A continuación tres artículos que retratan los sucesos de Villaguay y Gualeguaychú
"Día del Trabajador: Entre Ríos obrero"
Por Jorge Vilanoba
artículo publicado en AIM Digital el 1º de Mayo de 2011.
Villaguay, febrero de 1921
Hace tiempo que Entre Ríos está tranquila, modosita. Desde los tiempos de Don Ricardo (López Jordán) que no aparece en los diarios. La ola liberal ya la sumó al concierto de las provincias que adhieren al sistema agro-exportador de materias primas que viajan a Europa. Los conservadores mandan, aunque se hagan pasar por radicales. Falta poco para que blanqueen la situación y se atrincheren todos juntos dentro del antipersonalismo.
Hectáreas y hectáreas se cuentan de a miles y pertenecen a unos pocos terratenientes, y la verdad es que no se diferencian si son radicales o demócratas nacionales. Es que ya está todo (des)ocupado, y estos, los hijos de la generación del 80, que paradójicamente promovió la llegada del gringaje, no están dispuestos a renunciar a sus privilegios estancieros. La economía fundamental continúa siendo la misma de siempre: vacas y cereales. Llegaron los inmigrantes a trabajar la tierra, pero ¿qué tierra?, colonias como San José, y Caseros son la excepción, y se remontan a tiempos de Urquiza y Peyret.
Se necesita mano de obra para suplir al gaucho. Se coloca la zanahoria y los inmigrantes van tras ella, pero con estos arrendamientos ¿cómo acceder a la tierra, si apenas alcanza para vivir? El estancamiento es un hecho. Los desocupados se van del campo y los absorben los pueblos, que los transforman en obreros.
A diferencia de Alcorta donde los colonos gritan y reclaman menos alquiler, en Villaguay son los obreros rurales y los dueños de las trilladoras los que piden mejoras. Estancieros y colonos están juntos. Son propietarios, aquellos solo proletarios.
Dos años antes en diciembre de 1919 hubo una huelga de braceros. “Ahora que los agricultores eran víctimas de la huelga de braceros, se puso en evidencia su conservadorismo fundamental. Cuando sus propios intereses estuvieron en juego, los colonos mantuvieron una agitación constante, denunciando con indignación la política del gobierno.
Pero esos mismos agricultores, cuyo apoyo a la reforma agraria no contemplaba por cierto la implantación de una democracia social en el campo, aplaudieron sin retaceos al gobierno cuando este uso la fuerza par terminar con la huelga de los braceros. En Entre Ríos los colonos realizaron mítines y solicitaron al presidente el envío de tropas que garantizaran su ‘derechos a trabajar’, sostiene Solberg.
Por entonces, La tierra, el órgano de la Federación Agraria, editorializaba: “no frecuentamos los prostíbulos, ni las casas de juego ni las carreras de caballos”, como si hacen esos braceros “degenerados y viciosos”, y como siempre se recurría a inculpar, a los ya a ésta altura clásicos, agitadores y disolventes elementos anarquistas.
En enero de 1921, se produce una nueva huelga de peones y obreros contra los chacareros y los dueños de las máquinas, en la localidad de Villa Domínguez. Hay detenidos por la policía apoyados por miembros de la Liga Patriótica -organizada en la zona desde un año atrás-, como respuesta al atropello el sindicato, junto al Partido Socialista y a la Federación Obrera Comarcal convocan a una concentración.
Hay manifestación en el pueblo, el socialista José Azentoff (o Axentzoff), secretario de la Sociedad de Oficios Varios, es el orador, y su arenga –un brote peligroso- es de cuidado. Se produce un tiroteo entre los trabajadores por un lado y la policía y miembros de la Liga –que eran los mismos- por el otro. Habrá unos 35 heridos y 76 encarcelados, ninguno de ellos liguista. Para el diario La Nación se trató de un “enfrentamiento entre revolucionarios judíos y criollos ordenados, basándose en el hecho de que 18 de los prisioneros eran judíos. Sin embargo la mayoría de los detenidos eran criollos”.
Pocos días después Azentoff es asaltado y apaleado. Los agresores pertenecen –como debe ser- a la Liga Patriótica, ya que su principio primario “consiste en conservar las virtudes inmanentes de la raza, la franqueza, la hidalguía, la bravura, la hospitalidad, no consintiendo que el extranjero y el nativo extranjerizante corrompan el sentido señorial de la civilización Patria”. Pero a pesar de tan floripondio verbo hay un detalle, muchos de sus integrantes son judíos. “Tanto Axentzoff como algunos agresores eran judíos, al igual que el médico policial y vicepresidente de la Brigada de la LPA de Domínguez, que se negó a atender al obrero herido”.
