miércoles, 23 de mayo de 2012

Mikhail Bakunin - "Escritos de Filosofía Política - Parte I"


Compilación de G. P. Maxinoff. Digitalización KCL.
INTRODUCCION

Mijail Bakunin es una figura única entre las personalidades revolucionarias del siglo XIX. Este hombre extraordinario combinó en su naturaleza el intrépido pensador socio  filosófico con el hombre de acción, mezcla rara vez encontrada en un mismo individuo. Siempre estaba preparado para utilizar cualquier oportunidad de remodelar alguna esfera de la sociedad humana.

Sin embargo, su tendencia impetuosa y apasionada a la acción remitió algo tras la derrota de la Comuna  de Polonia e Imola en 1874, se apartó completamente de la actividad política dos años antes de morir.  Cuerpo estaba minado por las penurias que tan largo tiempo padeciera.

Pero esta decisión no estaba solamente motivada por el ocaso progresivo y rápido de sus facultades físicas. La visión política de Bakunin que después se vería confirma da tan a menudo por los acontecimientos le convenció de que el nuevo Imperio Alemán, tras la guerra franco prusiana de 1870-71, habla iniciado una época histórica desastrosa para la evolución social de Europa, destinada a paralizar durante muchos años todas las aspiraciones revolucionarias en torno a un renacimiento de la sociedad en el espíritu del Socialismo.

La razón de abandonar la lucha no fue la desilusión de un hombre ya mayor, afligido por la enfermedad y sin fe en sus ideales, sino la certeza de que con el cambio de condiciones provocado por la guerra Europa había entrado en un período que rompería radicalmente con las tradiciones creadas por la gran Revolución Francesa de 1789, y que se vería seguido por una nueva e intensa reacción.

En este sentido, Bakunin previó el futuro de Europa mucho más correctamente que la mayor parte de sus contemporáneos. Se equivocó en la duración de esta nueva reacción, que conducía a la militarización de toda Europa, pero captó su naturaleza mejor que nadie. Esto se observa muy particularmente en su patética carta del 11 de noviembre de 1874, a su amigo Nikolai Ogarev:

«En cuanto a mi, viejo amigo, esta vez he abandonado yo también, definitivamente, cualquier actividad práctica y me he retirado de toda conexión con compromisos activos. En primer lugar, porque el tiempo presente es decisivamente poco apropiado. El bismarckianismo, con su militarismo, su regla policíaca y su monopolio financiero unificados en un sistema característico del nuevo estatismo, está conquistando todo. Durante los diez o quince años próximos es posible que este poderoso y científico desprecio hacia lo humano se mantenga victorioso. No quiero decir que no pueda hacerse nada ahora, pero estas condiciones nuevas exigen nuevos métodos y, principalmente, nueva sangre. Siento que ya no sirvo para las luchas abiertas, y las he abandonado sin esperar a que un valiente Gil BIas me diga: «"¡Plus  dhomélies, Monseigneur!» (¡No más sermones, Señor!).

Bakunin jugó un papel destacado en dos grandes períodos revolucionarios, que hicieron conocido su nombre en el mundo entero. Cuando estalló en Francia la revolución de febrero de 1848 que como ha dicho Max Nettlau había previsto el propio Bakunin en su valiente discurso de noviembre de 1847 con ocasión del aniversario de la Revolución polaca, se apresuró a presentarse en París y en el corazón del torbellino de los acontecimientos revolucionarios vivió probablemente las semanas más felices de su vida. Pero pronto comprendió que el curso victorioso de la revolución en Francia, dado el fermento de rebeldía perceptible a todo lo largo de Europa, suscitaría fuertes reverberaciones en otros países; por eso era de decisiva importancia unificar a todos los elementos revolucionarios y evitar la desintegración de esas fuerzas, sabiendo que dicha dispersión sólo trabajaría a favor de la escondida contrarrevolución.

La capacidad adivinatoria de Bakunin estaba por entonces bastante más allá de las aspiraciones revolucionarias genera les del momento, como se observa en su carta de abril de 1848 a P. M. Annenkov, y especialmente también en sus cartas a su amigo el poeta alemán Georg Herwegh, escritas en agosto del mismo año Y tuvo también suficiente intuición política para observar que era preciso tener en cuenta las condiciones existentes para abolir los mayores obstáculos antes de que .la revolución pudiera realizar sus metas más elevadas.

Poco después de la revolución de marzo en Berlín, Bakunin viajó a Alemania para tomar contacto desde allí con sus múltiples amigos polacos, checos y de otras nacionalidad des eslavas, con la idea de estimularles a una rebelión general combinada con la democracia occidental y alemana. En ello veía el único camino posible para suprimir los baluartes del absolutismo real en Europa Austria, Rusia y Prusia que no se habían visto muy afectados por la gran Revolución Francesa. A sus ojos, esos países seguían siendo los frenos más fuertes contra cualquier intento de una reconstrucción social en el continente, y los más poderosos bastiones de cualquier reacción. Su actividad febril en el período revolucionario de 1848-49 alcanzó su punto culminante en la jefatura militar del alzamiento de Dresde en mayo de 1849, circunstancia que hizo de él uno de los revolucionarios europeos más celebrados, a quien ni siquiera Marx ni Engels podían negar el reconocimiento: Sin embargo, este período se vio seguido por años tenebrosos de largo y atormentador confinamiento en prisiones alemanas, austriacas y rusas, que sólo se aliviaron cuando fue exiliado a Siberia en marzo de 1857.

Tras doce años de cárceles y exilio, Bakunin logró escapar de Siberia y llegar a Londres en diciembre de 1861, donde sus amigos Herzen y Ogarev le recibieron con los brazos abiertos. Fue justamente entonces cuando comenzó a mitigarse la general reacción europea que había seguido a los acontecimientos revolucionarios de 1848-49. En la década de 1860 en muchas partes del continente aparecieron nuevas tendencias y un espíritu nuevo que inspiró una esperanza renovada entre los levantiscos cuya meta era la libertad humana. Los éxitos de Garibaldi y sus valientes bandas en Sicilia en la península italiana, la insurrección polaca de 1863-64, la creciente oposición en Francia al régimen de Napoleón III, el comienzo de un movimiento laborista europeo, y la fundación de la Primera Internacional, fueron signos portentosos de grandes cambios por venir. Todos esos acontecimientos estimulantes hicieron creer a revolucionarios de diversas tendencias políticas que estaba gestándose un nuevo 1848, e incluso historiadores de reputación se vieron llevados a hacer predicciones similares. Fue una época de grandes esperanzas que, sin embargo, sucumbió con la guerra de 1870- 71, la derrota de la Comuna de París y el fracaso de la Revolución española de 1873.

Esta atmósfera vibrante de la década de 1860 era exactamente lo que necesitaba la impetuosa: tendencia de Bakunin a la acción, ansia que en modo alguno se vio debilitada por su doloroso confinamiento anterior. Casi parecía que intentaba recuperar toda la actividad perdida durante más de una década de forzado silencio. A lo largo de los prolongados años de prisión primero en la fortaleza austriaca de Olmutz, y luego en la de Pedro y Pablo y en Schlüsselburg, donde se le mantuvo en situación de continuo confinamiento solitario no tuvo posibilidad alguna de informarse sobre lo que acontecía en el mundo exterior y durante su exilio en Siberia tampoco pudo seguir las grandes transiciones europeas que siguieron a los días tormentosos de los dos años revolucionarios. Cuanto oyó por accidente en el período de exilio fueron débiles ecos venidos de tierras distantes, relatos de sucesos que carecían de relación alguna con su medio siberiano.

Esto ayuda a explicar por qué inmediatamente después de fugarse de los confines más distantes de Alejandro II, Bakunin intentó reanudar su actividad donde la había abandonado en 1849, anunciando que renovaba su lucha contra los despotismos ruso, austriaco y prusiano pidiendo la unión de todos los pueblos eslavos sobre la base de las comunas federadas y la propiedad común de la tierra.

Sólo tras la derrota de la insurrección polaca de 1863 y su marcha a Italia, donde encontró un campo enteramente nuevo para sus energías, asumieron las acciones de Bakunin un carácter internacional. Desde el mismo día de llegar a Londres su infatigable impulso interior le llevó una y otra vez a empresas revolucionarias que ocuparon los trece años siguientes de su agitada vida. Tomó parte directiva en los preparativos clandestinos para la insurrección polaca, e incluso consiguió persuadir al tranquilo Herzen para que siguiese un camino contrario a sus inclinaciones. En Italia fue fundador de un movimiento social-revolucionario que .entró en conflicto abierto con las aspiraciones nacionalistas de Mazzini y atrajo a muchos de los mejores elementos de la juventud italiana.

Más tarde se convirtió en el alma y en el inspirador del a la libertaria de la Primera Internacional, siendo así el fundador de la rama federalista y anti-autoritaria del movimiento socialista, que se diseminó por todo el mundo y que luchó contra todas las formas de socialismo estatal. Su correspondencia con revolucionarios bien conocidos de diversos países creció hasta adquirir un volumen casi sin paralelos. Participó en la revuelta de Lyon en 1870, y en el movimiento italiano de insurrección en 1874, cuando ya su salud estaba obviamente en quiebra. Todo ello indica la poderosa vitalidad y la fuerza de decisión que poseía. Herzen dijo de él: «Todo en este hombre es colosal, su energía, su apetito, hasta el propio hombre».

Se comprenderá fácilmente, dado lo tempestuoso de esa vida, la razón por la que han quedado en estado fragmentario la mayor parte de los escritos de Bakunin. La publicación de sus obras escogidas no comenzó hasta diecinueve años después de su muerte. Entonces, en 1895. P. V. Stock de París publicó el primer volumen de una edición francesa  a cargo de Max Nettlau. A ese volumen siguieron otros cinco, también publicados por Stock pero al cuidado de James Guillaume, en el período que va desde 1907 a 1913.

La misma editorial anunció la publicación de obras adicionales, pero se lo impidieron las condiciones derivadas de la Primera Guerra Mundial. Sabemos que Guillaume preparaba un séptimo volumen para los impresores, cuya aparición se preveía para después del Armisticio. Pero, desgraciadamente, no ha aparecido todavía. Los seis volúmenes franceses aparecidos incluyen el texto de numerosos manuscritos jamás impresos antes, así como obras publicadas en forma; de panfleto en fechas anteriores.

En 1919-22 apareció en Petrogrado y debida a Golos  Truda una edición rusa de Bakunin en cinco volúmenes. El primero de ellos es Estatismo y Anarquismo, que no aparece en la edición francesa. Pero la edición rusa carece de diversos trabajos de Bakunin incluidos en la francesa. Además de esos cinco tomos en ruso, el gobierno bolchevique planeaba preparar ediciones completas de los trabajos de Bakunin y Kropotkin en sus Clásicos Socialistas. La edición de Bakunin se confió a George Steklov, que pretendía publicar catorce volúmenes. Pero sólo se publicaron cuatro, que contienen escritos, cartas y otros documentos de Bakunin hasta 1861. Sin embargo, incluso esos cuatro volúmenes fueron retirados de la circulación andando el tiempo.

Los editores del periódico Der Syndikalist en Berlín publicaron tres volúmenes de Bakunin en alemán durante el período 1921-24. A sugerencia mía, emprendieron la tarea de producir dos nuevos volúmenes, con traducción y preparación de Max Nettlau, que también había elegido los contenidos y cuidado los volúmenes segundo y tercero de esta edición. Pero la dominación nazi impidió la publicación de estos dos volúmenes adicionales.

En la década de 1920 los administradores del periódico anarquista La Protesta, de Buenos Aires, proyectaron una edición castellana de Bakunin. Diego Abad de Santillán fue encargado de preparar el texto español, con Nettlau como asesor editorial. En 1929 habían aparecido cinco volúmenes de esa edición, siendo el quinto Estatismo y anarquismo con un prólogo escrito por Nettlau, Pero la aparición de los cinco restantes se vio completamente bloqueada con la supresión de La Protesta y de su propio negocio editorial decretada por el régimen dictatorial de Uriburi, establecido en 1930,

El quinto volumen español incluía el texto de Anarquismo y Estatismo, que Bakunin escribió en ruso. Este libro no se ha traducido hasta el presente a ninguna otra lengua salvo el castellano, y en 1878 sólo se habían publicado unos breves pasajes en francés para la revista Avan Garde en Chaud de Fonds, Suiza, Pero una especial virtud de la edición de Buenos Aires es la luminosa introducción histórica escrita por Nettlau para cada volumen. Después, en la época de la guerra civil española, Santillán intentó publicar las obras de Bakunin en Barcelona, y allí se imprimieron, en efecto, unos pocos volúmenes con un bello formato, pero la victoria de Franco liquidó cualquier intento de completar esa empresa.

Todavía no se ha publicado en ninguna lengua una edición completa de las obras de Bakunin. Y ninguna de las ediciones existentes excepto el grupo de cuatro volúmenes publicado por el gobierno soviético ruso contiene los escritos de su primer período revolucionario, que son de particular interés e importancia para la comprensión de su evolución espiritual. Algunos de esos escritos aparecieron en revistas o como panfletos en alemán, francés, checo, polaco, sueco y ruso.

Entre estos textos estaba su notable y bien difundido ensayo La reacción en Alemania, fragmento hecho por un francés, que, bajo el pseudónimo de Jules Elysard, escribió para los Deutsche Jahrbucher publicados por Arnold Ruge en Leipzig; su artículo sobre Comunismo en la revista de Fröbel en Zurich, schweizerischer Replublikaner; el texto del discurso de Bakunin en el aniversario de la revolución polaca; sus artículos anónimos en la Allgemeine Oderzeitung de Breslau; su Llamamiento a los Eslavos en 1849 y otros escritos de ese período. Después, tras su huida de Siberia, Bakunin escribió su Llamamiento a mis amigos rusos, polacos, y a todos los demás eslavos, en 1862; su ensayo La causa del pueblo: ¿Romanov, Pugachevo Pestel? que apareció el mismo año en Londres, y varios otros escritos. Bakunin era un autor brillante, aunque sus escritos carezcan de sistema y organización, y sabía poner ardor, entusiasmo y fuego en sus palabras.

La mayor parte de su obra literaria fue producida bajo la influencia directa de inmediatos acontecimientos contemporáneos, y como tomó parte activa en muchos de ellos rara vez tenía tiempo para pulir serena y deliberadamente sus manuscritos. Esto explica en gran medida por qué quedaron incompletos muchos de ellos, ya menudo en estado de meros fragmentos. Gustav Landauer lo comprendió bien cuando dijo: «He querido y admirado a Mijail Bakunin, el más seductor de todos los revolucionarios, desde el primer día que le conocí porque pocas disertaciones están escritas tan vivazmente como las suyas, y este es quizá el motivo de que sean tan fragmentarias como la vida misma».

Bakunin deseó durante largo tiempo exponer sus teorías y opiniones en un amplio volumen comprensivo de todas ellas, deseo que expresó repetidamente en sus últimos años. Lo intentó varias veces, pero por una u otra razón sólo lo consiguió en parte, cosa que dada su vida prodigiosamente activa, donde cualquier tarea era fácilmente desplazada a un segundo lugar por otras diez nuevas difícilmente podía haberse evitado.

El primer intento en esa dirección fue su trabajo La cuestión Revolucionaria: Federalismo, Socialismo y Anti-teologismo. Con sus más íntimos amigos presentó al Comité organizador del Primer Congreso de la Liga para la Paz y la Libertad celebrado en 1867 en Ginebra una resolución que pretendía obtener el apoyo de los delegados para sus tesis, esfuerzo enteramente desesperado dada la composición de ese comité. Bakunin expresó sus tres puntos en una extensa argumentación que debía imprimirse en Berna. Pero tras haber pasado por imprenta unas pocas paginas, el trabajo se detuvo y los moldes se destruyeron, por razones jamás explicadas. Como había sobrevivido el manuscrito (o la mayor parte de él), el texto se publicó en 1895 en el primer volumen de la edición francesa de Bakunin. Dicho trabajo ocupa 205 páginas. Sin embargo, falta la conclusión, pues el último párrafo impreso termina con una frase inacabada. No sabemos qué parte se perdió, o si Bakunin quizás no llegó a completarlo. Pero las páginas preservadas muestran claramente que pretendía incluir en un volumen los principios básicos de sus teorías y opiniones.

Bakunin, hizo un segundo y más ambicioso intento con su libro El Imperio látigo germánico y la Revolución Social, cuya primera parte se publicó en 1871. Durante su vida no llegó a aparecer la segunda parte, de la cual algunas páginas ya habían pasado por imprenta. Pero numerosos manuscritos, entre los cuales algunos estaban preparados muy cuidadosamente como prueban las correcciones del  texto demuestran que Bakunin tenía un enorme interés por completar este trabajo.

Como la mayor parte de las producciones literarias de Bakunin, ésta estaba inspirada también por los acuciantes acontecimientos de la hora política. En dicho caso el motivo. Impulsor fue la guerra franco-alemana de 1870-71. Precedió ese escrito en septiembre de 1870 con una especie de introducción llamada Cartas a un francés sobre la Crisis Actual, texto del que sólo se imprimió una pequeña parte de 43 páginas en aquel momento. Con aquellas cartas, que había despachado secretamente a elementos rebeldes de Francia, Bakunin intentaba despertar al pueblo francés a una resistencia revolucionaria contra la invasión alemana, y su participación personal en la insurrección de Lyón en septiembre de 1871 atestigua que estaba presto a arriesgar su propia vida en tal aventura. Sólo cuando fracasaron los intentos sediciosos de Lyón y Marsella se vio obligado a huir de  Francia, encontró tiempo para trabajar en su manuscrito más esencial, aunque aún entonces su trabajo de escribir se vio frecuentemente interrumpido. El residuo de las Cartas a un Francés, inédito durante su vida, así como la mayor parte de los manuscritos preparados para el extenso volumen sobre el. Imperio látigo alemán se publicaron por primera vez en francés mucho tiempo después de su muerte.

Aunque Bakunin jamás logró completar el extenso volumen pretendido, su intento de concentrarse sobre los puntos mas importantes de sus propias teorías socio-filosóficos  pronto le permitió enfrentarse a Mazzini con argumentos; brillantes cuando éste lanzó sus ataques contra la Primera Internacional y la Comuna de París. De hecho, los escritos  polémicos de Bakunin contra Mazzini, y especialmente La, teología política de Mazziini y la I internacional, se encuentran entre los mejores de cuantos salieron de su pluma. Partiendo de diversos manuscritos dejados por Bakunin es evidente que pretendía escribir una continuación de este panfleto pero sólo se han descubierto unas pocas notas esquemáticas sobre el tema.

Su última obra importante, Estatismo y Anarquismo, apareció en 1873. Fue el único texto extenso que escribió en  ruso. Allí incorporó muchas ideas que se encuentran en; una forma u otra a lo largo de diversos manuscritos que, Bakunin pretendía incluir en El Imperio Látigo germánico y la Revolución Social. Pero de Estatismo  y Anarquismo sólo se ha publicado la primera parte, que, junto con un apéndice, comprende 332 páginas impresas en la edición rusa. En 1874, cuando Bakunin se había retirado definitivamente de la acción revolucionaria, tanto pública como secreta, pudo haber encontrado tiempo para materializar esta ambición de toda la vida; pero su enfermedad y el problema de cubrir las mínimas necesidades de subsistencia ocuparon; sus dos últimos años de existencia, aunque no sospechara cuán breve era el plazo de su vida. Pero incluso en esos días de horrible pobreza estaba atormentado por el deseo de terminar la gran tarea literaria tan frecuentemente interrumpida. En noviembre de 1874 escribió a Ogarev en la carta antes citada: 

«Por lo demás, no me quedo ocioso y trabajo mucho. En primer lugar, estoy escribiendo mis memorias, y en segundo si las fuerzas me lo y permiten me preparo a escribir las últimas palabras sobre mis convicciones más profundas. Y leo mucho. Actualmente estoy leyendo tres libros a la vez: la Historia  de la cultura humana de Kolh, la autobiografía  de John Stuart MilI y a Schopenhauer... Ya estoy harto de enseñar. Ahora, viejo amigo, en nuestros días de vejez queremos comenzar a aprender de nuevo. Es más entretenido.»

Pero sus memorias, que Herzen le había estimulado tanto tan a menudo a escribir, jamás llegaron al papel salvo en fragmento titulado Historia de mi vida, donde Bakunin habla de su primera juventud en la finca familiar de Pryamukhino. El texto lo publicó por primera vez Max Nettlau  en septiembre de 1896, para la revista Societé Nouvelle de Bruselas.

Aunque .la masa de escritos de Bakunin haya seguido siendo fragmentaria, los numerosos manuscritos que dejó y que se imprimieron sólo bastantes años después contienen muchas ideas originales y sagazmente desarrolladas sobre una gran variedad de problemas intelectuales, políticos y sociales, y estas ideas mantienen en gran medida su importancia y pueden inspirar también a las generaciones futuras. Entre ellas están las observaciones profundas e ingeniosas sobre la naturaleza de la ciencia y su relación con la vida real y los cambios sociales de la historia. Deberíamos recordar que esas espléndidas disertaciones se escribieron cuando la vida intelectual solía estar bajo la influencia del resurgir de las ciencias naturales. En esa época se asignaban a la ciencia funciones y tareas que jamás podría cumplir, y muchos de sus representantes se veían llevados por ello a conclusiones que justificaban cualquier forma de reacción.

Los propugnadores del llamado darwinismo social hicieron de la supervivencia del más fuerte la ley básica de existencia para todos los organismos sociales, e increpaban a cualquiera que osase negar esta revelación científica definitiva. Economistas burgueses e incluso socialistas, arrastrados por el ansia de proporcionar un fundamento científico a sus propios tratados, malentendieron tanto el valor del trabajo humano que lo consideraron equivalente a un bien intercambiable por cualquier otro. Y en sus intentos por reducir a fórmulas válidas el valor de uso y el valor de cambio olvidaron el factor más vital, el valor ético del trabajo humano, verdadero creador de toda vida cultural.

Bakunin fue uno de los primeros en percibir claramente que los fenómenos de la vida social no podían adaptarse  a fórmulas de laboratorio, y que los esfuerzos en esa dirección conducirían inevitablemente a una tiranía odiosa. En  modo alguno se equivocó en cuanto a la importancia de a ciencia, y jamás pretendió negarle su puesto; pero recomendó cautela antes de atribuir un papel grande al conocimiento científico ya sus resultados prácticos.

Estaba en contra de que la ciencia se convirtiese en árbitro final de la vida personal y el destino social de la humanidad, pues era agudamente consciente de las desastrosas posibilidades de tal camino. Hasta qué punto estaba en lo cierto lo comprendemos ahora mejor que sus propios contemporáneos. Hoy en la era de la bomba atómica, se hace obvio hasta qué punto nos hemos visto extraviados por el predominio de un pensamiento exclusivamente científico cuando no se ve influido por consideración humana alguna y sólo tiene en cuenta los resultados inmediatos prescindiendo de las consecuencias finales, aunque puedan llevar al exterminio de la vida humana.

Entre las incontables notas fragmentarias de Bakunin existen diversos memorandums esquemáticos, que pretendía desarrollar cuando el tiempo se lo permitiera. Y jamás tuvo tiempo suficiente para hacerlo. Pero hay otros desarrollados con un meticuloso cuidado y un lenguaje vivamente expresivo; por ejemplo, el centelleante ensayo que Carlo Cafiero y Elisée Reclus publicaron por primera vez en 1882  en forma de panfleto bajo el título Dios y el Estado. Desde entonces ese panfleto se ha reimpreso en muchas lenguas, y ningún otro escrito del autor ha tenido una circulación más amplia. Una continuación lógica de este ensayo, en páginas escritas para El Imperio látigo germánico, fue descubierta después por Nettlau entre los escritos de Bakunin e incorporada bajo el mismo título en el primer volumen de la edición francesa de Obras, tras publicar un extracto en inglés en la revista de James Tochetti Liberty, publicada en Londres.

El mundo de las ideas de Bakunin se revela en un gran número de manuscritos. No era por eso tarea sencilla descubrir en este laberinto de fragmentos literarios las conexiones internas esenciales para formar un cuadro completo de teorías.

Fue un propósito admirable por parte de nuestro querido  camarada Maximoff, que murió demasiado joven, presentar en un orden adecuado los pensamientos más importantes de Bakunin, proporcionando así al lector una exposición clara de sus doctrinas en las páginas que siguen. Este trabajo es particularmente recomendable porque la mayor parte de los escritos escogidos de Bakunin están agotados y son difíciles de obtener en cualquier lengua. Las ediciones rusas y alemanas están completamente agotadas, y varios volúmenes de la edición francesa no son disponibles ya. Es especialmente satisfactorio que la edición actual aparezca en inglés, porque de Bakunin sólo Dios y el Estado y unos pocos panfletos menores han aparecido en inglés.

Maximoff dividió sus selecciones anotadas en cuatro partes, y ordenó en una secuencia lógica los conceptos funda mentales expresados por Bakunin sobre temas que incluían la religión, la ciencia, el Estado, la sociedad, la familia, la propiedad, las transiciones históricas y los métodos de lucha por la liberación social. Como profundo conocedor de las ideas socio-filosóficas de Bakunin y de su obra literaria, Maximoff estaba magníficamente cualificado para emprender este proyecto, al cual entregó años de duro trabajo.

Gregori Petrovich Maximoff nació ello de noviembre de 1893 en la aldea rusa de Mitushimo, provincia de Esmolensko. Tras completar su educación elemental, fue enviado por su padre al seminario teológico de Vladimir para iniciar la carrera sacerdotal. Aunque terminó el curso allí compren  dio que no estaba hecho para esa vocación y partió hacia San Petersburgo, donde ingresó en la Academia Agrícola y se graduó como agrónomo en 1915.

A una edad muy temprana tomó contacto con el movimiento revolucionario. Era incansable en su búsqueda de nuevos valores espirituales y sociales, y durante sus años universitarios estudió los programas y métodos de todos los partidos revolucionarios en Rusia, hasta encontrar un día ciertos escritos de Kropotkin y Stepniak donde halló confirmación a muchas de sus ideas, a las cuales había llegado por sus propios caminos, y su evolución espiritual recibió un empuje adicional al descubrir en una biblioteca privada del interior de Rusia dos obras de Bakunin que le impresionaron profundamente. De todos los pensadores libertarios, Bakunin  era quien atraía más intensamente a Maximoff. El lenguaje osado del gran rebelde y el irresistible poder de sus palabras, que tan profundamente habían influido sobre tantos jóvenes rusos conquistó también a Maximoff, que durante el resto de su vida quedaría bajo su fascinación.

