A continuación 2 trabajos que retratan el momento revolucionario vivido en Catalunya. El primer extracto pertenece al trabajo realizado por la CNT de Esparreguera titulado "Las colectivizaciones en Catalunya (1936-1939)". El segundo es un extracto
de la obra de Gastón Leval “Colectividades Libertarias en España”
.
En Catalunya, la derrota de la sublevación militar del 18 de julio de
1936 conllevó que el Estado, detentador del poder político y de la
fuerza militar y garante del mantenimiento de la organización económica y
social del país, se derrumbase por completo.
Con la
desintegración del Estado, los trabajadores, los manuales en
particular, que habían desempeñado un papel decisivo en la obtención de
la victoria sobre los sublevados, fueron quienes obtuvieron la victoria
política e iniciaron una amplia y profunda transformación
revolucionaria de la sociedad catalana

Catalunya contaba por aquel entonces
con una población de 2.791.000 habitantes, de los que 1.005.000 vivían
en la ciudad de Barcelona. El 54% de la población activa catalana
trabajaba en la industria, porcentaje que en la provincia de Barcelona
se elevaba al 68%.
La experiencia colectivista que se desarrolló
en Catalunya entre julio de 1936 y enero de 1939, a pesar de que no
pudo alcanzar plenamente sus objetivos debido a los condicionamientos y
dificultades con que tuvo que enfrentarse, constituye una de las
transformaciones más radicales del siglo XX. Transformación que afectó
todos los aspectos de la vida política, económica, social y cultural, y
aun cuando forma parte de la revolución española, posee unas
características propias y específicas, en parte distintas de las de
otras zonas de la España republicana.
La colectivización
En
el campo catalán la pequeña propiedad agraria coexistía con la mediana
y gran propiedad, que era explotada en régimen de aparcería. Los
aparceros, que constituían la mayoría de la población campesina, habían
mantenido ya desde antes de 1936 importantes luchas reivindicativas
para mejorar las condiciones de sus contratos y aspiraban, por lo
general, a convertirse en propietarios de las tierras que cultivaban.
En
el sector agrario, el predominio sindical correspondía a la UR (Unió
de Rabassaires), siendo la presencia de la CNT escasa. En este sector
jugaron un destacado papel los sindicatos agrícolas –una especie de
cooperativas– a los que obligatoriamente debían pertenecer todas las
explotaciones. Estos sindicatos, controlados por la UR y con una
considerable presencia de la UGT, constituyeron un importante freno para
el desarrollo de las colectividades.
Todo ello llevó a que la
colectivización del campo fuese relativamente limitada. Con todo, se
crearon más de 400 colectividades agrarias constituidas, básicamente,
con las fincas expropiadas a los grandes propietarios y a los elementos
facciosos y con las aportaciones de los pequeños propietarios que se
adhirieron a ellas. En general, estas colectividades no representaron
una fuerza económica importante, constituyendo sus miembros sólo una
parte de los campesinos del municipio. No obstante, hubo importantes
excepciones, en especial en las comarcas del Baix Llobregat y el Baix
Ebre, colectividades en las que también participaron miembros de la UR y
la UGT.
La industria y el proceso de colectivización-socialización en y los servicios
Sofocada
la rebelión, al reanudarse la actividad productiva y habiendo los
dueños abandonado sus empresas –en unos casos–, o no atreviéndose a
imponer su autoridad al carecer de la fuerza coercitiva del Estado –en
otros–, los trabajadores procedieron, inmediatamente y por propia
iniciativa, a la puesta en marcha del proceso colectivizador, tomando
directamente en sus manos el control y la dirección de la mayor parte
de las empresas; cabe destacar que todo ello lo realizaron de forma
espontánea.
El carácter espontáneo de la colectivización
significa que ésta no se llevó a cabo siguiendo las consignas,
instrucciones o directrices de algún órgano de dirección estatal o de
algún partido o sindicato, sino a partir de la decisión de los propios
trabajadores. Éstos, por medio de sus organizaciones de fábrica y ramo,
pusieron en práctica las ideas y concepciones que tenían respecto a
como debía organizarse y funcionar la sociedad en general y la
actividad económica en particular; siendo dichas ideas, en gran parte,
fruto de la formación y propaganda libertaria desarrolladas durante los
decenios anteriores por medio de los ateneos, sindicatos,
cooperativas, etc.
La colectivización de la empresa significaba
que su propiedad pasaba de privada a pública y que eran sus propios
trabajadores quienes la dirigían y gestionaban. Pero para los
colectivistas ello no constituía más que el inicio de un proceso más
amplio, el de la colectivización-socialización, el cual a partir de la
colectivización de las empresas debía, y así sucedió parcialmente, ir
avanzando en la coordinación de la actividad económica, por ramos y
localidades y de abajo a arriba, hasta alcanzar la plena socialización
de la riqueza.
