PRÓLOGO
Hay temas que se reiteran en el tiempo. Aparecen y desaparecen de
la escena de acuerdo a cómo operan determinados contextos socio-políticos. Por
ejemplo, la problemática de la libertad, de aquellas formas de organización
social que no la anulan, cómo el desarrollo de éstas asegura determinadas
formas organizativas; la problemática del poder; el papel de la ciencia y la
voluntad humana en las transformaciones sociales; la incidencia efectiva de los
proyectos intencionales que apuntan al cambio de las estructuras fundamentales;
el individuo y lo colectivo; el papel de la Organización política y de los
acontecimientos populares; las formas de reproducción del sistema; las
posibilidades o espacios reales que existen para los cambios; teoría y práctica
política.
Este conjunto de temas ha sido objeto de debate durante mucho tiempo,
es un viejo debate entre las corrientes socialistas: libertarias y
autoritarias. Los que eligieron, de una u otra forma, el Estado como medio
idóneo para el cambio y los que sostuvieron la necesidad de la creación de una
estrategia distinta y de desarrollar nuevas prácticas, valores e instituciones
en relación con los cambios propuestos.
A fines y principios del siglo pasado hubo dos teóricos que
participaron activamente en este debate, por vía de la práctica social y de la
polémica de ideas: Miguel Bakunin y Enrique Malatesta. Son suyos algunos conceptos sobre temas de importancia, que mantienen
aún su vigencia, los que hoy encontrarán en este folleto que entrega Editorial
“Recortes”.
Tenemos hoy que la vieja polémica del campo socialista se
refresca y actualiza, desde fuera otros con aviesas intenciones también
intervienen. La caída del llamado
socialismo real y el papel que han jugado las socialdemocracias ponen en tela
de juicio, cuando no descartan, muchos paradigmas fundamentales sobre los que descansaban
esos proyectos.
Abundan las voces que provienen de los partidarios del sistema
capitalista diciendo que el socialismo es una idea absurda y del pasado, que la
única posibilidad histórica es el sistema existente, en el mejor de los casos
mejorándolo.
No son pocos los que definidos como izquierda aceptan lo
fundamental de esta tesis: el horizonte de acción está dentro del capitalismo,
mejorémoslo lo que sea posible, no hay otra cosa. Las concepciones de ruptura
se descartan y se abraza un episteme evolucionista de tipo darwiniano. Algo así como la historia siendo sinónimo de
“progreso”, como que ella por arte de magia trae en su seno un ascenso
continuado de la mejoría social. Esto transcurre, justamente, en un período en
que a nivel del conocimiento se afirman los conceptos de ruptura y
discontinuidad.
Se regresa, como si nada, y por momentos a nombre de la
modernidad, a teorías cuyo sostén conceptual puede buscarse más bien en las
creencias de principios de siglo. Para renovarse regresan al pasado, a lo que
la historia ya saldó. Están también, es obligatorio decirlo, los que con
honestas y legítimas preocupaciones tratan una puesta al día de teorías y
doctrinas para que la acción resulte más fecunda.
Lo cierto es que el debate, la reflexión sobre la experiencia
vivida en el campo social, especialmente lo referido al socialismo y su
propuesta de nueva civilización superando el ordenamiento capitalista, no
empieza de cero, de ninguna manera. Junto a dogmas que tuvieron más de religión
que de ciencia, ante “leyes” que la historia propinó un irreverente cachetazo,
existen aportes, estudios, experiencias, que arrojan zonas de luz y que tienen
rigor suficiente para ser presentados como referentes y producciones válidas.
Hay una rica cantera de ideas, experimentaciones, propuestas, dentro de la
cultura socialista que mucho nos sigue diciendo en cuanto a ubicar estructuras
de dominación, opresión y explotación y acerca de formas de ruptura
liberalizadora así como formas de organización en libertad con auténtica
participación de la gente.
No es poco el aporte que el socialismo ha volcado acerca del
carácter de las estructuras fundamentales del sistema capitalista, su
reproducción, los símbolos de fantasía que aseguran su permanencia.
Podemos observar hoy síntomas y evidencias que nos hablan de
confusión, de abandono de utopías, de debilitamiento ideológico o de
regresiones desesperadas.
A lo sumo, el futuro se transforma realmente después de la caída
del llamado socialismo real, la actitud de esa “inteligencia” diseminada en el
cuerpo social ha contribuido a crear un imaginario social atado al momento y
con menos esperanzas en un futuro radicalmente distinto.
Lo curioso es que todo esto ocurre al tiempo que el sistema
capitalista, hoy en su versión conservadora neoliberal, muestra como nunca su
fiereza, su bestial inhumanidad, sembrando más pobreza y miseria general en las grandes multitudes
y más riqueza y toda clase de privilegios para unos pocos. Todos esos grandes adelantos científicos que
vemos o nos informan a diario han venido de la mano de este cruel y mezquino
cuadro.
Pero para los pueblos, pese a tanta claudicación y desarme
moral-político, no ha terminado la historia. En diferentes lugares, de distinto
modo, la pelea está presente. Muchas son luchas de nuevo signo.
Otras son los eternos reclamos de justicia y anhelos de una vida mejor
hoy realizados en este nuevo contexto histórico. Luchas que muchas veces buscan
con ansias perspectivas teórico-doctrinarias que permitan su proyección firme y
clara, que reduzcan los campos de incertidumbre. El socialismo tendrá que
seguir siendo el faro de las luchas del presente.
El socialismo ha sido una significación que guarda relación
directa con hechos y acontecimientos de luchas populares por justicia y
condiciones de igualdad y libertad. El socialismo es una producción histórica
vinculada al mundo de la pobreza y contiene las esperanzas de un mundo justo y
libre. Hay quienes plantean que el nombre de socialismo se ha “quemado” que tal
vez convenga en esta nueva etapa buscar otro nombre para aspiraciones y
proyectos tendientes a un mundo mejor.
No se produce de un día para otro una concepción general, un múltiple
y rico universo, como el socialista. Es un complejo producto histórico regado
por infinitos combates y sueños. Con
sus errores, y horrores a su nombre, el
socialismo sigue siendo la herramienta de liberación para los pobres del mundo.
El debate de ideas, la reflexión, el estudio de las nuevas
problemáticas, siempre ha jugado un papel decisivo en el terreno de las
formulaciones y propuestas elaboradas para la acción social. Demás está decir
como mucha acción social precedió a las elaboraciones.
Pero como refiere Foucault sobre la materialidad de la idea,
podríamos decir en cierto sentido que de acuerdo a como se piensen algunos
temas serán determinadas prácticas social-políticas.
Un reclamo de derecho a la vida y al humano placer puede verse
transformado en un “hacé la tuya”, hoy, sacá el provecho que puedas y que cada
cual se arregle.
Repudiando hipócritas dobles morales, reivindicando una vida
natural, más acorde con el sentir, más libre, se pueden ver confusiones que
llevan al rechazo de valores humanos y sociales de auténtica legitimidad. El
reclamo para su persona y su cuerpo puede derivar en feroz individualismo que
resulta de idéntica calidad al monstruoso individualismo burgués.
El rechazo a formas organizativas jerárquicas y de disciplina verticalista puede llegar a
expresarse en rechazo a la organización en sí, a la responsabilidad y la
autodisciplina. Hay mucho de buen contenido en estas nuevas manifestaciones
culturales que han y están emergiendo, pero hoy por hoy gran parte de sus manifestaciones se presentan mezcladas y
distorsionadas.
Si se articulan ideas autoritarias en relación a la propuesta
socialista las formas de organización social que se proponen para el presente y
la reconstrucción futura casi que “están cantadas”. Si se piensa que el espacio
de fantasía que ofrece el sistema, parlamento, elecciones, etc., es real, las prácticas que se realizarán
también “están cantadas”. Si la “firmeza”
de las posturas descansan en el dogmatismo, suficiencia e intolerancia
¿entonces? se descuentan los comportamientos que originará. Porque le damos a
esto la importancia que corresponde, es que hoy volcamos los aportes de estos
dos grandes teóricos. Lejos de nosotros la idea que todo se soluciona con un
regreso, más o menos religioso, a “las fuentes”. Estos teóricos, como tantos
otros, dicen cosas valiosas, sugerentes, dan marcos referenciales, restituyen
vigor, pero al mismo tiempo pertenecen al episteme de su época. Recogiendo
aportes, líneas de trabajo, intenciones, los problemas de nuestro tiempo, mal o
bien, tendremos que resolverlos nosotros.
Pero, eso sí, por momentos podemos observar hasta con asombro,
como temas que hoy son preocupación central ya estuvieron planteados con gran
lucidez mucho tiempo atrás.
Temas tales como: ¿es posible llegar a un socialismo
participativo a través de concepciones y estrategias autoritarias y formas
jerárquicas de organización; el partido, la acción política no tiene un campo
específico para su labor; no resulta negativo reducir el movimiento popular a
la voz de mando del partido; el vanguardismo, de partidos y de grupos, no
articula desde el vamos una acción social debilitante y deformadora; tiene
pertinencia hacer proyectos o estrategias sin tener adecuadamente en cuenta
tiempos y factores intervinientes; lo colectivo no debe respetar en todo
momento los cuerpos humanos que lo componen; procesar cambios profundos en
relación a lo existente no implica simultáneamente creación de métodos y formas
en correspondencia con el propósito; no hay que articular la forma de acción
política de manera tal que respete la especificidad y autonomía de la acción
social popular; durante el proceso de cambio y después de él, no hay
necesariamente una labor de creación de nuevas formas para no caer en la
reproducción de lo anterior sin saberlo o creyendo que se está haciendo algo
distinto?.
También que muchos de los que ayer hablaban de certidumbres, de
ciencia acabada, hoy no quieren rescatar nada y nos remiten a vacíos.
Tenemos así una realidad, no un fantasma, que recorre el mundo
de la acción social-política:
movimientos políticos que hablan de cambio reproduciendo fundamentalmente lo
viejo; gobiernos llamados socialistas organizando paralelos militares como el
caso de España; izquierdas renovadoras que redescubren el reformismo más
inoperante; tesis, «teorías», doctrinas, hoy con nuevo ropaje, que nos remiten
a las prácticas de siempre, a nadar en las descompuestas aguas existentes.
El «no se puede» en teoría y práctica social está
al orden del día. Más que nunca se
habla del arte de lo posible, formulación que contiene especialmente una
semántica despreciativa hacia proyectos, formulaciones o búsquedas encaminados
a procesar cambios de verdad.
En este sentido son claras estas palabras de Malatesta: “La
revolución es la creación de nuevas instituciones, de nuevos agrupamientos, de
nuevas relaciones sociales; la revolución es la destrucción de los privilegios
y de los monopolios; es un nuevo espíritu de justicia, de fraternidad, de
libertad, que debe renovar toda la vida social, elevar el nivel de moral y las
condiciones materiales de las masas”. Corren
tiempos en que elementos de una nueva cultura se expresan en diferentes
campos, especialmente en las nuevas generaciones. Hay en estos segmentos
culturales diferenciados un rechazo creciente a formas autoritarias, a
represiones al cuerpo, a la doble moral, a los hipócritas comportamientos
formales, a reclamar espacios de participación efectiva.
Estos cambios culturales han ido llegando en un marco que los condiciona, confunde y
distorsiona. Muchas de las actitudes positivas se encuentran gran parte de las
veces mezcladas con elementos de signo negativo. Resistencias a esa anulación
de la persona en aras de “abstractos” y manipuladores colectivos se transforman
a veces en comportamientos de descompromiso social y de rechazo a auténticas formas de trabajo colectivo.
Hay circunstancias en que algunas reflexiones de Malatesta
parecen hechas para el presente: “el error fundamental de los anarquistas
adversarios de la organización consiste en creer que no puede haber
organización sin autoridad... la organización, es decir, la asociación con
un fin determinado y con las formas y
medios necesarios para ese fin, resulta algo imprescindible para la vida
social... El hombre no vive en sociedad porque así lo decidió sino porque así
lo exige su naturaleza física, psíquica y espiritual.
La sociedad es, pues, en ese sentido anterior al individuo... He
aquí por qué sociedad y, por tanto, organización no es simplemente sinónimo de
autoridad”. El socialismo libertario que expresan estos dos teóricos y fuertes
militantes revolucionarios sigue teniendo mucho que decir en este debate de
ideas socialistas.
Muchas de sus ideas centrales, algunas veces sin adecuada
sistematización, están en el escenario.
Junto a esas ideas las prácticas sociales y políticas que de ellas se derivan.
Buena parte de las veces algunos de estos conceptos
fundamentales son enunciados formalmente de manera distinta, otras aparecen
como nuevas interrogantes planteadas desde filas de otras corrientes
socialistas sin mención a su existencia
anterior. De todas maneras están ahí y los libertarios tienen sobradas razones
para su participación activa.
Ese acento puesto por el anarquismo en la capacidad realizadora
de los pueblos y la voluntad humana es hoy más necesario que nunca. No es la
ciencia ni la “historia” en sí las que traerán los cambios que la humanidad y
los pobres del mundo, hoy tal vez más pobres que nunca, necesitan.
La acción humana, la acción de los pueblos, con sus aspiraciones
de justicia, sus anhelos de vida digna y libre, siguen siendo, como en todos
los tiempos, los portadores de la esperanza de transformación.
