documentos de Bakunin hasta 1861. Sin embargo, incluso
esos cuatro volúmenes fueron retirados de la circulación andando el tiempo.
Los editores del periódico Der Syndikalist en Berlín
publicaron tres volúmenes de Bakunin en alemán durante el período 1921-24. A sugerencia mía,
emprendieron la tarea de producir dos nuevos volúmenes, con traducción y
preparación de Max Nettlau, que también había elegido los contenidos y cuidado
los volúmenes segundo y tercero de esta edición. Pero la dominación nazi
impidió la publicación de estos dos volúmenes adicionales.
En la década de 1920 los administradores del
periódico anarquista La Protesta, de Buenos Aires, proyectaron una edición
castellana de Bakunin. Diego Abad de Santillán fue encargado de preparar el
texto español, con Nettlau como asesor editorial. En 1929 habían aparecido
cinco volúmenes de esa edición, siendo el quinto Estatismo y anarquismo con un
prólogo escrito por Nettlau, Pero la aparición de los cinco restantes se vio
completamente bloqueada con la supresión de La Protesta y de su propio negocio
editorial decretada por el régimen dictatorial de Uriburi, establecido en 1930,
El quinto volumen español incluía el texto de
Anarquismo y Estatismo, que Bakunin escribió en ruso. Este libro no se ha
traducido hasta el presente a ninguna otra lengua salvo el castellano, y en
1878 sólo se habían publicado unos breves pasajes en francés para la revista Avan Garde
en Chaud de Fonds, Suiza, Pero una especial virtud de la edición de Buenos
Aires es la luminosa introducción histórica escrita por Nettlau para cada
volumen. Después, en la época de la guerra civil española, Santillán intentó
publicar las obras de Bakunin en Barcelona, y allí se imprimieron, en efecto,
unos pocos volúmenes con un bello formato, pero la victoria de Franco liquidó
cualquier intento de completar esa empresa.
Todavía no se ha publicado en ninguna lengua una
edición completa de las obras de Bakunin. Y ninguna de las ediciones existentes
excepto el grupo de cuatro volúmenes publicado por el gobierno soviético ruso
contiene los escritos de su primer período revolucionario, que son de
particular interés e importancia para la comprensión de su evolución
espiritual. Algunos de esos escritos aparecieron en revistas o como panfletos
en alemán, francés, checo, polaco, sueco y ruso.
Entre estos textos estaba su notable y bien difundido
ensayo La reacción en Alemania, fragmento hecho por un francés, que, bajo el
pseudónimo de Jules Elysard, escribió para los Deutsche Jahrbucher publicados
por Arnold Ruge en Leipzig; su artículo sobre Comunismo en la revista de Fröbel
en Zurich, schweizerischer Replublikaner; el texto del discurso de Bakunin en
el aniversario de la revolución polaca; sus artículos anónimos en la Allgemeine Oderzeitung
de Breslau; su Llamamiento a los Eslavos en 1849 y otros escritos de ese
período. Después, tras su huida de Siberia, Bakunin escribió su Llamamiento a
mis amigos rusos, polacos, y a todos los demás eslavos, en 1862; su ensayo La
causa del pueblo: ¿Romanov, Pugachevo Pestel? que apareció el mismo año en
Londres, y varios otros escritos. Bakunin era un autor brillante, aunque sus
escritos carezcan de sistema y organización, y sabía poner ardor, entusiasmo y
fuego en sus palabras.
La mayor parte de su obra literaria fue producida
bajo la influencia directa de inmediatos acontecimientos contemporáneos, y como
tomó parte activa en muchos de ellos rara vez tenía tiempo para pulir serena y
deliberadamente sus manuscritos. Esto explica en gran medida por qué quedaron
incompletos muchos de ellos, ya menudo en estado de meros fragmentos. Gustav
Landauer lo comprendió bien cuando dijo: «He querido y admirado a Mijail
Bakunin, el más seductor de todos los revolucionarios, desde el primer día que
le conocí porque pocas disertaciones están escritas tan vivazmente como las
suyas, y este es quizá el motivo de que sean tan fragmentarias como la vida
misma».
Bakunin deseó durante largo tiempo exponer sus
teorías y opiniones en un amplio volumen comprensivo de todas ellas, deseo que
expresó repetidamente en sus últimos años. Lo intentó varias veces, pero por
una u otra razón sólo lo consiguió en parte, cosa que dada su vida
prodigiosamente activa, donde cualquier tarea era fácilmente desplazada a un
segundo lugar por otras diez nuevas difícilmente podía haberse evitado.
El primer intento en esa dirección fue su trabajo La cuestión Revolucionaria:
Federalismo, Socialismo y Anti-teologismo. Con sus más íntimos amigos presentó
al Comité organizador del Primer Congreso de la Liga para la Paz y la Libertad
celebrado en 1867 en Ginebra una resolución que pretendía obtener el apoyo de
los delegados para sus tesis, esfuerzo enteramente desesperado dada la
composición de ese comité. Bakunin expresó sus tres puntos en una extensa
argumentación que debía imprimirse en Berna. Pero tras haber pasado por
imprenta unas pocas paginas, el trabajo se detuvo y los moldes se destruyeron,
por razones jamás explicadas. Como había sobrevivido el manuscrito (o la mayor
parte de él), el texto se publicó en 1895 en el primer volumen de la edición
francesa de Bakunin. Dicho trabajo ocupa 205 páginas. Sin embargo, falta la
conclusión, pues el último párrafo impreso termina con una frase inacabada. No
sabemos qué parte se perdió, o si Bakunin quizás no llegó a completarlo. Pero
las páginas preservadas muestran claramente que pretendía incluir en un volumen
los principios básicos de sus teorías y opiniones.
Bakunin, hizo un segundo y más ambicioso intento con
su libro El Imperio látigo germánico y la Revolución Social,
cuya primera parte se publicó en 1871. Durante su vida no llegó a aparecer la segunda
parte, de la cual algunas páginas ya habían pasado por imprenta. Pero numerosos
manuscritos, entre los cuales algunos estaban preparados muy cuidadosamente
como prueban las correcciones del texto demuestran que Bakunin tenía un
enorme interés por completar este trabajo.
Como la mayor parte de las producciones literarias de
Bakunin, ésta estaba inspirada también por los acuciantes acontecimientos de la
hora política. En dicho caso el motivo. Impulsor fue la guerra franco-alemana
de 1870-71. Precedió ese escrito en septiembre de 1870 con una especie de
introducción llamada Cartas a un francés sobre la Crisis Actual, texto
del que sólo se imprimió una pequeña parte de 43 páginas en aquel momento. Con
aquellas cartas, que había despachado secretamente a elementos rebeldes de
Francia, Bakunin intentaba despertar al pueblo francés a una resistencia
revolucionaria contra la invasión alemana, y su participación personal en la
insurrección de Lyón en septiembre de 1871 atestigua que estaba presto a
arriesgar su propia vida en tal aventura. Sólo cuando fracasaron los intentos
sediciosos de Lyón y Marsella se vio obligado a huir de Francia, encontró
tiempo para trabajar en su manuscrito más esencial, aunque aún entonces su
trabajo de escribir se vio frecuentemente interrumpido. El residuo de las
Cartas a un Francés, inédito durante su vida, así como la mayor parte de los
manuscritos preparados para el extenso volumen sobre el. Imperio látigo alemán
se publicaron por primera vez en francés mucho tiempo después de su muerte.
Aunque Bakunin jamás logró completar el extenso
volumen pretendido, su intento de concentrarse sobre los puntos mas importantes
de sus propias teorías socio-filosóficos pronto le permitió enfrentarse a
Mazzini con argumentos; brillantes cuando éste lanzó sus ataques contra la Primera Internacional
y la Comuna de París. De hecho, los escritos polémicos de Bakunin contra
Mazzini, y especialmente La, teología política de Mazziini y la I
internacional, se encuentran entre los mejores de cuantos salieron de su pluma.
Partiendo de diversos manuscritos dejados por Bakunin es evidente que pretendía
escribir una continuación de este panfleto pero sólo se han descubierto unas
pocas notas esquemáticas sobre el tema.
Su última obra importante, Estatismo y Anarquismo,
apareció en 1873. Fue el único texto extenso que escribió en ruso. Allí
incorporó muchas ideas que se encuentran en; una forma u otra a lo largo de
diversos manuscritos que, Bakunin pretendía incluir en El Imperio Látigo
germánico y la
Revolución Social. Pero de Estatismo y Anarquismo sólo
se ha publicado la primera parte, que, junto con un apéndice, comprende 332
páginas impresas en la edición rusa. En 1874, cuando Bakunin se había retirado
definitivamente de la acción revolucionaria, tanto pública como secreta, pudo
haber encontrado tiempo para materializar esta ambición de toda la vida; pero
su enfermedad y el problema de cubrir las mínimas necesidades de subsistencia
ocuparon; sus dos últimos años de existencia, aunque no sospechara cuán breve
era el plazo de su vida. Pero incluso en esos días de horrible pobreza estaba
atormentado por el deseo de terminar la gran tarea literaria tan frecuentemente
interrumpida. En noviembre de 1874 escribió a Ogarev en la carta antes
citada:
«Por lo demás, no me quedo ocioso y
trabajo mucho. En primer lugar, estoy escribiendo mis memorias, y en segundo si
las fuerzas me lo y permiten me preparo a escribir las últimas palabras sobre
mis convicciones más profundas. Y leo mucho. Actualmente estoy leyendo tres
libros a la vez: la Historia de la cultura humana de Kolh, la
autobiografía de John Stuart MilI y a Schopenhauer... Ya estoy harto de
enseñar. Ahora, viejo amigo, en nuestros días de vejez queremos comenzar a
aprender de nuevo. Es más entretenido.»
Pero sus memorias, que Herzen le había estimulado
tanto tan a menudo a escribir, jamás llegaron al papel salvo en fragmento
titulado Historia de mi vida, donde Bakunin habla de su primera juventud en la
finca familiar de Pryamukhino. El texto lo publicó por primera vez Max
Nettlau en septiembre de 1896, para la revista Societé Nouvelle
de Bruselas.
Aunque .la masa de escritos de Bakunin haya seguido
siendo fragmentaria, los numerosos manuscritos que dejó y que se imprimieron
sólo bastantes años después contienen muchas ideas originales y sagazmente
desarrolladas sobre una gran variedad de problemas intelectuales, políticos y
sociales, y estas ideas mantienen en gran medida su importancia y pueden
inspirar también a las generaciones futuras. Entre ellas están las
observaciones profundas e ingeniosas sobre la naturaleza de la ciencia y su
relación con la vida real y los cambios sociales de la historia. Deberíamos
recordar que esas espléndidas disertaciones se escribieron cuando la vida
intelectual solía estar bajo la influencia del resurgir de las ciencias
naturales. En esa época se asignaban a la ciencia funciones y tareas que jamás
podría cumplir, y muchos de sus representantes se veían llevados por ello a
conclusiones que justificaban cualquier forma de reacción.
Los propugnadores del llamado darwinismo social
hicieron de la supervivencia del más fuerte la ley básica de existencia para
todos los organismos sociales, e increpaban a cualquiera que osase negar esta
revelación científica definitiva. Economistas burgueses e incluso socialistas,
arrastrados por el ansia de proporcionar un fundamento científico a sus propios
tratados, malentendieron tanto el valor del trabajo humano que lo consideraron
equivalente a un bien intercambiable por cualquier otro. Y en sus intentos por
reducir a fórmulas válidas el valor de uso y el valor de cambio olvidaron el
factor más vital, el valor ético del trabajo humano, verdadero creador de toda
vida cultural.
Bakunin fue uno de los primeros en percibir
claramente que los fenómenos de la vida social no podían adaptarse a
fórmulas de laboratorio, y que los esfuerzos en esa dirección conducirían
inevitablemente a una tiranía odiosa. En modo alguno se equivocó en
cuanto a la importancia de a ciencia, y jamás pretendió negarle su puesto; pero
recomendó cautela antes de atribuir un papel grande al conocimiento científico
ya sus resultados prácticos.
Estaba en contra de que la ciencia se convirtiese en
árbitro final de la vida personal y el destino social de la humanidad, pues era
agudamente consciente de las desastrosas posibilidades de tal camino. Hasta qué
punto estaba en lo cierto lo comprendemos ahora mejor que sus propios
contemporáneos. Hoy en la era de la bomba atómica, se hace obvio hasta qué
punto nos hemos visto extraviados por el predominio de un pensamiento
exclusivamente científico cuando no se ve influido por consideración humana
alguna y sólo tiene en cuenta los resultados inmediatos prescindiendo de las
consecuencias finales, aunque puedan llevar al exterminio de la vida humana.
Entre las incontables notas fragmentarias de Bakunin
existen diversos memorandums esquemáticos, que pretendía desarrollar cuando el
tiempo se lo permitiera. Y jamás tuvo tiempo suficiente para hacerlo. Pero hay
otros desarrollados con un meticuloso cuidado y un lenguaje vivamente
expresivo; por ejemplo, el centelleante ensayo que Carlo Cafiero y Elisée
Reclus publicaron por primera vez en 1882 en forma de panfleto bajo el
título Dios y el Estado. Desde entonces ese panfleto se ha reimpreso en muchas
lenguas, y ningún otro escrito del autor ha tenido una circulación más amplia.
Una continuación lógica de este ensayo, en páginas escritas para El Imperio
látigo germánico, fue descubierta después por Nettlau entre los escritos de
Bakunin e incorporada bajo el mismo título en el primer volumen de la edición
francesa de Obras, tras publicar un extracto en inglés en la revista de James
Tochetti Liberty, publicada en Londres.
El mundo de las ideas de Bakunin se revela en un gran
número de manuscritos. No era por eso tarea sencilla descubrir en este
laberinto de fragmentos literarios las conexiones internas esenciales para
formar un cuadro completo de teorías.
Fue un propósito admirable por parte de nuestro
querido camarada Maximoff, que murió demasiado joven, presentar en un
orden adecuado los pensamientos más importantes de Bakunin, proporcionando así
al lector una exposición clara de sus doctrinas en las páginas que siguen. Este
trabajo es particularmente recomendable porque la mayor parte de los escritos
escogidos de Bakunin están agotados y son difíciles de obtener en cualquier
lengua. Las ediciones rusas y alemanas están completamente agotadas, y varios
volúmenes de la edición francesa no son disponibles ya. Es especialmente
satisfactorio que la edición actual aparezca en inglés, porque de Bakunin sólo
Dios y el Estado y unos pocos panfletos menores han aparecido en inglés.
Maximoff dividió sus selecciones anotadas en cuatro
partes, y ordenó en una secuencia lógica los conceptos funda mentales
expresados por Bakunin sobre temas que incluían la religión, la ciencia, el
Estado, la sociedad, la familia, la propiedad, las transiciones históricas y
los métodos de lucha por la liberación social. Como profundo conocedor de las
ideas socio-filosóficas de Bakunin y de su obra literaria, Maximoff estaba
magníficamente cualificado para emprender este proyecto, al cual entregó años
de duro trabajo.
Gregori Petrovich Maximoff nació ello de noviembre de
1893 en la aldea rusa de Mitushimo, provincia de Esmolensko. Tras completar su
educación elemental, fue enviado por su padre al seminario teológico de
Vladimir para iniciar la carrera sacerdotal. Aunque terminó el curso allí compren
dio que no estaba hecho para esa vocación y partió hacia San Petersburgo, donde
ingresó en la
Academia Agrícola y se graduó como agrónomo en 1915.
A una edad muy temprana tomó contacto con el
movimiento revolucionario. Era incansable en su búsqueda de nuevos valores
espirituales y sociales, y durante sus años universitarios estudió los
programas y métodos de todos los partidos revolucionarios en Rusia, hasta
encontrar un día ciertos escritos de Kropotkin y Stepniak donde halló
confirmación a muchas de sus ideas, a las cuales había llegado por sus propios
caminos, y su evolución espiritual recibió un empuje adicional al descubrir en
una biblioteca privada del interior de Rusia dos obras de Bakunin que le
impresionaron profundamente. De todos los pensadores libertarios, Bakunin
era quien atraía más intensamente a Maximoff. El lenguaje osado del gran
rebelde y el irresistible poder de sus palabras, que tan profundamente habían
influido sobre tantos jóvenes rusos conquistó también a Maximoff, que durante
el resto de su vida quedaría bajo su fascinación.
Maximoff tomó parte en la propaganda secreta hecha
entre los estudiantes de San Petersburgo y los campesinos en las regiones
rurales, y cuando al fin estalló la tan esperada revolución estableció contacto
con los sindicatos, trabajando en sus consejos y hablando en sus reuniones. Fue
un período de ilimitadas esperanzas para él y sus camaradas que, sin embargo,
se vio cegado poco después de asumir los bolcheviques el control del gobierno
ruso. Se unió al Ejército Rojo para combatir a la contrarrevolución, pero
cuando los nuevos dueños de Rusia utilizaron el ejército para tareas policíacas
y para desarmar al pueblo, Maximoff rehusó obedecer órdenes de ese tipo y fue
condenado a muerte. Sólo por la solidaridad y las enérgicas protestas del
sindicato de trabajadores del metal se le perdonó la vida.
Fue arrestado por última vez el 8 de marzo de 1921,
en la época de la rebelión de Kronstadt, y arrojado a la prisión de Taganka en
Moscú junto a una docena de camaradas, bajo el único cargo de mantener
opiniones anarquistas. Cuatro meses más tarde tomó parte en una huelga de
hambre, que duró diez días y medio y tuvo amplias repercusiones. La huelga sólo
terminó después de que los camaradas franceses y españoles asistentes entonces
aun congreso de la Internacional Sindical Roja elevaran sus voces
contra la falta de humanidad del gobierno bolchevique y exigieran la libertad
de los prisioneros. El régimen soviético accedió a esta demanda con la
condición de que los prisioneros, todos ellos rusos motivos, fuesen exilados de
su tierra natal.
Este es el motivo de que Maximoff fuese primero a
Alemania, donde tuve la grata oportunidad de conocerle y unirme al círculo de
sus amigos. Permaneció en Berlín Unos tres años, y luego se trasladó a París.
Allí estuvo seis o siete meses, tras los cuales, emigró a los Estados Unidos.
Maximoff escribió abundantemente sobre la lucha
humana a lo largo de muchos años, durante los cuales fue diversas veces
director y colaborador de periódicos y revistas libertarias en lengua rusa. En
Moscú trabajó como director de Golos Truda «Voz del trabajo» y, más
tarde, de su sucesora Novy Golos TrJida «Nueva Voz del Trabajo»J. En Berlín se
convirtió en director de Rabotchi Put «La Senda del Trabajo», revista
publicada por anarco-sindicalistas rusos. Al establecerse más tarde en Chicago,
se le nombró director de Golos Truzhenika «Voz del Explotado», en la que había
colaborado desde Europa. Cuando dicho periódico dejó de existir, se encargó de
la dirección de Dielo Trouda-Probuzhdenie «Causa del Trabajo Despertar», nombre
surgido de la fusión de dos revistas, aparecida en Nueva York, puesto que
mantuvo hasta su muerte. La lista de escritos de Maximoff en el terreno
periodístico forma una bibliografía extensa y sustancial.
Entre sus escritos, se encuentra también un libro
llamado La guillotina en ¡funciones! historia muy bien documentada de 20 años
de terror en la Rusia soviética, publicado en Chicago en 1940; un volumen
titulado Anarquismo Constructivo, publicado igualmente en esa ciudad en 1952;
un panfleto, Bolchevismo: Promesas y Realidad, que constituye un luminoso
análisis de las acciones del partido comunista ruso, aparecido en Glasgow en
1935 y reimpreso en 1937; y dos panfletos en ruso publicados primero en
Alemania. En lugar de un Programa, que examinaba las resoluciones dedos
conferencias de anarco-sindicalistas en Rusia, y Por que el cómo despertaron
los bolcheviques a los anarquistas de Rusia, relacionado con sus experiencias y
las de sus camaradas en Moscú.
Maximoff murió en Chicago el 16 de marzo de 1950,
mientras estaba aún en la flor de la edad, a consecuencia de trastornos
cardiacos, y fue llorado por todos quienes tuvieron la buena suerte de
conocerle.
No sólo era un pensador lúcido, sino un hombre de
impecable carácter y amplia comprensión humana y era una persona integral, en
la que la claridad del pensamiento y el calor de los sentimientos se unificaban
del modo más feliz. El anarquismo no era para él solamente una preocupación dirigida
al porvenir, sino el leitmotiv de su propia vida; desempeñaba un papel en todas
sus actividades.
También tenía comprensión para otras concepciones
distintas, mientras estuviese convencido de que dichas creencias estaban
inspiradas por la buena voluntad y por una convicción profunda. Su tolerancia
era tan grande como amistosa y cooperativa su actitud hacia todos aquellos que entraban
en contacto con él. Vivió como un anarquista, no porque sintiese el deber de
hacerlo así, impuesto desde el exterior, sino porque no podía obrar de otro
modo, porgue su ser más íntimo siempre le hizo obrar como sentía y pensaba.
Rudolf Rocker, Julio, 1952.
PARTE PRIMERA
FILOSOFÍA
LA CONCEPCIÓN DEL MUNDO
La Naturaleza es necesidad racional*. No es éste el lugar para
hacer especulaciones filosóficas sobre la naturaleza del Ser. No obstante,
puesto que he de usar la
palabra. Naturaleza frecuentemente, es necesario que explique
con claridad el significado atribuido a esta palabra.
Podría decir que la Naturaleza es la suma de todas
las cosas que tienen existencia real. Sin embargo, esto proporcionaría un
concepto de la Naturaleza totalmente privado de vida, cuando ella se nos
aparece, por el contrario, como llena de vida y movimiento. Por lo mismo ¿qué
es la suma de las cosas? Las cosas que existen hoy no existirán mañana. Mañana
no desaparecerán, pero estarán completamente transformadas. En consecuencia, me
encontraré mucho más cerca de la verdad si digo: la Naturaleza es suma de las
transformaciones efectivas de las cosas existen y que se producirán
incesantemente dentro de Su seno. Con el fin de hacer más precisa esta idea de
la suma o totalidad adelantaré la proposición siguiente como premisa básica:
Todos los seres que constituyen la totalidad
indefinida del universo, todas las cosas existentes en el mundo, sea cual fuere
su naturaleza particular en relación con la cantidad o la cualidad las cosas
más diversas y más similares, grandes o pequeñas, cercanas o lejanas efectúan
necesaria e inconscientemente unas sobre las otras, directa o indirectamente,
una acción y reacción perpetuas. Toda esta multitud ilimitada de reacciones y
acciones particulares combinada en un movimiento general produce y constituye
lo que denominamos Vida, Solidaridad, Causalidad Universal, Naturaleza.
Llámesele, si se quiere, Dios o lo Absoluto; realmente no importa, siempre que
no atribuyamos a la
palabra Dios un significado diferente del que acabamos de
establecer: la combinación universal, natural, necesaria y real, pero en modo
alguno predeterminada, preconcebida o conocida de antemano, de la infinidad de
acciones y reacciones particulares ejercidas recíproca e incesantemente por
todas las cosas que poseen una existencia real. Definida de esta forma, esta
Solidaridad Universal, la Naturaleza concebida como un universo infinito, se
impone a nuestra mente como una necesidad racional....
Causalidad universal y dinámica
creativa.
Es razonable pensar que esta Solidaridad Universal no puede tener el carácter
de una primera causa absoluta; al contrario, es simplemente el resultado
producido por la acción espontánea de causas particulares, cuya totalidad
constituye la causalidad universal. Siempre crea y será creada de nuevo; es la
Unidad combinada y surgida para siempre en la infinita totalidad de incesantes
transformaciones de todas las cosas existentes; y al mismo tiempo es lo creador
de esas mismas cosas; cada punto actúa sobre el Todo (aquí el Universo es el
producto resultante); y el Todo actúa sobre cada punto (aquí el Universo es el
Creador).
El creador del Universo. Habiendo dado esta
definición puedo decir, sin miedo a expresarme ambiguamente, que la Causalidad Universal,
la Naturaleza, crea los mundos. Es .esta causalidad lo que ha determinado la
estructura mecánica, física, geológica y geográfica de nuestra tierra, y tras
cubrir su superficie con los esplendores de la vida vegetal y animal, sigue aún
creando en el mundo humano la sociedad, con todos sus desarrollos pasados,
presentes y futuros.
La Naturaleza actúa con arreglo a
ley. Cuando
el hombre comienza a observar con atención firme y prolongada la parte de la
naturaleza que le rodea y que descubre dentro de sí, acabará advirtiendo que
todas las cosas están gobernadas por leyes inmanentes constitutivas de su
propia naturaleza particular; que cada cosa posee su propia forma peculiar de
transformación y acción; que en esta transformación y acción hay una sucesión
de hechos y fenómenos que se repite invariablemente bajo las mismas
condiciones; y que, bajo la influencia de condiciones nuevas y determinantes,
cambia de un modo igualmente regular y determinado. Esta constante repetición
de los mismos hechos a través de la acción de las mismas causas constituye
precisamente el método legislativo de la Naturaleza: orden en la infinita diversidad
de hechos y fenómenos.
La ley suprema. La suma de todas las leyes conocidas
y desconocidas que operan en el universo constituye su ley única y suprema.
En el comienzo era la acción.