Sin embargo, muy pronto se produjo la renuncia de
los órganos dirigentes de la CNT-FAI a intentar que el proceso de
colectivización-socialización pudiese culminar su desarrollo, alegando
que en aquellas circunstancias ello hubiese representado imponer su
dictadura. Esta renuncia dio lugar a enfrentamientos internos y al
progresivo abandono de sus propios presupuestos y principios.
Dicho
proceso, impulsado y apoyado por la gran mayoría de los trabajadores
manuales de la industria y los servicios, se encontró con la oposición
de una parte importante de diversos sectores sociales: la pequeña
burguesía, los técnicos, los funcionarios y los trabajadores
administrativos y comerciales, que en conjunto constituían una base
social importante, cuantitativa y cualitativamente. Éstos, aun cuando
mayoritariamente se posicionaron en contra de la sublevación militar, se
oponían a la alternativa colectivista, bien porque defendían la
propiedad privada de los medios de producción, bien porque defendían la
propiedad estatal de los mismos. Esta oposición que fue canalizada y
defendida por ERC, ACR, UR, PSUC y UGT, frente a la CNT, la FAI, las
Juventudes Libertarias y el POUM que apoyaban las transformaciones
colectivistas.
El proceso de transformación colectivista alcanzó
una gran amplitud por lo que respecta al primer nivel –el de la
colectivización de las empresas (entre un 70% y un 80% de las
empresas)–, y llegó también a un segundo nivel –el de la constitución
de agrupaciones–, en el que se detuvo al fracasar los intentos de
avanzar hacia un tercer nivel –el de la socialización global de los
grupos industriales–.
La agrupación consistía en la reunión o
concentración de todas o parte de las empresas de un sector económico y
un área territorial determinada –una localidad, una comarca,
Catalunya– en una unidad económica de mayor volumen, en régimen de
propiedad colectiva y dirigida y gestionada por sus trabajadores. En
consecuencia, las empresas que pasaban a formar parte de una agrupación
dejaban de existir como tales, pasando su activo y su pasivo, así como
sus trabajadores, a la nueva unidad productiva.
Las grandes
empresas colectivizadas, como los Tranvías de Barcelona Colectivizados
(transporte), la Hispano Suiza y la Rivière (metalurgia), CAMSA
(petróleo), La España Industrial (textil), Cervecerías DAMM (bebidas),
etc., y las agrupaciones como La Agrupación Colectiva de la
Construcción de Barcelona, La Madera Socializada de Barcelona, La
Agrupación de los Establecimientos de Barbería y Peluquería
Colectivizados de Barcelona, Los Espectáculos públicos de Barcelona
Socializados, Los Servicios Eléctricos Unificados de Catalunya, La
Industria de la Fundición Colectivizada, etc., constituyen las
experiencias más importantes y significativas de la colectivización de
la industria y los servicios, y al ser la agrupación la forma más
compleja y elevada de organización, hace que su análisis sea fundamental
para el conocimiento de esta experiencia y que del mismo se puedan
extraer elementos importantes de la socialización global a que aspiraba
la alternativa colectivista.
Etapas
El proceso
de colectivización-socialización fue evolucionando en el transcurso
del tiempo, debido a la propia lógica interna del proceso
colectivizador y a los cambios que se produjeron en la relación de
fuerzas entre los defensores y los detractores de la colectivización.
Dicha
evolución dio lugar a la existencia de cuatro etapas: la primera:
julio-finales de octubre de 1936, en la que se inició de forma
espontánea la colectivización, desarrollándose sin cortapisas la
autogestión obrera. Fue durante esta etapa cuando se realizaron la mayor
parte de las colectivizaciones de empresas y se inició la constitución
de la mayoría de las agrupaciones.
La segunda: octubre
1936-mayo 1937, se inició con el decreto de colectivizaciones –fruto de
la solución de compromiso a que llegaron las distintas organizaciones
políticas y sindicales–, en ella se avanzó en la coordinación de la
economía colectivista y fue el período en que se legalizó un mayor
número de empresas colectivizadas y agrupaciones. Así, por una parte se
desarrolló y consolidó la colectivización-socialización, pero por otra
la utilización de los organismos estatales, a pesar del predominio que
ejercía en ellos la CNT-FAI, implicó una grave contradicción con los
principios y presupuestos en que se basaba la alternativa colectivista.
La
tercera: mayo 1937-febrero 1938, se inició con la pérdida del
predominio político de la CNT-FAI, la represión ejercida sobre el POUM y
el reforzamiento del poder de la Generalitat, como consecuencia de los
«hechos de mayo». En ella aumentó el control estatal de la economía,
al tiempo que la CNT intentó aumentar el control sindical de arriba
abajo. A este respecto son significativas las resoluciones del Pleno de
Valencia de enero de 1938: abandono de la defensa del salario único,
creación de los inspectores de trabajo, procedimientos para sancionar,
etc.
