Extractos de los escritos del autor en los periódicos
Umanitá Nova y Fede, entre los años 1920 y 1933, seleccionados por Vernon Richards
en su libro “Malatesta: pensamiento y acción revolucionarios”, Ed. Proyección,
Londres 1965, traducción a cargo de Eduardo Prieto.
LA ORGANIZACIÓN
La
organización; que por lo demás es sólo la práctica de la cooperación y de la
solidaridad, es condición natural y necesaria de la vida social: constituye un
hecho ineluctable que se impone a todos, tanto en la sociedad humana en general
como en cualquier grupo de personas que tengan un fin común que alcanzar.
Como
el hombre no quiere ni puede vivir aislado, más aún, no puede llegar a ser
verdaderamente hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales sino en
la sociedad y con la cooperación de sus semejantes, ocurre fatalmente que
quienes no poseen los medios o la conciencia bastante desarrollada para
organizarse libremente con los que tienen comunidad de intereses y de
sentimientos, sufren la organización construida por otros individuos,
generalmente constituidos en clase o grupo dirigente con el fin de explotar
para su propio beneficio el trabajo de los demás. Y la opresión milenaria de la
masa por parte de un pequeño número de privilegiados ha sido siempre la
consecuencia de la incapacidad de la mayor parte de los individuos para ponerse
de acuerdo y organizarse con los otros trabajadores para la producción, el
disfrute y la eventual defensa contra quienes quisieran explotarlos u
oprimirlos.
(En
este tema) …la cuestión es triple: la organización en general como principio y
condición de vida social, hoy y en la sociedad futura; la organización del
partido anarquista; y la organización de las fuerzas populares y,
especialmente, de la de las masas trabajadoras para la resistencia contra el
gobierno y el capitalismo...
…el
error fundamental de los anarquistas adversarios de la organización consiste en
creer que no puede haber organización sin autoridad, por lo cual prefieren,
admitida esta hipótesis, renunciar más bien a cualquier tipo de organización
antes que aceptar la más mínima autoridad.
La
organización, lejos de crear la autoridad es el único remedio contra ella y el
solo medio para que cada uno de nosotros se habitúe a tomar parte activa y
consciente en el trabajo colectivo y deje de ser instrumento pasivo en manos de
los jefes...
Pero
una organización, se dice, supone la obligación de coordinar la propia acción y
la de los otros, y por lo tanto viola la libertad, traba la iniciativa. A
nosotros nos parece que lo que verdaderamente elimina la libertad y hace
imposible la iniciativa es el aislamiento que vuelve a los hombres impotentes.
La libertad no es el derecho abstracto sino la posibilidad de hacer una cosa:
esto es cierto entre nosotros como lo es en la sociedad general. Es en la
cooperación de los otros hombres donde el hombre encuentra los medios para
desplegar su actividad, su poder de iniciativa.
Nos
falta hablar de la organización de las masas trabajadoras para la resistencia
contra el gobierno y contra los patrones... Los trabajadores no podrán
emanciparse nunca mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza
económica y la fuerza física que es necesaria para derrotar a la fuerza
organizada de los opresores.
Ha
habido anarquistas, y los hay todavía por lo demás, que aun reconociendo… la
necesidad de organizarse hoy, para la propaganda y la acción, se muestran
hostiles a todas las organizaciones que no tengan como objetivo directo el
anarquismo y no sigan métodos anarquistas... A esos compañeros les parecía que
todas las fuerzas organizadas para un fin que no fuera radicalmente
revolucionario eran fuerzas sustraídas a la revolución. A nosotros nos parece,
en cambio, y la experiencia nos ha dado ya lamentablemente razón, que este
método condenaría al movimiento anarquista a una perpetua esterilidad.
Para
hacer propaganda hay que encontrarse en medio de la gente, y es en las
asociaciones obreras donde los trabajadores encuentran a sus compañeros…
A
nosotros nos importa, por lo tanto, que todos los intereses y todas las
opiniones encuentren en una organización consciente la posibilidad de hacerse
valer y de influir sobre la vida colectiva en proporción a su importancia.
Nosotros
nos hemos fijado la tarea de luchar contra la actual organización social y de
abatir los obstáculos que se opongan al advenimiento de una nueva sociedad en
la cual estén asegurados la libertad y el bienestar para todos...