El periódico La Provincia, de Concordia, alertaba que “la judiada se amotina”. El día 17 el diario La Nación sostuvo que el conflicto consistía en “el estallido de una verdadera lucha entre criollos y judíos… al servicio de propagandistas y agitadores profesionales”. La Vanguardia lo acusa de ser “el primero en calificar como ‘lucha de razas’ a los sucesos de Villaguay” en el artículo “Qué corresponsales tienes, Benita”, del día 25. Así también Nicolás Repetto acusó al diputado radical Mouesca “por querer crear en el país una lucha de razas”, cuando el último inculpaba a “un grupo de judíos anarquizantes… que para mal de Entre Ríos se han enquistado en el seno de la provincia”.
Los escrúpulos nacionalistas y xenófobos de la Liga quedan a un lado cuando la propiedad está amenazada, cuando el orden natural estanciero parece resquebrajarse. Tal como sucedió en la Semana Trágica, la derecha judía vuelve a agacharse frente a los judíos pobres. Alguien dirá, con el tiempo, que no hay nada más reaccionario que un burgués asustado. Bueno, esto es parecido y no debe sorprender.
Es más, en 1919, en Buenos Aires se fundó una Brigada Israelita, formada por miembros de la Bolsa de Comercio.
Salomón Resnick, a través de la publicación israelita, Vida Nuestra, en su número de marzo de 1921, imputaba, no sin indignación: “es de notar que entre los causantes del conflicto en Villaguay figuran algunos judíos indignos que por intereses de lucro se han unido a los elementos de la Liga Patriótica para ejercer bajo el amparo de los colores azul y blanco venganzas personales contra determinados correligionarios. Esos señores, como se ve, han prescindido por completo de la solidaridad de raza, para infundir el pánico entre sus hermanos de Entre Ríos, porque así convenía a sus fines de mercaderes y politiqueros. Lástima que ‘los salvadores del orden’ que de tan buen grado admiten la colaboración de extranjeros cuando se trata de apalear a la gente indefensa en nombre de la patria y de la libertad, no quieran reconocer a los socialistas judíos el mismo derecho de solidaridad con sus compañeros criollos en cuestiones ajenas a toda violencia”.
“Tras los incidentes de Villaguay, la Liga recibió, en número creciente, nuevos miembros judíos. En mayo de 1921, 12 de las 30 brigadas de la región de colonización judía tenían oficiales judíos… La Liga había utilizado convenientemente a los judíos como chivos expiatorios durante el episodio; acabado éste, muy provechosamente, la Liga reclutó a estos extranjeros”.
La violencia va en aumento, las manifestaciones obreras son reprimidas, la policía cumple con el benemérito deber de proteger ‘la patria y el orden’. O como señaló La Vanguardia, “coadyuvó con los sicarios de la Liga en persecución de trabajadores torturados, objeto de todo género de vejámenes, y los tenebrosos de las brigadas circulaban por la comisaría local como por su propia casa”.
En una de esas refriegas, el 11 de febrero muere un hijo del senador provincial Alberto Montiel, de quién Aníbal Vásquez sostiene que tuvo “una sobresaliente actuación pública en Villaguay, como que en reiterados períodos lo representó en las dos cámaras legislativas”.
Montiel padre encabezará la Brigada Blanca de su pueblo que llegará a Gualeguaychú el 1º de mayo. “Este señor venía con todo el odio en sus venas, pues su hijo, perteneciente a las filas de la Liga Patriótica, había ido a golpear a los obreros anarquistas en un acto que se llevó a cabo en la ciudad de Villaguay, unas semanas antes, pereciendo éste en la refriega”, cuenta Ateo Alcides Jordán.
“La llamada Liga Patriótica… masacró a dos trabajadores que se encontraban reunidos para dar una conferencia obrera y después de apalearlos a los que quedaron heridos, los liguistas les cortaron las orejas y los bigotes juntamente con los labios… Ni fiscales ni jueces ni el propio tribunal de justicia dijo hasta hoy absolutamente nada. Es que los responsables de los hechos eran grandes hacendados y terratenientes, y hasta ellos no alcanza la espada de la justicia”, comentaba aún en 1927 el periódico Bandera Proletaria. El forista Julio Serebrinsky, tenía que hablar esa tarde, en el acto que pedía la liberación de los detenidos y si bien pudo escapar a las ‘balas de los sicarios’, los liguistas detuvieron el auto que lo llevaba a Concordia, y le propinaron una soberana paliza.
Entrerriano desde los cuatro años y fundador del Centro Socialista de Concordia, llegó Serebrinsky a la concejalía en 1929 y en 1933. Como periodista, editó La Verdad en 1921 y El Socialista en 1925. Más tarde –en 1931- dirigirá El eco popular, y desde su partido impulsará una campaña por la fundación de la Cooperativa Eléctrica de Concordia, de la cual integrará el directorio durante seis años. Este ruso nacido en 1866, morirá en 1980 en La Plata.