La cuarta: febrero 1938-enero 1939, se caracterizó por el
aumento del intervencionismo del gobierno de la República, el
incremento de los ataques a la colectivización para favorecer la
estatización y la reprivatización y el abandono, por parte de la
dirección de la CNT, de la defensa de la autogestión, unido a su
aceptación de la estatización, tal como se refleja en el pacto UGT-CNT
del 18 de marzo de 1938. A pesar de todo, hasta que las tropas
franquistas ocuparon Catalunya, continuaron funcionando un elevado
número de empresas colectivizadas y agrupaciones, debido a la defensa
que de las mismas hicieron los trabajadores.
Las agrupaciones en la industria y los servicios
Las
agrupaciones presentaban entre sí una serie de diferencias por: las
características del sector económico al que pertenecían, el ámbito
territorial que abarcaban, el tipo de concentración: solo horizontal o
horizontal y vertical a la vez, estar o no legalizadas, etc. A pesar de
ellas existieron en las agrupaciones un conjunto de elementos comunes o
similares, tanto en el aspecto organizativo –semejante al de las
empresas colectivizadas, aunque más complejo– como en el económico y el
social:
Organización y funcionamiento interno
–
La Asamblea General. Formada por todos los trabajadores –manuales,
administrativos, comerciales, técnicos– de la agrupación, constituía el
órgano máximo de decisión. En él se discutían y definían las líneas
generales de actuación, se elegían y en su caso revocaban los miembros
de los órganos de decisión cotidiana y se controlaba la actuación de
dichos órganos.
– El Consejo de Empresa. Era el órgano encargado
de la dirección cotidiana técnico- económica. Sus miembros percibían
exclusivamente el jornal correspondiente a su categoría profesional.
–
El Comité Sindical. Era el órgano encargado de la defensa cotidiana de
los intereses inmediatos de los trabajadores –remuneración,
condiciones de trabajo, jubilación, etc.
– Además de estos tres
órganos a nivel global de la agrupación, en cada uno de los otros
niveles de la misma –centro de trabajo, localidad, etc. – existían
también sus equivalentes, los cuales disponían de autonomía para
resolver las cuestiones que afectaban exclusivamente a su ámbito.
– Se concedió gran importancia a la intercomunicación vertical y horizontal en su seno y a que ésta fuese rápida y fluida.
–
En las agrupaciones legalizadas, había además el Interventor de la
Generalitat, nombrado por el «conseller» de Economía a propuesta y de
acuerdo con los trabajadores, que era el encargado de mantener la
relación con los organismos superiores –el Consejo de Economía, el
«conseller» de Economía, etc.
Reestructuración y racionalización de la actividad productiva
– Concentraron la producción en unidades de mayor volumen, eliminando centros de trabajo.
– Aumentaron la especialización de los centros de trabajo y la racionalidad de la producción global del sector.
– Elaboraron estadísticas, cuentas de explotación, etc., con la finalidad de planificar la producción.
– Mejoraron técnicamente y modernizaron el equipo productivo.
– Centralizaron los servicios administrativos, contables y comerciales.
– Suprimieron los intermediarios parasitarios, acercando la producción al consumidor.
–
Introdujeron cambios en los tipos de productos, debido a las
necesidades de la guerra, las nuevas prioridades sociales y la
importancia que dieron a los valores éticos y estéticos.
–
Desarrollaron una política de sustitución de importaciones, utilizando
con éxito productos autóctonos y fabricando nuevos productos.
– Promovieron la investigación ligada a la producción.
Actuación social
– Mejoraron las condiciones de trabajo, higiene y salubridad en los centros de trabajo.
–
Disminuyeron las diferencias salariales, llegando incluso en algunos
casos a su eliminación. Hubo también casos en que además existía un
plus familiar, fijado en función del número de personas a cargo del
trabajador.
– Crearon servicios de asistencia –médica, clínica y farmacéutica– y de previsión social.
– Enfermedad, accidente, parto, incapacidad laboral y jubilación–, gestionados y controlados por los propios trabajadores.
– Actuaron contra el paro, aumentando los puestos de trabajo y cuando ello era insuficiente repartiendo trabajo y remuneración.
–
Realizaron importantes esfuerzos para aumentar el nivel de preparación
de los trabajadores en la triple vertiente: física, intelectual y
profesional.
– Prestaron gran atención a los intereses de los
consumidores: aumentaron la calidad de los productos y servicios, de la
higiene y la sanidad –barberías, industria láctea,...–, facilitaron el
acceso a los productos y servicios, etc.
La industria de guerra
En
1936, Catalunya carecía por completo de una industria dedicada a la
fabricación de armamento, por lo que para poder disponer de material
bélico se procedió a transformar la industria civil –en especial la
metalúrgica y la química– en industria de guerra, lo que se realizó en
un breve espacio de tiempo.
Esta transformación la iniciaron los
propios trabajadores inmediatamente después del 19 de julio,
designando, ya el 21 de julio, a Eugenio Vallejo, del sindicato
Metalúrgico, para coordinar la organización de dichas industrias.