LOS
ANARQUISTAS Y LOS MOVIMIENTOS OBREROS
Hoy
la fuerza más grande de transformación social es el movimiento obrero
(movimiento sindical), y de su dirección depende, en gran parte, el curso que
tomarán los acontecimientos y la meta a que llegará la próxima revolución. Por
medio de las organizaciones, fundadas para la defensa de sus intereses, los
trabajadores adquieren la conciencia de la opresión en que se encuentran y del
antagonismo que los divide de sus patrones, comienzan a aspirar a una vida
superior, se habitúan a la lucha colectiva y a la solidaridad y pueden llegar a
conquistar aquellos mejoramientos que son compatibles con la persistencia del
régimen capitalista y estatal. Después, cuando el conflicto se vuelve
incurable, ocurre la revolución, o si no la reacción. Los anarquistas deben
reconocer la utilidad y la importancia del movimiento sindical, deben favorecer
su desarrollo y hacer de él una de las palancas de su acción, realizando todo
lo posible para que ese movimiento, en cooperación con las otras fuerzas
progresistas existentes, desemboque en una revolución social que lleve a la
supresión de las clases, a la libertad total, a la igualdad, a la paz y a la
solidaridad entre todos los seres humanos. Pero sería una grande y letal
ilusión creer, como hacen muchos, que el movimiento obrero puede y debe por sí
mismo, como consecuencia de su naturaleza misma, llevar a una revolución de
esta clase. Al contrario, todos los movimientos fundados en los intereses
materiales e inmediatos -y no se puede fundar sobre otras bases un vasto
movimiento obrero-, si falta el fermento, el impulso, el trabajo concertado de
los hombres de ideas, que combaten y se sacrifican en vistas de un porvenir
ideal, tienden fatalmente a adaptarse a las circunstancias, fomentan el
espíritu de conservación y el temor a los cambios en aquellos que logran
obtener condiciones mejores, y terminan a menudo creando nuevas clases
privilegiadas y sirviendo para sostener y consolidar el sistema que se desearía
abatir.
De
aquí la necesidad urgente de que existan organizaciones estrictamente
anarquistas que tanto dentro como fuera de los sindicatos luchen para la
realización integral del anarquismo y traten de esterilizar todos los gérmenes
de degeneración y de reacción.
Pero
es evidente que para conseguir sus fines las organizaciones anarquistas deben…
servir para desarrollar la conciencia y la capacidad organizativa de sus
miembros y constituir un medio educativo para el ambiente en que éstos actúan y
una preparación moral y material para el porvenir que deseamos.
Misión
de los anarquistas es la de trabajar y reforzar las conciencias revolucionarias
entre los organizados…
Es
cierto que en muchos casos los sindicatos, por exigencias inmediatas, están
obligados a transacciones y compromisos.
Yo
no los critico por eso, pero es justamente por tal razón que debo reconocer en
los sindicatos una esencia reformista.
Los
sindicatos cumplen una tarea de hermandad entre las masas proletarias y
eliminan los conflictos que, en caso contrario, podrían producirse entre unos
trabajadores y otros.
Mientras
los sindicatos deben librar la lucha por la conquista de los beneficios
inmediatos, y por lo demás es justo y humano que los trabajadores exijan
mejoras, los revolucionarios sobrepasan también esto. Ellos luchan por la
revolución expropiadora del capital y por el abatimiento del Estado, de todo
Estado, como quiera que se llame.
Por
lo tanto, el sindicalismo no puede ser un fin en sí mismo, puesto que la lucha
debe también librarse en el terreno político para extinguir al Estado.
Los
anarquistas no quieren dominar la Unión Sindical Italiana; no lo querrían ni
siquiera en el caso de que todos los obreros adheridos a ella fueran
anarquistas, ni se proponen asumir la responsabilidad de las negociaciones.
Nosotros, que no queremos el poder, deseamos sólo las conciencias; son los que
desean dominar los que prefieren tener ovejas para guiarlas mejor.
Preferimos
obreros inteligentes, aunque fueran adversarios nuestros, más que anarquistas
que sólo lo sean por seguirnos como un rebaño.
Queremos
la libertad para todos; queremos que la revolución la haga la masa para la
masa.
El
hombre que piensa con su propio cerebro es preferible al que aprueba ciegamente
todo. Por esto, como anarquistas, estamos en favor de la Unión Sindical
Italiana, porque ésta desarrolla las conciencias de la masa. Vale más un error
cometido con conciencia, creyendo hacer el bien, que una cosa buena hecha
servilmente.