Poniendo a buen servicio la técnica, la ciencia, las teorías más
actualizadas y fecundas, las organizaciones de combate, políticas y sociales
con sus aspiraciones éticas y firme
voluntad tendrán que hacer el nuevo
surco de este tiempo.
La época es difícil para los intereses de los de abajo, para procesar los cambios que se
precisan, sería de necio negarlo. Pero que no canten loas prematuras los
enemigos y los claudicantes. No habrá fin de la resistencia y la esperanza.
Siempre que llovió, paró.
Malatesta.
Biografía.
La vida de Malatesta se entronca con los orígenes del anarquismo
italiano. En 1872 se celebra el Congreso Internacional Socialista
Antiautoritario, allí Malatesta (que abrazó las ideas en 1871, año de la Comuna
de París) conoce a Bakunin. Las relaciones entre ambos fueron estrechas siendo
en algunos casos su secretario. Participa en la Alianza (sociedad secreta
internacional fundada por Bakunin).
Luego empieza a participar activamente en movimientos
insurreccionales siendo preso en varias oportunidades. En 1889 funda “La
Associazione” con intención de fundar un partido internacional anarquista
socialista y revolucionario. En ocasión de celebrarse elecciones en Italia en
1890 publica un manifiesto recomendando la abstención.
En 1897 funda un nuevo periódico “L’ Agitazione” criticando
distintos aspectos de la sociedad italiana (economía, leyes sociales,
tendencias reformistas del movimiento obrero). Sufre embates de la censura y de
la policía, es exiliado en Londres donde sigue manteniendo contacto con Italia y
participa como delegado en un Congreso Internacional Anarquista.
Malatesta funda en 1913 “Volontá” con carácter revolucionario y
de laboratorio de ideas. Aparecieron artículos sobre socialismo,
parlamentarismo, sindicalismo, insurrección y organización anarquista. Por la
época estalló una sublevación popular salvajemente reprimida en Ancona, Italia,
en la que Malatesta participó activamente.
Durante la guerra, exiliado, mantiene una clara posición
antimilitarista. En 1919 funda la “Unión Anarquista Italiana” y un nuevo diario
“Humanidad nueva”. Sufre persecuciones y es encarcelado nuevamente en 1921. Al
salir en libertad vuelve al frente del periódico. En este período, en Italia, el fascismo se va abriendo camino intentando
hacer un cerco en torno a Malatesta. A pesar de estar severamente custodiado,
prácticamente preso en su domicilio, mantiene su labor de resistencia y entre
1921-1926 publica una revista “Pensamiento y voluntad” y manda una serie de
trabajos al extranjero. Se mantiene pendiente de los sucesos de España y
escribe a su amigo Fabri en 1931: “Tengo fiebre por las cosas de España, me
parece que la situación presenta grandes posibilidades, quisiera ir allá, me
enfurece estar encadenado”.
Malatesta muere en 1932. Conjugó pensamiento y acción, siendo
uno de los pensadores que más insistió en la mención de una organización
política anarquista e internacionalista.
Realizó paralelamente una profunda labor agitativa y
periodística siendo un discípulo directo de Bakunin.
La Organización Anarquista.
“Una aversión inconsciente, por lo demás, se le encuentra
incluso en medio de no pocos que se profesan partidarios de la organización,
pero la aceptan sólo como una necesidad de la lucha con el preconcepto de hacer con ello una forzada transacción con el
principio anarquista, y son llevados o a darle poca importancia o a
descuidarla, o bien a aceptarla tal como es la sociedad actual, con sus
defectos autoritarios de casi siempre.
Hay anarquistas que, aun admitiendo que los hombres deben
organizarse para la defensa de sus ideas y de sus intereses, ven siempre en la
organización una autoridad o un peligro de autoridad y por eso la aceptan de
mala gana... y esperan que vendrá un día en que, pudiendo y queriendo cada cual
obrar por sí mismo, no haya necesidad de organización. Nosotros creemos, en
cambio, que la organización no es una necesidad transitoria, una cuestión de
táctica o de oportunidad, sino que, en cambio, es una necesidad inherente a la
sociedad humana, y debe ser considerada por nosotros como una cuestión de
principio. Y creemos que, lejos de haber contradicción entre la idea anarquista
y la idea de organización, la anarquía no puede concebirse sino como la
organización libre, hecha por los
interesados mismos, de todos los intereses comunes.
La necesidad de la organización en la vida social, y casi diría
la sinonimia entre organización y sociedad, es tan evidente que uno se resiste
a creer cómo se le ha podido negar. Sin embargo, el fenómeno tiene su
explicación en la función específica y característica del movimiento anarquista
de oposición radical a la organización
social actual, y en el hecho que los hombres y los partidos están sujetos a
dejarse absorber por la cuestión que más directamente les afecta, olvidando
todas las cuestiones conexas; a mirar más a la forma que a la sustancia; en
fin, a ver las cosas por un solo lado y a perder así la noción de la realidad.
El movimiento anarquista comenzó como reacción contra el
espíritu de autoridad, dominante en la sociedad civilizada, y además en todos
los partidos y en todas las organizaciones obreras, y se ha ido engrosando
simultáneamente con todas las revueltas promovidas contra todas las tendencias
autoritarias y centralizadoras. Era natural, por consiguiente, que muchos
anarquistas estuviesen como hipnotizados por esta lucha contra la autoridad y
que, creyendo, por la influencia de la educación autoritaria recibida, que la
autoridad es el alma de la organización social, para combatir aquéella,
combatiesen y negasen ésta. Y la hipnotización llegó al punto de hacer sostener
cosas verdaderamente increíbles.
Se combatió toda especie de cooperación y de entente,
considerando que la asociación era la antítesis de la anarquía; se sostuvo que,
sin acuerdos, sin obligaciones recíprocas, haciendo cada cual lo que le pasara
por la cabeza sin informarse siquiera de lo que hace el otro, todo habría
armonizado espontáneamente; que anarquía significa que cada hombre debe
bastarse a sí mismo y hacer por sí todo lo que es preciso sin intercambio y sin
trabajo asociado...
Ahora bien, que la organización, es decir, la asociación por un
objetivo determinado y con las formas y los medios necesarios para conseguir
aquel fin, es algo necesario a la vida social, nos parece evidente. El hombre
aislado no puede vivir, ni siquiera la vida de la bestia: es impotente...
Habiendo por eso de unirse con los otros hombres, hallándose también unido a
consecuencia de la evolución anterior de la especie, debe, o bien sufrir la
voluntad de los otros, (ser esclavo) o imponer la voluntad propia a los demás
(ser una autoridad), o vivir con los otros en acuerdo fraterno en vista del
mayor bien de todos (ser un asociado).
Nadie puede eximirse de esta necesidad; y los más excesivos
antiorganizadores no sólo sufren la organización general de la sociedad en que
viven, sino también en los actos voluntarios de su vida, incluso en las
revueltas contra la organización, se unen, se dividen la tarea, se organizan
con aquellos con quienes van de acuerdo y utilizan los medios que la sociedad
pone a su disposición...
Anarquía significa sociedad organizada sin autoridad,
entendiéndose por autoridad la facultad de imponer la propia voluntad y no ya
el hecho inevitable y benéfico que quien mejor entiende y sabe hacer una cosa
consigue hacer aceptar más fácilmente su opinión, y sirve de guía, en aquella
cosa dada, a los menos capaces que él. Según nosotros, la autoridad no sólo no
es necesaria a la organización social, sino que, lejos de beneficiarle, vive sobre ella como parásita, obstruye su
evolución y dirige sus ventajas en provecho especial de una dada clase que
explota y oprime a las otras... Creemos así y por eso somos anarquistas, pues
si creyésemos que no puede haber organización sin autoridad, seríamos
autoritarios, porque preferiríamos aún la autoridad que obstruye y ensombrece
la vida, a la desorganización que la hace imposible”.
Todo esto por lo que se refiere a la organización en general en
la sociedad y a la idea de una futura organización social anarquista. Pero
estos conceptos se aplican también al caso específico de la organización
anarquista, “política” o de “partido”, (como ha sido llamada a veces también
por Malatesta) en la lucha y en la propaganda en el seno de la sociedad actual
y contra ella. Pero es preciso advertir que Malatesta daba a estas palabras,
“política” y “partido”, un sentido que no ha de confundirse con el que les dan
los politicones y los autoritarios.
“Política”, según él, es toda actividad que tiene por objeto
particularmente los organismos políticos, y sobre todo el Estado, sea para
negarlos o combatirlos, la lucha contra el Gobierno, la defensa de la libertad,
etc. Por ejemplo, se llaman hechos políticos también la insurrección, los
atentados contra los jefes de Gobierno, y así sucesivamente; y la palabra es
adoptada, más que otra cosa, para distinguir ciertos hechos de otros de
carácter económico, religioso o científico, etc. “Partido” es, simplemente, el
conjunto de todos aquellos que combaten por un objetivo político-social dado, con
los mismos criterios y acuerdos, independientemente de las formas específicas de organización, y
también de su existencia o no.
Pero en sustancia, sus ideas sobre el argumento no
variaron.
“Admitid posible la existencia de una colectividad organizada
sin autoridad, es decir, sin coacción, -y para los anarquistas es necesario
admitirla, porque de otro modo la anarquía no tendría sentido-, también la
organización anarquista nos parece “útil y necesaria”. Si partido significa el
conjunto de individuos que tienen un objetivo común y se esfuerzan por alcanzar
ese objetivo, es natural que se entiendan, que unan sus fuerzas, se dividan el
trabajo y tomen todas las medidas estimadas aptas para alcanzar aquel objetivo.
Permanecer aislados, obrando o queriendo obrar cada cual por su cuenta sin
entenderse con otros, sin prepararse, sin unir en un haz poderoso las débiles
fuerzas de los individuos, significa condenarse a la impotencia, malgastar la
propia energía en pequeños actos sin eficacia y perder bien pronto la fe en la
meta y caer en la completa inacción.
Algunos anarquistas suelen decir que no son un partido y que no
tienen programa. Tal lenguaje sería comprensible si se tratase de estudiosos
que buscan la verdad sin preocuparse de las aplicaciones prácticas...; ellos
(los estudiosos) quieren conocer, no quieren hacer algo determinado. Pero
anarquía y socialismo no son ciencias: son propósitos, proyectos que
anarquistas y socialistas quieren poner en práctica y que por eso tienen
necesidad de ser formulados en programas determinados... Nosotros entendemos
por partido anarquista el conjunto de aquellos que quieren concurrir a realizar
la anarquía, y que por eso tienen necesidad de fijarse un objetivo a alcanzar y
un camino a recorrer... Por consiguiente, los anarquistas son un partido y tienen un programa, aún
aquellos a quienes estas palabras desagraden.
Cuando una colectividad tiene una necesidad y sus miembros no
saben organizarse espontáneamente por
sí mismos para satisfacerla, surge alguno, una autoridad, que da satisfacción a
aquella necesidad sirviéndose de las fuerzas de todos y dirigiéndolas a su
voluntad... Ved lo que ha ocurrido entre nosotros: cuanto menos organizados
hemos estado mas nos hemos encontrado a merced de algún individuo... La organización,
lejos de creerle a la autoridad, es el único remedio contra ella y el único
medio para que cada uno de nosotros se habitue a tomar parte activa y
consciente en el trabajo colectivo, y cese de ser instrumento pasivo en manos
de los jefes... Una organización, se dice,
supone la obligación de coordinar la propia acción con la de los otros; por
tanto, viola la libertad, traba la iniciativa. A nosotros nos parece que lo que
verdaderamente quita la libertad y hace imposible la iniciativa, es el
aislamiento, porque hace impotentes. La libertad no es el derecho abstracto,
sino la posibilidad de hacer algo: esto es verdad entre nosotros como en la
sociedad en general.
Es en la cooperación de los
otros hombres donde el hombre encuentra los medios para desarrollar su
actividad, su potencia de iniciativa.
En cuanto a las formas de organización anarquista, no puede
menos que tomar las que las circunstancias aconsejan e imponen.
Pueden ser “diversos los criterios con que se formarán los grupos de propaganda y los de acción;
habrá grupos aislados, a los cuales la naturaleza de los hechos que llevan a
cabo no permite comunicar sus secretos sino a personas segurísimas y que pueden
realmente concurrir al éxito de aquellos hechos; como habrá federaciones de
grupos que tendrán existencia pública y sacarán fuerza y eficacia de su
publicidad.
Habrá grupos permanentes y grupos transitorios, que se disuelven
apenas cumplido el acto por el cual se formaron “agrupaciones modificables
según la modificación de las ideas y de los intereses: agrupaciones minúsculas
cuando se trata de intereses transitorios; pero tanto más vastas y duraderas
cuanto más los objetivos a conseguir
son comunes a gran número de personas y requieren el concurso de muchos y son
de carácter permanente...”.
Malatesta daba mucha importancia a la organización “vasta y
duradera”, con criterios orgánicos y formas determinadas, para la propaganda y
la agitación pública. La concebía según la vieja fórmula del individuo libre en
el grupo, del grupo libre en la federación, de la federación libre en la
Internacional, como se decía desde el tiempo de Bakunin.
El individuo no es
obligado a ejecutar los acuerdos que no aprobaba, ni la minoría es obligada
a someterse a la mayoría, a menos que no crea deber uniformarse a ella por
razones superiores por ella misma reconocidas.