Maximoff tomó parte en la propaganda secreta hecha entre los estudiantes de San Petersburgo y los campesinos en las regiones rurales, y cuando al fin estalló la tan esperada revolución estableció contacto con los sindicatos, trabajando en sus consejos y hablando en sus reuniones. Fue un período de ilimitadas esperanzas para él y sus camaradas que, sin embargo, se vio cegado poco después de asumir los bolcheviques el control del gobierno ruso. Se unió al Ejército Rojo para combatir a la contrarrevolución, pero cuando los nuevos dueños de Rusia utilizaron el ejército para tareas policíacas y para desarmar al pueblo, Maximoff rehusó obedecer órdenes de ese tipo y fue condenado a muerte. Sólo por la solidaridad y las enérgicas protestas del sindicato de trabajadores del metal se le perdonó la vida.

Fue arrestado por última vez el 8 de marzo de 1921, en la época de la rebelión de Kronstadt, y arrojado a la prisión de Taganka en Moscú junto a una docena de camaradas, bajo el único cargo de mantener opiniones anarquistas. Cuatro meses más tarde tomó parte en una huelga de hambre, que duró diez días y medio y tuvo amplias repercusiones. La huelga sólo terminó después de que los camaradas franceses y españoles asistentes entonces aun congreso de la Internacional Sindical Roja elevaran sus voces contra la falta de humanidad del gobierno bolchevique y exigieran la libertad de los prisioneros. El régimen soviético accedió a esta demanda con la condición de que los prisioneros, todos ellos rusos motivos, fuesen exilados de su tierra natal.

Este es el motivo de que Maximoff fuese primero a Alemania, donde tuve la grata oportunidad de conocerle y unirme al círculo de sus amigos. Permaneció en Berlín Unos tres años, y luego se trasladó a París. Allí estuvo seis o siete meses, tras los cuales, emigró a los Estados Unidos.

Maximoff escribió abundantemente sobre la lucha humana a lo largo de muchos años, durante los cuales fue diversas veces director y colaborador de periódicos y revistas libertarias en lengua rusa. En Moscú trabajó como director de Golos Truda  «Voz del trabajo»  y, más tarde, de su sucesora Novy Golos TrJida «Nueva Voz del Trabajo»J. En Berlín se convirtió en director de Rabotchi Put  «La Senda del Trabajo», revista publicada por anarco-sindicalistas rusos. Al establecerse más tarde en Chicago, se le nombró director de Golos Truzhenika «Voz del Explotado», en la que había colaborado desde Europa. Cuando dicho periódico dejó de existir, se encargó de la dirección de Dielo Trouda-Probuzhdenie «Causa del Trabajo Despertar», nombre surgido de la fusión de dos revistas, aparecida en Nueva York, puesto que mantuvo hasta su muerte. La lista de escritos de Maximoff en el terreno periodístico forma una bibliografía extensa y sustancial.

Entre sus escritos, se encuentra también un libro llamado La guillotina en ¡funciones! historia muy bien documentada de 20 años de terror en la Rusia soviética, publicado en Chicago en 1940; un volumen titulado Anarquismo Constructivo, publicado igualmente en esa ciudad en 1952; un panfleto, Bolchevismo: Promesas y Realidad, que constituye un luminoso análisis de las acciones del partido comunista ruso, aparecido en Glasgow en 1935 y reimpreso en 1937; y dos panfletos en ruso publicados primero en Alemania. En lugar de un Programa, que examinaba las resoluciones dedos conferencias de anarco-sindicalistas en Rusia, y Por que el cómo despertaron los bolcheviques a los anarquistas de Rusia, relacionado con sus experiencias y las de sus camaradas en Moscú.

Maximoff murió en Chicago el 16 de marzo de 1950, mientras estaba aún en la flor de la edad, a consecuencia de trastornos cardiacos, y fue llorado por todos quienes tuvieron la buena suerte de conocerle.

No sólo era un pensador lúcido, sino un hombre de impecable carácter y amplia comprensión humana y era una persona integral, en la que la claridad del pensamiento y el calor de los sentimientos se unificaban del modo más feliz. El anarquismo no era para él solamente una preocupación dirigida al porvenir, sino el leitmotiv de su propia vida; desempeñaba un papel en todas sus actividades.

También tenía comprensión para otras concepciones distintas, mientras estuviese convencido de que dichas creencias estaban inspiradas por la buena voluntad y por una convicción profunda. Su tolerancia era tan grande como amistosa y cooperativa su actitud hacia todos aquellos que entraban en contacto con él. Vivió como un anarquista, no porque sintiese el deber de hacerlo así, impuesto desde el exterior, sino porque no podía obrar de otro modo, porgue su ser más íntimo siempre le hizo obrar como sentía y pensaba.

Rudolf Rocker, Julio, 1952.




PARTE PRIMERA

FILOSOFÍA



LA CONCEPCIÓN DEL MUNDO


La Naturaleza es necesidad racional*. No es éste el lugar para hacer especulaciones filosóficas sobre la naturaleza del Ser. No obstante, puesto que he de usar la palabra. Naturaleza frecuentemente, es necesario que explique con claridad el significado atribuido a esta palabra.

Podría decir que la Naturaleza es la suma de todas las cosas que tienen existencia real. Sin embargo, esto proporcionaría un concepto de la Naturaleza totalmente privado de vida, cuando ella se nos aparece, por el contrario, como llena de vida y movimiento. Por lo mismo ¿qué es la suma de las cosas? Las cosas que existen hoy no existirán mañana. Mañana no desaparecerán, pero estarán completamente transformadas. En consecuencia, me encontraré mucho más cerca de la verdad si digo: la Naturaleza es suma de las transformaciones efectivas de las cosas existen y que se producirán incesantemente dentro de Su seno. Con el fin de hacer más precisa esta idea de la suma o totalidad adelantaré la proposición siguiente como premisa básica:

Todos los seres que constituyen la totalidad indefinida del universo, todas las cosas existentes en el mundo, sea cual fuere su naturaleza particular en relación con la cantidad o la cualidad las cosas más diversas y más similares, grandes o pequeñas, cercanas o lejanas efectúan necesaria e inconscientemente unas sobre las otras, directa o indirectamente, una acción y reacción perpetuas. Toda esta multitud ilimitada de reacciones y acciones particulares combinada en un movimiento general produce y constituye lo que denominamos Vida, Solidaridad, Causalidad Universal, Naturaleza. Llámesele, si se quiere, Dios o lo Absoluto; realmente no importa, siempre que no atribuyamos a la palabra Dios un significado diferente del que acabamos de establecer: la combinación universal, natural, necesaria y real, pero en modo alguno predeterminada, preconcebida o conocida de antemano, de la infinidad de acciones y reacciones particulares ejercidas recíproca e incesantemente por todas las cosas que poseen una existencia real. Definida de esta forma, esta Solidaridad Universal, la Naturaleza concebida como un universo infinito, se impone a nuestra mente como una necesidad racional....

Causalidad universal y dinámica creativa. Es razonable pensar que esta Solidaridad Universal no puede tener el carácter de una primera causa absoluta; al contrario, es simplemente el resultado producido por la acción espontánea de causas particulares, cuya totalidad constituye la causalidad universal. Siempre crea y será creada de nuevo; es la Unidad combinada y surgida para siempre en la infinita totalidad de incesantes transformaciones de todas las cosas existentes; y al mismo tiempo es lo creador de esas mismas cosas; cada punto actúa sobre el Todo (aquí el Universo es el producto resultante); y el Todo actúa sobre cada punto (aquí el Universo es el Creador).

El creador del Universo. Habiendo dado esta definición puedo decir, sin miedo a expresarme ambiguamente, que la Causalidad Universal, la Naturaleza, crea los mundos. Es .esta causalidad lo que ha determinado la estructura mecánica, física, geológica y geográfica de nuestra tierra, y tras cubrir su superficie con los esplendores de la vida vegetal y animal, sigue aún creando en el mundo humano la sociedad, con todos sus desarrollos pasados, presentes y futuros.

La Naturaleza actúa con arreglo a ley. Cuando el hombre comienza a observar con atención firme y prolongada la parte de la naturaleza que le rodea y que descubre dentro de sí, acabará advirtiendo que todas las cosas están gobernadas por leyes inmanentes constitutivas de su propia naturaleza particular; que cada cosa posee su propia forma peculiar de transformación y acción; que en esta transformación y acción hay una sucesión de hechos y fenómenos que se repite invariablemente bajo las mismas condiciones; y que, bajo la influencia de condiciones nuevas y determinantes, cambia de un modo igualmente regular y determinado. Esta constante repetición de los mismos hechos a través de la acción de las mismas causas constituye precisamente el método legislativo de la Naturaleza: orden en la infinita diversidad de hechos y fenómenos.

La ley suprema. La suma de todas las leyes conocidas y desconocidas que operan en el universo constituye su ley única y suprema.

En el comienzo era la acción. Es razonable pensar que en el Universo así concebido no tienen cabida ideas a priori ni leyes preconcebidas o preordenadas. Las ideas, incluyendo la de Dios, sólo existen sobre la tierra en cuanto son producidas por mente. Es, por tanto, claro que emergieron mucho después de los hechos naturales y mucho después de las leyes que gobiernan tales hechos. Si son verdaderas, corresponden a esas leyes; y son falsas si las contradicen. En cuanto a las leyes naturales, sólo se manifiestan bajo esta forma ideal o abstracta de la legalidad en la mente humana, reproducidas por nuestro cerebro sobre la base de una observación más o menos exacta de las cosas, los fenómenos y la sucesión de los hechos; asumen la forma de ideas humanas con un carácter casi espontáneo. Antes de surgir el pensamiento humano eran leyes desconocidas en cuanto tales, y existían únicamente en el estado de procesos reales o naturales que, como antes indiqué, están siempre, determinados por la indefinida concurrencia de condiciones. Influencias y causas particulares que se repiten regularmente. En esa medida, el término Naturaleza excluye cualquier idea mística o metafísica de una Sustancia, de una Causa Final o de una creación providencialmente emprendida y dirigida.

Creación. Con la palabra creación no queremos indicar una creación teológica o metafísica, ni tampoco una forma artística, científica, industrial o de cualquier otro tipo que presuponga un creador individual. Con este término indicamos simplemente el proyecto infinitamente complejo de un número ilimitable de causas ampliamente diversas" grandes y pequeñas, conocidas algunas pero desconocidas "todavía en su mayor parte que habiéndose combinado en un momento preciso (por supuesto, no sin causa, pero sin premeditación alguna y sin planes trazados de antemano),  produjeron este hecho.

Armonía en la Naturaleza. Pero se nos dice que de ser así las cosas, la historia y los destinos de la sociedad humana serían un puro caos; se trataría de meros juegos del azar; sin embargo, lo cierto es exactamente lo contrario; sólo cuando la historia se emancipa de la arbitrariedad divina y humana se presenta con toda la imponente, y al mismo tiempo racional, grandeza de un desarrollo necesario, como la Naturaleza orgánica y física de la cual es continuación directa. A pesar de la inacabable riqueza y variedad de seres que la constituyen, la Naturaleza no presenta en modo alguno un caos, sino más bien un mundo prodigiosamente organizado donde cada parte está vinculada lógicamente a todas las demás.

La lógica de la divinidad. Pero, se nos dice también, debe haber existido un regulador. ¡En absoluto! Un regulador, aunque fuese Dios, sólo frustraría con su intervención arbitraria el orden natural y el desarrollo lógico de las cosas, y efectivamente vemos que en todas las religiones el atributo principal de la divinidad consiste en ser superior, es decir, en ser contrario a toda lógica y en poseer una lógica propia: la lógica de la imposibilidad natural o de lo absurdo.

La lógica de la Naturaleza. Decir que Dios no es contrario a la lógica es decir que es absolutamente idéntico a ella,  que él mismo no es más que lógica; esto es, el curso natural y el desarrollo de las cosas reales. En otras palabras, es decir que Dios no existe. La existencia de Dios sólo tiene sentido en cuanto implica la negación de leyes naturales. Por consiguiente, se plantea un dilema inevitable:

El dilema. Dios existe, y en consecuencia no pueden existir leyes naturales, y el mundo presenta un puro caos; o el mundo no es caos, y posee un orden inmanente, con lo cual Dios no existe.

El axioma. ¿Qué es lógico sino el curso natural de las cosas, o los procesos naturales por cuya mediación muchas causas determinantes producen un hecho? En consecuencia. Podemos enunciar este axioma muy simple y al mismo tiempo decisivo:

Todo lo natural es lógico, y todo cuanto es lógico se realiza o está destinado a realizarse en el mundo natural: en la Naturaleza en el sentido adecuado de la palabra y en su desarrollo ulterior, que es la historia natural de la sociedad humana

La primera causa. ¿Pero cómo y por qué existen las leyes del mundo natural y social si nadie los creó y nadie los gobierna? ¿Qué les proporciona su carácter invariable? No está en mi mano resolver este problema y que yo sepa  nadie ha encontrado jamás una respuesta; indudablemente, nadie la encontrará jamás.

Las leyes naturales y sociales existen en el mundo real y son inseparables de él; inseparables de la totalidad de cosas y hechos que constituyen sus productos y efectos. A menos, que nosotros nos convirtamos en causas relativas de nuevos seres, cosas y hechos. Esto es todo cuanto sabemos y. según pienso, todo cuanto podemos saber. Además ¿cómo encontrar la primera causa si no existe? Lo que hemos llamado Causalidad Universal sólo es en sí mismo el resultado de todas las causas particulares que actúan en el Universo.

La metafísica, la teología, la ciencia, y la primera causa. El teólogo y el metafísico se aprovecharían con gusto de esa ignorancia humana forzosa y necesariamente eterna para imponer sus falacias y fantasías a la humanidad. Pero la ciencia se burla de ese consuelo trivial: lo detesta como ilusión ridícula y peligrosa. Cuando se siente incapaz de proseguir sus investigaciones, cuando se ve forzada a descartarlas por el momento, preferirá  decir «no sé» antes que presentar hipótesis in verificables como verdades absolutas. La ciencia ha hecho más que eso: ha conseguido probar con una evidencia impecable el absurdo y la insignificancia de todas las concepciones teológicas y metafísicas. Pero no las ha destruido para sustituirlas por nuevas absurdeces. Cuando alcanza el límite de su conocimiento dirá con toda honestidad: «no sé». Pero jamás extraerá ninguna consecuencia de lo que no sabe y no puede saber.

La ciencia universal es un ideal inalcanzable. De este modo, la ciencia universal es un ideal que el hombre nunca será capaz de realizar por completo. Siempre se verá forzado a contentarse con la ciencia de su propio mundo, y aunque esta ciencia alcance la estrella más distante, seguirá sabiendo muy poco sobre ella. La verdadera ciencia sólo comprende el sistema solar, nuestra esfera terrestre, y cuanto acontece y sucede sobre esta tierra. Pero incluso dentro de esos límites, la ciencia sigue siendo demasiado vasta para ser abarcada por un hombre o una generación, tanto más cuanto que los detalles de nuestro mundo se pierden en lo infinitesimal y su diversidad trasciende cualquier límite definido.

La hipótesis de una legislación divina conduce a la negación de la Naturaleza. Si en el universo reina la armonía y el acuerdo con la ley, no es porque esté gobernado según un sistema preconcebido y ordenado de antemano por la Voluntad Suprema. La hipótesis teológica de una legislación divina conduce a un manifiesto absurdo ya la negación no sólo de, cualquier orden, sino de la propia Naturaleza. Las leyes solo son reales cuando resultan inseparables de las propias cosas,  es decir, cuando no están ordenadas por un poder extraño. Esas leyes no son sino simples manifestaciones o variaciones continúas de las cosas y combinaciones de diversos hechos pasajeros, pero reales.

La Naturaleza misma no conoce ley alguna. Todo esto constituye lo que denominamos Naturaleza. Pero la Naturaleza no conoce ley alguna. Trabaja inconscientemente, y presenta una infinita variedad de fenómenos que se manifiestan y se repiten a sí mismos inevitablemente. Sólo debido a esta inevitabilidad de la acción puede existir y existe un orden en el Universo.

La unidad del mundo físico y social. La mente humana y la ciencia por ella estudian esas características y combinaciones de cosas, sistematizándolas y clasificándolas con la ayuda de los experimentos y de la observación. A tales clasificaciones y sistematizaciones se les aplica el término de leyes naturales. Hasta el presente, la ciencia ha tenido por objeto sólo lo mental, reflejado, y en la medida de lo posible la reproducción sistemática de leyes inmanentes a la vida material tanto como a la vida intelectual y moral del mundo físico y social, que en realidad constituyen un único mundo natural.

La clasificación de las leyes naturales. Estas leyes entran en dos categorías: la de las leyes generales y la de las leyes particulares y especiales. Las leyes matemáticas, mecánicas, físicas y químicas son, por ejemplo, leyes generales que se manifiestan en todo cuanto posee verdadera existencia; en resumen, son inmanentes a la materia, es decir, inmanentes al único ser real y universal, verdadera base de todas las cosas existentes.

Leyes universales. Las leyes del equilibrio, de la combinación e interacción mutua de fuerzas o del movimiento mecánico; la ley de gravitación, de vibración de los cuerpos, del calor, de la luz y de la electricidad, de la composición y descomposición química, son inmanentes a todas las cosas que existen. No están fuera de estas leyes las manifestaciones de la voluntad, el sentimiento y la inteligencia que constituyen el mundo ideal del hombre, y que sólo son funciones materiales de la materia organizada y viviente en los cuerpos animales, en especial en el animal humano. En consecuencia, todas esas leyes son generales, puesto que todos los diversos órdenes conocidos y desconocidos de la existencia real están sometidos a su intervención.

Leyes particulares. Pero también existen leyes particulares que sólo son relevantes para órdenes específicos de fenómenos, hechos y cosas, y que forman sus propios sistemas o grupos; así acontece, por ejemplo, con el sistema de las leyes geológicas, el sistema de las leyes que pertenecen a los organismos vegetales y animales y, por último, con las leyes que gobiernan el desarrollo ideal y social del animal más perfecto existente sobre la tierra: el hombre.

Interacción y cohesión en la Naturaleza. Esto no significa que las leyes pertenecientes a un sistema sean extrañas a las leyes subyacentes al otro sistema. En la naturaleza todo está mucho más estrechamente interconectado de lo que solían pensar y quizá desear los pedantes de la ciencia interesados en una mayor precisión en sus trabajos clasificatorios

El proceso invariable mediante el cual un fenómeno natural extrínseco o intrínseco se reproduce constantemente y la invariable sucesión de hechos que constituyen este fenómeno, representan precisamente lo que denominamos su ley. No obstante, esta constancia y esta pauta recurrente no poseen un carácter absoluto[1].

Límites de la comprensión humana del universo. Jamás conseguiremos captar, y mucho menos comprender, el verdadero sistema del universo, infinitamente extendido en un sentido, y en otro infinitamente especializado. Jamás lo lograremos porque nuestras investigaciones tropiezan con dos infinitos: lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño

Sus detalles son inagotables. El hombre jamás podrá conocer más que una parte infinitesimalmente pequeña del mundo exterior. Nuestro cielo cuajado de estrellas con su multitud de formas y de soles constituye sólo una partícula imperceptible en la inmensidad del espacio, y aunque nuestro ojo le observe, no sabemos casi nada de él; hemos de contentarnos con una minúscula porción de conocimiento sobre nuestro sistema solar, que suponemos en perfecta armonía con el resto del Universo. Porque si esa armonía no existiese, sería necesario establecerla o perecería todo nuestro sistema.

Ya hemos obtenido una idea aceptable de la actuación de esta armonía con respecto a la mecánica celeste; y estamos empezando también a descubrir cada vez más cosas en los campos de la física, la química, e incluso la geología.

Sólo con grandes dificultades, nuestro conocimiento sobrepasará considerablemente ese nivel. Si buscamos una sabiduría más concreta debemos mantenernos cerca de nuestra esfera terrestre. Sabemos que nuestra tierra nació en el tiempo, y suponemos que perecerá tras un número desconocido de siglos lo mismo que cualquier ser que nace existe durante algún tiempo y luego perece, o más bien sufre una serie de transformaciones.

¿Cómo nuestra esfera terrestre, que al principio era materia incandescente y gaseosa, se enfrió y adquirió una forma definitiva? ¿Cuál fue la naturaleza de la prodigiosa serie de evoluciones geológicas que tuvo de atravesar antes de poder producir sobre su superficie esta riqueza inconmensurable de vida orgánica, comenzando por la primera célula y acabando por el hombre? ¿Cómo siguió transformándose, y cómo continúa su desarrollo, en el mundo histórico y social del hombre? ¿Hacia dónde nos dirigimos, movido por la ley suprema e inevitable de transformaciones incesantes que en la sociedad humana se denomina progreso?

Estas son las únicas cuestiones abiertas ante nosotros, las únicas preguntas que pueden y deben aceptarse, estudiarse y, ser resueltas por el hombre. Formando como hemos dicho, sólo una partícula imperceptible en la pregunta ilimitada e indefinible del universo, presentan ante nuestros espíritus un mundo que es infinito en el sentido real, y no divino o abstracto, de la palabra. No es infinito en el sentido de un ser supremo creado por la abstracción religiosa; por el contrario, es infinito por la tremenda riqueza de sus detalles, que ninguna observación y ninguna ciencia podrán agotar nunca.

El hombre debería conocer las leyes que gobiernan el mundo. Pero si el hombre no quiere renunciar a su humanidad, ha de saber, ha de penetrar con su espíritu todo el mundo visible y sin mantener la esperanza de comprender alguna vez su esencia hundirse en un estudio cada vez más profundo de sus leyes: porque nuestra humanidad sólo se adquiere a ese precio. El hombre debe conseguir un conocimiento de todos los niveles inferiores, de los que le preceden y de los que son contemporáneos a su propia existencia; de todas las evoluciones mecánicas, físicas, químicas, geológicas, vegetales y animales (es decir, de todas las causas y condiciones de su propio nacimiento y existencia), para ser así capaz de comprender su propia naturaleza y su misión sobre esta tierra su único hogar y su único escenario de acción y convenir de esta forma que en este mundo de ciega fatalidad pueda inaugurarse el reino de la libertad .

La abstracción y el análisis son los medios a través de los cuales se puede comprender el universo. Y a fin de comprender este mundo, este mundo infinito, no es suficiente la abstracción aislada. De nuevo nos llevaría inevitablemente a Dios, al no ser. Mientras aplicamos nuestra facultad de abstracción, sin la cual jamás podríamos elevarnos desde un orden simple a un orden más complejo de cosas  y, en consecuencia, jamás comprenderíamos la jerarquía natural de los seres, es necesario que nuestra inteligencia se sumerja con amor y respeto en un concienzudo estudio de los detalles y de las minucias infinitesimales, sin los cuales sería imposible concebir la realidad viviente de los seres.

Sólo unificando ambas facultades, esas dos tendencias aparentemente contradictorias la abstracción y un análisis atento, escrupuloso y paciente de los detalles- podemos elevarnos aun verdadero concepto de nuestro mundo (infinito no sólo externamente, sino también internamente), y formarnos una idea de algún modo adecuada de nuestro Universo, de nuestra esfera terrestre o, si se prefiere, de nuestro sistema solar. Se hace entonces evidente que, mientras nuestras sensaciones y nuestra imaginación sólo pueden proporcionarnos una imagen o una representación de nuestro mundo necesariamente falsa en mayor o menor medida, sólo la ciencia puede proporcionarnos una visión clara y precisa del mismo.

La tarea del hombre es inagotable. Tal es la tarea del hombre: inagotable, infinita, de sobra suficiente para satisfacer el Corazón y el espíritu, de los más ambiciosos. Un ser pasajero e imperceptible perdido en medio de un océano sin riberas de cambio universal, teniendo una eternidad desconocida tras él y una eternidad igualmente desconocida por delante de él, el hombre pensante y activo, consciente de su misión humana, permanece orgulloso y sereno en la conciencia de su libertad ganada liberándose así mismo mediante el trabajo y la ciencia, y liberando mediante la rebelión cuando es necesaria a los demás hombres, iguales y hermanos suyos. Este es su consuelo, su recompensa, su único paraíso.

La unidad verdadera es negación de Dios. Si le preguntáis después de este cuál es su pensamiento íntimo y su última palabra sobre la verdadera unidad del universo, os dirá que está constituida por la eterna transformación, un movimiento infinitamente detallado y diversificado que se auto regula y que carece de comienzo, límite y fin. Y este movimiento es absolutamente lo contrario a cualquier doctrina de la Providencia; es la negación de Dios.



IDEALISMO y MATERIALISMO


Desarrollo del mundo material. El desarrollo gradual del mundo material, así como de la vida orgánica animal  y de la inteligencia históricamente progresiva del hombre tanto individual como social es perfectamente concebible. Constituye un movimiento enteramente natural desde lo simple a lo complejo, desde lo inferior a lo superior desde lo bajo a lo alto; un movimiento con forme con nuestra experiencia cotidiana y acorde también con nuestra lógica natural, con las leyes mismas de nuestra mente, la cual, al haberse formado, y desarrollado sólo con ayuda de esta misma experiencia, no es sino su reproducción en la mente y en el cerebro, su pauta mediata.

El sistema de los idealistas. El sistema de los idealistas es prácticamente lo opuesto. Constituye la completa inversión de toda la experiencia humana y de todo el sentid común universal y general, que constituye la condición necesaria de cualquier entendimiento entre los hombres y que, elevándose desde la verdad simple y unánimemente admitida de que dos por dos son cuatro hasta las especulaciones científicas más sublimes y complicadas sin admitir además, nada que no haya sido estrictamente confirmado por la experiencia o por la observación de los hechos y; fenómenos, se transforma en la única base seria del conocimiento humano.