Justamente
porque estoy convencido de que los sindicatos pueden y deben ejercer una
función utilísima, y quizás, necesaria, en el tránsito de la sociedad actual a
la sociedad igualitaria, querría que se los juzgara en su justo valor y que se
tuviese siempre presente su natural tendencia a transformarse en corporaciones
cerradas que únicamente se proponen propugnar los intereses egoístas de la
categoría, o, peor aún, sólo de los agremiados; así podremos combatir mejor tal
tendencia e impedir que los sindicatos se transformen en órganos conservadores.
A
mi parecer, las cooperativas y los sindicatos tal como existen en el régimen
capitalista no llevan naturalmente, por su fuerza intrínseca, a la emancipación
humana -y éste es el punto en discusión-, sino que pueden producir el mal o el
bien, ser órganos, hoy, de conservación o de transformación social, servir mañana
a la reacción o a la revolución, según que se limiten a su función propia de
defensores de los intereses inmediatos de los socios o estén animados y
trabajados por el espíritu anarquista, que les hace olvidar los intereses en
beneficio de los ideales. Y por espíritu anarquista entiendo ese sentimiento
ampliamente humano que aspira al bien de todos, a la libertad y a la justicia
para todos, a la solidaridad y al amor entre todos, y que no es dote exclusiva
de los anarquistas propiamente dichos, sino que anima a todos los hombres de
buen corazón y de inteligencia abierta.
El
movimiento obrero, pese a todos sus méritos y potencialidades, no puede ser por
sí mismo un movimiento revolucionario, en el sentido de negación de las bases
jurídicas y morales de la sociedad actual.
Puede,
como toda nueva organización puede, en el espíritu de los iniciadores y en la
letra de los estatutos, tener las más elevadas aspiraciones y los más radicales
propósitos, pero si quiere ejercer la función propia del sindicato obrero, es
decir, la defensa inmediata de los intereses de sus miembros, debe reconocer de
hecho a las instituciones que ha negado en teoría, adaptarse a las
circunstancias y tratar de obtener cada vez lo más posible, negociando y
transigiendo con los patrones y el gobierno.
En
una palabra, el sindicato obrero es, por su naturaleza misma, reformista y no
revolucionario. El revolucionarismo debe introducirse, desarrollarse en él por
obra constante de los revolucionarios que actúan fuera y dentro de su seno.
Pero
no puede ser la manifestación natural y normal de su función. Al contrario, los
intereses reales e inmediatos de los obreros asociados, que el sindicato tiene
la misión de defender, están con mucha frecuencia en pugna con las aspiraciones
ideales y futurísticas; y el sindicato sólo puede hacer obra revolucionaria si
está penetrado por el espíritu de sacrificio y en la proporción en que el ideal
se ponga por encima del interés, es decir, sólo y en la medida en que cese de
ser un sindicato económico y se transforme en un grupo político e idealista,
cosa que no es posible en las grandes organizaciones que para actuar necesitan
del consentimiento de la masa siempre más o menos egoísta, temerosa y
retrógrada.
Y
no es esto lo peor.
La
sociedad capitalista está constituida de tal manera que, hablando en general,
los intereses de cada clase, de cada grupo, de cada individuo son antagónicos
con los de todas las demás clases, los demás grupos y, todos los otros
individuos. Y en la práctica de la vida se verifican los más extraños
entrelazamientos de armonías y de intereses entre clases y entre individuos que
desde el punto de vista de la justicia social deberían ser siempre amigos o
siempre enemigos. Y ocurre con frecuencia que, pese a la proclamada solidaridad
proletaria, los intereses de un grupo de obreros se oponen a, los de los demás
y armonizan con los de un grupo de patrones; como ocurre también que, pese a la
deseada hermandad internacional, los intereses reales de los operarios de un
determinado país los vinculan con los capitalistas locales y los ponen en lucha
contra los trabajadores extranjeros…
Todo
esto (…) muestran que el movimiento obrero por sí mismo, sin el fermento del
idealismo revolucionario contrastante con los intereses presentes e inmediatos
de los obreros, sin el impulso y la crítica de los revolucionarios, lejos de
llevar a la transformación de la sociedad en beneficio de todos, tiende a
fomentar los egoísmos de grupo y a crear una clase de obreros privilegiada
superpuesta a la gran masa de los desheredados.
Y
esto explica el hecho general de que en todos los países las organizaciones
obreras, a medida que crecieron y se robustecieron, se volvieron conservadoras
y reaccionarias, y que los que consagraron sus esfuerzos al movimiento obrero
con intenciones honestas y teniendo en vista una sociedad de bienestar y de
justicia para todos, están condenados a un trabajo de Sísifo y deben recomenzar
periódicamente desde el principio.