Es razonable pensar
que en el Universo así concebido no tienen cabida ideas a priori ni leyes
preconcebidas o preordenadas. Las ideas, incluyendo la de Dios, sólo existen
sobre la tierra en cuanto son producidas por mente. Es, por tanto, claro que
emergieron mucho después de los hechos naturales y mucho después de las leyes
que gobiernan tales hechos. Si son verdaderas, corresponden a esas leyes; y son
falsas si las contradicen. En cuanto a las leyes naturales, sólo se manifiestan
bajo esta forma ideal o abstracta de la legalidad en la mente humana,
reproducidas por nuestro cerebro sobre la base de una observación más o menos
exacta de las cosas, los fenómenos y la sucesión de los hechos; asumen la forma
de ideas humanas con un carácter casi espontáneo. Antes de surgir el
pensamiento humano eran leyes desconocidas en cuanto tales, y existían
únicamente en el estado de procesos reales o naturales que, como antes indiqué,
están siempre, determinados por la indefinida concurrencia de condiciones.
Influencias y causas particulares que se repiten regularmente. En esa medida,
el término Naturaleza excluye cualquier idea mística o metafísica de una
Sustancia, de una Causa Final o de una creación providencialmente emprendida y
dirigida.
Creación. Con la palabra creación no queremos
indicar una creación teológica o metafísica, ni tampoco una forma artística,
científica, industrial o de cualquier otro tipo que presuponga un creador
individual. Con este término indicamos simplemente el proyecto infinitamente
complejo de un número ilimitable de causas ampliamente diversas" grandes y
pequeñas, conocidas algunas pero desconocidas "todavía en su mayor parte
que habiéndose combinado en un momento preciso (por supuesto, no sin causa,
pero sin premeditación alguna y sin planes trazados de antemano),
produjeron este hecho.
Armonía en la Naturaleza. Pero se nos
dice que de ser así las cosas, la historia y los destinos de la sociedad humana
serían un puro caos; se trataría de meros juegos del azar; sin embargo, lo
cierto es exactamente lo contrario; sólo cuando la historia se emancipa de la
arbitrariedad divina y humana se presenta con toda la imponente, y al mismo
tiempo racional, grandeza de un desarrollo necesario, como la Naturaleza
orgánica y física de la cual es continuación directa. A pesar de la inacabable
riqueza y variedad de seres que la constituyen, la Naturaleza no presenta en
modo alguno un caos, sino más bien un mundo prodigiosamente organizado donde
cada parte está vinculada lógicamente a todas las demás.
La lógica de la divinidad. Pero, se nos
dice también, debe haber existido un regulador. ¡En absoluto! Un regulador,
aunque fuese Dios, sólo frustraría con su intervención arbitraria el orden
natural y el desarrollo lógico de las cosas, y efectivamente vemos que en todas
las religiones el atributo principal de la divinidad consiste en ser superior,
es decir, en ser contrario a toda lógica y en poseer una lógica propia: la
lógica de la imposibilidad natural o de lo absurdo.
La lógica de la Naturaleza. Decir que Dios no es contrario a la lógica es decir que
es absolutamente idéntico a ella, que él mismo no es más que lógica; esto
es, el curso natural y el desarrollo de las cosas reales. En otras palabras, es
decir que Dios no existe. La existencia de Dios sólo tiene sentido en cuanto
implica la negación de leyes naturales. Por consiguiente, se plantea un dilema
inevitable:
El dilema. Dios existe, y en consecuencia no
pueden existir leyes naturales, y el mundo presenta un puro caos; o el mundo no
es caos, y posee un orden inmanente, con lo cual Dios no existe.
El axioma. ¿Qué es lógico sino el curso
natural de las cosas, o los procesos naturales por cuya mediación muchas causas
determinantes producen un hecho? En consecuencia. Podemos enunciar este axioma
muy simple y al mismo tiempo decisivo:
Todo lo natural es lógico, y todo
cuanto es lógico se realiza o está destinado a realizarse en el mundo natural:
en la Naturaleza en el sentido adecuado de la palabra y en su desarrollo
ulterior, que es la historia natural de la sociedad humana
La primera causa. ¿Pero cómo y por qué
existen las leyes del mundo natural y social si nadie los creó y nadie los
gobierna? ¿Qué les proporciona su carácter invariable? No está en mi mano
resolver este problema y que yo sepa nadie ha encontrado jamás una
respuesta; indudablemente, nadie la encontrará jamás.
Las leyes naturales y sociales existen en el mundo
real y son inseparables de él; inseparables de la totalidad de cosas y hechos
que constituyen sus productos y efectos. A menos, que nosotros nos convirtamos
en causas relativas de nuevos seres, cosas y hechos. Esto es todo cuanto
sabemos y. según pienso, todo cuanto podemos saber. Además ¿cómo encontrar la
primera causa si no existe? Lo que hemos llamado Causalidad Universal sólo es
en sí mismo el resultado de todas las causas particulares que actúan en el
Universo.
La metafísica, la teología, la
ciencia, y la primera causa. El teólogo y el metafísico se aprovecharían con gusto de
esa ignorancia humana forzosa y necesariamente eterna para imponer sus falacias
y fantasías a la
humanidad. Pero la ciencia se burla de ese consuelo trivial:
lo detesta como ilusión ridícula y peligrosa. Cuando se siente incapaz de
proseguir sus investigaciones, cuando se ve forzada a descartarlas por el
momento, preferirá decir «no sé» antes que presentar hipótesis in
verificables como verdades absolutas. La ciencia ha hecho más que eso: ha
conseguido probar con una evidencia impecable el absurdo y la insignificancia
de todas las concepciones teológicas y metafísicas. Pero no las ha destruido
para sustituirlas por nuevas absurdeces. Cuando alcanza el límite de su
conocimiento dirá con toda honestidad: «no sé». Pero jamás extraerá ninguna
consecuencia de lo que no sabe y no puede saber.
La ciencia universal es un ideal
inalcanzable.
De este modo, la ciencia universal es un ideal que el hombre nunca será capaz
de realizar por completo. Siempre se verá forzado a contentarse con la ciencia
de su propio mundo, y aunque esta ciencia alcance la estrella más distante,
seguirá sabiendo muy poco sobre ella. La verdadera ciencia sólo comprende el
sistema solar, nuestra esfera terrestre, y cuanto acontece y sucede sobre esta
tierra. Pero incluso dentro de esos límites, la ciencia sigue siendo demasiado
vasta para ser abarcada por un hombre o una generación, tanto más cuanto que
los detalles de nuestro mundo se pierden en lo infinitesimal y su diversidad
trasciende cualquier límite definido.
La hipótesis de una legislación
divina conduce a la negación de la Naturaleza. Si en el universo reina la armonía y el acuerdo con la
ley, no es porque esté gobernado según un sistema preconcebido y ordenado de
antemano por la
Voluntad Suprema. La hipótesis teológica de una legislación
divina conduce a un manifiesto absurdo ya la negación no sólo de, cualquier
orden, sino de la
propia Naturaleza. Las leyes solo son reales cuando resultan
inseparables de las propias cosas, es decir, cuando no están ordenadas
por un poder extraño. Esas leyes no son sino simples manifestaciones o
variaciones continúas de las cosas y combinaciones de diversos hechos
pasajeros, pero reales.
La Naturaleza misma no conoce ley
alguna.
Todo esto constituye lo que denominamos Naturaleza. Pero la Naturaleza no
conoce ley alguna. Trabaja inconscientemente, y presenta una infinita variedad
de fenómenos que se manifiestan y se repiten a sí mismos inevitablemente. Sólo
debido a esta inevitabilidad de la acción puede existir y existe un orden en el
Universo.
La unidad del mundo físico y social. La mente humana y la
ciencia por ella estudian esas características y combinaciones de cosas,
sistematizándolas y clasificándolas con la ayuda de los experimentos y de la observación. A
tales clasificaciones y sistematizaciones se les aplica el término de leyes
naturales. Hasta el presente, la ciencia ha tenido por objeto sólo lo mental,
reflejado, y en la medida de lo posible la reproducción sistemática de leyes
inmanentes a la vida material tanto como a la vida intelectual y moral del
mundo físico y social, que en realidad constituyen un único mundo natural.
La clasificación de las leyes
naturales.
Estas leyes entran en dos categorías: la de las leyes generales y la de las
leyes particulares y especiales. Las leyes matemáticas, mecánicas, físicas y
químicas son, por ejemplo, leyes generales que se manifiestan en todo cuanto
posee verdadera existencia; en resumen, son inmanentes a la materia, es decir,
inmanentes al único ser real y universal, verdadera base de todas las cosas
existentes.
Leyes universales. Las leyes del equilibrio,
de la combinación e interacción mutua de fuerzas o del movimiento mecánico; la
ley de gravitación, de vibración de los cuerpos, del calor, de la luz y de la
electricidad, de la composición y descomposición química, son inmanentes a
todas las cosas que existen. No están fuera de estas leyes las manifestaciones
de la voluntad, el sentimiento y la inteligencia que constituyen el mundo ideal
del hombre, y que sólo son funciones materiales de la materia organizada y
viviente en los cuerpos animales, en especial en el animal humano. En
consecuencia, todas esas leyes son generales, puesto que todos los diversos
órdenes conocidos y desconocidos de la existencia real están sometidos a su
intervención.
Leyes particulares. Pero también existen leyes
particulares que sólo son relevantes para órdenes específicos de fenómenos,
hechos y cosas, y que forman sus propios sistemas o grupos; así acontece, por
ejemplo, con el sistema de las leyes geológicas, el sistema de las leyes que
pertenecen a los organismos vegetales y animales y, por último, con las leyes
que gobiernan el desarrollo ideal y social del animal más perfecto existente
sobre la tierra: el hombre.
Interacción y cohesión en la Naturaleza. Esto no
significa que las leyes pertenecientes a un sistema sean extrañas a las leyes
subyacentes al otro sistema. En la naturaleza todo está mucho más estrechamente
interconectado de lo que solían pensar y quizá desear los pedantes de la
ciencia interesados en una mayor precisión en sus trabajos clasificatorios
El proceso invariable mediante el cual un fenómeno
natural extrínseco o intrínseco se reproduce constantemente y la invariable
sucesión de hechos que constituyen este fenómeno, representan precisamente lo
que denominamos su ley. No obstante, esta constancia y esta pauta recurrente no
poseen un carácter absoluto[1].
Límites de la comprensión humana del
universo.
Jamás conseguiremos captar, y mucho menos comprender, el verdadero sistema del
universo, infinitamente extendido en un sentido, y en otro infinitamente
especializado. Jamás lo lograremos porque nuestras investigaciones tropiezan
con dos infinitos: lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño
Sus detalles son inagotables. El hombre jamás podrá
conocer más que una parte infinitesimalmente pequeña del mundo exterior.
Nuestro cielo cuajado de estrellas con su multitud de formas y de soles
constituye sólo una partícula imperceptible en la inmensidad del espacio, y
aunque nuestro ojo le observe, no sabemos casi nada de él; hemos de
contentarnos con una minúscula porción de conocimiento sobre nuestro sistema
solar, que suponemos en perfecta armonía con el resto del Universo. Porque si
esa armonía no existiese, sería necesario establecerla o perecería todo nuestro
sistema.
Ya hemos obtenido una idea aceptable de la actuación
de esta armonía con respecto a la mecánica celeste; y estamos empezando también
a descubrir cada vez más cosas en los campos de la física, la química, e
incluso la geología.
Sólo con grandes dificultades, nuestro conocimiento
sobrepasará considerablemente ese nivel. Si buscamos una sabiduría más concreta
debemos mantenernos cerca de nuestra esfera terrestre. Sabemos que nuestra
tierra nació en el tiempo, y suponemos que perecerá tras un número desconocido
de siglos lo mismo que cualquier ser que nace existe durante algún tiempo y
luego perece, o más bien sufre una serie de transformaciones.
¿Cómo nuestra esfera terrestre, que al principio era
materia incandescente y gaseosa, se enfrió y adquirió una forma definitiva?
¿Cuál fue la naturaleza de la prodigiosa serie de evoluciones geológicas que
tuvo de atravesar antes de poder producir sobre su superficie esta riqueza
inconmensurable de vida orgánica, comenzando por la primera célula y acabando
por el hombre? ¿Cómo siguió transformándose, y cómo continúa su desarrollo, en
el mundo histórico y social del hombre? ¿Hacia dónde nos dirigimos, movido por
la ley suprema e inevitable de transformaciones incesantes que en la sociedad
humana se denomina progreso?
Estas son las únicas cuestiones abiertas ante
nosotros, las únicas preguntas que pueden y deben aceptarse, estudiarse y, ser
resueltas por el hombre. Formando como hemos dicho, sólo una partícula
imperceptible en la pregunta ilimitada e indefinible del universo, presentan
ante nuestros espíritus un mundo que es infinito en el sentido real, y no
divino o abstracto, de la
palabra. No es infinito en el sentido de un ser supremo
creado por la abstracción religiosa; por el contrario, es infinito por la
tremenda riqueza de sus detalles, que ninguna observación y ninguna ciencia
podrán agotar nunca.
El hombre debería conocer las leyes
que gobiernan el mundo. Pero si el hombre no quiere renunciar a su humanidad, ha de
saber, ha de penetrar con su espíritu todo el mundo visible y sin mantener la
esperanza de comprender alguna vez su esencia hundirse en un estudio cada vez
más profundo de sus leyes: porque nuestra humanidad sólo se adquiere a ese
precio. El hombre debe conseguir un conocimiento de todos los niveles
inferiores, de los que le preceden y de los que son contemporáneos a su propia
existencia; de todas las evoluciones mecánicas, físicas, químicas, geológicas,
vegetales y animales (es decir, de todas las causas y condiciones de su propio
nacimiento y existencia), para ser así capaz de comprender su propia naturaleza
y su misión sobre esta tierra su único hogar y su único escenario de acción y
convenir de esta forma que en este mundo de ciega fatalidad pueda inaugurarse
el reino de la libertad .
La abstracción y el análisis son los
medios a través de los cuales se puede comprender el universo. Y a fin de comprender este
mundo, este mundo infinito, no es suficiente la abstracción aislada. De nuevo
nos llevaría inevitablemente a Dios, al no ser. Mientras aplicamos nuestra
facultad de abstracción, sin la cual jamás podríamos elevarnos desde un orden
simple a un orden más complejo de cosas y, en consecuencia, jamás
comprenderíamos la jerarquía natural de los seres, es necesario que nuestra
inteligencia se sumerja con amor y respeto en un concienzudo estudio de los
detalles y de las minucias infinitesimales, sin los cuales sería imposible
concebir la realidad viviente de los seres.
Sólo unificando ambas facultades, esas dos tendencias
aparentemente contradictorias la abstracción y un análisis atento, escrupuloso
y paciente de los detalles- podemos elevarnos aun verdadero concepto de nuestro
mundo (infinito no sólo externamente, sino también internamente), y formarnos
una idea de algún modo adecuada de nuestro Universo, de nuestra esfera
terrestre o, si se prefiere, de nuestro sistema solar. Se hace entonces
evidente que, mientras nuestras sensaciones y nuestra imaginación sólo pueden
proporcionarnos una imagen o una representación de nuestro mundo necesariamente
falsa en mayor o menor medida, sólo la ciencia puede proporcionarnos una visión
clara y precisa del mismo.
La tarea del hombre es inagotable. Tal es la tarea del hombre:
inagotable, infinita, de sobra suficiente para satisfacer el Corazón y el
espíritu, de los más ambiciosos. Un ser pasajero e imperceptible perdido en
medio de un océano sin riberas de cambio universal, teniendo una eternidad
desconocida tras él y una eternidad igualmente desconocida por delante de él,
el hombre pensante y activo, consciente de su misión humana, permanece
orgulloso y sereno en la conciencia de su libertad ganada liberándose así mismo
mediante el trabajo y la ciencia, y liberando mediante la rebelión cuando es
necesaria a los demás hombres, iguales y hermanos suyos. Este es su consuelo,
su recompensa, su único paraíso.
La unidad verdadera es negación de
Dios. Si le
preguntáis después de este cuál es su pensamiento íntimo y su última palabra
sobre la verdadera unidad del universo, os dirá que está constituida por la
eterna transformación, un movimiento infinitamente detallado y diversificado
que se auto regula y que carece de comienzo, límite y fin. Y este movimiento es
absolutamente lo contrario a cualquier doctrina de la Providencia; es la
negación de Dios.
IDEALISMO y MATERIALISMO
Desarrollo del mundo material. El desarrollo gradual del
mundo material, así como de la vida orgánica animal y de la inteligencia
históricamente progresiva del hombre tanto individual como social es
perfectamente concebible. Constituye un movimiento enteramente natural desde lo
simple a lo complejo, desde lo inferior a lo superior desde lo bajo a lo alto;
un movimiento con forme con nuestra experiencia cotidiana y acorde también con
nuestra lógica natural, con las leyes mismas de nuestra mente, la cual, al
haberse formado, y desarrollado sólo con ayuda de esta misma experiencia, no es
sino su reproducción en la mente y en el cerebro, su pauta mediata.
El sistema de los idealistas. El sistema de los
idealistas es prácticamente lo opuesto. Constituye la completa inversión de
toda la experiencia humana y de todo el sentid común universal y general, que
constituye la condición necesaria de cualquier entendimiento entre los hombres
y que, elevándose desde la verdad simple y unánimemente admitida de que dos por
dos son cuatro hasta las especulaciones científicas más sublimes y complicadas
sin admitir además, nada que no haya sido estrictamente confirmado por la
experiencia o por la observación de los hechos y; fenómenos, se transforma en
la única base seria del conocimiento humano.
El camino de los metafísicos. El camino seguido por los
caballeros de la escuela metafísica es enteramente diferente y por metafísicos
no sólo nos referimos a los seguidores de la doctrina hegeliana, escasos en la
actualidad, sino también a los positivistas ya todos los partidarios actuales
de la diosa ciencia; y, de la misma forma, todos aquellos que, procediendo por
diversos medios, Incluso por el estudio más arduo, aunque necesariamente
imperfecto del pasado y el presente, han levantado un ideal de organización
social donde quieren encasillar a toda costa, como en un lecho de Procrusto, la
vida de generaciones futuras; ya todos los que, en una palabra, no consideran
el pensamiento y la ciencia como manifestaciones necesarias de la vida natural
y social, sino que reducen nuestra pobre vida hasta el extremo de ser en ella
sólo la manifestación práctica de su propio pensamiento y de su propia e
imperfecta ciencia.
El método del idealismo. En vez de perseguir el
orden natural desde lo inferior a lo superior, desde lo más bajo a lo más alto,
desde lo relativamente simple a lo más complejo; en vez de perseguir sabia, y
racionalmente el movimiento progresivo y real, desde el mundo llamado
inorgánico hasta el mundo orgánico, al remo vegetal, a continuación al reino
animal, y por último, al mundo específicamente humano; en vez de seguir el
movimiento desde la materia o la actividad química hasta la materia o la
actividad viviente, y desde la actividad viviente al ser pensante, los
idealistas, obsesionados, cegados y empujados por el divino fantasma que
heredaron de la teología, toman precisamente el camino opuesto.
Comienzan con Dios, presentado como una persona o
como una sustancia o idea divina, y el primer paso que dan es una terrible
caída desde las sublimes alturas del ideal eterno hasta la charca del mundo
material; desde la perfección absoluta a la imperfección absoluta; desde el
pensamiento al ser, o más bien desde el Ser Supremo a la pura nulidad.
El Idealismo y el Misterio de la Divinidad. Cuándo, cómo
o por qué el Ser Divino, eterno, infinito, absolutamente perfecto (y
probablemente aburrido de sí mismo) decidió, dar este desesperado salto mortal
es algo que ningún idealista, ningún teólogo, ningún metafísico ni ningún poeta
ha sido capaz de explicar al laico ni de comprenderlo él mismo. Todas las
religiones, pasadas o presentes, y todos los sistemas de filosofía
trascendental giran alrededor de este misterio único e inicuo.
Los hombres sagrados, los legisladores inspirados por
la divinidad, los profetas y los mesías han buscado allí la vida, para
descubrir únicamente el tormento y la muerte. Como la antigua Esfinge, el misterio los
devoró, porque eran incapaces de explicarlo. Grandes filósofos, desde Heráclito
y Platón hasta Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Fichte, Schelling y Hegel,
por no mencionar a los filósofos indios, han escrito ingentes cantidades de
volúmenes y han construido sistemas tan ingeniosos como sublimes donde dicen de
pasada muchas cosas grandes y bellas, y donde descubren verdades inmortales,
pero dejan este misterio objeto principal de sus investigaciones
trascendentales, tan insondable como antes, y si los gigantescos esfuerzos de
los más prodigiosos genios conocidos por el mundo, que a lo largo de treinta,
siglos por lo menos han emprendido uno tras otro esta labor de Sísifo, sólo han
conducido a hacer todavía más incomprensible este misterio, ¿cómo esperar que
nos sea desvelado por las especulaciones faltas de inspiración de algún
discípulo pedante o de una metafísica artificialmente recalentada? y todo esto
durante un tiempo en que todos los espíritus vivos y serios se han apartado de
la ambigua ciencia que apareció como efecto de un compromiso –sin duda
explicable históricamente entre la sinrazón de la fe y la sensata razón
científica.
Es evidente que este terrible misterio no puede explicarse,
lo cual significa que es absurdo, pues sólo lo absurdo rechaza, la explicación. Es
evidente que quien lo considere esencial, para su vida y felicidad debe
renunciar a su razón y volver si puede, a fe ingenua, ciega y tosca, repitiendo
con Tertuliano y todos los sinceros creyentes las palabras que resumen la
quintaesencia misma de la teología: credo quia absurdum (creo porque es
absurdo). Entonces cesa toda discusión, y sólo permanece la triunfante
estupidez de la fe.
Las contradicciones del idealismo. Los idealistas no tienen su
fuerte en la lógica, y podría decirse que la desprecian. Esta
actitud les distingue de los metafísicos pertenecientes a la escuela panteísta
y deísta y otorga a sus ideas y el carácter del idealismo práctico, que
no extrae su inspiración tanto de un riguroso desarrollo del pensamiento como
de la experiencia casi diría que de las emociones históricas, colectivas e
individuales de la vida.
Esto proporciona a su propaganda un aspecto de opulencia y
poder vital pero sólo un aspecto; porque la vida misma se hace estéril cuando
se ve paralizada por una contradicción lógica.
Esta contradicción consiste en lo siguiente: quieren
a Dios, y quieren a la humanidad. Persisten en conectar ambos términos
que, una vez separados, no pueden vincularse sin una recíproca destrucción.
Afirman al mismo tiempo «Dios y la libertad del hombre», o «Dios y la dignidad,
justicia, igualdad, fraternidad y bienestar de los hombres», sin pagar tributo
a la lógica fatal en virtud de la cual si Dios existe, todas esas cosas están
condenadas a la inexistencia.
Porque si Dios es, es necesariamente el Señor eterno,
supremo y absoluto, y si existe un amo semejante, el hombre es un esclavo.
Ahora bien, si el hombre es un esclavo ni la justicia, ni la igualdad, ni la
fraternidad, ni la prosperidad son posibles para él.
Ellos (los idealistas), desafiando la sensatez y toda
la experiencia histórica, pueden representar a su Dios como un ser animado por
el más tierno amor hacia la libertad humana; pero un señor, haga lo que fuere y
por muy liberal que quiera parecer, seguirá siendo siempre un señor, y su
existencia implicará necesariamente la esclavitud de todos cuantos están por
debajo de él. En consecuencia, si Dios existiera, sólo podría favorecer la libertad
humana de un modo; dejando de existir.
Siendo un celoso amante de la libertad humana, y
considerándola condición necesaria para todo cuanto admiro y respeto en la
humanidad, invierto el aforismo de Voltaire y digo; «Si Dios existiera
realmente, sería necesario abolirlo».
Los defensores contemporáneos del
idealismo.
Con excepción de los corazones y espíritus grandes, pero extraviados, a quienes
me he referido ya, ¿quienes son actualmente los más tercos defensores del
idealismo? En primer lugar, todas las casas reinantes y sus cortesanos. En
Francia fue Napoleón III y su esposa Madame Eugenie; fueron también sus
antiguos ministros, palaciegos y mariscales, desde Rouher y Bazaine hasta
Fleury y Pietri; los hombres y mujeres de este mundo imperial han hecho un buen
trabajo idealizando y salvando a Francia; periodistas y sabios, como los
Cassagnacs, los Girardins, los Duvernois, los Veuillots, los Leverriers, los
Dumas; la falange negra de jesuitas masculinos y femeninos*,
sean cuales fueren sus vestiduras toda la nobleza, así como la alta y media
burguesía de Francia; los liberales doctrinarios y los liberales faltos de la
doctrina; los Guizots, los Thierses, los Jules Favres, los Pelletans y los
Jules Simons, todos ellos ásperos defensores de la explotación burguesa. En
Prusia, en Alemania, es Guillermo I, actual representante del Señor Dios sobre
la tierra; todos sus generales, sus funcionarios, los de Pomerania y los otros;
todo son ejército que, firme en su fe religiosa, acaba de conquistar Francia
del modo «ideal» que hemos llegado a conocer tan bien. En Rusia es el zar y su
corte; los Muravievs y los Bergs, todos los carniceros y piadosos convertidos
de Polonia.
El idealismo es la bandera de la
fuerza bruta.
En resumen, por todas partes el idealismo religioso o filosófico (pues lo uno
es simplemente una interpretación más o menos libre de lo otro) sirve hoy como
bandera de la fuerza material brutal y sangrienta, de la explotación material
desvergonzada.
El materialismo es la bandera de la
igualdad económica y de la justicia social. Por el contrario, la bandera del
materialismo teórico, la bandera roja de la igualdad económica y la justicia
social, es desplegada por el idealismo práctico de las masas oprimidas y
famélicas que intentan poner en práctica la más alta libertad y realizar el
derecho de cada individuo en la fraternidad de todos los hombres sobre la
tierra.
Los verdaderos idealistas y
materialistas. ¿Quiénes son los verdaderos idealistas, no los idealistas de la
abstracción sino los de la vida, no los idealistas del cielo sino los de la
tierra y quiénes son los materialistas?