El camino de los metafísicos. El camino seguido por los caballeros de la escuela metafísica es enteramente diferente y por metafísicos no sólo nos referimos a los seguidores de la doctrina hegeliana, escasos en la actualidad, sino también a los positivistas ya todos los partidarios actuales de la diosa ciencia; y, de la misma forma, todos aquellos que, procediendo por diversos medios, Incluso por el estudio más arduo, aunque necesariamente imperfecto del pasado y el presente, han levantado un ideal de organización social donde quieren encasillar a toda costa, como en un lecho de Procrusto, la vida de generaciones futuras; ya todos los que, en una palabra, no consideran el pensamiento y la ciencia como manifestaciones necesarias de la vida natural y social, sino que reducen nuestra pobre vida hasta el extremo de ser en ella sólo la manifestación práctica de su propio pensamiento y de su propia e imperfecta ciencia.

El método del idealismo. En vez de perseguir el orden natural desde lo inferior a lo superior, desde lo más bajo a lo más alto, desde lo relativamente simple a lo más complejo; en vez de perseguir sabia, y racionalmente el movimiento progresivo y real, desde el mundo llamado inorgánico hasta el mundo orgánico, al remo vegetal, a continuación al reino animal, y por último, al mundo específicamente humano; en vez de seguir el movimiento desde la materia o la actividad química hasta la materia o la actividad viviente, y desde la actividad viviente al ser pensante, los idealistas, obsesionados, cegados y empujados por el divino fantasma que heredaron de la teología, toman precisamente el camino opuesto.

Comienzan con Dios, presentado como una persona o como una sustancia o idea divina, y el primer paso que dan es una terrible caída desde las sublimes alturas del ideal eterno hasta la charca del mundo material; desde la perfección absoluta a la imperfección absoluta; desde el pensamiento al ser, o más bien  desde el Ser Supremo a la pura nulidad.

El Idealismo y el Misterio de la Divinidad. Cuándo, cómo o por qué el Ser Divino, eterno, infinito, absolutamente perfecto (y probablemente aburrido de sí mismo) decidió, dar este desesperado salto mortal es algo que ningún idealista, ningún teólogo, ningún metafísico ni ningún poeta ha sido capaz de explicar al laico ni de comprenderlo él mismo. Todas las religiones, pasadas o presentes, y todos los sistemas de filosofía trascendental giran alrededor de este misterio único e inicuo.

Los hombres sagrados, los legisladores inspirados por la divinidad, los profetas y los mesías han buscado allí la vida, para descubrir únicamente el tormento y la muerte. Como la antigua Esfinge, el misterio los devoró, porque eran incapaces de explicarlo. Grandes filósofos, desde Heráclito y Platón hasta Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Fichte, Schelling y Hegel, por no mencionar a los filósofos indios, han escrito ingentes cantidades de volúmenes y han construido sistemas tan ingeniosos como sublimes donde dicen de pasada muchas cosas grandes y bellas, y donde descubren verdades inmortales, pero dejan este misterio objeto principal de sus investigaciones trascendentales, tan insondable como antes, y si los gigantescos esfuerzos de los más prodigiosos genios conocidos por el mundo, que a lo largo de treinta, siglos por lo menos han emprendido uno tras otro esta labor de Sísifo, sólo han conducido a hacer todavía más incomprensible este misterio, ¿cómo esperar que nos sea desvelado por las especulaciones faltas de inspiración de algún discípulo pedante o de una metafísica artificialmente recalentada? y todo esto durante un tiempo en que todos los espíritus vivos y serios se han apartado de la ambigua ciencia que apareció como efecto de un compromiso –sin duda explicable históricamente entre la sinrazón de la fe y la sensata razón científica.

Es evidente que este terrible misterio no puede explicarse, lo cual significa que es absurdo, pues sólo lo absurdo rechaza, la explicación. Es evidente que quien lo considere esencial, para su vida y felicidad debe renunciar a su razón y volver si puede, a fe ingenua, ciega y tosca, repitiendo con Tertuliano y todos los sinceros creyentes las palabras que resumen la quintaesencia misma de la teología: credo quia absurdum (creo porque es absurdo). Entonces cesa toda discusión, y sólo permanece la triunfante estupidez de la fe.

Las contradicciones del idealismo. Los idealistas no tienen su fuerte en la lógica, y podría decirse que la desprecian. Esta actitud les distingue de los metafísicos pertenecientes a la escuela panteísta y deísta y otorga a sus ideas y  el carácter del idealismo práctico, que no extrae su inspiración tanto de un riguroso desarrollo del pensamiento como de la experiencia casi diría que de las emociones históricas, colectivas e individuales de la vida. Esto proporciona a su propaganda un aspecto de opulencia y poder vital pero sólo un aspecto; porque la vida misma se hace estéril cuando se ve paralizada por una contradicción lógica.

Esta contradicción consiste en lo siguiente: quieren a  Dios, y quieren a la humanidad. Persisten en conectar ambos términos que, una vez separados, no pueden vincularse sin una recíproca destrucción. Afirman al mismo tiempo «Dios y la libertad del hombre», o «Dios y la dignidad, justicia, igualdad, fraternidad y bienestar de los hombres», sin pagar tributo a la lógica fatal en virtud de la cual si Dios existe, todas esas cosas están condenadas a la inexistencia.

Porque si Dios es, es necesariamente el Señor eterno, supremo y absoluto, y si existe un amo semejante, el hombre es un esclavo. Ahora bien, si el hombre es un esclavo ni la justicia, ni la igualdad, ni la fraternidad, ni la prosperidad son posibles para él.

Ellos (los idealistas), desafiando la sensatez y toda la experiencia histórica, pueden representar a su Dios como un ser animado por el más tierno amor hacia la libertad humana; pero un señor, haga lo que fuere y por muy liberal que quiera parecer, seguirá siendo siempre un señor, y su existencia implicará necesariamente la esclavitud de todos cuantos están por debajo de él. En consecuencia, si Dios existiera, sólo podría favorecer la libertad humana de un modo; dejando de existir.

Siendo un celoso amante de la libertad humana, y considerándola condición necesaria para todo cuanto admiro y respeto en la humanidad, invierto el aforismo de Voltaire y digo; «Si Dios existiera realmente, sería necesario abolirlo».

Los defensores contemporáneos del idealismo. Con excepción de los corazones y espíritus grandes, pero extraviados, a quienes me he referido ya, ¿quienes son actualmente los más tercos defensores del idealismo? En primer lugar, todas las casas reinantes y sus cortesanos. En Francia fue Napoleón III y su esposa Madame Eugenie; fueron también sus antiguos ministros, palaciegos y mariscales, desde Rouher y Bazaine hasta Fleury y Pietri; los hombres y mujeres de este mundo imperial han hecho un buen trabajo idealizando y salvando a Francia; periodistas y sabios, como los Cassagnacs, los Girardins, los Duvernois, los Veuillots, los Leverriers, los Dumas; la falange negra de jesuitas masculinos y femeninos*, sean cuales fueren sus vestiduras toda la nobleza, así como la alta y media burguesía de Francia; los liberales doctrinarios y los liberales faltos de la doctrina; los Guizots, los Thierses, los Jules Favres, los Pelletans y los Jules Simons, todos ellos ásperos defensores de la explotación burguesa. En Prusia, en Alemania, es Guillermo I, actual representante del Señor Dios sobre la tierra; todos sus generales, sus funcionarios, los de Pomerania y los otros; todo son ejército que, firme en su fe religiosa, acaba de conquistar Francia del modo «ideal» que hemos llegado a conocer tan bien. En Rusia es el zar y su corte; los Muravievs y los Bergs, todos los carniceros y piadosos convertidos de Polonia.

El idealismo es la bandera de la fuerza bruta. En resumen, por todas partes el idealismo religioso o filosófico (pues lo uno es simplemente una interpretación más o menos libre de lo otro) sirve hoy como bandera de la fuerza material brutal y sangrienta, de la explotación material desvergonzada.

El materialismo es la bandera de la igualdad económica y de la justicia social. Por el contrario, la bandera del materialismo teórico, la bandera roja de la igualdad económica y la justicia social, es desplegada por el idealismo práctico de las masas oprimidas y famélicas que intentan poner en práctica la más alta libertad y realizar el derecho de cada individuo en la fraternidad de todos los hombres sobre la tierra.

Los verdaderos idealistas y materialistas. ¿Quiénes son los verdaderos idealistas, no los idealistas de la abstracción sino los de la vida, no los idealistas del cielo sino los de la tierra y quiénes son los materialistas?

Es evidente que la condición esencial del idealismo teórico o divino es el sacrificio de la lógica y la razón humana, y la renuncia a la ciencia. Por otra parte, al defender las doctrinas del idealismo nos vemos arrastrados al campo, de los opresores y explotadores de las masas. Son dos grandes razones que, según parece, debieran ser suficientes para alejar del idealismo a cualquier gran espíritu ya todo gran corazón. ¿Cómo entender que nuestros ilustres idealistas contemporáneos, a quienes sin duda no falta ni espíritu, ni corazón, ni buena voluntad, que han puesto sus vidas al servicio de la humanidad, persistan en estar entre los representantes de una doctrina ya condenada y deshonrada ?

Deben haber sido impulsados por motivos muy fuertes.

Dichos motivos no pueden corresponder a la lógica ni a la ciencia, porque la lógica y la ciencia han pronunciado su veredicto contra la doctrina idealista y es razonable pensar que los intereses personales no pueden contarse entre sus motivos, porque esas personas están infinitamente por encima de los intereses particulares. Debe existir entonces un poderoso motivo de orden moral. ¿Cuál? Sólo puede ser uno: estas gentes tan celebradas piensan, sin duda, que las teorías o creencias idealistas son esenciales para la dignidad y la grandeza moral del hombre, y que las teorías materialistas lo reducen al nivel de la bestia.

Pero, ¿y si fuese cierto lo contrario? Todo desarrollo implica la negación de su punto de partida, y puesto que el punto de partida es material, según la doctrina de la escuela materialista, la negación debe ser necesariamente ideal. Comenzando por la totalidad del mundo real, o por lo que se denomina abstractamente materia, el materialismo llega lógicamente a la verdadera idealización, es decir, a la humanización, a la plena y completa emancipación de la sociedad. Por otra parte, y por la misma razón, el punto de partida de la escuela idealista es ideal y llega necesariamente a la materialización de la sociedad, a la organización de un despotismo brutal ya una explotación vil e inicua en las formas de la Iglesia y el Estado. El desarrollo histórico del hombre con arreglo a la escuela materialista es una progresiva ascensión, mientras en el sistema idealista no puede ser más que una continúa caída.

Puntos de divergencia entre materialismo e idealismo. Sea cual fuere la cuestión relativa al hombre que examinemos, siempre llegaremos a la misma contradicción básica entre estas dos escuelas. El materialismo comienza por la animalidad para llegar a establecer la humanidad; el idealismo comienza por la divinidad para llegar a establecer la esclavitud, y condenar a las masas a una animalidad perpetua.

El materialismo niega el libre albedrío y termina en el establecimiento de la libertad. El idealismo, en nombre de la dignidad humana, proclama el libre albedrío y descubre la autoridad sobre las ruinas de toda libertad. El materialismo rechaza el principio de autoridad, concibiéndolo frontalmente como corolario de la animalidad y creyendo, por el contrario, que el triunfo de la humanidad –considerado por el materialismo como el objetivo principal y como el significado de la historia sólo puede realizarse a través de la libertad. En una palabra, al tratar cualquier cuestión, siempre encontraréis al idealista sumido en el materialismo práctico, mientras que siempre veréis al materialista persiguiendo y realizando las aspiraciones y pensamientos más ideales.

El idealismo es el déspota del pensamiento, lo mismo que la política es el déspota de la voluntad. Sólo el socialismo y la ciencia positiva muestran el debido respeto hacia la Naturaleza y la libertad de los hombres.

El marxismo y sus falacias. La escuela doctrinaria de socialistas, o más bien los comunistas estatales de Alemania... representan una escuela bastante respetable, circunstancia que no la exime, sin embargo, de caer ocasionalmente en errores. Una de sus falacias principales es tener como base teórica un principio profundamente cierto cuando se concibe de manera apropiada es decir, desde un punto de vista relativo, pero que se vuelve radicalmente falso cuando se le considera aislado de las demás condiciones y se le mantiene como el único fundamento y fuente primaria de todos los demás principios, según acontece en esa escuela.

Este principio, que constituye el fundamento esencial del socialismo positivo, recibió por primera vez su formulación científica y su desarrollo del Sr. Karl Marx, jefe principal de los comunistas alemanes. Constituye la idea dominante del famoso Manifiesto Comunista.

Marxismo e idealismo. Este principio se encuentra en contradicción absoluta con el principio admitido por los idealistas de todas las escuelas. Mientras los idealistas deducen todos los hechos históricos incluyendo. los desarrollos de intereses materiales y los diversos estadios de organización económica de la sociedad del desarrollo de las ideas, los comunistas alemanes ven en toda la historia y en las manifestaciones más ideales de la .vida humana tanto colectiva como individual, en todos los desarrollos intelectuales morales, religiosos, metafísicos, científicos, artísticos, políticos y sociales acontecidos en el pasado y en el presente sólo el reflejo o el resultado inevitable del desarrollo de los fenómenos económicos.

Mientras que los idealistas consideran las ideas como fuente productora y dominante de los hechos, los comunistas, plenamente de acuerdo con el materialismo científico, mantienen, por el contrario, que los hechos producen las ideas, y que las ideas son siempre únicamente el reflejo ideal de los acontecimientos; que en el conjunto total de los fenómenos, los fenómenos económicos materiales constituyen la base esencial, el fundamento primario, mientras todos los demás fenómenos intelectuales y morales, políticos y sociales aparecen como derivados necesarios de los primeros.

¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los materialistas? ¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los materialistas? Cuando la pregunta se plantea así, la duda resulta imposible. Indudablemente, los idealistas están equivocados y los materialistas están en lo cierto. Desde luego los hechos vienen antes que las ideas; desde luego, como dijo Proudhon, el ideal no es sino la flor, cuyas raíces están enterradas en las condiciones materiales de existencia. Desde luego, toda la historia intelectual y moral, política y social humana no es sino el reflejo de su historia económica.

Todas las ramas de la ciencia moderna, de una ciencia concienzuda y seria, están de acuerdo en proclamar esta verdad grande, básica y decisiva: el mundo social, el mundo puramente humano, la humanidad, no es sino el último y supremo desarrollo por lo menos, en lo que respecta a nuestro propio planeta y la más alta manifestación de la animalidad. Pero así como todo desarrollo implica necesariamente la negación de su base o punto de partida la humanidad es al mismo tiempo la negación acumulativa del principió animal en el hombre, y es precisamente está negación, tan racional como natural, y racional precisamente por ser natural a un tiempo histórica y lógica, tan inevitable como el desarrollo y la consumación de todas las leyes naturales del mundo lo que constituye y crea el ideal, el mundo de las convicciones intelectuales y morales, el mundo de las ideas.

El primer dogma del materialismo. «Mazzini» afirma que los materialistas somos ateos. Nada tenemos que decir a esto porque en efecto somos ateos, y nos enorgullecemos de ello, al menos en la medida en que puede permitirse el orgullo a desdichados individuos que como olas se elevan por un momento y luego desaparecen en el vasto océano colectivo de la sociedad humana. Nos enorgullecemos de ello porque el ateísmo y el materialismo son la verdad, o más bien la efectiva base de la verdad, y también porque deseamos la verdad y sólo la verdad por encima de todo lo demás y por encima de las consecuencias prácticas y además creemos que a pesar de las apariencias, a pesar de las cobardes insinuaciones de una política de cautela y escepticismo, sólo la verdad traerá consigo un bienestar práctico para el pueblo.

Este es el primer dogma de nuestra fe. Pero mira hacia adelante, hacia el futuro, y no hacia atrás.

El segundo dogma del materialismo. De todas formas, él «Mazzini» no se conforma con señalar nuestro ateísmo y materialismo; deduce de él que no podemos amar a las personas ni respetarlas por sus virtudes ; que las grandes cosas que han hecho vibrar los más nobles corazones –la libertad, la justicia, la humanidad, la belleza, la verdad deben ser todas ajenas a nosotros, y que remolcando sin meta alguna nuestra desdichada existencia –arrastrándonos más que andando derechos sobre la tierra no tenemos preocupación alguna salvo gratificar nuestros toscos y sensuales apetitos.

Y nosotros le decimos, venerable pero injusto maestro «Mazzini», que está en un lamentable error. ¿Quiere saber en qué medida amamos esas cosas grandes y bellas, cuyo conocimiento y amor nos niega? Entienda que nuestro amor por ellas es tan fuerte que de todo corazón estamos enfermos y cansados viéndolas para siempre suspendidas en su Cielo que las robó de la tierra como símbolos y promesas nunca cumplidas. Ya no nos contentamos con la ficción de esas bellas cosas: las queremos en su realidad

Y aquí está el segundo dogma de nuestra fe, ilustre maestro. Creemos en la posibilidad y en la necesidad desdicha realización sobre la tierra; y, al mismo tiempo, estamos convencidos de que todas esas cosas que usted venera como esperanzas celestiales perderán necesariamente su carácter místico y divino cuando se conviertan en realidades humanas y terrestres.

La materia del idealismo. Usted pensaba que se había deshecho completamente de nosotros llamándonos materialistas. Pensaba que así nos condenaba y aplastaba. Pero o ¿sabe usted de dónde proviene ese error suyo? Lo que usted y nosotros llamamos materia son dos cosas totalmente distintas, dos conceptos totalmente diferentes. Su materia es una identidad ficticia como su Dios, como su Satán, como su alma infinita. Su materia es tosquedad infinita, brutalidad inerte, una entidad tan imposible como el espíritu puro, incorpóreo y absoluto; los dos existen sólo como invenciones de la abstracta fantasía de los teólogos y metafísicos, únicos autores y creadores de ambos inventos. La historia de la filosofía nos ha revelado el proceso –de hecho un proceso simple de la creación inconsciente de esta ficción, el origen de esta fatal ilusión histórica, que durante el largo transcurso de muchos siglos ha pendido gravosamente, como una terrible pesadilla, sobre las mentes oprimidas de generaciones humanas.

El espíritu y la materia. Los primeros pensadores fueron necesariamente teólogos y metafísicos, pues la mente humana está constituida de tal manera que siempre debe comenzar con un gran margen de sinsentido, falsedad y errores para, conseguir llegar a una pequeña porción de verdad. Todo lo cual no habla en favor de las tradiciones sagradas del pasado. Los primeros pensadores, digo, tomaron la suma de todos los seres reales conocidos por ellos, incluidos ellos mismos, la suma de todo cuanto les parecía representar la fuerza, el movimiento, la vida y la inteligencia, y  llamaron espíritu. A todo lo demás de que su mente lo hubiera abstraído inconscientemente del mundo real, lo llamaron materia, y entonces se asombraron de que esta materia que existía sólo en su imaginación, como el propio espíritu, fuese tan inactiva, tan estúpida frente a su Dios el puro espíritu.

La materia de los materialistas. Admitimos francamente que no conocemos a su Dios, pero tampoco conocemos a su materia; o, más bien, sabemos que ninguno de los dos conceptos existe, sino que fueron creados a priori por la fantasía especulativa de pensadores ingenuos de épocas pasadas. Con las palabras materia y material queremos indica la totalidad, la jerarquía de los entes reales, comenzando por los cuerpos orgánicos más simples y acabando con la estructura y el funcionamiento del cerebro de los más grandes genios: los sentimientos más sublimes, los pensamientos más grandes, los actos más heroicos, actos de auto sacrificio, deberes tanto como derechos, la voluntaria renuncia al propio bienestar, al propio egoísmo hasta las aberraciones trascendentales y místicas de Mazzini, así como las manifestaciones de la vida orgánica, las propiedades y acciones químicas, la electricidad, la luz, el calor, la gravedad natural de los cuerpos, o que lo constituye, a nuestro entender, un conjunto muy diferenciado, pero al mismo tiempo estrechamente relacionado, de evoluciones dentro de esa totalidad del mundo real que denominamos material

El materialismo no es un panteísmo. Y obsérvese que bien que no consideramos a esta totalidad como una especie de sustancia absoluta y eternamente creativa, al modo, de los panteístas, sino como el perpetuo resultado producido y reproducido de nuevo por la concurrencia de una infinita serie de acciones y reacciones, por las incesantes transformaciones de los seres reales que nacen y mueren en el seno de esta infinitud.

La materia comprende el mundo ideal. Resumiré: indicamos con la palabra material todo cuanto acontecen el mundo real, dentro y fuera del hombre, y aplicamos la palabra ideal exclusivamente a los productos de la actividad cerebral del hombre; pero puesto que nuestro cerebro es por entero una organización de orden material, y su función es también material, como la acción de todas las demás cosas, se deduce de ello que lo que llamamos materia o mundo material no excluye en modo alguno, sino que incluye necesariamente también al mundo ideal.

Materialistas e idealistas en la práctica. He aquí. Un hecho que merece una atenta reflexión por parte de nuestros adversarios platónicos. ¿A qué se debe que los teóricos del materialismo acostumbren mostrarse en la práctica más idea listas que los propios idealistas? Esta paradoja es, de todas formas, bastante lógica y natural. Porque todo desarrollo implica en alguna medida una negación del punto de partida; los teóricos del materialismo comienzan con el concepto de materia y desembocan en la idea, mientras los idealistas, que adoptan como punto de partida la idea pura y absoluta, reiterando constantemente el viejo mito del pecado original única expresión simbólica de su propio y triste destino recaen teórica y prácticamente en el dominio de la materia que, a su entender, nos tiene irremisiblemente enredados a nosotros, ¡y qué materia! Una materia brutal, innoble y estúpida, creada por su propia imaginación como su alter ego, o como la reflexión de su yo ideal.

Del mismo modo, los materialistas, que siempre armonizan sus teorías sociales con el curso efectivo de la historia, conciben el estadio animal, el canibalismo y la esclavitud como los primeros puntos de partida en el movimiento progresivo de la sociedad; pero ¿a qué apuntan? ¿Qué quieren? Quieren la emancipación, la plena humanización de la sociedad; mientras que los idealistas, adoptando por premisa básica de sus especulaciones el alma inmortal y la autonomía de la voluntad, terminan inevitablemente en el culto al orden público, como Thiers, o en el culto a la autoridad, como Mazzini; es decir, en el establecimiento y la canonización de una esclavitud perpetua. De aquí se deduce que el materialismo teórico desemboca necesariamente en el idealismo práctico, y que las teorías idealistas únicamente encuentran su realización en un tosco materialismo práctico.

Ayer mismo se desplegó ante nuestros ojos la prueba de lo que acabamos de decir. ¿Dónde estaban los materialistas y ateos? En la Comuna de París y ¿dónde estaban los idealistas que creen en Dios? En la Asamblea Nacional. El de Versalles. ¿Qué querían los revolucionarios de Paris? Querían la emancipación definitiva de la humanidad a través de la emancipación del trabajo. ¿Y qué quiere actualmente? ¿En la triunfante Asamblea de Versalles? La degradación definitiva de la humanidad bajo el doble yugo del poder espiritual y secular

Los materialistas quieren avanzar, imbuidos de fe y despreciando el sufrimiento, el peligro y la muerte, porque ven ante ellos el triunfo de la humanidad, Pero los idealistas faltos de empuje y presagiando únicamente espectros sangrientos, quieren llevar como sea a la humanidad, de nuevo: hacia el lodazal de donde ha ido saliendo con tan grandes dificultades.

Que cada cual compare y forme su juicio.



CIENCIA: UN ESBOZO GENERAL


La unidad de la ciencia. El mundo es una unidad a pesar de la infinita variedad de sus componentes. La razón humana, que considera a este mundo como un objeto a investigar y comprender, es la misma o idéntica a pesar, del infinito número de diversos seres humanos pasados y presentes en los que se encarna. En consecuencia, la ciencia debe ser también algo unificado, porque no es sino el reconocimiento y la comprensión del mundo por la razón humana.

El objeto de la ciencia. La ciencia tiene como único objeto la conceptualización y, en lo posible, la reproducción sistemática de las leyes inmanentes a la vida material, mismo que intelectual y moral, de los mundos físico y social, que en realidad forman parte del mismo mundo natural.

Estas leyes se dividen y subdividen en leyes generales, particulares y especiales.

El método de la ciencia. A fin de establecer esas leyes generales, particulares y especiales, el hombre no tiene más instrumento que la atenta y exacta observación de los hechos y fenómenos que se producen tanto fuera como dentro de él, y en el curso de esta observación, el hombre distingue lo accidental, contingente y mutable de lo que ocurre siempre y en todas partes del mismo modo invariable.

¿Cuál es el método científico? Es el método realista par excellence. Procede de lo particular a lo general, del estudio y el establecimiento de los hechos a su comprensión, y desde ellos a las ideas. Sus ideas son sólo la fiel representación de la coordinación, sucesión y mutua acción o causalidad que existe entre los hechos reales y los fenómenos. Su lógica no es más que la lógica de los hechos.

El método científico o positivista no admite ninguna síntesis que no haya sido verificada previamente por la experiencia y por un análisis escrupuloso de los hechos.

Experimentación y crítica. El hombre carece de medio alguno para determinar firmemente la realidad de una cosa, hecho o fenómeno dado que no sea encontrarlo, reconocerlo y establecerlo de un modo efectivo y en su plenitud sin mezcla alguna de fantasía, conjeturas e irrelevancias suscitadas por la mente humana. De esta forma, la experiencia se convierte en el fundamento de la ciencia, y no estamos pensando ahora en la experiencia del individuo... Por consiguiente, la ciencia tiene en su base la experiencia colectiva de los contemporáneos, tanta como la de todas las generaciones pasadas. No admite ningún dato sin una crítica preliminar.

¿En qué consiste esta crítica? Consiste en comparar cosas afirmadas por la ciencia con las conclusiones de mi propia experiencia personal. ¿Y en qué consiste la experiencia de todo individuo? En los datos de sus sentidos gobernados por su razón... No acepto nada que no haya encontrado en el estado material, que no haya visto, oído o, en los casos en que sea posible, tocado con mis propios dedos Personalmente, éste es el único medio que tengo para convencerme de la realidad de un objeto: y sólo me fío de las personas que proceden absolutamente del,  mismo modo.