Esto
puede no ocurrir si hay espíritu de rebelión en la masa y una luz ideal ilumina
y eleva a los obreros mejor dotados y más favorecidos por las circunstancias,
que estarían en condiciones de constituir la nueva clase privilegiada. Pero es
indudable que si se permanece en el terreno de la defensa de los intereses
inmediatos, que es el terreno propio de los sindicatos, puesto que los
intereses no son armónicos ni pueden armonizarse dentro del régimen
capitalista, la lucha entre los trabajadores es un hecho natural y puede
incluso, en ciertas circunstancias y entre ciertos grupos, volverse más
encarnizada que entre los trabajadores y los explotadores.
Para
convencerse de ello basta observar lo que son las mayores organizaciones
obreras en los países en que existe mucha organización y poca propaganda o
tradición revolucionaria.
Veamos
la Federación
del trabajo de los Estados Unidos de Norteamérica. Esta no realiza la lucha
contra los patrones sino en el sentido en que luchan dos comerciantes que
discuten las condiciones de un contrato…
Esto
no es sindicalismo, lo sé muy bien; y los sindicalistas combaten continuamente
contra esta tendencia de los sindicatos a transformarse en instrumentos de
bajos egoísmos, y hacen con ello un trabajo utilísimo. Pero la tendencia existe
y no se la puede corregir si no se excede la órbita de los métodos
sindicalistas.
Los
sindicalistas serán muy valiosos en el período revolucionario, pero con la
condición de ser lo menos sindicalistas posible.
No
es cierto lo que pretenden los sindicalistas, cuando afirman que la
organización obrera de hoy servirá para la sociedad futura y facilitará el
tránsito del régimen burgués al régimen igualitario.
Esta
es una idea que gozaba de favor entre los miembros de la primera Internacional;
y si mal no recuerdo, en los escritos de Bakunin se dice que la nueva sociedad
se realizaría mediante el ingreso de todos los trabajadores en las Secciones de
la Internacional.
Pero
a mí esto me parece erróneo.
Los
cuadros de las organizaciones obreras existentes corresponden a las condiciones
actuales de la vida económica tal como resultó de la evolución histórica y de
la imposición del capitalismo. Y la nueva sociedad no puede realizarse sino
rompiendo aquellos cuadros y creando organismos nuevos correspondientes a las
nuevas condiciones y a los nuevos fines sociales.
Los
obreros están hoy agrupados según los oficios que ejercen, las industrias en
las que trabajan, según los patrones contra los que deben luchar o las firmas
comerciales a las que están vinculados. ¿De qué servirían estos agrupamientos,
cuando una vez suprimidos los patrones y trastornadas las relaciones
comerciales deban desaparecer buena parte de los oficios y de las industrias
actuales, algunos definitivamente porque son inútiles y dañinos, y otros en
forma temporaria porque serán útiles en el porvenir, pero no tendrán razón de
ser ni posibilidad de vida en el período tormentoso de la crisis social? ¿De
qué servirán, para citar un ejemplo entre mil, las organizaciones de canteros
de Carrara cuando sea necesario que esos operarios vayan a cultivar la tierra y
a aumentar los productos alimenticios, dejando para el porvenir la construcción
de los monumentos y de los palacios marmóreos?
Las
organizaciones obreras, especialmente en su forma cooperativista -que, por otra
parte, en el régimen capitalista tiende a descabezar la resistencia obrera-,
pueden servir por cierto para desarrollar en los trabajadores las capacidades
técnicas y administrativas, pero en tiempo de revolución y para la
reorganización social deben desaparecer y fundirse con las nuevas agrupaciones
populares que las circunstancias requieran. Y es tarea de los revolucionarios
tratar de impedir que en ellas se desarrolle ese espíritu de cuerpo que las
convertiría en un obstáculo para la satisfacción de las nuevas necesidades
sociales.
Por
lo tanto, en mi opinión, el movimiento obrero es un medio que podemos emplear
hoy para la elevación y la educación de las masas, y mañana para el inevitable
choque revolucionario. Pero es un medio que tiene sus inconvenientes y sus
peligros. Y nosotros los anarquistas debemos empeñarnos en neutralizar los
inconvenientes, conjurar los peligros y utilizar lo más que se pueda el
movimiento para nuestros fines.