Los congresos, utilísimos siempre, especialmente si son hechos a
menudo en lugares diversos, no hacen la ley: son los grupos los que deben
juzgar si han de ejecutar o no las decisiones.
Pero en todo caso, siempre adhesión voluntaria, y no obligada. Y
en nombre de esta concepción libertaria de la organización, más de una vez se
ha opuesto Malatesta no sólo a los adversarios de la organización, sino también
a aquellos partidarios de ella que por exceso de celo, e incluso sin darse
cuenta de ello, han propuesto en alguna ocasión métodos e ideas de organización
en donde descubría defectos, errores o gérmenes de autoritarismo.
Lo importante, para que una organización anarquista sea lo más
anarquista posible, es que todos sus componentes participen en su actividad
directamente, y que la organización sea activa y responda a una necesidad real.
“La experiencia nos enseña que las organizaciones que se hacen
por iniciativa de pocos y sin que la necesidad sentida por muchos la imponga,
con la esperanza que luego se acrecentarán y encontrarán la labor a realizar, o
permanecen estériles o mueren, o bien confunden el medio con el fin, se
convierten en fin de sí mismas y consumen sus fuerzas en inútiles formalidades
y llegan a ser un obstáculo en lugar de una ayuda al movimiento”.
“Deseamos que los grupos anarquistas se multipliquen y se
ensanchen. Hágase una federación, háganse dos, háganse cien: lo importante es
que cada uno halle el ambiente que le conviene, que cada uno pueda trabajar
según sus ideas y su temperamento, y halle
en la asociación no un límite a su libertad, sino el modo de hacer más
eficaz su actuación, más verdadera su libertad... Libertad del individuo en el
grupo y del grupo en la federación..., sí; pero como las palabras son
elásticas, y las fórmulas verbales son siempre más o menos equívocas, es bueno
explicarse. Si alguien se pone en
contradicción con las ideas profesadas, si reclama el derecho de faltar a los
compromisos contraídos, si, por ejemplo, se dice abstencionista y se vende a un
candidato; si hace de espía, etc., etc., entonces la sola libertad que podemos
reconocerle es la de... marcharse. En un cierto sentido debemos ser más disciplinados
que los otros, porque nuestra disciplina no es obediencia a las minorías, sino
respeto voluntario a las convicciones afirmadas, y coherencia lógica y moral
con nosotros mismos, cuanto más compañeros hay desorganizados y aislados, más
prepondera la influencia del orador y del periodista, y no hallando resistencia
y control eficaz en la colectividad puede degenerar en autoridad efectiva y
nefasta. Después de todo la base de todo es siempre la conciencia del
individuo, de cada individuo; y esta conciencia tanto más se desarrolla y se
eleva cuanto más son los contactos, las discusiones, las cosas hechas en
común”.
La Organización Política Anarquista.
1) Su programa y aspectos tácticos para el
trabajo en el medio rural.
La Organización, que no es más que la práctica de la cooperación
y de la solidaridad, es condición natural, necesaria para la vida social: es un
hecho ineludible que se impone a todos, tanto en la sociedad humana en general,
como en cualquier grupo de personas que desean alcanzar un fin común.
Al querer y no poder el hombre
vivir aislado, diría incluso que al no poder convertirse realmente en un
hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales fuera de la sociedad y
sin la cooperación de sus semejantes, ocurre fatalmente que aquellos que no
disponen de los medios, o la conciencia lo bastante desarrollada para
organizarse libremente con los que comparten intereses y sentimientos, se
someten a la organización creada por otros individuos, generalmente
constituidos en clase o grupo dirigente, con el fin de explotar en su beneficio
el trabajo de los demás. Y la milenaria opresión de las masas por parte de un
reducido grupo de privilegiados ha sido siempre consecuencia de la incapacidad
de la mayor parte de individuos para ponerse de acuerdo, para organizarse, para
producir con los demás trabajadores
para el disfrute y para la eventual defensa contra el que quisiera
explotarlos y oprimirlos.
Hay entre los que reivindican para sí, con distintos adjetivos y
sin adjetivos, la designación de anarquistas a dos grupos. Los partidarios y
los adversarios de la organización.
Y, ante todo distingamos ya que el planteamiento conlleva un
triple aspecto la organización en general como principio y condición de vida
social, hoy y en la sociedad futura; la organización del partido anarquista, la
organización de las fuerzas populares y en especial, la de las masas obreras
para la resistencia al gobierno y al capitalismo.
2) La
práctica política como fuerza consciente de cambio.
La anarquía es para Malatesta el objetivo práctico que los
anarquistas se proponen alcanzar con las propias fuerzas, con la ayuda de
cuantos están de acuerdo en todo o en parte con ellos ejercida sobre las masas
y el anarquismo es el complejo de los métodos y movimientos de pensamiento y de
acción determinados por tal voluntad de realización.
La anarquía es realizable sólo en tanto y en la medida que los
hombres quieren realizarla y la revolución será realizadora de un progreso en
sentido anarquista solo en tanto y en
la medida que el anarquismo, es decir una consciente voluntad anarquista, obra
en ella como fuerza de propulsión y esfuerzo de realización.
“La existencia de una voluntad capaz de producir efectos nuevos,
independientes de las leyes mecánicas de la naturaleza es una presuposición
necesaria para quien sostiene la necesidad de reformar la sociedad”. Para
producir efectos anarquistas es necesario por lo tanto una voluntad anarquista,
esa voluntad tiende a la propaganda, que con la difusión de sus ideas y el
ejemplo de los hechos lo determina convicciones y sentimientos anárquicos en un
radio cada vez más vasto. Para que un consorcio humano
cualquiera, pequeño o grande, pueda vivir anárquicamente, es necesaria la
intervención de la voluntad organizadora
de sus componentes que establezca precisamente sobre bases de libertad,
todas aquellas relaciones sociales que hoy son organizadas a fuerza de
autoridad. Para tal fin no es suficiente la sola destrucción de los organismos
autoritarios, es preciso crear organismos nuevos, sin los cuales toda la vida
social sería imposible, pero crearlos según las propias interpretaciones de
libertad.
Es grave error el creer que esa creación pueda seguir a la
destrucción de los organismos malos sólo como consecuencia de tal destrucción y
como fruto automático y espontáneo de una
pretendida ley de armonía de la
naturaleza. Tanto para la creación, como para la destrucción es indispensable la intervención de la voluntad humana.
“Aún destruido el Estado y la propiedad individual, la
armonía no nace espontáneamente como si
la naturaleza se ocupase del bien y del mal de los hombres, sino que es preciso
que los hombres mismos la creen”.
“La armonía entre los hombres no es la obra espontánea de la naturaleza, se debe conseguir y
mantener por la obra consciente y querida de los hombres, es decir, que es un
hecho contingente que puede ser o no ser, según que los hombres regulen de un
modo u otro sus relaciones, no es un hecho necesario -una ley- independiente de
la voluntad humana.
Nosotros decimos que es preciso hacer la revolución, que
queremos hacer la revolución. Malatesta observaba que aplicando según la
lógica, el principio determinista a las relaciones humanas, se llega “a negar
la voluntad y hacer aparecer risible todo esfuerzo por un objetivo cualquiera”,
lo cual “repugna a nuestros sentimientos”. Intelecto y sentimientos son partes
constituyentes de nuestro yo.
“No se es anarquista, no se es socialista, no se es hombre que
se dispone a un fin cualquiera, sino con esa presunción, consciente o no,
confesada o no, de la eficacia de la voluntad humana. Ciertamente, esa voluntad
no es omnipotente, puesto que está condicionada por las leyes naturales; pero
se vuelve tanto más poderosa cuanto más se penetra en el descubrimiento de
dichas leyes, cuyo conocimiento, mientras parece restringir su poder, le da la
posibilidad de realizar sus deseos, le da el poder real. Y como no hay un
hombre solo en el mundo... la voluntad de cada uno es más o menos eficaz según
que las voluntades de los otros secunden o contrasten su voluntad...”. Por
tanto, “...es misión de las ciencias sociales -y solamente cumpliendo esa
misión son verdaderas ciencias- la de descubrir, determinar cuales son los
hechos necesarios, las leyes fatales que resultan de la convivencia de los
hombres en las diversas circunstancias en
que pueden hallarse e impedir así los esfuerzos vanos y hacer que las
voluntades de los diversos seres humanos, en lugar de paralizarse mutuamente
concurran todas a un objetivo común, útil a todos”.
La ciencia es útil e indispensable, en el terreno de la lucha
social -según Malatesta- , “para
establecer los límites donde acaba la necesidad y comienza la libertad”; pero
“para que los hombres tengan fe o al menos la esperanza de poder hacer obra
útil, es preciso admitir una fuerza creadora, independiente del mundo físico y
de las leyes mecánicas y esta fuerza es
la que llamamos voluntad”. Los materialistas, deterministas y mecanicistas
niegan todo eso “piensan que todo es sometido a la misma ley mecánica, que todo
está predeterminado por los antecedentes físico-mecánicos”.
Pero entonces, a pesar de todos los esfuerzos pseudo-lógicos de
los deterministas para conciliar el sistema con la vida y con el sentimiento
moral, no queda puesto, ni pequeño ni grande, ni condicionado ni
incondicionado, para la voluntad y para la libertad.
En tal concepción -se preguntaba Malatesta-, ¿qué significado
pueden tener las palabras voluntad, libertad, responsabilidad?, si no se puede
modificar el curso predestinado de los acontecimientos humanos.
El anarquismo carecería de su función principal de propulsor del
movimiento social y de la revolución y se privaría a la lucha anarquista de la
principal razón de ser, de su sentimiento de revuelta contra los opresores.
A consecuencia de esta valoración, Malatesta se oponía a toda
concepción fatalista, optimista o pesimista, del devenir social. Rechazaba el
fatalismo marxista según el cual la revolución sería consecuencia inevitable de
la “miseria creciente” y de la “concentración capitalista”, o según la cual la
revolución no se prepara, sino que acontece o “llega”.
No hay ley natural que obligue la evolución en un sentido
progresivo en lugar del regresivo: en la naturaleza hay progresos y regresos.
En cuanto a las grandes masas, tienden en general a adaptarse al ambiente y al
hecho cumplido; dejadas por tanto a su tendencia espontánea, son más bien una
fuerza estática, que puede llegar a ser revolucionaria sólo en circunstancias
excepcionales y según el ímpetu que reciban de la voluntad consciente de
minorías activas.
“Yo creo que nuestra revolución no se puede hacer sin las masas,
pero es preciso comenzar por tomar las masas tal cual son”. Se ha visto a las
masas aplaudir frenéticamente a los revolucionarios y dispuestas a lanzarse a
la contienda con éstos, y luego, seis meses más tarde cambiadas las
circunstancias, dejarse arrastrar por una oleada reaccionaria tras los peores
enemigos de la libertad o bien sufrir pasivamente las peores prepotencias
contrarrevolucionarias.
“Las muchedumbres son
móviles”, pero si en cierto momento nos abandonan “las volveremos a encontrar
cuando las circunstancias nos sean precisas”. Lo importante es que haya una
voluntad revolucionaria en las minorías más capaces de reaccionar y revelarse
con el propio esfuerzo contra el ambiente. “Lo importante es formar núcleos, lo
más numerosos que se pueda, de acuerdo, pero de gente consciente, segura y
abnegada, que en su hora sepan mover a las muchedumbres”. El éxito
revolucionario de estas minorías depende, además de la fuerza numérica que
hayan sabido concitar, también y tal vez más de la conciencia y fuerza de
voluntad de que están animadas: elementos indispensables a las minorías para
levantar a su alrededor a las mayorías populares.
Todo esto no significa
que también las masas, tal como son, no sean susceptibles de una cierta
preparación y que esta deba
abandonarse. ¡Al contrario! Sin ella, las minorías no tendrán nunca una
influencia suficiente para mover a las grandes masas en las mejores ocasiones.
Es preciso, por tanto,
en tiempos normales atender “al trabajo largo y paciente de preparación y
organización popular” y no caer en la “ilusión de la revolución a breve plazo,
factible sólo por iniciativa de pocos, sin suficiente preparación en las
masas”. A esa preparación, en tanto que es posible conseguirla en un ambiente
adverso, tienden entre otras la propaganda, la agitación y la organización
entre las masas, que no deben ser descuidadas nunca.
3) Programa orientador. Acción directa a todos los niveles.
El programa anarquista, sea en las finalidades como en la
táctica general de la lucha, es para Malatesta, el programa
comunista-anarquista-revolucionario, que desde hace cincuenta años fue
sostenido en Italia en el seno de la Primera Internacional.
Los anarquistas combaten y trabajan para preparar una posible
realización de la sociedad anarquista, y tienen por tanto, un programa propio
de organización social futura, concebida también ella de una manera realista,
no en vista de un hipotético hombre perfecto que ha de venir sino en base a
posibilidades ya existentes y con los hombres tales y como son ahora, con todos
sus defectos y deficiencias naturales, pero la realización anarquista se inicia
desde ahora en el trabajo y en la batalla actuales.
Debemos tratar de que el pueblo, en su totalidad o en sus varias
fracciones, pretenda, imponga, tome por sí todas las mejoras, todas las
libertades que desea, a medida que llegue a desearlas y tenga fuerzas para imponerlas.