Es evidente que la condición esencial del idealismo
teórico o divino es el sacrificio de la lógica y la razón humana, y la renuncia
a la ciencia. Por
otra parte, al defender las doctrinas del idealismo nos vemos arrastrados al
campo, de los opresores y explotadores de las masas. Son dos grandes razones
que, según parece, debieran ser suficientes para alejar del idealismo a
cualquier gran espíritu ya todo gran corazón. ¿Cómo entender que nuestros
ilustres idealistas contemporáneos, a quienes sin duda no falta ni espíritu, ni
corazón, ni buena voluntad, que han puesto sus vidas al servicio de la
humanidad, persistan en estar entre los representantes de una doctrina ya
condenada y deshonrada ?
Deben haber sido impulsados por motivos muy fuertes.
Dichos motivos no pueden corresponder a la lógica ni
a la ciencia, porque la lógica y la ciencia han pronunciado su veredicto contra
la doctrina idealista y es razonable pensar que los intereses personales no
pueden contarse entre sus motivos, porque esas personas están infinitamente por
encima de los intereses particulares. Debe existir entonces un poderoso motivo
de orden moral. ¿Cuál? Sólo puede ser uno: estas gentes tan celebradas piensan,
sin duda, que las teorías o creencias idealistas son esenciales para la
dignidad y la grandeza moral del hombre, y que las teorías materialistas lo reducen
al nivel de la bestia.
Pero, ¿y si fuese cierto lo contrario? Todo
desarrollo implica la negación de su punto de partida, y puesto que el punto de
partida es material, según la doctrina de la escuela materialista, la negación
debe ser necesariamente ideal. Comenzando por la totalidad del mundo real, o
por lo que se denomina abstractamente materia, el materialismo llega
lógicamente a la verdadera idealización, es decir, a la humanización, a la
plena y completa emancipación de la sociedad. Por otra parte, y por la misma razón,
el punto de partida de la escuela idealista es ideal y llega necesariamente a
la materialización de la sociedad, a la organización de un despotismo brutal ya
una explotación vil e inicua en las formas de la Iglesia y el Estado. El
desarrollo histórico del hombre con arreglo a la escuela materialista es una
progresiva ascensión, mientras en el sistema idealista no puede ser más que una
continúa caída.
Puntos de divergencia entre
materialismo e idealismo. Sea cual fuere la cuestión relativa al hombre que
examinemos, siempre llegaremos a la misma contradicción básica entre estas dos
escuelas. El materialismo comienza por la animalidad para llegar a establecer
la humanidad; el idealismo comienza por la divinidad para llegar a establecer
la esclavitud, y condenar a las masas a una animalidad perpetua.
El materialismo niega el libre albedrío y termina en
el establecimiento de la
libertad. El idealismo, en nombre de la dignidad humana,
proclama el libre albedrío y descubre la autoridad sobre las ruinas de toda
libertad. El materialismo rechaza el principio de autoridad, concibiéndolo
frontalmente como corolario de la animalidad y creyendo, por el contrario, que
el triunfo de la humanidad –considerado por el materialismo como el objetivo
principal y como el significado de la historia sólo puede realizarse a través
de la libertad. En
una palabra, al tratar cualquier cuestión, siempre encontraréis al idealista
sumido en el materialismo práctico, mientras que siempre veréis al materialista
persiguiendo y realizando las aspiraciones y pensamientos más ideales.
El idealismo es el déspota del pensamiento, lo mismo
que la política es el déspota de la voluntad. Sólo el socialismo y la ciencia
positiva muestran el debido respeto hacia la Naturaleza y la libertad de los
hombres.
El marxismo y sus falacias. La escuela doctrinaria de
socialistas, o más bien los comunistas estatales de Alemania... representan una
escuela bastante respetable, circunstancia que no la exime, sin embargo, de
caer ocasionalmente en errores. Una de sus falacias principales es tener como
base teórica un principio profundamente cierto cuando se concibe de manera
apropiada es decir, desde un punto de vista relativo, pero que se vuelve
radicalmente falso cuando se le considera aislado de las demás condiciones y se
le mantiene como el único fundamento y fuente primaria de todos los demás
principios, según acontece en esa escuela.
Este principio, que constituye el fundamento esencial
del socialismo positivo, recibió por primera vez su formulación científica y su
desarrollo del Sr. Karl Marx, jefe principal de los comunistas alemanes.
Constituye la idea dominante del famoso Manifiesto Comunista.
Marxismo e idealismo. Este principio se encuentra
en contradicción absoluta con el principio admitido por los idealistas de todas
las escuelas. Mientras los idealistas deducen todos los hechos históricos
incluyendo. los desarrollos de intereses materiales y los diversos estadios de
organización económica de la sociedad del desarrollo de las ideas, los
comunistas alemanes ven en toda la historia y en las manifestaciones más
ideales de la .vida humana tanto colectiva como individual, en todos los
desarrollos intelectuales morales, religiosos, metafísicos, científicos,
artísticos, políticos y sociales acontecidos en el pasado y en el presente sólo
el reflejo o el resultado inevitable del desarrollo de los fenómenos
económicos.
Mientras que los idealistas consideran las ideas como
fuente productora y dominante de los hechos, los comunistas, plenamente de
acuerdo con el materialismo científico, mantienen, por el contrario, que los
hechos producen las ideas, y que las ideas son siempre únicamente el reflejo
ideal de los acontecimientos; que en el conjunto total de los fenómenos, los
fenómenos económicos materiales constituyen la base esencial, el fundamento
primario, mientras todos los demás fenómenos intelectuales y morales, políticos
y sociales aparecen como derivados necesarios de los primeros.
¿Quiénes están en lo cierto, los
idealistas o los materialistas? ¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los
materialistas? Cuando la pregunta se plantea así, la duda resulta imposible.
Indudablemente, los idealistas están equivocados y los materialistas están en
lo cierto. Desde luego los hechos vienen antes que las ideas; desde luego, como
dijo Proudhon, el ideal no es sino la flor, cuyas raíces están enterradas en
las condiciones materiales de existencia. Desde luego, toda la historia
intelectual y moral, política y social humana no es sino el reflejo de su
historia económica.
Todas las ramas de la ciencia moderna, de una ciencia
concienzuda y seria, están de acuerdo en proclamar esta verdad grande, básica y
decisiva: el mundo social, el mundo puramente humano, la humanidad, no es sino
el último y supremo desarrollo por lo menos, en lo que respecta a nuestro
propio planeta y la más alta manifestación de la animalidad. Pero
así como todo desarrollo implica necesariamente la negación de su base o punto
de partida la humanidad es al mismo tiempo la negación acumulativa del
principió animal en el hombre, y es precisamente está negación, tan racional
como natural, y racional precisamente por ser natural a un tiempo histórica y
lógica, tan inevitable como el desarrollo y la consumación de todas las leyes
naturales del mundo lo que constituye y crea el ideal, el mundo de las
convicciones intelectuales y morales, el mundo de las ideas.
El primer dogma del materialismo. «Mazzini» afirma que los
materialistas somos ateos. Nada tenemos que decir a esto porque en efecto somos
ateos, y nos enorgullecemos de ello, al menos en la medida en que puede
permitirse el orgullo a desdichados individuos que como olas se elevan por un
momento y luego desaparecen en el vasto océano colectivo de la sociedad humana.
Nos enorgullecemos de ello porque el ateísmo y el materialismo son la verdad, o
más bien la efectiva base de la verdad, y también porque deseamos la verdad y
sólo la verdad por encima de todo lo demás y por encima de las consecuencias prácticas
y además creemos que a pesar de las apariencias, a pesar de las cobardes
insinuaciones de una política de cautela y escepticismo, sólo la verdad traerá
consigo un bienestar práctico para el pueblo.
Este es el primer dogma de nuestra fe. Pero mira
hacia adelante, hacia el futuro, y no hacia atrás.
El segundo dogma del materialismo. De todas formas, él
«Mazzini» no se conforma con señalar nuestro ateísmo y materialismo; deduce de
él que no podemos amar a las personas ni respetarlas por sus virtudes ; que las
grandes cosas que han hecho vibrar los más nobles corazones –la libertad, la
justicia, la humanidad, la belleza, la verdad deben ser todas ajenas a
nosotros, y que remolcando sin meta alguna nuestra desdichada existencia
–arrastrándonos más que andando derechos sobre la tierra no tenemos
preocupación alguna salvo gratificar nuestros toscos y sensuales apetitos.
Y nosotros le decimos, venerable pero injusto maestro
«Mazzini», que está en un lamentable error. ¿Quiere saber en qué medida amamos
esas cosas grandes y bellas, cuyo conocimiento y amor nos niega? Entienda que
nuestro amor por ellas es tan fuerte que de todo corazón estamos enfermos y
cansados viéndolas para siempre suspendidas en su Cielo que las robó de la
tierra como símbolos y promesas nunca cumplidas. Ya no nos contentamos con la
ficción de esas bellas cosas: las queremos en su realidad
Y aquí está el segundo dogma de nuestra fe, ilustre
maestro. Creemos en la posibilidad y en la necesidad desdicha realización sobre
la tierra; y, al mismo tiempo, estamos convencidos de que todas esas cosas que
usted venera como esperanzas celestiales perderán necesariamente su carácter
místico y divino cuando se conviertan en realidades humanas y terrestres.
La materia del idealismo. Usted pensaba que se había
deshecho completamente de nosotros llamándonos materialistas. Pensaba que así
nos condenaba y aplastaba. Pero o ¿sabe usted de dónde proviene ese error suyo?
Lo que usted y nosotros llamamos materia son dos cosas totalmente distintas,
dos conceptos totalmente diferentes. Su materia es una identidad ficticia como
su Dios, como su Satán, como su alma infinita. Su materia es tosquedad
infinita, brutalidad inerte, una entidad tan imposible como el espíritu puro,
incorpóreo y absoluto; los dos existen sólo como invenciones de la abstracta
fantasía de los teólogos y metafísicos, únicos autores y creadores de ambos
inventos. La historia de la filosofía nos ha revelado el proceso –de hecho un
proceso simple de la creación inconsciente de esta ficción, el origen de esta
fatal ilusión histórica, que durante el largo transcurso de muchos siglos ha
pendido gravosamente, como una terrible pesadilla, sobre las mentes oprimidas
de generaciones humanas.
El espíritu y la materia.
Los primeros
pensadores fueron necesariamente teólogos y metafísicos, pues la mente humana
está constituida de tal manera que siempre debe comenzar con un gran margen de
sinsentido, falsedad y errores para, conseguir llegar a una pequeña porción de
verdad. Todo lo cual no habla en favor de las tradiciones sagradas del pasado.
Los primeros pensadores, digo, tomaron la suma de todos los seres reales
conocidos por ellos, incluidos ellos mismos, la suma de todo cuanto les parecía
representar la fuerza, el movimiento, la vida y la inteligencia, y
llamaron espíritu. A todo lo demás de que su mente lo hubiera abstraído
inconscientemente del mundo real, lo llamaron materia, y entonces se asombraron
de que esta materia que existía sólo en su imaginación, como el propio espíritu,
fuese tan inactiva, tan estúpida frente a su Dios el puro espíritu.
La materia de los materialistas. Admitimos francamente que
no conocemos a su Dios, pero tampoco conocemos a su materia; o, más bien,
sabemos que ninguno de los dos conceptos existe, sino que fueron creados a
priori por la fantasía especulativa de pensadores ingenuos de épocas pasadas.
Con las palabras materia y material queremos indica la totalidad, la jerarquía
de los entes reales, comenzando por los cuerpos orgánicos más simples y
acabando con la estructura y el funcionamiento del cerebro de los más grandes
genios: los sentimientos más sublimes, los pensamientos más grandes, los actos
más heroicos, actos de auto sacrificio, deberes tanto como derechos, la
voluntaria renuncia al propio bienestar, al propio egoísmo hasta las
aberraciones trascendentales y místicas de Mazzini, así como las
manifestaciones de la vida orgánica, las propiedades y acciones químicas, la
electricidad, la luz, el calor, la gravedad natural de los cuerpos, o que lo
constituye, a nuestro entender, un conjunto muy diferenciado, pero al mismo
tiempo estrechamente relacionado, de evoluciones dentro de esa totalidad del
mundo real que denominamos material
El materialismo no es un panteísmo. Y obsérvese que bien que no
consideramos a esta totalidad como una especie de sustancia absoluta y
eternamente creativa, al modo, de los panteístas, sino como el perpetuo
resultado producido y reproducido de nuevo por la concurrencia de una infinita
serie de acciones y reacciones, por las incesantes transformaciones de los
seres reales que nacen y mueren en el seno de esta infinitud.
La materia comprende el mundo ideal. Resumiré: indicamos con la
palabra material todo cuanto acontecen el mundo real, dentro y fuera del
hombre, y aplicamos la palabra ideal exclusivamente a los productos de la
actividad cerebral del hombre; pero puesto que nuestro cerebro es por entero
una organización de orden material, y su función es también material, como la
acción de todas las demás cosas, se deduce de ello que lo que llamamos materia
o mundo material no excluye en modo alguno, sino que incluye necesariamente
también al mundo ideal.
Materialistas e idealistas en la práctica. He aquí. Un
hecho que merece una atenta reflexión por parte de nuestros adversarios
platónicos. ¿A qué se debe que los teóricos del materialismo acostumbren
mostrarse en la práctica más idea listas que los propios idealistas? Esta
paradoja es, de todas formas, bastante lógica y natural. Porque todo desarrollo
implica en alguna medida una negación del punto de partida; los teóricos del
materialismo comienzan con el concepto de materia y desembocan en la idea,
mientras los idealistas, que adoptan como punto de partida la idea pura y
absoluta, reiterando constantemente el viejo mito del pecado original única
expresión simbólica de su propio y triste destino recaen teórica y
prácticamente en el dominio de la materia que, a su entender, nos tiene
irremisiblemente enredados a nosotros, ¡y qué materia! Una materia brutal,
innoble y estúpida, creada por su propia imaginación como su alter ego, o como
la reflexión de su yo ideal.
Del mismo modo, los materialistas, que siempre
armonizan sus teorías sociales con el curso efectivo de la historia, conciben
el estadio animal, el canibalismo y la esclavitud como los primeros puntos de
partida en el movimiento progresivo de la sociedad; pero ¿a qué apuntan? ¿Qué
quieren? Quieren la emancipación, la plena humanización de la sociedad;
mientras que los idealistas, adoptando por premisa básica de sus especulaciones
el alma inmortal y la autonomía de la voluntad, terminan inevitablemente en el
culto al orden público, como Thiers, o en el culto a la autoridad, como
Mazzini; es decir, en el establecimiento y la canonización de una esclavitud
perpetua. De aquí se deduce que el materialismo teórico desemboca
necesariamente en el idealismo práctico, y que las teorías idealistas
únicamente encuentran su realización en un tosco materialismo práctico.
Ayer mismo se desplegó ante nuestros ojos la prueba
de lo que acabamos de decir. ¿Dónde estaban los materialistas y ateos? En la
Comuna de París y ¿dónde estaban los idealistas que creen en Dios? En la Asamblea Nacional. El
de Versalles. ¿Qué querían los revolucionarios de Paris? Querían la
emancipación definitiva de la humanidad a través de la emancipación del
trabajo. ¿Y qué quiere actualmente? ¿En la triunfante Asamblea
de Versalles? La degradación definitiva de la humanidad bajo el doble yugo del
poder espiritual y secular
Los materialistas quieren avanzar, imbuidos de fe y
despreciando el sufrimiento, el peligro y la muerte, porque ven ante ellos el
triunfo de la humanidad, Pero los idealistas faltos de empuje y presagiando
únicamente espectros sangrientos, quieren llevar como sea a la humanidad, de nuevo:
hacia el lodazal de donde ha ido saliendo con tan grandes dificultades.
Que cada cual compare y forme su juicio.
CIENCIA: UN ESBOZO GENERAL
La unidad de la ciencia.
El mundo es una
unidad a pesar de la infinita variedad de sus componentes. La razón humana, que
considera a este mundo como un objeto a investigar y comprender, es la misma o
idéntica a pesar, del infinito número de diversos seres humanos pasados y
presentes en los que se encarna. En consecuencia, la ciencia debe ser también
algo unificado, porque no es sino el reconocimiento y la comprensión del mundo
por la razón humana.
El objeto de la ciencia.
La ciencia tiene como
único objeto la conceptualización y, en lo posible, la reproducción sistemática
de las leyes inmanentes a la vida material, mismo que intelectual y moral, de
los mundos físico y social, que en realidad forman parte del mismo mundo
natural.
Estas leyes se dividen y subdividen en leyes
generales, particulares y especiales.
El método de la ciencia.
A fin de establecer
esas leyes generales, particulares y especiales, el hombre no tiene más
instrumento que la atenta y exacta observación de los hechos y fenómenos que se
producen tanto fuera como dentro de él, y en el curso de esta observación, el
hombre distingue lo accidental, contingente y mutable de lo que ocurre siempre
y en todas partes del mismo modo invariable.
¿Cuál es el método científico? Es el método realista par excellence.
Procede de lo particular a lo general, del estudio y el establecimiento de los
hechos a su comprensión, y desde ellos a las ideas. Sus ideas son sólo la fiel
representación de la coordinación, sucesión y mutua acción o causalidad que
existe entre los hechos reales y los fenómenos. Su lógica no es más que la
lógica de los hechos.
El método científico o positivista no admite ninguna
síntesis que no haya sido verificada previamente por la experiencia y por un
análisis escrupuloso de los hechos.
Experimentación y crítica. El hombre carece de medio
alguno para determinar firmemente la realidad de una cosa, hecho o fenómeno
dado que no sea encontrarlo, reconocerlo y establecerlo de un modo efectivo y
en su plenitud sin mezcla alguna de fantasía, conjeturas e irrelevancias
suscitadas por la mente humana. De esta forma, la experiencia se convierte en
el fundamento de la ciencia, y no estamos pensando ahora en la experiencia del
individuo... Por consiguiente, la ciencia tiene en su base la experiencia
colectiva de los contemporáneos, tanta como la de todas las generaciones
pasadas. No admite ningún dato sin una crítica preliminar.
¿En qué consiste esta crítica? Consiste en comparar
cosas afirmadas por la ciencia con las conclusiones de mi propia experiencia
personal. ¿Y en qué consiste la experiencia de todo individuo? En los datos de
sus sentidos gobernados por su razón... No acepto nada que no haya encontrado
en el estado material, que no haya visto, oído o, en los casos en que sea
posible, tocado con mis propios dedos Personalmente, éste es el único medio que
tengo para convencerme de la realidad de un objeto: y sólo me fío de las
personas que proceden absolutamente del, mismo modo.
De aquí se deduce que la ciencia se basa ante todo en
la coordinación de una masa de experiencias personales pasadas y presentes
siempre sometidas a la prueba rigurosa de la crítica recíproca... Es imposible
imaginar ninguna, base más democrática. Constituye el fundamento esencial
primario, y todo conocimiento humano que en último análisis no haya sido
verificado por esa crítica, debe excluirse, por completo por estar falto de
cualquier certeza o valor científico.
Ciencia y creencia. No hay nada tan
desagradable para la ciencia como la creencia. La crítica jamás dice la última
palabra. Porque la crítica que representa los grandes principios de la rebelión
dentro de la ciencia es el guardia severo e incorruptible de la verdad.
La inadecuación de experiencia y
crítica.
Sin embargo la ciencia no puede confinarse a esta base, que no hace sino
suministrarla una multitud de los hechos más diversos debidamente confirmados
por Incontables observaciones y experiencias individuales. La ciencia comienza
propiamente; con la comprensión de las cosas, los hechos y los fenómenos
Las propiedades de la ciencia.
La idea general es
siempre una abstracción, y por consiguiente en alguna medida una negación de la
vida real. He dicho que el pensamiento, humano y, por tanto, la ciencia misma,
sólo pueden captar y nombrar en los hechos reales su significado general, sus
relaciones generales, sus leyes generales; en resumen, el pensamiento y la
ciencia pueden captar aquello que es permanente en la continua transmutación de
las cosas, pero jamás su aspecto material e individual, palpitante de vida y
realidad, pero por eso mismo pasajero y elusivo.
Los limites de la ciencia.
La ciencia comprende
el pensamiento de la realidad, pero no la realidad misma el pensamiento de la
vida, pero no la vida misma. Este es su límite, su único límite insuperable,
puesto que se basa en la naturaleza misma del pensamiento humano, único órgano
de la ciencia.
La misión de la ciencia.
Es en esta naturaleza
del pensamiento donde se fundan los indiscutibles derechos y la gran misión de
la ciencia, así como su impotencia respecto a la vida, e incluso su acción
perniciosa allí donde se arroga, mediante sus representantes oficiales, el
derecho a gobernar la vida.
La misión de la ciencia es la siguiente: estableciendo las
relaciones generales de las cosas pasajeras y reales, discerniendo las leyes
generales inherentes al desarrollo de los fenómenos de los mundos físico y
social, fija por decir lo así los hitos inmodificables en la marcha progresiva
de la humanidad, indicando también las condiciones generales, cuya rigurosa
observación es una cuestión de primera necesidad, y cuya ignorancia u olvido
conduce a resultados fatales.
Ciencia y vida. En una palabra, la ciencia
es el ámbito de la vida, pero no la vida misma. La ciencia es inmutable,
impersonal, general, abstracta e insensible como las leyes que idealmente
reproduce, leyes deducidas a través del pensamiento o mentales, es decir,
cerebrales. La palabra cerebral se utiliza aquí para recordar que la propia
ciencia es sólo un producto material de un órgano material humano: el cerebro.
La vida es huidiza y transitoria, pero también
palpita de realidad e individualidad, de sensibilidad, sufrimientos, goces,
aspiraciones, necesidades y pasiones. Por sí sola crea espontáneamente cosas y
seres reales. La ciencia no crea nada; se limita a reconocer y establecer las
creaciones de la vida, y cada vez que los científicos, emergiendo de su mundo
abstracto, interfieren el trabajo de la creación vital en el mundo real, todo
cuanto proponen o producen es pobre y ridículamente abstracto, exangüe y sin
vida, prematuro como el homúnculo creado por Wagner, ese pedante discípulo del
inmortal doctor Fausto. De aquí se deduce que la única misión de la ciencia es
iluminar la vida, y no gobernarla.
Ciencia racional. Por ciencia racional
entendemos una ciencia que se ha liberado de todos los fantasmas metafísicos y
religiosos, pero que al mismo tiempo difiere de las ciencias puramente
experimentales y críticas. Difiere de estas últimas, en primer lugar, por no
confinar sus investigaciones a un objeto definido e intentar abarcar el mundo
entero siempre que ese mundo sea conocido, porque la ciencia racional no se
interesa por lo desconocido, en segundo lugar, la ciencia racional, al revés
que la ciencia experimental, no se limita al método analítico y recurre también
al método de síntesis, procediendo a menudo mediante la analogía y la
deducción, aunque sólo confiera un significado hipotético a las síntesis, salvo
cuando han sido confirmadas a conciencia por el análisis experimental o crítico
más riguroso,
Las hipótesis de la ciencia racional
y la metafísica. Las hipótesis de la ciencia racional difieren de las hipótesis metafísicas
en que estas últimas, deduciendo sus presupuestos como corolarios lógicos de un
sistema absoluto, pretenden forzar a la Naturaleza a aceptarlas, mientras las
hipótesis de la ciencia racional no proceden de un sistema trascendental, sino
de una síntesis que en sí misma es sólo el resumen o la inferencia general
hecha a partir de una diversidad de hechos, cuya validez ha quedado demostrada
mediante la
experiencia. Este es el motivo de que tales hipótesis jamás
puedan tener un carácter imperativo y obligatorio y que, por el contrario, se
presenten listas ya para su supresión tan pronto como se vean refutadas por
nuevas experiencias,
Residuos teológicos y metafísicos en
la ciencia. Puesto que en el desarrollo histórico del intelecto humano
la ciencia siempre viene después de la teología y la metafísica, el hombre
llega a este estadio científico ya preparado, y en gran medida corrompido, por
un tipo específico dé pensamiento abstracto. Arrastra muchas ideas abstractas
construidas por la teología tanto como por la metafísica ideas que por una
parte eran objeto de una fe ciega, que por otra eran objeto de especulaciones
trascendentales y juegos de palabras más o menos ingeniosos, explicaciones
pruebas de un tipo que no prueba ni explica nada porque están más allá de la
esfera del experimento concreto, porque la metafísica no tiene más garantía de
los objetos sobre los que razona que las afirmaciones o dictados categóricos de
la teología.
Desde la teología y la metafísica
hacia la ciencia. El hombre, que al principio es teólogo y metafísico, y luego se cansa de
ambas cosas debido a su esterilidad teórica y sus perniciosos resultados en la
práctica, arrastra como cosa natural todas esas ideas a la ciencia, Pero no las
introduce en calidad de principios fijos a utilizar como puntos de partida,
sino como cuestiones que deben ser resueltas por la ciencia. Llegó a la
ciencia porque comenzó a dudar de esas ideas, y duda de esas ideas porque su
larga experiencia en la teología y la metafísica, donde se engendraron, le
demostró que ninguna le proporcionaba certeza alguna sobre la realidad de sus
creaciones y lo que pone en duda y rechaza en primer lugar, no es tanto esas
creaciones e ideas como los métodos, medios y caminos mediante los cuales
fueron creadas por la teología y la metafísica.
Rechaza el sistema de revelaciones y la fe de los
teólogos en el absurdo porque es absurdo, y ya no desea verse empujado por el
despotismo de los sacerdotes ni por los carniceros de la Inquisición. Sobre
todo, rechaza la metafísica porque adoptó sin crítica o con una crítica
ilusoria y demasiado complaciente y suave las creaciones e ideas básicas de la
teología: las ideas sobre el Universo, sobre Dios y sobre un alma o espíritu
separado de la materia.
