lunes, 28 de mayo de 2012

Revolución ucraniana makhnovista (1919-1921)


A continuación exponemos el extenso trabajo realizado por Piotr Archinov, militante y referente del anarquismo ucraniano que retrató la experiencia durante la Revolución  Makhnovista en este libro. La digitalización del mismo se encuentra en el sitio de Conciencia Libertaria http://www.kclibertaria.comyr.com/.

HISTORIA DEL MOVIMIENTO MACHNOVISTA
Piotr Archinoff


PRESENTACIÓN


El tema de la revolución rusa de 1917 fue, hasta hace aún poco tiempo, un tema de obligada discusión a nivel mundial. Ahora, después del desmoronamiento de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, quizá no sean pocos los que le consideren una entelequia propia de museos.
Por supuesto que no participamos de esta visión contemporanizada de la revolución rusa. Es más, no sólo no la consideramos una entelequia sino que llegamos a afirmar que la riqueza de planteamientos y experiencias que en ella se generaron, constituye un auténtico tesoro para la humanidad toda.
En efecto, el proceso de globalización por el que transitan en la actualidad las sociedades, en nada afecta el valioso contenido de las sobrehumanas luchas en pro de mejoras tangibles para las poblaciones. El proceso político, social y económico en el cual se generó la revolución rusa es de un valor incalculable. Y más temprano que tarde habrá de reivindicarse lo reinvindicable y rechazarse lo rechazable del mismo.
En las entrañas de aquel proceso mantuvo su importancia un movimiento, ciertamente de carácter regionalista, llamado la machnovtchina, en clara referencia a su principal líder, Nestor Machno. Movimiento de raíces campesinas surgido a raíz de las particulares circunstancias bélicas que la región ukraniana hubo de enfrentar, la machnovtchina se desarrolló rápidamente en cuanto centro de aglutinación y defensa del movimiento revolucionario ruso, concebido como la manifestación de un pueblo que trata de tomar en sus manos su propio destino enfrentando las problemáticas propias de cualquier colectividad humana, esto es, la distribución de las obligaciones sociales entre los miembros de la colectividad y, por supuesto, la equitativa distribución de la riqueza social alcanzada por el trabajo colectivo.
Por desgracia, y debido a las condiciones que impone una situación de guerra, no pudo la machnovtchina lograr un desarrollo integral, debiendo prestar más atención a los aspectos táctico-militares que a los propiamente sociales y económicos, sin embargo, esto en nada demerita su acción, sino antes bien la engrandece.
Políticamente, a la machnovtchina podría ubicársele dentro de la corriente populista rusa, muy cercana al anarquismo. El acercamiento de la machnovtchina al anarquismo se debió a su principal dirigente, Nestor Machno, quien, sin duda, fue un anarquista que como tal generó polémica en su interior.
La corrosiva crítica a ciertas visiones o posturas de algunos anarquistas rusos por parte de integrantes de la machnovtchina, como lo es el caso de Pedro Archinoff, deben de analizarse en su contexto. Las ácidas críticas que Archinoff realiza deben leerse, en nuestra opinión, desde la perspectiva de una siempre necesaria y obligada polémica en cualquier movimiento ideológico de carácter político que busca incidir en la sociedad y en sus estructuras. Nada de extraño resulta que del seno de un movimiento emerjan posturas enfrentadas, máxime cuando se está ante un proceso revolucionario del alcance y trascendencia como lo fue el de la revolución rusa. Nada extraño tiene, lo repetimos, que las pasiones se desborden, que la rispidez del lenguaje haga su aparición; que las críticas corrosivas e, incluso, en no pocos casos bastante destructivas, se manifiesten, pero desde nuestro punto de vista deben contextualizarse de acuerdo al momento en que fueron expresadas.
Leer y releer esta Historia del movimiento machnovista de seguro permitirá al lector modificar su criterio sobre el proceso revolucionario ruso, y enriquecerá su acervo tanto cultural como político.
Chantal López y Omar Cortés
PRÓLOGO
La epopeya machnovista es demasiado seria y trágica, sangrienta, profunda y complicada como para que se pueda uno permitir tratarla a la ligera apoyándose en relatos y testimonios inciertos. Describirla sirviéndose únicamente de los documentos no podía ser nuestra misión porque los documentos son cosas muertas que están lejos de reflejar plenamente la vida. Escribir sin basarse más que en documentos será labor de los historiadores futuros que no tendrán otros materiales a su disposición. Los contemporáneos deben ser mucho más exigentes y severos porque es justamente a ellos a quienes la historia exigirá mucho más. Deben abstenerse de narraciones y de juicios sobre hechos en los que no han participado. No deben tampoco dejarse seducir por relatos y documentos para hacer la historia, sino más bien fijar su experiencia personal, si es que la hubo. En caso contrario, correrían el riesgo de dejar en la sombra la verdadera esencia de los hechos o, peor aún, de falsearlos. Ciertamente, la experiencia personal tampoco está exenta de inexactitudes. Pero esto no tendría tanta importancia. Dar un cuadro real y vivo de los acontecimientos es lo que importa; comparando luego este cuadro con los documentos y los demás datos, será fácil eliminar los errores. He ahí por qué el relato de un protagonista, de un testigo de los sucesos, es de tanta importancia. Cuanto más profunda y completa haya sido la experiencia personal, más importante y urgente es la realización de ese trabajo. Si además ese protagonista dispone, al mismo tiempo, de una vasta documentación y los otros testimonios, su relato adquiere una significación de primer orden.
Escribiré sobre machnovismo, pero a su debido tiempo, bajo una forma y a una luz especiales. Pues no puedo escribir una historia completa del movimiento machnovista, justamente porque no tengo un conocimiento detallado y completo del mismo. Participé en él durante cerca de seis meses -desde agosto de 1919 a enero de 1920-, pero no pude abarcarlo en toda su extensión. Conocí a Machnó en agosto de 1919. Perdí luego de vista al movimiento y a Machno mismo, por haber sido detenido él también en el mes de enero de 1920; tuve después contactos esporádicos con uno y otro durante quince días del mes de noviembre, en la época del tratado de Machno con el gobierno soviético. Y nuevamente perdí de vista al movimiento. De suerte que mi conocimiento personal no es perfecto, a pesar de que he visto y reflexionado mucho sobre él.
Por eso, cuando se me preguntó por qué no escribía sobre el machnovismo, he respondido siempre: porque hay quien puede hacerlo mejor que yo. Hablaba justamente del autor del presente volumen.
Conocí su larga actividad en el movimiento. En 1919 habíamos trabajado juntos. Sabía también que recogía cuidadosamente los materiales necesarios y que deseaba escribir una historia completa; sabía, en fin, que el libro había sido terminado y que el autor se disponía a publicarlo en el extranjero. Y estimaba que era justamente esa obra la que debía aparecer antes que cualquiera otra: una historia completa del machnovismo, escrita por quien, además de haber participado del movimiento, poseía una buena colección de materiales.
Existen todavía hoy muchas personas sinceramente convencidas de que Machno no fue más que un simple bandido, un héroe de pogroms, que arrastró tras de sí la masa oscura y siempre ávida de los soldados y de los campesinos corrompidos por la guerra. Hay otros que consideran a Machno como un aventurero y prestan fe a los cuentos malevolentes y absurdos que dicen que abrió el frente a Denikin, fraternizó con Petlura, se alió a Wrangel... Por causa de los bolcheviques, mucha gente continúa calumniando a Machno como jefe del movimiento contrarrevolucionario de los campesinos kulaks (campesinos enriquecidos, acomodados), y considerando su anarquismo como una invención ingenua de algunos y de la cual él habría sabido sacar hábilmente partido... Pero Denikin, Petlura, Wrangel, no son más que brillantes episodios de guerra: se apoderan de ellos para acumular montones de mentiras. Ahora bien; la lucha contra los generales reaccionarios está lejos de ser el único móvil del movimiento, sin embargo, el fondo esencial del machnovismo, su verdadera sustancia, sus rasgos orgánicos permanecen casi desconocidos.
No se podría conocer la verdadera naturaleza de las cosas por medio de artículos sin conexión, de notas aisladas, de obras parciales. Cuando se tiene que tratar un fenómeno de la grandeza y la complejidad que caracterizan al machnovismo, semejantes elementos ofrecen demasiado pocos recursos, no iluminan el conjunto y son devorados casi sin dejar rastros por el mar de las publicaciones. Para poner fin a todas las fábulas y allanar el camino a un estudio serio, profundo, es necesario publicar en primer lugar una obra más o menos completa, después de la cual sería provechoso tratar separadamente los diferentes aspectos, los episodios particulares y los detalles menores.
Es justamente tal obra la que se trata aquí. Y su autor estaba llamado a realizarla mejor que otro cualquiera. Es de lamentar únicamente que por circunstancias desfavorables haya aparecido con retardo.
Antes de la publicación, el autor, con el fin de hacer conocer pronto a los obreros y a los camaradas extranjeros algunos hechos esenciales del machnovismo, había publicado en periódicos extranjeros dos artículos titulados Néstor Machno y El machnovismo y el antisemitismo.
El autor de este libro es, pues, el hombre más competente en esta materia. Conoció a Néstor Machno mucho antes de los acontecimientos que describe y lo observó de cerca, en diferentes momentos, en el transcurso de los hechos. Conoció igualmente a los participantes más notables del movimiento. El mismo tomó parte activa en los acontecimientos, y siguió y vivió su desarrollo trágico y grandioso. Él, más que cualquier otro, llegó al fondo más íntimo del machnovismo: sus ensayos, sus aspiraciones y sus esperanzas, tanto ideológicas como organizativas. Ha sido testigo de su lucha titánica contra las fuerzas enemigas que lo asediaban por todos los frentes. Obrero, estaba profundamente penetrado por el espíritu genuino del movimiento: de la aspiración de las masas trabajadoras -aspiración esclarecida por la idea libertaria-, de tomar efectivamente en sus manos su propio destino y de conducir la construcción de un mundo nuevo. Obrero inteligente e instruido, ha meditado profundamente sobre la esencia del movimiento y ha sabido oponerla a la ideología de las otras fuerzas, de los otros movimientos y corrientes. En fin, ha estudiado cuidadosamente todos los documentos del machnovismo. Mejor que otro cualquiera, tuvo los medios de tratar críticamente todos los informes y datos, de separar lo esencial de lo accidental, lo peculiar de lo intrascendente, lo fundamental de lo secundario.
Todo esto le ha permitido profundizar y esclarecer de modo brillante -a pesar de las condiciones más adversas y de la pérdida reiterada de manuscritos, de materiales y de documentos- uno de los episodios más originales y más significativos de la revolución rusa.
En lo que concierne al fondo esencial del machnovismo, la obra lo pone magistralmente de relieve. Al mismo tiempo, el término mismo machnovismo recibe, bajo la pluma del autor, un sentido muy amplio, casi ejemplificador. El autor se refiere con este término a un particular movimiento de trabajadores, original e independiente, revolucionario y clasista, que aparece en el gran escenario de la historia y que se hace poco a poco consciente de sus propios derroteros y fines. El autor considera el machnovismo como una de las primeras y más notables manifestaciones de las clases trabajadoras y lo opone como tal a las otras fuerzas y movimientos de la revolución. Se deduce de esto que el término machnovismo no es sino fortuito. Sin Machno, el movimiento hubiera existido igual, porque hubieran existido las fuerzas vivas, las masas que lo crearon y lo desarrollaron, y que llevaron a Machno al frente sólo como un jefe militar cuya capacidad era necesaria. La esencia del movimiento habría sido la misma aunque su nombre hubiera sido otro y su teoría expresada con mayor o menor precisión.
La individualidad y el rol de Machno son delineadas perfectamente en esta obra.
Las relaciones entre el movimiento machnovista y las diferentes fuerzas enemigas -la contrarrevolución, el bolchevismo- están descriptas de una manera exhaustiva. Las páginas dedicadas a los diversos momentos de la lucha heroica del machnovismo contra esas fuerzas son vivas y conmovedoras.
Lo más importante y meritorio de la presente obra es lo siguiente:
1º.     El autor demuestra, con datos irrefutables, la falsedad de la opinión de quienes no vieron -y no ven todavía- en el machnovismo más que un peculiar episodio militar, una acción guerrillera audaz, con todos los defectos y toda la esterilidad del militarismo. (Justamente sobre esta opinión errónea fundaron muchos su actitud negativa frente al movimiento machnovista). Con la mayor precisión, provisto de datos concretos, el autor despliega ante nuestros ojos el cuadro de un movimiento libre, penetrado por ideales profundos, esencialmente creador y organizador -no obstante su brevedad-, un movimiento de vastas masas trabajadoras, que formaron sus fuerzas militares estrechamente unidas a su vida, sólo con el fin de defender su revolución y su libertad. Un prejuicio muy difundido sobre el machnovismo ha sido derribado de este modo.
Hay que notar que si algo reprocha el autor seriamente al machnovismo, es justamente haber despreciado el aspecto militar y estratégico. En el capítulo sobre los errores de los machnovtzi, afirma que si éstos hubiesen organizado a tiempo una guardia segura de las fronteras, la revolución en Ucrania primero, y la revolución general después, habrían podido desenvolverse mejor. Si el autor tiene razón, entonces se podría relacionar la suerte del machnovismo con la de otros movimientos revolucionarios del pasado sobre los cuales los errores militares tuvieron igualmente repercusiones fatales. En todo caso, llamamos particularmente la atención de los lectores sobre este punto que puede dar lugar a reflexiones muy útiles.
2º.     La independencia verdadera y completa del movimiento -que fue consciente y enérgicamente defendida de todas las fuerzas enemigas- está en este libro claramente delineada.
3º.     La conducta de los bolcheviques y del poder soviético hacia el machnovismo está demostrada de una manera clara y precisa. Se ha dado un golpe fulminante a todas las invenciones y justificaciones de los comunistas. Todas sus maquinaciones criminales, todas sus mentiras, todo su fondo contrarrevolucionario, han sido puestos al desnudo. Se podría poner como epígrafe a esta parte del libro las palabras escapadas una vez al jefe de la sección de operaciones secretas de la Cheka, Samsonoff (durante mi detención, al ser llamado a comparecer ante el juez de instrucción para el interrogatorio). Cuando yo le hice notar que consideraba la conducta de los bolcheviques hacia Machno -en la época de su tratado con él- como traidora, Samsonoff replicó vivamente: ¿Llama Ud. a eso traición? En nuestra opinión eso no demuestra sino que somos estadistas muy hábiles: mientras Machno nos fue útil, supimos explotarlo; cuando nos resultó inútil, supimos destruirlo.
4º.     Muchos revolucionarios sinceros consideran al anarquismo como una fantasía idealista y justifican el bolchevismo como la única realidad posible, inevitable en el desenvolvimiento de la revolución social mundial. Además, consideran que marca una etapa en esa revolución, de suerte que los aspectos sombríos del bolchevismo parecen poco importantes y hallan justificación histórica.