Gualeguaychú
La tarea de Manuel Carlés fue descomunal, –tenía tiempo y plata-, llegó a crear cerca de mil brigadas en todo el país –medio centenar en la provincia-, y no sólo con estancieros y latifundistas, también militares y policías se identificaban en sus principios. “A partir de una invitación de la Liga o por propia iniciativa, hacendados, empresarios y dirigentes políticos provinciales dieron origen a nuevas brigadas. En diciembre de 1919, cuando trabajadores de la cosecha iniciaron una huelga, los propietarios respondieron con la organización de brigadas rurales”.
Los peones rurales no tenían muchas alternativas: “un anciano alambrador nos cuenta que él había recibido órdenes de sus patrones de concurrir al acto que la Liga celebro en mayo de 1921 en Gualeguaychú, y que por no haber concurrido fue despedido de su trabajo al día siguiente”.
Si algo tenía muy en claro la Liga era la identificación de sus enemigos: “en primer lugar a anarquistas y sindicalistas revolucionarios, pasando por toda clase de socialistas, hasta llegar a los ‘…indiferentes, anormales, envidiosos y haraganes…’ sin olvidarse de los ‘…inmorales sin Patria, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas…” y su emblema de combate “el que no es amigo de la Liga Patriótica es mi enemigo y lo combatiré sin descanso ni cuartel”.
Muy, pero muy en línea con lo que argumentará medio siglo más tarde el capitoste del Proceso, Ibérico Saint Jean: “primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores, después a los simpatizantes, después a los indiferentes, y por último a los tímidos”.
Las celebraciones patrias liguistas si bien correspondían a fechas nacionales como el 25 de mayo o el 9 de julio, no dejaban de lado –al menos en Entre Ríos- el 3 de febrero urquicista, ni tampoco el Pronunciamiento antirosista. Aquel fue un ensayo. Para este último cabía la posibilidad de que los trabajadores también conmemorasen su fecha.
Y ocurrió. Las dos organizaciones pidieron autorización para celebrar el 1º de Mayo. El jefe de policía caviló y decidió autorizar ambos en diferentes horarios La Liga en el hipódromo y la Fora en la plaza Independencia. No tenían por que encontrarse dedujo, por si acaso pondría una pequeña guardia en la plaza.
“Concordia, 2 de mayo. Secretaría Centro Social de Gualeguaychú comunícame que la Liga Patriótica atropelló ayer manifestación obrera a Mauser y Winchester. Hay 28 heridos y cuatro muertos. Piden garantías. Ruégoles quieran intervenir urgentemente. Manden delegado. Situación grave. Serebrinsky”, telegrafiaba desesperado el concordiense al PS nacional. Tres días después llegaban los diputados Pinedo y Di Tomaso. Mientras el delegado de la Fora, Félix “el Indio” Godoy comunica el mismo día dos, al ministro del interior que “Los trabajadores hemos sido masacrados por la Liga Patriótica ayer… causándonos cuatro muertos y 20 heridos. Hay 5000 hombres liguistas armados en los suburbios. Amenazan incendiar el local de la Federación y tomar la ciudad. La policía es impotente”. No tenían porque encontrarse ¿Qué pasó?
Aquella mañana la Liga Patriótica realizó, como estaba previsto, un desfile por la ciudad. A la brigada local se le habían sumado las de Villaguay, Perdices, Almada, Urdinarrain, Gilbert, Talitas, Aldea San Antonio, Concepción del Uruguay, etc. Eran las diez cuando se inició la marcha encabezada por el Mulato Carlés, Sixto Vela y Luis María Campos Urquiza, que llegaría al hipódromo.
Carlés se vio ante 5000 almas, y más que hablar sobre el Pronunciamiento arremetió contra la Fora esa “forma de parasitismo económico, ya que los descuentos de los sueldos de los obreros van a parar a los bolsillos de los vividores de los sindicatos…”, menos mal que “los argentinos han formado a su vez una institución para defender la Pureza Moral Argentina”. Y culminó “con el mismo entusiasmo que nuestros abuelos proclamaron en esta tierra de bravos la libertad cívica –Pronunciamiento-, la Liga Patriótica Argentina proclamó la libertad del trabajo en el día de los trabajadores honestos de la República Argentina”.
También habló Eufemio Muñoz al paisanaje : “…yo abro los ojos y miro, y no descubro monstruo mayor entre los de que hablan, que este de la anarquía, cuya sacrílega insolencia se exalta al rojo de sus pendones…”. Culmina su discurso con un imperativo “de el ejemplo y pegue el grito al sacarse los ponchos, que en el otro mundo no hace frío”10¿Serán estas últimas palabras que mezcladas con la excitación y el alcohol libado, en el asado del mediodía, lo que desató el atropello?