Sobre esas ideas Construyó su sistema, y puesto que tomó el
absurdo como punto dé partida, inevitablemente terminó en el absurdo. Por eso,
emergiendo de la teología y la metafísica, el hombre busca ante todo un método
verdaderamente científico que le proporcione una completa certeza sobre la
realidad de las cosas acerca de las cuales razona.
La gran unidad de la ciencia es
concreta.
Vasta como el mismo mundo, ella «la ciencia supera» las capacidades del hombre
individual, aunque sea el más inteligente de los humanos. Nadie es capaz de
abarcar la ciencia en toda su universalidad y en todos sus infinitos detalles.
Aquel que se ata a lo general y desprecia lo particular recae inmediatamente en
la metafísica y la teología, pues la generalización científica difiere
de la generalización teológica y metafísica en que aquella no se construye
sobre una abstracción de todos los seres concretos, como acontece con la
metafísica y la teología, sino por el contrario, sobre la conexión de los seres
concretos dentro de un todo ordenado.
La gran unidad de la ciencia es concreta. Es unidad
en la infinita diversidad, mientras la unidad de la teología, y la metafísica
es abstracta; es una unidad en el vacío. Para captar la unidad científica en
toda su infinita realidad sería preciso poder comprender todos los seres cuyas
interrelaciones naturales, directas o indirectas, constituyen el universo y,
como es evidente, esta tarea excede de la capacidad de cualquier hombre, de
cualquier generación, o incluso de la humanidad como conjunto.
La ventaja de la ciencia positiva. La inmensa ventaja de la
ciencia positiva sobre la teología, la metafísica, la política y la teoría
jurídica consiste en que, en lugar de construir las abstracciones falsas y
dañinas mantenidas por esas doctrinas, elabora abstracciones verdaderas que
expresan la naturaleza general y la lógica de las cosas, sus relaciones
generales y las leyes generales de su desarrollo. Esto es lo que separa «a la
ciencia positiva» de todas las doctrinas precedentes, y le asegura para siempre
un lugar importante y significativo en la sociedad humana.
Filosofía racional y positiva. La filosofía racional o
ciencia universal no procede aristocrática o autoritariamente, como hace la
metafísica difunta. Esta última, organizada siempre de arriba abajo, mediante
deducción y síntesis, también pretendía reconocer la autonomía y la libertad de
las ciencias particulares, pero en realidad las limitaba en gran medida,
imponiendo leyes e incluso hechos que a menudo no podían hallarse en la
naturaleza, e impidiendo que se concentraran en investigaciones experimentales,
cuyos resultados podrían haber reducido a cero todas las especulaciones de los
metafísicos.
Como puede observarse, la metafísica ha actuado según
el método de los estados centralizados. La filosofía racional, por el contrario,
es una ciencia puramente democrática. Está organizada de modo libre, de abajo
arriba, y considera a la experiencia como su único fundamento. No puede
aceptar nada que no haya sido analizado o confirmado por la experiencia o por
la crítica más severa. Por consiguiente, Dios, el Infinito, lo Absoluto, y
todos esos temas tan queridos de la metafísica están por completo ausentes de
la ciencia racional. Se aparta de ellos con indiferencia, considerándolos como
fantasmas y espejismos.
Pero los fantasmas y espejismos juegan un papel
esencial en el desarrollo de la mente humana; por lo general, el hombre ha
alcanzado la comprensión de verdades simples sólo tras concebir, y más tarde
agotar, todo tipo de ilusiones, y puesto que el desarrollo de la mente humana es
un tema real para la ciencia, la filosofía natural asigna a esas ilusiones sus
verdaderos lugares. Sólo se preocupa de ellas, desde el punto de vista de la
historia, y al mismo tiempo intenta mostrarnos las causas fisiológicas e
históricas del nacimiento, desarrollo y decadencia de las ideas religiosas y
metafísicas, así como su necesidad relativa y transitoria para el desarrollo de
la mente humana. Así les hace toda la justicia a la que tienen derecho, y luego
se aparta de tales cuestiones para siempre.
Coordinación de las ciencias. Su tema es el mundo real y
conocido. A los ojos del filósofo racional, sólo hay una existencia y una
ciencia en el mundo. Por eso intenta unificar y coordinar todas las ciencias
particulares. Esta coordinación de todas las ciencias positivas dentro de un
solo sistema del conocimiento humano constituye la filosofía positiva o la
ciencia universal. Al ser la heredera, y al mismo tiempo la negación absoluta
de la religión y la metafísica, esta filosofía ya anticipada y preparada hace
mucho tiempo por las mentes más nobles fue concebida por vez primera como
sistema completo por el gran pensador francés Augusto Comte, que audaz y
hábilmente trazó su perfil original.
La coordinación de las ciencias establecida por la
filosofía positiva no es una simple yuxtaposición; es una especie de
concatenación orgánica que comienza con la ciencia más abstracta la matemática,
cuyo tema son las realidades del orden más simple y asciende gradualmente hacia
ciencias relativamente más concretas, cuyo tema son realidad de complejidad
cada vez mayor, y así desde la pura matemática pasamos a la mecánica, a la
astronomía, y luego la física, la química, la geología y la biología,
incluyendo aquí la clasificación, la anatomía comparada y la fisiología de las
plantas y de los animales; en último lugar está la sociología, que comprende
toda la historia humana, así como el desarrollo de la existencia humana
colectiva e individual en la vida política, económica, social, religiosa,
artística y científica.
No hay solución de continuidad en esta transición
entre todas las ciencias, comenzando en las matemáticas y terminando en la sociología. Una
existencia singular, un conocimiento singular, y siempre el mismo método
básico, pero que se vuelve cada vez más complicado según aumentan en
complejidad los hechos presentados ante él. Toda ciencia que forma un eslabón
en esta serie sucesiva se apoya ampliamente sobre la precedente y en la medida
que nos permite el estado actual de nuestros conocimientos se presenta como el
desarrollo necesario de la ciencia anterior.
El orden de las ciencias en las
clasificaciones de Comte y Hegel. Es curioso observar que el orden de las ciencias
establecido por Augusto Comte es casi el mismo de la Enciclopedia «de la Ciencia» de
Hegel, el más grande metafísico de los tiempos pasados o presentes, cuya gloria
consistió en desarrollar la filosofía especulativa hasta su punto
culminante, desde el cual impulsada por su propia dialéctica peculiar tuvo que
seguir el camino descendente de la autodestrucción. Pero
entre Augusto Comte y Hegel había una enorme diferencia. Este último, como
verdadero metafísico que era, espiritualizó la materia en la Naturaleza
deduciéndola de la lógica, es decir, del espíritu. Augusto Comte por el
contrario, materializó el espíritu, fundamentándolo exclusivamente en la
materia y en ello reside su mayor gloria.
Psicología. De esta forma, la psicología una
ciencia tan importante, que constituía la base misma de la metafísica y era
considerada por la filosofía especulativa como algo prácticamente absoluto,
espontáneo e independiente de cualquier influencia material en el sistema de
Augusto Comte se basa exclusivamente en la fisiología, y no es sino el
desarrollo continuado de esta última ciencia. En consecuencia, lo que llamamos
inteligencia, imaginación, memoria, sentimiento, sensación y voluntad no son, a
nuestros ojos, sino las diversas facultades, funciones y actividades del cuerpo
humano.
El punto de partida de la ciencia
positiva en su estudio del mundo humano. Desde el punto de vista moral, el
socialismo es la propia estima del hombre que sustituye al cuto divino y
desde el punto de vista científico y práctico es la proclamación de un
principio que penetró en la conciencia del pueblo y se convirtió en el punto de
partida para las investigaciones y el desarrollo de la ciencia positiva tanto
como para el movimiento revolucionario del proletariado.
Este principio, resumido en toda su simplicidad,
afirma lo siguiente: «Lo mismo que en el llamado mundo material la materia
inorgánica (mecánica, física, química) es la base determinante de la materia
orgánica (vegetal, animal, cerebral y mental), en el mundo social que
puede considerarse como el último estadio conocido en el desarrollo del mundo
material el desarrollo de los problemas económicos, ha sido siempre la base
determinante del desarrollo religioso, filosófico y social».
Considerado desde este punto de vista, el mundo
humano, su desarrollo y su historia, se nos presentará un día bajo una luz
nueva y mucho más amplia, natural y humana, cargada con lecciones para el
futuro. Antes se consideraba al mundo humano como la manifestación de una idea
teológica, metafísica y jurídico política, pero actualmente debemos renovar su
estudio tomando la Naturaleza como punto de partida, y la peculiar fisiología
del hombre como hilo conductor.
La sociología y sus tareas. Ya podemos prever la
aparición de una nueva ciencia: la sociología, ciencia de las leyes generales
que gobiernan todos los desarrollos de la sociedad humana. Esta ciencia será el
último estadio y el pináculo glorioso de la filosofía positiva. La historia y
la estadística nos prueban que el cuerpo social, como cualquier otro, cuerpo
natural, obedece en sus evoluciones y transformaciones a leyes generales que
parecen ser tan necesarias como las leyes del mundo físico. La tarea de la
sociología debe ser aislar esas leyes a partir de la masa de acontecimientos
pasados y hechos actuales. Prescindiendo del inmenso interés que ya presenta
para la mente, la sociología constituye una promesa de gran valor práctico de
cara al futuro.
Pues lo mismo que podemos dominar la Naturaleza y
transformarla de acuerdo con nuestras necesidades progresivas gracias a los
conocimientos adquiridos sobre las leyes naturales, así también sólo seremos
capaces de realizar la libertad y la prosperidad en el medio social cuando
tengamos en cuenta las leyes naturales y permanentes que gobiernan ese medio.
Cuando reconozcamos que el vacío que en la fantasía,
de los teólogos y metafísicos separaba el espíritu de la naturaleza no existe
en absoluto, tendremos que considerar al cuerpo social como a cualquier otro
cuerpo, quizá más complejo que los otros, pero tan natural como ellos y
obediente a las mismas leyes, además de las que le sean aplicables a él con
exclusividad. Una vez admitido esto, resultará evidente que el conocimiento y
la observación rigurosa de esas leyes son indispensables para hacer practicables
las transformaciones sociales que emprenderemos.
Pero, por otra parte, sabemos que la sociología es
una ciencia surgida sólo recientemente y que todavía está persiguiendo sus
principios elementales. Si enjuiciamos esta ciencia, la más difícil de todas,
siguiendo el ejemplo de las otras, habremos de admitir que serán necesarios
siglos –o al menos un siglo para que pueda adquirir forma definitiva y
convertirse en una ciencia seria y más o menos adecuada y autosuficiente.
La historia no es todavía una
ciencia real.
La historia, por ejemplo, no existe todavía como una ciencia, real, y
actualmente sólo estamos empezando a atisbar las tareas infinitamente complejas
de esta ciencia. Pero supongamos que la historia como ciencia ya se ha
constituido en su forma definitiva. ¿Qué podría proporcionarnos? Ofrecería un
cuadro fiel y racional del desarrollo natural de las condiciones generales
materiales y espirituales, económicas, políticas, sociales, religiosas,
filosóficas, estéticas y científicas de sociedad, es que han tenido una
historia,
Pero este cuadro universal de la civilización humana,
por muy detallado que pudiera ser, jamás presentaría más que una evaluación
general y, por consiguiente, abstracta los miles de millones de individuos que
constituyen los materiales vivos y sufrientes de esta historia, triunfante y
lúgubre aun tiempo (triunfante desde la perspectiva de sus resultados
generales, y lúgubre desde la perspectiva de la gigantesca hecatombe de
víctimas humanas «aplastadas por las ruedas de su carroza», esos innumerables
individuos oscuros sin los cuales no se habrían obtenido los grandes resultados
abstractos de la historia (y que como conviene recordar en todo momento, jamás
se han beneficiado con ninguno de esos resultados) no encontrarán siquiera el
más pequeño puesto en la historia, vivieron y fueron sacrificados, aplastados
por el bien de la humanidad abstracta, eso es todo.
La misión y los límites de la
ciencia social. ¿Debe culparse de ello a la historia? Tal actitud sería absurda e injusta.
Los individuos son demasiado esquivos para ser captados por el pensamiento, por
la reflexión, o incluso por la palabra humana, sólo capaz de expresar
abstracciones se evaden en el presente como se evadían en el pasado. En
consecuencia, la propia ciencia social, la ciencia del futuro, seguirá
ignorándolos necesariamente, y todo cuanto tenemos derecho a exigir de ella es
que nos indique veraz, y definitivamente las causa, generales del sufrimiento
individual. Entre esas causas no olvidará, desde luego, la inmolación y
subordinación (demasiado común incluso en nuestros tiempos) de los individuos
vivos a las generalizaciones abstractas; y al mismo tiempo tendrá que
mostrarnos las condiciones generales necesarias para la emancipación real de
los individuos que viven en la sociedad. Esta es su misión y éstos son sus
límites, más allá de los cuales su actividad puede ser perniciosa e impotente.
Porque más allá de esos límites comienzan las pretenciosas exigencias
doctrinarias y gubernamentales de sus representantes autorizados, sus
sacerdotes. Es tiempo de prescindir de todos los papas y sacerdotes: no los
queremos ya más entre nosotros, ni siquiera si se llaman a si mismos
socialdemócratas.
Repito una vez más: la única misión de la ciencia es
iluminar el camino. Sólo la vida misma, liberada de todas las prisiones
gubernamentales y doctrinarias y dueña de la plena libertad de una acción
espontánea, es capaz de crear.
CIENCIA Y AUTORIDAD
Ciencia y gobierno. Un cuerpo científico
encargado del gobierno de la sociedad terminaría pronto dedicándose, no a la
ciencia, sino a otros intereses muy distintos. Como en el caso de loS demás
poderes establecidos, su interés sería perpetuar su poder y consolidar su
posición haciendo a la sociedad colocada bajo su cuidado aún más estúpida y, en
consecuencia, aún más necesitada de ser gobernada y dirigida por dicho cuerpo.
De aquí se deduce que la única misión de la ciencia
es iluminar la vida, pero no gobernarla.
El gobierno de la ciencia y de los hombres de
ciencia, aunque se llamen a sí mismos positivistas, discípulos de Augusto
Comte, o incluso discípulos de la escuela doctrinaria del comunismo alemán, no
puede dejar de ser impotente, ridículo, inhumano, cruel, opresivo, explotador y
pernicioso.
Por ello, lo que predice es, hasta cierto punto,
la revuelta de la vida contra la ciencia o, más bien, contra el gobierno de la
ciencia, revuelta que no se dirige a la destrucción de la ciencia pues eso
significaría un gran crimen contra la humanidad sino a situar a la ciencia en
su lugar adecuado para que nunca más lo abandone.
Las tendencias autoritarias de los
científicos.
Aunque podemos estar casi seguros de que ningún científico intentará tratar
actualmente a un hombre como trata a los conejos, nos sigue quedando el miedo
de que los científicos como corporación, podrían, si se les permitiera, someter
a los hombres a experimentos científicos, indudablemente menos crueles, pero no
menos desastrosos para sus víctimas humanas. Si los científicos no pueden
realizar experimentos sobre los cuerpos de los individuos, estarán ansiosos de
realizarlos sobre el cuerpo colectivo, y esto es lo que debe evitarse por todos
los medios.
Los sabios como casta. En su actual organización
los monopolizadores de la ciencia, que como tales permanecen fuera de la vida
social, forman indudablemente una casta separada que tiene muchas cosas en
común con la casta sacerdotal. La abstracción científica es su dios, los individuos
vivos y reales sus víctimas, y ellos los sacerdotes titulados y consagrados.
Al revés que el arte, la ciencia es
abstracta.
La ciencia no puede salir del dominio de las abstracciones. En este sentido, es
muy inferior al arte que se enfrenta a tipos y situaciones generales, pero
utilizando sus propios métodos, los incorpora en formas que, aun no siendo
formas vivas en el sentido de la vida real, no por ello son menos capaces de
suscitar en nuestra imaginación el sentimiento y la reminiscencia de la vida. En cierto sentido,
el arte individualiza tipos y situaciones que ha concebido; y mediante esas
individualidades sin carne y hueso y por consiguiente, permanentes e inmortales
que tiene la capacidad de crear, suscita en nuestras mentes individuos vivos y
reales que aparecen y desaparecen ante nuestros ojos. El arte es, por tanto,
una especie de retorno de la abstracción hacia la vida. La ciencia, en
cambio, es la inmolación perpetua de la vida fugitiva y pasajera, pero real, en
el altar de las abstracciones eternas.
La ciencia y el hombre real. Sin embargo, la historia no
la hacen individuos abstractos, sino individuos reales, vivos y transitorios.
Las abstracciones no se mueven por sí mismas sólo avanzan cuando las llevan
personas reales.
Pero la ciencia carece de corazón para esos seres que
no están compuestos de puras ideas, sino de carne y hueso. Como máximo los
considera como material para desarrollos intelectuales y sociales. ¿Qué le
importan las condiciones particulares y el efímero destino de Pedro o Jaime?
Puesto que por su misma naturaleza la ciencia tiene
que, ignorar la existencia y el destino del individuo de los Pedros y los
Jaimes jamás debe permitírsele, ni a nadie en su nombre, que gobierne a Pedro
ya Jaime. Porque en este caso, la ciencia sería capaz de tratarlos de modo muy
semejante a como trata a los conejos. O quizá seguiría ignorándolos. Pero sus
representantes titulados hombres nada abstractos, sino bien activos y con
intereses reales, que sucumbirían a la perniciosa influencia que el privilegio
ejerce inevitablemente sobre los hombres acabarían despojando a esos individuos
en nombre de la ciencia, como han sido despojados hasta el presente por los
sacerdotes, políticos de toda condición y abogados, en nombre de Dios, del Estado
o del ordenamiento jurídico.
Los resultados inevitables de un
gobierno de sabios. Pero hasta que las masas hayan alcanzado un cierto
nivel de educación, ¿no deberán dejarse gobernar por hombres de ciencia?
¡Que Dios no lo permita! Sería mejor para esas masas prescindir de toda ciencia
que permitirse un gobierno de científicos. El primer efecto de su existencia
sería hacer inaccesible la ciencia para el pueblo. Porque dicho gobierno sería
necesariamente aristocrático: las instituciones científicas son aristocráticas
por su naturaleza esencial.
Una aristocracia del intelecto y la enseñanza Desde el
punto de vista práctico, sería la aristocracia más implacable, y desde el punto
de vista social, la más arrogante y ofensiva y así sería el poder establecido
en nombre de la ciencia.
Tal régimen podría paralizar toda la vida y el movimiento de la sociedad. Los
científicos que son siempre presuntuosos, arrogantes e impotentes querrían
entremeterse en todo y, como resultado, las fuentes de vida se irían secando
bajo su aliento abstracto y aprendido.
Represéntense ustedes una Academia instruida
compuesta por los más ilustres representantes de la ciencia. Supóngase
que esta academia estuviera encargada de legislar y organizar la sociedad y
que, inspirada por el más puro amor a la verdad, dictase a la sociedad
únicamente leyes que estuvieran en absoluta armonía con los últimos
descubrimientos de la
ciencia. Mantengo que dicha legislación y dicha organización
serían una monstruosidad, por dos razones fundamentales.
Primero, porque la ciencia humana es siempre y
necesariamente imperfecta, y cuando comparamos lo descubierto con cuanto queda
por descubrir, podemos afirmar que está todavía en su cuna. Esto es tan cierto
que si hubiésemos de forzar la vida práctica de los hombres colectiva e
individual siguiendo rigurosa y exclusivamente los Últimos datos de la ciencia,
podríamos condenar a la sociedad ya los individuos a sufrir el martirio sobre
un lecho de Procrusto, que pronto los dislocaría y ahogaría, porque la vida es
siempre infinitamente superior a la ciencia.
La segunda razón es ésta: una sociedad que obedeciera
a una legislación emanada de una academia científica no por entender su
racionalidad en cuyo caso la existencia misma de tal academia sería pronto
inútil sino porque se le imponía en nombre de una ciencia venerada sin ser
entendida, sería una sociedad de bestias y no de hombres. Sería una segunda
edición de la
miserable República Par guaya que se sometió durante tantos
años a la regla de la Compañía de Jesús. Dicha sociedad se hundiría rápidamente
en el estadio más bajo de la necedad.
Y hay una tercera razón que hace imposible
dicho gobierno. Una academia científica investida, por decirlo así, con un
poder soberano absoluto, terminaría inevitable y rápidamente por corromperse
moral e intelectualmente, aunque estuviera compuesta por los hombres más
ilustres. Esa ha sido la historia de las academias, incluso con los privilegios
limitados de que han disfrutado hasta el presente.
El gobierno de los sabios termina en
un despotismo repulsivo. Los metafísicos o positivistas, todos esos caballeros de la
ciencia y el pensamiento en cuyo nombre se consideran capacitados para dictar
leyes a la vida, son siempre reaccionarios, consciente o inconscientemente, y
es bastante fácil probarlo. Prescindiendo de la metafísica en general que,
incluso en el momento de su máximo apogeo, era estudiada sólo por unas pocas
personas, la ciencia considerada en su sentido más amplio, la ciencia más seria
y merecedora en cualquier caso de ese nombre, sólo está al alcance de una
pequeña minoría. Por ejemplo, en Rusia, con su población de 80 millones de
habitantes, ¿cuántos científicos serios hay? Desde luego hay miles que se
interesan por la ciencia, pero sólo unos centenares de personas poseen
verdaderos conocimientos de ella.
Pero si la ciencia ha de dictar sus leyes a la vida,
la gran mayoría millones de hombres será gobernada por unos pocos centenares de
sabios, y este número tendrá que reducirse todavía más, porque no todas las
ciencias capacitan para gobernar a la sociedad; y la sociología, la ciencia de
ciencias, presupone por parte de los afortunados científicos un conocimiento
profundo de todas las demás ciencias.
¿Cuántos científicos tenemos de este tipo no sólo en
Rusia, sino en toda Europa? y sin embargo, esos 20 ó 30 sabios, deben gobernar
todo el mundo ¿Podría alguien concebir un despotismo más absurdo y repugnante?
Es probable que esos 30 científicos no lograran ponerse de acuerdo, pero si
trabajasen juntos, sólo producirían el infortunio de la humanidad... ser los
esclavos de unos pedantes: ¡que destino para la humanidad!
Demos «a los científicos» esta plena libertad «para
disponer de las vidas de los demás» y someterán a la sociedad a los experimentos
que realizan actualmente, para beneficio de la ciencia, sobre conejos, ratas y
perros.
Honremos a los científicos por sus propios méritos,
pero no les acordemos privilegio social alguno si no queremos torcer sus
espíritus y su moralidad. No les reconozcamos ningún derecho, salvo el derecho
general de abogar libremente por sus convicciones, pensamientos y
conocimientos. Ni a ellos ni a ninguna otra persona se le debe otorgar el
poder de gobierno, porque debido a la inmutable ley del socialismo, los investidos
con tal poder se convierten necesariamente en opresores y explotadores de la
sociedad.
Ciencia y organización de la
sociedad.
¿Cómo podría resolverse esta contradicción? Por una parte, la ciencia es
indispensable para la organización racional de la sociedad por otra, incapaz de
interesarse por lo real y viviente, no, debe interferir con la organización
real o práctica de la
sociedad. Esta contradicción sólo puede resolverse de un
modo: la ciencia, como entidad moral que existe fuera de la vida social
universal, representada por una corporación de sabios diplomados, debe ser
liquidada y difundida ampliamente entre las masas. Llamada a representar en lo
sucesivo la conciencia colectiva de la sociedad, es preciso que la ciencia se
convierta realmente en propiedad de todos. De este modo, sin perder nada de su
carácter universal, del que jamás puede prescindir sin dejar de ser ciencia, y
mientras continúa interesándose por las causas generales, las condiciones
generales y las relaciones generales de las cosas y los individuos, la ciencia
se confundirá de hecho con la vida real e inmediata de todos los individuos.
Este será un movimiento análogo al que hizo decir a
los protestantes en el comienzo de la Reforma que en adelante no había
necesidad de sacerdotes; desde entonces todo hombre sería su propio sacerdote,
pues todo hombre era al fin capaz de consumir el cuerpo de Dios gracias a la
invisible y directa intervención de Jesucristo Nuestro Señor.
Pero aquí la cuestión no es Jesucristo, ni el cuerpo
de Dios, ni la libertad política, ni el derecho, cosas todas que llegan como
revelaciones metafísicas y son igualmente indigestas, como es sabido. El mundo
de las abstracciones científicas no es un mundo revelado; es inmanente al mundo
real, del que es sólo la expresión y representación general abstracta.
Mientras forme un dominio separado, representado
especialmente por una corporación de sabios, este mundo ideal amenaza
apoderarse del lugar de la Eucaristía en relación con el mundo real, reservando
a sus representantes titulados los deberes y funciones de los sacerdotes. Este
es el motivo de que sea necesario disolver la organización social segrega da de
la ciencia mediante una educación general, disponible por igual para todos, a
fin de que las masas, tras dejar, de
ser un simple rebaño conducido y guiado por pastores privilegiados, puedan
tomar en sus propias manos sus destinos históricos.
LA CIENCIA MODERNA SE OCUPA DE FALSEDADES
Los fundamentos de la ciencia
moderna. En
la actualidad, la ciencia y los científicos de escuelas y universidades
europeas se encuentran en un estado de falsificación sistemática y premeditada.
Cabría pensar que dichas escuelas se establecieron concretamente para envenenar
intelectual y moralmente a la juventud burguesa. Porque las escuelas y
universidades se han convertido en mercados de privilegio donde la falsedad se
vende al por mayor y al por menor.