La presente obra da un golpe mortal a esa concepción. Establece dos puntos cardinales: a) las aspiraciones anarquistas aparecieron en la revolución rusa -en tanto ésta se mostró como una verdadera revolución de las masas trabajadoras-, no como una dañosa utopía de soñadores, sino como un movimiento revolucionario de masas, concreto y real; b) como tal ha sido premeditada, feroz y vilmente aplastada por el bolchevismo.
Los hechos expuestos en este libro demuestran claramente que la realidad del bolchevismo es en esencia la misma del zarismo. Confirman de manera concreta y clara, y contraponen a la realidad del bolchevismo la profunda lealtad y la realidad del anarquismo -como única ideología verdadera revolucionaria de las clases trabajadoras-, y privan al bolchevismo de toda sombra de justificación histórica.
Volín
NOTA BIOGRÁFICA
Siempre he sido del parecer que para comprender bien una obra, un movimiento de ideas o una acción es indispensable conocer al autor o los protagonistas: por lo tanto habiendo tenido la suerte de haber trabajado algunos años con Néstor Machno en la difusión de las ideas que nos son comunes, considero que no es superfluo trazar una brevísima historia de su vida, no antes o durante la revolución, porque esta se encuentra en el presente trabajo, o también en el libro del mismo Machno publicado con el título La revolución rusa en Ucrania, sino a partir del momento en el cual una vez dejada la acción de combatiente de primera línea, se transformó en simple militante. Esta parte de su vida tiene importancia como las otras dado que de ella se podrá observar, documento irrebatible, cuantas han sido las mentiras y las calumnias difundidas sobre él, especialmente por los bolcheviques, que lo consideraron en Ucrania y fuera de ésta uno de sus mayores adversarios.
De Jefe guerrillero se tornó militante sin pretensiones ni derechos mayores que los de cualquier otro, aún cuando había agotado la mejor parte de su vida entre la cárcel y una larga y cruenta lucha contra las reacciones de derecha e izquierda, militante como tantos otros miles, de un ideal que trató siempre de defender con toda su fuerza y sus capacidades. Abandonadas las armas de la lucha abierta, se dedicó -después del trabajo cotidiano para ganarse el pan, cuando la enfermedad y el tormento de las heridas la permitían- al humilde deber del propagandista, con la tenacidad propia de su carácter y con la experiencia adquirida durante la revolución.
Machno no había estado nunca en Europa. Su vida había transcurrido, hasta 1921, en la lucha armada para dar al pueblo las condiciones necesarias para forjarse una existencia nueva. Solamente cuando, derrotado, herido y gravemente enfermo, tuvo que abandonar Ucrania para refugiarse en el exterior, entró en contacto con el occidente, con la manera de pensar y de luchar de viejos anarquistas como Malatesta, Sebastian Faure, Rudolf Rocker y Luiggi Fabbri, con los cuales mantuvo largas y apasionadas discusiones sobre el modo de conducir la lucha revolucionaria, discusiones que hemos señalado en otras oportunidades.
Dejada Ucrania, se refugió en Rumania, donde fue inmediatamente encerrado en un campo de concentración. Pudo después huir a Polonia donde no encontró mejor suerte. Es más, en este lugar, después de algunas proposiciones emanadas del Ministerio de Guerra a través de un enviado especial para que se adhiriera al régimen vigente en Polonia, lo que le habría asegurado un cierto bienestar, optó por una rotunda negativa, seguida de un pedido para poder dejar el país y poder dirigirse a Checoslovaquia o Alemania. Su posición cambió imprevistamente, de simple internado con tratamiento soportable, pasó a la de detenido. Encerrado en la cárcel, rigurosamente vigilado, se vio acusado de alta traición por acuerdos y contactos con representantes y agentes de la delegación soviética de Varsovia, que tenía el objeto de organizar una sublevación en Galitzia, separar esta provincia de Polonia, y cederla a Rusia.
La trama se vio enseguida. Estaba cosida con el hilo blanco de la provocación en la cual habían trabajado agentes soviéticos, policías y jueces complacientes. Toda la acusación se basaba sobre la confesión de un cierto Krasnovolski, quien después de haber estado junto a los machnovistas internados en Rumania (donde en vano había tentado ganarse la confianza de Machno) logró encontrarse a su lado también en Polonia, para actuar en su contra.
Arrestado después de un simulado intento de fuga del campo de concentración, Kranovolski afirmó llevar, por orden de Machno, documentos a un agente bolchevique de Varsovia. El examen de los documentos demostró la existencia de un complot contra la República polaca, del cual Machno era el creador e inspirador. Estaba claro que se trataba de hacer todo lo posible para que el gran revolucionario estuviera en condiciones de ser eliminado.
Difundida la noticia, los ambientes revolucionarios y anarquistas de todo el mundo, iniciaron una vasta agitación que pronto dio sus frutos. La trama no resistió y el Tribunal al cual Machno había sido confiado, no pudiendo encontrar elementos ni documentos suficientes para condenarlo, y después de casi un año y medio de cárcel, lo puso en libertad; y finalmente pudo, no sin otras dificultades, dejar Polonia en julio de 1924 y dirigirse a Danzig.
Aquí fue hecho prisionero y después de pocas semanas se lo conminó a dejar inmediatamente la ciudad. No pudiéndolo hacer por falta de documentos, fue enviado nuevamente a un campo de concentración. Nuevas protestas y agitaciones en Europa, hasta que después de numerosas peripecias Machno logró llegar a Alemania y después a Francia. En París encontró a viejos compañeros de lucha: Volin, Archinoff y otros, pero encontró también nuevos problemas y nuevas obligaciones.
En París Machno pudo al fin reunirse con su compañera (que pronto lo abandonó y regresó a Rusia), y sobre todo reencontrar a su hija, nacida durante su prisión en Polonia.
Aunque enfermo, para vivir tuvo que realizar un trabajo manual en un pequeño taller de Belleville (en la calle Villette). Después, no pudiendo resistir el rigor de ese trabajo, se empleó como ordenanza en lo de un comerciante amigo. Este trabajo, otorgábale más libertad, lo que le permitió dedicarse a la redacción de sus Memorias, y a la continuación del folleto El ABC del anarquismo revolucionario. Además tenía que responder a los numerosos detractores que a cada momento trataban de enlodarlo. Sobre todo se le hacía con insistencia la acusación de haber provocado los atentados antisemitas. Al respecto escribió mucho. Un documento de grandísima importancia es el que redactó en octubre de 1927, mientras tenía lugar en París el proceso contra el libertario Schwarzbard, que había matado al general ucraniano Petliura, quien durante su dominación en Ucrania había organizado las persecuciones antisemitas más feroces.
El documento a que aludimos estaba precedido por una carta al famoso abogado Henry Torres, la cual decía:
Protesto enérgicamente contra la acusación en mi contra y para apoyar mi protesta adjunto un documento, el cual le ruego hacer conocer al auditorio ante el cual fui acusado de un crimen abominable: los pogrom. Este documento refuta completamente las calumnias de las cuales fui víctima y de las cuales se sirvió al abogado Campinchi en tan grave circunstancia. Los trabajadores ucranianos -judíos y no judíos- saben perfectamente que el movimiento al frente del cual estuve por varios años, era un movimiento social revolucionario que tendía, no a dividir a los trabajadores de distintas razas -todos explotados y oprimidos por igual-, sino a unirlos en una acción común contra sus opresores. El espíritu que animaba a los pogrom petliuristas era completamente ajeno al movimiento, y los pogrom no formaron nunca parte de nuestra acción. La vanguardia de este movimiento estaba formada por el ejército de los insurrectos revolucionarios que habían tomado el nombre de Machnovistas y este ejército comprendía una gran cantidad de judíos. El regimiento de Guliai-Polé tenía una compañía de 200 hombres, formada exclusivamente por trabajadores judíos. Además existía una batería de cuatro escuadrones donde todos, comandantes y soldados, eran judíos. Otros trabajadores judíos prefirieron, en lugar de entrar en unidades especiales, incorporarse a divisiones mixtas, pero todos eran a la par combatientes libres y enrolados voluntariamente en el ejército revolucionario y todos lucharon lealmente con nosotros por la causa de los trabajadores. Estos insurrectos judíos estuvieron bajo mis órdenes, no por meses sino por años. Ellos podrían testimoniar sobre la actitud que el ejército, su Estado Mayor, y yo mismo, tuvimos frente al antisemitismo y a los pogrom que el antisemitismo provocó. Cada tentativa de organizar un pogrom o un saqueo fue siempre sofocado de raíz y fusilados los culpables en el lugar.
El documento contiene muchas afirmaciones importantes que en parte se encuentran también en el presente libro, donde se trata el problema judío, pero era necesario señalar la actividad de Machno durante su estadía en París, dado que la prensa bolchevique en particular y sus vecinos habían insistido con falsedades de todo tipo sobre el carácter antisemítico de las formaciones voluntarias machnovistas, y del mismo Machno, los que habían afirmado que una de sus mayores actividades había sido la de provocar estragos en la colectividad judía.
En otras oportunidades Machno fue obligado a publicar aclaraciones y rectificaciones, una de las cuales es importantísima porque responde punto por punto a todos sus detractores, y es la dirigida a Aux juífs de tous les pays.
El encarnizamiento con que los representantes del gobierno de Moscú se ensañaron, primero con las armas, después con la calumnia y la traición, contra este adversario, explica muy bien el peligro que él representaba para ellos. Pero la verdad siempre logra afirmarse por encima de las pasiones y los odios. Hasta el eminente historiador ruso M. Cerikover, que además de ser un historiador es un hombre sincero y honesto, judío él también, quien se ocupó ampliamente y en particular de los pogrom antisemitas en su país, afirma: no haber nunca encontrado una prueba material de un pogrom llevado a cabo por el ejército machnovista.
No teniendo una profesión se tuvo que dedicar aun trabajo manual, con todo lo que eso significaba para él que, enfermo de los pulmones y atormentado por las heridas, sufría una fatiga casi insoportable. Sólo más tarde, empujado y ayudado por los amigos, pudo dedicar todo su tiempo a la redacción de las Memorias que debían comprender cuatro o cinco volúmenes.
De esta obra de largo alcance, que como pareciera de las intenciones del autor tendría que haber alcanzado las mil páginas, Machno pensaba obtener cómo y de qué vivir, humildemente, como estaba habituado, sin necesidad de continuar arruinándose la salud trabajando de changador. En lugar de eso no sobrevinieron para él sino años de miseria. Imposibilitado para el trabajo, debatiéndose continuamente en las peores dificultades económicas, no lograba obtener la tranquilidad para seguir con vigor su importante obra, que tendría que haber aparecido a razón de dos volúmenes por año.
Por otra parte, él era hombre de acción más que de pensamiento, animador más que creador. Su vida en Francia no podía sino desenvolverse en la forma insignificante como se desenvolvía. Siempre luchando con la miseria y con la policía, que de tanto en tanto lo citaba advirtiéndole los peligros de una eventual expulsión si no abandonaba toda actividad política. Esta vida de privaciones, de continuas preocupaciones, no podía sino agravar la enfermedad de los pulmones que había contraído en la prisión, a tal punto que no obstante los cuidados y la ayuda de los compañeros, fue empeorando continuamente.
En el año 1934 fue internado en el Hospital Tenon, de París, donde murió el 25 de julio, cuando sólo tenía 45 años, sin haber tenido tiempo de finalizar las Memorias que eran la meta de su vida, y que nos habrían mostrado una de las más interesantes e inéditas páginas de la revolución rusa.
Ugo Fideli
CAPÍTULO I
LA DEMOCRACIA Y LAS MASAS TRABAJADORAS EN LA REVOLUCIÓN RUSA
No existe en la historia del mundo una sola revolución que haya sido realizada por el pueblo trabajador en su propio interés, es decir, en beneficio de los obreros de las ciudades y de los campesinos pobres, de las masas explotadas. La fuerza principal de todas las grandes revoluciones han sido los trabajadores, capaces de soportar por su triunfo los más grandes sacrificios. Pero los guías, los organizadores de los medios, los ideólogos de la revolución fueron, invariablemente, no los obreros y los campesinos, sino elementos marginales, extraños, generalmente intermediarios entre la clase dominante de la época moribunda y el proletariado naciente de las ciudades y los campos.
Es siempre la descomposición del viejo régimen, del viejo sistema de Estado, acentuado por el impulso de las masas esclavas hacia la libertad, lo que hace surgir y desarrolla esos elementos. Y es por causa de sus cualidades particulares de clase y su pretensión al poder por la que adoptan una posición revolucionaria frente al régimen político agonizante, y se convierten fácilmente en guías de los oprimidos, en conductores de los movimientos populares. Pero al organizar la revolución, al dirigirla bajo el símbolo y el pretexto de los intereses de los trabajadores, sólo persiguen sus mezquinos intereses de grupo o de casta. Aspiran a utilizar la revolución para asegurar sus privilegios.
Así pasó en la revolución inglesa, en la gran revolución francesa y en las revoluciones francesas y alemanas de 1848. Así sucedió en todas las revoluciones en que el proletariado vertió a torrentes su sangre en la lucha por la libertad. Sólo los jefes y los políticos recogieron los frutos de tanto esfuerzo y de tanto sacrificio -y explotaron en su propio beneficio y a espaldas del pueblo-, los problemas y los fines de la revolución.
En la gran revolución francesa los trabajadores hicieron esfuerzos y sacrificios sobrehumanos por triunfar. Pero, ¿los políticos de esa revolución fueron hijos del proletariado? ¿Luchaban por sus aspiraciones: libertad, igualdad? De ningún modo. Danton, Robespierre, Camilo Desmoulins y todas las cabezas de la revolución eran esencialmente representantes de la burguesía liberal de la época. Luchaban por una estructura burguesa de la sociedad, que no tenía nada en común con las ideas de libertad y de igualdad de las masas populares de Francia en el siglo XVIII. Fueron y son, sin embargo, considerados los jefes de la revolución.
¿En 1848, la clase obrera francesa -que había brindado a la revolución tres meses de heroicos esfuerzos, de miseria, de privaciones y de hambre- obtuvo esa República social que le habían prometido los dirigentes? Sólo obtuvo esclavitud y exterminio: el fusilamiento de 50.000 obreros de París, cuando intentaron rebelarse contra quienes los habían traicionado.
En todas las revoluciones los obreros y campesinos sólo consiguieron esbozar sus aspiraciones fundamentales, formar apenas su corriente, que fue en principio desnaturalizada y después liquidada por los meneurs de la revolución, más inteligentes, más astutos y más instruidos. Las conquistas más importantes que los obreros obtenían en estas revoluciones, como el derecho de reunión, de asociación, de prensa, o el derecho de darse gobernantes, duraron poco tiempo, el necesario para que el nuevo régimen se consolidase. Después, la masa volvió a su antigua condición de sometimiento.