Una vez finalizado el acto de la Liga y cuando supuestamente sus componentes se retiraban hacia su procedencia, comenzaría dos horas después el acto obrero. Hete aquí que cuando el primer orador hacía uso de la palabra, sobre un improvisado palco de las mesas del café Apolo, ante unos 1500 trabajadores, los jinetes de la Liga encabezados por Sixto Vela (Gualeguaychú) y Morrogh Bernard (Gilbert) rodearon a la concentración forista desde las esquinas de la plaza.
Uno de los obreros presentes, Ángel Nicolás Jordán narró: “la Fora Gualeguaychú era muy fuerte, la componían panaderos, estibadores, portuarios, conductores de carros, albañiles, pintores, empleados de comercio y otros. Su influencia llegaba hasta Basavilbaso, por ello cuando había un conflicto con estibadores, por ejemplo, se paralizaba toda la salida de la producción de una importante zona de la provincia. Esto molestaba a la oligarquía que ya había apaleado obreros en una asamblea en Villaguay, llegando incluso a marcar a un dirigente socialista de Concordia presente en la asamblea”.
Por su parte, Francisco García -marítimo y socialista-, encabezaba la Federación Obrera Departamental, adherida a la Fora del noveno Congreso, en la que se agrupaban anarquistas, sindicalistas, socialistas e inclusive radicales, no eran tantos en Gualeguaychú, después de todo, como para estar divididos en dos federaciones como si sucedía con los compañeros de Buenos Aires.
Los centauros exigieron que se arríe el pabellón obrero, invocando aquello de ‘ningún sucio trapo rojo reemplazará nuestra bandera celeste y blanca’.
La bandera en cuestión era roja y en un doble círculo blanco se leía ‘Federación Obrera Departamental’ y en ese momento la sostenían Celedonio Iglesias y el Negro Silva, a su lado se encontraban Ángel Jordán y el Indio Godoy. Y si bien era la única “las mujeres acompañaban la marcha luciendo largas polleras rojas y los obreros hacían lo propio con una flor en la solapa”.
La intervención del jefe de policía Lahíte, daba sus frutos intentando convencer a los trabajadores de retirarla, así lo hacían –dicen unos- cuando se escucho un tiro, Ateo Jordán niega que la hayan entregado. Y fue el inicio de la masacre. “Produciéndose con este motivo una verdadera batalla campal. El elemento de la Liga que se hallaba desplegado por la calle Urquiza y San José, penetró en la plaza y el elemento obrero en algunos que resistieron y otros que huían tomó la parte nordeste de la plaza, después se hizo un recio tiroteo en el cual fue difícil calcular el número de disparos pero, pero es indudable que pasaron de centenares”.
No cabe duda que la liga fue responsable del farragoso encuentro, al presentarse provocadoramente en la plaza, aunque sus miembros alegaron que el primer tiro provino de las filas obreras, no parece haber sucedido así: “puedo garantir a S.S. que la totalidad de los obreros no tenía armas por cuanto se detuvo a muchos de ellos y en la requisa no se les encontró absolutamente nada.” En estos términos se lo confirmaba al gobernador Celestino Marcó, el jefe policial Lahíte.
Ateo Jordán, hijo de aquel obrero –fallecido en 1985- protagonista en la plaza relató, 80 años después, una situación que lo marcó, a pesar de no haber estado presente (por razones obvias como se verá) ese día en la plaza: “esa tarde mi padre se defendió como pudo de la Liga Patriótica. De pronto vio como los curas de la iglesia habían facilitado a éstos últimos la torre del campanario para que desde allí tiraran con armas largas contra los trabajadores anarquistas. El recibió dos impactos de bala. Fue tal la indignación que mi padre dijo en voz alta: ‘a mi próximo hijo lo llamaré Ateo’. Y por eso me llamo Ateo y llevo con mucho orgullo ese nombre”.
Hoy, en el cementerio entrerriano, una columna tronchada en la tumba de los caídos recuerda desde una placa, diseñada por el obrero marítimo Ramón Suárez: “yacen aquí los restos de los que en vida fueron: Ángel Silva, Celedonio Iglesias, Lorenzo Timón, Pedro Villarreal. Murieron el 1º de mayo de 1921, luchando por el porvenir en aurora, contra el pasado en ocaso. Sus hermanos de clase, de dolor y de lucha a su memoria”.
Y si bien solo cuatro nombres se encuentran en la placa, los heridos fueron muchísimos, los muertos comprendieron casi la veintena, donde también niños y mujeres obreras fueron alcanzados por las balas de la Liga. A ellos debe sumársele el sargento de policía Urriste que contó con “el reconocimiento de los trabajadores a quien intentó evitar que fueran violentados”.