De aquí se deduce que la ciencia se basa ante todo en la coordinación de una masa de experiencias personales pasadas y presentes siempre sometidas a la prueba rigurosa de la crítica recíproca... Es imposible imaginar ninguna, base más democrática. Constituye el fundamento esencial primario, y todo conocimiento humano que en último análisis no haya sido verificado por esa crítica, debe excluirse, por completo por estar falto de cualquier certeza o valor  científico.

Ciencia y creencia. No hay nada tan desagradable para la ciencia como la creencia. La crítica jamás dice la última palabra. Porque la crítica que representa los grandes principios de la rebelión dentro de la ciencia es el guardia severo e incorruptible de la verdad.

La inadecuación de experiencia y crítica. Sin embargo la ciencia no puede confinarse a esta base, que no hace sino suministrarla una multitud de los hechos más diversos debidamente confirmados por Incontables observaciones y experiencias individuales. La ciencia comienza propiamente; con la comprensión de las cosas, los hechos y los fenómenos

Las propiedades de la ciencia. La idea general es siempre una abstracción, y por consiguiente en alguna medida una negación de la vida real. He dicho que el pensamiento, humano y, por tanto, la ciencia misma, sólo pueden captar y nombrar en los hechos reales su significado general, sus relaciones generales, sus leyes generales; en resumen, el pensamiento y la ciencia pueden captar aquello que es permanente en la continua transmutación de las cosas, pero jamás su aspecto material e individual, palpitante de vida y realidad, pero por eso mismo pasajero y elusivo.

Los limites de la ciencia. La ciencia comprende el pensamiento de la realidad, pero no la realidad misma el pensamiento de la vida, pero no la vida misma. Este es su límite, su único límite insuperable, puesto que se basa en la naturaleza misma del pensamiento humano, único órgano de la ciencia.

La misión de la ciencia. Es en esta naturaleza del pensamiento donde se fundan los indiscutibles derechos y la gran misión de la ciencia, así como su impotencia respecto a la vida, e incluso su acción perniciosa allí donde se arroga, mediante sus representantes oficiales, el derecho a gobernar la vida. La misión de la ciencia es la siguiente: estableciendo las relaciones generales de las cosas pasajeras y reales, discerniendo las leyes generales inherentes al desarrollo de los fenómenos de los mundos físico y social, fija por decir lo así los hitos inmodificables en la marcha progresiva de la humanidad, indicando también las condiciones generales, cuya rigurosa observación es una cuestión de primera necesidad, y cuya ignorancia u olvido conduce a resultados fatales.

Ciencia y vida. En una palabra, la ciencia es el ámbito de la vida, pero no la vida misma. La ciencia es inmutable, impersonal, general, abstracta e insensible como las leyes que idealmente reproduce, leyes deducidas a través del pensamiento o mentales, es decir, cerebrales. La palabra cerebral se utiliza aquí para recordar que la propia ciencia es sólo un producto material de un órgano material humano: el cerebro.

La vida es huidiza y transitoria, pero también palpita de realidad e individualidad, de sensibilidad, sufrimientos, goces, aspiraciones, necesidades y pasiones. Por sí sola crea espontáneamente cosas y seres reales. La ciencia no crea nada; se limita a reconocer y establecer las creaciones de la vida, y cada vez que los científicos, emergiendo de su mundo abstracto, interfieren el trabajo de la creación vital en el mundo real, todo cuanto proponen o producen es pobre y ridículamente abstracto, exangüe y sin vida, prematuro como el homúnculo creado por Wagner, ese pedante discípulo del inmortal doctor Fausto. De aquí se deduce que la única misión de la ciencia es iluminar la vida, y no gobernarla.

Ciencia racional. Por ciencia racional entendemos una ciencia que se ha liberado de todos los fantasmas metafísicos y religiosos, pero que al mismo tiempo difiere de las ciencias puramente experimentales y críticas. Difiere de estas últimas, en primer lugar, por no confinar sus investigaciones a un objeto definido e intentar abarcar el mundo entero siempre que ese mundo sea conocido, porque la ciencia racional no se interesa por lo desconocido, en segundo lugar, la ciencia racional, al revés que la ciencia experimental, no se limita al método analítico y recurre también al método de síntesis, procediendo a menudo mediante la analogía y la deducción, aunque sólo confiera un significado hipotético a las síntesis, salvo cuando han sido confirmadas a conciencia por el análisis experimental o crítico más riguroso,

Las hipótesis de la ciencia racional y la metafísica. Las hipótesis de la ciencia racional difieren de las hipótesis metafísicas en que estas últimas, deduciendo sus presupuestos como corolarios lógicos de un sistema absoluto, pretenden forzar a la Naturaleza a aceptarlas, mientras las hipótesis de la ciencia racional no proceden de un sistema trascendental, sino de una síntesis que en sí misma es sólo el resumen o la inferencia general hecha a partir de una diversidad de hechos, cuya validez ha quedado demostrada mediante la experiencia. Este es el motivo de que tales hipótesis jamás puedan tener un carácter imperativo y obligatorio y que, por el contrario, se presenten listas ya para su supresión tan pronto como se vean refutadas por nuevas experiencias,

Residuos teológicos y metafísicos en la ciencia. Puesto que en el desarrollo histórico del intelecto humano la ciencia siempre viene después de la teología y la metafísica, el hombre llega a este estadio científico ya preparado, y en gran medida corrompido, por un tipo específico dé pensamiento abstracto. Arrastra muchas ideas abstractas construidas por la teología tanto como por la metafísica ideas que por una parte eran objeto de una fe ciega, que por otra eran objeto de especulaciones trascendentales y juegos de palabras más o menos ingeniosos, explicaciones pruebas de un tipo que no prueba ni explica nada porque están más allá de la esfera del experimento concreto, porque la metafísica no tiene más garantía de los objetos sobre los que razona que las afirmaciones o dictados categóricos de la teología.

Desde la teología y la metafísica hacia la ciencia. El hombre, que al principio es teólogo y metafísico, y luego se cansa de ambas cosas debido a su esterilidad teórica y sus perniciosos resultados en la práctica, arrastra como cosa natural todas esas ideas a la ciencia, Pero no las introduce en calidad de principios fijos a utilizar como puntos de partida, sino como cuestiones que deben ser resueltas por la ciencia. Llegó a la ciencia porque comenzó a dudar de esas ideas, y duda de esas ideas porque su larga experiencia en la teología y la metafísica, donde se engendraron, le demostró que ninguna le proporcionaba certeza alguna sobre la realidad de sus creaciones y lo que pone en duda y rechaza en primer lugar, no es tanto esas creaciones e ideas como los métodos, medios y caminos mediante los cuales fueron creadas por la teología y la metafísica.

Rechaza el sistema de revelaciones y la fe de los teólogos en el absurdo porque es absurdo, y ya no desea verse empujado por el despotismo de los sacerdotes ni por los carniceros de la Inquisición. Sobre todo, rechaza la metafísica porque adoptó sin crítica o con una crítica ilusoria y demasiado complaciente y suave las creaciones e ideas básicas de la teología: las ideas sobre el Universo, sobre Dios y sobre un alma o espíritu separado de la materia. Sobre esas ideas Construyó su sistema, y puesto que tomó el absurdo como punto dé partida, inevitablemente terminó en el absurdo. Por eso, emergiendo de la teología y la metafísica, el hombre busca ante todo un método verdaderamente científico que le proporcione una completa certeza sobre la realidad de las cosas acerca de las cuales razona.

La gran unidad de la ciencia es concreta. Vasta como el mismo mundo, ella «la ciencia supera» las capacidades del hombre individual, aunque sea el más inteligente de los humanos. Nadie es capaz de abarcar la ciencia en toda su universalidad y en todos sus infinitos detalles. Aquel que se ata a lo general y desprecia lo particular recae inmediatamente en la metafísica y la teología, pues la generalización  científica difiere de la generalización teológica y metafísica en que aquella no se construye sobre una abstracción de todos los seres concretos, como acontece con la metafísica y la teología, sino por el contrario, sobre la conexión de los seres concretos dentro de un todo ordenado.

La gran unidad de la ciencia es concreta. Es unidad en la infinita diversidad, mientras la unidad de la teología, y la metafísica es abstracta; es una unidad en el vacío. Para captar la unidad científica en toda su infinita realidad sería preciso poder comprender todos los seres cuyas interrelaciones naturales, directas o indirectas, constituyen el universo y, como es evidente, esta tarea excede de la capacidad de cualquier hombre, de cualquier generación, o incluso de la humanidad como conjunto.

La ventaja de la ciencia positiva. La inmensa ventaja de la ciencia positiva sobre la teología, la metafísica, la política y la teoría jurídica consiste en que, en lugar de construir las abstracciones falsas y dañinas mantenidas por esas doctrinas, elabora abstracciones verdaderas que expresan la naturaleza general y la lógica de las cosas, sus relaciones generales y las leyes generales de su desarrollo. Esto es lo que separa «a la ciencia positiva» de todas las doctrinas precedentes, y le asegura para siempre un lugar importante y significativo en la sociedad humana.

Filosofía racional y positiva. La filosofía racional o ciencia universal no procede aristocrática o autoritariamente, como hace la metafísica difunta. Esta última, organizada siempre de arriba abajo, mediante deducción y síntesis, también pretendía reconocer la autonomía y la libertad de las ciencias particulares, pero en realidad las limitaba en gran medida, imponiendo leyes e incluso hechos que a menudo no podían hallarse en la naturaleza, e impidiendo que se concentraran en investigaciones experimentales, cuyos resultados podrían haber reducido a cero todas las especulaciones de los metafísicos.

Como puede observarse, la metafísica ha actuado según el método de los estados centralizados. La filosofía racional, por el contrario, es una ciencia puramente democrática. Está organizada de modo libre, de abajo arriba, y considera a la experiencia como su único fundamento. No puede aceptar nada que no haya sido analizado o confirmado por la experiencia o por la crítica más severa. Por consiguiente, Dios, el Infinito, lo Absoluto, y todos esos temas tan queridos de la metafísica están por completo ausentes de la ciencia racional. Se aparta de ellos con indiferencia, considerándolos como fantasmas y espejismos.

Pero los fantasmas y espejismos juegan un papel esencial en el desarrollo de la mente humana; por lo general, el hombre ha alcanzado la comprensión de verdades simples sólo tras concebir, y más tarde agotar, todo tipo de ilusiones, y puesto que el desarrollo de la mente humana es un tema real para la ciencia, la filosofía natural asigna a esas ilusiones sus verdaderos lugares. Sólo se preocupa de ellas, desde el punto de vista de la historia, y al mismo tiempo intenta mostrarnos las causas fisiológicas e históricas del nacimiento, desarrollo y decadencia de las ideas religiosas y metafísicas, así como su necesidad relativa y transitoria para el desarrollo de la mente humana. Así les hace toda la justicia a la que tienen derecho, y luego se aparta de tales cuestiones para siempre.

Coordinación de las ciencias. Su tema es el mundo real y conocido. A los ojos del filósofo racional, sólo hay una existencia y una ciencia en el mundo. Por eso intenta unificar y coordinar todas las ciencias particulares. Esta coordinación de todas las ciencias positivas dentro de un solo sistema del conocimiento humano constituye la filosofía positiva o la ciencia universal. Al ser la heredera, y al mismo tiempo la negación absoluta de la religión y la metafísica, esta filosofía ya anticipada y preparada hace mucho tiempo por las mentes más nobles fue concebida por vez primera como sistema completo por el gran pensador francés Augusto Comte, que audaz y hábilmente trazó su perfil original.

La coordinación de las ciencias establecida por la filosofía positiva no es una simple yuxtaposición; es una especie de concatenación orgánica que comienza con la ciencia más abstracta la matemática, cuyo tema son las realidades del orden más simple y asciende gradualmente hacia ciencias relativamente más concretas, cuyo tema son realidad de complejidad cada vez mayor, y así desde la pura matemática pasamos a la mecánica, a la astronomía, y luego la física, la química, la geología y la biología, incluyendo aquí la clasificación, la anatomía comparada y la fisiología de las plantas y de los animales; en último lugar está la sociología, que comprende toda la historia humana, así como el desarrollo de la existencia humana colectiva e individual en la vida política, económica, social, religiosa, artística y científica.

No hay solución de continuidad en esta transición entre todas las ciencias, comenzando en las matemáticas y terminando en la sociología. Una existencia singular, un conocimiento singular, y siempre el mismo método básico, pero que se vuelve cada vez más complicado según aumentan en complejidad los hechos presentados ante él. Toda ciencia que forma un eslabón en esta serie sucesiva se apoya ampliamente sobre la precedente y en la medida que nos permite el estado actual de nuestros conocimientos se presenta como el desarrollo necesario de la ciencia anterior.

El orden de las ciencias en las clasificaciones de Comte y Hegel. Es curioso observar que el orden de las ciencias establecido por Augusto Comte es casi el mismo de la Enciclopedia «de la  Ciencia» de Hegel, el más grande metafísico de los tiempos pasados o presentes, cuya gloria consistió en desarrollar la filosofía especulativa hasta su  punto culminante, desde el cual impulsada por su propia dialéctica peculiar tuvo que seguir el camino descendente de la autodestrucción. Pero entre Augusto Comte y Hegel había una enorme diferencia. Este último, como verdadero metafísico que era, espiritualizó la materia en la Naturaleza deduciéndola de la lógica, es decir, del espíritu. Augusto Comte por el contrario, materializó el espíritu, fundamentándolo exclusivamente en la materia y en ello reside su mayor gloria.

Psicología. De esta forma, la psicología una ciencia tan importante, que constituía la base misma de la metafísica y era considerada por la filosofía especulativa como algo prácticamente absoluto, espontáneo e independiente de cualquier influencia material en el sistema de Augusto Comte se basa exclusivamente en la fisiología, y no es sino el desarrollo continuado de esta última ciencia. En consecuencia, lo que llamamos inteligencia, imaginación, memoria, sentimiento, sensación y voluntad no son, a nuestros ojos, sino las diversas facultades, funciones y actividades del cuerpo humano.

El punto de partida de la ciencia positiva en su estudio del mundo humano. Desde el punto de vista moral, el socialismo es la propia estima del hombre que sustituye al cuto divino y desde el punto de vista científico y práctico es la proclamación de un principio que penetró en la conciencia del pueblo y se convirtió en el punto de partida para las investigaciones y el desarrollo de la ciencia positiva tanto como para el movimiento revolucionario del proletariado.

Este principio, resumido en toda su simplicidad, afirma lo siguiente: «Lo mismo que en el llamado mundo material la materia inorgánica (mecánica, física, química) es la base determinante de la materia orgánica (vegetal, animal, cerebral y mental), en el mundo social  que puede considerarse como el último estadio conocido en el desarrollo del mundo material el desarrollo de los problemas económicos, ha sido siempre la base determinante del desarrollo religioso, filosófico y social».

Considerado desde este punto de vista, el mundo humano, su desarrollo y su historia, se nos presentará un día bajo una luz nueva y mucho más amplia, natural y humana, cargada con lecciones para el futuro. Antes se consideraba al mundo humano como la manifestación de una idea teológica, metafísica y jurídico política, pero actualmente debemos renovar su estudio tomando la Naturaleza como punto de partida, y la peculiar fisiología del hombre como hilo conductor.

La sociología y sus tareas. Ya podemos prever la aparición de una nueva ciencia: la sociología, ciencia de las leyes generales que gobiernan todos los desarrollos de la sociedad humana. Esta ciencia será el último estadio y el pináculo glorioso de la filosofía positiva. La historia y la estadística nos prueban que el cuerpo social, como cualquier otro, cuerpo natural, obedece en sus evoluciones y transformaciones a leyes generales que parecen ser tan necesarias como las leyes del mundo físico. La tarea de la sociología debe ser aislar esas leyes a partir de la masa de acontecimientos pasados y hechos actuales. Prescindiendo del inmenso interés que ya presenta para la mente, la sociología constituye una promesa de gran valor práctico de cara al futuro.

Pues lo mismo que podemos dominar la Naturaleza y transformarla de acuerdo con nuestras necesidades progresivas gracias a los conocimientos adquiridos sobre las leyes naturales, así también sólo seremos capaces de realizar la libertad y la prosperidad en el medio social cuando tengamos en cuenta las leyes naturales y permanentes que gobiernan ese medio.

Cuando reconozcamos que el vacío que en la fantasía, de los teólogos y metafísicos separaba el espíritu de la naturaleza no existe en absoluto, tendremos que considerar al cuerpo social como a cualquier otro cuerpo, quizá más complejo que los otros, pero tan natural como ellos y obediente a las mismas leyes, además de las que le sean aplicables a él con exclusividad. Una vez admitido esto, resultará evidente que el conocimiento y la observación rigurosa de esas leyes son indispensables para hacer practicables las transformaciones sociales que emprenderemos.

Pero, por otra parte, sabemos que la sociología es una ciencia surgida sólo recientemente y que todavía está persiguiendo sus principios elementales. Si enjuiciamos esta ciencia, la más difícil de todas, siguiendo el ejemplo de las otras, habremos de admitir que serán necesarios siglos –o al menos un siglo para que pueda adquirir forma definitiva y convertirse en una ciencia seria y más o menos adecuada y autosuficiente.

La historia no es todavía una ciencia real. La historia, por ejemplo, no existe todavía como una ciencia, real, y actualmente sólo estamos empezando a atisbar las tareas infinitamente complejas de esta ciencia. Pero supongamos que la historia como ciencia ya se ha constituido en su forma definitiva. ¿Qué podría proporcionarnos? Ofrecería un cuadro fiel y racional del desarrollo natural de las condiciones generales materiales y espirituales, económicas, políticas, sociales, religiosas, filosóficas, estéticas y científicas de sociedad, es que han tenido una historia,

Pero este cuadro universal de la civilización humana, por muy detallado que pudiera ser, jamás presentaría más que una evaluación general y, por consiguiente, abstracta los miles de millones de individuos que constituyen los materiales vivos y sufrientes de esta historia, triunfante y lúgubre aun tiempo (triunfante desde la perspectiva de sus resultados generales, y lúgubre desde la perspectiva de la gigantesca hecatombe de víctimas humanas «aplastadas por las ruedas de su carroza», esos innumerables individuos oscuros sin los cuales no se habrían obtenido los grandes resultados abstractos de la historia (y que como conviene recordar en todo momento, jamás se han beneficiado con ninguno de esos resultados) no encontrarán siquiera el más pequeño puesto en la historia, vivieron y fueron sacrificados, aplastados por el bien de la humanidad abstracta, eso es todo.

La misión y los límites de la ciencia social. ¿Debe culparse de ello a la historia? Tal actitud sería absurda e injusta. Los individuos son demasiado esquivos para ser captados por el pensamiento, por la reflexión, o incluso por la palabra humana, sólo capaz de expresar abstracciones se evaden en el presente como se evadían en el pasado. En consecuencia, la propia ciencia social, la ciencia del futuro, seguirá ignorándolos necesariamente, y todo cuanto tenemos derecho a exigir de ella es que nos indique veraz, y definitivamente las causa, generales del sufrimiento individual. Entre esas causas no olvidará, desde luego, la inmolación y subordinación (demasiado común incluso en nuestros tiempos) de los individuos vivos a las generalizaciones abstractas; y al mismo tiempo tendrá que mostrarnos las condiciones generales necesarias para la emancipación real de los individuos que viven en la sociedad. Esta es su misión y éstos son sus límites, más allá de los cuales su actividad puede ser perniciosa e impotente. Porque más allá de esos límites comienzan las pretenciosas exigencias doctrinarias y gubernamentales de sus representantes autorizados, sus sacerdotes. Es tiempo de prescindir de todos los papas y sacerdotes: no los queremos ya más entre nosotros, ni siquiera si se llaman a si mismos socialdemócratas.

Repito una vez más: la única misión de la ciencia es iluminar el camino. Sólo la vida misma, liberada de todas las prisiones gubernamentales y doctrinarias y dueña de la plena libertad de una acción espontánea, es capaz de crear.



CIENCIA Y AUTORIDAD


Ciencia y gobierno. Un cuerpo científico encargado del gobierno de la sociedad terminaría pronto dedicándose, no a la ciencia, sino a otros intereses muy distintos. Como en el caso de loS demás poderes establecidos, su interés sería perpetuar su poder y consolidar su posición haciendo a la sociedad colocada bajo su cuidado aún más estúpida y, en consecuencia, aún más necesitada de ser gobernada y dirigida por dicho cuerpo.

De aquí se deduce que la única misión de la ciencia es iluminar la vida, pero no gobernarla.

El gobierno de la ciencia y de los hombres de ciencia, aunque se llamen a sí mismos positivistas, discípulos de Augusto Comte, o incluso discípulos de la escuela doctrinaria del comunismo alemán, no puede dejar de ser impotente, ridículo, inhumano, cruel, opresivo, explotador y pernicioso.

Por ello, lo que predice es, hasta cierto punto, la revuelta de la vida contra la ciencia o, más bien, contra el gobierno de la ciencia, revuelta que no se dirige a la destrucción de la ciencia pues eso significaría un gran crimen contra la humanidad sino a situar a la ciencia en su lugar adecuado para que nunca más lo abandone.

Las tendencias autoritarias de los científicos. Aunque podemos estar casi seguros de que ningún científico intentará tratar actualmente a un hombre como trata a los conejos, nos sigue quedando el miedo de que los científicos como corporación, podrían, si se les permitiera, someter a los hombres a experimentos científicos, indudablemente menos crueles, pero no menos desastrosos para sus víctimas humanas. Si los científicos no pueden realizar experimentos sobre los cuerpos de los individuos, estarán ansiosos de realizarlos sobre el cuerpo colectivo, y esto es lo que debe evitarse por todos los medios.

Los sabios como casta. En su actual organización los monopolizadores de la ciencia, que como tales permanecen fuera de la vida social, forman indudablemente una casta separada que tiene muchas cosas en común con la casta sacerdotal. La abstracción científica es su dios, los individuos vivos y reales sus víctimas, y ellos los sacerdotes titulados y consagrados.

Al revés que el arte, la ciencia es abstracta. La ciencia no puede salir del dominio de las abstracciones. En este sentido, es muy inferior al arte que se enfrenta a tipos y situaciones generales, pero utilizando sus propios métodos, los incorpora en formas que, aun no siendo formas vivas en el sentido de la vida real, no por ello son menos capaces de suscitar en nuestra imaginación el sentimiento y la reminiscencia de la vida. En cierto sentido, el arte individualiza tipos y situaciones que ha concebido; y mediante esas individualidades sin carne y hueso y por consiguiente, permanentes e inmortales que tiene la capacidad de crear, suscita en nuestras mentes individuos vivos y reales que aparecen y desaparecen ante nuestros ojos. El arte es, por tanto, una especie de retorno de la abstracción hacia la vida. La ciencia, en cambio, es la inmolación perpetua de la vida fugitiva y pasajera, pero real, en el altar de las abstracciones eternas.

La ciencia y el hombre real. Sin embargo, la historia no la hacen individuos abstractos, sino individuos reales, vivos y transitorios. Las abstracciones no se mueven por sí mismas sólo avanzan cuando las llevan personas reales.

Pero la ciencia carece de corazón para esos seres que no están compuestos de puras ideas, sino de carne y hueso. Como máximo los considera como material para desarrollos intelectuales y sociales. ¿Qué le importan las condiciones particulares y el efímero destino de Pedro o Jaime?

Puesto que por su misma naturaleza la ciencia tiene que, ignorar la existencia y el destino del individuo de los Pedros y los Jaimes jamás debe permitírsele, ni a nadie en su nombre, que gobierne a Pedro ya Jaime. Porque en este caso, la ciencia sería capaz de tratarlos de modo muy semejante a como trata a los conejos. O quizá seguiría ignorándolos. Pero sus representantes titulados hombres nada abstractos, sino bien activos y con intereses reales, que sucumbirían a la perniciosa influencia que el privilegio ejerce inevitablemente sobre los hombres acabarían despojando a esos individuos en nombre de la ciencia, como han sido despojados hasta el presente por los sacerdotes, políticos de toda condición y abogados, en nombre de Dios, del Estado o del ordenamiento jurídico.

Los resultados inevitables de un gobierno de sabios. Pero hasta que las masas hayan alcanzado un cierto nivel  de educación, ¿no deberán dejarse gobernar por hombres de ciencia? ¡Que Dios no lo permita! Sería mejor para esas masas prescindir de toda ciencia que permitirse un gobierno de científicos. El primer efecto de su existencia sería hacer inaccesible la ciencia para el pueblo. Porque dicho gobierno sería necesariamente aristocrático: las instituciones científicas son aristocráticas por su naturaleza esencial.

Una aristocracia del intelecto y la enseñanza Desde el punto de vista práctico, sería la aristocracia más implacable, y desde el punto de vista social, la más arrogante y ofensiva y así sería el poder establecido en nombre de la ciencia. Tal régimen podría paralizar toda la vida y el movimiento de la sociedad. Los científicos que son siempre presuntuosos, arrogantes e impotentes querrían entremeterse en todo y, como resultado, las fuentes de vida se irían secando bajo su aliento abstracto y aprendido.

Represéntense ustedes una Academia instruida compuesta  por los más ilustres representantes de la ciencia. Supóngase que esta academia estuviera encargada de legislar y organizar la sociedad y que, inspirada por el más puro amor a la verdad, dictase a la sociedad únicamente leyes que estuvieran en absoluta armonía con los últimos descubrimientos de la ciencia. Mantengo que dicha legislación y dicha organización serían una monstruosidad, por dos razones fundamentales.

Primero, porque la ciencia humana es siempre y necesariamente imperfecta, y cuando comparamos lo descubierto con cuanto queda por descubrir, podemos afirmar que está todavía en su cuna. Esto es tan cierto que si hubiésemos de forzar la vida práctica de los hombres colectiva e individual siguiendo rigurosa y exclusivamente los Últimos datos de la ciencia, podríamos condenar a la sociedad ya los individuos a sufrir el martirio sobre un lecho de Procrusto, que pronto los dislocaría y ahogaría, porque la vida es siempre infinitamente superior a la ciencia.

La segunda razón es ésta: una sociedad que obedeciera a una legislación emanada de una academia científica no por entender su racionalidad en cuyo caso la existencia misma de tal academia sería pronto inútil sino porque se le imponía en nombre de una ciencia venerada sin ser entendida, sería una sociedad de bestias y no de hombres. Sería una segunda edición de la miserable República Par guaya que se sometió durante tantos años a la regla de la Compañía de Jesús. Dicha sociedad se hundiría rápidamente en el estadio más bajo de la necedad.