Sólo en los movimientos profundos, de abajo, como la revuelta de Ratzin y las insurrecciones revolucionarias de campesinos y obreros de los últimos años, el pueblo dirige el movimiento y le comunica su esencia y su forma. Pero esos movimientos, habitualmente acogidos con frialdad por la parte de la humanidad pensante, no han vencido en ningún país. Además, se distinguen netamente de las revoluciones dirigidas por los grupos o partidos políticos.
Nuestra revolución rusa es, sin duda, y hasta el presente, una revolución política que realiza con fuerzas populares intereses extraños al pueblo. El hecho fundamental de esta revolución después de los sacrificios, sufrimientos y esfuerzos revolucionarios de obreros y campesinos, fue la toma del poder político, por un grupo intermedio, la intelligentzia socialista revolucionaria o democracia socialista.
Se ha escrito mucho sobre esa intelligentzia socialista, rusa e internacional. Generalmente fue elogiada y llamada portadora de ideales humanos superiores, luchadora de la verdad. Algunas veces, fue criticada. Todo lo que se dijo y escribió sobre ella, lo bueno y lo malo, tiene un defecto esencial: es ella misma la que se definió, criticó y alabó. Para el espíritu independiente de obreros y campesinos, ese método no es de ningún modo persuasivo y no puede tener peso en sus relaciones, en las cuales, el pueblo no tendrá en cuenta más que los hechos. Ahora bien, el hecho real, incontestable en la vida de la intelligentzia socialista, es que gozó siempre de una situación social privilegiada.
Viviendo en los privilegios, el intelectual se convierte en privilegiado, no sólo socialmente, sino también sicológicamente. Todas sus aspiraciones espirituales, lo que entiende por su idea social, encierran infaliblemente el espíritu del privilegio de casta. Ese espíritu se manifiesta en todo el desenvolvimiento de la intelligentzia. Si tomamos la época de los decabristas, como principio del movimiento revolucionario de la intelligentzia, al pasar consecutivamente por las etapas de ese movimiento, el narodnitschestvo y el narodavoltchestvo, el marxismo, en una palabra, el socialismo en todas sus ramificaciones, hallamos siempre ese espíritu de privilegio de casta claramente expresado.
Por más elevado que parezca cierto ideal social, si lleva en sí privilegios por los que el pueblo deberá pagar con su trabajo y sus derechos, no es ya la verdad completa. Ahora bien, un ideal social que no ofrece al pueblo la verdad completa es, sólo por ésto, mentira. Y es precisamente tal mentira la ideologia de la intelligentzia socialista, y la intelligentzia misma, y sus relaciones con el pueblo están determinadas por este hecho.
El pueblo no olvidará ni perdonará que, especulando con sus condiciones miserables de trabajo y su falta de derechos, se mantenga una casta social privilegiada que además se esfuerza por conservarse en la nueva sociedad.
El pueblo es una cosa; la democracia y su ideología socialista es otra. Él llega al pueblo, prudente y sagazmente.
Ciertamente, naturalezas heroicas aisladas, como Sofía Perowskaia, se colocan por encima de las bajas cuestiones de privilegios, propias del socialismo. Este fenómeno no procede de una doctrina democrática o de clase; es de orden psicológico o ético. Estas naturalezas son flores de la vida, que embellecen el género humano.
Se inflaman en la pasión de la verdad, se entregan y se consagran completamente al servicio del pueblo y, por sus existencias ejemplares, hacen resaltar aún más la falsedad de ciertas ideologías socialistas. El pueblo no las olvidará nunca y abrigará hacia ellas un gran amor en su corazón.
Las vagas aspiraciones políticas de la intelligentzia rusa en 1825 se erigieron medio siglo más tarde en un sistema socialista de estado y la intelligentzia misma se convirtió en una agrupación social y económicamente definida: la democracia socialista. Sus relaciones con el pueblo se fijaron definitivamente; el pueblo marcha hacia su autodirección civil y económica; la democracia trata de ejercer el poder sobre el pueblo. La alianza entre ambos no puede celebrarse sino a través de imposiciones y violencia; nunca de un modo natural, por la fuerza de una comunidad de intereses. Estos dos elementos son hostiles.
La idea del Estado, de una dirección de las masas por la coerción, fue siempre propia de individuos en quienes está ausente el sentimiento de la igualdad y en quienes domina el egoísmo de individuos para quienes el hombre es un ser torpe, sin voluntad, iniciativa ni conciencia, incapaz de gobernarse a sí mismo.
Esta idea fue siempre característica de los grupos privilegiados que dominan al pueblo trabajador: los estratos patricios, la casta militar, la nobleza, clero, burguesía industrial y comercial. El socialismo de Estado moderno no se ha mostrado por casualidad servidor celoso de la misma idea. El socialismo estatista es la ideología de una nueva casta de dominadores. Si observamos atentamente a los partidarios del socialismo de Estado veremos que poseen aspiraciones centralistas y se consideran el centro que ordena y dirige a la masa. Este rasgo psicológico del socialismo de Estado y de sus adictos es la continuación de los grupos dominadores antiguos, extinguidos o en vías de extinguirse.
El segundo hecho destacable de nuestra revolución es que los obreros y los campesinos han permanecido en la situación anterior de clases trabajadoras, productores dirigidos por el poder superior. La llamada construcción socialista, que se lleva a cabo en Rusia, el aparato estatal de dirección del país, la creación de nuevas relaciones sociales y políticas, no es más que la edificación de una nueva clase dominante sobre los productores: el establecimiento de un nuevo poder socialista entre ellos. El plan de esta dominación, fue elaborado durante años por los líderes de la socialdemocracia, y conocido antes de la revolución rusa con el nombre de Colectivismo. Ahora se llama sistema soviético.
Se realiza por primera vez sobre la base del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos rusos. Es el primer intento de la socialdemocracia para establecer en un país su dominación del Estado por la fuerza de la revolución. Como primer intento por otra parte sólo de un sector de la democracia, el más activo, el más revolucionario y de más iniciativa: su ala izquierda comunista sorprendió a la democracia por su espontaneidad y por sus formas brutales la dividió, en los primeros tiempos, en varios grupos enemigos. Algunos de estos grupos (los mencheviques, los socialistas revolucionarios) consideraban prematura y arriesgada la introducción del comunismo en Rusia. Continuaban esperando llegar a la dominación del Estada en el país por la vía llamada legislativa y parlamentaria, es decir, por la conquista de la mayoría de las bancas en el parlamento con los votos de los campesinos y de los obreros. Sobre este desacuerdo entraron en discusión con sus camaradas de izquierda, los comunistas. Este desacuerdo no es más que accidental, temporal y poco profundo. Se generó por un malentendido, por la incomprensión de la parte más vasta y tímida de la democracia, sobre el sentido de la revolución realizada por los bolcheviques. Tan pronto como la democracia comprende que el sistema comunista no sólo no le aporta nada malo, sino que, por el contrario, le deja entrever ventajas y empleos importantes en el nuevo Estado, todas las discusiones y desacuerdos entre las diversas fracciones de la democracia desaparecerán y ésta marchará bajo la dirección del partido comunista unificado.
Actualmente observamos un cambio de la democracia en este sentido. Una serie de grupos y de partidos, entre nosotros y en el extranjero, se asocian a la plataforma soviética. Grandes partidos políticos de los diferentes países, que eran, todavía en los últimos tiempos, los principales participantes de la Segunda Internacional y que luchaban desde allí contra el bolchevismo, se aprestan ahora para la Internacional comunista y se acercan a la clase obrera bajo el estandarte comunista de la dictadura del proletariado como programa.
Pero igual que las grandes revoluciones precedentes, en que lucharon obreros y campesinos, nuestra revolución ha puesto de relieve una serie de aspiraciones independientes y naturales de los trabajadores en su lucha por la libertad y la igualdad. Nuestra revolución, pues, ha tenido corrientes populares originales.
Una de esas corrientes, la más poderosa, la más brillante es la machnovista. Durante tres años intentó abrir en la revolución un camino por el cual los trabajadores de Rusia pudieran llegar a la realización de sus aspiraciones seculares de libertad e independencia. A pesar de las encarnizadas tentativas del poder para obstaculizar y desnaturalizar esta corriente, continuó viviendo, difundiéndose, combatiendo en varios frentes de la guerra civil, asestando golpes a sus enemigos, y llevando la esperanza de la revolución a obreros y campesinos de la Gran Rusia, del Cáucaso y de Siberia.
El éxito rápido y continuo del machnovismo se explica por el hecho de que una parte de los obreros y de los campesinos rusos conocían en cierta medida la historia de las revoluciones de los otros pueblos y los movimientos revolucionarios de sus abuelos y podían apoyarse en sus experiencias. Surgieron entre ellos personalidades que supieron hallar, formular y atraer la atención de las masas sobre los aspectos más esenciales del movimiento revolucionario, contraponiéndolos a los fines políticos de la democracia y que supieron defender con dignidad, perseverancia y talento.
Antes de pasar a la historia del movimiento machnovista, es necesario hacer notar que, al llamar a la revolución rusa la revolución de octubre, se confunden a menudo dos fenómenos diferentes: la palabra de orden, bajo la cual las masas hicieron la revolución, y el resultado de esa revolución.
Las palabras de orden del movimiento de octubre de 1917 eran: Las fábricas a los obreros. La tierra a los campesinos. El programa social y revolucionario de las masas se resumía en esas palabras breves, pero profundas por su sentido: aniquilamiento del capitalismo, supresión del asalariado, de la esclavitud impuesta por el Estado, y organización de una vida nueva basada sobre la autogestión de los productores.
En realidad, la revolución de octubre no cumplió de ningún modo ese programa. El capitalismo no ha sido destruido sino reformado. El asalariado y la explotación de los productores quedan en pie. Y en cuanto al nuevo aparato estatal, no oprime menos a los trabajadores que el aparato estatal del capitalismo. No se puede pues llamar revolución de octubre más que en un sentido preciso y estrecho, el de la realización de los fines y problemas del partido comunista.
La conmoción de octubre no es más que una etapa en la marcha general de la revolución rusa, lo mismo que la de febrero-marzo de 1917. El partido comunista aprovechó las fuerzas revolucionarias del movimiento de octubre para sus propios fines y este acto no representa toda nuestra revolución. El proceso general de la revolución comprende una serie de corrientes que no se detuvieron en octubre, sino que fueron más lejos, hacia la realización de los problemas históricos de obreros y campesinos: la comunidad trabajadora, igualitaria y no estatal. El octubre actual prolongado y ya consolidado deberá dejar el puesto indudablemente a una etapa ulterior popular de la revolución. En caso contrario, la revolución rusa, como todas las precedentes, no habrá sido más que un cambio, un traspaso de poder.
CAPÍTULO II
LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE EN LA GRAN RUSIA Y EN UCRANIA
Para comprender claramente la marcha de la revolución rusa es necesario detenerse en la propaganda y en el desenvolvimiento de las ideas revolucionarias entre obreros y campesinos durante el período de 1900 a 1917, así como en el papel de la revolución de octubre en la Gran Rusia y en Ucrania.
A partir de 1900-1905, la propaganda revolucionaria entre obreros y campesinos fue realizada por los partidarios de dos doctrinas principales, el socialismo de Estado y el anarquismo.
El primero era difundido por varios partidos demócratas, ejemplarmente organizados: los bolcheviques, los mencheviques, los socialistas revolucionarios y otras corrientes políticas de la misma tendencia.
El anarquismo no contaba más que con algunas agrupaciones poco numerosas que, por otra parte, no veían con suficiente claridad la actitud que debían asumir en la revolución. El campo de la propaganda y de la educación política fue casi totalmente conquistado por la democracia. Ésta adecuaba a las masas en el sentido de sus programas e ideales políticos. La institución de la República democrática está en ellos a la orden del día; la revolución política, he aquí el medio para realizarla.
El anarquismo, por el contrario, rechazaba la democracia como una de las formas del estatismo, rechazaba también la revolución política como medio de acción. Para los anarquistas, la obra de los obreros y campesinos debía ser la revolución social, y en ese sentido, se dirigía a las masas. Era la única doctrina que reclamaba la destrucción completa del capitalismo en nombre de una sociedad de trabajadores libre y sin Estado. Pero como no disponía más que de un número restringido de militantes y no poseía un programa concreto para el día siguiente de la revolución, el anarquismo no pudo difundirse ampliamente y arraigar en las masas como teoría social y política determinada. No obstante, como no actuaba nunca hipócritamente frente a ellas, enseñándoles que se podía encontrar la muerte en la lucha, despertó en la masa trabajadora gran número de luchadores, muchos de ellos mártires de la revolución social. Las ideas anarquistas resistieron la larga prueba de la reacción zarista y arraigaron en el alma de algunos trabajadores aislados de ciudades y campos como el más alto ideal social y político.
Siendo el socialismo de Estado el hijo natural de la democracia, dispuso siempre de enormes fuerzas intelectuales: profesores, estudiantes, médicos, abogados, periodistas, que bien eran comunistas declarados o simpatizaban fuertemente con esa doctrina. Gracias pues a sus fuerzas numerosas, el socialismo estatista logró siempre atraer una parte considerable de los trabajadores, aunque los llamase a la lucha por los ideales de la democracia, que ellos no comprendían o despreciaban.
A pesar de esto, en el momento de la revolución de 1917, el interés y el instinto de clase se impusieron y arrastraron a los obreros y a los campesinos hacia sus fines directos: la conquista de la tierra, talleres y fábricas.
Cuando estos objetivos fueron claramente comprendidos por la masa, lo que en realidad había sucedido mucho antes de la revolución de 1917, una parte de los marxistas, principalmente su ala izquierda, los bolcheviques, abandonó rápidamente sus posiciones abiertamente democrático-burguesas, lanzó palabras de orden que se adaptaban a las aspiraciones de los trabajadores, y en los días de la revolución marchó con las masas insurrectas, tratando de adueñarse de su movimiento. Y nuevamente, debido a las considerables fuerzas intelectuales que componían las filas del bolchevismo y también gracias a las palabras de orden socialista que sedujeron a las masas, el triunfo fue una vez más de la socialdemocracia.
Hemos indicado más arriba que la revolución de octubre se forjó a la luz de dos frases de poderoso contenido: ¡Las fábricas a los obreros! ¡La tierra a los campesinos! Los trabajadores les daban un sentido sencillo, sin reservas. Según ellos, la revolución debía colocar la economía industrial del país a disposición y bajo la dirección de los campesinos. El espíritu de justicia y de autonomía comprendido en estas palabras de orden arrastró tanto a las masas que su parte más activa estuvo dispuesta al día siguiente de la revolución a emprender la organización de la vida sobre la base de tales fórmulas. En diferentes ciudades, las uniones profesionales y los comités de fábrica tomaron la administración de las empresas y de las mercaderías, expulsaron a los propietarios y a los patrones, establecieron ellos mismos las tarifas, etc. Pero todos estos intentos chocaron con la resistencia férrea del partido comunista, que se había convertido en el partido gobernante.