Después hubo represalias hacia quienes socorrieron a los obreros: farmacéuticos, médicos y abogados. Las ambulancias fueron tiroteadas. Y también hubo impunidad para los Salduna, Vela, Luciano, Garbino, el cura Blasón, los Sobral –hermanos del alférez-, Montiel etc. El mismísimo Morrogh Bernard fue candidato a gobernador en 1933 por el Partido demócrata Nacional. Los obreros memoriosos volanteaban: “Morrogh Bernard no puede ser votado por el porque es matador de obreros”.
"Villaguay, una “semana trágica” en miniatura"
Artículo publicado en el diario Noticias Villaguay
http://www.noticiasvillaguay.com.ar/
el jueves 1º de marzo de 2012.
Las crónicas siempre son parciales. Y por eso el único nombre que aparece cuando se recuerdan los episodios del 11 de febrero de 1921 en nuestra ciudad es el de Héctor Montiel, el hijo de 17 años del caudillo conservador Alberto Montiel, muerto de un balazo en una refriega que -cuentan con menos detalles los diarios de entonces- también se llevó la vida de “un niño que figuraba entre los manifestantes”.
La concentración había sido convocada para reclamar la libertad de Iosef (o José) Aksentzov, un militante socialista oriundo de Ucrania, que presidía el Sindicato de Oficios Varios de nuestra ciudad.
El sindicalista había sido detenido días antes, luego de haber sido golpeado salvajemente brutalmente por los propietarios de máquinas y los agricultores afectados por la huelga de “braceros” de Villa Domínguez (hoy serían estibadores), que el gremio había dispuesto para reclamar un aumento de salarios.
Aunque Aksentzov fue la víctima del ataque, cuando el gremialista fue a radicar la denuncia en la comisaría de Domínguez quedó detenido y fue trasladado a nuestra ciudad, por “agitador profesional”.
La injusta detención de Akzentov motivó que los obreros, apoyados por organizaciones de otras ciudades, se movilizaran a la plaza de Villaguay el 11 de febrero de 1921, con la idea de pedir su liberación.
Lo que sucedió fue otra cosa. El historiador villaguayense Justo José Miranda, en su libro “Villaguay, mi pueblo”, lo narra así:
“Desde temprano, circuló entre el vecindario la noticia de que esa gente asaltaría el pueblo. Pocos escaparon a la treta. De donde muchos concurrieron a la plaza armados. Era la siesta del domingo 11 de febrero de 1921. Comenzaba Carnaval. Rodeaban la tribuna gente del pueblo, en su mayoría conservadores destacados y hombres de la ‘Liga Patriótica’ de (Manuel) Carlés que habían ido a deshacer el mitin (…). Comenzó el obrero gráfico Nieves Cisneros a dar las razones del acto. Y a sus primeras palabras las interrumpió el grito insultante de ‘haraganes’. Tras el grito, un tiro. Y otro. Y puñetazos y corridas. Y civiles a caballo tras los fugitivos, en pelo, a la carrera, enarbolados los rebenques como en cargas a degüello. Judíos que huían despavoridos hacia Domínguez y Clara. Criollos que les cortaban los bigotes a cuchillo. La policía sañuda. El sargento Filomeno Barrios, correntino mal enseñado, alrededor de la plaza, apaleando a diestra y siniestra. El milico Bergara, tape guapo y sanguinario, tumbándolo de un planazo a Rossi, sindicalista paranaense… Muchos tratan de calmar a los excitados. Ya advirtieron la mentira. Nadie viene a asaltar. Todos a reclamar justicia. De pronto se oye el grito desgarrador, terrible, de bestia herida de Alberto Montiel. Su hijo Héctor yacía muerto junto a él, frente a la policía, entre las flores. Héctor, nuestro compañero, como nosotros veinteañero, estudiante en vacaciones. Y en un banco de la plaza una madre sentada con el hijo muerto de un balazo, entre los brazos”.
El hecho no sólo apareció en los libros de historia local. Por el contrario, alcanzó repercusión nacional y el diario La Nación dió su versión, denunciando que algunos judíos son ayudados por anarquistas y agitadores extranjeros.
Pero es en el diario concordiense El Litoral donde se encuentran las crónicas más jugosas (y también más parciales). “Elementos salidos de Concordia y encabezados por el sujeto ruso Julio Serebrinsky han tenido participación principalísima” en los sucesos, en los cuales perdió la vida el joven Héctor Montiel, bachiller de 17 años, que iba a iniciar sus estudios universitarios.
Se sostiene, además, que el asesinato habría sido perpetrado con premeditación. Y se afirma que “hay testigos presenciales… que aseguran haber visto a un grupo de rusos revoltosos aplaudir frenéticamente en el momento que la víctima se desplomaba herida de muerte”.