No vamos a referirnos a la teología, la ciencia de la
divina falsedad; a la jurisprudencia, la ciencia de la falsedad humana; a la
metafísica, o a la filosofía idealista, que son ciencias de todo tipo de medias
verdades. Nos referiremos aquí a ciencias como la historia, la filosofía, la
política y la economía, que están falsificadas por carecer de su verdadera
base, la ciencia natural, y que se basan en igual medida en la teología, la
metafísica y la
jurisprudencia. Podemos decir sin miedo a la exageración que
cualquier joven licenciado por esas universidades imbuido de esas ciencias o,
más bien, imbuido de las mentiras y medias verdades sistemáticas que se arrogan
el nombre de ciencia está perdido si no surge alguna circunstancia especial que
pueda salvarle de ese destino.
Los profesores estos sacerdotes modernos de la
charlatanería política y social titulada, envenenan con tanta eficacia a la
juventud universitaria que haría falta un milagro para curarla. Cuando un joven
se licencia de la universidad, se ha convertido ya en un doctrinario maduro,
lleno de desprecio y arrogancia ante la plebe, a la que se encuentra bastante
dispuesto a oprimir, y especialmente a explotar en nombre de su superioridad
intelectual y moral. Cuanto más joven es tal persona, más perniciosa y
deleznable se vuelve.
El carácter revolucionario de las
ciencias naturales. La situación de las ciencias exactas y naturales es sumamente distinta.
Estas ciencias son verdaderamente científicas. Son extrañas a la teología ya la
metafísica, y enemigas de toda ficción; se basan exclusivamente en el
conocimiento exacto, en un análisis concienzudo de los hechos y en el puro
razonamiento, es decir, en el sentido común del individuo ampliado por la
experiencia bien coordinada de todos. Mientras las ciencias idealistas son
aristocráticas y autoritarias, las ciencias naturales son democráticas y
enteramente liberales. ¿Y qué acontece en la práctica? Jóvenes que han
estudiado las ciencias idealistas entran ávidamente en el grupo de los
explotadores y los teóricos reaccionarios, mientras quienes han estudiado las
ciencias naturales se unen con no menos avidez al partido de la Revolución, y
muchos de ellos son claramente socialistas revolucionarios.
La educación y la ciencia son
actualmente el privilegio de la burguesía. En todos los estados europeos sólo la burguesía, una
clase explotadora y dominante incluyendo a la nobleza, cuya existencia hoy es
sólo nominal recibe una educación más o menos concienzuda. Además de ello
aparece una minoría especial extraída de la burguesía y dedicada exclusivamente
al estudio de los grandes problemas de la filosofía, la ciencia social y la política. Esta
minoría es la que, propiamente hablando, constituye la última aristocracia de
los «intelectuales» titulados y privilegiados. Es la quintaesencia y la
expresión científica del espíritu y los intereses de la burguesía.
La ciencia y su progreso al servicio
de la burguesía. Las universidades europeas modernas, que forman una especie de república
científica, proporcionan actualmente a la burguesía los mismos servicios que en
tiempos proporcionó la iglesia católica a la nobleza; y como el catolicismo
sancionó en tiempos la violencia perpetrada por la nobleza sobre el pueblo, la
universidad, esta iglesia de la ciencia burguesa; explica y legitima la
explotación del mismo pueblo por el capital burgués. ¿Puede sorprender que en
la gran lucha del socialismo contra la economía política burguesa, la ciencia
oficial de nuestros días haya tomado y continúe tomando de forma decidida el
partido de la burguesía?
La mayor parte de nosotros culpamos a la ciencia y a
las artes de extender sus beneficios y ejercer su influencia únicamente sobre
una parte muy pequeña de la sociedad, para exclusión y, en consecuencia, en
detrimento de la gran mayoría. En esta línea podemos decir del progreso en la
ciencia y el arte lo mismo que ya se ha dicho con tanta razón sobre el
sorprendente desarrollo de la industria, el comercio y el crédito; en una
palabra, sobre la opulencia social en los países más civilizados del mundo
moderno.
El progreso técnico bajo el
capitalismo tiene como paralelo un incremento de la pobreza entre las masas. El progreso es excelente,
es cierto. Pero mientras más crece, más se convierte en causa de una esclavitud
intelectual y, por consiguiente, material, en causa de la pobreza y el atraso
mental del pueblo; porque ensancha constantemente el abismo que separa el nivel
intelectual de las clases privilegiadas del nivel de las grandes masas del
pueblo.
El proletariado debe tomar posesión
de la ciencia. No culpemos a las consecuencias, volvámonos hacia las causas de raíz. La
ciencia de las escuelas es el producto del espíritu burgués; y los
representantes de esta ciencia nacieron, crecieron y fueron educados en un
medio burgués bajo la influencia del espíritu y los intereses exclusivos de la burguesía. Por
consiguiente, es lógico que esta ciencia, así como sus representantes, sea
enemiga de la emancipación real y plena del. proletariado, y que sus teorías
económicas, filosóficas, políticas y sociales, elaboradas coherentemente dentro
del mismo espíritu, tengan como única meta demostrar la incapacidad de las
clases trabajadoras y la misión gobernante de la burguesía hasta el fin
de los tiempos, porque la opulencia le proporciona conocimiento y el
conocimiento, por su parte, le proporciona la oportunidad de enriquecerse
todavía más.
¿Cómo pueden romper los trabajadores este círculo
vicioso? Naturalmente, deben adquirir conocimiento y tomar posesión de la
ciencia, poderosa arma sin la cual pueden desde luego hacer revoluciones, pero
no erigir sobre las ruinas de los privilegios burgueses la igualdad de
derechos, la justicia y la libertad que constituyen la verdadera base de todas
sus aspiraciones políticas y sociales.
EL HOMBRE: NATURALEZA ANIMAL Y
NATURALEZA HUMANA
La unidad del hombre y la naturaleza. El hombre
forma con la naturaleza una sola entidad y es el producto material de un número
indefinido de causas exclusivamente materiales.
Monismo y dualismo: la conciencia
universal de la
humanidad. Para personas que piensan con lógica y cuyas mentes
funcionan al nivel de la ciencia moderna, esta unidad del Universo o del Ser se
ha convertido en un hecho suficientemente demostrado. Sin embargo, hemos de
reconocer que este hecho, tan simple y evidente por sí, mismo que cualquier
manifestación opuesta a él nos parece absurda se encuentra en flagrante
contradicción con la conciencia, universal de la humanidad. Esta
última, que se manifiesta a lo largo de la historia en formas muy distintas, ha
reconocido siempre unánimemente la existencia de dos mundos distintos: el mundo
espiritual y el material, el mundo divino y el mundo real. A partir de los
toscos fetichistas, que adoraban en el mundo circundante la acción de un poder
sobrenatural encarnado en algún objeto, material, todos los pueblos han creído
y siguen creyendo en la existencia de algún tipo de divinidad.
La irrefutabilidad del dualismo. Esta imponente unanimidad
tiene más peso que las pruebas de la ciencia, en opinión de muchos; y si la
lógica de un pequeño número de pensadores coherentes, pero aislados, contradice
este asentimiento universal, tanto peor declaran esas personas para dicha
lógica... La antigüedad y la universalidad de la creencia en Dios se han
convertido en pruebas irrefuta desde su existencia, contrariando toda ciencia y
toda lógica. Pero por qué ha de ser así Hasta la época de Copérnico y Galileo
todo el mundo, con excepción de los pitagóricos, creí que el sol giraba alrededor
de la tierra. ¿La universalidad de dicha creencia demostraba la validez de sus
suposiciones? siempre y en todas partes, desde el origen de la sociedad
histórica hasta nuestro propio período, una pequeña minoría, conquistadora ha
explotado y sigue explotando el trabajo forzado de las masas de obreros,
esclavos o asalariados. ¿Se deduce de ello que la explotación del trabajo de
alguien por parásitos no es una iniquidad, un robo, y un saqueo?
El absurdo es viejo, la verdad es
joven. He
aquí dos ejemplos de que los argumentos de nuestros deístas carecen por
completo de valor. De hecho, nada ha y más universal y más antiguo que el
absurdo; por el contrario, la verdad es relativamente mucho más joven, y
representa siempre el resultado o el producto del desarrollo histórico, y nunca
su punto de partida. Porque el hombre, que por origen es primo, si no
descendiente directo, del gorila, partió de la oscura noche del instinto animal
para llegar al amplio mediodía de la razón. Esta realidad explica plenamente sus
absurdos pasados y nos consuela en parte de sus errores presentes.
El carácter del desarrollo histórico
de la humanidad. Todo el desarrollo histórico del hombre es simplemente
un proceso de progresivo distanciamiento de la pura animalidad por el camino de
crear su humanidad. De aquí se deduce que la antigüedad de una idea no sólo no
prueba nada en su favor, sino que por el contrario debe suscitar nuestras
sospechas. En cuanto a la universalidad de la falacia, sólo demuestra una cosa:
la identidad de la naturaleza humana en todos los tiempos y en cualquier clima.
El origen del hombre. La vida orgánica, que
comenzó con la célula más simple y apenas organizada, acabó produciendo el
hombre tras pasar por toda la gama de transformaciones que va desde la organización
de la vida vegetal a la de la vida animal.
Nuestros primeros ancestros, nuestros Adanes y Evas
si no eran gorilas, estaban muy cerca de ellos; bestias omnívoras, inteligentes
y feroces, dotadas en grado mayor que los animales de ninguna otra especie con
dos facultades preciosas: la facultad pensante y el impulso a la rebelión.
Pensamiento y rebelión. Estas dos facultades,
combinando su acción progresiva a lo largo de la historia de la humanidad,
representan en sí el momento[2], aspecto o
poder negativo en el desarrollo positivo de la animalidad humana, y en
consecuencia crean todo lo que constituye la humanidad en el hombre.
Idealistas de todas las escuelas, aristócratas y
burgueses, teólogos y metafísicos, políticos y moralistas, sacerdotes,
filósofos y poetas sin olvidar a los economistas liberales, celosos adoradores
del ideal, como sabemos se sienten muy ofendidos cuando se les dice que el
hombre, con toda su magnífica inteligencia, sus sublimes ideas y sus
aspiraciones ilimitadas es como todas las demás cosas existentes en el mundo
exclusivamente materia, sólo un producto de la vil materia.
El hombre, como las demás realidades de la
naturaleza, es un ser enteramente material. La mente, la facultad pensante, el
poder para recibir y reflejar distintas sensaciones internas y externas, para
traerlas de nuevo a la memoria después de haber pasado, y para reproducirlas
mediante el poder de la imaginación, para compararlas y distinguirlas entre sí,
para extraer determinaciones comunes y crear conceptos generales o abstractos
y, por último para formar ideas agrupando y combinando conceptos de acuerdo con
diversos métodos en una palabra, la inteligencia, el único creador de todo
nuestro mundo ideal es una propiedad del cuerpo animal, y en especial del
mecanismo totalmente material del cerebro.
La fuente material de los actos
morales e intelectuales del hombre. Lo que llamamos inteligencia, imaginación, memoria,
sentimiento, sensación y voluntad no son, en nuestra opinión, más que las
diversas propiedades, funciones y actividades del cuerpo humano.
La ciencia ha establecido que todos los actos
intelectuales y morales que distinguen al hombre de otras especies animales,
como el pensamiento, las manifestaciones de inteligencia humana y de voluntad
consciente, tienen como único fundamento la organización puramente material,
aunque sin duda muy perfecta, del hombre, sin sombra de intervención de ningún
agente espiritual o extra material. En resumen, son los productos que resultan
de una combinación de las funciones diversas y puramente fisiológicas del
cerebro.
El descubrimiento recién mencionado posee una inmensa
importancia, tanto desde el punto de vista de la ciencia como desde el punto de
vista de la vida... Ya
no hay discontinuidad entre el mundo natural y el humano. Pero lo mismo que el
mundo orgánico, aun siendo d desarrollo continuo y directo del mundo no
orgánico, difiere de este último por la introducción de un nuevo elemento
activo, la materia orgánica (no producida por la intervención de alguna causa
extra material; sino por las combinaciones de la misma materia no orgánica,
hasta ahora desconocidas para nosotros, y productora a su vez de toda la
riqueza de la vida vegetal y animal, sobre la base y bajo las condiciones del
mundo no orgánico, del cual constituye el resultado más alto), del mismo modo
el mundo humano, aun siendo continuación directa del mundo orgánico, se
distingue esencialmente de este último por un nuevo elemento: el pensamiento y
este nuevo elemento está producido por la actividad puramente fisiológica del
cerebro, y produce al mismo tiempo dentro de este mundo material del que es la
recapitulación final, y bajo condiciones tanto orgánicas como inorgánicas
todo lo que denominamos desarrollo intelectual y moral, político y
social, del hombre: es decir, toda la historia de la humanidad.
Los puntos cardinales de la
existencia humana. Los puntos cardinales de la existencia humana más refinada, lo mismo
que de la existencia más torpemente animal, serán siempre los mismos: nacer,
desarrollarse y crecer; trabajar para comer y beber, para tener abrigo y
defenderse, para mantener la propia existencia individual en el equilibrio
social de la propia especie; amar, reproducirse, y luego morir...
La naturaleza no conoce diferencias
cualitativas.
En el caso del hombre sólo tenemos que añadir a esos puntos un elemento nuevo:
la inteligencia y la comprensión, una facultad y una necesidad que
indudablemente se encuentran ya a un nivel inferior pero bastante perceptible
en las especies animales que por su organización se encuentran más próximas al
hombre; porque parece que la naturaleza no conoce diferencias cualitativas
absolutas, que todas las diferencias de este carácter se reducen en último
extremo a diferencias en cantidad, y que sólo en el hombre logran un poder tan
imperativo y abrumador como para transformar gradualmente toda su vida.
Conclusiones erróneas a partir de la
genealogía animal del hombre. Como bien observó uno de los mayores pensadores de nuestro
tiempo, Ludwig Feuerbach, el hombre hace todo cuanto los animales hacen, pero
lo hace de un modo cada vez más humano. En esto reside toda la diferencia; pero
se trata de una diferencia enorme.
No sería impropio repetir la frase anterior a tantos
partidarios del naturalismo o materialismo moderno que, como el hombre ha
descubierto en nuestros días su pleno y completo parentesco con todas las demás
especies animales y su inmediata y directa descendencia de la tierra y también
porque ha renunciado a la absurda y vana jactancia de la espiritualidad que,
bajo el pretexto de conducirle a una libertad absoluta, le condenaba de hecho a
una esclavitud perpetua, se consideran con el derecho de abandonar todo el
respeto por el hombre. Estas gentes pueden compararse a lacayos que, tras
descubrir el origen plebeyo de alguien que provocaba respeto por su dignidad
natural, se creen con derecho a tratarle como a su igual, por la simple razón
de que no pueden concebir ninguna dignidad más que la producida por un
nacimiento aristocrático. Otros están tan felices por el descubrimiento del
parentesco del hombre y el gorila que con gusto le retendrían en el estado
animal, negándose a comprender que toda la misión histórica del hombre, toda su
dignidad y libertad, consisten en alejarse progresivamente de ese estado.
El mundo histórico. Ciertamente, el hombre hace
todo lo que hacen los animales, sólo que lo hace de un modo cada vez más
humano. En esto reside toda la diferencia pero se trata de una diferencia
enorme. Abarca toda la civilización, con todas las maravillas de la industria,
la ciencia y las artes; con todos los desarrollos de la humanidad, religiosos,
estéticos, filosóficos, políticos, económicos y sociales en una palabra,
todo el dominio de la historia.
El hombre crea este mundo histórico ejercitando un
poder activo que se encuentra en todo ser viviente que constituye la
esencia de toda vida orgánica, y que tiende a asimilar y transformar el mundo
exterior de acuerdo con las necesidades de todos. La fuerza activa es,
naturalmente, instintiva e inevitable, y precede a cualquier pensamiento, pero
cuando se encuentra iluminada por la razón del hombre Y determina da por su
voluntad consciente, se transforma dentro de él y para él en trabajo
libre e inteligente
El trabajo es una necesidad. Todos los animales deben
trabajar para vivir. Todos ellos, de acuerdo con sus necesidades, su
comprensión y su fuerza, toman parte, sin saberlo, en este lento trabajo de
transformar la superficie de la tierra en un lugar más favorable para la vida
animal. Pero este trabajo sólo se hace propiamente humano cuando comienza a
satisfacer no sólo las necesidades fijas e inevitablemente limitadas de la vida
animal, sino también, las necesidades del ser social pensante y hablante que
pretende conquistar y realizar plenamente su libertad.
La esclavitud en la Naturaleza. El
cumplimiento de esta tarea inmensa e ilimitada no sólo es ejecutado por
el desarrollo intelectual y moral del hombre, sino también, por el proceso de
emancipación material. El hombre se convierte realmente en hombre y conquista
la posibilidad de desarrollo y de la perfección interior, si consigue romper,
al menos en parte, las cadenas que la Naturaleza ha atado en torno a sus
criaturas. Estas cadenas son el hambre la privación de todo tipo, el dolor
físico, la influencia del clima y las estaciones y, en general, las múltiples
condiciones de la vida animal que mantienen al ser humano en una dependencia
casi absoluta respecto de su medio inmediato; los peligros constantes que,
disfrazados de fenómenos naturales, le amenazan por todas partes; el perpetuo
miedo que yace en las profundidades de toda existencia animal y que domina al
individuo natural y salvaje hasta el punto de que no encuentra dentro de sí
poder de lucha o resistencia; en otras palabras, no falta un solo elemento de
la más absoluta esclavitud.
El miedo fuerza a la lucha.
El perpetuo miedo que
siente, y que subyace a toda existencia animal, forma también, como podré
mostrar más adelante, la primera base de toda religión. Este miedo es el que
obliga al animal a luchar a lo largo de su vida contra los peligros que le
amenazan desde el exterior; ya mantener su propia existencia individual y
social a expensas de todo cuanto le rodea...
El trabajo es la ley más elevada de la vida.
Todo animal trabaja;
sólo vive trabajando. Como ser viviente, el hombre no está exento de esta
necesidad, que constituye la ley suprema de la vida. Debe trabajar
para mantener su existencia, para desarrollar plenamente su ser. Sin embargo,
existe una enorme diferencia entre el trabajo del hombre y el trabajo de los
animales de todas las especies. El trabajo de los animales es algo estancado,
porque su inteligencia está estancada; en cambio, el trabajo del hombre es
progresivo, porque su inteligencia posee un carácter altamente progresivo.
La superioridad del hombre. Nada demuestra mejor la
decisiva inferioridad de todas las especies animales, comparadas con el hombre,
que el dato incontestable de que los métodos y resultados del trabajo
individual y colectivo de las otras especies animales aunque
frecuentemente sean tan ingeniosos como para parecer guiado y efectuado por una
inteligencia científicamente formada no cambiaban y apenas mejoran. Las
hormigas, las abejas, los castores y otros animales que viven en sociedad,
hacen ahora exactamente lo mismo que estaban haciendo hace tres mil años, lo
cual demuestra que no hay nada progresivo en su inteligencia. Son actualmente
tan capaces y tan estúpidos como lo eran hace treinta o cuarenta siglos.
El progreso en el mundo animal. Desde luego, hay una
progresión en el mundo animal. Pero son las propias especies, las familias e
incluso las clases las que sufren lentas transformaciones derivadas de la lucha
por la existencia, ley suprema del mundo animal en virtud de la cual las
organizaciones inteligentes y enérgicas expulsan a las especies inferiores
incapaces de mantener su posición en la lucha constante. En este sentido y sólo
en él hay movimiento y progreso en el mundo animal. Pero dentro de las
especies, dentro de las familias y clases de animales dicho movimiento y
progreso están ausentes o casi ausentes.
El carácter del trabajo humano. El trabajo del hombre tanto
desde el punto de vista de los métodos como de los resultados, es tan capaz de
desarrollo y mejora progresivos como su propia inteligencia. El hombre
construye su mundo combinando la energía neuro cerebral con el trabajo muscular,
su mente científicamente formada con su poder físico, aplicando su pensamiento
progresivo al trabajo y haciéndolo cada vez más racional con el curso del
tiempo aunque al principio fuese exclusivamente animal, instintivo ciego y casi
mecánico.
Con el fin de captar el vasto terreno cubierto por el
hombre en el curso de su desarrollo histórico, debemos comparar las chozas de
los salvajes con los bellos palacios de París que los brutales prusianos se
consideraban destinados por la Providencia a destruir, y comparar también los
lamentables armamentos de las poblaciones primitivas con las terribles máquinas
de destrucción que han surgido como última palabra de la civilización
germánica.
EL HOMBRE COMO CONQUISTADOR DE LA NATURALEZA
Lo que todas las demás especies animales en conjunto
no pudieron cumplir, lo hizo el hombre. Transformó efectivamente la mayor parte
de la tierra, convirtiéndola en un lugar habitable y adecuado para la
civilización humana. Venció y dominó a la Naturaleza. Transformó
a su enemigo, el primer déspota terrible, en un sirviente útil, o por lo menos
en un aliado tan poderoso como fiel.
¿Qué significa conquistar la
Naturaleza?
Sin embargo, es necesario aclarar el verdadero significado de la expresión
conquistar o dominar la
Naturaleza... La acción del hombre sobre la Naturaleza, como
cualquier otra acción sobre el mundo, está inevitablemente determinada por las
leyes de la Naturaleza.
Es, sin duda, la continuación directa de la acción mecánica,
física y química de todas las entidades inorgánicas, complejas y elementales.
Es la continuación más directa de la acción de las plantas sobre su medio
natural, y de la acción cada vez más desarrollada y consciente de todas las
especies animales. De hecho, no es más que acción animal, gobernada por una
inteligencia y una ciencia progresiva, siendo ambos factores un nuevo modo de
transformación de la materia en hombre; de aquí se deduce que cuando el hombre
actúa sobre la Naturaleza, es en realidad la Naturaleza quien trabaja sobre sí
misma, y podemos ver claramente que es imposible una rebelión contra la
Naturaleza.
El hombre y las leyes de la Naturaleza. En
consecuencia, el hombre jamás será capaz de combatir a la Naturaleza no puede
conquistarla ni dominarla. Cuando el hombre emprende actos que aparentemente
son hostiles a la Naturaleza, obedece una vez más las leyes de esa misma
Naturaleza. Nada puede liberarle de su dominio; él es su esclavo incondicional.
Pero esto no constituye esclavitud algún puesto que todo tipo de esclavitud
presupone la existencia de dos individuos uno junto al otro y la sumisión de
uno al otro. Al ser el hombre una parte de la Naturaleza y no algo exterior a
ella, es imposible que sea su esclavo.
Sin embargo, existe en el corazón de la Naturaleza
una esclavitud de la que puede liberarse el hombre si no desea renunciar a su
humanidad; se trata del mundo natural que le rodea, y que suele llamarse
Naturaleza externa. Es la suma total de cosas, fenómenos y seres vivientes que
en vuelven y atormentan al hombre; sin la cual no podría existir ni siquiera un
solitario momento, pero que, a pesar de todo, parece estar conspirando contra
él a fin de que cada instante de su vida se vea forzado a luchar por la existencia. El
hombre no puede escapar de este mundo externo, porque sólo en este mundo puede
vivir y conseguir su sustento pero al mismo tiempo tiene que salvaguardarse de
él, porque siempre parece propenso a devorarle.
¿Cuál es entonces el significado de la expresión
combatir y dominar a la naturaleza? Aquí sufrimos un equívoco eterno debido al
doble significado que se atribuye al término Naturaleza. Por una parte, la
Naturaleza se concibe como la totalidad universal de las cosas y los seres, así
como de las leyes naturales; contra la Naturaleza así concebida, como ya he
indicado, es imposible cualquier lucha porque rodea y comprende todo; es el ser
absoluto y todopoderoso. Por otra parte, por Naturaleza se entiende también la
totalidad más o menos limitada de fenómenos, cosas y seres que rodean al hombre;
en resumen, el mundo externo. Contra esta Naturaleza externa, la lucha no sólo
es posible, sino inevitable, porque la impone la Naturaleza universal él a todo
cuanto vive o existe.
Como ya he indicado, todo cuanto existe y todo ser
viviente lleva dentro de sí la doble ley de la Naturaleza: ley 1. No hay
existencia posible fuera del medio natural de cada uno y el mundo
externo; 2. En este mundo externo sólo puede mantenerse a sí mismo lo que
existe y vive a expensas de ese mundo y se encuentra en una constante lucha
contra el
Necesidad de la lucha contra la
Naturaleza externa. Dotado con facultades y atributos que la Naturaleza universal le
otorgó, el hombre puede y debe conquistar y dominar su mundo externo. Debe
someterlo y arrancarle su humanidad y libertad
Mucho antes de comenzar la civilización y la
historia, durante un período muy distante que puede haber durado muchos miles
de años, el hombre fue sólo un animal salvaje entre otros muchos animales
salvajes, un gorila quizá, o un animal estrechamente relacionado con él. Siendo
un animal carnívoro o cosa más probable omnívoro, era sin duda más voraz,
salvaje y fiero que sus parientes de otras especies. Al igual que ellos,
llevaba adelante una lucha destructiva.
El estado ideal: ¿Qué expulsó al
hombre del paraíso de las bestias? Este era el estado de inocencia, glorificado por todo
tipo de religiones, el estado ideal, el estado tan exaltado por lean Jacques
Rousseau. ¿Qué expulsó al hombre del paraíso animal? Fue su inteligencia
progresiva, aplicada natural, necesaria y gradualmente a su trabajo animal...
La inteligencia del hombre sólo se desarrolla y progresa a través del
conocimiento de cosas y hechos reales sólo mediante una observación inteligente
y un examen cada vez más exacto y riguroso de las relaciones y secuencias
regulares en los fenómenos de la Naturaleza y los diversos estadios de su
desarrollo, en resumen, sólo mediante un conocimiento de sus leyes inmanentes.