Este partido, que marchaba al lado de la masa revolucionaria, que adoptaba palabras de orden extremistas, a menudo anarquistas, cambió bruscamente su actitud tan pronto como logró apoderarse del poder, una vez que el gobierno de coalición fue derrotado. La revolución, como movimiento de los trabajadores bajo las palabras de orden de octubre, había terminado desde entonces para éste. El enemigo esencial de los trabajadores -la burguesía industrial y agraria- está, decía, vencida; el período de destrucción, de lucha contra el régimen capitalista acabó; el período de la creación comunista, el de la edificación proletaria comienza. La revolución debe, pues, efectuarse ahora mediante los órganos del Estado solamente. Prolongar la situación anterior, cuando los obreros eran dueños de la calle, de los talleres y de las fábricas y cuando los campesinos, no viendo ya ningún poder, trataban de arreglar su vida con entera independencia, implicaba consecuencias peligrosas que podían desorganizar la gran obra estatista del partido. Era preciso ponerle fin por todos los medios posibles, incluso la violencia del Estado.
Tal fue el cambio de frente en la acción del partido comunista desde que se estableció en el poder.
A partir de ese momento comenzó a reaccionar tenazmente contra los propósitos socialistas de las masas obreras y campesinas. Este cambio de frente en la revolución, este plan burocrático de su desenvolvimiento ulterior, encierra una afrenta del partido que no debía su situación más que a las masas trabajadoras. Era una impostura y una usurpación. Pero la posición ocupada por el partido comunista en la revolución era tal que no podía comportarse de otra manera. Cualquier otro partido que buscase en la revolución la dictadura y la dominación sobre el país habría obrado de la misma manera. Antes de octubre fue el ala derecha de la democracia -los mencheviques y los socialistas revolucionarios- quien trató de comandar la revolución. Su diferencia frente a los bolcheviques consistió en que no tuvo tiempo o no supo organizar el poder y someter a las masas.
Consideramos ahora cómo fueron aceptadas la dictadura del partido comunista y el impedimento de todo desenvolvimiento ulterior a la revolución al margen de las organizaciones del Estado por los trabajadores de la Gran Rusia y de Ucrania.
La revolución para los trabajadores de la Gran Rusia y de Ucrania fue una misma cosa, pero su estatización por los bolcheviques fue aceptada diferentemente; en Ucrania con más dificultad que en la Gran Rusia. Comencemos por esta última.
Antes y durante la revolución, el partido comunista desplegó allí una gran actividad entre los obreros de las ciudades. Durante el período zarista trató (siendo el ala izquierda de la socialdemocracia) de organizarlos para la lucha en favor de la República democrática, preparándose así un ejército seguro en la lucha por sus ideales.
Después de la caída del zarismo en febrero-marzo de 1917, comenzó un período en que los obreros y los campesinos no toleraban plazo alguno. Vieron en el gobierno provisorio un enemigo seguro. Por eso no esperaron y exigieron sus derechos por medios revolucionarios; primero sobre la jornada de ocho horas, luego sobre los órganos de producción y de consumo, y sobre la tierra. El partido comunista fue en estas jornadas un aliado bien organizado. Es verdad que por esa unión buscaba sus propios fines: pero la masa lo ignoraba. La masa veía como un hecho, que el partido comunista luchaba con ella contra el régimen capitalista. El partido empleó todo el poder de su organización, su experiencia política y organizadora, sus mejores militantes en el seno de la clase obrera y del ejército. Dedicó todas sus fuerzas a agrupar a las masas alrededor de sus palabras de orden. Actuaba con demagogia en las cuestiones del trabajador oprimido. Se adueñaba de las palabras de unión de los campesinos con relación a la tierra, de las de los obreros con relación al trabajo libre. Los impulsó hacia una lucha decisiva contra el gobierno de coalición. Con el tiempo, el partido comunista se afianzó en  las filas de la clase obrera y desarrolló junto a ella una lucha infatigable contra la burguesía, lucha que prosiguió hasta las jornadas de octubre. Es pues natural que los obreros de la Gran Rusia adquirieran el hábito de considerarlo su más decidido compañero en la lucha revolucionaria. Esta circunstancia, unida a que los trabajadores rusos tenían apenas sus propias organizaciones revolucionarlas de clase y estaban dispersos desde el punto de vista de la organización, permitieron al partido tomar fácilmente en sus manos la dirección de los acontecimientos. Y, cuando el gobierno de coalición fue derribado por las masas de Petrogrado y de Moscú, era natural que el poder pasara a los bolcheviques, que habían dirigido el golpe de Estado.
Después de esto, el partido comunista empleó toda su energía en organizar un poder firme y en liquidar los diversos movimientos de las masas obreras y campesinas que continuaban en diferentes lugares del país tratando de lograr los objetivos fundamentales de la revolución por la acción directa. Con la hegemonía que había adquirido en el período pre octubrista, consiguió todo ello sin mucho esfuerzo. Es verdad también que numerosas poblaciones fueron saqueadas, y millares de campesinos asesinados por el nuevo poder comunista, a causa de su desobediencia y su intención de vivir sin autoridades. Es verdad que, en Moscú y en gran número de otras ciudades, el partido comunista, para liquidar las organizaciones anarquistas en abril de 1918, y más tarde las de los socialistas revolucionarlos de izquierda, se vio obligado a servirse de ametralladoras y de cañones, provocando la guerra civil contra la izquierda.
Pero en general, por la fe de los obreros de la Gran Rusia en los bolcheviques después de octubre, logró someter fácil y rápidamente a las masas a su gobierno y detener el desenvolvimiento ulterior de la revolución obrera, reemplazándola por las medidas gubernamentales del partido. Así se detuvo la revolución en la Gran Rusia.
En Ucrania este período se desarrolló de diversa manera.
El partido comunista no poseía allí ni la décima parte de las fuerzas organizadas que disponía en la Gran Rusia. Su influencia sobre campesinos y obreros fue siempre insignificante. La revolución de octubre se produjo mucho más tarde, en noviembre, diciembre y hasta en enero del año siguiente. La burguesía nacional local había ocupado el poder en Ucrania (los petlurovtzi, partidarios de Petlura). Los bolcheviques la combatían más bien en el orden militar que revolucionario. Asi, mientras en la Gran Rusia el poder de los soviets significó al mismo tiempo el poder del partido comunista, en Ucrania la impopularidad y la impotencia del partido hizo que el paso del poder a los soviets significase otra cosa. Los soviets eran reuniones de delegados obreros sin fuerza efectiva, sin posibilidad de subordinar a las masas. Eran los obreros de las fábricas y los campesinos en las aldeas quienes tenían la fuerza real. Pero esa fuerza estaba desorganizada y, por consiguiente, el peligro de caer bajo la dictadura de un partido cualquiera sólidamente constituido era una amenaza en todo momento.
Durante la lucha revolucionaria en Ucrania, los obreros y campesinos no se habituaron a tener a su lado una dirección constante e inflexible como fue el partido comunista en la Gran Rusia. Es por eso que se desarrolló el profundo sentido de libertad que caracterizó a los movimientos revolucionarios de las masas ucranianas.
Un hecho todavía más importante en la existencia de los campesinos y obreros de Ucrania eran las tradiciones de la Volnitza, que se perpetuaban desde los tiempos más lejanos. A pesar del esfuerzo de los zares, desde Catalina II, para apartar el espíritu del pueblo ucraniano de todo rastro de la volnitza, esa herencia de la época guerrera de los siglos XIV a XVI y de los campos zaparogos, los campesinos de Ucrania han conservado hasta nuestros días un amor particular por la independencia.
Se manifestó en nuestra época en su resistencia tenaz contra todo poder que trató de someterlos.
El movimiento revolucionario en Ucrania se caracterizó, entonces, por dos condiciones que no existían en la Gran Rusia y que debían influir sobre la índole misma de la revolución ucraniana: la ausencia de un partido político poderoso y organizado y el espíritu de la volnitza, históricamente característico de los trabajadores de Ucrania. Y, en efecto, mientras que en la Gran Rusia la revolución había sido estatizada sin dificultad y encuadrada en las líneas del Estado comunista, esa misma estatización encontró en Ucrania obstáculos considerables; el aparato soviético se instauró allí sobre todo por la violencia, militarmente. Pero un movimiento autónomo de las masas, sobre todo de las masas campesinas, continuó desarrollándose paralelamente. Se insinuó ya bajo la República democrática de Petlura y progresó lentamente, buscando su camino. Al mismo tiempo, este movimiento tenía sus raíces en el fondo esencial de la revolución rusa. Se hizo notar ostensiblemente en los primeros días de la revolución de febrero. Era un movimiento de las capas más profundas de los trabajadores, que luchaba por eliminar el sistema económico de esclavitud y crear un sistema nuevo, basado sobre la comunidad de los medios y de los instrumentos de trabajo y sobre el principio de la explotación de la tierra por los trabajadores.
Hemos dicho ya que en nombre de esos principios los obreros expulsaban a los propietarios de las fábricas y remitían la administración de la producción a sus órganos de clase: uniones profesionales, comités de fábrica o comisiones obreras especialmente creadas para este efecto. Los campesinos se apoderaban de la tierra de los terratenientes y de los ricos kulaks, y reservaban su usufructo estrictamente para los trabajadores, esbozando así un nuevo tipo de economía agrícola.
Esta práctica de acción revolucionaria directa de los trabajadores y de los campesinos se desarrolló en Ucrania casi sin obstáculos durante todo el primer año de la revolución, y creó una línea de conducta de las masas precisa y sana.
Cada vez que el grupo político que ocupaba el poder trataba de romper tal línea de conducta revolucionaria, los trabajadores organizaban la oposición armada o encontraban los medios eficaces para resistir.
Así, el movimiento revolucionario de los trabajadores en pro de la independencia social, comenzado en los primeros días de la revolución, no se debilitó cualquiera que fuese el poder establecido en Ucrania. No se extinguió tampoco bajo el bolchevismo que, después de la revolución de octubre, introdujo su sistema estatal autocrático.
Lo que había de particular en ese movimiento era el deseo de realizar en la revolución los fines verdaderos de los trabajadores, la voluntad de conquistar la independencia completa del trabajo y la desconfianza hacia los grupos privilegiados de la sociedad.
A pesar de todos los sofismas del partido comunista, que trataba de demostrar que era el cerebro de la clase obrera y que su poder era el de los trabajadores, todo obrero y campesino que había conservado el espíritu o el instinto de clase comprendía que el partido comunista desviaba a los trabajadores de las ciudades y de los campos de su propia obra revolucionaria, que el poder los sometía a tutela; el hecho mismo de la organización estatal era la usurpación de sus derechos a la independencia y a la libre disposición de sí mismos.
La aspiración de independencia, de autonomía completa, se convirtió en el objetivo del movimiento que germinó en el seno de las masas. Sus pensamientos estaban constantemente dirigidos hacia esa aspiración por una multitud de hechos y de vías. La acción estatal del partido comunista sofocaba esas aspiraciones. Fue precisamente ese modo de obrar, más que cualquier otro hecho, lo que alertó a los trabajadores sobre ese orden de ideas, que no toleraba críticas, y los apartó de él.
Al principio, el movimiento se limitó a ignorar el nuevo poder y a realizar actos espontáneos por los cuales los campesinos se apoderaban de las tierras y de los bienes agrarios. Buscaban su camino. La ocupación inesperada de Ucrania por los austro-alemanes colocó a los trabajadores en un ambiente completamente nuevo y precipitó el desarrollo del movimiento.
CAPÍTULO III
LA INSURRECCIÓN REVOLUCIONARIA EN UCRANIA - MACHNO
El tratado de Brest-Litowsk, entre los bolcheviques y el gobierno imperial alemán, abrió las puertas de Ucrania a los austro alemanes. Entraron como señores. No se limitaron a la acción militar: se inmiscuyeron en la vida económica y política del país. Su objetivo era apropiarse de los víveres. Para ello, restablecieron el poder de los nobles y de los terratenientes derribados por el pueblo e instalaron el gobierno autócrata del hetman Skoropadsky. En cuanto a las tropas austro-alemanas que ocupaban Ucrania, eran sistemáticamente engañadas por sus oficiales sobre la revolución rusa. Se referían a ella como a una orgía de fuerzas ciegas que destruía el orden en el país y que aterrorizaba a la honesta población trabajadora.
De esta manera se provocaba en los soldados una hostilidad contra los campesinos y obreros rebeldes que favorecía la acción desalentadora de los ejércitos austro alemanes.
El saqueo económico de Ucrania por los austro alemanes, con el asentimiento y la ayuda del gobierno de Skoropadsky, fue de proporciones increíbles. Se robaba, se cargaba con todo (trigo, ganado, aves de corral, materias primas, etc.) en proporciones tales que los medios de transporte no bastaban.
Como si hubiesen caído sobre depósitos inmensos destinados al saqueo, los austríacos y los alemanes se alzaban con todo, cargando un tren tras otro, rumbo a sus países. Cuando los campesinos se resistían al saqueo y trataban de no dejarse arrebatar el fruto de su trabajo, las represalias, la horca, el fusilamiento se ponían en práctica.
La ocupación de Ucrania por los austro alemanes es una de las páginas más trágicas de la historia de la revolución. A la violencia de los invasores, al saqueo de los militares, se opuso una reacción feroz por parte de los terratenientes. El régimen del hetman fue el aniquilamiento de las conquistas revolucionarias de campesinos y obreros; una vuelta completa al pasado. Era pues natural que las nuevas condiciones aceleraran la marcha del movimiento esbozado antes, iniciado bajo Petlura y los bolcheviques. En todas partes, principalmente en las aldeas, comenzó la rebelión contra los terratenientes y los austro alemanes. Fue entonces cuando comenzó el movimiento revolucionario de los campesinos de Ucrania conocido más tarde con el nombre de insurrección revolucionaria.
Se explica muy a menudo el origen de esa insurrección por el hecho de la ocupación austro alemana y el régimen del hetman exclusivamente. Esa explicación es insuficiente y por tanto inexacta. La insurrección tiene sus raíces en los fundamentos de la revolución rusa; fue una tentativa de los trabajadores para llevar la revolución hacia un resultado integral, la verdadera emancipación y la autonomía del trabajo. La invasión austro alemana y la reacción agraria no hicieron, pues, más que acelerar su manifestación.