Siempre en El Litoral, la información ampliada de los hechos, señalaba que “a las 2 y 30 de la tarde, una manifestación de entre 350 a 400 personas -encabezada por 100 mujeres y niños ostentando banderas rojas y estandartes subversivos- hizo su entrada al pueblo y se dirigió a la plaza de Mayo, profiriendo gritos e insultos denigrantes para el ejército, las autoridades y la patria”.
Allí, los manifestantes fueron arengados por el “agitador” Nieves Cisneros, “empleando el lenguaje más soez”. Pero fue interrumpido por “los primeros disparos de armas de fuego” de parte de los laderos de Montiel y de la policía.
La crónica corregida y ampliada manifiesta que, al parecer, los “revoltosos” se resolvieron a atacar “en forma resuelta; pero una descarga cerrada los hizo retroceder, poniéndose de inmediato en fuga. Los disparos de armas de fuego se sucedían indistintamente en los cuatro costados de la Plaza y lugares adyacentes, viéndose caer a muchos heridos, a quienes no se socorría en el acto, a causa de haber cerrado sus puertas el comercio y las casas de familia”.
Confirma, a continuación, la muerte del joven Héctor Montiel y de “un niño que figuraba entre los manifestantes”.
En los allanamientos realizados, la policía fue secundada por numerosos vecinos que penetraron en la imprenta que servía a los manifestantes. “En esos momentos, cinco individuos se ocupaban en la impresión de una manifiesto sedicioso, (todos los cuales), que son judíos, fueron llevados de los cabellos hasta la policía por el pueblo allí congregado. El dueño de la imprenta e impresor del manifiesto, judío también, sacó la peor parte, pues perdió un ojo en la refriega que allí se produjo, al querer resistir a la autoridad”.
La Liga y el después
Tras los sucesos del 11 de febrero, la Liga Patriótica reforzará su “trabajo” y tendrá un papel “destacado” en otro episodio sangriento ocurrido en Gualeguaychú.
Alberto Montiel padre encabezará la Brigada Blanca de su pueblo que llegará a Gualeguaychú el 1º de mayo. “Este señor venía con todo el odio en sus venas, pues su hijo, perteneciente a las filas de la Liga Patriótica, había ido a golpear a los obreros anarquistas en un acto que se llevó a cabo en la ciudad de Villaguay, unas semanas antes, pereciendo éste en la refriega”, cuenta Ateo Alcides Jordán.
“La llamada Liga Patriótica… masacró (en Gualeguaychú) a dos trabajadores que se encontraban reunidos para dar una conferencia obrera y después de apalearlos a los que quedaron heridos, los liguistas les cortaron las orejas y los bigotes juntamente con los labios… Ni fiscales ni jueces ni el propio tribunal de justicia dijo hasta hoy absolutamente nada. Es que los responsables de los hechos eran grandes hacendados y terratenientes, y hasta ellos no alcanza la espada de la justicia”, comentaba aún en 1927 el periódico Bandera Proletaria.
"A 90 años de la masacre de Gualeguaychú"
por Tirso Fiorotto
Artículo publicado originalmente en Diario UNO
Domingo, 01 de Mayo de 2011
y posteriormente en Riobravo.com.ar
El grito obrero se extendía por todos los rincones entrerrianos, y explotó a los balazos en la tragedia de Gualeguaychú, hace hoy 90 años.
Fue una jornada violenta y sangrienta. En eso le hizo honor a la fecha, aquel Primero de Mayo de 1921. Pero cuadraba con la época porque la ebullición obrera daba a los poderosos no pocos dolores de cabeza, y la represión y los choques estaban a la orden del día.
Las luchas obreras entrerrianas comenzaron complejas y duras. Las persecuciones en tiempos supuestamente democráticos o durante gobiernos de facto fueron moneda corriente. Persecuciones, claro, desde los gobiernos o desde las patronales (generalmente más o menos lo mismo). Y a muerte.
Hoy recordamos tres sitios y momentos de esas luchas, con los versos del uruguayense Raúl Fernández, los relatos del diamantino Ángel Borda, y los sucesos de Gualeguaychú, en el aniversario 90 del sangriento ataque de las Ligas Patrióticas contra una manifestación de obreros de la Federación Obrera Departamental –FOD- en la plaza.
Disputarse el Día
Los hombres de a caballo contra los de a pie. La disputa: un paño rojo que los propietarios ya no soportaban. Y es que amenazaba sus intereses de clase, y por eso la tenían de enemiga de la “patria”.
Hablábamos hace pocas horas con el abogado Darío Carrazza, autor de la obra “¡Gualeguaychú 1921 – Plaza de muerte”, que presentó el viernes una segunda edición, en el sur entrerriano.