El conocimiento de las leyes
naturales amplia las metas humanas. Cuando el hombre adquiere el conocimiento de esas
leyes gobernantes de todas las cosas, incluido él mismo, aprende a prever
ciertos fenómenos que le permiten evitar sus efectos o salvaguardarse de las
consecuencias indeseadas y dañinas. Además, este conocimiento de las leyes que
gobiernan los fenómenos naturales puede aplicarse a su trabajo muscular, que al
principio tiene un carácter puramente instintivo y natural; a la larga, esto le
permite extraer beneficios de tales cosas y fenómenos naturales, cuy totalidad
constituye el mundo externo, ese mismo mundo tan hostil al principio pero que,
debido a la ciencia, acaba contribuyendo poderosamente a la realización de las
meta humanas.
El hombre, lento en utilizar el
fuego.
Muchos siglos pasaron antes de que el hombre, que era tan salvaje y poco
ingenioso como los monos, aprendiese el arte hoy, tan rudimentario, trivial y
al mismo tiempo valioso, de hacer fuego y utilizarlo para sus propias
necesidades... Estas habilidades extremadamente simples, que hoy constituyen la
economía doméstica de los pueblos menos civilizados implican inmensos esfuerzos
inventivos por parte de las generaciones precedentes. Esto explica la
desesperante lentitud del desarrollo humano durante el período prehistórico
comparada con su rápido desarrollo en nuestros días.
El conocimiento es el arma de la victoria. Fue así como
el hombre transformó y sigue transformando su me dio, la naturaleza externa; es
así como la conquista y domina ¿Llegó a ello como resultado de una rebelión
humana frente a las leyes de la Naturaleza universal, que comprende todo cuanto
existe, y forma también la naturaleza humana? Todo lo contrario. A través del
conocimiento y la observación más atenta y exacta de estas leyes como el hombre
no sólo consigue liberarse del yugo de la Naturaleza externa sino someterla, al
menos parcialmente.
Pero el hombre no se contenta solamente con eso. Al
igual que la mente humana es capaz de abstraer su propio cuerpo y su
personalidad tratándoles como objetos externos el hombre que se ve
constantemente llevado por un impulso interno inmanente a su ser aplica el
mismo procedimiento, el mismo método, para modificar, corregir Yo perfeccionar
su propia naturaleza. Este es un yugo interior natural que el hombre debe
aprender a sacudirse.
Al principio, este yugo se le aparece en la forma de
su propia debilidad, su imperfección o sus malformaciones personales tanto
corpóreas como intelectuales y morales, y luego aparece en la forma más general
de su brutalidad o animalidad contrastada con su naturaleza humana que crece
progresivamente dentro de él a medida que se desarrolla su medio social.
Combatiendo a la esclavitud
interior.
El hombre no tiene más medios para luchar contra esta esclavitud interior que a
través de la ciencia de las leyes naturales que gobiernan su desarrollo
individual y colectivo, y mediante la aplicación, de esa ciencia a su formación
individual (por medio de la higiene, el ejercicio físico, el ejercicio de sus
afectos, de su mente y voluntad, y al mismo tiempo mediante una educación
racional), y al cambio gradual del orden social.
La Naturaleza universal no es hostil
al hombre.
Siendo el producto último de la Naturaleza sobre esta tierra, el hombre
continúa por así decirlo el trabajo, la creación el movimiento y la vida de la
Naturaleza a través de su desarrollo individual y social. Sus pensamientos y
acciones más inteligentes y abstractos, que como tal se encuentran muy
distantes de lo que se domina habitualmente Naturaleza, son en realidad
únicamente las nuevas creaciones y manifestaciones de la Naturaleza. Las
relaciones del hombre con esta Naturaleza universal no pueden ser externas, no
pueden ser de esclavitud o lucha; lleva esta Naturaleza dentro de sí, y no es
nada externo a ella. Pero estudiando sus leyes, identificándose en alguna
medida con ellas, transformándolas mediante un proceso psicológico de su propio
cerebro en ideas y convicciones humanas, el hombre se libera del triple yugo
impuesto sobre él, en primer lugar por la naturaleza externa, luego por su
naturaleza interna individual, y en último lugar por la sociedad, de la cual es
un producto.
Es imposible rebelión alguna contra
la Naturaleza universal. Me parece bastante evidentemente, a partir de lo ya dicho,
que no es posible una rebelión del hombre contra lo que llamo causalidad
universal o Naturaleza universal; esta última envuelve y penetra al hombre;
está dentro y fuera de él, y constituye todo su ser. Rebelándose contra esta
Naturaleza universal, el hombre se rebelaría contra sí mismo. Es evidente que
el hombre no puede ni siquiera concebir el más remoto estímulo o necesidad de
una rebelión semejante; puesto que no existe separado de esta Naturaleza
universal, puesto que la lleva dentro de sí, y puesto que en todo momento de su
vida se siente enteramente idéntica ella, no puede considerarse o sentirse
esclavo de ella.
Por el contrario, sólo estudiando y utilizando
mediante su pensamiento las .leyes externas de esta naturaleza ley que se
manifiestan igualmente en su mundo externo y en su propio desarrollo individual
(corpóreo, intelectual y moral) es como logra sacudirse gradualmente el yugo de
la Naturaleza externa, de sus propias imperfecciones naturales, y, como
veremos, el yugo de una organización social autoritaria
La dicotomía de espíritu y materia. ¿Pero cómo podría surgir
entonces en la mente del hombre el pensamiento histórico de la separación entre
espíritu y materia? ¿Cómo, pudo el hombre llegar a concebir este intento
impotente ridículo, pero al mismo tiempo histórico de rebelarse contra la
Naturaleza? Este intento y este pensamiento se produjeron a la vez que la
concepción histórica de la idea de Dios, de la cual constituyen corolarios
necesarios. El hombre entendía al principio en la palabra Naturaleza
sólo que llamamos Naturaleza externa, incluido su propio cuerpo. A lo que
nosotros llamamos Naturaleza universal lo llamó «Dios» en consecuencia,
las leyes de la Naturaleza no aparecían como leyes inmanentes, sino como
manifestaciones de la
Voluntad Divina, de los mandamientos de Dios impuestos desde
arriba a la Naturaleza y también al hombre. De acuerdo con ello, el hombre se
declaraba en rebelión contra la Naturaleza poniéndose del lado de Dios, a quien
había creado él mismo en oposición a la Naturaleza y a su propio ser, con lo
cual puso el fundamento de su propia esclavitud social y política.
Tal ha sido el trabajo histórico de todos los cultos
y dogmas religiosos.
MENTE Y VOLUNTAD
La vida del hombre es la continuación de la vida
animal; la inteligencia constituye una diferencia cuantitativa, pero no
cualitativa. La vida individual y social del hombre en el comienzo no era sino
la continuación inmediata de la vida animal, aunque complicada por un nuevo
elemento: la facultad de pensar y hablar. El hombre no es el único animal
inteligente sobre la
tierra. En modo alguno. La psicología comparada muestra que
no existe animal completamente privado de inteligencia, y cuanto más se próxima
una especie al hombre en su organización, y especialmente en la estructura del
cerebro, más avanzada se encuentra en el desarrollo de su inteligencia. Pero
sólo en el hombre alcanza la inteligencia el nivel superior de desarrollo que
puede llamarse en sentido estricto la facultad pensante; es decir, el poder
para comparar, separar y combinar las representaciones de objetos internos y
externos proporcionadas por nuestros sentidos; la facultad para formar grupos
de tales representaciones; para comparar y combinar luego esos grupos, que no
son entidades reales ni representaciones de objetos percibidos por nuestros
sentidos, sino sólo conceptos abstractos formados y clasificados por el trabajo
de nuestra mente, que retenidos por nuestra memoria otra facultad de
nuestro cerebro se convierten en punto de partida o base para esas conclusiones
que denominamos ideas.
Sólo el hombre está dotado con el
poder de la palabra. Todas esas funciones de nuestro cerebro serían imposibles
de no estar dotado el hombre con otra facultad, que complementa a la facultad
pensante y es inseparable de ella: la facultad de incorporar, por así decirlo,
y de identificar mediante signos externos todas las operaciones de la mente,
los movimientos materiales del cerebro hasta sus variaciones y modificaciones
más sutiles y complicadas; en resumen, si el hombre no poseyera el poder de la palabra. Todos los
demás animales tienen lenguajes. ¿Quién lo pone en duda? Pero puesto que su
inteligencia jamás se eleva sobre las representaciones materiales o, lo que es
más, sobre la más elemental comparación y combinación de esas representaciones,
su lenguaje carece de organización y es incapacidad de desarrollo... Por
lo cual sólo puede expresar sensación i y nociones materiales, pero nunca
ideas.
De estas ideas el hombre deduce conclusiones o
aplicaciones lógicas necesarias. En realidad, encontramos con bastante
frecuencia a personas que no han alcanzado todavía la plena posesión de
esta facultad, pero jamás hemos tenido noticias de ningún miembro de una
especie inferior que ejercite esta facultad, si no es recurriendo al asno de
Balaam o a otros animales semejantes recomendados a nuestra fe y estima por
diversas religiones. Podemos decir, por tanto sin miedo a quedar refutados, que
de todos los animales vivientes sobre esta tierra, sólo el hombre es capaz de
pensar.
La facultad de abstracción. Sólo el hombre tiene este
poder de abstracción, desarrollado y fortalecido sin duda dentro de la especie
humana por un ejercicio de milenios Elevando gradual e interiormente al hombre
sobre los objetos de su entorno, sobre todo cuanto se denomina mundo externo, e
incluso sobre él mismo como individuo, está facultad le permite concebir o
crear la idea de la totalidad de existencias, del Universo, la Infinitud o de
lo Absoluta idea del todo abstracta y, si quieren, falta de cualquier
contenido, pero no por ello menos todopoderosa como idea y causa instrumental
de todas las conquistas humano posteriores. Porque sólo esta idea le extrae de
las hipócritas beatitudes y la estúpida inocencia del paraíso animal, para
conducirlo a los triunfos ya los tormentos infinitos de un desarrollo
ilimitado.
El germen del análisis y de los
experimentos científicos locos. Debido a esta facultad de abstracción, elevándose por
encima de la presión inmediata ejercida por los objeto externos sobre todo
individuo, el hombre puede compara un objeto con otros y observar sus
relaciones. Aquí encuentra el principio del análisis y de la ciencia
experimenta y debido a esta misma facultad, el hombre experimenta un
proceso de bifurcación interna, que lo eleva por encima de sus propias
pulsaciones, instintos e impulsos, en tanto, poseen una naturaleza, transitoria
y particular. Esto le permite comparar sus pulsiones Internas como compara
objetos y movimientos externos, y aliarse con algunas contra otras de acuerdo
con el ideal (social) que ha cristalizado en, su interior. Aquí tenemos ya el
despertar de la conciencia y de lo que llamamos voluntad.
Comienza el mundo humano. Con el primer despertar de
pensamiento manifestado en la palabra comienza el mundo exclusivamente humano,
el mundo de las abstracciones. Debido a esta facultad de abstracción, como ya
hemos dicho, el hombre, surgido de la Naturaleza y producido por ella, se crea
para sí, en medio y bajo las condiciones e esa misma Naturaleza, una segunda
existencia que se adecua a su ideal y es progresiva del mismo modo.
La dialéctica del desarrollo humano. Para mayor claridad,
añadamos que todo cuanto vive tiende a realizarse a sí mismo en la
plenitud de su ser. El hombre, que es al mismo tiempo un ente pensante y
viviente, debe ante todo conocerse a sí mismo para alcanzar una plena auto
realización. Este es el motivo del gran retraso que observamos en su
desarrollo, y por razón del cual fueron necesarios muchos cientos de siglos
para que el hombre llegase al estado social actual en los países más
civilizados, estado que todavía se encuentra muy por debajo del ideal hacia que
nos dirigimos. El hombre tuvo que agotar todas las estupideces y posibles
adversidades para poder realizar de mínimo de razón y justicia que hoy
prevalece en el mundo.
La última fase y la meta suprema de todo el
desarrollo humano es la libertad, Jean Jacques Rousseau y sus discípulos se
equivocaron buscando esta libertad en el comienzo de la historia, cuando el
hombre carente todavía por completo de cualquier auto conocimiento e incapaz
por eso mismo de preparar cualquier tipo de contrato, estaba sufriendo bajo el
yugo de esa inevitabilidad de la vida natural a la que están sometidos todos
los animales.
Naturaleza y libertad humana. El hombre sólo podía
liberarse a sí mismo de este yugo haciendo un uso gradual, de su razón, que si
bien se desarrollaba muy despacio, discernía poco a poco las leyes rectoras del
mundo exterior tanto como las inmanentes a nuestra propia naturaleza, y se las
apropiaba por así decirlo transformándolas en ideas, es decir, en creaciones
casi espontáneas de nuestros propios cerebros. Mientras continuaba obedeciendo
a esas leyes, el hombre en realidad obedecía simplemente a sus propios
pensamientos.
Respecto a la Naturaleza, ésta es la única posible
dignidad y libertad para el hombre. Jamás habrá ninguna otra libertad; porque
las leyes naturales son inmutables e inevitables; representan la base misma de
toda existencia y constituyen nuestro propio ser, por lo cual nadie puede
rebelarse contra ellas sin llegar inmediatamente al absurdo o sin provoca su
propia destrucción. Pero reconociéndolas y asimilándolas con su propia mente,
el hombre se eleva sobre la presión, inmediata de su mundo externo; entonces,
convirtiéndose a su vez en un creador y obedeciendo en lo sucesivo sólo sus
propias ideas, las transforma más o menos de acuerdo con sus necesidades
progresivas, imprimiéndoles en alguna medida la imagen de su propia humanidad.
El libre albedrío universal y el
elán vital.
Por consiguiente, lo que llamamos mundo humano tiene al hombre por único e
inmediato creador; éste lo produce superando paso a paso el mundo externo y su
propia bestialidad conquistando de esta forma para sí mismo su libertad y su
dignidad humana. Las conquista impelido por una fuerza independiente de él, una
fuerza irresistible inmanente a todos los seres vivos. Esta fuerza es la
corriente universal de la vida, la misma que llamamos Causalidad universal
Naturaleza, que se manifiesta en todos los seres vivientes plantas o animales,
en el impulso de todo individuo cumplir por sí mismo las condiciones necesarias
para la vida de su especie, es decir, para satisfacer sus necesidades
Voluntad libre. Este impulso, esta manifestación
esencial y suprema de la vida, constituye la base de lo que denominamos
voluntad. Inevitable e irresistible en todos los animales; incluido el hombre
más civilizado, instintiva (y casi podría os decir mecánica) en los organismos
inferiores, más inteligente en las especies más altas, sólo alcanza plena
conciencia en el hombre. Debido a su inteligencia (que le eleva sobre las
pulsiones instintivas, y le permite comparar, criticar y regular, sus propias
necesidades), el humano es el único eI de los animales terrestres que posee una
autodeterminación consciente, una voluntad libre.
La libertad de la voluntad es sólo
relativa.
Es razonable pensar que esta libertad de la voluntad humana frente a la
corriente de la vida universal o a esta causalidad absoluta donde toda voluntad
es, por así decirlo, sólo un arroyuelo sólo tiene el significado atribuido por
la reflexión, en cuanto se opone a la acción mecánica o incluso al instinto. El
hombre capta y percibe claramente las necesidades naturales que, una vez
reflejadas en su cerebro, renacen a través de un proceso fisiológico poco
conocido como la continuación lógica de sus propios pensamientos. La
comprensión dentro de esta dependencia absoluta e inquebrantada le proporciona
el sentimiento de auto determinación, de una voluntad y una libertad consciente
y espontánea.
Los impulsos naturales son
sublimados, pero no suprimidos por el hombre. Fuera del suicidio parcial o total
ningún hombre puede librarse de sus impulsos naturales, pero puede regularlos y
modificarlos, intentando hacerlos cada vez más conformes a aquello que durante
épocas diferentes de desarrollo intelectual y moral considera justo y bello.
La libertad de la voluntad es
determinada, y no incondicional. Puesto que todo hombre, en el momento de nacer y durante
todo su desarrollo vital, no es más que el resultado de un incontable número de
acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, que continúan
formándole mientras vive, ¿cómo podría él un eslabón pequeño, pasajero y apenas
perceptible en la concatenación universal de todos los seres presentes y
pasados conseguir la fuerza requerida para romper mediante un acto de su
voluntad esta solidaridad eterna y todopoderosa, esta entidad absoluta y
universal que tiene .existencia real, pero que ninguna imaginación humana
puede esperar comprender alguna vez?
Esta naturaleza es la madre que nos configura,
alumbra, alimenta, rodea y atraviesa hasta la médula de nuestros huesos, hasta
los pliegues más profundos de nuestro ser moral e intelectual, y que por último
nos asfixia en sus abrazos maternales. Hemos de reconocer de una vez para
siempre que frente a esta naturaleza universal no pueden existir ni
independencia ni rebelión.
Libertad racional: la única libertad
posible.
Con ayuda del conocimiento y mediante una aplicación meticulosa de, las leyes
de la Naturaleza, el hombre se emancipa gradualmente a sí mismo. Pero no se
emancipa del yugo universal soportado por todos los demás seres vivos y las
cosas existentes que aparecen y desaparecen en este mundo. El hombre sólo se
libera de la brutal presión ejercida sobre, él por su propio mundo externo
material y social, donde se encuentran todas las cosas y todos los hombres
circundantes. Gobierna las cosas mediante su ciencia y su trabajo en cuanto al
yugo arbitrario impuesto por los hombres se libra de él mediante la revolución.
Este es el único significado racional de la palabra
libertad el gobierno de las cosas externas, basado sobre una respetuosa
obediencia a las leyes naturales. Es la independencia ante las pretensiones y
los actos despóticos de los hombres es la ciencia, el trabajo, la rebelión
política y, junto con todo ello, es en definitiva la organización libre y bien
concebida del medio social de acuerdo con las leyes naturales inmanentes a toda
sociedad humana. La primera y última condición de esta libertad se encuentra
entonces en el sometimiento absoluto a la omnipotencia de la Naturaleza, y en
la obediencia y la aplicación más estricta de sus leyes.
Como la mente, la voluntad es una
función de la materia. Al igual que la inteligencia, la voluntad no es una chispa mística,
inmortal y divina que milagrosamente cayó de los Cielos a la tierra para dar
vida a pedazos de carne o cuerpos inertes. Es el producto de la carne
organizada y viviente, el producto del organismo animal.
El organismo humano es el más perfecto de todos los
organismos y, en consecuencia, la voluntad y la inteligencia del hombre son
comparativamente lo más perfecto y, sobre todo, lo más capaz de un progreso y
una perfección cada día mayores.
Poder neural y poder muscular. La voluntad, como la
inteligencia, es una facultad neurológica del organismo animal, y tiene como
órgano específico el cerebro… La fuerza muscular o física y la fuerza neural, o
poder de la voluntad y la inteligencia, tienen esto en común: en primer lugar,
que cada una depende de la organización del animal que éste recibió en el
nacimiento y que, en consecuencia, son el producto de una multitud de circunstancias
y causas no sólo existentes fuera de esta organización animal, sino anteriores
a ella; y en segundo lugar, que todas son capaces de desarrollarse con el
ejercicio y el entrenamiento, lo cual prueba una vez más que son el producto de
causas y acciones externas.
Es obvio que siendo en su naturaleza e intensidad
simplemente efectos de causas independientes de ellas, esas fuerzas tienen sólo
una relativa independencia dentro de esa causalidad universal que constituye y
comprende los mundos. ¿Qué es la fuerza muscular? Es una fuerza material de
cierta intensidad generada dentro del animal por la concurrencia de influencias
o causas antecedentes, que en un momento dado permite al animal oponer a la
presión de las fuerzas externas una resistencia no absoluta, sino relativa.
La voluntad está determinada por la
estructura del organismo. Lo mismo es cierto para la fuerza moral que llamamos poder
de la voluntad. Todas
las especies animales están dotadas de este poder en diversos grados, y la
diferencia depende ante todo de la naturaleza particular de su organismo. Entre
todos los animales de esta tierra, la especie humana está dotada con ella en el
más alto grado. Pero incluso dentro de esta especie no todos los individuos
reciben con el nacimiento una disposición volitiva igual, estando determinada
de antemano la mayor o menor fuerza de voluntad por la salud relativa y el
desarrollo normal del propio cuerpo y, sobre todo, por una estructura cerebral
más o menos afortunada. He aquí, pues, desde el mismo comienzo, una diferencia
de la que el hombre no es, en ningún caso, responsable. ¿Es culpa mía que la
Naturaleza me dotase con una fuerza de voluntad inferior? Ni los más insensatos
teólogos y metafísicos se atreverán a decir que lo que llaman almas es decir,
la suma total de facultades afectivas, intelectuales y volitivas que cada uno
recibe con el nacimiento son todas iguales.
El papel del ejercicio en el
entrenamiento de la
voluntad. Desde luego, la facultad volitiva puede desarrollarse
mediante la educación y los ejercicios apropiados, como las demás facultades
del hombre. Estos ejercicios acostumbran gradualmente a los niños a reprimir la
manifestación inmediata de cualquier impresión leve, ya controlar en mayor o
menor medida los movimientos reflejos de sus músculos cuando se ven estimulados
por sensaciones internas y externas transmitidas por los nervios.
En un estadio ulterior, cuando en el niño se ha
desarrollado en cierta medida el poder reflexivo mediante una adecuada
educación del carácter, el mismo ejercicio cada vez más consciente,
apoyado en la creciente inteligencia del niño y basándose sobre el poder
volitivo que se desarrolla en su interior entrena al niño para reprimir la
expresión inmediata de sus sentimientos y deseos, y dominar todos los
movimientos voluntarios del cuerpo (así como los de aquello que se denomina su
alma, su pensamiento mismo, sus palabras y actos) sometiéndolos a una finalidad
dominante, sea ésta buena o mala.
¿El hombre es responsable de su
formación?
La voluntad del hombre, así desarrollada y entrenada, no es evidentemente sino
el producto de influencias que están fuera de él y que, actuando sobre la
voluntad, la determinan y configuran con independencia de sus propias
resoluciones. ¿Puede un hombre ser considerado responsable de la formación mala
o buena, adecuada o inadecuada que obtiene?
Hasta cierto punto un hombre puede convertirse
en su propio educador, en su propio instructor tanto como creador. Pero debe
observarse que cuanto adquiere es sólo una independencia relativa, y que en
modo alguno está liberado de la dependencia inevitable o de la solidaridad
absoluta mediante la cual él, como ser vivo, está encadenado irrevocablemente
al mundo natural y social
EL HOMBRE, SOMETIDO A LA INEVITABILIDAD UNIVERSAL
La voluntad animal o humana no es la
fuerza motriz creadora. Tras probar que la voluntad animal, incluida la humana, es
un poder limitado capaz, como más tarde veremos, de modificar hasta cierto
punto mediante el conocimiento de las leyes naturales y sometiendo
estrictamente sus acciones a dichas leyes las relaciones entre el hombre y las
cosas que le rodean, así como las relaciones entre las cosas mismas (pero
incapaz de producir o crear la esencia de la vida animal) ; tras probar que el
poder relativo de esta voluntad, contrastado con el único poder absoluto
existente de la causalidad universal, aparecería como una impotencia absoluta o
como una causa relativa, de nuevos efectos relativos determinados y producidos
por la misma causalidad, resulta evidente que no hemos de buscar la poderosa
fuerza motriz creadora del mundo animal y humano en la voluntad humana, sino en
la solidaridad universal e inevitable de cosas y seres.
La fuerza motriz universal es ciega
e inconsciente. Esta fuerza motriz no la llamamos ni inteligencia ni voluntad. De
hecho, no tiene y Do puede tener auto conciencia alguna, ni determinación o
resolución propias. No es el ser singular, indivisible y sustancial concebido
por los metafísicos, sino el producto y como dije el resultado eternamente
reproducido por todas las transformaciones de los seres y cosas dentro del
universo. En una palabra, no es una idea sino un hecho universal, más allá del
cual resulta imposible concebir nada y este hecho no es en modo alguno un
ser inmutable, sino el movimiento perpetuo que se manifiesta y forma en una
infinidad de acciones y reacciones relativas de índole mecánica, física,
química, geológica, vegetal, animal y humana. Como resultante de esa
combinación de movimientos relativos e incontables esta fuerza motriz universal
es tan poderosa como inevitable ciega e consciente.
Crea mundos, y es al mismo tiempo su producto. En
todos los dominios de la naturaleza terrestre, se manifiesta a través de leyes
o formas particulares de desarrollo. En el mundo orgánico y en la formación
geológica de nuestra esfera se presenta como la incesante acción y reacción
de leyes mecánicas, físicas y químicas que aparentemente pueden reducirse
a una ley básica: la ley de gravitación y movimiento, o más bien de atracción
material, de la que las demás leyes son sólo sus diversas manifestaciones y
transformaciones. Tales leyes, como ya he indicado, son generales en el sentido
de que comprenden todos los fenómenos producidos sobre la tierra, gobernando
las relaciones y el desarrollo de la vida orgánica, vegetal, animal y social,
así como la totalidad inorgánica de las cosas.
La ley de nutrición, formulada por
Augusto Comte. En el mundo orgánico, la misma fuerza motriz universal; se manifiesta a
través de una nueva ley basada sobre la suma total de las leyes generales;
naturalmente, es una nueva transformación cuyo secreto se nos ha escapado hasta
fiel presente, pero que constituye una ley particular en de sentido de
manifestarse sólo en los seres vivientes: las plantas, los animales y el
hombre. Es la ley de nutrición, que utilizando la expresión de Augusto Comte[3]
consiste en: 1. La absorción interior de materiales nutritivos extraídos del
sistema ambiente y su asimilación gradual. 2. La exhalación hacia el exterior
de moléculas, que a partir de ese momento se hacen extrañas al organismo y se
desintegran necesariamente en la realización de la nutrición. Esta ley
particular en el sentido de que no se aplica al mundo inorgánico, pero es
general y fundamental para todos los seres vivos. El problema de la nutrición,
el gran problema, de la economía social, es la base real para todos los
desarrollos posteriores de la humanidad.