El movimiento se difundió rápidamente. Los campesinos se levantaron por todas partes contra los terratenientes, masacrándolos o expulsándolos, apoderándose de sus tierras y de sus bienes, sin olvidarse además de los austro alemanes. El hetman y las autoridades alemanas respondieron mediante represalias implacables. Los campesinos de las aldeas sublevadas fueron ahorcados y fusilados en masa; todo su haber incendiado.
En poco tiempo, centenares de aldeas sufrieron un castigo despiadado de parte de la casta militar y agraria. Esto sucedía en junio, julio y agosto de 1918.
Entonces, los campesinos, fieles al movimiento, se organizaron en compañías de guerrilleros y recurrieron a la guerra de emboscadas. Como si hubiese existido una red de organizaciones invisibles, surgió casi simultáneamente en diferentes lugares una multitud de destacamentos de guerrilleros que inició sus ataques contra los terratenientes, sus guardas y sus representantes en el poder. Habitualmente esos destacamentos, compuestos de 20, 30 y hasta 100 jinetes bien armados, caían bruscamente en la parte opuesta al lugar en donde se les suponía, sobre una propiedad, sobre la guardia nacional, exterminaban a los enemigos de los campesinos, y desaparecían tan rápidamente como se habían presentado. Todo terrateniente que perseguía a los campesinos, todos sus fieles servidores eran individualizados por los guerrilleros y amenazados con ser suprimidos. Cada guardia, cada oficial alemán estaba condenado a una muerte segura. Estos hechos, que ocurrían a diario en todos los rincones del país, debilitaban la contrarrevolución agraria, poniéndola en peligro, y preparaban el triunfo de los campesinos.
Hay que notar que al igual que las vastas insurrecciones campesinas espontáneas, surgidas de los campesinos sin preparación alguna, tales actos guerreros eran siempre dirigidos por ellos, sin el socorro ni la dirección de ninguna organización política. Ese medio de acción, les llevó a satisfacer por sí mismos las necesidades del movimiento, de dirigirlo y conducirlo hacia la victoria. Durante toda la lucha contra el hetman y los terratenientes, en los momentos más penosos, los campesinos estuvieron solos frente a sus bien organizados y armados enemigos. Esto tuvo, como veremos después, gran influencia sobre el carácter de la insurrección revolucionaria. Su rasgo fundamental -en todas partes donde se mantuvo hasta el fin como movimiento de clase, sin caer bajo la influencia de los partidos o de los elementos nacionalistas- fue no sólo el haber nacido de lo más profundo de las masas campesinas, sino también la conciencia que poseían los campesinos de haber sido ellos mismos guías y animadores del movimiento. Los destacamentos de los guerrilleros, sobre todo, estaban convencidos de esa idea, y se sentían con fuerzas para cumplir su misión.
Las represalias de la contrarrevolución no detuvieron el movimiento; por el contrario, lo ampliaron y lo extendieron por todas partes. Los campesinos se unían y eran impulsados por la marcha misma del movimiento hacia un plan general y unificado de acción revolucionaria. Ciertamente, los campesinos de toda Ucrania no se reunieron nunca en un solo grupo que obrase bajo una sola dirección. No se podría hablar de tal unión más que en el sentido de la unión del espíritu revolucionario. En cuanto al punto de vista práctico, el de la organización, los campesinos se asociaron por regiones, sobre todo en la forma de destacamentos aislados de guerrilleros. Cuando las insurrecciones se hicieron más frecuentes y las represalias más severas y organizadas, tales uniones se convirtieron en una necesidad urgente. En el sur de Ucrania, la región de Gulai-Polé tomó la iniciativa de la unificación. Esta no solamente se realizó con el fin de la defensa, sino también y, sobre todo, como medio para aniquilar la contrarrevolución agraria. Tal unificación perseguía además otro fin, el de crear con los campesinos revolucionarios una fuerza real y organizada capaz de combatir toda reacción y defender victoriosamente la libertad y el territorio del pueblo en revolución.
El papel más importante en esa obra de unificación y en el desenvolvimiento general de la insurrección en el sur de Ucrania perteneció al destacamento de guerrilleros guiado por un campesino de la región, Néstor Machno. Desde los primeros días del movimiento hasta su culminación, cuando los campesinos vencieron a los terratenientes, Machno desempeñó un papel tan importante que las regiones insurrectas y los episodios más heroicos de la lucha están unidos a su nombre. Cuando más tarde la insurrección triunfó definitivamente contra la reacción de Skoropadsky, pero vino la amenaza de Denikin, Machno se convirtió en el centro de unión de millares de campesinos sobre una extensión que abarca varias provincias. En la historia de la insurrección de Ucrania, ése fue el momento en que se definió la misión de Machno. Porque la insurrección no conservó en todas partes su esencia revolucionaria y su lealtad a los intereses de la clase trabajadora. Mientras los insurrectos levantaban en el sur de Ucrania la bandera negra del anarquismo y entraban en la vía antiautoritaria de organización libre de los trabajadores, las regiones del oeste y del noroeste del país cayeron, después de haber derrotado al hetman, bajo la influencia de elementos extraños y enemigos, principalmente de los demócratas nacionalistas petlurianos. Durante más de dos años, una parte de los guerrilleros del oeste de Ucrania sirvió de apoyo a los petlurianos, que perseguían los intereses de la burguesía liberal bajo el estandarte nacionalista. Así, los campesinor insurrectos de Kiev, de Volinia, de Podolia y de parte de Poltava, aun teniendo un origen común con el resto de los insurrectos, no supieron encontrar su camino m organizarse y cayeron bajo la férula de los enemigos del trabajo, convirtiéndose en sus manos en instrumentos ciegos.
La insurrección del sur tomó un aspecto y tuvo un sentido muy distinto. Se separó claramente de los elementos no trabajadores de la sociedad contemporánea; se desembarazó rápida y resueltamente de los prejuicios nacionales, religiosos, políticos y otros del régimen de opresión y de esclavitud; se colocó en el terreno de las exigencias reales de la clase de los proletarios de las ciudades y de los campos y entabló una ruda guerra en nombre de esas exigencias contra los enemigos múltiples del trabajo.
Hemos dicho ya que en los vastos dominios de la insurrección campesina del sur de Ucrania, Néstor Machno tuvo una actuación destacada. Sigámosle en su actividad del primer período, es decir, hasta la caída del hetman, pero antes daremos sobre él algunos datos biográficos.
Machno nació el 27 de octubre de 1889, hijo de una familia de campesinos pobres. Fue educado en la aldea de Gulai-Polé, distrito de Alexandrovsk, provincia de Ekaterinovslav. No tenía más que diez años cuando murió su padre, quedando él y sus cuatro hermanos menores a los cuidados de su madre. Desde los siete años, en razón de la pobreza de la familia, sirvió de pastor, guardando las vacas y las ovejas de su pueblo. A los ocho años entró a la escuela local, que frecuentó por el invierno, sirviendo siempre como pastor en el verano. A los doce años dejó la escuela y la familia para trabajar como peón de granja en las propiedades de los terratenientes y de los kulaks alemanes, cuyas colonias eran numerosas en Ucrania. En esa época, a los 14 o 15 años, profesaba ya un fuerte odio contra los patrones explotadores y soñaba con la manera de poder mejorar sus condiciones y las de los demás, si tuviese un día fuerzas para ello. Trabajó más tarde como fundidor en la fábrica de su pueblo.
Hasta los 16 años no tuvo ningún contacto con el mundo político. Sus concepciones revolucionarias y sociales se moldeaban en el círculo restringido de sus conciudadanos, campesinos proletarios como él. La revolución de 1905, que lo sorprendió en este pequeño círculo, lo impulsó a la corriente de los grandes acontecimientos y actos revolucionarios. Tenía entonces 17 años, y estaba lleno de entusiasmo revolucionario y dispuesto a todo en la lucha por la liberación de los trabajadores. Después de conocer algunas organizaciones políticas, entró resueltamente en las filas de los anarquistas y desde ese momento se convirtió en un militante infatigable.
El anarquismo ruso de esa época tenía ante sí dos tareas precisas; una consistía en demostrar el engaño preparado contra los trabajadores por los partidos socialistas autoritarios; la otra, indicar a los campesinos y obreros el camino de la revolución social. En la realización de estas tareas Machno desarrolló una gran actividad y participó en los actos más riesgosos de la lucha anarquista.
En 1908 cayó en poder de las autoridades zaristas, que lo condenaron a la horca por asociación con el anarquismo y participación en actos terroristas. En consideración a su juventud, la condena fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Purgó su pena en la prisión central de Moscú (Butirki). A pesar de que la vida en prisión no tenía perspectivas para él y era extremadamente penosa, Machno se esforzó sin embargo en aprovecharla para instruirse. Dio pruebas de una gran perseverancia. Aprendió la gramática rusa, estudió matemáticas, literatura, historia de la cultura y de la economía política. A decir verdad, la prisión fue la única escuela en que Machno recibió los conocimientos históricos y políticos que le sirvieron tanto en su acción revolucionaria ulterior. La vida, los hechos, fue la otra escuela donde conoció y comprendió a los hombres y a los acontecimientos sociales.
En la prisión, la salud de Machno, joven aún, se arruinó. Obstinado, sin poder adaptarse al aplastamiento absoluto de la personalidad a que está sometido todo condenado a trabajos forzados, se resistió siempre ante las autoridades omnipotentes y estaba continuamente en el calabozo, donde contrajo una afección pulmonar a causa del frío y de la humedad. Durante los nueve años de su reclusión permaneció sin cesar en los lugares de castigo por mala conducta, hasta que finalmente, fue liberado con los demás detenidos políticos por la insurrección del proletariado de Moscú, el 1° de marzo de 1917.
Volvió inmediatamente a Gulai-Polé, donde las masas campesinas lo acogieron con profunda simpatía. De todo el pueblo, era el único detenido político devuelto a su familia por la revolución, de manera que se convirtió espontáneamente en el objeto de la estima y confianza de los campesinos. Ya no era un joven sin experiencia, sino un militante de voluntad férrea y con una idea precisa de la lucha social.
En Gulai-Polé se entregó de inmediato a la labor revolucionaria, tratando primero de organizar a los campesinos de su aldea y de los alrededores. Fundó una unión profesional de obreros agrícolas, organizó una comuna libre y un soviet local de campesinos. El problema que lo inquietaba era el de la concentración y organización de los campesinos de un modo suficientemente firme y sólido como para poder expulsar de una vez por todas a los señores, a los terratenientes y a los regidores y poder construir por sí mismos sus vidas. Ese fue el sentido que inspiró su trabajo cuando organizaba a los campesinos. No sólo como propagandista, sino también y, sobre todo, como militante práctico trató de que los trabajadores se unieran para resistir la opresión e injusticias que sufrían en el régimen de esclavitud.
Durante el gobierno de Kerensky y en los días de octubre fue presidente de la unión campesina regional, de la comisión agrícola, de la unión profesional de los obreros metalúrgicos y carpinteros y presidente del soviet de los campesinos, por último, y obreros de Gulai-Polé.
Como presidente de este soviet reunió, en el mes de agosto de 1917, a todos los terratenientes y propietarios de la región, les exigió los documentos sobre la cantidad de tierra y de bienes muebles que poseían y procedió al inventario exacto de todos esos bienes. Luego hizo un informe, primeramente en una sesión del soviet del distrito, después en el congreso de los soviets de la región. Propuso igualar los derechos de usufructo de la tierra de los propietarios y de los kulaks con los de los campesinos. A consecuencia de su proposición el congreso decretó que se dejaría a los propietarios y a los kulaks una parte de la tierra (así como de los instrumentos de trabajo y ganado) igual a la de los campesinos labradores. Varios congresos de campesinos en las provincias de Ekaterinovslav, Tauride, Poltava, de Karkof y de otros lugares, siguieron el ejemplo de la región de Gulai-Polé y decretaron la misma medida.
Durante esa época se convirtió en su región, en el alma del movimiento de los campesinos que tomaban las tierras y los bienes de los terratenientes y que en caso de necesidad les quitaban la vida. Se conquistó por eso enemigos mortales entre los terratenientes, los kulaks y las organizaciones burguesas locales.
En el momento de la ocupación de Ucrania por los austro alemanes, Machno fue encargado por el Comité revolucionario de formar, para la lucha contra los invasores y la rada central (poder supremo de entonces), batallones de guerrilleros obreros y campesinos. Eso es la que hizo. Después de la cual debió retroceder con sus partidarios sobre las ciudades de Taganrog, de Rostof y de Tzaritzin. La burguesía local, reafirmada entonces por la llegada de los austro alemanes, puso precio a su cabeza, debiendo ocultarse por algún tiempo. En represalia, las autoridades militares ucranianas y alemanas quemaron la casa de su madre y fusilaron a su hermano Emelian, inválido de guerra.
En junio de 1918 Machno fue a Moscú para discutir con algunos viejos militantes anarquistas sobre los métodos y las tendencias del trabajo anarquista entre los campesinos de Ucrania. Pero los anarquistas que encontró eran indecisos y débiles. No recibió, pues, ninguna indicación ni consejos satisfactorios y volvió a partir para Ucrania con sus propias opiniones ya maduras. Desde hacía mucho tiempo acariciaba la idea de organizar a las grandes masas campesinas como fuerza social, que debía tener la misión histórica particular de despertar la energía revolucionaria acumulada en ellas durante siglos y esgrimir esa fuerza formidable sobre todo el régimen opresor contemporáneo. Juzgaba llegado el momento para ello. Cuando se encontraba en Moscú y leía las noticias de los diarios sobre los numerosos actos insurrecciónales de los campesinos ucranianos, se conmovía y deseaba partir. Apresuradamente, ayudado por un camarada, antiguo compañero de prisión, se equipó y volvió a marchar para Ucrania, hacia su región de Gulai-Polé. Esto sucedía en julio de 1918. Debía viajar con muchas dificultades, y en forma clandestina, expuesto a caer en manos de los agentes del hetman. Una vez estuvo a punto de perecer, pues fue arrestado por las autoridades austro alemanas con una valija de literatura anarquista. Un conocido, un judío de Gulai-Polé, lo salvó pagando por su liberación una suma considerable de dinero. Al continuar su viaje los comunistas le propusieron escoger una región determinada de Ucrania para el trabajo revolucionario clandestino y militar allí, en su nombre. Es innecesario decir que Machno rehusó discutir esa proposición, puesto que estaba dispuesto a emprender una tarea enteramente distinta a la que planteaban los bolcheviques.
He aquí, pues, a Machno en Gulai-Polé, esta vez con la decisión irrevocable de obtener la victoria de los campesinos o morir; en todo caso, decidido a no abandonar la región. La noticia de su regreso se extendió rápidamente. No tardó en mostrarse francamente a las vastas masas campesinas, a través de discursos o de escritos, incitándoles a la lucha contra el poder del hetman y de los propietarios, insistiendo en que los trabajadores tenían en el momento la suerte en sus manos y no debían dejarla escapar. Su llamado vibrante y enérgico se difundió en pocas semanas por numerosas aldeas y distritos, preparando a las masas para los grandes acontecimientos futuros.