Propagando siempre enteramente nuestro programa y luchando siempre por su
realización integral, debemos impulsar al pueblo a pretender e imponer cada vez
más, hasta que haya alcanzado la emancipación completa. De aquí la necesidad de
lucha económica y de la lucha política. La primera debe tender, a través de la
acción directa obrera, a la expropiación de los medios de producción y de todas
las riquezas sociales para ponerlas a disposición de todos. La conquista de mejoras inmediatas no debe ser descuidada,
pero sin perder de vista que no puede alcanzar, en el cuadro de la sociedad
actual, más que hasta un cierto límite con sentido por el beneficio de los
amos, más allá del cual la fuerza obrera choca con la de los patronos y por
tanto con el gobierno que es su órgano político y armado de defensa. Entonces
la lucha económica se vuelve política, es decir lucha contra el gobierno,
acción libertaria de rebelión, porque él mismo es un órgano de un privilegio y
creador de privilegios.
La lucha política, por tanto, según los anarquistas, mientras es
el medio inmediato de defensa y de conquista en el ambiente actual de todas las
libertades parciales posibles contra todo gobierno que tiende por su naturaleza
a limitarlas y a suprimirlas, debe ser dirigida a abolir completamente toda
especie de gobierno procurando desde hoy disminuir su poder lo más posible,
mediante la lucha directa y la agitación en la calle, quedando fuera y contra
él, fuera y contra todas sus funciones autoritarias y legislativas, sean generales
o locales.
Concebida así la lucha contra el gobierno, se resuelve en último
análisis en lucha física, material, armada. La insurrección armada, proletaria
y popular, se vuelve, por tanto, tarde o temprano, una necesidad imprescindible
para la que hay que prepararse moral y materialmente. Y el éxito de ella
dependerá también de la propaganda y de la energía que los anarquistas sabrán
desarrollar.
Nos queda por hablar de la organización de las masas obreras
para la resistencia al gobierno y a los patronos... Los trabajadores no podrán
jamás emanciparse mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza
económica y la fuerza física necesarias para desmantelar la fuerza organizada
de los opresores.
Hubo anarquistas, y los hay aún por cierto, que aun
reconociendo... la necesidad de organizarse hoy para la propaganda y la acción,
se mostraron hostiles a todas las organizaciones que no tenía por objetivo
directo el anarquismo y no seguían los métodos anarquistas... Les parecía a
aquellos compañeros que todas las fuerzas organizadas para un objetivo por muy
radicalmente revolucionario que fuera, eran fuerzas sustraídas a la revolución.
A nosotros, en cambio, nos parece, y la experiencia nos ha dado de sobra la
razón que aquel método suyo condenaría al movimiento anarquista a una perpetua
esterilidad.
Para hacer propaganda hay que estar en medio de la gente, y es
en las asociaciones obreras donde el obrero encuentra a sus compañeros y en
particular aquellos que están más dispuestos a comprender y aceptar nuestras
ideas. Pero, aun cuando se pudiera hacer toda la propaganda que se quisiese
fuera de las asociaciones, ésta no podría sensibilizar la masa obrera. Con
excepción de un número reducido de individuos, más instruidos y capaces de una
reflexión abstracta y de entusiasmos teóricos, el obrero no puede llegar de
golpe al anarquismo. Para convertirse en un anarquista de verdad, y no sólo de
nombre, tiene que empezar a sentir la solidaridad que lo une a sus compañeros,
aprender a cooperar con los demás en defensa de intereses comunes y a luchar
contra los patronos, comprender que patronos y gobiernos son parásitos inútiles
y que los trabajadores podrían llevar por sí solos la empresa social. Sólo una
vez que haya comprendido eso será anarquista, incluso sino lleva el nombre.
Por otra parte, favorecer las organizaciones populares de todo
tipo es consecuencia lógica de nuestras ideas fundamentales y por eso debería
ser parte integrante de nuestro programa.
A un partido autoritario, que mira a apoderarse del poder para
imponer las propias ideas, le interesa que el pueblo siga siendo una masa
amorfa, incapaz de arreglárselas por sí sola y por lo tanto que siga siendo
siempre fácil de dominar. Por consiguiente, lógicamente no debe desear más que
aquel poco de organización, y del tipo que le interesa, para alcanzar el poder:
organización electoral, si espera alcanzarlo por medios legales; organización
militar si cuenta, en cambio, con una acción violenta.
Pero nosotros, los anarquistas, queremos emancipar al pueblo;
queremos que el pueblo se emancipe. No creemos en el bien hecho desde arriba e
impuesto por la fuerza; queremos que el nuevo modo de vida social surja de las
vísceras del pueblo y equivalga al
grado de desarrollo alcanzado por los
hombres y pueda progresar a medida que los hombres progresan. A nosotros nos
importa, pues, que todos los intereses y todas las opiniones encuentren en una
organización consciente la posibilidad de hacerse valer y de influir sobre la
vida colectiva en proporción a su importancia.
Nos hemos asignado el deber de luchar contra la presente
organización social y de abatir los obstáculos que se oponen al advenimiento de
una nueva sociedad en la que libertad y bienestar estén garantizados para
todos. Para alcanzar este objetivo, nos unimos en partido y procuramos ser lo
más numerosos y más fuertes posible. Pero si sólo estuviera organizado nuestro
partido; si los trabajadores permanecieran aislados como tantas unidades
indiferentes unas de otras y unidos sólo por una cadena en común; si nosotros
mismos, además de estar organizados en partido en cuanto anarquistas, no
estuviéramos organizados con los trabajadores en cuanto trabajadores, no
podríamos conseguir nada, o en el mejor de los casos no podríamos imponernos...
y entonces ya no habría triunfo del anarquismo
sino un triunfo nuestro. Por mucho
que nos llamáramos anarquistas, en realidad no seríamos más que simples
gobernantes y seríamos impotentes para el bien como lo son todos los
gobernantes.
Ahora bien, es cierto que la Anarquía no puede ser el efecto repetido de un milagro y no puede acontecer
en contradicción con la ley general, axiomática de la evolución, de que nada
ocurre sin causa suficiente, que nada se puede hacer sin tener la fuerza para
hacerlo...
No se trata, por lo tanto, de hacer la anarquía hoy, o mañana, o
dentro de diez siglos, sino de avanzar hacia la anarquía hoy, mañana, siempre.
“...Todo golpe dado a las instituciones de la propiedad y del
gobierno, toda elevación de la conciencia popular, toda igualación de condiciones,
toda mentira desenmascarada, toda parte de la actividad humana sustraída al
control de la autoridad, todo aumento del espíritu de solidaridad y de
iniciativa es un paso hacia la anarquía... Todo debilitamiento de la autoridad,
todo aumento de libertad será un progreso hacia la anarquía, siempre que sea
conquistado y no mendigado, siempre que sirva para darnos mayor aliento en la
lucha...”.
Es decir, a condición de “no confundir los progresos verdaderos
con las hipócritas reformas que, con el pretexto de los mejoramientos
inmediatos, tienden a distraer al pueblo de la lucha contra la autoridad y
contra el capitalismo, a paralizar su acción y a hacerles esperar que se puede
obtener algo de la bondad de los amos y de los gobiernos...”. A condición “siempre
de que nos recordemos bien que la disminución de los males producidos por el
gobierno consiste en la disminución de sus atribuciones y de su fuerza, y no ya
en aumentar el número de los gobernantes y en hacerlos elegir por los propios
gobernados”.
4) Algunos
elementos para la tarea en el medio obrero y popular.
Malatesta propició la práctica asociativa de la “acción
directa”, de la “huelga general” y la de los compañeros a permanecer en medio
de la clase trabajadora, para “impulsar a los obreros a atender por sí mismos a
sus intereses, alejándolos de la política y convenciéndoles de que no pueden
emanciparse más que con la expropiación y la abolición del poder político...
Nosotros no nos contentamos con el disfrute aristocrático que da el conocer o
creer que se conoce la verdad.
Queremos la revolución hecha por el pueblo y para el pueblo...”
y por tanto, “dentro de lo que hoy es posible, queremos conquistar las masas
para nuestras ideas y por eso debemos permanecer siempre entre las masas,
luchar y sufrir con ellas y por ellas... entrar en las asociaciones obreras y
crear éstas donde no las haya... Organizarnos en nuestros grupos para coordinar
nuestras fuerzas y entendernos para hacer más eficaces nuestros esfuerzos...
Pero fuera de nuestros grupos tratar de penetrar en todas partes y servirnos de
todos los medios para organizar las masas, educarlas en la revuelta... y en la
resistencia contra el capital y el gobierno... Creemos que el acuerdo, la
asociación, la organización son la ley de la vida y el secreto de la fuerza hoy
como después de la revolución.
Vayamos al pueblo, éste es el único camino de salvación.
Entremos en todas las asociaciones de trabajadores, fundemos las más que
podamos, suscitemos federaciones cada vez más vastas, sostengamos y organicemos
huelgas, propaguemos en todas partes y con
todos los medios el espíritu de resistencia y de lucha... Como
anarquistas debemos organizarnos entre nosotros, entre gente perfectamente
convencida y concorde, y en torno a nosotros debemos organizar, en asociaciones
amplias, abiertas, a la mayor cantidad posible de trabajadores, aceptándoles
como son y esforzándonos por hacerles progresar lo más que se pueda. Como
trabajadores, debemos estar siempre y en todas partes con nuestros compañeros
de trabajo y de miseria”.
La huelga y, más todavía, la preparación de la huelga, hermanan
a los obreros entre sí, los habitúan a reflexionar sobre su situación, les
hacen comprender la causa de las miserias sociales y mientras los unen para
mejoramiento inmediato, los preparan para la futura emancipación. Pero no hay
que creer que con las huelgas se puede resolver la cuestión social, ni siquiera
mejorar en modo serio y estable la condición de todos los trabajadores... Por
eso las ligas de resistencia, al combatir la batalla cotidiana de la
resistencia obrera, deben tender a algo más alto y más general: la
transformación del sistema de propiedad y de producción.
No pretendemos imponer nuestro programa a las masas todavía no
convencidas, y menos aún queremos darnos una apariencia de fuerza haciendo
votar por los obreros, mediante sorpresas y maniobras más o menos hábiles,
declaraciones de principios que los obreros no aceptan todavía ... Nos basta
que los obreros aprendan a obrar por sí mismos, que reconozcan el antagonismo
que hay entre ellos y los patrono , y que busquen en la unión y en la
resistencia bajo todas las formas, el medio de salir del estado de degradación
y de la miseria en que se encuentran. El socialismo y la anarquía conscientes
irán a la par, a medida que el conflicto se ensancha y se profundiza y que se
va haciendo evidente para todos la necesidad de remedios radicales y orgánicos.
Algún amigo nuestro hallará que estos (sabotaje, boicot, etc.
aprobados en el congreso de Tolouse) son medios pequeños... ¡Cuestión de
retórica de que no estamos enteramente desembarazados!. Hemos crecido, como
individuos y como partido, bajo la influencia de la admiración y del deseo de
las formas clásicas tradicionales de la revolución: barricadas, bandas armadas,
fusiles, etc. Y somos de opinión que esas formas son óptimas, cuando no tienen
el inconveniente de no poder ser puestas en práctica y de permanecer más o
menos un deseo.
Decimos más: esta educación nuestra y este nuestro deseo, serán
muy útiles el día de la crisis resolutiva, y sería error y culpa dejarlas caer
en descrédito y en olvido. Pero pensamos también que al menospreciar los
pequeños medios, cuando no se pueden emplear los grandes y permaneciendo en la
inercia con la excusa de querer hacer sólo grandes cosas, se acaba por volverse
impotentes e incapaces de hacer lo mucho y lo poco.
Y vayan las cosas como quiera que sea, continuar siempre
luchando, sin un instante de interrupción, contra los propietarios y contra los
gobernantes, teniendo siempre por delante la emancipación completa, económica,
política y moral.
Anarquismo y Ciencia.
El anarquismo es una aspiración humana, que no se funda sobre
ninguna necesidad natural, verdadera o supuesta, y que podrá realizarse según
la voluntad humana. Aprovecha los medios que la ciencia proporciona al hombre en la lucha contra la naturaleza y
contra las voluntades contrastantes; puede sacar provecho de los progresos del
pensamiento filosófico cuando éstos sirvan para enseñar a los hombres a razonar
mejor y ha distinguir con más precisión lo real de lo fantástico; pero no se le
puede confundir, sin caer en el absurdo, ni con la ciencia ni con ningún
sistema filosófico.
Yo soy anarquista porque
me parece que el anarquismo responde mejor que cualquier
otro modo de convivencia social a mi deseo del bien de todos, a mi aspiración
hacia una sociedad que concilie la libertad de todos con la cooperación y el
amor entre los hombres, y no ya porque
se trate de una verdad científica y de una ley natural.
Me basta que no contradiga ninguna ley conocida de la naturaleza
para considerarla posible y luchar por conquistar la voluntad necesaria para su
realización.
Se puede ser anarquista cualquiera sea el sistema filosófico que
se prefiera.
Hay anarquistas materialistas, y también existen otros que, como
yo, sin ningún prejuicio sobre los posibles desarrollos futuros del intelecto
humano, prefieren declararse simplemente ignorantes.