El
7 de agosto la Generalitat creó la Comisión de la Industria de Guerra,
encargada del control y coordinación de estas industrias, que fue
aceptada por la CNT tras obtener una serie de garantías. En la práctica
la colaboración que se estableció entre los consejos de empresa y la
Comisión, fue muy satisfactoria. La Comisión, además de coordinar las
empresas transformadas en industrias de guerra, también creó alguna
nueva empresa y estableció relaciones con las otras que elaboraban
productos auxiliares para la guerra del sector textil, de la óptica, de
la madera, etc.
En octubre de 1937 la industria de guerra
contaba con más de 400 fábricas y unos 85.000 trabajadores,
fabricándose una diversa y elevada cantidad de productos: cartuchos,
pistolas, piezas de recambio para fusiles y ametralladoras, distintos
tipos de explosivos, bombas de mano y de aviación, vehículos blindados,
motores de aviación, etc.
Sin embargo, el Gobierno de la
República observó siempre con recelo y boicoteó la creación de una
industria de guerra en Catalunya, al no hallarse ésta bajo su control.
Un control que no consiguió hasta el 11 de agosto de 1938, en que
decretó su militarización. A ella se opusieron tanto la Generalitat
como los trabajadores de estas industrias, lo que provocó un importante
descenso de su producción.
Consideración final
La
experiencia colectivista desarrollada en Catalunya contó con el firme
apoyo de la inmensa mayoría de los trabajadores manuales, y así lo
demuestra entre otras cosas, la defensa que realizaron de las
conquistas colectivistas cuando se vieron amenazadas y el bajo nivel de
absentismo laboral. Además, puso en evidencia la enorme capacidad
creativa, organizativa y productiva de los trabajadores cuando las
empresas se hallan en sus manos y son ellos quienes deciden.
Esta
experiencia alcanzó, en términos generales, unos resultados claramente
positivos en el aspecto económico –incluso numerosos empresarios lo
reconocieron– y social. Lamentablemente fue derrotada en el ámbito
político-militar por los que se oponían a la misma –los cuales con su
victoria en mayo de 1937, lograron frenar y hacer retroceder la
colectivización-socialización–, y finalmente por la ocupación de las
tropas de Franco en enero de 1939, que consiguieron eliminarla por
completo.
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“Colectividades Libertarias en España”
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“Colectividades Libertarias en España”
Por Gastón
Leval
INDUSTRIA
Y SERVICIOS PÚBLICOS
LAS
REALIZACIONES INDUSTRIALES
Según
las cifras del último censo que precedió a la guerra civil y a la
revolución, España contaba -en 1936- con 1.900.000 personas
empleadas en las industrias, sobre un total de 24.000.000 de
habitantes.
En
primer lugar, hallamos 300.000 asalariados en la industria del
vestido; es preciso tener en cuenta que en este total el número de
mujeres empleadas era superior al de los hombres.
Le
seguía en número la industria textil, que exportaba paños incluso
a Inglaterra, y que contaba con trabajadores de ambos sexos; en el
personal femenino figuraban las obreras empleadas en la fabricación
de ropa blanca.
La
tercera industria era la del ramo de la construcción. Totalizaba
270.000 trabajadores, que ejercían los oficios más diversos
correspondientes a esta actividad. La cuarta era la correspondiente a
la alimentación: conservería, salazones, especiería, etc.; con
200.000 personas.
Registramos
luego 150.000 asalariados en la especialidad caza y pesca, con
predominio -desde luego- de la pesca sobre la caza.
Y
entonces cuando llegamos a la producción clave, que en las naciones
modernas está constituida por lo que se llama con razón «industrias
básicas»: la producción minera, con 100.000 hombres, empleados en
la extracción de hulla y de los diferentes minerales; y la industria
metalúrgica, con 120.000 trabajadores.
Por
lo tanto, si bien la industria española no era importante con
relación a otros países avanzados económicamente, no puede decirse
que fuera de despreciar, sobre todo si este total aproximado de
1.900.000 personas es comparado con el total de la población
española (24.000.000 de personas). Y aunque la población campesina
era mucho más numerosa, sería un error juzgar las posibilidades de
socialización revolucionaria sólo a partir del ámbito rural.
Añadamos
a estas cifras básicas que -como lo hemos mencionado ya- un 70% de
la industria estaba concentrada en Cataluña, en donde los abundantes
saltos de agua alimentados por los Pirineos habían facilitado desde
hacía mucho tiempo la captación de fuerza motriz; el contacto con
Francia, la utilización del mar Mediterráneo hacia Italia, África
del Norte e incluso –pasando por el estrecho de Gibraltar- hacia
América del Sur, favorecían la expansión comercial y la
exportación de ciertos productos industrializados. Así, la
industria textil -que movilizaba grandes capitales financieros- pudo
desarrollarse gracias al algodón importado desde los Estados Unidos,
Brasil y Egipto, mientras que la lana llegaba desde la Mancha y otras
regiones del país donde las dificultades naturales para la
agricultura y la escasa productividad de las pasturas que cubrían
parte de España obligaron a los campesinos a especializarse en la
cría del ganado lanar.