Después, pasó a la acción. Su primera preocupación fue formar una compañía revolucionaria militar con fuerza suficiente para garantizar la libertad de agitación y de propaganda en las ciudades y aldeas y comenzar al mismo tiempo las operaciones de las guerrillas. Esta compañía fue rápidamente organizada. Había en todas las aldeas elementos combativos dispuestos a obrar. No faltaba más que un buen organizador; éste fue Machno. La misión de su compañía era: a) desarrollar un trabajo activo de propaganda y organización entre los campesinos; b) llevar a cabo una lucha implacable contra los enemigos. Como fundamento de esa lucha se sostenía el principio según el cual todo terrateniente que persiga a los campesinos, todo agente de policía del hetman, todo oficial ruso o alemán, en tanto que enemigo mortal e implacable de los campesinos, no hallará piedad alguna y será suprimido. Según tal principio, debía ser ejecutado todo aquel que participe en la opresión de los campesinos pobres y de los obreros, en la supresión de sus derechos o en la usurpación de su trabajo y bienes.
En el espacio de dos o tres semanas, este destacamento era objeto de preocupación, no sólo para la burguesía local, sino también para las autoridades austro alemanas. El campo de acción militar y revolucionaria de Machno era considerable. Se extendía desde la estación de Lozovaia a Berdiansk, Mariopol y Tangarog y desde Lugansk y la estación de Grichino hasta Ekaterinovslav, Alexandrovsk y Militopol. La rapidez era la particularidad de la táctica de Machno. Gracias a esa táctica particular y a la extensión de la región, aparecía siempre de improviso en el lugar en que menos se la esperaba. En poco tiempo envolvió en un círculo de hierro y de fuego la región en que se atrincheraba la burguesía local. Todos los que durante los dos o tres meses de la hetmanchina lograron afirmarse, disfrutaron con la sumisión de los campesinos, saqueando sus tierras y gozando de los frutos de su trabajo; los que reinaban como señores sobre ellos, se encontraron repentinamente con la resistencia implacable de Machno y sus guerrilleros. Rápidos como el viento, sin miedo y sin compasión, llegaban a una propiedad, mataban a los enemigos de los campesinos y desaparecían. Y al día siguiente hacían lo mismo a cien kilómetros de distancia; en alguna población aparecía muerta la guardia nacional, la varta, los oficiales, los terratenientes, habiéndose ocultado los guerrilleros antes de que las tropas alemanas dispuestas más cerca tuviesen tiempo de comprender lo que había sucedido. Al día siguiente estaba a cien kilómetros de allí y caía sobre un destacamento expedicionario enviado para reprimir a los campesinos o bien ahorcaba a algunos guardias nacionales.
La guardia nacional se alarmó. Las autoridades austro alemanas también. Fue enviado un gran número de batallones para aplastar a Machno. En vano. Excelentes jinetes desde la infancia, teniendo en el camino caballos de repuesto a voluntad, Machno y sus partidarios eran inalcanzables; hacían en 24 horas marchas imposibles para las tropas de caballería regulares. Muchas veces, como para burlarse de sus enemigos, Machno aparecía en el centro mismo de Gulai-Polé o en Pologui, donde había ya reunidas numerosas tropas austro alemanas, o bien en algún otro lugar de concentración de tropas, mataba a los oficiales que caían bajo su mano y desaparecía sano y salvo sin dejar rastro. O bien en el momento preciso en que se seguía su pista todavía reciente, o se iba a atacarlo en tal aldea, Machno vestido con el uniforme de la guardia nacional, se mezclaba con un pequeño número de sus guerrilleros, entre las tropas, se informaba de sus planes y disposiciones, se ponía después en marcha con un destacamento de la guardia nacional en persecución de sí mismo y luego en el camino, eliminaba a sus enemigos.
En lo que concierne a las tropas austro alemanas y magyares, los guerrilleros mantenían la regla de matar a los oficiales y devolver la libertad a los soldados presos. A éstos se les proponía volver a sus países, relatar lo que hacían los campesinos ucranianos y trabajar para la revolución social. Se les proveía de literatura anarquista y algunas veces de dinero. No se ejecutaba más que a los soldados reconocidos culpables de actos de violencia hacia los campesinos. Este modo de tratar a los soldados austro alemanes y magyares presos ejerció en ellos cierta influencia revolucionaria.
Durante este período de su actividad insurreccional, no sólo fue Machno el organizador y dirigente de los campesinos, sino también un vengador temible del pueblo oprimido. Durante la corta duración de su primera acción insurreccional, centenares de refugios de ricos propietarios campesinos fueron destruidos, millares de opresores y de enemigos activos del pueblo implacablemente aplastados. Su modo audaz y decidido de obrar, la rapidez de sus acciones, la imposibilidad de prenderlo, lo transformaron en una figura temida por la burguesía, pero llena de leyenda para el pueblo. Había en efecto muchos rasgos legendarios en su conducta, siempre de una audacia sorprendente; poseía una voluntad tenaz, una perspicacia y un humor propiamente campesinos. Pero no son ésos los rasgos fundamentales y definitivos de la personalidad de Machno.
Su espíritu combativo, sus empresas insurreccionales del primer período no eran más que las primeras manifestaciones de un enorme talento guerrero y organizador. Veremos más adelante la fuerza militar extraordinaria y el magnífico organizador que surgió de las filas de los campesinos en la persona de Machno.
Siendo no sólo un jefe militar notable, sino también buen agitador, Machno multiplicaba incansablemente los mitines en las numerosas aldeas de la región. Informaba sobre las tareas actuales, sobre la revolución social, sobre la vida en comunidad libre e independiente de los campesinos trabajadores como fin de la insurrección. Redactaba manifiestos y circulares en ese sentido para los campesinos, para los obreros, para los soldados austríacos y alemanes, para los cosacos del Don, del Kuban, etcétera.
Vencer o morir, he aquí lo que importa para los campesinos y obreros de Ucrania en el presente momento histórico. Pero no podemos morir todos; somos muchos; nosotros somos la humanidad. Por consiguiente venceremos. Pero no venceremos para repetir el ejemplo de los años pasados, para poner nuestra suerte en manos de nuevos amos; venceremos para tomar nuestro destino en nuestras manos y organizar según la propia voluntad nuestra vida y nuestra verdad (De uno de los primeros manifiestos de Machno). Así hablaba Machno a las vastas masas campesinas. Pronto se convirtió en el eje de unión de las fuerzas rebeldes. En casi todas las aldeas, los campesinos crearon grupos locales clandestinos. Se unían a Machno, lo sostenían en todas sus empresas, seguían sus consejos y disposiciones.
Los destacamentos de guerrilleros -los que existían ya y los que se formaban luego- se asociaban al grupo de Machno en busca de unidad de acción. La necesidad de esa unidad, así como de un comando general, era reconocida por todos los guerrilleros revolucionarios. Y todos opinaban que esa unidad se realizaría del mejor modo en la persona de Machno. Esa fue también la opinión de muchos grandes destacamentos independientes, tales como el de Kurilenko (que operaba en la región de Berdiansk), el de Stchuss, el de Petrenko-Platonoff (en las regiones de Divribka y de Grichino). Todos se unieron por propia voluntad al destacamento de Machno. La unificación de los destacamentos de guerrilleros de la Ucrania meridional en un solo ejército rebelde se hizo pues de un modo natural, por la fuerza de las cosas y por la voluntad de las masas.
En la misma época, en el mes de setiembre de 1918, Machno recibió el sobrenombre de Batko (padre), que significa guía general de la insurrección de Ucrania. Esto tuvo lugar en las circunstancias siguientes. Los terratenientes refugiados en grandes centros, los campesinos ricos, los kulaks y las autoridades alemanas decidieron aniquilar, costase lo que costase, a Machno y a su destacamento. Los terratenientes crearon una división especial de voluntarios -con sus hijos y los de los kulaks- para la lucha decisiva contra Machno. El 30 de setiembre ese destacamento, socorrido por los austro alemanes, cercó a Machno en la región de la Gran Mikailovka (o sea Divrivki), colocando fuertes divisiones en todos los caminos. Machno se encontraba en ese momento en compañía de 30 guerrilleros y no disponía más que de una sola ametralladora. Fue obligado a batirse en retirada, esquivando numerosos enemigos. Llevado así al fuerte de Divrivki, Machno cayó en una situación extremadamente difícil. Las rutas de retirada estaban todas ocupadas por el enemigo. Era imposible pasar por ningún lugar. Ahora bien, los camaradas de Machno, así como el mismo Machno, consideraron que estaba por encima de su dignidad de revolucionarios el salvarse individualmente. Por lo demás, nadie habría consentido en abandonar a su jefe para salvarse. Después de alguna reflexión, Machno decidió emprender la ruta hacia la Gran Mikailovka (Divrivki) y hacer una tentativa de apoderarse de ella. A la salida del bosque, los guerrilleros se encontraron con campesinos que iban a prevenirles que las fuerzas enemigas se encontraban en Divrivki y que era preciso apresurarse a pasar por otra parte. Estas noticias no detuvieron a Machno ni a sus amigos. A pesar de las palabras de los campesinos que intentaban retenerlos, se dirigieron hacia la Gran Mikallovka. Cerca ya de la aldea, Machno, con algunos de sus camaradas, fue a efectuar el reconocimiento. Vio en la plaza de la iglesia el gran campamento del enemigo, decenas de ametralladoras, centenares de caballos ensillados y grupos de jinetes. Los campesinos les dijeron que había allí un batallón de austríacos y un destacamento especial de terratenientes. La retirada era imposible. Entonces Machno, con su firmeza y su espíritu de decisión característico dijo a sus compañeros: ¡Y bien, amigos míos! Debemos estar dispuestos a morir todos aquí mismo... El momento era grave, los hombres estaban llenos de arrojo y de resolución. Nadie veía más que un solo camino ante sí: el que llevaba hacia el enemigo que tenía delante. Treinta personas contra varios miles de hombres bien armados. Todos comprendían que eso significaba para ellos la muerte segura. Todos enmudecieron, pero ninguno perdió el valor.
En ese momento uno de los guerrilleros, Stchuss, se dirigió a Machno y le dijo:
Desde ahora tú serás nuestro batko y juramos morir contigo en las filas de los rebeldes.
Todo el destacamento juró entonces no separarse más de las filas de los insurrectos y considerar a Machno como padre (batko) común de toda la insurrección revolucionaria. Y se prepararon al ataque. Stchuss, con 6 o 7 hombres, fue encargado de ir por un lado y dividir por el flanco al enemigo. Machno, con los demás, lo atacó de frente. Con un hurra formidable, los guerrilleros se lanzaron impetuosamente contra el enemigo y cayeron de repente sobre su centro mismo, empleando el sable, el fusil y el revólver.
El ataque produjo un efecto terrible. El enemigo, que no esperaba algo semejante, fue derrotado a los primeros disparos y se dio a la fuga, salvándose en grupos o individualmente, abandonando armas, ametralladoras y caballos. Sin dejarles tiempo para reaccionar, medir las fuerzas de los atacantes y pasar al contraataque, los machnovistas persiguieron a los fugitivos en grupos separados, sableándolos en pleno galope. Una parte del destacamento de los terratenientes fue arrojado hasta la orilla del Voltchia, donde sus componentes fueron ahogados por los campesinos que habían acudido al campo de batalla. La derrota del enemigo fue completa.
Los campesinos de la región y los destacamentos de los rebeldes revolucionarios llegados de todas partes aclamaron triunfalmente a los héroes. Adoptaron por unanimidad la proclamación de Machno como padre de los rebeldes revolucionarios de Ucrania.
Dos días después de estos acontecimientos, la Gran Mikailovka fue atacada por las tropas austroalemanas y por destacamentos de terratenientes y de kulaks de toda la región. El 5 de octubre, las tropas alemanas bombardearon el pueblo con violento fuego de artillería y cuando estuvo destruido por los obuses, entraron las columnas de infantería. Hubo ejecuciones y prendieron fuego al pueblo. La Gran Mikailovka ardió por dos días, durante los cuales las tropas alemanas y los kulaks procedieron furiosamente contra la población campesina pobre.
Este hecho favoreció más aún la unión de los campesinos de la región y los volvió conscientes desde el punto de vista revolucionario.
Ciertamente, las grandes masas, el grueso de los habitantes de las aldeas, no formaban parte de los destacamentos guerrilleros, pero estaban sin embargo estrechamente ligadas a éstos. Los proveían de víveres, caballos, forraje; les llevaban, en caso de necesidad, el alimento al bosque, recogían y trasmitían informes sobre los movimientos del enemigo. En ocasiones, las grandes masas campesinas se unían a los guerrilleros para realizar alguna acción revolucionaria, combatían a su lado, durante dos o tres días y luego volvían a los campos.
Un ejemplo típico de estas acciones fue la toma de Gulai-Polé por los guerrilleros, casi la víspera de la caída del hetman y de la disgregación de las tropas austroalemanas. Machno, con un pequeño destacamento, ocupó Gulai-Polé. Entonces los austríacos, acampados en Pologui enviaron tropas a ese lugar. No habiendo llegado durante el día ningún refuerzo, Machno debió retirarse. Pero por la noche algunos centenares de campesinos que habitaban Gulai-Polé fueron en su ayuda. Volvió a tomar la ciudad y pudo hacer frente a las tropas austríacas. Al despuntar el día los campesinos volvieron a sus casas, temiendo ser denunciados por algún vecino que hubiese podido verlos entre los guerrilleros. Por todo el día Machno debió, pues, abandonar el pueblo, dada la superioridad numérica del enemigo. Por la noche volvió a la ofensiva, advertido por los campesinos de que irían en su ayuda al oscurecer. Volvió a ocupar la población y expulsó a los austríacos. Las acciones continuaron tres o cuatro días, hasta que Gulai-Polé pasó definitivamente a manos de los campesinos insurrectos.
Una unión semejante entre las masas proletarias y los destacamentos de Machno existía en todas partes. Esto tenía importancia, pues permitía a los grupos revolucionarios familiarizarse con las características de un movimiento campesino general.
CAPÍTULO IV
LA CAÍDA DEL HETMAN - LA PETLUROVSCHINA - EL BOLCHEVISMO
La contrarrevolución de los terratenientes en Ucrania, personificada por el hetman, era indudablemente artificial, implantada por la fuerza del imperialismo alemán y austríaco. Los terratenientes y los capitalistas ucranianos no habrían podido mantenerse un solo día en ese año de tempestad de 1918 si no hubiesen sido sostenidos por la fuerza militar del ejército alemán. Según un cálculo aproximativo no había menos de medio millón de soldados austroalemanes y magyares en Ucrania. Quizás más. Esa enorme cantidad de hombres estaba distribuida por todo el país, y especialmente por las regiones más revolucionarias y agitadas. Desde el primer día de la ocupación, todas las tropas se pusieron al servicio de los intereses de la contrarrevolución y se condujeron frente a los campesinos laboriosos como conquistadores en país conquistado.