El cientificismo que yo rechazo y que, provocado y alimentado
por el entusiasmo que siguió a los descubrimientos verdaderamente maravillosos
que se realizaron en aquella época en el campo de la físico-química y de la
historia natural, dominó los espíritus en la segunda mitad del siglo pasado, es
la creencia en que la ciencia lo sea todo y todo lo pueda, es el aceptar como
verdades definitivas, como dogmas, todos los descubrimientos parciales; es el
confundir la Ciencia con la Moral, la Fuerza en el sentido mecánico de la
palabra, que es una entidad definible y mensurable, con las fuerzas morales, la
Naturaleza con el Pensamiento, la Ley natural con la Voluntad. Tal actitud
conduce, lógicamente, al fatalismo, es decir, a la negación de la voluntad y de
la libertad.
La ciencia es la recolección
y la sistematización de lo que se sabe o se cree saber: enuncia el hecho y
trata de descubrir la ley de éste, es decir, las condiciones en las cuales el
hecho ocurre y se repite necesariamente.
La ciencia satisface ciertas necesidades intelectuales y es, al mismo
tiempo, eficacísimo instrumento de poder. Mientras indica en las leyes
naturales el límite al arbitrio humano, hace aumentar la libertad efectiva del
hombre al proporcionarle la manera de usufructuar esas leyes en ventaja propia.
La ciencia es igual para todos y sirve indiferentemente para el
bien y para el mal, para la liberación y para la opresión.
La filosofía puede ser una explicación hipotética de lo que se
sabe, o un intento de adivinar lo que no se sabe. Plantea los problemas que
escapan, por lo menos hasta ahora, a la competencia de la ciencia e imagina
soluciones que por no ser susceptibles de prueba, en el estado actual de los
conocimientos, varían y se contradicen de filósofo a filósofo.
Cuando no se transforma en un juego de palabras es un fenómeno
de ilusionismo; puede servir de estímulo y de guía para la ciencia, pero no es
la ciencia.
Por lo tanto, no somos anarquistas porque la ciencia nos diga
que lo seamos; lo somos, en cambio, por otras razones, porque queremos que
todos puedan gozar de las ventajas y las alegrías que la ciencia procura.
En todo caso me complazco en haber podido escapar ha la misma de
la época, y por lo tanto a todo dogmatismo y pretensión de poseer la verdad
social absoluta.
En la ciencia, las teorías siempre hipotéticas y provisorias,
constituyen un medio cómodo para vincular y reagrupar los hechos conocidos, y
un instrumento útil para la investigación, el descubrimiento y la
interpretación de los hechos nuevos: pero no son la verdad.
El cientificismo (no digo
la ciencia) que prevaleció en la segunda mitad del siglo XIX, produjo la
tendencia a considerar como verdades científicas, es decir, como leyes
naturales, y por lo tanto necesarias y fatales, lo que sólo era el concepto,
correspondiente a los diversos intereses y a las diversas aspiraciones que cada
uno tenía de la justicia, del progreso, etc., de lo cual nació “el socialismo científico” y también “el anarquismo
científico”, que aunque profesados por nuestros mayores, a mí siempre me
parecieron concepciones barrocas, que confundían cosas y conceptos distintos por su naturaleza misma.
Yo no creo en la
infalibilidad de la ciencia ni en su capacidad de explicarlo todo, ni en
su misión de regular la conducta de los hombres, como no creo en la
infalibilidad del Papa, en la moral revelada, en el origen divino de las
Sagradas Escrituras.
Yo sólo creo en las cosas que pueden probarse; pero sé muy bien
que las pruebas son algo relativo y pueden superarse y anularse continuamente
mediante otros hechos probados, cosa que en verdad suele ocurrir, y creo,
por lo tanto, que la duda debe ser la
posición mental de quien aspire a aproximarse cada vez más a la
verdad, o, por lo menos, a esa porción de verdad que es posible alcanzar.
A la voluntad de
creer, que no puede ser más que la voluntad de anular la propia razón,
opongo la voluntad de saber, que deja abierto ante nosotros el campo
ilimitado de la investigación y el descubrimiento. Pero, como ya he dicho, sólo
admito lo que puede probarse de modo de satisfacer a mi razón, y sólo lo admito
provisoriamente, relativamente, siempre en espera de nuevas verdades, más
verdaderas que las adquiridas hasta ahora.
También yo digo a veces
que es necesaria la fe, que en la lucha por el bien se requieren hombres de fe
segura que se mantengan firmes en la borrasca como una torre cuya cima nunca oscila con el soplo de los
vientos. Y existe, incluso, un diario anarquista que, inspirándose
evidentemente en esa necesidad, se titula Fede!. Pero se trata en este
caso de otro significado de la palabra. En este contexto, “fe” significa
voluntad firme y fuerte esperanza y no tiene nada en común con la creencia
ciega en cosas que parecen incomprensibles o absurdas.
Para que los hombres tengan fe, o por lo menos esperanza de
poder hacer una tarea útil, es necesario admitir una fuerza creadora.
Pero ¿cómo concilio esta
incredulidad en la religión y esta duda, que llamaría sistemática,
respecto de los resultados definitivos de la ciencia, con una norma moral y con la firme voluntad y la fuerte esperanza de realizar mi ideal
de libertad, de justicia, de fraternidad humana?. Es que yo no pongo la ciencia
donde la ciencia no tiene nada que hacer. La misión de la ciencia es descubrir
y formular las condiciones en las cuales el hecho necesariamente se produce y
se repite: es decir, decir lo que es y lo que necesariamente debe ser, y no lo
que los hombres desean y quieren. La ciencia se detiene donde termina la fatalidad y comienza la
libertad. Sirve al
hombre porque le impide perderse en quimeras imposibles, y a la vez le
proporciona los medios para ampliar el tiempo que corresponde a la libre
voluntad: capacidad de querer que distingue a
los hombres, y quizás en grados diversos a todos los animales, de las cosas inertes y de las fuerzas inconscientes.
En esta facultad de querer es donde hay que buscar las fuentes
de la moral, las reglas de la conducta.
Yo protesto contra la calificación de dogmático, porque pese a
estar firme y decidido en lo que quiero, siempre siento dudas en lo que sé, y
pienso que, pese a todos los esfuerzos realizados para comprender y explicar el
Universo, no se ha llegado hasta ahora, no digamos a la certeza, sino ni siquiera a una probabilidad de ella; y no sé
si la inteligencia humana podrá llegar
alguna vez.
Mentalidad científica es la que no se engaña nunca creyendo
haber encontrado la verdad absoluta y se contenta con acercarse a ella fatigosamente, descubriendo verdades
parciales, que considera siempre como provisorias y revisables.
El científico, tal como debería ser en mi opinión, es el que examina los hechos y extrae las
consecuencias lógicas de éstos, cualesquiera que sean, en oposición con
aquellos que para lograr esa confirmación eligen inconscientemente los que les
convienen, pasando por alto los otros y forzando y desfigurando a veces la
realidad para constreñirla y hacerla entrar en los moldes de sus concepciones.
El hombre de ciencia emplea hipótesis de trabajo, es decir,
formula suposiciones que le sirven de guía y de estímulo en sus
investigaciones, pero no es víctima de sus fantasmas tomando sus suposiciones
por verdades demostradas, a fuerza de servirse de ellas, y generalizando y
elevando a la categoría de ley, con inducción arbitraria, todo hecho particular
que convenga a su tesis.
Al contrario, sabemos qué cosa
hermosa, grande, poderosa y útil es la ciencia; sabemos en qué medida
sirve a la emancipación del pensamiento y al triunfo del hombre en la lucha
contra las fuerzas adversas de la naturaleza: Y querríamos por ello que
nosotros mismos y todos nuestros compañeros tuviéramos la posibilidad de
hacernos de la ciencia una idea sintética y de profundizarla por lo menos en
una de sus innumerables ramas.
En nuestro programa está escrito no sólo pan para todos,
sino también ciencia para todos. Pero nos parece que para hablar
útilmente de ciencia sería necesario formarse primero un concepto claro de sus
finalidades y función. Conocemos los hechos, pero no la razón de éstos, y por
más que nos esforcemos, llegamos siempre a un efecto sin causa, a una causa
primera, y si para explicarnos los
hechos tenemos necesidad de causas primeras siempre presentes y siempre
activas, aceptaremos su existencia como una hipótesis necesaria, o por lo menos
cómoda.
En conclusión, lo que sostengo es que la existencia de una
voluntad capaz de producir efectos
nuevos, independientes de las leyes mecánicas de la naturaleza, es
presupuesto necesario para quien sostenga la
necesidad de reformar la sociedad.
Es lamentablemente cierto que los intereses, las pasiones, los
gustos de los hombres, no son naturalmente armónicos y que, como éstos
deben vivir juntos en sociedad, es
necesario que cada uno trate de
adaptarse y conciliar sus deseos con los de los demás y llegar a una manera
posible de satisfacerse a sí mismo y a los otros. Esto significa limitación de
la libertad, y demuestra que la libertad, entendida en sentido absoluto,
no podría resolver la cuestión sin una voluntaria y feliz convivencia social.
La cuestión sólo puede resolverse mediante la solidaridad, la
hermandad, el amor, que hacen que el sacrificio de los deseos inconciliables
con los de los demás se haga
voluntariamente y con placer.
Reclamamos simplemente
lo que se podría llamar la libertad
social, es decir, la libertad igual para todos, una igualdad de
condiciones que permita a todos los
hombres realizar su propia voluntad como el único límite impuesto por las
ineluctables necesidades naturales y por la igual libertad de los demás.
La evolución humana marcha en el mismo sentido en que la
impulsa la voluntad de los hombres y no hay ningún derecho natural que deba
fatalmente llevar a la libertad más bien que a la división de la sociedad en
dos castas permanentes, casi diré en dos razas, la de los dominadores y la de
los dominados.
Cómo la burguesía va
remediando aquellas tendencias
naturales de que ciertos socialistas esperaban su muerte en breve plazo.
Acerca de los conceptos revolución,
violencia y libertad.
violencia y libertad.
Hay, y ha habido siempre en todas las luchas político-sociales,
dos clases de personas que embotan y aletargan las fuerzas.
Existen los que encuentran que nunca se ha llegado a una madurez
suficiente, que se pretende demasiado, que hay que esperar y contentarse con avanzar poco a poco, a fuerza de
pequeñas e insignificantes reformas...
que se obtienen y se pierden periódicamente sin resolver nunca nada.
Y están los que simulan desprecio por las cosas pequeñas, y
piden que nadie se mueva sino para obtener el todo y que, al proponer cosas quizás bellísimas pero imposibles de realizar por falta de fuerzas,
impiden, o tratan de impedir, que se haga por lo menos lo poco que se puede
hacer.
Para nosotros la importancia mayor no reside en lo que se
consigue, pues el conseguir todo lo que queremos, es decir, la anarquía
aceptada y practicada por todos, no es cosa de un día ni un simple acto
insurreccional. Lo importante es el método con el cual se consigue lo poco o lo
mucho.
Si para obtener un mejoramiento en la situación se renuncia al
propio programa integral y se cesa de
propagarlo y de combatir por él, y se induce a las masas a confiar en las leyes
y en la buena voluntad de los
gobernantes, más bien que en su acción directa, si se sofoca el espíritu
revolucionario, si se cesa de provocar el descontento y la resistencia,
entonces todas las ventajas resultarán engañosas y efímeras y en todos los
casos cerrarán los caminos del porvenir.
Pero si en cambio no se olvida el propósito final que uno
persigue, si se suscitan las fuerzas populares, si se provoca la acción directa
y la insurrección, aunque se consiga poco por el momento se habrá dado siempre
un paso adelante en la preparación moral de las masas y en la realización de condiciones
objetivas más favorables. Lo óptimo, dice el proverbio, es enemigo de lo bueno:
hágase como se pueda, si no se puede hacer como se querría, pero hágase algo.
Otra dañina afirmación, que en muchas personas es sincera pero en otras
constituye una excusa, es la de que el ambiente social actual no permite una
actitud moral, y, por consiguiente, es inútil realizar esfuerzos que no pueden
lograr éxito y es mejor extraer lo más que se pueda para sí mismo de las
circunstancias presentes, sin preocuparse por los demás, salvo de cambiar de
vida cuando cambie la organización social. Por cierto todo anarquista, todo
socialista comprende las fatalidades económicas que hoy limitan al hombre, y
todo buen observador ve que es impotente la rebelión personal contra la fuerza
prepotente del ambiente social. Pero es
igualmente cierto que sin la rebelión del individuo, que se asocia con los
otros individuos rebeldes para resistir al ambiente y tratar de transformarlo,
este ambiente no cambiaría nunca.
Todos nosotros, sin
excepción, nos vemos obligados a vivir más o menos en contradicción con
nuestros ideales, pero somos socialistas y anarquistas porque sufrimos esta
contradicción, y en la medida en que la sufrimos y tratamos de reducirla al
mínimo posible. El día en que llegásemos a adaptarnos al ambiente, se nos
pasaría naturalmente el deseo de transformarlo y nos convertiríamos en simples
burgueses: burgueses quizás sin dinero, pero no por ello menos burgueses en los
actos y en las intenciones.
Vías y medios.
Hemos expuesto en líneas generales cuál es el fin que queremos
alcanzar, cuál es el ideal por el que luchamos.