“Las Ligas Patrióticas fueron un primer intento de alianza de clases, y en el meeting del hipódromo aquel 1ro. de Mayo participó gran parte de la sociedad de Gualeguaychú. Fueron a festejar el ‘Día del trabajo libre’, porque decían que el trabajo libre empezó con la Constitución y que la Constitución arrancó un primero de mayo con el Pronunciamiento de Urquiza. En realidad eran sectores oligarcas que buscaban preservar intereses, pero ese era su discurso, incluso Manuel Carlés (jefe de los liguistas) empezó su discurso en el hipódromo con la expresión ‘Señores trabajadores’. Iban a disputar representatividad”.
Para Carrazza está probado que murieron cuatro obreros y un policía. Para Ateo Jordán, hijo del militante anarquista Ángel Jordán, los muertos fueron 19 pero los familiares de dos de ellos prefieren no hablar, de modo que cuenta 17.
La vieja bandera
Los obreros conmemoraban el Día de los Trabajadores en la Plaza Independencia (hoy plaza San Martín) de Gualeguaychú, y los liguistas (propietarios, peones y muchos otros ciudadanos), también el Día de los Trabajadores Libres que hacían coincidir con el Pronunciamiento de Urquiza contra Rosas, subraya Carrazza.
Las autoridades habían autorizado las manifestaciones a buena distancia, pero cientos de hombres de a caballo se fueron a la plaza y el choque se hizo inevitable.
Ateo Jordán aún conserva la bandera roja de la Federación Obrera Departamental –FOD-, que los obreros se negaron a arriar en aquella jornada fatal. La cuida, la guarda como un tesoro. Deshilachada, muy ajada porque estuvo años escondida, una y otra vez, enterrada por el propio Angel Jordán, su padre gremialista de los panaderos, para que los poderosos no se la secuestraran. Hoy la bandera luce viva aún y Ateo anda incluso con una réplica para que el manoseo no termine de destruirla.
A 90 años de aquel envión de las luchas obreras, resistido por los sectores conservadores podemos mirar ya aquellos hechos con alguna distancia, y valorar los esfuerzos por la organización de las clases más desfavorecidas, y la difusión de sus derechos.
Balas y machetes
Los estudiosos de la zona ya han hablado de una sangría. Berón un balazo en el hombro derecho; Mernes un balazo en la espina dorsal; Calvares una herida en la nariz; Contreras dos balazos en la pierna derecha; Rodríguez un balazo en la espalda; Palacios un balazo en la pierna izquierda; Navarros, herida de bala; Moreyra un hachazo en la cabeza; Silva un balazo en la nuca; Peruchena herido de bala; el agente Urristi muerto instantáneamente con un balazo en la cabeza; Solari herido en una pierna; Gadea herido en la pierna; Timón un balazo en el vientre; Blanco herido de bala; Duarte dos balazos en el pulmón; Sobral herido de bala en una pierna; Aguire, balazo en el brazo; Barrios balazo en la mano...
Tremendos encontronazos habían ocurrido ya en el país. Los reclamos obreros (principalmente las 8 horas de trabajo) eran resistidos por la patronal (generalmente ingleses en la tala del monte, ingleses en las estancias de ovejas, ingleses en las fábricas, ingleses en los ferrocarriles, ingleses en los frigoríficos y en el transporte marítimo), apoyados por miembros de la burguesía y de la oligarquía argentina reunidos en las Ligas Patrióticas, de corte nacionalista, anticomunista.
En Rosario cayó la primera víctima del movimiento obrero argentino. Al austríaco Cosme Budislavich lo voltearon con una bala en la nuca en 1901. En Buenos Aires los reclamos se hicieron sangre en la llamada “Semana Roja” de 1909, que concluyó con represiones masivas ordenadas por el famoso coronel Ramón Falcón. El jefe pagaría su violencia en manos del obrero Simón Radowitzky, símbolo de las luchas populares primeras. (Como después el obrero Kurt Wilckens mataría al coronel Héctor Varela, represor de la Patagonia, por razones similares).
Los esquiladores de la Patagonia, los obrajeros de La Forestal en el norte de Santa Fe (entre los que tuvieron protagonismo militante también los entrerrianos, empezando por nuestro vecino Ángel Borda), los mensú en los yerbatales, miles de trabajadores en medios de transporte, en industrias, entraban en ebullición en la Argentina con el auge socialista en el mundo.
Eran encabezados por luchadores que serían perseguidos por la ley de residencia, dictada para disuadir a los trabajadores inmigrantes con la amenaza de expulsión del país.
Como Budislavich, Radowitzky y Wilckens, sobresalieron los nombres de José Font (el carrero entrerriano apodado Facón Grande asesinado en la Patagonia), Eusebio Mañasco (obrero yerbatero, el mensú), y varios más.