Esto
no requiere decir que deseemos, como se ha dicho, poner al movimiento obrero al
servicio de nuestro partido. Por cierto nos contentaríamos con que todos los
obreros, todos los hombres fuesen anarquistas, lo cual constituye el límite
extremo a que tiende idealmente todo propagandista; pero entonces el anarquismo
sería un hecho y ya no tendrían lugar ni motivo estas discusiones.
En
el estado actual de las cosas querríamos que el movimiento obrero, abierto a
todas las propagandas idealistas y parte constitutiva de todos los hechos de la
vida social, económicos, políticos y morales, viva y se desarrolle libre de toda
dominación de los partidos, tanto del nuestro como de los demás.
Hay
muchos compañeros que aspiran a unificar el movimiento obrero y el movimiento
anarquista, y donde pueden, como por ejemplo en España y en la Argentina e incluso un
poco en Italia, en Francia, en Alemania, etcétera, tratan de dar a las
organizaciones obreras un programa netamente anarquista. Son los que se llaman
“anarco-sindicalistas”, o, confundiéndose con otros que no son verdaderamente
anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.
Es
necesario explicar qué se entiende por “sindicalismo”.
Pero
no me propongo ocuparme aquí del sindicalismo como sistema social, puesto que
no es eso lo que puede determinar la acción actual de los anarquistas respecto
del movimiento obrero.
Aquí
se trata del movimiento obrero en el régimen capitalista y estatal y se
incluyen en el nombre de sindicalismo todas las organizaciones obreras, todos
los “sindicatos” constituidos para resistir a la opresión de los patrones y
disminuir o anular la explotación del trabajo humano por parte de quienes
detentan las materias primas y los instrumentos de trabajo.
Ahora
bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y no está bien
pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin ni a los que
se proponen los anarquistas al participar en ellos.
El
sindicato está hecho para defender los intereses actuales de los trabajadores y
mejorar su situación en la medida de lo posible antes de que estemos en
condiciones de hacer la revolución y transformar con ella a los actuales
asalariados en trabajadores libres, libremente asociados en beneficio de todos.
Para
que el sindicato pueda servir a su propio fin y, al mismo tiempo, ser un medio
de educación y un campo de propaganda para una futura transformación social
radical, es necesario que reúna a todos los trabajadores, o por lo menos a
todos los que aspiren a mejorar sus condiciones de vida y que sean susceptibles
de capacitarse para alguna forma de resistencia contra los patrones. ¿Se quiere
quizás esperar a que los trabajadores se vuelvan anarquistas antes de
invitarlos a organizarse y antes de admitirlos en la organización, invirtiendo
así el orden natural de la propaganda y del desarrollo psicológico de los
individuos y haciendo la organización de resistencia cuando ya no habría
necesidad de ella, porque la masa sería capaz de hacer la revolución? En este
caso el sindicato constituiría el duplicado del grupo anárquico y sería
impotente para obtener mejoras y para hacer la revolución. La alternativa
consiste en tener redactado un programa anarquista y contentarse con una
adhesión formal, inconsciente, y reunir así gente que seguiría como un rebaño a
los organizadores para dispersarse luego o pasarse al enemigo en la primera
ocasión en que fuera necesario mostrar que uno es anarquista en serio.
El
sindicalismo (entiendo el sindicalismo práctico y no el teórico que cada uno se
imagina a su manera) es por su naturaleza misma reformista. Todo lo que se
puede esperar de él es que las reformas que pretende y consigue sean tales y
que las sostenga de modo que sirvan para la educación y la preparación
revolucionaria y dejen abierto el camino a exigencias cada vez mayores.
Toda
fusión o confusión entre el movimiento anarquista y revolucionario y el
movimiento sindicalista termina haciendo impotente al sindicato para su
finalidad específica, o atenuando, falseando y aniquilando el espíritu
anarquista.
El
sindicato puede surgir con un programa socialista, revolucionario o anarquista;
más aún, con programas de este tipo como nacen generalmente las diversas
organizaciones obreras. Pero éstas permanecen fieles al programa mientras son
débiles e impotentes, es decir, mientras constituyen, más que organismos aptos
para una acción eficaz, grupos de propaganda iniciados y animados por unos
pocos hombres entusiastas y convencidos; pero luego, a medida que logran atraer
a su seno a la masa y adquirir la fuerza para exigir e imponer mejoramientos,
el programa primitivo se transforma en una fórmula vacía de la cual ya nadie se
preocupa, la táctica se adapta a las necesidades contingentes, y los
entusiastas de la primera hora se adaptan ellos mismos o deben ceder su lugar a
los hombres “prácticos”, que se preocupan del hoy sin que les interese el
mañana.