Sensibilidad e irritabilidad: las
propiedades del mundo animal. En el propio mundo animal, esta misma fuerza motriz
universal reproduce la ley genérica de nutrición en una forma nueva y peculiar,
combinándola con dos propiedades que distinguen a los animales de las plantas:
la sensibilidad y la
irritabilidad. Estas facultades son evidentemente materiales,
y las facultades llamadas ideales el sentimiento denominado moral, en contraste
con la sensación física, así como las facultades de la voluntad y la
inteligencia no son sino su expresión más elevada o su transformación última.
Ambas propiedades sensibilidad e irritabilidad sólo se encuentran entre los
animales. Combinadas con la ley de nutrición, que es común a los animales y a
las plantas, esas propiedades constituyen la ley genérica particular de todo el
mundo animal.
La génesis de los hábitos animales. Las diversas funciones que
llamamos facultades animales no son optativas, en el sentido de que el animal
pueda ejercitarlas o no. Todas las facultades son propiedades esenciales,
necesidades inherentes a la organización animal. Las diferentes especies,
familias y clases de animales difieren entre ellas por la total ausencia de
algunas facultades o por el superdesarrollo de unas a expensas de otras.
Incluso dentro de las especies, familias y clases
animales, los individuos no tienen la misma fortuna. El espécimen perfecto es
aquel en el que se encuentran armoniosamente desarrollados todos los órganos
característicos del orden al cual pertenece el individuo. La carencia o la
debilidad de uno de esos órganos constituye un defecto, y cuando el órgano es
de un tipo esencial puede llevar a que el individuo se convierta en un
monstruo. Monstruosidad o perfección, excelencia o defecto, todo esto le viene
dado al individuo por la Naturaleza, y es recibido por él en su nacimiento.
Pero cuando una facultad existe ha de ser ejercitada,
y hasta que el animal llega a un estadio de ocaso natural no dejará de tender
necesariamente a su desarrollo y fortalece el cimiento mediante el ejercicio
repetido, que crea hábito y el hábito es la base de todo desarrollo animal.
Cuanto más se ejerce y desarrolla, más se convierte en una fuerza la
irresistible dentro del animal, en una fuerza que debe ser I obedecida
implícitamente.
El animal se ve forzado a ejercitar
sus facultades. Acontece a veces que una enfermedad o circunstancias externas más
poderosas que la tendencia natural del individuo excluyen el ejercicio o
desarrollo de una o varias facultades. En ese caso los órganos respectivos se
atrofian, y el organismo entero sufre con arreglo a la importancia de esas
faculta des y sus órganos correspondientes. El individuo puede morir a causa de
ello, pero si vive ha de ejercitar las facultades restantes bajo amenaza de
muerte. En consecuencia, el individuo no es el dueño de esas facultades, sino
su agente involuntario, su esclavo.
…Al ser un organismo vivo, dotado con la doble
propiedad de la sensibilidad y la irritabilidad, capaz en cuanto tal de
experimentar dolor tanto como placer, todo animal incluido el hombre se
ve forzado por su propia naturaleza a comer, beber y desplazarse. Ha de hacerlo
para obtener alimento, y también respondiendo a la necesidad suprema de sus músculos.
A fin de mantener su existencia, el organismo debe protegerse contra cualquier
cosa que amenace su salud, su alimento y todas las condiciones de su vida.
Debe amar, copular y procrear. En la medida de su capacidad intelectual,
debe reflexionar sobre las condiciones exigidas para la preservación de su
propia existencia. Debe querer todas esas condiciones para sí y dirigido por
una especie de previsión basada en la experiencia, jamás ausente por completo
en animal alguno, se ve forzado a trabajar, en la medida de su inteligencia y
su fuerza muscular, para prepararse el futuro más o menos distante.
El impulso animal alcanza el estadio
de la autoconciencia en el hombre. Inevitable e irresistible en todos los animales, sin
exceptuar al hombre más civilizado, esta tendencia imperiosa y fundamental de
la vida constituye la base misma de todas las pasiones animales y humanas. Es
instintiva, podríamos decir mecánica, en las organizaciones inferiores; es más
consciente en las especies más elevadas, y alcanza el estadio de la plena
autoconciencia sólo en el hombre, que está dotado con la facultad preciosa de
combinar, agrupar y expresar plenamente sus pensamientos. El hombre es el único
animal capaz de abstraerse en su pensamiento del mundo externo, e incluso de su
propio mundo interno, elevándose así a la universalidad de las cosas y los
seres. Como puede verse a sí mismo desde las alturas de esta abstracción, como
un objeto de su propio pensamiento, puede comparar, criticar, ordenar y
subordinar sus propias necesidades, sin transgredir las condiciones vitales de
su propia existencia. Todo ello le permite naturalmente, dentro de límites muy
estrechos, y siempre sin poder cambiar nada en el flujo universal e inevitable
de causas y efectos determinar mediante la reflexión abstracta sus propios
actos, cosa que le proporciona en relación con la Naturaleza la falsa
apariencia de una espontaneidad e independencia absoluta.
¿Qué tipo de voluntad libre posee el
hombre?
¿Posee realmente el hombre una voluntad libre? Sí y no, depende de lo que se
quiera decir con esta expresión. Si por voluntad libre se entiende voluntad
arbitraria, es decir, una presunta facultad del individuo humano para
determinarse con libertad e independencia de cualquier influencia externa; y
si, como mantienen todas las religiones y sistemas metafísicos, gracias a esta
presunta voluntad libre el hombre ha de ser excluido del principio de
causalidad universal que determina la existencia de todo y hace que cada cosa
dependa de todas las demás, no podemos sino rechazar esa libertad como un
sinsentido, pues nadie puede existir fuera de esa causalidad universal.
La estadística como ciencia sólo es
posible sobre la base del determinismo social. El socialismo, basado sobre la
ciencia positiva, rechaza absolutamente la doctrina de la «voluntad libre».
Admite que todos los llamados vicios y virtudes de los hombres son sólo el
producto de la acción combinada de la Naturaleza y la sociedad.
La Naturaleza, mediante el poder de influencias
etnográficas, fisiológicas y patológicas, produce las facultades y tendencias
que se denominan naturales, mientras que la organización social las desarrolla,
las reprime o corrompe su desarrollo. Todos los hombres, sin excepción, son lo
que han hecho de ellos la Naturaleza y la sociedad en todo momento de sus
vidas.
Sólo esta necesidad natural y social hace posible la
aparición de la estadística como ciencia, Dicha ciencia no se contenta con
verificar y enumerar hechos sociales, sino que además intenta explicar la
conexión y la correlación de dichos hechos en la organización de la sociedad. Las
estadísticas criminales, por ejemplo, demuestran que en un mismo país y en una
misma ciudad, durante un período de diez, veinte o treinta años, se repite cada
año casi en la misma proporción el mismo crimen o delito; es decir, mientras
ninguna crisis política o social haya cambiado allí la actitud de la sociedad. Todavía
más sorprendente es que los métodos usados para cometer crímenes se repitan
también de año a año con la misma frecuencia. Por ejemplo, el número de
crímenes por envenenamiento, arma blanca y de fuego, así como la cifra de
suicidios cometidos de cierta manera, son casi siempre invariables. Esto llevó
a Quetelet a hacer su memorable afirmación: «La sociedad prepara los crímenes,
y los individuos se limitan a cometerlos».
La idea de la voluntad libre lleva a
su corolario, la idea de la providencia. Esta repetición periódica de los mismos hechos sería
imposible si las inclinaciones morales e intelectuales de los hombres, así como
sus actos, dependieran de una «voluntad libre». El término «voluntad libre» no
tiene significado en absoluto, o indica que el individuo toma decisiones
espontáneas y auto determinadas, completamente ajenas a cualquier influencia
exterior del orden natural o social. Pero si así fuese, si los hombres sólo
dependieran de sí mismos, el mundo estaría regido por un caos que suprimiría
cualquier solidaridad entre las gentes. Los millones de voluntades libres,
independientes entre sí, tenderían a la destrucción mutua, y sin duda lo
lograrían de no ser por la voluntad despótica de la divina Providencia
que «los guía mientras bullen y se trompican» y que degradándolos a todos al
mismo tiempo, pone orden en la humana confusión.
Las implicaciones prácticas de la
idea de la providencia divina. Este es el motivo de que todos los defensores de la
doctrina del libre albedrío se vean llevados por la, lógica a reconocer la
existencia y la acción de una Providencia divina. Tal es la base de todas las
doctrinas teológicas y metafísicas. Constituyen un sistema grandioso que
durante largo tiempo satisfizo a la conciencia humana, y hemos de admitir que,
desde el punto de vista del pensamiento abstracto o de la fantasía poética y
religiosa, impresionan por su armonía y grandeza. Pero, desgraciadamente, su
contrapartida apoyada sobre la realidad histórica ha sido siempre aterradora, y
el propio sistema no puede soportar la prueba del criticismo científico.
De hecho, sabemos que mientras el Derecho Divino
reinó sobre la tierra, la gran mayoría de las personas estaban sometidas a una
explotación brutal e inmisericorde, que eran atormentadas, oprimidas y
masacradas. Sabemos que hasta el presente, las masas del pueblo han sido
mantenidas en la esclavitud en nombre de la divinidad religiosa y metafísica y
no podía ser de otro modo, porque si el mundo la Naturaleza tanto como la
sociedad humana estuviese gobernado por una voluntad divina, no habría lugar en
él para la libertad humana. La voluntad del hombre es necesariamente débil e
impotente ante la voluntad de Dios. En consecuencia, cuando intentamos defender
la libertad metafísica, abstracta o imaginaria de los hombres, el libre
albedrío, terminamos negando la libertad real. Ante Dios, el Omnipotente y
Omnipresente, el hombre es sólo un esclavo y puesto que la libertad humana es
destruida por la
Providencia Divina, sólo permanecen los privilegios, es
decir, los derechos especiales otorgados por la Gracia Divina a
ciertos individuos, acierta jerarquía, dinastía o Clase.
La ciencia rechaza el libre
albedrío.
La experiencia acumulada, coordinada y asimilada que denominamos ciencia
demuestra que el «libre albedrío» es una ficción insostenible contraria a la
naturaleza de las cosas. Lo que llamamos voluntad es únicamente la
manifestación de un cierto tipo de actividad neurológica, lo mismo que nuestra
fuerza física es el resultado de la actividad de nuestros músculos. En
consecuencia, ambas son igualmente productos de la vida natural y social, es
decir de las condiciones físicas y sociales en medio de las cuales nace y crece
todo hombre.
La voluntad y la inteligencia son
sólo relativamente independientes. Así concebidas y explicadas, la libertad y la
inteligencia del hombre ya no pueden considerarse un poder absolutamente
autónomo, independiente del mundo material y capaz, al concebir pensamientos y
acciones espontáneas, de romper la inevitable cadena de causas y efectos que
constituye la solidaridad universal de los mundos. La aparente independencia de
la voluntad y la inteligencia es en gran medida relativa, pues al igual que la
fuerza muscular del hombre, esas fuerzas o capacidades nerviosas se producen en
todo individuo por la concurrencia de circunstancias, influencias y acciones
externas materiales y sociales que son absolutamente independientes de su
pensamiento y su voluntad y lo mismo que hemos tenido que rechazar a
posibilidad de lo que los metafísicos llaman ideas espontáneas, hemos de
rechazar los actos espontáneos de la voluntad, la libertad arbitraria de la
voluntad y la responsabilidad moral del hombre, en el sentido teológico,
metafísico y jurídico de: la palabra.
La responsabilidad moral en los
hombres y animales. Nadie habla de la voluntad libre de los animales. Todos coinciden en
que los animales están gobernados durante todos los momentos de su vida y todos
sus actos por causas independientes de su pensamiento y su voluntad. Nadie duda
de que los animales siguen inevitablemente los impulsos recibidos del mundo
externo y de su naturaleza interna; en una palabra, no hay posibilidad de que
ideas y los actos espontáneos de su voluntad el flujo universal de la vida y,
en consecuencia, no pueden cargar con responsabilidad jurídica o moral alguna
embargo, todos los animales están indudablemente de voluntad e inteligencia.
Entre las facultades correspondientes de los animales y el hombre sólo hay una
diferencia cuantitativa, una diferencia de grado. ¿Por qué, entonces,
declaramos que el hombre es absolutamente responsable, y el animal carece
absolutamente de responsabilidad?
Creo que el error no está en esta idea de
responsabilidad, que existe de un modo muy real tanto en los hombres como en
los animales, aunque en diferentes grados. El error está en el
sentido absoluto que nuestra vanidad humana, apoyada sobre una aberración
teológica o metafísica, otorga la responsabilidad humana. Todo el error está en
este adjetivo, absoluto. El hombre no es absolutamente responsable y los
animales no son absolutamente irresponsables. La responsabilidad de unos y
otros es proporcional al grado de reflexión del que son capaces.
La responsabilidad existe, pero es
relativa.
Podemos. Aceptar como axioma general que nada existe ni puede ser producido en
el mundo humano si no existe en el mundo animal, al menos en estado
embrionario, pues la humanidad es simplemente el último desarrollo de la
animalidad sobre la tierra.
De ello se sigue que si no existe una responsabilidad animal,
no puede haber una responsabilidad por parte del hombre, estando este último
sometido a la absoluta potencia de la Naturaleza tanto como el animal más
imperfecto de la tierra; desde un punto de vista absoluto, el animal y el
hombre son igualmente irresponsables.
Pero hay sin duda dentro del mundo animal una
responsabilidad relativa con diversos grados. Imperceptible en las especies
inferiores, se hace bastante pronunciada en los animales con organización
superior. Las bestias crían a su prole y desarrollan en ella, a su manera, la
inteligencia es decir, la comprensión o el conocimiento de las cosas y la
voluntad, es decir, la facultad o la fuerza interna que nos permite controlar
nuestros movimientos instintivos. Los animales incluso castigan con ternura
paternal la desobediencia de sus pequeños. De ahí que hasta entre los animales
aparezca el comienzo de la responsabilidad moral.
La voluntad del hombre está
determinada en todo instante. Hemos visto que el hombre no es responsable de las
capacidades intelectuales recibidas por el nacimiento, ni de la mala o buena
formación recibida antes de llegar a la madurez o, al menos, antes de la pubertad. Pero
entonces llegamos a un momento en que el hombre se hace consciente de sí, en
que, dotado con las cualidades morales e intelectuales inculcadas a través de
la educación recibida del exterior, se convierte de algún modo en su propio
creador, evidentemente capaz de desarrollar, expandir y fortalecer su voluntad
y su inteligencia. ¿Se debe considerar responsable al hombre si no consigue hacer
uso de esta posibilidad interna?
Pero ¿cómo puede considerársele responsable? Es
evidente que en el instante de descubrirse capaz o moralmente obligado a tomar
su resolución de trabajar sobre sí todavía no ha realizado este trabajo
espontáneo e interno que le convertirá de algún modo en su propio creador; en
ese momento, no es sino el producto de las influencias externas que le
condujeron hasta allí. En consecuencia, la resolución que está apunto de tomar
no depende del poder de la voluntad y el pensamiento auto adquiridos pues su
propio trabajo todavía no ha comenzado, sino de aquello que ya le han dado la
Naturaleza y su educación, cosa independiente de sus propias resoluciones. La
decisión, buena o mala, que está apunto de tomar será el efecto o el producto
inmediato de la Naturaleza y de su educación, de las cuales no es responsable.
De aquí se deduce que dicha resolución no implica en modo alguno
responsabilidad por parte de quien la toma.
La inevitabilidad universal rige a
la voluntad humana. Es evidente que la idea de la responsabilidad humana, idea por completo
relativa, no puede aplicarse al hombre aislado y considerado como un individuo
en estado de naturaleza, desligado del desarrollo colectivo de la sociedad. Visto
como tal en presencia de esa causalidad universal, en cuyo seno todo cuanto
existe es al mismo tiempo y efecto, creador y criatura, cualquier hombre
aparece todo instante de su vida como un ser absolutamente determinado e
incapaz de romper, o incluso de interrumpir el flujo universal de la vida, con
lo cual es despojado de, toda responsabilidad jurídica. Con toda la
autoconciencia producida dentro de él por el espejismo de, una falsa
espontaneidad, ya pesar de su voluntad e Inteligencia que son las condiciones
indispensables para construir su libertad contra el mundo externo, incluidos
los hombres que le rodean el hombre, como todos los animales sobre esta tierra,
permanece absolutamente sometido a la inevitabilidad universal que gobierna al
mundo.
LA RELIGIÓN EN LA VIDA DEL HOMBRE
La génesis de la fe en Dios debe ser
objeto de un estudio racional. Para las personas que piensan lógicamente y cuyas mentes
funcionan al nivel de la ciencia moderna, esta unidad del Universo y el Ser se
ha convertido en un hecho bien establecido. Sin embargo, hemos de admitir que
este hecho tan simple y auto evidente como para hacer absurda cualquier otra
actitud se encuentra en contradicción flagrante con la conciencia universal de la humanidad. Esta
última, manifestándose a lo largo de la historia en formas ampliamente
diversas, ha admitido siempre unánimemente .la existencia de dos mundos
distintos: el mundo espiritual y el mundo material, el mundo divino y el mundo
real. Empezando por los toscos fetichistas, que adoraban en el mundo circundante
la acción de algún poder sobrenatural encarnado en algún objeto material, todos
los pueblos han creído y siguen creyendo en la existencia de algún tipo de
divinidad.
Esta abrumadora unanimidad tiene para muchos
individuos más peso que las pruebas de la ciencia; y si la lógica de un pequeño
número de pensadores, coherentes pero aislados, contradice el consenso
universal, tanto peor afirman tales individuos para esa lógica.
De este modo, la antigüedad y la universalidad de la
creencia en Dios se han convertido en pruebas irrefutables de su existencia,
frente a toda ciencia y toda lógica. Pero ¿por qué ha de ser así? Hasta la era
de Copérnico y Galileo todo el mundo, a excepción de los pitagóricos, creía que
el sol giraba alrededor de la tierra. ¿Probaba la universalidad de dicha
creencia la validez de sus suposiciones? Comenzando con el origen de la
sociedad histórica y terminando en nuestro propio período, una pequeña minoría
conquistadora ha explotado y sigue explotando el trabajo forzado de las masas
de trabajadores, esclavos o asalariados. ¿Se sigue de ello que la explotación
del trabajo de alguien por parte de parásitos no sea una iniquidad, un robo y;
un saqueo? He aquí dos ejemplos para probar que los argumentos de nuestros
deístas carecen por completo de valor.
De hecho, no hay nada más universal y más antiguo que
el absurdo; al contrario, la verdad es relativamente mucho más joven, pues
constituye siempre el resultado, y el producto del desarrollo histórico, jamás
su punto de partida. Porque el hombre, primo por origen si no descendiente
directo del gorila, comenzó en la oscura noche del instinto animal hasta llegar
al amplio mediodía de la
razón. Esto explica plenamente sus absurdos pasados, y nos
consuela en parte de sus errores presentes. Todo el desarrollo histórico del
hombre es simplemente un proceso de abandono progresivo de la pura animalidad
mediante la creación de su humanidad.
De aquí se deduce que la antigüedad de una idea,
en vez de demostrar nada, debe al contrario despertar nuestras,
sospechas. En cuanto a la universalidad de una falacia, sólo prueba una
cosa: la identidad de la naturaleza humana en todo momento y en todo clima.
Puesto que todos los pueblos han creído y siguen creyendo en Dios, y hemos de
concluir, sin dejarnos dominar por este concepto discutible, que a nuestro
juicio no puede prevalecer contra la lógica ni contra la ciencia, que la idea
de la divinidad producida sin duda por nosotros mismos, es un error necesario
en el desarrollo de la
humanidad. Debemos preguntarnos cómo y por qué llegó a nacer,
y por qué todavía es necesario para la gran mayoría de la especie humana.
El estudio del origen de la religión
es tan importante como su análisis critico. No seremos capaces de destruir la
idea del mundo sobrenatural o divino, anclada en la opinión de la, mayoría,
hasta explicarnos cómo llegó a nacer esa idea y como tenía necesariamente que
aparecer en el desarrollo natural de la mente y la necesidad humana, por muy
fuerte que pueda ser nuestra convicción científica sobre el carácter absurdo de
la misma. Sin
este conocimiento, jamás podremos atacarla en las profundidades del ser humano
donde tiene sus raíces. Condenados a una lucha estéril e inacabable, habríamos
de contentarnos con batirla solamente sobre la superficie, en sus incontables
manifestaciones, cuyo absurdo podrá ser revelado gracias a los golpes del
sentido común, pero que reaparecerá en formas nuevas y no menos carentes de
sentido. Mientras permanezca intacta la raíz de la creencia en Dios, no dejará de
suscitar nuevos brotes. Así, por ejemplo, en ciertos círculos de la sociedad
civilizada el espiritismo tiende a establecerse sobre las ruinas de la
Cristiandad.
¿Cómo pudo llegar a surgir la idea
del dualismo?
Estamos más convencidos que nunca de la necesidad urgente de resolver la
cuestión siguiente: puesto que el hombre forma un todo con la naturaleza y no
es sino el producto material de una cantidad indefinida de causas
exclusivamente materiales, ¿cómo llegó a nacer, se estableció y echó raíces tan
profundas en la conciencia humana esta dualidad de los dos mundos opuestos uno
material y otro espiritllal, uno divino y otro natural?
La fuente de la religión. La incesante
acción y reacción del todo sobre cada punto singular, y la acción recíproca de
cada punto singular sobre el todo constituye la vida, como hemos dicho. Ella es
la ley suprema y genérica, la totalidad de mundos que eternamente produce y es
producida al mismo tiempo. Eternamente activa y todopoderosa esta solidaridad
universal o causalidad mutua que en lo sucesivo llamaremos Naturaleza creó
entre el número incontable de otros mundos nuestra tierra con su jerarquía de
seres, desde los minerales hasta el hombre. Reproduce constantemente esos
seres, los desarrolla, los nutre y preserva, y cuando les llega el momento
muchas veces antes los destruye, o más bien los transforma en otros seres. Ella
es, pues, el poder omnipotente frente al cual resulta impensable la
independencia y la autonomía; el ser que comprende y atraviesa con su acción
irresistible la existencia de todos los seres. Entre los vivientes, no hay uno
solo que no lleve dentro de sí en una forma más o menos desarrollada el
sentimiento o la percepción de esta suprema influencia y de esta dependencia
absoluta.
La esencia de la religión es el
sentimiento de dependencia absoluta en relación con la naturaleza eterna La religión, como todas las
demás cosas humanas, tienen su fuente primaria en la vida animal. Es imposible
decir que ningún animal, excepto el hombre, tenga algo próximo a una religión
definida, porque incluso la más tosca de las religiones supone un grado de
reflexión no alcanzado todavía por animal alguno, excepto el hombre. Pero es
también imposible negar que la existencia de todos los animales, sin excepción,
revela todos los elementos o materiales constitutivos de la religión,
exceptuando por supuesto ese aspecto ideal el pensamiento que pronto o tarde la destruirá. De hecho,
¿cuál es la verdadera sustancia de toda religión? Es precisamente este
sentimiento de absoluta dependencia del individuo efímero en relación con la
Naturaleza eterna y omnipotente.
El miedo instintivo es el comienzo
de la religión. Es difícil para nosotros observar este sentimiento y analizar todas sus
manifestaciones en los animales de especies inferiores. Sin embargo, podemos
decir que el instinto de auto preservación, encontrado incluso en las
organizaciones animales comparativamente más pobres, es una especie de
sabiduría común engendrada en todos bajo la influencia de un sentimiento que,
como hemos afirmado, constituye un efecto religioso en su naturaleza. En los
animales dotados de una organización más completa y más próxima al hombre este
sentimiento se manifiesta de un modo más perceptible para nosotros, por
ejemplo, el pánico instintivo que se apodera de ellos cuando se produce alguna
gran catástrofe natural como los terremotos, los fuegos forestales o las
grandes tormentas. En general, podríamos decir que el miedo es uno de los
sentimientos predominantes de la vida animal
Todos los anima es que viven en liberta son tímidos
lo cual demuestra que viven en un estado de miedo instintivo incesante,
obsesionados siempre con la sensación del peligró; es decir, son conscientes en
alguna medida de influencia todopoderosa que siempre y en todas partes
los persigue, los penetra y los rodea. Este temor los teólogos dirían temor de
Dios es el comienzo de la sabiduría, es decir, de la religión. Pero en
los animales no llega a convertirse en religión porque carecen del poder
reflexivo que dicta el sentimiento, determina su objeto y la transmuta en
conciencia, en pensamiento. Por consiguiente, tienen razón las pretensiones de
que el hombre constituye un ser religioso por naturaleza: es religioso como
otros animales, pero sobre la tierra él es el único consciente de su religión.
El miedo es el primer objeto del
pensamiento reflexivo naciente. Se dice que la religión es el primer despertar de la razón;
sí, pero en la forma de la
sinrazón. La religión, como acabamos de observar, comienza
con el miedo. En efecto, el hombre, al despertar con los primeros rayos del sol
interior que llamamos conciencia y al emerger lentamente, paso a paso, del semi
sueño sonambúlico y la existencia totalmente instintiva que llevaba mientras se
encontraba aún en el estado de pura inocencia o estado animal tras haber
nacido, además, como todos los animales, con miedo a ese mundo externo que le
produce y le nutre, pero que al mismo tiempo le oprime, le asfixia y amenaza
con devorarle en todo instante, el hombre estaba destinado a hacer del miedo
mismo el primer objeto de su pensamiento reflexivo naciente.