Pero no basta desear una cosa: si se quiere obtenerla de verdad
hay que emplear los medios adecuados para conseguirla. Y estos medios no son
arbitrarios, sino que derivan necesariamente del fin al que se apunta y de las
circunstancias en que se lucha, ya que engañándose respecto de la elección de
los medios no se llegaría al fin propuesto sino a otro, quizás opuesto, que
sería consecuencia natural y necesaria de los medios empleados. Quien se pone
en camino y equivoca la ruta no va adonde quiere sino adonde lo lleva la ruta
que recorre. Por lo tanto, es necesario
explicar cuáles son los medios que a nuestro parecer conducen al fin que nos
hemos fijado, y que nosotros tratamos de emplear.
Nuestro ideal no es del tipo cuya consecución dependa del
individuo considerado aisladamente. Se trata de cambiar el modo de vivir en
sociedad, de establecer relaciones de amor y solidaridad entre los hombres, de
conseguir la plenitud de desarrollo material, moral e intelectual no para un
individuo solo, no para los miembros de una determinada clase o partido, sino para
todos los seres humanos, y esto no es cosa que se pueda imponer con la fuerza sino
que debe surgir de la conciencia iluminada de cada uno y realizarse mediante el
libre consentimiento de todos.
Libertad entonces para
todos de propagar y experimentar las propias ideas sin otro límite que el que
resulta naturalmente de la igual libertad de todos. Pero ha esto se oponen -y
se oponen con fuerza brutal- quienes se benefician con los actuales privilegios
y dominan y regulan toda la vida social actual.
Esos tienen en su mano todos los medios de producción, y por
ende suprimen no sólo la posibilidad de experimentar nuevos modos de
convivencia social, no sólo el derecho de los trabajadores ha vivir libremente
de su propio trabajo, sino también el derecho mismo a la existencia, y obligan
a quien no es propietario a dejarse explotar y oprimir si no quiere morir de
hambre.
Ellos tienen policías, jueces, ejércitos creados a propósito
para defender sus privilegios, y persiguen, encarcelan, masacran a los que
quieren abolir esos privilegios y
reclaman medios de vida y la libertad para todos.
Celosos de sus intereses presentes e inmediatos, corrompidos por
el espíritu de dominación temerosos del porvenir, ellos, los privilegiados, son
incapaces en general de un impulso generoso, y también lo son de una concepción
más amplia de sus intereses. Y sería locura esperar que renuncien
voluntariamente a la propiedad y al
poder y se adapten a ser iguales a aquellos a los que hoy tienen
sometidos. Dejando de lado la experiencia
histórica -la cual demuestra que nunca una clase privilegiada se ha
desposeído, en todo o en parte, de sus privilegios, y nunca un gobierno ha
abandonado el poder si no se lo obligó a ello con la fuerza o con el temor de
la fuerza-, bastan los hechos contemporáneos para convencer a cualquiera que la
burguesía y los gobiernos se proponen emplear la fuerza material para
defenderse, no sólo contra la expropiación total, sino también contra las más
pequeñas pretensiones populares, y están siempre listos para las más atroces
persecuciones y las más sanguinarias masacres.
Al pueblo que quiere emanciparse no le queda otro camino que
oponer la fuerza a la fuerza.
Resulta de cuanto hemos dicho que debemos trabajar para
despertar en los oprimidos el deseo vivo de una radical transformación social y
persuadirlos de que uniéndose tienen la fuerza necesaria para vencer; debemos
propagar nuestro ideal y preparar las fuerzas morales y materiales
necesarias para vencer a las fuerzas
enemigas y organizar la nueva sociedad. Y cuando tengamos la fuerza suficiente,
debemos, aprovechando las circunstancias favorables que se produzcan o
creándolas nosotros mismos, hacer la revolución social abatiendo con la fuerza
al gobierno, expropiando con la fuerza a los propietarios, poniendo en común
los medios de vida y de producción e impidiendo que nuevos gobiernos vengan a
imponer su voluntad y a obstaculizar la reorganización social realizada
directamente por los trabajadores.
Todo esto, sin embargo, es menos simple de lo que podría parecer
a primera vista.
Pienso que un régimen nacido de la violencia y que se sostiene
con la violencia sólo puede ser abatido por una violencia correspondiente y
proporcionada, y que por ello es una tontería o un engaño confiar en la
legalidad que los opresores mismos forjan para su propia defensa. Pero pienso que para nosotros, que tenemos como
fin la paz entre los hombres, la justicia y la libertad de todos, la violencia
es una dura necesidad que debe cesar,
conseguida la liberación, donde cesa la necesidad de la defensa y de la
seguridad, bajo pena de que se transforme en un delito contra la humanidad y
lleve a nuevas opresiones y nuevas injusticias.
Estamos por principio contra la violencia y por ello querríamos
que la lucha social, mientras ocurre, se humanizara lo más posible.
Pero esto no significa en absoluto que queramos que esa lucha sea menos enérgica y menos radical,
pues consideramos más bien que las medidas a medias llegan en fin de cuentas a
prolongar indefinidamente la lucha, volverla estéril y a producir, en suma, una
cantidad mayor de esa violencia que se querría evitar.
Tampoco significa que limitemos el derecho de defensa a la
resistencia contra el atentado material e inminente.
Para nosotros el oprimido se encuentra siempre en estado de legítima defensa y tiene siempre el pleno
derecho de rebelarse sin esperar que comiencen a descargar las armas sobre él;
y sabemos muy bien que a menudo el ataque es el mejor medio de defensa.
La violencia es desgraciadamente necesaria para resistir a la
violencia adversaria, y debemos predicarla
y prepararla si no queremos que la actual condición de esclavitud
larvada, en que se encuentra la gran mayoría de la humanidad, perdure y
empeore. Pero contiene en sí el peligro de transformar la revolución en una
batalla brutal no iluminada por el
ideal y sin posibilidad de resultados benéficos; y por ello es necesario insistir en los fines morales del movimiento y
en la necesidad, en el deber de contener la violencia dentro de los límites de
la estricta necesidad.
No decimos que la violencia es buena cuando la empleamos nosotros y mala cuando la emplean los demás
contra nosotros.
Decimos que la violencia es justificable, es buena, es “moral”,
constituye un deber cuando se la emplea
para la defensa de sí mismo y de
los otros contra las pretensiones de los violentos; y es mala, es “inmoral” si
sirve para violentar la libertad de otro. Puede haber conflicto abierto o
latente, pero conflicto hay siempre,
puesto que el gobierno no se detiene
ante el descontento y la resistencia popular sino cuando siente el peligro de
la insurrección.
Cuando el pueblo se somete
dócilmente a la ley, o la protesta es débil y platónica, el gobierno se
beneficia de ello sin preocuparse por las necesidades populares; cuando la
protesta se vuelve enérgica, insistente,
amenazadora, el gobierno, según sea más o menos iluminado, cede o
reprime.
Pero siempre se llega a la insurrección, porque si el gobierno
cede el pueblo adquiere fe en sí mismo y pretende cada vez más, hasta que la
incompatibilidad entre la libertad y la autoridad se hace evidente y estalla el
conflicto violento.
Es necesario entonces prepararse moral y materialmente
para que al estallar la lucha violenta el pueblo obtenga la victoria.
Esta revolución debe ser necesariamente violenta, aunque la
violencia sea por sí misma un mal. Debe ser violenta porque sería una locura
esperar que los privilegiados
reconocieran el daño y la injusticia que implican sus privilegios y se
decidieran a renunciar voluntariamente a ellos. Debe ser violenta porque la
transitoria violencia revolucionaria es
el único medio para poner fin a la mayor y perpetua violencia que mantiene en
la esclavitud a la gran masa de los hombres.
La burguesía no se dejará expropiar de buen grado y habrá que
apelar siempre al golpe de fuerza, a la violación del orden legal con medios ilegales.
También nosotros sentimos amargura por esta necesidad de la
lucha violenta. Nosotros, que predicamos el amor y combatimos para llegar a un
estado social en el cual la concordia y el amor sean posibles entre los
hombres, sufrimos más que nadie por la necesidad en que nos encontramos de
defendernos con la violencia contra la violencia de las clases dominantes.
Pero renunciar a la violencia liberadora cuando ésta constituye
el único medio que puede poner fin a los prolongados sufrimientos de la gran
masa de los hombres y a las monstruosas carnicerías que enlutan a la humanidad,
sería hacernos responsables de los odios que lamentamos y de los males que
derivan del odio.
La revolución es la creación de nuevas instituciones, de nuevos
agrupamientos, de nuevas relaciones sociales; la revolución es la destrucción
de los privilegios y de los monopolios; es un nuevo espíritu de justicia, de
fraternidad, de libertad, que debe renovar toda la vida social, elevar el nivel
moral y las condiciones materiales de las masas llamándolas a proveer con su
trabajo directo y consciente a la determinación de sus propios destinos.
Revolución es la organización de todos los servicios públicos
hecha por quienes trabajan en ellos en interés propio y del público; revolución
es la destrucción de todos los vínculos coactivos, es la autonomía de los
grupos, de las comunas, de las regiones; revolución es la federación libre
constituida bajo el impulso de la fraternidad, de los intereses individuales y
colectivos, de las necesidades de la producción y de la defensa; revolución es
la constitución de libres agrupamientos correspondientes a las ideas, a los
deseos, las necesidades, los gustos de toda especie existentes en la población;
revolución es el formarse y desintegrarse de mil cuerpos representativos,
barriales, comunales, regionales, nacionales, que sin tener ningún poder
legislativo sirvan para hacer conocer y para armonizar los deseos y los
intereses de la gente cercana y lejana y actúen mediante las informaciones, los
consejos y el ejemplo.
Y porque el ambiente actual, que constriñe a las masas a la
abyección, se sostiene con la violencia, nosotros invocamos y preparamos la
violencia. Y esto porque somos revolucionarios, y no porque “somos
desesperados, sedientos de venganza y de odio”.
Somos revolucionarios porque creemos que sólo la revolución, la
revolución violenta, puede resolver la
cuestión social. Creemos además que la revolución es un acto de voluntad, de
individuos y de masas; que tiene necesidad, para producirse, de que existan
ciertas condiciones objetivas, pero no ocurre necesariamente y de una manera
fatal por la sola acción de los factores económicos y políticos. Las
insurrecciones serán necesarias mientras existan poderes que obliguen con la
fuerza material a las masas a la obediencia, y es probable, lamentablemente,
que se deba hacer unas cuantas insurrecciones antes de que se conquiste ese
mínimo de condiciones indispensables para que sea posible la evolución libre y
pacífica y la humanidad pueda caminar sin luchas cruentas e inútiles
sufrimientos hacia sus altos destinos.
Por revolución no entendemos sólo el episodio insurreccional,
que es por cierto indispensable, a menos que, cosa poco probable, el régimen
caiga en pedazos por sí mismo y sin necesidad de que se lo empuje desde afuera,
pero que sería inútil si no fuera seguido por la liberación de todas las
fuerzas latentes del pueblo y sirviese solamente para sustituir un estado
coactivo por una forma nueva de coacción.
Es necesario distinguir bien el hecho revolucionario que abate
en todo lo que puede el viejo régimen y lo sustituye por nuevas instituciones,
de los gobiernos que vienen después a detener la revolución y a suprimir en
todo lo posible las conquistas revolucionarias.
Nosotros estamos en favor de la libertad, de la más amplia y completa libertad de
pensamiento, de organización y de acción.
Estamos por la libertad de todos, y por lo tanto es obvio, sin
que haya necesidad de repetirlo continuamente, que cada uno debe respetar, en el ejercicio de su propia libertad, la igual
libertad de los demás; si no, hay opresión por una parte y derecho a la
resistencia y la rebelión por la otra.
Pero los comunistas de Estado, igual y peor que todos los otros
autoritarios, son incapaces de concebir la libertad y de respetar en todos los
seres humanos la dignidad que quieren, o deberían querer, que se respetara en
ellos mismos. El carácter esencial del socialismo es que se aplica igualmente a
todos los miembros de la sociedad, a todos los seres humanos.
Para esa doctrina nadie debe poder disfrutar del trabajo de
otros mediante el acaparamiento de los medios de producción, y nadie debe poder
imponer a los de más su propia voluntad mediante el acaparamiento del poder
político: explotación económica y dominación política son dos aspectos de un
mismo hecho, es decir, de la sujeción del hombre al hombre, y se resuelven
siempre uno en el otro.
Según nosotros, todo lo que está dirigido a destruir la opresión
económica y política, todo lo que sirve para elevar el nivel moral e
intelectual de los hombres, para darles la conciencia de sus propios derechos y
de sus propias fuerzas y para persuadirlos de que defiendan ellos mismos sus
propios intereses, todo lo que provoca el odio contra la opresión y suscita el
amor entre los hombres, nos acerca a
nuestra finalidad y por lo tanto es un bien, sujeto solamente a un cálculo
cuantitativo para obtener con determinadas fuerzas el máximo de efecto útil. Y
es por el contrario un mal, porque está en contradicción con nuestra finalidad,
todo lo que tienda a conservar el estado actual, todo lo que tienda a
sacrificar, contra su voluntad, a un hombre al triunfo de un principio.
Deseamos el triunfo de la libertad y del amor.
Pero ¿deberemos por esto renunciar al empleo de los medios
violentos?. De ninguna manera. Nuestros
medios son los que las circunstancias nos permiten e imponen.
Por cierto, no querríamos arrancar un cabello a nadie;
desearíamos enjugar todas las lágrimas sin hacer verter ninguna. Pero es
forzoso luchar en el mundo tal como el mundo es, so pena de no ser más que
soñadores estériles.