Completemos
esta breve indicación general mencionando a los 60.000 trabajadores
ocupados en los «medios de transporte, aparatos de transmisión y
empresas de electricidad», y -concluyendo- a las 40.000 personas
registradas en las 4.000 pequeñas empresas de productos químicos,
cuya existencia indicaba una tendencia hacia la modernización de la
economía general.[97]
En
resumen, según las estadísticas, las distintas industrias absorbían
-en julio de 1936- entre un 22 y un 23% de las «personas activas»;
la agricultura, por su parte, ocupaba un 52%; y lo que se denomina
hoy sector terciario (que entonces englobaba el personal doméstico)
registraba aproximadamente un 25%.[98]
Se
comprenderá que esta estructura económico-social haya influido las
realizaciones de la Revolución española, lo mismo que -en
determinado momento- la influyó la falta de materias primas, o de
energía, o el agotamiento de las reservas de algodón (que no
llegaba del extranjero por causa del bloqueo marítimo), o la falta
de lana (que no llegaba ya de la Mancha, casi toda en manos de tropas
franquistas), o la falta de comunicaciones adecuadas con Cataluña.
En
fin, y esto bastaría para hacernos comprender la importancia de
ciertas dificultades económicas que -demasiado a menudo- los
revolucionarios descubren cuando es tarde.[99]
La industria de la construcción -que en Barcelona ocupaba alrededor
de 40.000 trabajadores- se paralizó de la noche a la mañana, porque
en todo período de crisis ésta es la rama de trabajo que más
pronto cesa sus actividades, pues los propietarios desaparecen o no
invierten su dinero -ya sea para hacer construir inmuebles nuevos o
hacer reparar los que ya poseen-.
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Es
en el Congreso celebrado en Madrid en el año 1919 (llamado Congreso
de la Comedia o del teatro de la Comedia), que la CNT -fundada en
1910- había decidido renunciar en todo el territorio de España a
los sindicatos y federaciones tradicionales de oficio, hijos de la
Primera Internacional; a los que Bakunin se refería cuando
preconizaba su extensión para la construcción del socialismo en
toda Europa. Pues esta primera estructura de organización obrera
-que hallamos aún en bastantes naciones- ya no respondía, en
opinión de los militantes sindicalistas libertarios, a la evolución
de las estructuras del capitalismo moderno, las que imponían mayores
concentraciones de combate. Pero también -pues este objetivo nunca
fue olvidado, y se perseguía paralelamente a la lucha de clases en
la sociedad capitalista-, se trataba de preparar mejor la
organización social del porvenir. Los lamentables ejemplos de las
luchas intercorporativas del fin de la Edad Media y del Renacimiento
no respondían al espíritu de nuestros militantes españoles, para
quienes el federalismo fue siempre sinónimo de asociación práctica.
Así considerado, vemos que en el terreno sindical y en el trabajo,
un peón de pico y pala, un albañil, un ladrillero, un cementista,
un yesero, un peón, un arquitecto, un plomero, un electricista,
colaboran y participan en la construcción de un edificio o de una
casa. Es, pues, lógico y necesario hallarnos unidos en el mismo
sindicato.[100]
Igualmente,
la construcción de una caldera -desde la fabricación de la chapa
hasta el calafateo- implica una serie de operaciones, hechas por
trabajadores de diferentes oficios, todos solidarios. El problema
consistía, entonces, en unir aquellos oficios que tendían a un
mismo fin.
Pero
esta unión no debía realizarse sin método u olvidando la práctica
de la libertad. En el fondo, el sindicato de industria era una
federación de oficios y trabajadores de distintos oficios afines.
Cada uno constituía una sección técnica, y todas esas secciones
eran interdependientes.[101]
Cuando una de ellas entablaba un combate, las otras la apoyaban
solidariamente, lo cual favorecía la victoria. Si no todas las
secciones, o sea la industria entera, entraba en lucha. Lo cual
aumentaba formidablemente la capacidad de las organizaciones obreras,
mientras el sindicato preparaba mejor el marco económico del
porvenir.
La
aceptación de las federaciones de industria, complemento lógico de
la constitución de los sindicatos de industria -así como las
federaciones de oficio lo habían sido de los sindicatos de oficio-
fue impedida durante años por la oposición de quienes se aferraban
a una incomprensible ortodoxia, a lo cual se agregó la
desorganización causada por las numerosas huelgas locales o
generales, por los intentos insurreccionales, por los boicots
y las represiones, y también -reconozcámoslo- por la insuficiencia
numérica de militantes técnicamente capacitados para preparar las
grandes realizaciones constructivas del porvenir.[102]
Sin embargo, las orientaciones fundamentales habían sido trazadas en
los congresos y en aquél celebrado en febrero de 1936, donde fue
votada una resolución que clasificaba en 18 federaciones de
industria a todas las actividades productoras y a los servicios
públicos de la nación. Estas federaciones eran las de metalurgia y
siderurgia; industria textil; industria química; petróleo y
derivados; agua, gas y electricidad; transporte terrestre y marítimo;
servicios sanitarios, enseñanza; espectáculo (teatro, cine, etc.);
trabajo de la madera; producción tabacalera; agricultura; bancos y
finanzas; construcción; minas; técnica general.