Puede suponerse que en el hombre primitivo, al
despertar su inteligencia, este temor instintivo debe haber sido más fuerte que
el de los animales de otras especies. En primer lugar, porque el hombre nació
peor equipado para la lucha en comparación con otros animales, y porque su
infancia dura mucho más. También porque esa misma facultad del pensamiento
reflexivo, recién surgida a la abierto y esperando todavía alcanzar un grado de
madurez y poder suficiente para discernir y utilizar objetos, externos,
estaba destinada, a arrancar al hombre de la unión y la amor
Instintivo... con la Naturaleza donde al igual que su primo, el gorila moró
antes de despertar su pensamiento. En consecuencia el poder de reflexión le
aisló dentro de esta Naturaleza que, habiéndose hecho extraña, estaba destinada
a aparecer tras el prisma de su imaginación, estimulada y ampliada por el
efecto de esta incipiente reflexión como un poder sombrío y misterioso,
infinitamente más hostil y amenazador que en la realidad.
La pauta de sensaciones religiosas
entre los pueblos primitivos. Es extremadamente difícil, si no imposible hacer un relato
exacto de las primeras sensaciones y fantasía: religiosas de los salvajes. En
sus detalles eran probablemente tan variadas como el carácter de las diversas
tribus primitivas, y tan diversas como el clima, el hábitat y las demás
circunstancias donde se desarrollaron. Pero dado que esas sensaciones y
fantasías eran después de todo humanas en su carácter, a pesar de esta gran
diversidad de detalles estaban destinadas a tener unos pocos y simples puntos
generales en común, que intentaremos determinar. Sea cual fuere el origen de
los diversos grupos humanos y la separación de razas sobre esta tierra; bien
sea que todos los hombres hayan tenido un Adán (un gorila o un primo del
gorila) como antepasado, o bien sea que surgieron de diversos antepasados
semejantes creados por la Naturaleza en diferentes puntos y en diferentes
épocas con una relativa independencia entre sí, la facultad que propiamente
constituye y crea la humanidad de todos los hombres la reflexión, el poder de
abstracción, la razón, el pensamiento, en una palabra, la facultad de concebir
ideas (y las leyes determinantes de la manifestación de esta facultad)
permanece idéntica en todos los tiempos y lugares. Esas leyes son
inmodificables en todo lugar y momento, y ningún desarrollo humano puede
contrariarlas. Esto nos permite creer que las fases principales observadas en
el primer desarrollo religioso de un pueblo tienden forzosamente a reproducirse
en el desarrollo de todas las demás poblaciones de la tierra.
El fetichismo, la primera religión,
es una religión del miedo. A juzgar por los unánimes informes de viajeros que durante
siglos han estado visitando las islas oceánicas, o de los que en nuestros días
han penetrado hasta el interior de África, el fetichismo ha debido ser la
primera religión, la religión de todos los pueblos salvajes, los menos alejados
del estado de Naturaleza. Pero el fetichismo es simplemente una religión del
miedo. Es la primera expresión humana de esa sensación de dependencia absoluta
mezclada con terror instintivo que hallamos en el fondo de toda vida animal y
que, como hemos dicho, constituye la relación religiosa con la Naturaleza
omnipotente propia del individuo, incluso en las especies más inferiores.
¿Quién no conoce la influencia y la impresión
producida en todos los seres vivientes, sin exceptuar las plantas, por los
grandes fenómenos regulares de la Naturaleza, como la salida y la puesta del
sol, la luz lunar, el paso de las estaciones, la sucesión del frío y el calor,
la acción particular y constante del océano, de montañas, desiertos, o
catástrofes naturales como las tempestades, los eclipses y terremotos, y
también las relaciones diversas y mutuamente destructivas de los animales entre
sí y con las especies vegetales ? Todo esto constituye para cada animal una
totalidad de condiciones de existencia, un carácter y una naturaleza
específica, y nos sentimos casi tentados a decir que un culto particular,
porque en todos los animales y seres vivientes podemos encontrar una especie de
adoración a la Naturaleza, compuesta por una mezcla de temor y júbilo,
esperanza y angustia, muy semejante a la religión humana en cuanto al
sentimiento. Ni siquiera faltan la invocación y la adoración.
La diferencia entre el sentimiento
religioso del hombre y el del animal. Pensemos en el perro amaestrado que suplica de su
dueño una caricia o una mirada; ¿no en la imagen de un hombre arrodillándose
ante su Dios? Ese perro, con su imaginación, e incluso con los rudimentos
pensantes desarrollados dentro de él por la experiencia, ¿no transfiere la
omnipotencia de la Naturaleza a su dueño, como el hombre la transfiere a
Dios? ¿Cuál es la diferencia entre el sentimiento religioso del hombre y el del
perro? No se trata de la reflexión en cuanto tal, sino del grado de reflexión,
o más bien de la capacidad para establecida y concebirla como un pensamiento
abstracto, generalizando lo mediante su designación con un nombre, pues el
lenguaje humano posee la característica específica de expresar única mente un
concepto, una generalidad abstracta, y nunca las cosas reales que actúan
inmediatamente sobre nuestro sentidos.
Puesto que el lenguaje y el pensamiento son dos
formas diferenciadas, pero inseparables, del mismo acto humano reflexivo, al
establecer el objeto de terror y adoración animal o el primer culto natural del
hombre la reflexión universal y lo transforma en una entidad abstracta,
tratando de designarlo mediante un nombre. El objeto realmente adorado por
cualquier individuo es siempre el mismo: esta piedra, este trozo de madera pero
desde el momento de recibir una palabra se convierte en un objeto o noción
abstracta, en un trozo de madera o una piedra en general De este modo, con el
primer despertar del pensamiento manifestado en el lenguaje comienza el mundo
exclusivamente humano, el mundo de abstracciones.
Los primeros brotes de la facultad
de abstracción. Debido a esta facultad de abstracción, como hemos dicho el hombre,
nacido en la naturaleza y producido por ella, se crea bajo esas condiciones una
segunda existencia conforme a su ideal y capaz como él de un desarrollo
progresivo. Esta facultad de abstracción, fuente de todos nuestros
conocimientos e ideas, es la causa única de todas las emancipaciones humanas.
Pero el primer despertar de esta facultad, que no es
sino la razón, no produce inmediatamente libertad. Cuando comienza a funcionar
dentro del hombre, desembarazando, se lentamente de los pañales de su instinto
animal, no se manifiesta como una reflexión razonada que reconoce su propia
actividad y es plenamente consciente de ella, sino como una reflexión
imaginativa, como sinrazón. Como tal, va emancipando gradualmente al hombre de
la esclavitud natural que se le impuso desde la cuna sólo para someterle una
esclavitud nueva y mil veces más dura y terrible: la esclavitud de la religión.
¿Es el fetichismo un paso atrás,
comparado con los sentimientos religiosos primitivos de los animales? La reflexión imaginativa
del hombre transforma el culto natural cuyos elementos Y huellas ya hemos
observado en todos: los animales en un culto humano, que en su forma más
elemental es el fetichismo. Ya hemos indicado el ejemplo de animales que adoran
instintivamente los grandes fenómenos de la naturaleza cuando están ejerciendo
sobre sus vidas una influencia poderosa e inmediata, pero jamás hemos oído
hablar de animales que adoren un trozo inofensivo de madera, un paño de cocina,
un hueso o una piedra, aunque encontremos esa práctica en la religión primitiva
de los salvajes, e incluso en el catolicismo. ¿Cómo explicar esta aparentemente
extraña anomalía que, a la luz de la sensatez y el sentimiento realista, pone
al hombre en una situación bastante inferior a la de los animales más
primitivos?
La reflexión imaginativa es la
fuente de las religiones fetichistas. Este absurdo es el producto de la reflexión
imaginativa del salvaje. No sólo siente el poder omnipotente de la Naturaleza
como otros animales, sino que hace de él un objeto de reflexión constante, lo
establece y generaliza proporcionándole algún tipo de nombre y hace de él el
centro focal de sus fantasías infantiles. Incapaz todavía de comprender con su
limitado pensamiento el universo, o nuestra esfera terrestre, o incluso el
medio limitado donde vive, busca por todas partes el paradero de este poder
omnipotente, cuyo sentimiento ya reflejado en su conciencia le acosa
continuamente, y por el juego de su ignorante fantasía cuyos mecanismos serían
difíciles de explicar ahora vincula este poder omnipotente a éste o aquél trozo
de madera, de tela o de piedra... Es el puro fetichismo, la religión más
religiosa, es decir, la más absurda de todas las religiones.
El culto a la brujería. Después del
fetichismo, y algunas veces coexistiendo con él, aparece el culto a la brujería. Aunque
no sea mucho más racional, es más natural que el puro fetichismo. Nos sorprende
menos, porque estamos más acostumbrados a él dada la vecindad de los brujos;
espiritistas, médiums, videntes con sus hipnotizadores, incluso sacerdotes de la Iglesia Católica Romana
o de la Iglesia
Ortodoxa griega pretenden tener el poder de invocar a Dios con
ayuda de unas pocas fórmulas misteriosas a fin de que penetre en «sagrada»
agua, o atraviese una transubstanciación en pan y vino. Esos domadores de la
divinidad, que se somete de buen grado a sus encantamientos, ¿no son también
brujos de un cierto tipo? Desde luego: su divinidad producto de un desarrollo
de varios miles de años es mucho más compleja que la divinidad de la brujería
primitiva, cuyo único objeto es la idea del poder omnipotente ya establecida
por la imaginación, pero todavía indeterminada en cuanto a su carácter moral o
intelectual.
La distinción de bien y mal, justo o injusto, es
todavía desconocida. No sabemos todavía si esta divinidad ama u odia, qué
quiere y qué no quiere; no es ni buena ni mala, es simplemente poder
omnipotente y nada más. Sin embargo, el carácter de la divinidad comienza a
adquirir algún perfil: es egoísta y vana, gusta del halago, de las
genuflexiones, de la humillación e inmolación de seres humanos, de su adoración
y sacrificios; y persigue y castiga cruelmente a quienes no desean someterse a
su voluntad, es decir, a los rebeldes, los altivos, los impíos. Este, como
sabemos, es el rasgo básico de la naturaleza divina en todos los dioses pasados
y presentes creados por la sinrazón humana. ¿Existió alguna vez en el mundo un
ser más atrozmente celoso, vano, sangriento y egoísta que el Yahvé judío o el
Dios Padre de los cristianos?
La idea de Dios se separa del brujo. En el culto deja la
hechicería primitiva, la divinidad o este poder indeterminado y omnipotente
aparece al principio inseparable de la persona del brujo: él es el propio Dios,
como el fetiche. Pero tras cierto tiempo, el papel del hombre sobrenatural, del
hombre. Dios, se hace insostenible para el hombre real y especialmente para el
salvaje, que todavía no ha encontrado ningún medio para refugiarse de las
pregunta indiscretas hechas por sus creyentes. La sensatez y el espíritu
práctico del salvaje, que continúa desarrollándose paralelamente a su
imaginación religiosa, termina mostrando la imposibilidad de que sea Dios
ningún hombre sometido a la debilidad y fragilidad humanas, Para él, el brujo
sigue siendo sobrenatural, pero sólo en el instante en que está poseído.
¿Poseído por quién? Por el poder omnipotente, por Dios...
La próxima fase: La adoración de
fenómenos naturales. Así, la divinidad suele encontrarse fuera del brujo, Pero
¿dónde buscarla? El fetiche, la cosa divina, es ya anacrónico, y el brujo u
hombre Dios está siendo también sobrepasado como estadio definido de la
experiencia religiosa. En un estadio ya avanzado, desarrollado y enriquecido
con la experiencia y la tradición de diversos siglos, el hombre busca la
divinidad lejos de él, pero todavía en el dominio de las cosas con existencia
real: en el Sol, la Luna y las estrellas, el pensamiento religioso comienza a
abarcar el universo.
Panteísmo: persiguiendo el alma
invisible del universo. El hombre sólo pudo alcanzar este nivel después de haber
pasado muchos siglos. Su facultad de abstracción, su razón ya desarrollada, se
hizo más fuerte y experimentada a través del conocimiento práctico de las cosas
circundantes y mediante la observación de sus relaciones o de la causalidad
mutua, mientras que la recurrencia periódica de los fenómenos naturales le
proporcionó el primer concepto de ciertas leyes de la Naturaleza.
El hombre comienza a sentir interés por la totalidad
de los fenómenos y sus causas. Al mismo tiempo empieza a conocerse a sí mismo
y, debido al poder de abstracción que le permite elevarse en el pensamiento
sobre su propio ser haciendo de esto un objeto de su propia reflexión, comienza
a separar su ser material y viviente de su ser pensante, su ser externo de su
ser interno, su cuerpo de su alma. Pero cuando esta distinción queda hecha y
establecida en su pensamiento, la transfiere naturalmente a su Dios, y comienza
a buscar el alma invisible para este universo de apariencias. Fue así como
estaba predestinado a aparecer el panteísmo hindú,
La pura idea de Dios. Hemos de detenemos en este
punto, porque aquí es donde comienza la religión en pleno sentido de la
palabra, y con ella la verdadera teología y la verdadera metafísica, hasta
entonces !a Imaginación religiosa del hombre, obsesionada con la Idea fija de
un poder omnipotente, siguió su curso natural buscando mediante investigaciones
experimentales la fuente la causa de este poder omnipotente, primero en los
objetos más próximos, luego en los fetiches, más tarde en los brujos después en
los grandes fenómenos naturales, y por último en las estrellas, pero siempre
ligándolo a algún objeto visible y real, aunque pudiese hallarse muy alejado de
él.
Pero ahora supone la existencia de un Dios espíritu
de un Dios invisible y extra mundano. Por otra parte, hasta aquí todos sus
Dioses eran seres limitados y particulares que tenían su lugar entre otros
seres no divinos ni dotados de poder omnipotente, pero en todo caso con
existencia real. Sin embargo, ahora afirma por primera vez la existencia de una
divinidad universal: un Ser de Seres, la sustancia y el creador de todos los
seres limitados y particulares el alma universal de todo el universo, el gran
Todo. Es aquí donde comienza el verdadero Dios y, con él, la verdadera
religión.
La unidad no se encuentra en la
realidad, sino que es creada en la mente del hombre. Hemos de examinarla actualmente el
proceso en virtud del cual llegó el hombre a este resultado, para establecer en
su origen histórico verdadera naturaleza de la divinidad. Todo el
problema se reduce a lo siguiente: ¿cómo originó la representación del universo
y la idea de esa unidad? Empecemos afirmando que la representación del universo
no puede existir para el animal, pues al rey que todos los objetos reales
circundantes grandes o pequeños, próximos o lejanos esta representación no
viene dada como una percepción inmediata de nuestros sentidos. Es un ser
abstracto, y en consecuencia sólo puede existía gracias a la facultad
abstractiva, lo cual deja su existencia circunscrita exclusivamente al hombre.
Veamos, entonces, cómo se formó dentro del hombre El
hombre se ve rodeado por objetos externos; él mismo en la medida, en que
es un ser viviente, constituye un objeto de su propio pensamiento. o os esos o
estos que lo rende lenta y gradualmente a discernir están conectados; sí por
relaciones mutuas e invariables que también pueden aprender a discernir en
mayor o menor medida; sin embargo, a pesar de esas relaciones que unifican
a los objetos sin confundirlos, las cosas permanecen separadas , unas de
otras. De este modo, el mundo externo sólo presenta al hombre una diversidad de
objetos, acciones y relaciones incontables, separadas y distintas, sin el más
leve asomo de unidad: se trata de una yuxtaposición interminable, pero no es
una totalidad. ¿De dónde proviene la unidad? Yace en el pensamiento del hombre.
La inteligencia humana está dotada con una facultad abstractiva que, tras
examinar lentamente y por separado cierto número de objetos, permite
comprenderlos instantáneamente dentro de una representación singular,
unificarlos en un solo acto de pensamiento. De este modo, el pensamiento del
hombre es aquello que crea la unidad y la transfiere a la diversidad del mundo
externo.
Dios es la abstracción más alta. De aquí se deduce que esta
unidad no es un ser concreto y real, sino un ser abstracto producido sólo por
la facultad abstractiva del hombre. Decimos abstractiva porque, a fin de
unificar tantos objetos distintos en una sola representación, nuestro
pensamiento ha de abstraer todas sus diferencias es decir su existencia
separada y real y retener exclusivamente cuanto tienen en común. Se sigue de
ello que cuanto mayor sea el número de objetos incluidos dentro de esta unidad
conceptual y más extenso sea su alcance lo cual constituye su determinación positiva
más abstracta se hace y más despojada de realidad.
Con toda su exuberancia y su transitorio esplendor,
la vida ha de encontrarse por debajo, en la diversidad; con su eterna y sublime
monotonía, la muerte está mucho más arriba en la escala de la unidad. Intentemos
elevarnos más y más mediante este poder de abstracción, intentemos trascender
todo este mundo terrestre, comprender en un solo Pensamiento el mundo solar.
Imaginemos esta sublime unidad: ¿qué queda capaz de llenarla? El salvaje
tendría dificultades en contestar esta pregunta, pero nosotros se la
Contaremos: quedará en ese caso la materia con lo que llamaba el poder de
abstracción, materia en movimiento con diversos fenómenos, como luz, calor,
electricidad, magnetismo, etc., que son como está probado diferentes
manifestaciones de una misma cosa.
Pero si mediante el poder de esta ilimitada facultad
abstractiva seguís ascendiendo sobre el mundo solar y unifico en nuestro
pensamiento no sólo los millones de soles que vemos brillando en el firmamento,
sino también las miríada de sistemas solares invisibles cuya existencia
deducimos a través del pensamiento, si mediante esa misma razón que careciendo
de límites para su facultad abstractiva se niega a considerar finito el
universo (es decir, la totalidad de todos los mundos existentes) y luego
abstrae de él a través del mismo pensamiento la existencia particular de todos
y cada uno de los mundos existentes, cuando intentáis captar la unidad de este
universo infinito, ¿qué queda capaz de determinarlo y llenarlo? Sólo una
palabra, una abstracción: el ser Indeterminado, es decir, la inmovilidad, el
vacío la nada absoluta, Dios.
Dios es, entonces, la abstracción absoluta, el
producto del propio pensamiento humano que, como el poder de abstracción, ha
trascendido todos los seres conocidos, todos los mundos existentes, y que tras
haberse despojado mediante este acto de cualquier contenido real, y haber
llegado nada menos que al mundo absoluto, lo pone ante sí como de ser supremo
Uno y Único, sin reconocerse a sí mismo en esta sublime desnudez.
EL HOMBRE NECESITABA BUSCAR A DIOS DENTRO DE SÍ MISMO
Los atributos de Dios. En todas las religiones que
se dividen el mundo y están dotadas de una teología más o menos desarrollada
salvo el budismo, esa extraña doctrina que, completamente mal entendida por sus
cientos de millones de seguidores, estableció una religión sin Dios como
también en todos los sistemas metafísicos, Dios se nos aparece sobre todo como
un ser supremo, eternamente re existente y pre determinante, que contiene en sí
mismo pensamiento y la voluntad generadora anteriores a toda existencia: la
fuente y causa eterna de toda creación, inmutable y siempre igual a sí misma en
el movimiento universal de los mundos creados. Como ya hemos visto, este Dios
no se encuentra en el universo real, al menos en la parte del mismo al alcance
del conocimiento humano. No. habiendo sido capaz de encontrar a Dios fuera de
sí, el hombre necesitaba buscarlo dentro. ¿Cómo lo buscó? Despreciando a todas
las cosas reales y vivientes, a todos los mundos visibles y conocidos.
Pero hemos visto que al término de este estéril
viaje, la facultad o acción abstractiva del hombre sólo descubre un objeto
singular: él mismo, despojado de todo contenido y privado de todo movimiento;
se descubre como una abstracción, como un ser absolutamente inmóvil y
absolutamente vacío... Diríamos: como un no ser absoluto. Pero la fantasía
religiosa lo define como el ser supremo, como Ojos.
El hombre encontró a Dios y se hizo
su criatura.
Además, como antes observábamos, el hombre se vio llevado a esta abstracción
por el ejemplo de la diferencia, e incluso el conflicto que la reflexión ya
desarrollada hasta este punto comenzó a establecer entre el hombre externo (su
cuerpo) y su ser interno, que comprende el pensamiento y la voluntad (el alma
humana). No siendo consciente, por supuesto, de que este último es sólo el
producto o la expresión última y siempre renovada del organismo humano; viendo,
por el contrario, que en la vida cotidiana el cuerpo parece obedecer siempre
las sugestiones del pensamiento y la voluntad, y suponiendo por ello que si el
no es el creador, es al menos el señor del cuerpo no tiene entonces misión
alguna, sino su servicio su expresión externa), el hombre religioso, desde el
momento en que, en virtud de su facultad de abstracción, y del modo descrito,
llegó al concepto de un ser universal y supremo que no es más que la afirmación
de ese poder de abstracción como su propio objeto, lo transformó en el alma del
universo entero, en Dios.
La cosa creada se convierte en
creador. De
este modo el verdadero Dios el Dios universal, externo e inmutable creado por
la doble acción de la imaginación religiosa y la facultad abstractiva humana
quedó instalado por primera vez en la historia. Pero
desde el momento en que Dios se consolidó y se hizo conocido, el hombre,
olvidando o ignorando la acción de su propio cerebro, creadora de ese Dios, y
no siendo capaz de reconocerse en lo sucesivo en su propia creación la
abstracción universal, empieza a adorarlo. Con ello sufrieron un cambio los
papeles del hombre y de Dios: la cosa creada se convirtió en el presunto
creador verdadero, y el hombre tomó su lugar entre las demás criaturas
miserables, como una más, escasamente privilegiada en relación al resto.
Las implicaciones lógicas del
reconocimiento de un Dios. Una vez instalado Dios, el desarrollo progresivo ulterior
de las diversas teologías puede explicarse naturalmente como el reflejo del desarrollo
histórico de la
humanidad. Pues tan pronto como la idea de un ser
sobrenatural y supremo ha tomado posesión de la imaginación humana
estableciéndose como una convicción religiosa hasta el extremo de parecerle al
hombre más cierta esta realidad que la de las cosas reales vistas o tocadas con
las manos empezó a parecerle natural que esta idea se convirtiese en la base
principal de toda experiencia humana, y que necesariamente la modificara, la
penetrara y la dominara por completo.
Inmediatamente el Ser Supremo se le apareció como el
dueño absoluto, como pensamiento, voluntad, como frental universal, como
creador y regulador de todas las cosas nada podía rivalizar con él, y todo
tenía que desvanecerse ante su presencia, pues la verdad de todo residía
únicamente en el propio Dios, y cada ser particular, incluido el hombre por muy
poderoso que pudiese parecer sólo existía debido al decreto divino. No
obstante, todo ello es enteramente lógico, porque en otro caso Dios no sería el
Ser Supremo, Omnipotente y Absoluto; es decir, Dios no podría existir en modo
alguno.
Dios es un ladrón. Desde entonces, como
consecuencia natural, el hombre atribuyó a Dios todas las cualidades, fuerzas y
virtudes que descubría gradualmente en sí mismo o en su medio. Hemos visto que
Dios, instalado como el ser supremo, es simplemente una abstracción absoluta,
carente de toda realidad, contenido y determinación, y que está desnudo y nulo
como la propia nada, como tal, se llena y enriquece con todas las realidades
del mundo existente, apareciendo ante la fantasía religiosa como su Señor y su
Maestro. De aquí se deduce que Dios es el saqueador absoluto y que, siendo el
antropomorfismo la esencia misma de toda religión, el Cielo la morada de los
dioses inmortales no es sino un espejo deformado que devuelve al creyente
su propia imagen en una forma invertida e hinchada.
La religión distorsiona las
tendencias naturales. Pero la acción de la religión no sólo consiste en llevarse
de la tierra sus riquezas y sus poderes naturales, o las facultades y virtudes
mundanas según van siendo descubiertas en el desarrollo histórico, para
transferírselas al Cielo y transmutarlas en tantos seres o atributos divinos. Al
efectuar esa transformación, la religión cambia radicalmente la naturaleza de
tales poderes y cualidades, y los falsifica y corrompe, dándoles una dirección
diametralmente opuesta a su tendencia originaria.
El amor y la justicia divinos se
convierten en azotes de la
humanidad. De este modo, la razón único órgano que posee el
hombre para discernir la verdad al convertirse en razón divina, deja de ser
inteligible y se impone a los creyentes como una apelación al absurdo. Entonces
el respeto al Cielo se convierte en desprecio hacia la tierra, y la adoración
de la divinidad se convierte en menosprecio de la humanidad. El amor
humano, la inmensa solidaridad natural que vincula a todos los individuos y
pueblos, y pronto o tarde los unirá a todos haciendo dependiente felicidad y la
libertad de cada uno de la libertad y la felicidad de los demás en una comuna
fraternal por encima de todas las diferencias de raza y color, este mismo amor
transmutado en amor divino y caridad religiosa se convirtió en azote de la humanidad. Toda la
sangre vertida en nombre de la religión desde el comienzo de la historia, y los
millones de víctimas humanas inmoladas para mayor gloria de Dios, así lo
atestiguan... Por último, la justicia misma, madre futura de la igualdad,
transportada en tiempos de la fantasía religiosa hacia las regiones celestiales
y transformada en justicia divina, retorna inmediatamente a la tierra en la
forma teológica de la gracia divina que siempre y en todas partes se alía al
más fuerte sembrando entre los hombres sólo violencia, privilegio, monopolios,
y todas las desigualdades monstruosas consagradas por el derecho histórico.