Vendrá un día -lo creemos firmemente- en el cual será posible
hacer el bien de los hombres sin dañarse ni a sí mismo ni a los demás; pero hoy
esto es imposible. Aún el más puro y dulce de los mártires, el que se hiciera
arrastrar al patíbulo por el triunfo del bien
sin ofrecer resistencia, bendiciendo a sus perseguidores como el cristo
de la leyenda, incluso ese haría mal.
Aparte del mal que se haría a
sí mismo, que no obstante no es cosa despreciable, haría verter lágrimas a
todos los que lo amaran.
Evidentemente la revolución producirá
muchas desgracias, muchos sufrimientos; pero aunque produjese cien veces más
que los que produce, sería siempre una bendición si se la compara con los dolores
que causa hoy la mala constitución de la sociedad.
Bakunin.
En los debates existentes, donde se reveen categorías, donde se
incursiona en problemáticas que tienen que ver con el funcionamiento de las
estructuras del sistema y nuevas formas de organización social posibles,
bastante de lo que este vigoroso pensador ruso planteara tiene mucho aún que
decir. Nos parece de interés, a los efectos de tal debate, la incorporación hoy
y aquí de algunas de sus reflexiones.
Bakunin temía que la dictadura del proletariado derivara en una
dictadura sobre el proletariado y en particular sobre los campesinos. Previo
con gran clarividencia los riesgos que entrañaba un estado dictatorial por más
que éste se postulara como una mera etapa transitoria. El proceso seguido por
la revolución rusa confirmó muchos de sus anticipos.
Bakunin habría de formular el tipo de estructura de la nueva
sociedad que sería aceptado por el anarquismo de su tiempo.
Su esquema sería aproximadamente éste. Revolución violenta para
derrocar el capitalismo del estado e imponer un régimen socialista basado en la
propiedad colectiva de los medios de producción, su administración por la
autogestión de los trabajadores, admisión en lo económico del grado de
centralización realmente imprescindible. Los organismos básicos de esta
autogestión estarían radicados a nivel de la fábrica, del establecimiento
agrario y de la circunscripción territorial. Según el mismo criterio el esquema
de organización política partiría de núcleos regidos por métodos de democracia
directa, allí se designaría a los responsables de trabajos específicos, a los
técnicos, a los representantes de la comuna ante las instituciones locales,
regionales y nacionales, estos cargos serían desempeñados por los trabajadores
una vez terminada su jornada, por funcionarios designados por la comuna y con
un tope de remuneración al mismo nivel que un obrero calificado, en cualquiera
de los casos la tarea de los representantes estaría controlada por la
comuna sujeta a revocación. Los
organismos de la comuna atenderían la instrucción, la sanidad, la vigilancia y
demás servicios, evitando, según las formas señaladas, volver a crear la burocracia
gobernante del Estado. Se suprimiría igualmente el ejército permanente, la
policía y demás cuerpos represivos del estado burgués, que serían sustituidos
por el pueblo en armas. Los distintos organismos políticos económicos de cada
región o actividad estarían unidos de arriba a abajo por mecanismos federales
de coordinación. En esto básicamente radica la estructura de la nueva sociedad
Libertad, Autoridad, Estado.
Vemos también en todas partes y siempre que, cuando la masa de
los trabajadores se mueve, los liberales burgueses más exaltados se vuelven
inmediatamente partidarios tenaces de la omnipotencia del Estado.
Al lado de esta razón práctica, hay otra de naturaleza por
completo teórica que obliga igualmente a los liberales más sinceros a volver siempre
al culto del Estado. Son y se llaman liberales porque toman la libertad
individual por base y por punto de partida de su teoría, y es precisamente
porque tienen ese punto de partida o es base que deben llegar, por una fatal
consecuencia, al reconocimiento del derecho absoluto del Estado.
La libertad individual no es, según ellos, una creación, un
producto histórico de la sociedad. Pretenden que es anterior a toda sociedad, y
que todo hombre la trae al nacer, con su alma inmortal, como un don divino. De
donde resulta que el hombre es algo, que no es siquiera completamente él mismo,
un ser entero y en cierto modo absoluto más que fuera de la sociedad. Siendo
libre anteriormente y fuera de la sociedad, forma necesariamente esta última
por un acto voluntario y por una especie de contrato, sea instintivo o tácito, sea reflexivo o formal. En una
palabra, en esa teoría no son los individuos los creados por la sociedad, son
ellos, al contrario, los que la crean, impulsados por alguna necesidad
exterior, tales como el trabajo y la guerra.
Se ve que en esta teoría, que en la sociedad propiamente dicha
no existe la sociedad humana natural, el punto de partida real de toda
civilización humana, el único ambiente en el que puede nacer realmente y
desarrollarse la personalidad y la libertad de los hombres, le es perfectamente
desconocida. No reconoce de un lado más que a los individuos, seres existentes
por sí mismos y libres de sí mismos, y por otro a esa sociedad convencional,
formada arbitrariamente por esos individuos y fundada en un contrato, formal o
tácito...
Los individuos humanos... aparecen, en esa teoría, como seres...
dotados cada uno de un alma inmortal y de una libertad o de un libre arbitrio
inherentes, son, por una parte, seres infinitos, absolutos y como tales
complejos en sí mismos, por sí mismos bastándose a sí y no teniendo necesidad
de nadie...
Por otra parte, son seres brutalmente materiales, débiles,
imperfectos, limitados y absolutamente dependientes de la naturaleza exterior,
que los lleva, los envuelve y acaba por arrastrarlos tarde o temprano.
Considerados desde el primer punto de vista, tienen tan poca necesidad de la
sociedad, que esta última aparece más bien como un impedimento a la plenitud de
su ser, a su libertad perfecta.
...Por tanto es evidente que, dotado de un alma inmortal de una
infinitud y de una libertad inherentes a esa alma, el hombre es un ser
eminentemente antisocial.
Realmente -los hombres- se presentan a nosotros como seres
determinados... por la naturaleza exterior, por la configuración del suelo y
por todas las condiciones materiales de su existencia; determinadas por las
innumerables relaciones políticas, religiosas y sociales, por los hábitos, las
costumbres, las leyes, por todo un mundo de prejuicios o de pensamientos elaborados
lentamente por los siglos pasados, y que se encuentran al nacer a la vida en
sociedad. Partiendo del estado de gorila, el hombre no llega sino
dificultosamente a la conciencia de su humanidad y a la realización de su
libertad... no se emancipa progresivamente más que en el seno de la sociedad,
que es necesariamente anterior al nacimiento de su pensamiento, de su palabra y
de su voluntad; y no puede hacerlo más que por los esfuerzos colectivos de
todos los miembros pasados y presentes de esa sociedad que es, por
consiguiente, la base y el punto de partida natural de su humana existencia.
Resulta de ahí que el hombre no realiza su libertad individual o bien su
personalidad más que completándose con todos los individuos que lo rodean, y
sólo gracias al trabajo y al poder colectivo de la sociedad... la sociedad
lejos de aminorarla y de limitarla, crea, al contrario, la libertad de los
individuos humanos. Por consiguiente, el hombre debe buscar su libertad, no al
principio; sino al fin de la historia.
Muy otro es el punto de vista de los idealistas... La sociedad
no se forma pues, más que por una especie de sacrificio de los intereses y de
la independencia del alma a las necesidades despreciables del cuerpo. Es una
verdadera decadencia y una sumisión del individuo interiormente inmortal y
libre, una renuncia, al menos parcial, a su libertad primitiva.
Se conoce la frase sacramental; que expresa esa decadencia y ese
sacrificio, ese primer paso fatal hacia el sometimiento humano. El individuo
que goza de una libertad completa en el estado natural, es decir antes de que
se haya hecho miembro de ninguna sociedad, sacrifica al entrar en esa última,
una parte de esa libertad, a fin de que la sociedad le garantice todo lo demás.
A quien demanda la explicación de esa frase, se le responde ordinariamente con
otra: La libertad de cada individuo no debe tener otros límites que la de todos
los demás individuos... esa frase contiene en germen toda la teoría del
despotismo. Conforme a la idea fundamental de los idealistas y contrariamente a
todos los hechos reales, el individuo humano aparece como un ser absolutamente
libre en tanto y sólo en tanto que queda fuera de la sociedad, de donde resulta
que esta última (...) es la negación de la libertad. (...) El hombre no se convierte
en hombre y no llega, tanto a la conciencia como a la realización de su
humanidad, más que en la sociedad y solamente por la acción colectiva de la
sociedad entera, no se emancipa del yugo de la naturaleza exterior más que por
el trabajo colectivo o social, lo único que es capaz de transformar la
superficie terrestre en una morada favorable a los desenvolvimientos de la
humanidad; y sin esa emancipación material no puede haber emancipación
intelectual y moral para nadie. No puede emanciparse del yugo de su propia
naturaleza.
(...) En fin, el hombre aislado no puede tener conciencia de su
libertad... La libertad no es, pues, un hecho de aislamiento, sino al
contrario, de alianza, pues la libertad de todo individuo no es otra cosa que
el reflejo de su humanidad o de su derecho humano en la conciencia de todos los
hombres libres, sus hermanos, sus iguales.
No puedo decirme y sentirme libre más que en presencia y ante
otros hombres. (...) No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres
humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de
otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su
condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que
por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los
hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más
profunda y más amplia se vuelve mi libertad (...) no puedo decirme
verdaderamente libre más que cuando mi libertad, o lo que quiere decir lo
mismo, cuando mi dignidad de hombre, mi derecho humano (!!) reflejados por la
conciencia igualmente libre de todos, vuelven a mí confirmados por el
asentimiento de todo el mundo.
(...) La libertad es (...) sobre todo eminentemente social,
porque no puede ser realizada más que por la sociedad y sólo en la más
estrecha igualdad y solidaridad de cada
uno con todos.
El segundo elemento o momento de la libertad es la rebelión del
individuo humano contra toda autoridad divina y humana (...) es la rebelión
contra la tiranía del fantasma supremo de la teología (...) la rebelión de cada
uno contra la tiranía de los hombres, contra la autoridad (...) representada y
legalizada por el Estado (...) Las dos grandes instituciones que se imponen a
nosotros como establecidas por Dios mismo para la dirección de los hombres: la
iglesia y el Estado.(...) La tiranía (ideológico) social, a menudo aplastadora
y funesta, no presenta ese carácter de violencia imperativa, de despotismo
legalizado y formal (...) No se impone como una ley a la que todo individuo
está forzado a someterse bajo pena de incurrir en un castigo jurídico. Su
acción es más suave, más insinuante, más imperceptible pero (...) poderosa
(...) Domina a los hombres por los hábitos, por las costumbres, por la masa de
los sentimientos y de los prejuicios tanto de la vida material como del
espíritu (...) y que constituye lo que llamamos la opinión pública. Envuelve al
hombre desde su nacimiento, los traspasa, lo penetra, y forma la base misma de
su existencia individual, de suerte que cada uno no es en cierto modo más que
el cómplice contra sí mismo, más o menos, y muy a menudo sin darse cuenta
siquiera.
Para rebelarse contra esa influencia (...) el hombre debe
rebelarse al menos en parte contra sí mismo, porque (...) tendencias y
aspiraciones materiales, intelectuales y morales (son) el producto de la
sociedad (...) El Estado es una institución histórica, transitoria, una forma
pasajera de la sociedad, como la iglesia misma de la cual no es sino el hermano
menor, pero no tiene el carácter de la sociedad, que es anterior a todos los
desenvolvimientos de la humanidad (!!!) constituye la base misma de toda
existencia humana. El hombre, al menos desde que dio su primer paso hacia la
humanidad (...) un ser que habla y que piensa más o menos, nace en la sociedad
(...) no la elige, a contrario, es producto de ella, y está sometido a las
leyes (...) que presiden sus desenvolvimientos necesarios, como a todas las
otras leyes naturales. La sociedad es anterior y a la vez sobrevive a cada
individuo humano, como la naturaleza misma.
Un individuo que quiera poner en tela de juicio la sociedad
(...) se colocaría por eso mismo fuera de todas las condiciones de una real
existencia, se lanzaría en la nada, en el vacío absoluto, en la abstracción
muerta (...). Se puede, pues, preguntar con tan poco derecho si la sociedad es
un bien o un mal, como es imposible preguntar si la naturaleza... es un bien o
un mal.
(...) No sucede lo mismo con el Estado (...) y las divagaciones
teológicas de los hombres. El Estado no es la sociedad, no es más que una de
sus formas históricas.
(...) La sociedad no se impone formalmente, oficialmente,
autoritariamente, se impone naturalmente.
(...) El individuo humano (...) desde el momento que se forma en
las entrañas de la madre, se encuentra (...) particularizado por una multitud
de causas y de acciones materiales geográficas, climatológicas, etnográficas,
higiénicas (...) económicas (...) y en tanto que las inclinaciones y las
aptitudes de los hombres dependen del conjunto de todas esas influencias (...)
cada uno nace con una naturaleza o un carácter individual determinado (...) no
es éste el lugar de investigar como se han formado las primeras nociones y las
primeras ideas, cuya mayoría no eran naturalmente absurdas (...) todo lo que
podemos decir con plena certidumbre es que ante todo no han sido creadas
aisladas. (...) Este pensamiento, transmitido por la tradición de una
generación a otra, y desarrollándose cada vez más por el trabajo intelectual de
los siglos, constituye el patrimonio intelectual y moral de una sociedad, de
una clase, de una noción.