Por
cierto, hay compañeros que aun estando en las primeras filas del movimiento
sindical siguen siendo sincera y entusiastamente anarquistas, así como hay
agrupamientos obreros que se inspiran en las ideas anarquistas.
A
mi parecer los anarquistas no deben querer que los sindicatos sean anarquistas,
pero deben actuar en su seno en favor de los fines anarquistas, como
individuos, como grupos y como federaciones de grupos. De la misma manera en
que existen, o en que deberían existir grupos de estudio y de discusión, grupos
para la propaganda escrita u oral en medio del público, grupos cooperativos,
grupos que actúan en las oficinas, en el campo, en los cuarteles, en las
escuelas, etcétera, también se deberían formar grupos especiales en las
diversas organizaciones que hacen la lucha de clases.
Naturalmente,
el ideal sería que todos fueran anarquistas y que las organizaciones
funcionaran de una manera anárquica; pero está claro que entonces no sería
necesario organizarse para la lucha contra los patrones, porque ya no los
habría. Vistas las circunstancias tal cual son, visto el grado de desarrollo de
las masas en medio de las cuales se trabaja, los grupos anarquistas no deberían
pretender que las organizaciones actuaran como si fueran anarquistas, sino que
deberían esforzarse para que éstas se aproximaran lo más posible a la táctica
anarquista. Si para la vida de la organización y las necesidades y la voluntad
de los organizadores es incluso necesario transigir, ceder, tener contacto
impuro con la autoridad y con los patrones, que así se haga; pero que lo hagan
otros y no los anarquistas, cuya misión es la de mostrar las insuficiencias y
la precariedad de todas las mejoras que se pueden obtener en el régimen
capitalista y de impulsar a la lucha hacia soluciones cada vez más radicales.
Los
anarquistas en los sindicatos deberían luchar para que éstos permanezcan
abiertos a todos los trabajadores cualquiera sea su opinión y partido, con la
sola condición de la solidaridad en la lucha contra los patrones; deberían oponerse
al espíritu corporativo y a cualquier pretensión de monopolio de la
organización y del trabajo. Deberían impedir que los sindicatos sirvan de
instrumentos a los politiqueros para fines electorales u otros propósitos
autoritarios, y practicar y predicar la acción directa, la descentralización,
la autonomía, la libre iniciativa; deberían esforzarse para que los organizados
aprendan a participar directamente en la vida de la organización y a no tener
necesidad de jefes y de funcionarios permanentes.
Deberían,
en síntesis, seguir siendo anarquistas, mantenerse siempre en entendimiento con
los anarquistas y recordar que la organización obrera no es el fin, sino
simplemente uno de los medios, por importante que sea, para preparar el
advenimiento de la anarquía.
Para
nosotros no tiene gran importancia que los trabajadores quieran más o menos; lo
importante es que lo que quieren traten de conquistarlo por sí mismos, con sus
fuerzas, con su acción directa contra los capitalistas y el gobierno.
Una
pequeña mejora arrancada con la propia fuerza vale más, por sus efectos
morales, y a la larga incluso por sus efectos materiales, que una gran reforma
concedida por el gobierno o los capitalistas con fines astutos, o aun pura y
simplemente por benevolencia.
Siempre
hemos pensado que el sindicato es hoy un medio para que los trabajadores
comiencen a comprender su posición de esclavos, a desear la emancipación y a
habituarse a la solidaridad con todos los oprimidos en la lucha contra los
opresores y mañana servirá como primer núcleo necesario para la continuidad de
la vida social y para reorganizar la producción sin patrones ni parásitos.
Pero
siempre hemos discutido, y a menudo disentido, respecto de los modos en que
debía desplegarse la acción anarquista en las relaciones con la organización de
los trabajadores.
¿Era
necesario entrar en los sindicatos o permanecer fuera de ellos, aun tomando
parte en todas las agitaciones, y tratar de darles el carácter más radical
posible y mostrarse en primera línea en la acción y en los peligros?
Y
sobre todo, ¿era necesario o no que dentro de los sindicatos los anarquistas
aceptaran cargos directivos y se prestaran, por lo tanto, a las transacciones,
los compromisos, las adaptaciones, las relaciones con las autoridades y con los
patrones a las que esos organismos deben adaptarse, por voluntad de los mismos
trabajadores y por su interés inmediato, en las luchas cotidianas, cuando no se
trata de hacer la revolución sino de obtener mejoramientos o defender los ya
conseguidos?