Por consiguiente, durante el período de la contrarrevolución, los campesinos ucranianos debieron luchar, no solamente contra ella, sino también contra la masa de las tropas austro-alemanas. A pesar de este último apoyo, la reacción no pudo, sin embargo, sostenerse y al acentuarse la insurrección de los campesinos se debilitó definitivamente. Se debilitaron también las tropas austroalemanas, continuamente irritadas por la insurrección campesina. Cuando tales tropas, por una parte completamente desorientadas por la insurrección, y debido a los vaivenes políticos de Austria y Alemania, por otra, fueron retiradas, la reacción ucraniana quedó suspendida en el aire. Sus días estaban contados. Su debilidad y su cobardía eran tales que no intentó siquiera una resistencia. El hetman huyó a través de las zonas menos amenazadas por la insurrección de los campesinos, hacia donde fue llamado por el imperialismo alemán. En cuanto a los terratenientes, huyeron mucho antes que el hetman.
A partir de ese momento, tres fuerzas sociales fundamentales, pero absolutamente diferentes, comenzaron a obrar en Ucrania -la petlurovstchina, el bolchevismo y el machnovismo-. En poco tiempo cada una de ellas estuvo en término de enemistad irreconciliable frente a las otras dos. Para caracterizar mejor al movimiento machnovista, diremos antes algunas palabras sobre el espíritu de clase y la naturaleza social de la petlurovstchina. Este era un movimiento de la burguesía nacional ucraniana, que trataba de establecer su dominación política y económica en el país. La república francesa o la suiza eran poco más o menos su modelo de organización del Estado. El movimiento no era de ningún modo social, sino exclusivamente político y nacionalista. Las promesas de mejoramiento de la existencia social de los trabajadores -promesas que encontramos en el programa de Petlura- no constituían en el fondo más que un tributo a la época revolucionaria, una bandera que facilita la llegada al fin propuesto.
Desde los primeros días de la revolución de marzo de 1917, surgió ante la burguesía liberal ucraniana el problema de la separación y de la autonomía nacional. Los vastos círculos de campesinos ricos, la intelligentzia liberal, la fracción instruida del pueblo ucraniano en general, se agruparon alrededor de esa idea, creando un movimiento nacional autonomista. Desde el principio los dirigentes concedieron gran importancia a las masas de soldados ucranianos que se encontraban en el frente y en la retaguardia. Se procedió a su organización sobre una base nacional, en regimientos ucranianos especiales.
En mayo de 1917 el movimiento organizó un congreso militar que eligió un comité general, el cual sería el organismo director del movimiento. Más tarde, ese comité se convirtió en la rada (consejo). Luego, en noviembre de 1917, en el congreso panucraniano fue formada una Rada central y ratificada en calidad de parlamento de la República Decrática Ucraniana. Y, en fin, un mes más tarde, por un universal (manifiesto) de esa rada se proclamó la independencia y la autonomía de la República Democrática Ucraniana. Así, mientras el poder de Kerensky actuaba en la Gran Rusia, en Ucrania se formó un nuevo Estado y comenzó a consolidarse en el país una nueva fuerza dominante. Esta era justamente la petlurovstchina, denominación procedente del nombre de Simeón Petlura, uno de los dirigentes más activos del movimiento.
El desarrollo y la consolidación en Ucrania de la Petlurovstchina como fuerza estatal, fue un golpe para el bolchevismo, que ya se había hecho cargo del poder en la Gran Rusia y quería extender su dominación por Ucrania. La situación de los bolcheviques en la Gran Rusia habría sido bastante difícil sin Ucrania. Por esto los bolcheviques enviaron rápidamente sus tropas hacia Kiev. Desde el 11 al 25 de enero de 1918, Kiev asistió a una lucha encarnizada entre los partidarios de Petlura y los bolcheviques. El 25 de enero estos últimos se apoderaron de la ciudad y comenzaron a extender su poder sobre toda Ucrania. El gobierno de Petlura y los agentes políticos del movimiento se retiraron a la parte occidental del país y protestaron desde allí contra la ocupación de Ucrania por los bolcheviques.
Sin embargo, está vez los bolcheviques no permanecieron mucho tiempo en Ucrania, dos a cinco meses a lo sumo. En marzo y abril de 1918 se retiraron á la Gran Rusia, dejando el campo libre al ejército de ocupación austroalemán. Los partidarios de Petlura aprovecharon de inmediato. Su gobierno, representado por la rada central y el gabinete de ministros, volvió a Kiev y ocupó su puesto. Esta vez la República no se llamó democrática, sino República Nacional Ucraniana. Claro está, el gobierno se apoyaba, ante todo, como cualquier gobierno, en las tropas, y no se preocupó al entrar en Kiev de preguntar al pueblo si tenía necesidad de él o no. Aprovechó simplemente la ocasión y entró en el país declarándose gobierno nacional. Lo protegía la fuerza de sus bayonetas. Pero tampoco esta vez los petlurovtzi consiguieron permanecer largo tiempo en el poder. Para las autoridades austroalemanas, era mucho más ventajoso negociar con los antiguos señores de Ucrania -los generales y los terratenientes- que con los partidarios de Petlura. Apoyándose en sus fuerzas militares desalojaron al gobierno republicano de Petlura y lo reemplazaron por la autoridad absoluta del hetman Skoropadsky. Desde ese momento, las fuerzas de la reacción (de los terratenientes y de los generales) se instalaron en Ucrania. Los partidarios de Petlura adoptaron frente a esta reacción una actitud políticamente revolucionaria. Aguardaban su derrumbamiento para reconquistar el poder. Petlura mismo estuvo preso un tiempo y debió abandonar luego la lucha política. Pero el fin de la contrarrevolución del hetman estaba próximo; su desintegración, provocada sobre todo por los golpes formidables de la insurrección general de los campesinos se anunciaba ya. Comprendiéndolo, los petlurovtzi, aun sin esperar la caída definitiva del hetman, comenzaron a organizar sus fuerzas en diversos puntos de Ucrania, y a reunir tropas. Las circunstancias les eran extremadamente favorables. Los campesinos estaban en estado de rebelión y centenares de millares de insurrectos no esperaban más que el primer llamado para marchar contra el poder del hetman. Este se encontraba todavía en Kiev cuando gran número de ciudades de Ucrania había pasado a manos de los partidarios de Petlura. Allí, precisamente, se había constituido el nuevo órgano central del poder de Petlura -el directorio-. Los petlurovtzi se apresuraban a extender y afirmar su poder por todo el país, aprovechando la ausencia de otros grupos políticos, especialmente los bolcheviques. En diciembre de 1918, Skoropadsky huyó y el directorio de Petlura, con Petlura a la cabeza y otros miembros del gobierno de la República nacional, entró en Kiev.
El pueblo reaccionó con entusiasmo. Los petlurovtzi intentaron copar ese entusiasmo y presentarse como luchadores y héroes nacionales. En poco tiempo su poder se extendió sobre la mayor parte de Ucrania. Aunque en el sur, en la región del movimiento de los campesinos machnovistas, no tuvieron éxito y chocaron con una resistencia seria, sufriendo a veces duros golpes, en todos los grandes centros los partidarios de Petlura triunfaban y desplegaban su estandarte. La dominación de la burguesía autonomista parecía ésta vez asegurada. Pero no era más que una ilusión.
El nuevo poder no había tenido tiempo de organizarse sólidamente cuando comenzó la desintegración a su alrededor, provocada por los intereses contradictorios de las clases sociales. Los millones de campesinos y de obreros que en el momento de la caída del hetman se encontraban en el círculo de influencia y de dirección de los petlurovtzi, comenzaron a salir en masa de las filas de Petlura; buscaban otro apoyo a sus intereses y a sus aspiraciones. La mayoría se dispersó por las ciudades y las aldeas y adoptó una actitud hostil frente al nuevo poder. Otros se unieron a los destacamentos rebeldes de los machnovistas. Los petlurovtzi se encontraron tan rápidamente desarmados como se habían armado. Sus ideas de autonomía burguesa, de unidad nacional burguesa, no se mantuvieron más que algunas horas en el pueblo revolucionario. El impulso incontenible de la revolución popular redujo las falsas ideas y colocó a sus defensores en situación de impotencia. Y al mismo tiempo, el bolchevismo militante, experto en medios de agitación de clase y penetrado de la firme decisión de apoderarse del poder en Ucrania, se acercaba rápidamente al norte. Un mes después de la entrada del directorio de Petlura en Kiev, las tropas bolcheviques entraban en esa ciudad. Desde entonces el poder de estos últimos se estableció en la mayor parte de Ucrania.
Hemos dicho ya en el primer capítulo que la llamada edificación socialista, el aparato soviético estatal y gubernamental, las nuevas relaciones sociales y políticas, en una palabra, todo lo que se realizó en la revolución rusa por obra del bolchevismo, no fue otra cosa que la realización de los intereses vitales de la democracia socialista, ni tuvo otro objeto que instalar su dominación de clase en el país. Los campesinos y obreros, cuyo nombre fue tantas veces invocado en el curso de la revolución, no fueron más que el puente a través del cual llegó al poder una nueva clase, el cuarto Estado.
Desde la época de la revolución de 1905 esa clase venía sufriendo derrotas. Quería apropiarse de la dirección del movimiento obrero y realizar luego sus ideas sirviéndose de los medios políticos normales, en primer lugar por medio del programa mínimo bien conocido. Se proponía derribar primero al zarismo e instaurar el régimen republicano. Se debía luego proceder a la conquista del poder del Estado por la vía parlamentaria, como lo hacen los demócratas en los Estados de la Europa occidental y en América. Se sabe que los planes de los demócratas fracasaron completamente en Rusia en 1905, pues no contaron con el apoyo necesario de los obreros y los campesinos. Algunos encuentran la explicación de la derrota de la revolución de 1905 en la fuerza poderosa y brutal del zarismo. Pero esa es una explicación errónea. Las causas de esa derrota son mucho más profundas, son el carácter mismo de la revolución.
En 1900-1903 una serie de huelgas económicas se desencadenó en el sur de Rusia, después en el norte y en otras partes del país. Al principio ese movimiento no había formulado claramente sus fines; no obstante, su carácter social y su espíritu de clase se reveló bien pronto. La social democracia entró en ese movimiento desde afuera y se esforzó por encaminarlo al plano de la lucha puramente política. Sus partidos, ejemplarmente organizados, invadieron el campo entero con la prédica política, y lograron borrar del movimiento todas las consignas sociales y reemplazarlas por las políticas de la democracia. Inspirada en estas últimas se produjo la revolución de 1905.
Pero ciertamente la revolución fracasó porque fue dirigida por palabras de orden político, extrañas al pueblo. Excluyendo de la revolución el programa social de los trabajadores, la democracia le quitó el poderoso ímpetu revolucionario del pueblo. La revolución de 1905 fracasó, no porque el zarismo fuera poderoso, sino porque, debido a su carácter netamente político, no alcanzó a sublevar a la masa. No se sublevó más que una parte del proletariado de las ciudades. La gran masa de los campesinos apenas fue conmovida. El zarismo, que había comenzado a hacer concesiones, se repuso rápidamente tan pronto como comprendió la situación, y aplastó esa revolución de medias tintas. La democracia revolucionaria que la había guiado se refugió en el extranjero.
La experiencia de la derrota fue sanamente aprovechada por el ala izquierda de la democracia, el bolchevismo. Los bolcheviques comprendieron que no debían pensar en una revolución puramente política en Rusia, que las masas trabajadoras poseían un claro sentido del problema social. Y concluyeron que una revolución no podía concebirse en Rusia más que como un movimiento social de obreros y campesinos, que tendiese a derribar el régimen político y económico del Estado actual. La guerra imperialista de 1914-1917 no hizo más que acentuar y fortificar esa tendencia de la revolución. La guerra, descubriendo la verdadera fisonomía de la democracia, mostró que ésta y la monarquía se equivalen; una y otra se manifestaron claramente como sistemas de opresión al pueblo. Si antes de la guerra en Rusia no había condiciones para una revolución puramente política, después tal idea resultaba inconcebible.
Desde hacía mucho tiempo una línea de fuego había atravesado el mundo entero, dividiendo la sociedad contemporánea en dos campos enemigos, el capital y el trabajo, y borrando las diferencias políticas de los diversos Estados explotadores. La idea que anima a las masas desde que dirigen sus miradas hacia la revolución es el aniquilamiento del capital -base de la esclavitud-. Son indiferentes ante las revoluciones políticas de otro tiempo. Este es el aspecto real de las cosas en Rusia. Lo mismo sucede en la Europa occidental y en América. No tenerlo en cuenta significa quedar relegado en la vida.
El bolchevismo, comprendiendo este aspecto de la realidad, rehizo pronto su programa político. Entrevió la revolución futura de las masas en Rusia como una revolución dirigida contra las bases de la sociedad moderna: el capital agrario, industrial y comercial. Vio que la clase de los propietarios de las ciudades y del campo sería destruida y sacó de ello sus conclusiones; si es inevitable en Rusia una poderosa explosión social, entonces la democracia deberá realizar su tarea histórica sobre el terreno mismo de esa explosión. Deberá aprovecharse y disponer de las fuerzas revolucionarias del pueblo, ponerse a su cabeza para derrocar la burguesía, apoderarse del Estado y asentar su dominación sobre los fundamentos del socialismo de Estado. Es lo que el bolchevismo realizó con éxito durante el movimiento de las masas antes de octubre y durante las jornadas de octubre. Toda su actividad ulterior en el curso de la revolución rusa no será más que la realización de los detalles de la dominación estatal de la democracia.
Indudablemente el bolchevismo es un fenómeno histórico de la vida rusa e internacional. Es la expresión de un tipo, no sólo social, sino también sicológico. Produjo un grupo de personajes tenaces, autoritarios, extraños a todo sentimentalismo social o moral, dispuestos a usar todos los medios, para triunfar. Surgió de sus filas un líder que era digno de aquellos hombres. Lenin no es sólo el dirigente de un partido: es -lo que tiene más importancia- el modelo de un tipo determinado de hombres. En él ese tipo humano halló su personificación más acabada y según ese modelo se hizo la selección y la agrupación de las fuerzas combativas y ofensivas de la democracia del mundo entero. El rasgo sicológico saliente del bolchevismo es la afirmación de su voluntad por medio de la represión de la voluntad de los demás; la anulación de toda individualidad hasta convertirla en un objeto inanimado. No es difícil reconocer en estos rasgos la antigua especie de los señores en la sociedad humana. Y en efecto, el bolchevismo se manifiesta en toda la revolución rusa exclusivamente por gestos autoritarios. Le falta lo que constituirá el rasgo esencial de la verdadera revolución social futura: el deseo desinteresado de trabajar, de trabajar sin tregua, hasta olvidarse de sí mismo, por el bien del pueblo. Todos los esfuerzos del bolchevismo, a veces enormes y perseverantes, se limitaron ala creación de órganos de poder que no representan ante el pueblo más que amenazas y órdenes de los antiguos señores.