La “Semana Trágica” de 1919 se llevó casi mil vidas, desde las movidas obreras en la fábrica Vasena, y el año ‘21 llegaría con alta temperatura a Villaguay primero y con sangre, a Gualeguaychú enseguida y con más sangre.
El tajo auroral
El socialista uruguayense Raúl Fernández publicó en 1942 su obra “Payada de un federal”, en la que enlazó las proclamas independentistas de la banda roja Artiguista con las protestas obreras. Toda una novedad.
Algunos versos: “Las arcadas de aversión/ que mi altivez desencajan/ cuando las frentes se bajan/ hasta los pies del mandón./ Los enormes desalientos/ en que se hunde mi entereza,/ al no hallar una pureza/ a prueba de ofrecimientos”.
“En mí vuelcan su basura/ de miasmas insoportables,/ los hogares miserables/ que tejió la desventura…/ De hogares tristes, proscriptos,/ donde el frío entra en los huesos/ y la madre acalla a besos/ el hambre de sus hijitos./ De hogares negros, insanos,/ ¡hogares no, cuevas viles/ donde forjan sus perfiles/ los desperdicios humanos!”.
De estas inquietudes hondas pasa Raúl Fernández al origen de las luchas sociales: “El artiguismo, tal cual/ es teoría y es acción,/ él es la revolución/ de Mayo en su faz social”.
Y luego de explicar las motivaciones de la banda roja en la independencia, muestra que también expresa las luchas obreras: “Rojo, color de pasión/ de protesta justiciera,/ hoy la universal bandera/ de la humana redención:/ con su brochazo de fuego,/ cruzó el gaucho el patrio emblema,/ porque era un eco su lema/ del inmenso humano ruego”.
Fernández, estudiado por el profesor Jorge Villanova, explica en el mismo poema las Instrucciones del año XIII, y vuelve: “Fue con estas ‘Instrucciones’/ que marcharon mis paisanos/ a derrocar los tiranos/ e impedirles sus traiciones./ Ellas cumplen el prodigio/ -regla histórica no hay duda-:/ ‘la chusma mugrienta y ruda’/ salvando nuestro prestigio./ Ellas forjaron la hueste/ con su temple federal,/ aquel del tajo auroral/ cruzando el blanco y celeste”.
La primera huelga de hacheros
En una vasta extensión, el bosque estaba raleado. Era un obraje en huelga. Estaba silencioso; los hacheros habían dejado numerosos árboles tumbados, sin desgajar. En los hoyos cavados para descubrir las raíces, el agua estaba teñida de rojo por el tanino que afloraba de los troncos rajados. Dispersos y sin concierto se amontonaban, cercanos a la huella de los carros, infinidad de postes labrados, estacones y recortes troceados.
Fue la primera huelga de hacheros en la provincia, algo insólito para aquella época.
Ocurrió en los campos de la Compañía XX… El capital extranjero y vernáculo afirmaba allí la dura garra, indiferente a la belleza del bosque y al dolor del hachero.
Y era una primavera estremecida y total, fuerte, y salvaje. Era también la portadora, insensiblemente alegre, del mensaje vital ante cuyos designios toda pena queda ignorada.
Los hacheros tenían hambre y necesidad de justicia. Habían avizorado un camino y hacían uso de él. El camino era la lucha, lucharon pues, por medio de aquella huelga en cuya acción pusieron toda la energía de que eran capaces.
Hasta aquí, un fragmento del relato de Ángel Borda sobre una huelga en el cuento “El Chevo”. El final será duro y premonitorio.
La obra “Perfil de un libertario” del diamantino Borda es un monumento a las luchas de los trabajadores.
A Borda no le cuesta, él mismo ejerció los más diversos oficios y siempre en lucha y perseguido, junto a sus compañeros anarquistas, y además de olfato muestra un singular talento para el relato.
Lo de Borda no tiene desperdicios. “Hoy he insultado al capataz./ ¡Por fin soy un hombre y he vencido/ la cobarde timidez que me aplastaba!/ Lo mandé al reverendísimo carajo/ y le hubiera aplastado la nariz”. Y luego: “Entiendan bien señores ricachones:/ den gracias a sus dioses cogotudos/ y rueguen por la salvación de los pescuezos/ sus cabezas, sus barrigas y sus millones”.
Una biografía de Borda recuerda que se entregó a las luchas obreras desde su juventud, estuvo con los hacheros en los sucesos de La Forestal y fue organizador de recordados movimientos sindicales en el país.
Dice La Vanguardia del 27 de marzo de 1980 bajo el título Sensible baja: “Genuino hijo de la tierra entrerriana, con sangre india en sus venas, desde muy joven interpretó los anhelos del pueblo trabajador. Sin perder su condición de trabajador modesto, Borda cultivó su espíritu empapándose en la literatura y el arte y redactó manifiestos, relatos, ensayos y memorias”.