Y  hay una tercera razón que hace imposible dicho gobierno. Una academia científica investida, por decirlo así, con un poder soberano absoluto, terminaría inevitable y rápidamente por corromperse moral e intelectualmente, aunque estuviera compuesta por los hombres más ilustres. Esa ha sido la historia de las academias, incluso con los privilegios limitados de que han disfrutado hasta el presente.

El gobierno de los sabios termina en un despotismo repulsivo. Los metafísicos o positivistas, todos esos caballeros de la ciencia y el pensamiento en cuyo nombre se consideran capacitados para dictar leyes a la vida, son siempre reaccionarios, consciente o inconscientemente, y es bastante fácil probarlo. Prescindiendo de la metafísica en general que, incluso en el momento de su máximo apogeo, era estudiada sólo por unas pocas personas, la ciencia considerada en su sentido más amplio, la ciencia más seria y merecedora en cualquier caso de ese nombre, sólo está al alcance de una pequeña minoría. Por ejemplo, en Rusia, con su población de 80 millones de habitantes, ¿cuántos científicos serios hay? Desde luego hay miles que se interesan por la ciencia, pero sólo unos centenares de personas poseen verdaderos conocimientos de ella.

Pero si la ciencia ha de dictar sus leyes a la vida, la gran mayoría millones de hombres será gobernada por unos pocos centenares de sabios, y este número tendrá que reducirse todavía más, porque no todas las ciencias capacitan para gobernar a la sociedad; y la sociología, la ciencia de ciencias, presupone por parte de los afortunados científicos un conocimiento profundo de todas las demás ciencias.

¿Cuántos científicos tenemos de este tipo no sólo en Rusia, sino en toda Europa? y sin embargo, esos 20 ó 30 sabios, deben gobernar todo el mundo ¿Podría alguien concebir un despotismo más absurdo y repugnante? Es probable que esos 30 científicos no lograran ponerse de acuerdo, pero si trabajasen juntos, sólo producirían el infortunio de la humanidad... ser los esclavos de unos pedantes: ¡que destino para la humanidad!

Demos «a los científicos» esta plena libertad «para disponer de las vidas de los demás» y someterán a la sociedad a los experimentos que realizan actualmente, para beneficio de la ciencia, sobre conejos, ratas y perros.

Honremos a los científicos por sus propios méritos, pero no les acordemos privilegio social alguno si no queremos torcer sus espíritus y su moralidad. No les reconozcamos ningún derecho, salvo el derecho general de abogar libremente por sus convicciones, pensamientos y conocimientos. Ni a ellos ni a ninguna otra persona se le debe otorgar el poder de gobierno, porque debido a la inmutable ley del socialismo, los investidos con tal poder se convierten necesariamente en opresores y explotadores de la sociedad.

Ciencia y organización de la sociedad. ¿Cómo podría resolverse esta contradicción? Por una parte, la ciencia es indispensable para la organización racional de la sociedad por otra, incapaz de interesarse por lo real y viviente, no, debe interferir con la organización real o práctica de la sociedad. Esta contradicción sólo puede resolverse de un modo: la ciencia, como entidad moral que existe fuera de la vida social universal, representada por una corporación de sabios diplomados, debe ser liquidada y difundida ampliamente entre las masas. Llamada a representar en lo sucesivo la conciencia colectiva de la sociedad, es preciso que la ciencia se convierta realmente en propiedad de todos. De este modo, sin perder nada de su carácter universal, del que jamás puede prescindir sin dejar de ser ciencia, y mientras continúa interesándose por las causas generales, las condiciones generales y las relaciones generales de las cosas y los individuos, la ciencia se confundirá de hecho con la vida real e inmediata de todos los individuos.

Este será un movimiento análogo al que hizo decir a los protestantes en el comienzo de la Reforma que en adelante no había necesidad de sacerdotes; desde entonces todo hombre sería su propio sacerdote, pues todo hombre era al fin capaz de consumir el cuerpo de Dios gracias a la invisible y directa intervención de Jesucristo Nuestro Señor.

Pero aquí la cuestión no es Jesucristo, ni el cuerpo de Dios, ni la libertad política, ni el derecho, cosas todas que llegan como revelaciones metafísicas y son igualmente indigestas, como es sabido. El mundo de las abstracciones científicas no es un mundo revelado; es inmanente al mundo real, del que es sólo la expresión y representación general abstracta.

Mientras forme un dominio separado, representado especialmente por una corporación de sabios, este mundo ideal amenaza apoderarse del lugar de la Eucaristía en relación con el mundo real, reservando a sus representantes titulados los deberes y funciones de los sacerdotes. Este es el motivo de que sea necesario disolver la organización social segrega da de la ciencia mediante una educación general, disponible por igual para todos, a fin de que las masas, tras dejar,  de ser un simple rebaño conducido y guiado por pastores privilegiados, puedan tomar en sus propias manos sus destinos históricos.



LA CIENCIA MODERNA SE OCUPA DE FALSEDADES


Los fundamentos de la ciencia moderna. En la actualidad, la ciencia y los científicos de escuelas y universidades europeas se encuentran en un estado de falsificación sistemática y premeditada. Cabría pensar que dichas escuelas se establecieron concretamente para envenenar intelectual y moralmente a la juventud burguesa. Porque las escuelas y universidades se han convertido en mercados de privilegio donde la falsedad se vende al por mayor y al por menor.

No vamos a referirnos a la teología, la ciencia de la divina falsedad; a la jurisprudencia, la ciencia de la falsedad humana; a la metafísica, o a la filosofía idealista, que son ciencias de todo tipo de medias verdades. Nos referiremos aquí a ciencias como la historia, la filosofía, la política y la economía, que están falsificadas por carecer de su verdadera base, la ciencia natural, y que se basan en igual medida en la teología, la metafísica y la jurisprudencia. Podemos decir sin miedo a la exageración que cualquier joven licenciado por esas universidades imbuido de esas ciencias o, más bien, imbuido de las mentiras y medias verdades sistemáticas que se arrogan el nombre de ciencia está perdido si no surge alguna circunstancia especial que pueda salvarle de ese destino.

Los profesores estos sacerdotes modernos de la charlatanería política y social titulada, envenenan con tanta eficacia a la juventud universitaria que haría falta un milagro para curarla. Cuando un joven se licencia de la universidad, se ha convertido ya en un doctrinario maduro, lleno de desprecio y arrogancia ante la plebe, a la que se encuentra bastante dispuesto a oprimir, y especialmente a explotar en nombre de su superioridad intelectual y moral. Cuanto más joven es tal persona, más perniciosa y deleznable se vuelve.

El carácter revolucionario de las ciencias naturales. La situación de las ciencias exactas y naturales es sumamente distinta. Estas ciencias son verdaderamente científicas. Son extrañas a la teología ya la metafísica, y enemigas de toda ficción; se basan exclusivamente en el conocimiento exacto, en un análisis concienzudo de los hechos y en el puro razonamiento, es decir, en el sentido común del individuo ampliado por la experiencia bien coordinada de todos. Mientras las ciencias idealistas son aristocráticas y autoritarias, las ciencias naturales son democráticas y enteramente liberales. ¿Y qué acontece en la práctica? Jóvenes que han estudiado las ciencias idealistas entran ávidamente en el grupo de los explotadores y los teóricos reaccionarios, mientras quienes han estudiado las ciencias naturales se unen con no menos avidez al partido de la Revolución, y muchos de ellos son claramente socialistas revolucionarios.

La educación y la ciencia son actualmente el privilegio de la burguesía. En todos los estados europeos sólo la burguesía, una clase explotadora y dominante incluyendo a la nobleza, cuya existencia hoy es sólo nominal recibe una educación más o menos concienzuda. Además de ello aparece una minoría especial extraída de la burguesía y dedicada exclusivamente al estudio de los grandes problemas de la filosofía, la ciencia social y la política. Esta minoría es la que, propiamente hablando, constituye la última aristocracia de los «intelectuales» titulados y privilegiados. Es la quintaesencia y la expresión científica del espíritu y los intereses de la burguesía.

La ciencia y su progreso al servicio de la burguesía. Las universidades europeas modernas, que forman una especie de república científica, proporcionan actualmente a la burguesía los mismos servicios que en tiempos proporcionó la iglesia católica a la nobleza; y como el catolicismo sancionó en tiempos la violencia perpetrada por la nobleza sobre el pueblo, la universidad, esta iglesia de la ciencia burguesa; explica y legitima la explotación del mismo pueblo por el capital burgués. ¿Puede sorprender que en la gran lucha del socialismo contra la economía política burguesa, la ciencia oficial de nuestros días haya tomado y continúe tomando de forma decidida el partido de la burguesía?

La mayor parte de nosotros culpamos a la ciencia y a las artes de extender sus beneficios y ejercer su influencia únicamente sobre una parte muy pequeña de la sociedad, para exclusión y, en consecuencia, en detrimento de la gran mayoría. En esta línea podemos decir del progreso en la ciencia y el arte lo mismo que ya se ha dicho con tanta razón sobre el sorprendente desarrollo de la industria, el comercio y el crédito; en una palabra, sobre la opulencia social en los países más civilizados del mundo moderno.

El progreso técnico bajo el capitalismo tiene como paralelo un incremento de la pobreza entre las masas. El progreso es excelente, es cierto. Pero mientras más crece, más se convierte en causa de una esclavitud intelectual y, por consiguiente, material, en causa de la pobreza y el atraso mental del pueblo; porque ensancha constantemente el abismo que separa el nivel intelectual de las clases privilegiadas del nivel de las grandes masas del pueblo.

El proletariado debe tomar posesión de la ciencia. No culpemos a las consecuencias, volvámonos hacia las causas de raíz. La ciencia de las escuelas es el producto del espíritu burgués; y los representantes de esta ciencia nacieron, crecieron y fueron educados en un medio burgués bajo la influencia del espíritu y los intereses exclusivos de la burguesía. Por consiguiente, es lógico que esta ciencia, así como sus representantes, sea enemiga de la emancipación real y plena del. proletariado, y que sus teorías económicas, filosóficas, políticas y sociales, elaboradas coherentemente dentro del mismo espíritu, tengan como única meta demostrar la incapacidad de las clases trabajadoras y la misión  gobernante de la burguesía hasta el fin de los tiempos, porque la opulencia le proporciona conocimiento y el conocimiento, por su parte, le proporciona la oportunidad de enriquecerse todavía más.

¿Cómo pueden romper los trabajadores este círculo vicioso? Naturalmente, deben adquirir conocimiento y tomar posesión de la ciencia, poderosa arma sin la cual pueden desde luego hacer revoluciones, pero no erigir sobre las ruinas de los privilegios burgueses la igualdad de derechos, la justicia y la libertad que constituyen la verdadera base de todas sus aspiraciones políticas y sociales.



 EL HOMBRE: NATURALEZA ANIMAL  Y NATURALEZA HUMANA


La unidad del hombre y la naturaleza. El hombre forma con la naturaleza una sola entidad y es el producto material de un número indefinido de causas exclusivamente  materiales.

Monismo y dualismo: la conciencia universal de la humanidad. Para personas que piensan con lógica y cuyas mentes funcionan al nivel de la ciencia moderna, esta unidad del Universo o del Ser se ha convertido en un hecho suficientemente demostrado. Sin embargo, hemos de reconocer que este hecho, tan simple y evidente por sí, mismo que cualquier manifestación opuesta a él nos parece absurda se encuentra en flagrante contradicción con la conciencia, universal de la humanidad. Esta última, que se manifiesta a lo largo de la historia en formas muy distintas, ha reconocido siempre unánimemente la existencia de dos mundos distintos: el mundo espiritual y el material, el mundo divino y el mundo real. A partir de los toscos fetichistas, que adoraban en el mundo circundante la acción de un poder sobrenatural encarnado en algún objeto, material, todos los pueblos han creído y siguen creyendo en la existencia de algún tipo de divinidad.

La irrefutabilidad del dualismo. Esta imponente unanimidad tiene más peso que las pruebas de la ciencia, en opinión de muchos; y si la lógica de un pequeño número de pensadores coherentes, pero aislados, contradice este asentimiento universal, tanto peor declaran esas personas para dicha lógica... La antigüedad y la universalidad de la creencia en Dios se han convertido en pruebas irrefuta desde su existencia, contrariando toda ciencia y toda lógica. Pero por qué ha de ser así Hasta la época de Copérnico y Galileo todo el mundo, con excepción de los pitagóricos, creí que el sol giraba alrededor de la tierra. ¿La universalidad de dicha creencia demostraba la validez de sus suposiciones? siempre y en todas partes, desde el origen de la sociedad histórica hasta nuestro propio período, una pequeña minoría, conquistadora ha explotado y sigue explotando el trabajo forzado de las masas de obreros, esclavos o asalariados. ¿Se deduce de ello que la explotación del trabajo de alguien por parásitos no es una iniquidad, un robo, y un saqueo?

El absurdo es viejo, la verdad es joven. He aquí dos ejemplos de que los argumentos de nuestros deístas  carecen por completo de valor. De hecho, nada ha y más universal y más antiguo que el absurdo; por el contrario, la verdad es relativamente mucho más joven, y representa siempre el resultado o el producto del desarrollo histórico, y nunca su punto de partida. Porque el hombre, que por origen es primo, si no descendiente directo, del gorila, partió de la oscura noche del instinto animal para llegar al amplio mediodía de la razón. Esta realidad explica plenamente sus absurdos pasados y nos consuela en parte de sus errores presentes.

El carácter del desarrollo histórico de la humanidad. Todo el desarrollo histórico del hombre es simplemente un proceso de progresivo distanciamiento de la pura animalidad por el camino de crear su humanidad. De aquí se deduce que la antigüedad de una idea no sólo no prueba nada en su favor, sino que por el contrario debe suscitar nuestras sospechas. En cuanto a la universalidad de la falacia, sólo demuestra una cosa: la identidad de la naturaleza humana en todos los tiempos y en cualquier clima.

El origen del hombre. La vida orgánica, que comenzó con la célula más simple y apenas organizada, acabó produciendo el hombre tras pasar por toda la gama de transformaciones que va desde la organización de la vida vegetal a la de la vida animal.

Nuestros primeros ancestros, nuestros Adanes y Evas si no eran gorilas, estaban muy cerca de ellos; bestias omnívoras, inteligentes y feroces, dotadas en grado mayor que los animales de ninguna otra especie con dos facultades preciosas: la facultad pensante y el impulso a la rebelión.

Pensamiento y rebelión. Estas dos facultades, combinando su acción progresiva a lo largo de la historia de la humanidad, representan en sí el momento[2], aspecto o poder negativo en el desarrollo positivo de la animalidad humana, y en consecuencia crean todo lo que constituye la humanidad en el hombre.

Idealistas de todas las escuelas, aristócratas y burgueses, teólogos y metafísicos, políticos y moralistas, sacerdotes, filósofos y poetas sin olvidar a los economistas liberales, celosos adoradores del ideal, como sabemos se sienten muy ofendidos cuando se les dice que el hombre, con toda su magnífica inteligencia, sus sublimes ideas y sus aspiraciones ilimitadas es como todas las demás cosas existentes en el mundo  exclusivamente materia, sólo un producto de la vil materia.

El hombre, como las demás realidades de la naturaleza, es un ser enteramente material. La mente, la facultad pensante, el poder para recibir y reflejar distintas sensaciones internas y externas, para traerlas de nuevo a la memoria después de haber pasado, y para reproducirlas mediante el poder de la imaginación, para compararlas y distinguirlas entre sí, para extraer determinaciones comunes y crear conceptos generales o abstractos y, por último para formar ideas agrupando y combinando conceptos de acuerdo con diversos métodos en una palabra, la inteligencia, el único creador de todo nuestro mundo ideal es una propiedad del cuerpo animal, y en especial del mecanismo totalmente material del cerebro.

La fuente material de los actos morales e intelectuales del hombre. Lo que llamamos inteligencia, imaginación, memoria, sentimiento, sensación y voluntad no son, en nuestra opinión, más que las diversas propiedades, funciones y actividades del cuerpo humano.

La ciencia ha establecido que todos los actos intelectuales y morales que distinguen al hombre de otras especies animales, como el pensamiento, las manifestaciones de inteligencia humana y de voluntad consciente, tienen como único fundamento la organización puramente material, aunque sin duda muy perfecta, del hombre, sin sombra de intervención de ningún agente espiritual o extra material. En resumen, son los productos que resultan de una combinación de las funciones diversas y puramente fisiológicas del cerebro.

El descubrimiento recién mencionado posee una inmensa importancia, tanto desde el punto de vista de la ciencia como desde el punto de vista de la vida... Ya no hay discontinuidad entre el mundo natural y el humano. Pero lo mismo que el mundo orgánico, aun siendo d desarrollo continuo y directo del mundo no orgánico, difiere de este último por la introducción de un nuevo elemento activo, la materia orgánica (no producida por la intervención de alguna causa extra material; sino por las combinaciones de la misma materia no orgánica, hasta ahora desconocidas para nosotros, y productora a su vez de toda la riqueza de la vida vegetal y animal, sobre la base y bajo las condiciones del mundo no orgánico, del cual constituye el resultado más alto), del mismo modo el mundo humano, aun siendo continuación directa del mundo orgánico, se distingue esencialmente de este último por un nuevo elemento: el pensamiento y este nuevo elemento está producido por la actividad puramente fisiológica del cerebro, y produce al mismo tiempo dentro de este mundo material del que es la recapitulación final, y bajo condiciones tanto orgánicas como inorgánicas  todo lo que denominamos desarrollo intelectual y moral, político y social, del hombre: es decir, toda la historia de la humanidad.

Los puntos cardinales de la existencia humana. Los puntos cardinales de la existencia humana más refinada, lo mismo que de la existencia más torpemente animal, serán siempre los mismos: nacer, desarrollarse y crecer; trabajar para comer y beber, para tener abrigo y defenderse, para mantener la propia existencia individual en el equilibrio social de la propia especie; amar, reproducirse, y luego morir...

La naturaleza no conoce diferencias cualitativas. En el caso del hombre sólo tenemos que añadir a esos puntos un elemento nuevo: la inteligencia y la comprensión, una facultad y una necesidad que indudablemente se encuentran ya a un nivel inferior pero bastante perceptible en las especies animales que por su organización se encuentran más próximas al hombre; porque parece que la naturaleza no conoce diferencias cualitativas absolutas, que todas las diferencias de este carácter se reducen en último extremo a diferencias en cantidad, y que sólo en el hombre logran un poder tan imperativo y abrumador como para transformar gradualmente toda su vida.

Conclusiones erróneas a partir de la genealogía animal del hombre. Como bien observó uno de los mayores pensadores de nuestro tiempo, Ludwig Feuerbach, el hombre hace todo cuanto los animales hacen, pero lo hace de un modo cada vez más humano. En esto reside toda la diferencia; pero se trata de una diferencia enorme.

No sería impropio repetir la frase anterior a tantos partidarios del naturalismo o materialismo moderno que, como el hombre ha descubierto en nuestros días su pleno y completo parentesco con todas las demás especies animales y su inmediata y directa descendencia de la tierra y también porque ha renunciado a la absurda y vana jactancia de la espiritualidad que, bajo el pretexto de conducirle a una libertad absoluta, le condenaba de hecho a una esclavitud perpetua, se consideran con el derecho de abandonar todo el respeto por el hombre. Estas gentes pueden compararse a lacayos que, tras descubrir el origen plebeyo de alguien que provocaba respeto por su dignidad natural, se creen con derecho a tratarle como a su igual, por la simple razón de que no pueden concebir ninguna dignidad más que la producida por un nacimiento aristocrático. Otros están tan felices por el descubrimiento del parentesco del hombre y el gorila que con gusto le retendrían en el estado animal, negándose a comprender que toda la misión histórica del hombre, toda su dignidad y libertad, consisten en alejarse progresivamente de ese estado.

El mundo histórico. Ciertamente, el hombre hace todo lo que hacen los animales, sólo que lo hace de un modo cada vez más humano. En esto reside toda la diferencia pero se trata de una diferencia enorme. Abarca toda la civilización, con todas las maravillas de la industria, la ciencia y las artes; con todos los desarrollos de la humanidad, religiosos, estéticos, filosóficos, políticos, económicos y  sociales en una palabra, todo el dominio de la historia.

El hombre crea este mundo histórico ejercitando un poder activo que se encuentra en todo ser viviente que constituye  la esencia de toda vida orgánica, y que tiende a asimilar y transformar el mundo exterior de acuerdo con las necesidades de todos. La fuerza activa es, naturalmente, instintiva e inevitable, y precede a cualquier pensamiento, pero cuando se encuentra iluminada por la razón del hombre Y determina da por su voluntad consciente, se transforma dentro de  él y para él en trabajo libre e inteligente

El trabajo es una necesidad. Todos los animales deben trabajar para vivir. Todos ellos, de acuerdo con sus necesidades, su comprensión y su fuerza, toman parte, sin saberlo, en este lento trabajo de transformar la superficie de la tierra en un lugar más favorable para la vida animal. Pero este trabajo sólo se hace propiamente humano cuando comienza a satisfacer no sólo las necesidades fijas e inevitablemente limitadas de la vida animal, sino también, las necesidades del ser social pensante y hablante que pretende conquistar y realizar plenamente su libertad.

La esclavitud en la Naturaleza. El cumplimiento de  esta tarea inmensa e ilimitada no sólo es ejecutado por el desarrollo intelectual y moral del hombre, sino también, por el proceso de emancipación material. El hombre se convierte realmente en hombre y conquista la posibilidad de desarrollo y de la perfección interior, si consigue romper, al menos en parte, las cadenas que la Naturaleza ha atado en torno a sus criaturas. Estas cadenas son el hambre la privación de todo tipo, el dolor físico, la influencia del clima y las estaciones y, en general, las múltiples condiciones de la vida animal que mantienen al ser humano en una dependencia casi absoluta respecto de su medio inmediato; los peligros constantes que, disfrazados de fenómenos naturales, le amenazan por todas partes; el perpetuo miedo que yace en las profundidades de toda existencia animal y que domina al individuo natural y salvaje hasta el punto de que no encuentra dentro de sí poder de lucha o resistencia; en otras palabras, no falta un solo elemento de la más absoluta esclavitud.

El miedo fuerza a la lucha. El perpetuo miedo que siente, y que subyace a toda existencia animal, forma también, como podré mostrar más adelante, la primera base de toda religión. Este miedo es el que obliga al animal a luchar a lo largo de su vida contra los peligros que le amenazan desde el exterior; ya mantener su propia existencia individual y social a expensas de todo cuanto le rodea...

El trabajo es la ley más elevada de la vida. Todo animal trabaja; sólo vive trabajando. Como ser viviente, el hombre no está exento de esta necesidad, que constituye la ley suprema de la vida. Debe trabajar para mantener su existencia, para desarrollar plenamente su ser. Sin embargo, existe una enorme diferencia entre el trabajo del hombre y el trabajo de los animales de todas las especies. El trabajo de los animales es algo estancado, porque su inteligencia está estancada; en cambio, el trabajo del hombre es progresivo, porque su inteligencia posee un carácter altamente progresivo.

La superioridad del hombre. Nada demuestra mejor la decisiva inferioridad de todas las especies animales, comparadas con el hombre, que el dato incontestable de que los métodos y resultados del trabajo individual y colectivo de las otras especies animales  aunque frecuentemente sean tan ingeniosos como para parecer guiado y efectuado por una inteligencia científicamente formada  no cambiaban y apenas mejoran. Las hormigas, las abejas, los castores y otros animales que viven en sociedad, hacen ahora exactamente lo mismo que estaban haciendo hace tres mil años, lo cual demuestra que no hay nada progresivo en su inteligencia. Son actualmente tan capaces y tan estúpidos como lo eran hace treinta o cuarenta siglos.

El progreso en el mundo animal. Desde luego, hay una progresión en el mundo animal. Pero son las propias especies, las familias e incluso las clases las que sufren lentas transformaciones derivadas de la lucha por la existencia, ley suprema del mundo animal en virtud de la cual las organizaciones inteligentes y enérgicas expulsan a las especies inferiores incapaces de mantener su posición en la lucha constante. En este sentido y sólo en él hay movimiento y progreso en el mundo animal. Pero dentro de las especies, dentro de las familias y clases de animales dicho movimiento y progreso están ausentes o casi ausentes.

El carácter del trabajo humano. El trabajo del hombre tanto desde el punto de vista de los métodos como de los resultados, es tan capaz de desarrollo y mejora progresivos como su propia inteligencia. El hombre construye su mundo combinando la energía neuro cerebral con el trabajo muscular, su mente científicamente formada con su poder físico, aplicando su pensamiento progresivo al trabajo y haciéndolo cada vez más racional con el curso del tiempo aunque al principio fuese exclusivamente animal, instintivo ciego y casi mecánico.

Con el fin de captar el vasto terreno cubierto por el hombre en el curso de su desarrollo histórico, debemos comparar las chozas de los salvajes con los bellos palacios de París que los brutales prusianos se consideraban destinados por la Providencia a destruir, y comparar también los lamentables armamentos de las poblaciones primitivas con las terribles máquinas de destrucción que han surgido como última palabra de la civilización germánica.



EL HOMBRE COMO CONQUISTADOR DE LA NATURALEZA


Lo que todas las demás especies animales en conjunto no pudieron cumplir, lo hizo el hombre. Transformó efectivamente la mayor parte de la tierra, convirtiéndola en un lugar habitable y adecuado para la civilización humana. Venció y dominó a la Naturaleza. Transformó a su enemigo, el primer déspota terrible, en un sirviente útil, o por lo menos en un aliado tan poderoso como fiel.

¿Qué significa conquistar la Naturaleza? Sin embargo, es necesario aclarar el verdadero significado de la expresión conquistar o dominar la Naturaleza... La acción del hombre sobre la Naturaleza, como cualquier otra acción sobre el mundo, está inevitablemente determinada por las leyes de la Naturaleza. Es, sin duda, la continuación directa de la acción mecánica, física y química de todas las entidades inorgánicas, complejas y elementales. Es la continuación más directa de la acción de las plantas sobre su medio natural, y de la acción cada vez más desarrollada y consciente de todas las especies animales. De hecho, no es más que acción animal, gobernada por una inteligencia y una ciencia progresiva, siendo ambos factores un nuevo modo de transformación de la materia en hombre; de aquí se deduce que cuando el hombre actúa sobre la Naturaleza, es en realidad la Naturaleza quien trabaja sobre sí misma, y podemos ver claramente que es imposible una rebelión contra la Naturaleza.