Examinemos los cambios introducidos por el bolchevismo, conforme a su ideología comunista, en la vida de obreros y campesinos.
La nacionalización de la industria, de las tierras, de las viviendas en las ciudades, del comercio y el derecho a voto para los obreros y los campesinos, son las bases del comunismo bolchevique puro. En realidad la nacionalización culminó en una estatización absoluta de todas las formas de la vida del pueblo. No solamente la industria, los medios de transporte, la instrucción, los órganos de aprovisionamiento, etc., se convirtieron en propiedad del Estado: la clase obrera, cada obrero en particular; su trabajo y su energía, las organizaciones profesionales y cooperativas de campesinos y obreros, todo fue estatizado. El Estado es todo, el obrero no es nada; tal es el precepto fundamental del bolchevismo. Ahora bien, el Estado es representado por sus funcionarios, y ellos lo son todo, la clase obrera no es nada.
La nacionalización de la industria, al arrancar a los obreros de las manos de los capitalistas privados, los entregó en las manos más implacables de un único capitalista, presente en todas partes, el Estado. Las relaciones entre los obreros y este nuevo patrón son las mismas que existían antes entre el trabajo y el capital, con la diferencia de que el Estado no solamente explota a los trabajadores, sino que los castiga también, porque reúne en sí las dos funciones, la explotación y la punición. La condición del trabajo asalariado no ha cambiado; ha tomado solamente el carácter de un deber hacia el Estado. Las uniones profesionales perdieron todos los derechos y fueron transformados en órganos de vigilancia policial de la masa trabajadora. El establecimiento de las tarifas, la dimensión del salario, el derecho a emplear y a despedir a los obreros, la gestión general de las empresas, su organización exterior, etcétera, todo es supervisado por el partido, sus órganos o sus agentes. En cuanto a las uniones profesionales en todos los dominios de la producción su actuación es puramente formal; deben poner sus firmas en los decretos del partido, que no pueden ser revocados ni cambiados.
Es claro que esto no es sino una simple sustitución del capitalismo privado por un capitalismo de Estado. La nacionalización comunista de la industria representa un nuevo tipo de relaciones en la producción, según el cual la sujeción económica de la clase obrera es mantenida por un solo puño, el Estado. Es evidente que de esta manera no mejorará la situación de la clase obrera. El trabajo obligatorio (para los obreros, claro está) y su militarización es el verdadero espíritu de la fábrica nacionalizada. Citemos un ejemplo. En el mes de agosto de 1918, los obreros de la antigua manufactura Prokorof de Moscú se agitaron y amenazaron con rebelarse a consecuencia de los bajos salarios y de un régimen policial establecido en la fábrica. Organizaron, en la fábrica misma, varias reuniones, expulsaron al comité de fábrica (que no era más que una sección del partido) y tomaron en calidad de pago una pequeña parte de la manufactura producida. Los miembros del comité central de la unión de obreros textiles -después de que los obreros se rehusaron a tratar con ellos- decidieron así: la conducta de los obreros de la manufactura de Prokorof es una sombra en el prestigio del poder soviético; toda acción ulterior de esos obreros había difamado a las autoridades soviéticas ante los obreros de otros establecimientos; eso es inadmisible. Por consiguiente la fábrica debe ser cerrada y los obreros despedidos; debe establecerse una comisión para crear en la fábrica un régimen firme; después de lo cual habrá que reclutar nuevos cuadros de obreros. Así fue. Nos preguntamos, ¿quiénes eran esos hombres para decidir tan libremente la suerte de millares de obreros? ¿La masa los había elegido y les había otorgado ese poder? De ningún modo. El partido los nombró y ésa era toda su potencia. El ejemplo citado está lejos de ser único; se podrían citar millares de ellos, en los cuales se refleja la situación verdadera de la clase obrera en la industria nacionalizada.
¿Qué es lo que resta, pues, a los obreros y a sus organizaciones? El exiguo derecho de votar por tal o cual diputado a los soviets, enteramente sometido al partido.
La situación de los trabajadores del campo es todavía peor. Los campesinos disfrutan de las tierras de los terratenientes, de los príncipes, de todos los antiguos propietarios. Pero fue la revolución y no el poder comunista quien les procuró esos bienes. Durante decenas de años los campesinos habían aspirado a la posesión de la tierra y en 1917 se apoderaron de ella mucho antes de que el poder soviético se hubiese formado. Si el bolchevismo marchó de acuerdo con los campesinos en la obra de confiscación de las tierras de los terratenientes, es porque no había otros medios a su disposición para vencer a la burguesía terrateniente. Pero esto no significaba en manera alguna que el futuro poder comunista tuviera la intención de dar la tierra a los campesinos. La verdad es la contrario. Su ideal es la organización de una sola industria agrícola perteneciente a un solo dueño, el Estado. Las propiedades agrícolas soviéticas cultivadas por obreros y campesinos asalariados es el modelo de acuerdo con el cual busca el poder comunista organizar la agricultura del Estado en todo el país. Los líderes del bolchevismo anunciaron estas ideas de una manera clara tiempo después de los primeros días de revolución. En el número 13 de la Internacional comunista, principalmente en la resolución sobre la cuestión agraria (edición rusa, págs. 2435-2445), han sido dadas indicaciones detalladas sobre la organización de una agricultura de Estado en el sentido expresado. En la misma resolución se dice que es preciso proceder a la organización de la agricultura colectiva (es decir, estatal-capitalista) gradualmente y con la mayor prudencia. Es natural. La transformación brusca de las decenas de millones de campesinos libres e independientes en asalariados del Estado provocaría una reacción capaz de llevar a una catástrofe al Estado comunista. En realidad, toda la actividad del poder comunista en el campo se limitó a la exportación forzada de víveres y materias primas y a la lucha contra los movimientos campesinos que se oponían a ella.
Los derechos políticos de los campesinos se reducen a la creación obligatoria de los soviets (de aldea y de distrito), enteramente sometidos al partido. Los campesinos no tienen otros derechos. Los millones de campesinos de cualquier provincia puestos en uno de los platillos de la balanza, tendrán siempre menos peso que el comité departamental del partido. En suma, se comprueba una ausencia total de todo derecho para los campesinos.
El aparato estatal soviético está organizado en tal forma que todos los hilos conductores se encuentran en manos de la democracia, que se autodefine como la vanguardia del proletariado. Cualquiera que sea el dominio de la administración del Estado, en todas partes hallamos los puestos principales ocupados invariablemente por el mismo personaje, el demócrata omnipresente.
¿Quién dirige todos los periódicos, las revistas y las demás publicaciones? Son siempre políticos, gentes que proceden del ambiente privilegiado de la democracia.
¿Quiénes son los autores y redactores de las publicaciones centrales, que pretenden guiar al proletariado del mundo entero, tales como Izvestia, del comité ejecutivo central de toda Rusia; La Internacional comunista, o bien el órgano del comité central del partido? Son exclusivamente grupos de la intelligentzia democrática escogidos cuidadosamente.
¿Quién, en fin, se encuentra a la cabeza de los órganos políticos creados como su denominación misma demuestra no por las necesidades de la labor, sino por las de la política de dominación? ¿En qué manos se encuentra el comité central del partido, el consejo de los comisarios del pueblo, el comité ejecutivo central panruso, etc.? En manos de los que han sido educados en la política, lejos del trabajo, y para quienes el nombre de proletariado significa lo que para un pope incrédulo el nombre de Dios. Igualmente, se encuentran en sus manos todos los órganos de la vida económica del país, desde el consejo económico nacional hasta los centros de menor importancia.
Vemos, pues, que todo el grupo de la social democracia ocupa en el Estado los puestos más importantes. En la historia de la humanidad no existe el ejemplo de un grupo social determinado, que teniendo sus propios intereses de clase y su orientación particular, se haya acercado a los trabajadores con la intención de ayudarlos. Estos grupos van al pueblo sólo para someterlo. El grupo de la democracia no es una excepción a esta regla general. Por el contrario, la confirma del modo más completo.
Si algunos puestos importantes del Estado comunista se encuentran ocupados por obreros, ello es también de utilidad para el régimen, le confieren la ilusión de una naturaleza popular y sirve para la dominación de la democracia socialista. La actuación de estos obreros en la mayoría de los casos se reduce a la simple ejecución de órdenes. Además gozan de privilegios a expensas de la masa obrera sometida. Y esos obreros son escogidos entre los llamados conscientes, es decir, entre los que aceptan sin crítica los principios del marxismo y de la intelligentzia socialista.
En el Estado comunista, los obreros y los campesinos están sometidos desde el punto de vista social, explotados desde el punto de vista económico, desprovistos de todo derecho desde el punto de vista político. Pero esto no es todo. Al poner el pie en la vía de la estatización general, el bolchevismo debía extinguir también, inevitablemente, la vida espiritual de los trabajadores. Y en efecto, sería difícil encontrar otro país en el que el pensamiento de los trabajadores sea oprimido tan completamente como lo es en el Estado comunista. Con el pretexto de luchar contra las ideas burguesas y contrarrevolucionarias, la prensa que no profesaba las ideas comunistas fue suprimida, aunque su publicación estuviese sostenida por masas proletarias. Nadie puede enunciar sus ideas en alta voz. De la misma manera que había regulado la vida económica y social del país de acuerdo a su criterio, el bolchevismo encerró la vida espiritual del pueblo en los cuadros de ese mismo programa. El campo lleno de vida del pensamiento y de la iniciativa populares se transformó en cuartel de adoctrinamiento. El pensamiento y el alma del proletariado fueron encerrados en la escuela del partido. Todo deseo de ver más allá de los muros de esa escuela fue proclamado perjudicial y contrarrevolucionario.
Pero eso no es todo. No se podía falsear el sentido y las perspectivas de la revolución, como la hizo el bolchevismo con su dictadura, sin que se levantasen protestas de las masas expresando su disconformidad. Sin embargo estas protestas no condujeron al debilitamiento de la opresión política sino más bien a su fortalecimiento. Se inició un largo período de terror que transformó a toda Rusia en una inmensa prisión, donde el miedo se hizo una virtud y la mentira un deber. Aplastados por la opresión política, aterrorizados, todos mienten, no sólo los adultos, también los jóvenes, los adolescentes, los escolares.
Ahora bien, -¿cómo se explica en el Estado comunista esta situación social, política y moral?- ¿La democracia socialista es peor que la burguesía capitalista que la precedió? ¿Y es posible que ni siquiera conceda las libertades ilusorias con cuya ayuda las burguesías de Europa y América salvan la apariencia del equilibrio en sus Estados? La cosa es otra. Aunque la democracia es una clase aparte, hasta el último momento ha sido materialmente pobre, casi indigente. Es por eso que no pudo, desde los primeros días de su actividad política hallar en sí la unidad y la universalidad de que disfrutan las clases dominantes por su situación material privilegiada. La democracia no ha podido, al principio, crear más que un destacamento de vanguardia representado por el partido comunista. Durante más de tres años, ese destacamento tuvo que satisfacer las necesidades de la obra de edificación del nuevo Estado. No teniendo apoyo natural en ninguna de las clases de la sociedad actual -ni en los obreros, ni en los campesinos, ni en la nobleza, ni en la burguesía (no estando económicamente organizada la democracia misma, no podía contar con ellas)-, el partido comunista recurrió al terror y al régimen de opresión general. Así se explica por qué el poder comunista en Rusia se apresuró a multiplicar y consolidar una nueva burguesía representada por el partido comunista, los altos funcionarios y los cuadros de comando del ejército. Esta burguesía le era indispensable como sostén permanente de clase en su lucha contra las masas trabajadoras.
La estructura comunista estatal que lleva a la esclavitud de los obreros y de los campesinos es explicada por nosotros no por errores y extravíos del bolchevismo, sino por su aspiración consciente al sometimiento de las masas, por su naturaleza esencialmente dominadora y explotadora.
Pero, ¿cómo es que ese grupo extraño y hostil a las masas trabajadoras consiguió imponerse como guía de las fuerzas revolucionarias de esas masas, asumiendo el poder en su nombre y consolidando su dominación?
Las causas son dos, el estado de desorganización en que se encontraban las masas en los días de la revolución y su engaño por las palabras de orden socialistas.
Las organizaciones profesionales obreras y campesinas de antes de 1917 habían quedado atrás en el espíritu revolucionario de los trabajadores. El desborde revolucionario de las masas sobrepasó los límites de esas organizaciones. Obreros y campesinos se encontraron frente a la revolución sin el apoyo necesario de sus organizaciones de clase. Ahora bien, a su lado, con esa masa, existía un partido socialista perfectamente organizado, los bolcheviques. Este partido tuvo participación directa en la destrucción de la burguesía industrial y agraria por los obreros y los campesinos, arrastrando a las masas y asegurándoles que esa revolución sería la revolución social, la última, que llevaría a los oprimidos al socialismo, al comunismo. Las masas, extrañas a toda política, acogieron esas proclamas como evidentes. La participación del partido comunista en la destrucción del régimen capitalista le atrajo gran confianza. La clase de los intelectuales -portadora de los ideales de la democracia- ha sido siempre tan débil y restringida que las masas no supieron nada de su existencia. Por consiguiente, en el momento de la caída de la burguesía, su puesto fue ocupado por el bolchevismo, su dirigente accidental, hábil en demagogia política.
Al explotar las aspiraciones revolucionarias de obreros y campesinos de libertad, igualdad e independencia social, el bolchevismo inspiró hábilmente la idea del poder soviético.
En muchos lugares de la Rusia revolucionaria, los trabajadores interpretaron en los primeros días de octubre la idea del poder soviético como la de la libre disposición de sí mismos, social y económicamente.
Por su energía revolucionaria y la confusión demagógica de las ideas revolucionarias de los trabajadores con su propia idea política y autoritaria, el bolchevismo ganó a las masas y usó ampliamente su confianza.
El error de las masas consistió en que aceptaba las doctrinas del socialismo y del comunismo de un modo simple y en conjunto, como acepta siempre el pueblo las ideas de verdad y de justicia. Sin embargo la verdad en esas doctrinas no era más que una bella promesa que conmovía y exaltaba el alma del pueblo. Lo esencial en ellas era -como en todos los otros sistemas estatales- el acaparamiento y reparto de las fuerzas del pueblo y de los productos de su trabajo entre un grupo de políticos poco numeroso pero bien organizado.