Cada generación nueva encuentra en su cuna todo un mundo de
ideas de imaginaciones y de sentimientos que recibe como una herencia (...).
Ese mundo no se presenta al principio al hombre recién nacido bajo su forma
ideal, como sistema de representaciones y de ideas como religión, como
doctrina; el niño sería incapaz de recibirlo y de concebirlo bajo esa forma,
pero se impone a él como sistema de hechos encarnados y realizados en las
personas y en todas las cosas que lo rodean, y que habla a sus sentidos por
todo lo que oye y lo que ve desde el primer día de su vida (...).
Representaciones e ideas (...) sobre la naturaleza y sobre el
hombre, sobre la justicia, sobre los deberes y los derechos de los individuos y
de las clases, sobre las conveniencias sociales, sobre la familia, sobre la
propiedad, sobre el Estado y muchas otras aún que regulan las relaciones entre
los hombres, todas estas ideas que encuentran al nacer, encarnadas en las cosas
y en los hombres y que se imprimen en su propio espíritu por la educación y por
la instrucción que recibe antes de que haya llegado a la conciencia de sí
mismo, las encuentra para humanizar a los hombres. La respuesta a esta pregunta
es muy sencilla: porque hasta el día de hoy él tampoco ha sido humanizado. Y no
lo ha sido porque la vida social de la que él es la expresión más fiel se basa,
como se sabe, en el culto divino y no en el respeto humano, en la autoridad y
no en la libertad, en el privilegio y no en la igualdad, en la explotación y no
en la fraternidad de los hombres, en la iniquidad y la mentira y no en la
justicia y la verdad. Por consiguiente su acción real, siempre en contradicción
con las teorías humanitarias que profesa, ha ejercido de modo constante una
influencia funesta y corruptora, no una acción moral. No reprime los vicios y
los crímenes; los crea. Su autoridad es, por lo tanto una autoridad divina
antihumana, y su influencia es maligna y funesta ¿Deseáis hacerlas bienhechoras
y humanas? Haced la revolución social. Haced que todas las necesidades se
vuelvan realmente solidarias, que los intereses materiales y sociales de cada
cual se conformen en los deberes humanos de cada cual. Y para ello no hay nada
más que un medio: destruid todas las instituciones de la desigualdad y
estableced la igualdad económica y social de todas, y sobre esta base se
levantarán la libertad, la moralidad y la humanidad solidaria de todo el
mundo.
La Organización: su programa, su táctica, su disciplina.
Es cierto que hay -en el pueblo- una gran fuerza elemental, una
fuerza sin duda superior a la del gobierno y a las de las clases dirigentes tomadas
en conjunto; pero una fuerza elemental no es, sin organización un poder real.
Sobre esta innegable ventaja de la fuerza organizada respecto de la fuerza
elemental del pueblo se basa el poder del Estado.
En consecuencia, el problema no estriba en saber si -el pueblo-
puede sublevarse, sino si es capaz de construir una organización que le
proporcione los medios de llegar a un fin victorioso. No a una victoria
fortuita, sino a un triunfo prolongado, definitivo.
...Solo la revolución universal es lo bastante fuerte para
trastornar y romper el poder organizado del Estado, sostenido con todos los
recursos de las clases ricas. Pero la revolución universal es la revolución
social, es la revolución simultánea del pueblo campesino y del pueblo urbano. Eso es lo que hay que organizar, porque sin una
organización preparatoria los elementos más poderosos se vuelven impotentes y
nulos.
En los momentos de grandes crisis políticas o económicas, cuando el instinto de las masas, al rojo,
se abre a todas las inspiraciones felices, cuando los rebaños de hombres esclavos, doblegados, aplastados,
pero nunca resignados, se rebelan por fin contra su yugo, aunque se sientan
desorientados e impotentes por lo mismo que se hallan completamente
desorganizados, diez, veinte o treinta hombres instruidos y bien organizados
entre sí, que sepan a dónde van y qué quieren, pueden fácilmente arrastrar a
cientos, a doscientos, a trescientos hombres o aún más. Recientemente lo vimos
en la Comuna de París. La organización sería, apenas iniciada durante el
asedio, no era perfecta ni fuerte, y sin embargo bastó para crear un formidable
poder de resistencia.
...Para que la Internacional pueda realmente adquirir ese poder,
para que la décima parte del proletariado -organizada por la Asociación- pueda
arrastrar las otras nueve décimas partes, es necesario que cada miembro, en
cada sección, esté mejor embuido de los principios de la Internacional. Sólo
bajo esta condición podrá llenar con eficacia, en tiempo de paz y de calma, la
misión de propagandista y apóstol, así como en tiempos de lucha llenará la
misión de jefe revolucionario.
...Para que todos los
miembros de la Internacional puedan llenar de manera consciente su doble deber
de propagandistas y jefes naturales de las masas en la Revolución, es necesario
que cada uno de ellos esté embuido, tanto como sea posible de esa ciencia, de
esa filosofía, y de esa política.
...Nunca se debe renunciar
al programa revolucionario claramente establecido, ni por lo que atañe a su
forma, ni por lo que atañe a su sustancia.
Las reticencias, las verdades a medias, los pensamientos
castrados y las complacientes atenuaciones y concesiones de una diplomacia
cobarde no son los elementos con que se forman las grandes cosas; éstas sólo se
forman con corazones enhiestos, con espíritu justo y firme, con una finalidad
claramente determinada y con una gran valentía.
...Sabemos ... que en política no hay práctica honesta y útil
posible sin una teoría y una finalidad claramente determinadas.
No cabe duda de que el número de nuestros adherentes será mayor
si evitamos precisar nuestro real carácter.(...) Pero ya dice el proverbio que
quien mucho abarca poco aprieta: compraríamos todas esas preciosas adhesiones
al precio de nuestra completa aniquilación. Y entre tantos equívocos y frases
que hoy envenenan la opinión pública de Europa, sólo seríamos una mala broma
más.
...Que las autoridades revolucionarias dejen de hacer frases,
pero, teniendo un lenguaje tan moderado y pacífico como se quiera, que hagan la
revolución. Justamente lo contrario de lo que las autoridades revolucionarias
han hecho hasta ahora en todos los países.
Con harta frecuencia han sido excesivamente enérgicas y revolucionarias en su lenguaje, y muy
moderadas, por no decir reaccionarias en sus actos. Hasta puede decirse que
casi siempre la energía del lenguaje les ha servido de máscara para engañar al
pueblo, para ocultar de él la debilidad y la inconsecuencia de sus actos.
...Mal que bien, hemos logrado formar un pequeño partido;
pequeño con relación al número de hombres que han adherido a él con
conocimiento de causa, pero inmenso con respecto a sus adherentes instintivos,
a esas masas populares cuyas necesidades representa mejor que cualquier otro
partido. Ahora debemos navegar todos juntos en el océano revolucionario, y de
aquí en adelante debemos propagar nuestros principios, ya no con palabras, sino
con hechos, porque tal es la más popular, poderosa e irresistible de las
propagandas.
¿Qué deben hacer, luego, las autoridades revolucionarias (y procuremos
que éstas sean las menos posibles)?. ¿Qué deben hacer para extender y organizar
la revolución?. No deben hacer la revolución por decreto: no deben imponerla a
las masas. Deben provocarla en las masas. No deben imponer éstas una
organización, sea la que fuere, sino que, promoviendo su organización autónoma
desde abajo hasta arriba, deben trabajar bajo cuerda, con ayuda de la
influencia individual sobre los individuos más inteligentes e influyentes de
cada localidad, a fin de que esa organización se adecúe en la mayor medida
posible a nuestros principios. En esto finca todo el secreto de nuestro
triunfo. No se piense que estoy abogando en pro de la anarquía absoluta en los
movimientos populares. Una anarquía como esa no sería nada más que una completa
ausencia de pensamiento, de finalidad y de conducta común, y necesariamente
habría de desembocar en una común impotencia.
Todo lo que existe y todo lo que es viable se produce dentro de
cierto orden, que le es inherente y que pone de manifiesto lo que hay en él...
Los revolucionarios políticos, los partidarios de la dictadura ostensible, recomiendan, una vez que la revolución ha
obtenido su primera victoria, el apaciguamiento de las pasiones, el orden, la
confianza y la sumisión a los nuevos poderes establecidos. De esta manera
reconstituyen el Estado. Nosotros, por el contrario, debemos fomentar,
despertar y desencadenar todas las pasiones; debemos producir la anarquía y,
como pilotos invisibles en medio de la tempestad popular, debemos dirigirla, no
por un poder ostensible, sino por la dictadura colectiva de todos los aliados
(miembros de la Alianza Revolucionaria). Dictadura sin cetro, sin título, sin
derecho oficial, y tanto más poderosa cuanto que no tendrá ninguna de las
apariencias del poder. Esa es la única dictadura que yo admito. Pero para que
pueda actuar es necesario que exista, y para ello es necesario prepararla y
organizarla por anticipado, pues no se hará sola, ni por discusiones, ni por
exposiciones y debates de principios, ni por asambleas populares.
Por muy enemigo que sea
de lo que en Francia se llama disciplina, reconozco, no obstante,
que cierta disciplina, no automática, sino voluntaria y reflexiva y que esté en
perfecto acuerdo con la libertad de los individuos, es y será siempre necesaria
cada vez que muchos individuos, libremente unidos, emprendan un trabajo o una
acción colectiva, no importa cuál. En tal caso, la disciplina no es nada más
que la concordancia voluntaria y reflexiva de todos los esfuerzos individuales
hacia un fin común. En el momento de la acción, en medio de la lucha, los
papeles se dividen naturalmente, según las aptitudes de cada cual, apreciadas y
juzgadas por toda la colectividad: unos dirigen y mandan, y otros ejecutan las
órdenes. Pero ninguna función se petrifica, se fija ni permanece
irrevocablemente adherida a persona alguna. El orden y la promoción jerárquicos
no existen, de manera que el comandante de ayer puede ser el subalterno de hoy. En ese sistema ya no hay,
en rigor, poder. El poder se funde en la colectividad y se convierte en la
sincera expresión de la libertad de cada uno, en la realización fiel y seria de
la voluntad de todos. Todos obedecen sólo porque el jefe de ese día no ordena
sino lo que todos quieren.
Tal es la disciplina verdaderamente humana, la disciplina
necesaria para la organización de la libertad.
La unidad viva, verdaderamente poderosa, es la que queremos
todos, es la que la libertad crea en las entrañas mismas de las diversas y
libres manifestaciones de la vida, expresándose por la lucha, es el equilibrio
y la armonización de todas las fuerzas vivas. Comprendo
que un general de división de un ejército adore el silencio de muerte que la
disciplina impone a la muchedumbre. Vuestro general, nuestro general, el
general del pueblo, no tiene necesidad de ese
silencio de esclavos; habituado a vivir y a comandar en medio de las
tormentas, jamás es mayor su talla que en la tempestad. La tempestad, esto es,
el desencadenamiento de la vida popular, lo único capaz de arrasar todo ese
mundo de iniequidades establecidas.
...Una asociación que tiene un fin revolucionario debe
necesariamente formarse en sociedad secreta, y toda sociedad secreta, en
interés de la causa que sirve y de la eficacia de su acción, así como en
interés de la seguridad de cada uno de sus miembros, debe estar sometida a una
fuerte disciplina, que no es, por lo demás, otra cosa que el resumen y el mero
resultado del compromiso recíproco que todos los miembros han contraído entre
sí.
Libertad y lucha ideológica.
Sentimos el mayor respeto, no por todas las opiniones, sino por
el derecho que cada cual tiene de profesar las suyas; cuanta más honestidad y
franqueza ponga un hombre en su opinión, más estimable nos parece.
Reparad en que aquellos
que predican la paz a cualquier precio, la inmolación de las convicciones
opuestas ante las necesidades de una unión aparente, y que lanzan sus
maldiciones sobre quienes convocan a la guerra civil, son siempre moderados,
reaccionarios, o por lo menos hombres que carecen de convicción, de energía y
de fe. Son los adormecedores, los tibios. Son, precisamente, aquellos que
pierden todas las causas.
Una buena guerra civil, franca, abierta, vale mil veces más que
una paz podrida. Por lo demás, nunca la paz deja de ser aparente; bajo su égida
falaz, la guerra continúa, pero impedida de desplegarse libremente, por lo que
adquiere carácter de intriga, un carácter mezquino, miserable y a menudo
infame.
Además, se trata de una guerra mucho más teórica que práctica,
pues se trata de una lucha de ideas, no
de intereses. Y una lucha como ésta sólo puede tener efectos bienhechores para
la Internacional; necesariamente contribuye
al desarrollo de su pensamiento sin causar el menor perjuicio a su solidaridad
real, ya que ésta no es teórica, sino práctica.
Ciertos «revolucionarios» moderados.
Estos revolucionarios moderados le
reprocharon a la juventud revolucionaria su confianza en el pueblo, como si hubiese
sido una gran locura. (...) Temían la insurrección mucho más de lo que la
deseaban. Sin embargo, al poner de manifiesto su innegable sabiduría por la
legítima desconfianza que el pueblo siempre les había inspirado, no pudieron a
su vez evitar otra locura, pues no de otro modo puedo calificar su confianza
infantil en los auxilios de la diplomacia, de la que son, por lo demás,
víctimas.