El hombre y las leyes de la Naturaleza. En consecuencia, el hombre jamás será capaz de combatir a la Naturaleza no puede conquistarla ni dominarla. Cuando el hombre emprende actos que aparentemente son hostiles a la Naturaleza, obedece una vez más las leyes de esa misma Naturaleza. Nada puede liberarle de su dominio; él es su esclavo incondicional. Pero esto no constituye esclavitud algún puesto que todo tipo de esclavitud presupone la existencia de dos individuos uno junto al otro y la sumisión de uno al otro. Al ser el hombre una parte de la Naturaleza y no algo exterior a ella, es imposible que sea su esclavo.

Sin embargo, existe en el corazón de la Naturaleza una esclavitud de la que puede liberarse el hombre si no desea renunciar a su humanidad; se trata del mundo natural que le rodea, y que suele llamarse Naturaleza externa. Es la suma total de cosas, fenómenos y seres vivientes que en vuelven y atormentan al hombre; sin la cual no podría existir ni siquiera un solitario momento, pero que, a pesar de todo, parece estar conspirando contra él a fin de que cada instante de su vida se vea forzado a luchar por la existencia. El hombre no puede escapar de este mundo externo, porque sólo en este mundo puede vivir y conseguir su sustento pero al mismo tiempo tiene que salvaguardarse de él, porque siempre parece propenso a devorarle.

¿Cuál es entonces el significado de la expresión combatir y dominar a la naturaleza? Aquí sufrimos un equívoco eterno debido al doble significado que se atribuye al término Naturaleza. Por una parte, la Naturaleza se concibe como la totalidad universal de las cosas y los seres, así como de las leyes naturales; contra la Naturaleza así concebida, como ya he indicado, es imposible cualquier lucha porque rodea y comprende todo; es el ser absoluto y todopoderoso. Por otra parte, por Naturaleza se entiende también la totalidad más o menos limitada de fenómenos, cosas y seres que rodean al hombre; en resumen, el mundo externo. Contra esta Naturaleza externa, la lucha no sólo es posible, sino inevitable, porque la impone la Naturaleza universal él a todo cuanto vive o existe.

Como ya he indicado, todo cuanto existe y todo ser viviente lleva dentro de sí la doble ley de la Naturaleza: ley 1. No hay existencia posible fuera del medio natural de  cada uno y el mundo externo; 2. En este mundo externo sólo puede mantenerse a sí mismo lo que existe y vive a expensas de ese mundo y se encuentra en una constante lucha contra el

Necesidad de la lucha contra la Naturaleza externa. Dotado con facultades y atributos que la Naturaleza universal le otorgó, el hombre puede y debe conquistar y dominar su mundo externo. Debe someterlo y arrancarle su humanidad y libertad

Mucho antes de comenzar la civilización y la historia, durante un período muy distante que puede haber durado muchos miles de años, el hombre fue sólo un animal salvaje entre otros muchos animales salvajes, un gorila quizá, o un animal estrechamente relacionado con él. Siendo un animal carnívoro o cosa más probable omnívoro, era sin duda más voraz, salvaje y fiero que sus parientes de otras especies. Al igual que ellos, llevaba adelante una lucha destructiva.

El estado ideal: ¿Qué expulsó al hombre del paraíso de las bestias? Este era el estado de inocencia, glorificado por todo tipo de religiones, el estado ideal, el estado tan exaltado por lean Jacques Rousseau. ¿Qué expulsó al hombre del paraíso animal? Fue su inteligencia progresiva, aplicada natural, necesaria y gradualmente a su trabajo animal... La inteligencia del hombre sólo se desarrolla y progresa a través del conocimiento de cosas y hechos reales sólo mediante una observación inteligente y un examen cada vez más exacto y riguroso de las relaciones y secuencias regulares en los fenómenos de la Naturaleza y los diversos estadios de su desarrollo, en resumen, sólo mediante un conocimiento de sus leyes inmanentes.

El conocimiento de las leyes naturales amplia las metas humanas. Cuando el hombre adquiere el conocimiento de esas leyes gobernantes de todas las cosas, incluido él mismo, aprende a prever ciertos fenómenos que le permiten evitar sus efectos o salvaguardarse de las consecuencias indeseadas y dañinas. Además, este conocimiento de las leyes que gobiernan los fenómenos naturales puede aplicarse a su trabajo muscular, que al principio tiene un carácter puramente instintivo y natural; a la larga, esto le permite extraer beneficios de tales cosas y fenómenos naturales, cuy totalidad constituye el mundo externo, ese mismo mundo tan hostil al principio pero que, debido a la ciencia, acaba contribuyendo poderosamente a la realización de las meta humanas.

El hombre, lento en utilizar el fuego. Muchos siglos pasaron antes de que el hombre, que era tan salvaje y poco ingenioso como los monos, aprendiese el arte hoy, tan rudimentario, trivial y al mismo tiempo valioso, de hacer fuego y utilizarlo para sus propias necesidades... Estas habilidades extremadamente simples, que hoy constituyen la economía doméstica de los pueblos menos civilizados implican inmensos esfuerzos inventivos por parte de las generaciones precedentes. Esto explica la desesperante lentitud del desarrollo humano durante el período prehistórico comparada con su rápido desarrollo en nuestros días.

El conocimiento es el arma de la victoria. Fue así como el hombre transformó y sigue transformando su me dio, la naturaleza externa; es así como la conquista y domina ¿Llegó a ello como resultado de una rebelión humana frente a las leyes de la Naturaleza universal, que comprende todo cuanto existe, y forma también la naturaleza humana? Todo lo contrario. A través del conocimiento y la observación más atenta y exacta de estas leyes como el hombre no sólo consigue liberarse del yugo de la Naturaleza externa sino someterla, al menos parcialmente.

Pero el hombre no se contenta solamente con eso. Al igual que la mente humana es capaz de abstraer su propio cuerpo y su personalidad tratándoles como objetos externos el hombre que se ve constantemente llevado por un impulso interno inmanente a su ser aplica el mismo procedimiento, el mismo método, para modificar, corregir Yo perfeccionar su propia naturaleza. Este es un yugo interior natural que el hombre debe aprender a sacudirse.

Al principio, este yugo se le aparece en la forma de su propia debilidad, su imperfección o sus malformaciones personales tanto corpóreas como intelectuales y morales, y luego aparece en la forma más general de su brutalidad o animalidad contrastada con su naturaleza humana que crece progresivamente dentro de él a  medida que se desarrolla su medio social.

Combatiendo a la esclavitud interior. El hombre no tiene más medios para luchar contra esta esclavitud interior que a través de la ciencia de las leyes naturales que gobiernan su desarrollo individual y colectivo, y mediante la aplicación, de esa ciencia a su formación individual (por medio de la higiene, el ejercicio físico, el ejercicio de sus afectos, de su mente y voluntad, y al mismo tiempo mediante una educación racional), y al cambio gradual del orden social.

La Naturaleza universal no es hostil al hombre. Siendo el producto último de la Naturaleza sobre esta tierra, el hombre continúa por así decirlo el trabajo, la creación el movimiento y la vida de la Naturaleza a través de su desarrollo individual y social. Sus pensamientos y acciones más inteligentes y abstractos, que como tal se encuentran muy distantes de lo que se domina habitualmente Naturaleza, son en realidad únicamente las nuevas creaciones y manifestaciones de la Naturaleza. Las relaciones del hombre con esta Naturaleza universal no pueden ser externas, no pueden ser de esclavitud o lucha; lleva esta Naturaleza dentro de sí, y no es nada externo a ella. Pero estudiando sus leyes, identificándose en alguna medida con ellas, transformándolas mediante un proceso psicológico de su propio cerebro en ideas y convicciones humanas, el hombre se libera del triple yugo impuesto sobre él, en primer lugar por la naturaleza externa, luego por su naturaleza interna individual, y en último lugar por la sociedad, de la cual es un producto.

Es imposible rebelión alguna contra la Naturaleza universal. Me parece bastante evidentemente, a partir de lo ya dicho, que no es posible una rebelión del hombre contra lo que llamo causalidad universal o Naturaleza universal; esta última envuelve y penetra al hombre; está dentro y fuera de él, y constituye todo su ser. Rebelándose contra esta Naturaleza universal, el hombre se rebelaría contra sí mismo. Es evidente que el hombre no puede ni siquiera concebir el más remoto estímulo o necesidad de una rebelión semejante; puesto que no existe separado de esta Naturaleza universal, puesto que la lleva dentro de sí, y puesto que en todo momento de su vida se siente enteramente idéntica ella, no puede considerarse o sentirse esclavo de ella.

Por el contrario, sólo estudiando y utilizando mediante su pensamiento las .leyes externas de esta naturaleza ley que se manifiestan igualmente en su mundo externo y en su propio desarrollo individual (corpóreo, intelectual y moral) es como logra sacudirse gradualmente el yugo de la Naturaleza externa, de sus propias imperfecciones naturales, y, como veremos, el yugo de una organización social autoritaria

La dicotomía de espíritu y materia. ¿Pero cómo podría surgir entonces en la mente del hombre el pensamiento histórico de la separación entre espíritu y materia? ¿Cómo, pudo el hombre llegar a concebir este intento impotente ridículo, pero al mismo tiempo histórico de rebelarse contra la Naturaleza? Este intento y este pensamiento se produjeron a la vez que la concepción histórica de la idea de Dios, de la cual constituyen corolarios necesarios. El hombre entendía al principio en la palabra Naturaleza sólo que llamamos Naturaleza externa, incluido su propio cuerpo. A lo que nosotros llamamos Naturaleza universal lo llamó «Dios»  en consecuencia, las leyes de la Naturaleza no aparecían como leyes inmanentes, sino como manifestaciones de la Voluntad Divina, de los mandamientos de Dios impuestos desde arriba a la Naturaleza y también al hombre. De acuerdo con ello, el hombre se declaraba en rebelión contra la Naturaleza poniéndose del lado de Dios, a quien había creado él mismo en oposición a la Naturaleza y a su propio ser, con lo cual puso el fundamento de su propia esclavitud social y política.

Tal ha sido el trabajo histórico de todos los cultos y dogmas religiosos.



MENTE Y VOLUNTAD


La vida del hombre es la continuación de la vida animal; la inteligencia constituye una diferencia cuantitativa, pero no cualitativa. La vida individual y social del hombre en el comienzo no era sino la continuación inmediata de la vida animal, aunque complicada por un nuevo elemento: la facultad de pensar y hablar. El hombre no es el único animal inteligente sobre la tierra. En modo alguno. La psicología comparada muestra que no existe animal completamente privado de inteligencia, y cuanto más se próxima una especie al hombre en su organización, y especialmente en la estructura del cerebro, más avanzada se encuentra en el desarrollo de su inteligencia. Pero sólo en el hombre alcanza la inteligencia el nivel superior de desarrollo que puede llamarse en sentido estricto la facultad pensante; es decir, el poder para comparar, separar y combinar las representaciones de objetos internos y externos proporcionadas por nuestros sentidos; la facultad para formar grupos de tales representaciones; para comparar y combinar luego esos grupos, que no son entidades reales ni representaciones de objetos percibidos por nuestros sentidos, sino sólo conceptos abstractos formados y clasificados por el trabajo de nuestra mente, que retenidos por nuestra memoria  otra facultad de nuestro cerebro se convierten en punto de partida o base para esas conclusiones que denominamos ideas.

Sólo el hombre está dotado con el poder de la palabra. Todas esas funciones de nuestro cerebro serían imposibles de no estar dotado el hombre con otra facultad, que complementa a la facultad pensante y es inseparable de ella: la facultad de incorporar, por así decirlo, y de identificar mediante signos externos todas las operaciones de la mente, los movimientos materiales del cerebro hasta sus variaciones y modificaciones más sutiles y complicadas; en resumen, si el hombre no poseyera el poder de la palabra. Todos los demás animales tienen lenguajes. ¿Quién lo pone en duda? Pero puesto que su inteligencia jamás se eleva sobre las representaciones materiales o, lo que es más, sobre la más elemental comparación y combinación de esas representaciones, su lenguaje carece de organización y es incapacidad  de desarrollo... Por lo cual sólo puede expresar sensación i y nociones materiales, pero nunca ideas.

De estas ideas el hombre deduce conclusiones o aplicaciones lógicas necesarias. En realidad, encontramos con bastante frecuencia a personas que no han alcanzado todavía  la plena posesión de esta facultad, pero jamás hemos tenido noticias de ningún miembro de una especie inferior que ejercite esta facultad, si no es recurriendo al asno de Balaam o a otros animales semejantes recomendados a nuestra fe y estima por diversas religiones. Podemos decir, por tanto sin miedo a quedar refutados, que de todos los animales vivientes sobre esta tierra, sólo el hombre es capaz de pensar.

La facultad de abstracción. Sólo el hombre tiene este poder de abstracción, desarrollado y fortalecido sin duda dentro de la especie humana por un ejercicio de milenios Elevando gradual e interiormente al hombre sobre los objetos de su entorno, sobre todo cuanto se denomina mundo externo, e incluso sobre él mismo como individuo, está facultad le permite concebir o crear la idea de la totalidad de existencias, del Universo, la Infinitud o de lo Absoluta  idea del todo abstracta y, si quieren, falta de cualquier contenido, pero no por ello menos todopoderosa como idea y causa instrumental de todas las conquistas humano posteriores. Porque sólo esta idea le extrae de las hipócritas beatitudes y la estúpida inocencia del paraíso animal, para conducirlo a los triunfos ya los tormentos infinitos de un desarrollo ilimitado.

El germen del análisis y de los experimentos científicos locos. Debido a esta facultad de abstracción, elevándose por encima de la presión inmediata ejercida por los objeto externos sobre todo individuo, el hombre puede compara un objeto con otros y observar sus relaciones. Aquí encuentra el principio del análisis y de la ciencia experimenta y debido a esta misma facultad, el hombre experimenta  un proceso de bifurcación interna, que lo eleva por encima de sus propias pulsaciones, instintos e impulsos, en tanto, poseen una naturaleza, transitoria y particular. Esto le permite comparar sus pulsiones Internas como compara objetos y movimientos externos, y aliarse con algunas contra otras de acuerdo con el ideal (social) que ha cristalizado en, su interior. Aquí tenemos ya el despertar de la conciencia y de lo que llamamos voluntad.

Comienza el mundo humano. Con el primer despertar de pensamiento manifestado en la palabra comienza el mundo exclusivamente humano, el mundo de las abstracciones. Debido a esta facultad de abstracción, como ya hemos dicho, el hombre, surgido de la Naturaleza y producido por ella, se crea para sí, en medio y bajo las condiciones e esa misma Naturaleza, una segunda existencia que se adecua a su ideal y es progresiva del mismo modo.

La dialéctica del desarrollo humano. Para mayor claridad, añadamos que todo cuanto vive tiende a realizarse  a sí mismo en la plenitud de su ser. El hombre, que es al mismo tiempo un ente pensante y viviente, debe ante todo conocerse a sí mismo para alcanzar una plena auto realización. Este es el motivo del gran retraso que observamos en su desarrollo, y por razón del cual fueron necesarios muchos cientos de siglos para que el hombre llegase al estado social actual en los países más civilizados, estado que todavía se encuentra muy por debajo del ideal hacia que nos dirigimos. El hombre tuvo que agotar todas las estupideces y posibles adversidades para poder realizar de mínimo de razón y justicia que hoy prevalece en el mundo.

La última fase y la meta suprema de todo el desarrollo humano es la libertad, Jean Jacques Rousseau y sus discípulos se equivocaron buscando esta libertad en el comienzo de la historia, cuando el hombre carente todavía por completo de cualquier auto conocimiento e incapaz por eso mismo de preparar cualquier tipo de contrato, estaba sufriendo bajo el yugo de esa inevitabilidad de la vida natural a la que están sometidos todos los animales.

Naturaleza y libertad humana. El hombre sólo podía liberarse a sí mismo de este yugo haciendo un uso gradual, de su razón, que si bien se desarrollaba muy despacio, discernía poco a poco las leyes rectoras del mundo exterior tanto como las inmanentes a nuestra propia naturaleza, y se las apropiaba por así decirlo transformándolas en ideas, es decir, en creaciones casi espontáneas de nuestros propios cerebros. Mientras continuaba obedeciendo a esas leyes, el hombre en realidad obedecía simplemente a sus propios pensamientos.

Respecto a la Naturaleza, ésta es la única posible dignidad y libertad para el hombre. Jamás habrá ninguna otra libertad; porque las leyes naturales son inmutables e inevitables; representan la base misma de toda existencia y constituyen nuestro propio ser, por lo cual nadie puede rebelarse contra ellas sin llegar inmediatamente al absurdo o sin provoca su propia destrucción. Pero reconociéndolas y asimilándolas con su propia mente, el hombre se eleva sobre la presión, inmediata de su mundo externo; entonces, convirtiéndose a su vez en un creador y obedeciendo en lo sucesivo sólo sus propias ideas, las transforma más o menos de acuerdo con sus necesidades progresivas, imprimiéndoles en alguna medida la imagen de su propia humanidad.

El libre albedrío universal y el elán vital. Por consiguiente, lo que llamamos mundo humano tiene al hombre por único e inmediato creador; éste lo produce superando paso a paso el mundo externo y su propia bestialidad conquistando de esta forma para sí mismo su libertad y su dignidad humana. Las conquista impelido por una fuerza independiente de él, una fuerza irresistible inmanente a todos los seres vivos. Esta fuerza es la corriente universal de la vida, la misma que llamamos Causalidad universal Naturaleza, que se manifiesta en todos los seres vivientes plantas o animales, en el impulso de todo individuo cumplir por sí mismo las condiciones necesarias para la vida de su especie, es decir, para satisfacer sus necesidades

Voluntad libre. Este impulso, esta manifestación esencial y suprema de la vida, constituye la base de lo que denominamos voluntad. Inevitable e irresistible en todos los animales; incluido el hombre más civilizado, instintiva (y casi podría os decir mecánica) en los organismos inferiores, más inteligente en las especies más altas, sólo alcanza plena conciencia en el hombre. Debido a su inteligencia (que le eleva sobre las pulsiones instintivas, y le permite comparar, criticar y regular, sus propias necesidades), el humano es el único eI de los animales terrestres que posee una autodeterminación consciente, una voluntad libre.

La libertad de la voluntad es sólo relativa. Es razonable pensar que esta libertad de la voluntad humana frente a la corriente de la vida universal o a esta causalidad absoluta donde toda voluntad es, por así decirlo, sólo un arroyuelo sólo tiene el significado atribuido por la reflexión, en cuanto se opone a la acción mecánica o incluso al instinto. El hombre capta y percibe claramente las necesidades naturales que, una vez reflejadas en su cerebro, renacen a través de un proceso fisiológico poco conocido como la continuación lógica de sus propios pensamientos. La comprensión dentro de esta dependencia absoluta e inquebrantada le proporciona el sentimiento de auto determinación, de una voluntad y una libertad consciente y espontánea.

Los impulsos naturales son sublimados, pero no suprimidos por el hombre. Fuera del suicidio parcial o total ningún hombre puede librarse de sus impulsos naturales, pero puede regularlos y modificarlos, intentando hacerlos cada vez más conformes a aquello que durante épocas diferentes de desarrollo intelectual y moral considera justo y bello.

La libertad de la voluntad es determinada, y no incondicional. Puesto que todo hombre, en el momento de nacer y durante todo su desarrollo vital, no es más que el resultado de un incontable número de acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, que continúan formándole mientras vive, ¿cómo podría él un eslabón pequeño, pasajero y apenas perceptible en la concatenación universal de todos los seres presentes y pasados conseguir la fuerza requerida para romper mediante un acto de su voluntad esta solidaridad eterna y todopoderosa, esta entidad absoluta y universal que tiene .existencia real,  pero que ninguna imaginación humana puede esperar comprender alguna vez?

Esta naturaleza es la madre que nos configura, alumbra, alimenta, rodea y atraviesa hasta la médula de nuestros huesos, hasta los pliegues más profundos de nuestro ser moral e intelectual, y que por último nos asfixia en sus abrazos maternales. Hemos de reconocer de una vez para siempre que frente a esta naturaleza universal no pueden existir ni independencia ni rebelión.

Libertad racional: la única libertad posible. Con ayuda del conocimiento y mediante una aplicación meticulosa de, las leyes de la Naturaleza, el hombre se emancipa gradualmente a sí mismo. Pero no se emancipa del yugo universal soportado por todos los demás seres vivos y las cosas existentes que aparecen y desaparecen en este mundo. El hombre sólo se libera de la brutal presión ejercida sobre, él por su propio mundo externo material y social, donde se encuentran todas las cosas y todos los hombres circundantes. Gobierna las cosas mediante su ciencia y su trabajo en cuanto al yugo arbitrario impuesto por los hombres se libra de él mediante la revolución.

Este es el único significado racional de la palabra libertad el gobierno de las cosas externas, basado sobre una respetuosa obediencia a las leyes naturales. Es la independencia ante las pretensiones y los actos despóticos de los hombres es la ciencia, el trabajo, la rebelión política y, junto con todo ello, es en definitiva la organización libre y bien concebida del medio social de acuerdo con las leyes naturales inmanentes a toda sociedad humana. La primera y última condición de esta libertad se encuentra entonces en el sometimiento absoluto a la omnipotencia de la Naturaleza, y en la obediencia y la aplicación más estricta de sus leyes.

Como la mente, la voluntad es una función de la materia. Al igual que la inteligencia, la voluntad no es una chispa mística, inmortal y divina que milagrosamente cayó de los Cielos a la tierra para dar vida a pedazos de carne o cuerpos inertes. Es el producto de la carne organizada y viviente, el producto del organismo animal.

El organismo humano es el más perfecto de todos los organismos y, en consecuencia, la voluntad y la inteligencia del hombre son comparativamente lo más perfecto y, sobre todo, lo más capaz de un progreso y una perfección cada día mayores.

Poder neural y poder muscular. La voluntad, como la inteligencia, es una facultad neurológica del organismo animal, y tiene como órgano específico el cerebro… La fuerza muscular o física y la fuerza neural, o poder de la voluntad y la inteligencia, tienen esto en común: en primer lugar, que cada una depende de la organización del animal que éste recibió en el nacimiento y que, en consecuencia, son el producto de una multitud de circunstancias y causas no sólo existentes fuera de esta organización animal, sino anteriores a ella; y en segundo lugar, que todas son capaces de desarrollarse con el ejercicio y el entrenamiento, lo cual prueba una vez más que son el producto de causas y acciones externas.

Es obvio que siendo en su naturaleza e intensidad simplemente efectos de causas independientes de ellas, esas fuerzas tienen sólo una relativa independencia dentro de esa causalidad universal que constituye y comprende los mundos. ¿Qué es la fuerza muscular? Es una fuerza material de cierta intensidad generada dentro del animal por la concurrencia de influencias o causas antecedentes, que en un momento dado permite al animal oponer a la presión de las fuerzas externas una resistencia no absoluta, sino relativa.

La voluntad está determinada por la estructura del organismo. Lo mismo es cierto para la fuerza moral que llamamos poder de la voluntad. Todas las especies animales están dotadas de este poder en diversos grados, y la diferencia depende ante todo de la naturaleza particular de su organismo. Entre todos los animales de esta tierra, la especie humana está dotada con ella en el más alto grado. Pero incluso dentro de esta especie no todos los individuos reciben con el nacimiento una disposición volitiva igual, estando determinada de antemano la mayor o menor fuerza de voluntad por la salud relativa y el desarrollo normal del propio cuerpo y, sobre todo, por una estructura cerebral más o menos afortunada. He aquí, pues, desde el mismo comienzo, una diferencia de la que el hombre no es, en ningún caso, responsable. ¿Es culpa mía que la Naturaleza me dotase con una fuerza de voluntad inferior? Ni los más insensatos teólogos y metafísicos se atreverán a decir que lo que llaman almas es decir, la suma total de facultades afectivas, intelectuales y volitivas que cada uno recibe con el nacimiento son todas iguales.

El papel del ejercicio en el entrenamiento de la voluntad. Desde luego, la facultad volitiva puede desarrollarse mediante la educación y los ejercicios apropiados, como las demás facultades del hombre. Estos ejercicios acostumbran gradualmente a los niños a reprimir la manifestación inmediata de cualquier impresión leve, ya controlar en mayor o menor medida los movimientos reflejos de sus músculos cuando se ven estimulados por sensaciones internas y externas transmitidas por los nervios.

En un estadio ulterior, cuando en el niño se ha desarrollado en cierta medida el poder reflexivo mediante una adecuada educación del carácter, el mismo ejercicio  cada vez más consciente, apoyado en la creciente inteligencia del niño y basándose sobre el poder volitivo que se desarrolla en su interior entrena al niño para reprimir la expresión inmediata de sus sentimientos y deseos, y dominar todos los movimientos voluntarios del cuerpo (así como los de aquello que se denomina su alma, su pensamiento mismo, sus palabras y actos) sometiéndolos a una finalidad dominante, sea ésta buena o mala.

¿El hombre es responsable de su formación? La voluntad del hombre, así desarrollada y entrenada, no es evidentemente sino el producto de influencias que están fuera de él y que, actuando sobre la voluntad, la determinan y configuran con independencia de sus propias resoluciones. ¿Puede un hombre ser considerado responsable de la formación mala o buena, adecuada o inadecuada que obtiene?

 Hasta cierto punto un hombre puede convertirse en su propio educador, en su propio instructor tanto como creador. Pero debe observarse que cuanto adquiere es sólo una independencia relativa, y que en modo alguno está liberado de la dependencia inevitable o de la solidaridad absoluta mediante la cual él, como ser vivo, está encadenado irrevocablemente al mundo natural y social



EL HOMBRE, SOMETIDO A LA INEVITABILIDAD UNIVERSAL


La voluntad animal o humana no es la fuerza motriz creadora. Tras probar que la voluntad animal, incluida la humana, es un poder limitado capaz, como más tarde veremos, de modificar hasta cierto punto mediante el conocimiento de las leyes naturales y sometiendo estrictamente sus acciones a dichas leyes las relaciones entre el hombre y las cosas que le rodean, así como las relaciones entre las cosas mismas (pero incapaz de producir o crear la esencia de la vida animal) ; tras probar que el poder relativo de esta voluntad, contrastado con el único poder absoluto existente de la causalidad universal, aparecería como una impotencia absoluta o como una causa relativa, de nuevos efectos relativos determinados y producidos por la misma causalidad, resulta evidente que no hemos de buscar la poderosa fuerza motriz creadora del mundo animal y humano en la voluntad humana, sino en la solidaridad universal e inevitable de cosas y seres.