Más
tarde, en el Pleno Económico de Valencia (1938), se aportaron
modificaciones -en parte causadas por la guerra- en una muy compleja
situación, consecuencia de las relaciones comúnmente difíciles con
las formaciones políticas. Las federaciones de industria -que tan a
menudo desbordan el marco trazado, y no son sino apelaciones
genéricas- serían 15.
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Antes
de describir las realizaciones constructivas de carácter industrial,
obra de los sindicatos, motivo por el cual preferimos denominarlas
«sindicalizaciones», como las hemos llamado en aquel entonces en
España misma, creemos necesarias otras precisiones complementarias.
Lo
que se llamó «colectividades» y «colectivización» en las
regiones agrarias no fueron sino formas diversas y siempre afines de
lo que anteriormente se había llamado socialización. Pero
socialización verdadera.
Como lo hemos expuesto, las colectividades y colectivizaciones
campesinas abarcaban el conjunto solidario -parcial o total- de los
habitantes de cada pueblo, o de cada colectividad fragmentariamente
organizada por sus componentes. No existía diferencia de condiciones
de vida o de retribución, intereses antagónicos de grupos más o
menos separados. La norma moral dominante era la de la igualdad
generalizada y de la fraternidad, practicada en los hechos, y en
beneficio de todos.
Pero
las cosas fueron a menudo diferentes en lo que se llamó
colectivizaciones industriales, especialmente en las grandes
ciudades, como consecuencia de factores contradictorios y de
oposiciones nacidos de la coexistencia de corrientes emanadas de
clases sociales distintas. Muchas veces -en Barcelona y en Valencia-
los trabajadores de cada empresa tomaron posesión de la fábrica,
del taller, de las máquinas, de las materias primas, y aprovechando
que aún existían el sistema monetario y la economía mercantil
propios del sistema capitalista, amparados por el Gobierno,
organizaron la producción por su cuenta, vendiendo en provecho
propio el producto de su trabajo. El decreto de octubre de 1936, que
legalizaba las colectivizaciones industriales, no permitía estas
ventajas que falseaban todo desde el inicio.
Esta
práctica no creaba una verdadera socialización, sino una especie de
neocapitalismo obrero, una autogestión situada entre la economía
liberal burguesa y el socialismo, la cual no se habría producido si
la revolución hubiera podido realizarse integralmente -y como la
habíamos previsto- bajo la dirección de nuestros sindicatos. Mas
como nos hallábamos en guerra, frente a una ofensiva total de los
franquistas en Aragón, hacia Cataluña, en Castilla la Vieja, hacia
Madrid, en Andalucía y en las Vascongadas, y hacia Asturias,
nuestros sindicatos no reunían fuerzas bastantes para entablar la
lucha contra las fuerzas sociales burguesas y los partidos
antifascistas con conductas dúplices al mismo tiempo que combatir
-en una guerra moderna- a los ejércitos fascistas.
Con
todo, estas insuficiencias -que el autor de estas líneas denunciaba
desde fines de 1936- no impidieron un hecho de enorme importancia:
las fábricas, los talleres, todas las empresas trabajaron y
produjeron sin patronos, sin capitalistas, sin accionistas, sin
jerarquía direccional; y hemos conocido visitantes, como el
sociólogo belga Ernestán que, ante los hechos comprobados, nos
expresaban su entusiasmo.
Y
muy pronto se produjeron reacciones que pasaron demasiado
desapercibidas. En la metalurgia, que fue rápidamente la industria
más importante a causa de la producción de guerra, las cosas habían
empezado mal en cuanto a socialización. Pero el sindicato logró
ejercer un control administrativo riguroso en lo que respecta a la
marcha de las empresas cuyos comités de gestión aceptaron una
disciplina administrativa, disciplina ésta que afianzaba el espíritu
y la práctica de las medidas tomadas. El Gobierno catalán reclamaba
la instauración de esta disciplina, la que sólo fue posible ejercer
gracias a la organización obrera tradicional.