…A
mi parecer, hay que entrar en los sindicatos, porque si se permanece fuera se
nos verá como enemigos, se considerará nuestra crítica con suspicacia, y en los
momentos de agitación se nos tendrá por intrusos y se recibirá de mala gana
nuestra ayuda.
Y
en cuanto a solicitar y aceptar nosotros mismos el puesto de dirigentes, creo
que en líneas generales y en tiempos calmos es mejor evitarlo. Pienso sin
embargo que el daño y el peligro no residen tanto en el hecho de ocupar un
puesto directivo -cosa que en ciertas circunstancias puede ser útil e incluso
necesaria- sino en el perpetuarse en ese puesto. Sería necesario a mi juicio,
que el personal dirigente se renovase lo más a menudo posible, sea para
capacitar a un número mucho mayor de trabajadores en las funciones
administrativas, sea para impedir que el trabajo de organizar se transforme en
un oficio que induzca a quienes lo realizan a llevar a las luchas obreras la
preocupación de no perder el empleo.
La Unión de los trabajadores nació
de la necesidad de proveer a las carencias actuales, del deseo de mejorar las
propias condiciones y de defenderse contra los posibles empeoramientos; nació
el sindicato obrero, que es la unión de quienes, privados de los medios de
trabajo y obligados por lo tanto para vivir a dejarse explotar por quien posee
esos medios, buscan en la solidaridad con sus compañeros de pena la fuerza
necesaria para luchar contra los explotadores. Y en este terreno de la lucha
económica, es decir, de la lucha contra la explotación capitalista, habría sido
posible y fácil llegar a la unidad de la clase de los proletarios contra la
clase de los propietarios.
Pero
ocurre que los partidos políticos, que por lo demás han sido a menudo los que
originaron y animaron en un principio el movimiento sindical, quisieron
servirse de las asociaciones obreras como campo de reclutamiento y como
instrumentos para sus fines especiales, de revolución o de conservación social.
De ahí las divisiones entre la clase obrera organizada en diversos
agrupamientos bajo la inspiración de los distintos partidos. De ahí el
propósito de quienes quieren la unidad y tratan de sustraer a los sindicatos de
la tutela de los partidos políticos.
Sin
embargo, en este afirmado propósito de sustraerse a la influencia de los
partidos políticos, de “excluir la política de los sindicatos”, se esconde un
equívoco y una mentira.
Si
por política se entiende lo que respecta a la organización de las relaciones
humanas y, más especialmente, las relaciones libres o forzadas entre ciudadanos
y la existencia o no de un “gobierno” que asuma en sí los poderes públicos y se
sirva de la fuerza social para imponer la propia voluntad y defender los
intereses de sí mismo y de la clase de que emana, es evidente que esa política
entra en todas las manifestaciones de la vida social, y que una organización
obrera no puede ser realmente independiente de los partidos, salvo
transformándose ella misma en un partido.
Es
por lo tanto vano esperar, y para mí estaría mal desear, que se excluya a la
política de los sindicatos, puesto que toda cuestión económica de alguna
importancia se transforma automáticamente en una cuestión política, y es en el
terreno político, es decir con la lucha entre gobernantes y gobernados, donde
se deberá resolver en definitiva la cuestión de la emancipación de los
trabajadores y de la libertad humana.
Y
es natural, y está claro, que debe ser así.
Los
capitalistas suelen mantener la lucha en el terreno económico mientras los
obreros exijan mejoras pequeñas y generalmente ilusorias, pero ni bien ven
disminuido su beneficio y amenazada la existencia misma de sus privilegios
apelan al gobierno, y si éste no se muestra suficientemente solícito y fuerte
en defenderlos, como ocurrió en los recientes casos de Italia y de España,
emplean sus riquezas para financiar nuevas fuerzas represivas y constituir un
nuevo gobierno que pueda servirles mejor.
Por
lo tanto, las organizaciones obreras deben necesariamente proponerse una línea
de conducta frente a la acción actual o potencial de los gobiernos.
Se
puede aceptar el orden constituido, reconocer la legitimidad del privilegio
económico o del gobierno que lo defiende, o contentarse con maniobrar entre las
diversas fracciones burguesas para obtener alguna mejora, como ocurre en las
grandes organizaciones no animadas por un elevado ideal, como la Federación Norteamericana
del Trabajo y buena parte de las Uniones inglesas, y entonces uno se transforma
en la práctica en instrumento de los propios opresores y renuncia a la propia
liberación de la servidumbre.