La fuerza motriz universal es ciega e inconsciente. Esta fuerza motriz no la llamamos ni inteligencia ni voluntad. De hecho, no tiene y Do puede tener auto conciencia alguna, ni determinación o resolución propias. No es el ser singular, indivisible y sustancial concebido por los metafísicos, sino el producto y como dije el resultado eternamente reproducido por todas las transformaciones de los seres y cosas dentro del universo. En una palabra, no es una idea sino un hecho universal, más allá del cual resulta imposible concebir nada y este hecho no es en  modo alguno un ser inmutable, sino el movimiento perpetuo que se manifiesta y forma en una infinidad de acciones y reacciones relativas de índole mecánica, física, química, geológica, vegetal, animal y humana. Como resultante de esa combinación de movimientos relativos e incontables esta fuerza motriz universal es tan poderosa como inevitable ciega e consciente.

Crea mundos, y es al mismo tiempo su producto. En todos los dominios de la naturaleza terrestre, se manifiesta a través de leyes o formas particulares de desarrollo. En el mundo orgánico y en la formación geológica de nuestra esfera se presenta como la incesante acción y reacción de  leyes mecánicas, físicas y químicas que aparentemente pueden reducirse a una ley básica: la ley de gravitación y movimiento, o más bien de atracción material, de la que las demás leyes son sólo sus diversas manifestaciones y transformaciones. Tales leyes, como ya he indicado, son generales en el sentido de que comprenden todos los fenómenos producidos sobre la tierra, gobernando las relaciones y el desarrollo de la vida orgánica, vegetal, animal y social, así como la totalidad inorgánica de las cosas.

La ley de nutrición, formulada por Augusto Comte. En el mundo orgánico, la misma fuerza motriz universal; se manifiesta a través de una nueva ley basada sobre la suma total de las leyes generales; naturalmente, es una nueva transformación cuyo secreto se nos ha escapado hasta fiel presente, pero que constituye una ley particular en de sentido de manifestarse sólo en los seres vivientes: las plantas, los animales y el hombre. Es la ley de nutrición, que utilizando la expresión de Augusto Comte[3] consiste en: 1. La absorción interior de materiales nutritivos extraídos del sistema ambiente y su asimilación gradual. 2. La exhalación hacia el exterior de moléculas, que a partir de ese momento se hacen extrañas al organismo y se desintegran necesariamente en la realización de la nutrición. Esta ley particular en el sentido de que no se aplica al mundo inorgánico, pero es general y fundamental para todos los seres vivos. El problema de la nutrición, el gran problema, de la economía social, es la base real para todos los desarrollos posteriores de la humanidad.

Sensibilidad e irritabilidad: las propiedades del mundo animal. En el propio mundo animal, esta misma fuerza motriz universal reproduce la ley genérica de nutrición en una forma nueva y peculiar, combinándola con dos propiedades que distinguen a los animales de las plantas: la sensibilidad y la irritabilidad. Estas facultades son evidentemente materiales, y las facultades llamadas ideales el sentimiento denominado moral, en contraste con la sensación física, así como las facultades de la voluntad y la inteligencia no son sino su expresión más elevada o su transformación última. Ambas propiedades sensibilidad e irritabilidad sólo se encuentran entre los animales. Combinadas con la ley de nutrición, que es común a los animales y a las plantas, esas propiedades constituyen la ley genérica particular de todo el mundo animal.

La génesis de los hábitos animales. Las diversas funciones que llamamos facultades animales no son optativas, en el sentido de que el animal pueda ejercitarlas o no. Todas las facultades son propiedades esenciales, necesidades inherentes a la organización animal. Las diferentes especies, familias y clases de animales difieren entre ellas por la total ausencia de algunas facultades o por el superdesarrollo de unas a expensas de otras.

Incluso dentro de las especies, familias y clases animales, los individuos no tienen la misma fortuna. El espécimen perfecto es aquel en el que se encuentran armoniosamente desarrollados todos los órganos característicos del orden al cual pertenece el individuo. La carencia o la debilidad de uno de esos órganos constituye un defecto, y cuando el órgano es de un tipo esencial puede llevar a que el individuo se convierta en un monstruo. Monstruosidad o perfección, excelencia o defecto, todo esto le viene dado al individuo por la Naturaleza, y es recibido por él en su nacimiento.

Pero cuando una facultad existe ha de ser ejercitada, y hasta que el animal llega a un estadio de ocaso natural no dejará de tender necesariamente a su desarrollo y fortalece el cimiento mediante el ejercicio repetido, que crea hábito y el hábito es la base de todo desarrollo animal. Cuanto más se ejerce y desarrolla, más se convierte en una fuerza la irresistible dentro del animal, en una fuerza que debe ser I obedecida implícitamente.

El animal se ve forzado a ejercitar sus facultades. Acontece a veces que una enfermedad o circunstancias externas más poderosas que la tendencia natural del individuo excluyen el ejercicio o desarrollo de una o varias facultades. En ese caso los órganos respectivos se atrofian, y el organismo entero sufre con arreglo a la importancia de esas faculta des y sus órganos correspondientes. El individuo puede morir a causa de ello, pero si vive ha de ejercitar las facultades restantes bajo amenaza de muerte. En consecuencia, el individuo no es el dueño de esas facultades, sino su agente involuntario, su esclavo.

…Al ser un organismo vivo, dotado con la doble propiedad de la sensibilidad y la irritabilidad, capaz en cuanto tal de experimentar dolor tanto como placer, todo animal incluido el hombre  se ve forzado por su propia naturaleza a comer, beber y desplazarse. Ha de hacerlo para obtener alimento, y también respondiendo a la necesidad suprema de sus músculos. A fin de mantener su existencia, el organismo debe protegerse contra cualquier cosa que amenace su salud, su alimento y todas las condiciones de su vida. Debe  amar, copular y procrear. En la medida de su capacidad intelectual, debe reflexionar sobre las condiciones exigidas para la preservación de su propia existencia. Debe querer todas esas condiciones para sí y dirigido por una especie de previsión basada en la experiencia, jamás ausente por completo en animal alguno, se ve forzado a trabajar, en la medida de su inteligencia y su fuerza muscular, para prepararse el futuro más o menos distante.

El impulso animal alcanza el estadio de la autoconciencia en el hombre. Inevitable e irresistible en todos los animales, sin exceptuar al hombre más civilizado, esta tendencia imperiosa y fundamental de la vida constituye la base misma de todas las pasiones animales y humanas. Es instintiva, podríamos decir mecánica, en las organizaciones inferiores; es más consciente en las especies más elevadas, y alcanza el estadio de la plena autoconciencia sólo en el hombre, que está dotado con la facultad preciosa de combinar, agrupar y expresar plenamente sus pensamientos. El hombre es el único animal capaz de abstraerse en su pensamiento del mundo externo, e incluso de su propio mundo interno, elevándose así a la universalidad de las cosas y los seres. Como puede verse a sí mismo desde las alturas de esta abstracción, como un objeto de su propio pensamiento, puede comparar, criticar, ordenar y subordinar sus propias necesidades, sin transgredir las condiciones vitales de su propia existencia. Todo ello le permite naturalmente, dentro de límites muy estrechos, y siempre sin poder cambiar nada en el flujo universal e inevitable de causas y efectos determinar mediante la reflexión abstracta sus propios actos, cosa que le proporciona en relación con la Naturaleza la falsa apariencia de una espontaneidad e independencia absoluta.

¿Qué tipo de voluntad libre posee el hombre? ¿Posee realmente el hombre una voluntad libre? Sí y no, depende de lo que se quiera decir con esta expresión. Si por voluntad libre se entiende voluntad arbitraria, es decir, una presunta facultad del individuo humano para determinarse con libertad e independencia de cualquier influencia externa; y si, como mantienen todas las religiones y sistemas metafísicos, gracias a esta presunta voluntad libre el hombre ha de ser excluido del principio de causalidad universal que determina la existencia de todo y hace que cada cosa dependa de todas las demás, no podemos sino rechazar esa libertad como un sinsentido, pues nadie puede existir fuera de esa causalidad universal.

La estadística como ciencia sólo es posible sobre la base del determinismo social. El socialismo, basado sobre la ciencia positiva, rechaza absolutamente la doctrina de la «voluntad libre». Admite que todos los llamados vicios y virtudes de los hombres son sólo el producto de la acción combinada de la Naturaleza y la sociedad.

La Naturaleza, mediante el poder de influencias etnográficas, fisiológicas y patológicas, produce las facultades y tendencias que se denominan naturales, mientras que la organización social las desarrolla, las reprime o corrompe su desarrollo. Todos los hombres, sin excepción, son lo que han hecho de ellos la Naturaleza y la sociedad en todo momento de sus vidas.

Sólo esta necesidad natural y social hace posible la aparición de la estadística como ciencia, Dicha ciencia no se contenta con verificar y enumerar hechos sociales, sino  que además intenta explicar la conexión y la correlación de dichos hechos en la organización de la sociedad. Las estadísticas criminales, por ejemplo, demuestran que en un mismo país y en una misma ciudad, durante un período de diez, veinte o treinta años, se repite cada año casi en la misma proporción el mismo crimen o delito; es decir, mientras ninguna crisis política o social haya cambiado allí la actitud de la sociedad. Todavía más sorprendente es que los métodos usados para cometer crímenes se repitan también de año a año con la misma frecuencia. Por ejemplo, el número de crímenes por envenenamiento, arma blanca y de fuego, así como la cifra de suicidios cometidos de cierta manera, son casi siempre invariables. Esto llevó a Quetelet a hacer su memorable afirmación: «La sociedad prepara los crímenes, y los individuos se limitan a cometerlos».

La idea de la voluntad libre lleva a su corolario, la idea de la providencia. Esta repetición periódica de los mismos hechos sería imposible si las inclinaciones morales e intelectuales de los hombres, así como sus actos, dependieran de una «voluntad libre». El término «voluntad libre» no tiene significado en absoluto, o indica que el individuo toma decisiones espontáneas y auto determinadas, completamente ajenas a cualquier influencia exterior del orden natural o social. Pero si así fuese, si los hombres sólo dependieran de sí mismos, el mundo estaría regido por un caos que suprimiría cualquier solidaridad entre las gentes. Los millones de voluntades libres, independientes entre sí, tenderían a la destrucción mutua, y sin duda lo lograrían de no ser por la voluntad despótica de la divina Providencia que «los guía mientras bullen y se trompican» y que degradándolos a todos al mismo tiempo, pone orden en la humana confusión.

Las implicaciones prácticas de la idea de la providencia divina. Este es el motivo de que todos los defensores de la doctrina del libre albedrío se vean llevados por la, lógica a reconocer la existencia y la acción de una Providencia divina. Tal es la base de todas las doctrinas teológicas y metafísicas. Constituyen un sistema grandioso que durante largo tiempo satisfizo a la conciencia humana, y hemos de admitir que, desde el punto de vista del pensamiento abstracto o de la fantasía poética y religiosa, impresionan por su armonía y grandeza. Pero, desgraciadamente, su contrapartida apoyada sobre la realidad histórica ha sido siempre aterradora, y el propio sistema no puede soportar la prueba del criticismo científico.

De hecho, sabemos que mientras el Derecho Divino reinó sobre la tierra, la gran mayoría de las personas estaban sometidas a una explotación brutal e inmisericorde, que eran atormentadas, oprimidas y masacradas. Sabemos que hasta el presente, las masas del pueblo han sido mantenidas en la esclavitud en nombre de la divinidad religiosa y metafísica y no podía ser de otro modo, porque si el mundo la Naturaleza tanto como la sociedad humana estuviese gobernado por una voluntad divina, no habría lugar en él para la libertad humana. La voluntad del hombre es necesariamente débil e impotente ante la voluntad de Dios. En consecuencia, cuando intentamos defender la libertad metafísica, abstracta o imaginaria de los hombres, el libre albedrío, terminamos negando la libertad real. Ante Dios, el Omnipotente y Omnipresente, el hombre es sólo un esclavo y puesto que la libertad humana es destruida por la Providencia Divina, sólo permanecen los privilegios, es decir, los derechos especiales otorgados por la Gracia Divina a ciertos individuos, acierta jerarquía, dinastía o Clase.

La ciencia rechaza el libre albedrío. La experiencia acumulada, coordinada y asimilada que denominamos ciencia demuestra que el «libre albedrío» es una ficción insostenible contraria a la naturaleza de las cosas. Lo que llamamos voluntad es únicamente la manifestación de un cierto tipo de actividad neurológica, lo mismo que nuestra fuerza física es el resultado de la actividad de nuestros músculos. En consecuencia, ambas son igualmente productos de la vida natural y social, es decir de las condiciones físicas y sociales en medio de las cuales nace y crece todo hombre.

La voluntad y la inteligencia son sólo relativamente independientes. Así concebidas y explicadas, la libertad y la inteligencia del hombre ya no pueden considerarse un poder absolutamente autónomo, independiente del mundo material y capaz, al concebir pensamientos y acciones espontáneas, de romper la inevitable cadena de causas y efectos que constituye la solidaridad universal de los mundos. La aparente independencia de la voluntad y la inteligencia es en gran medida relativa, pues al igual que la fuerza muscular del hombre, esas fuerzas o capacidades nerviosas se producen en todo individuo por la concurrencia de circunstancias, influencias y acciones externas materiales y sociales que son absolutamente independientes de su pensamiento y su voluntad y lo mismo que hemos tenido que rechazar a posibilidad de lo que los metafísicos llaman ideas espontáneas, hemos de rechazar los actos espontáneos de la voluntad, la libertad arbitraria de la voluntad y la responsabilidad moral del hombre, en el sentido teológico, metafísico y jurídico de: la palabra.

La responsabilidad moral en los hombres y animales. Nadie habla de la voluntad libre de los animales. Todos coinciden en que los animales están gobernados durante todos los momentos de su vida y todos sus actos por causas independientes de su pensamiento y su voluntad. Nadie duda de que los animales siguen inevitablemente los impulsos recibidos del mundo externo y de su naturaleza interna; en una palabra, no hay posibilidad de que ideas y los actos espontáneos de su voluntad el flujo universal de la vida y, en consecuencia, no pueden cargar con responsabilidad jurídica o moral alguna embargo, todos los animales están indudablemente de voluntad e inteligencia. Entre las facultades correspondientes de los animales y el hombre sólo hay una diferencia cuantitativa, una diferencia de grado. ¿Por qué, entonces, declaramos que el hombre es absolutamente responsable, y el animal carece absolutamente de responsabilidad?

Creo que el error no está en esta idea de responsabilidad, que existe de un modo muy real tanto en los hombres como en los animales, aunque en diferentes grados. El  error está en el  sentido absoluto que nuestra vanidad humana, apoyada sobre una aberración teológica o metafísica, otorga la responsabilidad humana. Todo el error está en este adjetivo, absoluto. El hombre no es absolutamente responsable y los animales no son absolutamente irresponsables. La responsabilidad de unos y otros es proporcional al grado de reflexión del que son capaces.

La responsabilidad existe, pero es relativa. Podemos. Aceptar como axioma general que nada existe ni puede ser producido en el mundo humano si no existe en el mundo animal, al menos en estado embrionario, pues la humanidad es simplemente el último desarrollo de la animalidad sobre la tierra. De ello se sigue que si no existe una responsabilidad animal, no puede haber una responsabilidad por parte del hombre, estando este último sometido a la absoluta potencia de la Naturaleza tanto como el animal más imperfecto de la tierra; desde un punto de vista absoluto, el animal y el hombre son igualmente irresponsables.

Pero hay sin duda dentro del mundo animal una responsabilidad relativa con diversos grados. Imperceptible en las especies inferiores, se hace bastante pronunciada en los animales con organización superior. Las bestias crían a su prole y desarrollan en ella, a su manera, la inteligencia es decir, la comprensión o el conocimiento de las cosas y la voluntad, es decir, la facultad o la fuerza interna que nos permite controlar nuestros movimientos instintivos. Los animales incluso castigan con ternura paternal la desobediencia de sus pequeños. De ahí que hasta entre los animales aparezca el comienzo de la responsabilidad moral.

La voluntad del hombre está determinada en todo instante. Hemos visto que el hombre no es responsable de las capacidades intelectuales recibidas por el nacimiento, ni de la mala o buena formación recibida antes de llegar a la madurez o, al menos, antes de la pubertad. Pero entonces llegamos a un momento en que el hombre se hace consciente de sí, en que, dotado con las cualidades morales e intelectuales inculcadas a través de la educación recibida del exterior, se convierte de algún modo en su propio creador, evidentemente capaz de desarrollar, expandir y fortalecer su voluntad y su inteligencia. ¿Se debe considerar responsable al hombre si no consigue hacer uso de esta posibilidad interna?

 Pero ¿cómo puede considerársele responsable? Es evidente que en el instante de descubrirse capaz o moralmente obligado a tomar su resolución de trabajar sobre sí todavía no ha realizado este trabajo espontáneo e interno que le convertirá de algún modo en su propio creador; en ese momento, no es sino el producto de las influencias externas que le condujeron hasta allí. En consecuencia, la resolución que está apunto de tomar no depende del poder de la voluntad y el pensamiento auto adquiridos pues su propio trabajo todavía no ha comenzado, sino de aquello que ya le han dado la Naturaleza y su educación, cosa independiente de sus propias resoluciones. La decisión, buena o mala, que está apunto de tomar será el efecto o el producto inmediato de la Naturaleza y de su educación, de las cuales no es responsable. De aquí se deduce que dicha resolución no implica en modo alguno responsabilidad por parte de quien la toma.

La inevitabilidad universal rige a la voluntad humana. Es evidente que la idea de la responsabilidad humana, idea por completo relativa, no puede aplicarse al hombre aislado y considerado como un individuo en estado de naturaleza, desligado del desarrollo colectivo de la sociedad. Visto como tal en presencia de esa causalidad universal, en cuyo seno todo cuanto existe es al mismo tiempo y efecto, creador y criatura, cualquier hombre aparece todo instante de su vida como un ser absolutamente determinado e incapaz de romper, o incluso de interrumpir el flujo universal de la vida, con lo cual es despojado de, toda responsabilidad jurídica. Con toda la autoconciencia producida dentro de él por el espejismo de, una falsa espontaneidad, ya pesar de su voluntad e Inteligencia que son las condiciones indispensables para construir su libertad contra el mundo externo, incluidos los hombres que le rodean el hombre, como todos los animales sobre esta tierra, permanece absolutamente sometido a la inevitabilidad universal que gobierna al mundo.



LA RELIGIÓN EN LA VIDA DEL HOMBRE


La génesis de la fe en Dios debe ser objeto de un estudio racional. Para las personas que piensan lógicamente y cuyas mentes funcionan al nivel de la ciencia moderna, esta unidad del Universo y el Ser se ha convertido en un hecho bien establecido. Sin embargo, hemos de admitir que este hecho tan simple y auto evidente como para hacer absurda cualquier otra actitud se encuentra en contradicción flagrante con la conciencia universal de la humanidad. Esta última, manifestándose a lo largo de la historia en formas ampliamente diversas, ha admitido siempre unánimemente .la existencia de dos mundos distintos: el mundo espiritual y el mundo material, el mundo divino y el mundo real. Empezando por los toscos fetichistas, que adoraban en el mundo circundante la acción de algún poder sobrenatural encarnado en algún objeto material, todos los pueblos han creído y siguen creyendo en la existencia de algún tipo de divinidad.

Esta abrumadora unanimidad tiene para muchos individuos más peso que las pruebas de la ciencia; y si la lógica de un pequeño número de pensadores, coherentes pero aislados, contradice el consenso universal, tanto peor  afirman tales individuos para esa lógica.

De este modo, la antigüedad y la universalidad de la creencia en Dios se han convertido en pruebas irrefutables de su existencia, frente a toda ciencia y toda lógica. Pero ¿por qué ha de ser así? Hasta la era de Copérnico y Galileo todo el mundo, a excepción de los pitagóricos, creía que el sol giraba alrededor de la tierra. ¿Probaba la universalidad de dicha creencia la validez de sus suposiciones? Comenzando con el origen de la sociedad histórica y terminando en nuestro propio período, una pequeña minoría conquistadora ha explotado y sigue explotando el trabajo forzado de las masas de trabajadores, esclavos o asalariados. ¿Se sigue de ello que la explotación del trabajo de alguien por parte de parásitos no sea una iniquidad, un robo y; un saqueo? He aquí dos ejemplos para probar que los argumentos de nuestros deístas carecen por completo de valor.

De hecho, no hay nada más universal y más antiguo que el absurdo; al contrario, la verdad es relativamente mucho más joven, pues constituye siempre el resultado, y el producto del desarrollo histórico, jamás su punto de partida. Porque el hombre, primo por origen si no descendiente directo del gorila, comenzó en la oscura noche del instinto animal hasta llegar al amplio mediodía de la razón. Esto explica plenamente sus absurdos pasados, y nos consuela en parte de sus errores presentes. Todo el desarrollo histórico del hombre es simplemente un proceso de abandono progresivo de la pura animalidad mediante la creación de su humanidad.

De aquí se deduce que la antigüedad de una idea, en  vez de demostrar nada, debe al contrario despertar nuestras, sospechas. En cuanto a la universalidad de una falacia,  sólo prueba una cosa: la identidad de la naturaleza humana en todo momento y en todo clima. Puesto que todos los pueblos han creído y siguen creyendo en Dios, y hemos de concluir, sin dejarnos dominar por este concepto discutible, que a nuestro juicio no puede prevalecer contra la lógica ni contra la ciencia, que la idea de la divinidad producida sin duda por nosotros mismos, es un error necesario en el desarrollo de la humanidad. Debemos preguntarnos cómo y por qué llegó a nacer, y por qué todavía es necesario para la gran mayoría de la especie humana.

El estudio del origen de la religión es tan importante como su análisis critico. No seremos capaces de destruir la idea del mundo sobrenatural o divino, anclada en la opinión de la, mayoría, hasta explicarnos cómo llegó a nacer esa idea y como tenía necesariamente que aparecer en el desarrollo natural de la mente y la necesidad humana, por muy fuerte que pueda ser nuestra convicción científica sobre el carácter absurdo de la misma. Sin este conocimiento, jamás podremos atacarla en las profundidades del ser humano donde tiene sus raíces. Condenados a una lucha estéril e inacabable, habríamos de contentarnos con batirla solamente sobre la superficie, en sus incontables manifestaciones, cuyo absurdo podrá ser revelado gracias a los golpes del sentido común, pero que reaparecerá en formas nuevas y no menos carentes de sentido. Mientras permanezca intacta la raíz de la creencia en Dios, no dejará de suscitar nuevos brotes. Así, por ejemplo, en ciertos círculos de la sociedad civilizada el espiritismo tiende a establecerse sobre las ruinas de la Cristiandad.

¿Cómo pudo llegar a surgir la idea del dualismo? Estamos más convencidos que nunca de la necesidad urgente de resolver la cuestión siguiente: puesto que el hombre forma un todo con la naturaleza y no es sino el producto material de una cantidad indefinida de causas exclusivamente materiales, ¿cómo llegó a nacer, se estableció y echó raíces tan profundas en la conciencia humana esta dualidad de los dos mundos opuestos uno material y otro espiritllal, uno divino y otro natural?

La fuente de la religión. La incesante acción y reacción del todo sobre cada punto singular, y la acción recíproca de cada punto singular sobre el todo constituye la vida, como hemos dicho. Ella es la ley suprema y genérica, la totalidad de mundos que eternamente produce y es producida al mismo tiempo. Eternamente activa y todopoderosa esta solidaridad universal o causalidad mutua que en lo sucesivo llamaremos Naturaleza creó entre el número incontable de otros mundos nuestra tierra con su jerarquía de seres, desde los minerales hasta el hombre. Reproduce constantemente esos seres, los desarrolla, los nutre y preserva, y cuando les llega el momento muchas veces antes los destruye, o más bien los transforma en otros seres. Ella es, pues, el poder omnipotente frente al cual resulta impensable la independencia y la autonomía; el ser que comprende y atraviesa con su acción irresistible la existencia de todos los seres. Entre los vivientes, no hay uno solo que no lleve dentro de sí en una forma más o menos desarrollada el sentimiento o la percepción de esta suprema influencia y de esta dependencia absoluta.

La esencia de la religión es el sentimiento de dependencia absoluta en relación con la naturaleza eterna La religión, como todas las demás cosas humanas, tienen su fuente primaria en la vida animal. Es imposible decir que ningún animal, excepto el hombre, tenga algo próximo a una religión definida, porque incluso la más tosca de las religiones supone un grado de reflexión no alcanzado todavía por animal alguno, excepto el hombre. Pero es también imposible negar que la existencia de todos los animales, sin excepción, revela todos los elementos o materiales constitutivos de la religión, exceptuando por supuesto ese aspecto ideal el pensamiento que pronto o tarde la destruirá. De hecho, ¿cuál es la verdadera sustancia de toda religión? Es precisamente este sentimiento de absoluta dependencia del individuo efímero en relación con la Naturaleza eterna y omnipotente.