En
este mismo sindicato, era vivo en los militantes el deseo de ir más
adelante, pero a menudo eran desbordados por una compleja situación
que es imposible imaginar desde lejos, treinta o cuarenta años
después. Este espíritu movió al Comité Sindical a encargar al
autor de estas líneas la preparación de un plan de sindicalización
de la producción metalúrgica de Barcelona, plan que fue aceptado
sin la menor oposición en una asamblea compuesta por millares de
miembros del sindicato. El autor no pudo, después, observar los
suficientes o insuficientes esfuerzos que se realizaron para la
aplicación de tal proyecto.[103]
Pero
otras realizaciones tuvieron más fortuna. Tal fue el caso en el
Sindicato de la Madera, que comprendía a los ebanistas, obreros del
mueble, carpinteros de taller y carpinteros de obra. Para mayor
documentación reproduciremos las partes más significativas de un
manifiesto del Sindicato de la Madera publicado con fecha 25 de
diciembre de 1936, y que prueba hasta qué punto muchos militantes
comprendían la situación:[104]
En
lugar de una verdadera toma de posesión de los talleres, en lugar de
una verdadera satisfacción al pueblo, se obliga a los patronos a
pagar sueldos, se suben los salarios y se disminuyen las horas de
trabajo. Y esto, ¡en plena guerra!
Ahora
que el gobierno de la Generalidad se ha adueñado de todos los
valores monetarios, admite el pago de deudas imaginarias[105]
y distribuye cantidades tan fabulosas que los que así proceden se
arrepentirán cuando -llegado el momento de rendir cuentas- se vea
cuántos millones han sido gastados sin producir, causándose a la
economía un perjuicio considerable.
Se
ha introducido en la economía a un número enorme de burócratas
parasitarios cosa que, en la esfera de sus actividades, el Sindicato
de la Madera se ha esforzado por reducir en las empresas.
Desde
el primer momento, nos hemos opuesto a este despilfarro y, en la
medida de nuestras fuerzas, hemos intensificado el rendimiento de
nuestra industria. También nosotros habríamos podido seguir la
corriente, y tolerar que se siga ordeñando la vaca de leche
gubernamental, sacando dinero de la Generalidad para talleres no
rentables, y pagando facturas hipotéticas que no serán reembolsadas
por deudores insolventes.
Llegados
a este punto, pensamos mostrar -con realizaciones parciales- nuestra
capacidad de productores, y al mismo tiempo salvar a la economía y
eliminar a la burguesía con todos sus rodajes de intermedios
parasitarios, su contabilidad tramposa y sus prebendas.
En
los primeros tiempos de la revolución, no podíamos
colectivizar[106]
nuestra industria, porque veíamos, y pensábamos y pensamos aún que
numerosas secciones de nuestro sindicato habrían de desaparecer. Y
también porque, desde el primer momento, hubo desacuerdo entre
nosotros y el mundo oficial que no quiso reconocer el derecho de los
sindicatos; pero es muy seguro que si se hubiera obrado de otro modo,
se habría podido -gastando muchos menos millones- perfeccionar todas
las industrias, porque debemos esforzarnos para que en Cataluña, y
en todas partes, nuestra industria nacional se desarrolle. Tiene los
medios suficientes para lograrlo.
Hay
que adaptar la organización técnica a las necesidades del momento,
pensando en el porvenir. Ante las exigencias del momento, el
Sindicato de la Madera ha querido no sólo avanzar en el camino de la
revolución, sino orientar esta revolución inspirándose en el
interés de nuestra economía, de la economía del pueblo. Con este
fin hemos agrupado a todos los pequeños patronos insolventes, sin
medios de existencia; nos hemos hecho cargo de todos los talleres
microscópicos, con número insignificante de trabajadores, sin
esbozo de organización sindical, y sólo viendo en ellos a
trabajadores cuya inactividad perjudicaba a la economía.
Y
gracias a nuestros recursos y a las cotizaciones de nuestros
adherentes, hemos organizado talleres de la CNT, talleres de 200
trabajadores y más, como nunca se vieron en Barcelona, y como muy
pocos hay en el resto de España.
Habríamos
podido, y esto hubiera sido más fácil, colectivizar a los talleres
cuya existencia estaba asegurada, pero les dejamos continuar la
producción hasta donde les era posible, y sólo colectivizamos a los
que conocían dificultades económicas reales.
Hay
equívoco cuando se afirma que no aceptamos el Decreto de
Colectivizaciones.[107]
Muy al contrario, lo aceptamos, pero sencillamente lo interpretamos
desde nuestro punto de vista. Lo que para algunos hubiera sido
lógico, habría sido la organización de grandes cooperativas que
sólo las industrias favorecidas habrían podido fundar. En cambio,
dejarían a las faltas de recursos en lucha con sus dificultades, lo
que llevaría a constituir dos clases: la de los nuevos ricos y la de
los pobres de siempre.
De
acuerdo con las ideas expuestas en este manifiesto, se convocaron
asambleas sindicales donde -como antes de la revolución- los
trabajadores acudieron por millares. Fue estudiada la situación y se
acabó por tomar medidas de restablecimiento de una orientación
comunista libertaria. Buen número de los talleres más importantes
quedaron bajo control sindical, cada cual con su número de
colectivización. La autoridad del sindicato, es decir, de las
asambleas cuyas decisiones eran inapelables, acabó por imponerse.