Pero
si se aspira a la emancipación integral, o incluso si se desean sólo mejoras
definitivas que no dependan de la voluntad de los patrones y de las
alternativas del mercado, no existen sino dos caminos para liberarse de la
amenaza gubernativa. O apoderarse del gobierno y dirigir los poderes públicos,
la fuerza de la colectividad aferrada y coartada por los gobernantes, a la
supresión del sistema capitalista; o debilitar y destruir el gobierno para
dejar que los interesados, los trabajadores, todos aquellos que de alguna
manera concurren con el trabajo manual e intelectual al mantenimiento de la
vida social, queden en libertad para proveer a las necesidades individuales y
sociales de la manera que mejor consideren, excluido el derecho y la
posibilidad de imponer con la violencia la voluntad de unos sobre otros.
Ahora
bien, ¿cómo hacer para mantener la unidad cuando existen quienes desean
servirse de la fuerza de la asociación para llegar al gobierno, y quienes creen
que todo gobierno es necesariamente opresor y nefasto y, por lo tanto, desean
encaminar esa misma asociación hacia la lucha contra toda institución
autoritaria presente o futura? ¿Cómo mantener juntos a los socialdemócratas,
los comunistas de Estado y los anarquistas?
He
aquí el problema. Problema que se puede eludir en ciertos momentos, en ocasión
de una lucha concreta que reúna a todos los hombres, o por lo menos a una gran
masa, en un interés y un deseo comunes, pero que resurge siempre y no es fácil
de resolver mientras existan condiciones de violencia y diversidad de opinión
sobre el modo de resistir a la violencia.
El
método democrático, es decir, el consistente en dejar que decida la mayoría y
“mantener la disciplina” no decide la cuestión, porque también él es una
mentira y no lo patrocinan sinceramente sino los que tienen o creen tener la
mayoría. Dejando de lado el hecho de que “la mayoría” es siempre, por lo demás,
la de los dirigentes y no la de la masa, cuyos deseos generalmente se ignoran o
se falsifican, no se puede pretender, ni siquiera desear, que quien está
profundamente convencido de que la mayoría sigue un camino desastroso,
sacrifique sus propias convicciones y asista pasivamente o, peor aún, aporte su
ayuda a lo que considera un mal.
La
afirmación de que hay que dejar hacer y tratar de conquistar a su vez el
consenso de la mayoría, se parece al sistema que se utiliza entre los
militares: “sufra la pena y luego reclame”, y es un sistema inaceptable cuando
lo que hoy se hace destruye la posibilidad de proceder mañana de otra manera.
Hay
cuestiones en las cuales conviene adaptarse a la voluntad de la mayoría porque
el daño de la división sería mayor que el que derivaría de un determinado
error; hay circunstancias en que la disciplina se vuelve un deber porque el
faltar a ella sería faltar a la solidaridad entre los oprimidos y significaría
traición frente al enemigo. Pero cuan-do uno está convencido de que la
organización toma un camino que compromete el porvenir y hace difícil remediar
el mal producido, entonces es un deber rebelarse y oponerse, aun a riesgo de
provocar una escisión.
Pero
entonces, ¿cuál es la vía de salida de estas dificultades, y cuál es la
conducta que deberían seguir los anarquistas en esta cuestión?
Para
mí el remedio sería: entendimiento general y solidaridad en las luchas
puramente económicas; autonomía completa de los individuos y de los diversos
agrupamientos en las luchas políticas.
Pero
¿es posible ver a tiempo dónde la lucha económica se transforma en lucha
política? Y ¿hay luchas económicas importantes que la intervención del gobierno
no vuelva políticas desde el principio?
De
todos modos, nosotros los anarquistas deberíamos llevar nuestra actividad a
todas las organizaciones para predicar en ellas la unión entre todos los
trabajadores, la descentralización, la libertad de iniciativa, en el cuadro
común de la solidaridad contra los patrones.
Y
no debemos dar mucha importancia al hecho de que la manía de centralización y
autoritarismo de uno, y la intolerancia de otro a toda disciplina, incluso la
razonable, lleve a nuevos fraccionamientos, pues si la organización de los
trabajadores es una necesidad primordial para las luchas de hoy y para la
realización de mañana, no tiene gran importancia la existencia y la duración de
esta o aquella determinada organización. Lo esencial es que se desarrolle el
espíritu de organización, el sentimiento de solidaridad, la convicción de la
necesidad de cooperar fraternalmente para combatir a los opresores y realizar
una sociedad en la que todos podamos gozar de una vida, verdaderamente humana.