El miedo instintivo es el comienzo de la religión. Es difícil para nosotros observar este sentimiento y analizar todas sus manifestaciones en los animales de especies inferiores. Sin embargo, podemos decir que el instinto de auto preservación, encontrado incluso en las organizaciones animales comparativamente más pobres, es una especie de sabiduría común engendrada en todos bajo la influencia de un sentimiento que, como hemos afirmado, constituye un efecto religioso en su naturaleza. En los animales dotados de una organización más completa y más próxima al hombre este sentimiento se manifiesta de un modo más perceptible para nosotros, por ejemplo, el pánico instintivo que se apodera de ellos cuando se produce alguna gran catástrofe natural como los terremotos, los fuegos forestales o las grandes tormentas. En general, podríamos decir  que el miedo es uno de los sentimientos predominantes de la vida animal

Todos los anima es que viven en liberta son tímidos lo cual demuestra que viven en un estado de miedo instintivo incesante, obsesionados siempre con la sensación del peligró; es decir, son conscientes en alguna medida de  influencia todopoderosa que siempre y en todas partes los persigue, los penetra y los rodea. Este temor los teólogos dirían temor de Dios es el comienzo de la sabiduría, es decir, de la religión. Pero en los animales no llega a convertirse en religión porque carecen del poder reflexivo que dicta el sentimiento, determina su objeto y la transmuta en conciencia, en pensamiento. Por consiguiente, tienen razón las pretensiones de que el hombre constituye un ser religioso por naturaleza: es religioso como otros animales, pero sobre la tierra él es el único consciente de su religión.

El miedo es el primer objeto del pensamiento reflexivo naciente. Se dice que la religión es el primer despertar de la razón; sí, pero en la forma de la sinrazón. La religión, como acabamos de observar, comienza con el miedo. En efecto, el hombre, al despertar con los primeros rayos del sol interior que llamamos conciencia y al emerger lentamente, paso a paso, del semi sueño sonambúlico y la existencia totalmente instintiva que llevaba mientras se encontraba aún en el estado de pura inocencia o estado animal tras haber nacido, además, como todos los animales, con miedo a ese mundo externo que le produce y le nutre, pero que al mismo tiempo le oprime, le asfixia y amenaza con devorarle en todo instante, el hombre estaba destinado a hacer del miedo mismo el primer objeto de su pensamiento reflexivo naciente.

Puede suponerse que en el hombre primitivo, al despertar su inteligencia, este temor instintivo debe haber sido más fuerte que el de los animales de otras especies. En primer lugar, porque el hombre nació peor equipado para la lucha en comparación con otros animales, y porque su infancia dura mucho más. También porque esa misma facultad del pensamiento reflexivo, recién surgida a la abierto y esperando todavía alcanzar un grado de madurez y poder suficiente  para discernir y utilizar objetos, externos, estaba destinada, a arrancar al hombre de la unión y la amor  Instintivo... con la Naturaleza donde al igual que su primo, el gorila moró antes de despertar su pensamiento. En consecuencia el poder de reflexión le aisló dentro de esta Naturaleza que, habiéndose hecho extraña, estaba destinada a aparecer tras el prisma de su imaginación, estimulada y ampliada por el efecto de esta incipiente reflexión como un poder sombrío y misterioso, infinitamente más hostil y amenazador que en la realidad.

La pauta de sensaciones religiosas entre los pueblos primitivos. Es extremadamente difícil, si no imposible hacer un relato exacto de las primeras sensaciones y fantasía: religiosas de los salvajes. En sus detalles eran probablemente tan variadas como el carácter de las diversas tribus primitivas, y tan diversas como el clima, el hábitat y las demás circunstancias donde se desarrollaron. Pero dado que esas sensaciones y fantasías eran después de todo humanas en su carácter, a pesar de esta gran diversidad de detalles estaban destinadas a tener unos pocos y simples puntos generales en común, que intentaremos determinar. Sea cual fuere el origen de los diversos grupos humanos y la separación de razas sobre esta tierra; bien sea que todos los hombres hayan tenido un Adán (un gorila o un primo del gorila) como antepasado, o bien sea que surgieron de diversos antepasados semejantes creados por la Naturaleza en diferentes puntos y en diferentes épocas con una relativa independencia entre sí, la facultad que propiamente constituye y crea la humanidad de todos los hombres la reflexión, el poder de abstracción, la razón, el pensamiento, en una palabra, la facultad de concebir ideas (y las leyes determinantes de la manifestación de esta facultad) permanece idéntica en todos los tiempos y lugares. Esas leyes son inmodificables en todo lugar y momento, y ningún desarrollo humano puede contrariarlas. Esto nos permite creer que las fases principales observadas en el primer desarrollo religioso de un pueblo tienden forzosamente a reproducirse en el desarrollo de todas las demás poblaciones de la tierra.

El fetichismo, la primera religión, es una religión del miedo. A juzgar por los unánimes informes de viajeros que durante siglos han estado visitando las islas oceánicas, o de los que en nuestros días han penetrado hasta el interior de África, el fetichismo ha debido ser la primera religión, la religión de todos los pueblos salvajes, los menos alejados del estado de Naturaleza. Pero el fetichismo es simplemente una religión del miedo. Es la primera expresión humana de esa sensación de dependencia absoluta mezclada con terror instintivo que hallamos en el fondo de toda vida animal y que, como hemos dicho, constituye la relación religiosa con la Naturaleza omnipotente propia del individuo, incluso en las especies más inferiores.

¿Quién no conoce la influencia y la impresión producida en todos los seres vivientes, sin exceptuar las plantas, por los grandes fenómenos regulares de la Naturaleza, como la salida y la puesta del sol, la luz lunar, el paso de las estaciones, la sucesión del frío y el calor, la acción particular y constante del océano, de montañas, desiertos, o catástrofes naturales como las tempestades, los eclipses y terremotos, y también las relaciones diversas y mutuamente destructivas de los animales entre sí y con las especies vegetales ? Todo esto constituye para cada animal una totalidad de condiciones de existencia, un carácter y una naturaleza específica, y nos sentimos casi tentados a decir que un culto particular, porque en todos los animales y seres vivientes podemos encontrar una especie de adoración a la Naturaleza, compuesta por una mezcla de temor y júbilo, esperanza y angustia, muy semejante a la religión humana en cuanto al sentimiento. Ni siquiera faltan la invocación y la adoración.

La diferencia entre el sentimiento religioso del hombre y el del animal. Pensemos en el perro amaestrado que suplica de su dueño una caricia o una mirada; ¿no en la imagen de un hombre arrodillándose ante su Dios? Ese perro, con su imaginación, e incluso con los rudimentos pensantes desarrollados dentro de él por la experiencia, ¿no transfiere la omnipotencia de la Naturaleza a su dueño,  como el hombre la transfiere a Dios? ¿Cuál es la diferencia entre el sentimiento religioso del hombre y el del perro? No se trata de la reflexión en cuanto tal, sino del grado de reflexión, o más bien de la capacidad para establecida y concebirla como un pensamiento abstracto, generalizando lo mediante su designación con un nombre, pues el lenguaje humano posee la característica específica de expresar única mente un concepto, una generalidad abstracta, y nunca las cosas reales que actúan inmediatamente sobre nuestro sentidos.

Puesto que el lenguaje y el pensamiento son dos formas diferenciadas, pero inseparables, del mismo acto humano reflexivo, al establecer el objeto de terror y adoración animal o el primer culto natural del hombre la reflexión universal y lo transforma en una entidad abstracta, tratando de designarlo mediante un nombre. El objeto realmente adorado por cualquier individuo es siempre el mismo: esta piedra, este trozo de madera pero desde el momento de recibir una palabra se convierte en un objeto o noción abstracta, en un trozo de madera o una piedra en general De este modo, con el primer despertar del pensamiento manifestado en el lenguaje comienza el mundo exclusivamente humano, el mundo de abstracciones.

Los primeros brotes de la facultad de abstracción. Debido a esta facultad de abstracción, como hemos dicho el hombre, nacido en la naturaleza y producido por ella, se crea bajo esas condiciones una segunda existencia conforme a su ideal y capaz como él de un desarrollo progresivo. Esta facultad de abstracción, fuente de todos nuestros conocimientos e ideas, es la causa única de todas las emancipaciones humanas.

Pero el primer despertar de esta facultad, que no es sino la razón, no produce inmediatamente libertad. Cuando comienza a funcionar dentro del hombre, desembarazando, se lentamente de los pañales de su instinto animal, no se manifiesta como una reflexión razonada que reconoce su propia actividad y es plenamente consciente de ella, sino como una reflexión imaginativa, como sinrazón. Como tal, va emancipando gradualmente al hombre de la esclavitud natural que se le impuso desde la cuna sólo para someterle una esclavitud nueva y mil veces más dura y terrible: la esclavitud de la religión.

¿Es el fetichismo un paso atrás, comparado con los sentimientos religiosos primitivos de los animales? La reflexión imaginativa del hombre transforma el culto natural cuyos elementos Y huellas ya hemos observado en todos: los animales en un culto humano, que en su forma más elemental es el fetichismo. Ya hemos indicado el ejemplo de animales que adoran instintivamente los grandes fenómenos de la naturaleza cuando están ejerciendo sobre sus vidas una influencia poderosa e inmediata, pero jamás hemos oído hablar de animales que adoren un trozo inofensivo de madera, un paño de cocina, un hueso o una piedra, aunque encontremos esa práctica en la religión primitiva de los salvajes, e incluso en el catolicismo. ¿Cómo explicar esta aparentemente extraña anomalía que, a la luz de la sensatez y el sentimiento realista, pone al hombre en una situación bastante inferior a la de los animales más primitivos?

La reflexión imaginativa es la fuente de las religiones fetichistas. Este absurdo es el producto de la reflexión imaginativa del salvaje. No sólo siente el poder omnipotente de la Naturaleza como otros animales, sino que hace de él un objeto de reflexión constante, lo establece y generaliza proporcionándole algún tipo de nombre y hace de él el centro focal de sus fantasías infantiles. Incapaz todavía de comprender con su limitado pensamiento el universo, o nuestra esfera terrestre, o incluso el medio limitado donde vive, busca por todas partes el paradero de este poder omnipotente, cuyo sentimiento ya reflejado en su conciencia le acosa continuamente, y por el juego de su ignorante fantasía cuyos mecanismos serían difíciles de explicar ahora vincula este poder omnipotente a éste o aquél trozo de madera, de tela o de piedra... Es el puro fetichismo, la religión más religiosa, es decir, la más absurda de todas las religiones.

El culto a la brujería. Después del fetichismo, y algunas veces coexistiendo con él, aparece el culto a la brujería. Aunque no sea mucho más racional, es más natural que el puro fetichismo. Nos sorprende menos, porque estamos más acostumbrados a él dada la vecindad de los brujos; espiritistas, médiums, videntes con sus hipnotizadores, incluso sacerdotes de la Iglesia Católica Romana o de la Iglesia Ortodoxa griega pretenden tener el poder de invocar a Dios con ayuda de unas pocas fórmulas misteriosas a fin de que penetre en «sagrada» agua, o atraviese una transubstanciación en pan y vino. Esos domadores de la divinidad, que se somete de buen grado a sus encantamientos, ¿no son también brujos de un cierto tipo? Desde luego: su divinidad producto de un desarrollo de varios miles de años es mucho más compleja que la divinidad de la brujería primitiva, cuyo único objeto es la idea del poder omnipotente ya establecida por la imaginación, pero todavía indeterminada en cuanto a su carácter moral o intelectual.

La distinción de bien y mal, justo o injusto, es todavía desconocida. No sabemos todavía si esta divinidad ama u odia, qué quiere y qué no quiere; no es ni buena ni mala, es simplemente poder omnipotente y nada más. Sin embargo, el carácter de la divinidad comienza a adquirir algún perfil: es egoísta y vana, gusta del halago, de las genuflexiones, de la humillación e inmolación de seres humanos, de su adoración y sacrificios; y persigue y castiga cruelmente a quienes no desean someterse a su voluntad, es decir, a los rebeldes, los altivos, los impíos. Este, como sabemos, es el rasgo básico de la naturaleza divina en todos los dioses pasados y presentes creados por la sinrazón humana. ¿Existió alguna vez en el mundo un ser más atrozmente celoso, vano, sangriento y egoísta que el Yahvé judío o el Dios Padre de los cristianos?

La idea de Dios se separa del brujo. En el culto deja la hechicería primitiva, la divinidad o este poder indeterminado y omnipotente aparece al principio inseparable de la persona del brujo: él es el propio Dios, como el fetiche. Pero tras cierto tiempo, el papel del hombre sobrenatural, del hombre. Dios, se hace insostenible para el hombre real y especialmente para el salvaje, que todavía no ha encontrado ningún medio para refugiarse de las pregunta indiscretas hechas por sus creyentes. La sensatez y el espíritu práctico del salvaje, que continúa desarrollándose paralelamente a su imaginación religiosa, termina mostrando la imposibilidad de que sea Dios ningún hombre sometido a la debilidad y fragilidad humanas, Para él, el brujo sigue siendo sobrenatural, pero sólo en el instante en que está poseído. ¿Poseído por quién? Por el poder omnipotente, por Dios...

La próxima fase: La adoración de fenómenos naturales. Así, la divinidad suele encontrarse fuera del brujo, Pero ¿dónde buscarla? El fetiche, la cosa divina, es ya anacrónico, y el brujo u hombre Dios está siendo también sobrepasado como estadio definido de la experiencia religiosa. En un estadio ya avanzado, desarrollado y enriquecido con la experiencia y la tradición de diversos siglos, el hombre busca la divinidad lejos de él, pero todavía en el dominio de las cosas con existencia real: en el Sol, la Luna y las estrellas, el pensamiento religioso comienza a abarcar el universo.

Panteísmo: persiguiendo el alma invisible del universo. El hombre sólo pudo alcanzar este nivel después de haber pasado muchos siglos. Su facultad de abstracción, su razón ya desarrollada, se hizo más fuerte y experimentada a través del conocimiento práctico de las cosas circundantes y mediante la observación de sus relaciones o de la causalidad mutua, mientras que la recurrencia periódica de los fenómenos naturales le proporcionó el primer concepto de ciertas leyes de la Naturaleza.

El hombre comienza a sentir interés por la totalidad de los fenómenos y sus causas. Al mismo tiempo empieza a conocerse a sí mismo y, debido al poder de abstracción que le permite elevarse en el pensamiento sobre su propio ser haciendo de esto un objeto de su propia reflexión, comienza a separar su ser material y viviente de su ser pensante, su ser externo de su ser interno, su cuerpo de su alma. Pero cuando esta distinción queda hecha y establecida en su pensamiento, la transfiere naturalmente a su Dios, y comienza a buscar el alma invisible para este universo de apariencias. Fue así como estaba predestinado a aparecer el panteísmo hindú,

La pura idea de Dios. Hemos de detenemos en este punto, porque aquí es donde comienza la religión en pleno sentido de la palabra, y con ella la verdadera teología y la verdadera metafísica, hasta entonces !a Imaginación religiosa del hombre, obsesionada con la Idea fija de un poder omnipotente, siguió su curso natural buscando mediante investigaciones experimentales la fuente la causa de este poder omnipotente, primero en los objetos más próximos, luego en los fetiches, más tarde en los brujos después en los grandes fenómenos naturales, y por último en las estrellas, pero siempre ligándolo a algún objeto visible y real, aunque pudiese hallarse muy alejado de él.

Pero ahora supone la existencia de un Dios espíritu de un Dios invisible y extra mundano. Por otra parte, hasta aquí todos sus Dioses eran seres limitados y particulares que tenían su lugar entre otros seres no divinos ni dotados de poder omnipotente, pero en todo caso con existencia real. Sin embargo, ahora afirma por primera vez la existencia de una divinidad universal: un Ser de Seres, la sustancia y el creador de todos los seres limitados y particulares el alma universal de todo el universo, el gran Todo. Es aquí donde comienza el verdadero Dios y, con él, la verdadera religión.

La unidad no se encuentra en la realidad, sino que es creada en la mente del hombre. Hemos de examinarla actualmente el proceso en virtud del cual llegó el hombre a este resultado, para establecer en su origen histórico verdadera naturaleza de la divinidad. Todo el problema se reduce a lo siguiente: ¿cómo originó la representación del universo y la idea de esa unidad? Empecemos afirmando que la representación del universo no puede existir para el animal, pues al rey que todos los objetos reales circundantes grandes o pequeños, próximos o lejanos esta representación no viene dada como una percepción inmediata de nuestros sentidos. Es un ser abstracto, y en consecuencia sólo puede existía gracias a la facultad abstractiva, lo cual deja su existencia circunscrita exclusivamente al hombre.

Veamos, entonces, cómo se formó dentro del hombre El hombre se ve rodeado por objetos externos; él mismo en la  medida, en que es un ser viviente, constituye un objeto de su propio pensamiento. o os esos o estos que lo rende lenta y gradualmente a discernir están conectados; sí por relaciones mutuas e invariables que también pueden aprender a discernir en mayor o menor medida; sin embargo, a pesar de esas relaciones que unifican a  los objetos sin confundirlos, las cosas permanecen separadas , unas de otras. De este modo, el mundo externo sólo presenta al hombre una diversidad de objetos, acciones y relaciones incontables, separadas y distintas, sin el más leve asomo de unidad: se trata de una yuxtaposición interminable, pero no es una totalidad. ¿De dónde proviene la unidad? Yace en el pensamiento del hombre. La inteligencia humana está dotada con una facultad abstractiva que, tras examinar lentamente y por separado cierto número de objetos, permite comprenderlos instantáneamente dentro de una representación singular, unificarlos en un solo acto de pensamiento. De este modo, el pensamiento del hombre es aquello que crea la unidad y la transfiere a la diversidad del mundo externo.

Dios es la abstracción más alta. De aquí se deduce que esta unidad no es un ser concreto y real, sino un ser abstracto producido sólo por la facultad abstractiva del hombre. Decimos abstractiva porque, a fin de unificar tantos objetos distintos en una sola representación, nuestro pensamiento ha de abstraer todas sus diferencias es decir su existencia separada y real y retener exclusivamente cuanto tienen en común. Se sigue de ello que cuanto mayor sea el número de objetos incluidos dentro de esta unidad conceptual y más extenso sea su alcance lo cual constituye su determinación positiva más abstracta se hace y más despojada de realidad.

Con toda su exuberancia y su transitorio esplendor, la vida ha de encontrarse por debajo, en la diversidad; con su eterna y sublime monotonía, la muerte está mucho más arriba en la escala de la unidad. Intentemos elevarnos más y más mediante este poder de abstracción, intentemos trascender todo este mundo terrestre, comprender en un solo Pensamiento el mundo solar. Imaginemos esta sublime unidad: ¿qué queda capaz de llenarla? El salvaje tendría dificultades en contestar esta pregunta, pero nosotros se la Contaremos: quedará en ese caso la materia con lo que llamaba el poder de abstracción, materia en movimiento con diversos fenómenos, como luz, calor, electricidad, magnetismo, etc., que son como está probado diferentes manifestaciones de una misma cosa.

Pero si mediante el poder de esta ilimitada facultad abstractiva seguís ascendiendo sobre el mundo solar y unifico en nuestro pensamiento no sólo los millones de soles que vemos brillando en el firmamento, sino también las miríada de sistemas solares invisibles cuya existencia deducimos a través del pensamiento, si mediante esa misma razón que careciendo de límites para su facultad abstractiva se niega a considerar finito el universo (es decir, la totalidad de todos los mundos existentes) y luego abstrae de él a través del mismo pensamiento la existencia particular de todos y cada uno de los mundos existentes, cuando intentáis captar la unidad de este universo infinito, ¿qué queda capaz de determinarlo y llenarlo? Sólo una palabra, una abstracción: el ser Indeterminado, es decir, la inmovilidad, el vacío la nada absoluta, Dios.

Dios es, entonces, la abstracción absoluta, el producto del propio pensamiento humano que, como el poder de abstracción, ha trascendido todos los seres conocidos, todos los mundos existentes, y que tras haberse despojado mediante este acto de cualquier contenido real, y haber llegado nada menos que al mundo absoluto, lo pone ante sí como de ser supremo Uno y Único, sin reconocerse a sí mismo en esta sublime desnudez.



EL HOMBRE NECESITABA BUSCAR A DIOS DENTRO DE SÍ MISMO


Los atributos de Dios. En todas las religiones que se dividen el mundo y están dotadas de una teología más o menos desarrollada salvo el budismo, esa extraña doctrina que, completamente mal entendida por sus cientos de millones de seguidores, estableció una religión sin Dios como también en todos los sistemas metafísicos, Dios se nos aparece sobre todo como un ser supremo, eternamente re existente y pre determinante, que contiene en sí mismo pensamiento y la voluntad generadora anteriores a toda existencia: la fuente y causa eterna de toda creación, inmutable y siempre igual a sí misma en el movimiento universal de los mundos creados. Como ya hemos visto, este Dios no se encuentra en el universo real, al menos en la parte del mismo al alcance del conocimiento humano. No. habiendo sido capaz de encontrar a Dios fuera de sí, el hombre necesitaba buscarlo dentro. ¿Cómo lo buscó? Despreciando a todas las cosas reales y vivientes, a todos los mundos visibles y conocidos.

Pero hemos visto que al término de este estéril viaje, la facultad o acción abstractiva del hombre sólo descubre un objeto singular: él mismo, despojado de todo contenido y privado de todo movimiento; se descubre como una abstracción, como un ser absolutamente inmóvil y absolutamente vacío... Diríamos: como un no ser absoluto. Pero la fantasía religiosa lo define como el ser supremo, como Ojos.

El hombre encontró a Dios y se hizo su criatura. Además, como antes observábamos, el hombre se vio llevado a esta abstracción por el ejemplo de la diferencia, e incluso el conflicto que la reflexión ya desarrollada hasta este punto comenzó a establecer entre el hombre externo (su cuerpo) y su ser interno, que comprende el pensamiento y la voluntad (el alma humana). No siendo consciente, por supuesto, de que este último es sólo el producto o la expresión última y siempre renovada del organismo humano; viendo, por el contrario, que en la vida cotidiana el cuerpo parece obedecer siempre las sugestiones del pensamiento y la voluntad, y suponiendo por ello que si el no es el creador, es al menos el señor del cuerpo no tiene entonces misión alguna, sino su servicio su expresión externa), el hombre religioso, desde el momento en que, en virtud de su facultad de abstracción, y del modo descrito, llegó al concepto de un ser universal y supremo que no es más que la afirmación de ese poder de abstracción como su propio objeto, lo transformó en el alma del universo entero, en Dios.

La cosa creada se convierte en creador. De este modo el verdadero Dios el Dios universal, externo e inmutable creado por la doble acción de la imaginación religiosa y la facultad abstractiva humana  quedó instalado por primera vez en la historia. Pero desde el momento en que Dios se consolidó y se hizo conocido, el hombre, olvidando o ignorando la acción de su propio cerebro, creadora de ese Dios, y no siendo capaz de reconocerse en lo sucesivo en su propia creación la abstracción universal, empieza a adorarlo. Con ello sufrieron un cambio los papeles del hombre y de Dios: la cosa creada se convirtió en el presunto creador verdadero, y el hombre tomó su lugar entre las demás criaturas miserables, como una más, escasamente privilegiada en relación al resto.

Las implicaciones lógicas del reconocimiento de un Dios. Una vez instalado Dios, el desarrollo progresivo ulterior de las diversas teologías puede explicarse naturalmente como el reflejo del desarrollo histórico de la humanidad. Pues tan pronto como la idea de un ser sobrenatural y supremo ha tomado posesión de la imaginación humana estableciéndose como una convicción religiosa hasta el extremo de parecerle al hombre más cierta esta realidad que la de las cosas reales vistas o tocadas con las manos empezó a parecerle natural que esta idea se convirtiese en la base principal de toda experiencia humana, y que necesariamente la modificara, la penetrara y la dominara por completo.

Inmediatamente el Ser Supremo se le apareció como el dueño absoluto, como pensamiento, voluntad, como frental universal, como creador y regulador de todas las cosas nada podía rivalizar con él, y todo tenía que desvanecerse ante su presencia, pues la verdad de todo residía únicamente en el propio Dios, y cada ser particular, incluido el hombre por muy poderoso que pudiese parecer sólo existía debido al decreto divino. No obstante, todo ello es enteramente lógico, porque en otro caso Dios no sería el Ser Supremo, Omnipotente y Absoluto; es decir, Dios no podría existir en modo alguno.

Dios es un ladrón. Desde entonces, como consecuencia natural, el hombre atribuyó a Dios todas las cualidades, fuerzas y virtudes que descubría gradualmente en sí mismo o en su medio. Hemos visto que Dios, instalado como el ser supremo, es simplemente una abstracción absoluta, carente de toda realidad, contenido y determinación, y que está desnudo y nulo como la propia nada, como tal, se llena y enriquece con todas las realidades del mundo existente, apareciendo ante la fantasía religiosa como su Señor y su Maestro. De aquí se deduce que Dios es el saqueador absoluto y que, siendo el antropomorfismo la esencia misma de toda religión, el Cielo la morada de los dioses inmortales  no es sino un espejo deformado que devuelve al creyente su propia imagen en una forma invertida e hinchada.

La religión distorsiona las tendencias naturales. Pero la acción de la religión no sólo consiste en llevarse de la tierra sus riquezas y sus poderes naturales, o las facultades y virtudes mundanas según van siendo descubiertas en el desarrollo histórico, para transferírselas al Cielo y transmutarlas en tantos seres o atributos divinos. Al efectuar esa transformación, la religión cambia radicalmente la naturaleza de tales poderes y cualidades, y los falsifica y corrompe, dándoles una dirección diametralmente opuesta a su tendencia originaria.

El amor y la justicia divinos se convierten en azotes de la humanidad. De este modo, la razón único órgano que posee el hombre para discernir la verdad al convertirse en razón divina, deja de ser inteligible y se impone a los creyentes como una apelación al absurdo. Entonces el respeto al Cielo se convierte en desprecio hacia la tierra, y la adoración de la divinidad se convierte en menosprecio de la humanidad. El amor humano, la inmensa solidaridad natural que vincula a todos los individuos y pueblos, y pronto o tarde los unirá a todos haciendo dependiente felicidad y la libertad de cada uno de la libertad y la felicidad de los demás en una comuna fraternal por encima de todas las diferencias de raza y color, este mismo amor transmutado en amor divino y caridad religiosa se convirtió en azote de la humanidad. Toda la sangre vertida en nombre de la religión desde el comienzo de la historia, y los millones de víctimas humanas inmoladas para mayor gloria de Dios, así lo atestiguan... Por último, la justicia misma, madre futura de la igualdad, transportada en tiempos de la fantasía religiosa hacia las regiones celestiales y transformada en justicia divina, retorna inmediatamente a la tierra en la forma teológica de la gracia divina que siempre y en todas partes se alía al más fuerte sembrando entre los hombres sólo violencia, privilegio, monopolios, y todas las desigualdades monstruosas consagradas por el derecho histórico.