Allí donde había excedente de mano de obra, parte de los
trabajadores fueron dirigidos hacia otras empresas, que fabricaban
objetos útiles para la nueva situación, por ejemplo, muebles
sencillos en lugar de muebles de lujo. Se racionalizó el empleo del
material técnico disponible, y en la medida en que lo permitió la
situación creada por la guerra, se volvió a las prácticas de
nuestro sindicalismo. Nuevas construcciones de gran amplitud
germinaban en los espíritus, y de no empeorar la situación militar,
es indudable que un restablecimiento general se habría producido.
Pese
a todo, no faltaron realizaciones que, por sí solas, habrían
justificado la revolución. Veamos las que nos parecieron más
características.
LAS
SINDICALIZACIONES DE ALCOY
En
lo referente a sindicalizaciones, es decir, a la socialización
integral realizada por los sindicatos, bajo su dirección y
responsabilidad y con vistas a la totalidad de la industria que les
competía, Alcoy nos parece el caso más demostrativo y pleno de
enseñanzas. Segunda ciudad de la provincia de Alicante, en el año
1936 contaba con 45 millares de habitantes y era centro comercial e
industrial de relativa importancia, pues el número de los
asalariados industriales ascendía a 20.000, proporción elevada en
un país donde la población «activa» -cualesquiera que fueran sus
ocupaciones- alcanzaba en la escala nacional de 33 a 35%. A la
industria textil, que no sólo producía tejidos porque abarcaba la
producción de géneros de punto y lencería -que era la más
desarrollada y que empleaba un número bastante elevado de mujeres-
le seguía la industria del papel, y luego la metalurgia.
Nuestro
movimiento se remontaba a la época de la Primera Internacional. Como
todas las regiones de España, Alcoy conoció períodos de calma, que
casi siempre sucedían a represiones a menudo cruentas. Pero a partir
del año 1919, la organización de los sindicatos de industria le
infundió mayor vigor a todo el movimiento libertario.
Los
grupos anarquistas fueron numerosos y supieron, al mismo tiempo,
luchar en el terreno sindical y realizar en el seno de la clase
obrera (ellos mismos estaban compuestos por trabajadores manuales)
una obra de educación social cuyos resultados están ahora a la
vista. Y es en Alcoy donde -bajo la dictadura del general Primo de
Rivera (1923-1930)- apareció, durante siete años, el periódico
libertario Redención
-de notable contenido- a cuyo recuerdo el autor de estas líneas (que
fue asiduo colaborador) se siente unido en lo profundo de su corazón
a pesar del tiempo transcurrido.
En
este período, y sin duda alguna al principio de la revolución,
Alcoy era la ciudad que contaba proporcionalmente con el mayor número
de militantes libertarios. Los jóvenes -muy numerosos- alternaban
con los luchadores curtidos, todos solidarios.
Todo
lo cual explica por qué, durante nuestra primera visita -y en
febrero de 1937-, los sindicatos de la CNT contaban con 17.000
adherentes, mientras que los de la UGT, de orientación
social-reformista, contaban con 3.000, número que incluye a los
funcionarios -que no eran revolucionarios- y a los pequeños
comerciantes, enemigos de la revolución, que buscaban en esta
organización la garantía de su situación social.
Estos
mismos hombres contaban también con el apoyo de los partidos
políticos, naturalmente hostiles a lo que nuestros compañeros
podían emprender. Mas los libertarios tenían en sus manos el
conjunto de las actividades necesarias a la vida social, merced a los
sindicatos, cuya lista era la siguiente:
Alimentación;
Imprenta (papel y cartón); Construcción (incluyendo los
arquitectos); Higiene (medicina, servicios sanitarios, farmacia,
peluqueros, lavanderas, barrenderos); Transportes (ómnibus,
camiones, taxis, etc.); Espectáculos; Industria Química
(laboratorios ácidos, jabones, perfumería, etc.); Pequeñas
Industrias Varias (no precisadas); Cueros y Pieles; Textil; Industria
de la Madera; Técnicos Industriales; Comerciantes, Vendedores
Ambulantes; Profesiones Liberales (maestros de escuela, artistas,
escritores, etc.); Vestido; Agricultura y Horticultura.
El
claro concepto de su misión permitió a nuestros compañeros
socializar con rapidez. Alcoy no ha recorrido las etapas a menudo
prolongadas que se han dado en otras partes: los comités de control
buscando su camino, comités de gestión marchando a tientas. Desde
el primer momento, y en forma decidida, los sindicatos tomaron a su
cargo la dirección de la iniciativa revolucionaria, y lo hicieron en
todas las industrias. Procuremos seguir
el desarrollo de sus iniciativas, tomando por ejemplo la
socialización de la industria textil.
El
18 de julio, los rumores referentes a un ataque inminente del
fascismo que se propalaban en toda España, también circulaban en
Alcoy. Se hablaba de un ataque de los militares y de los derechistas
apoyados por la Guardia Civil. Nuestras fuerzas se movilizaron para
hacerles frente, y tomaron disposiciones para el combate en las
calles. Pero el ataque no se produjo; entonces, nuestras fuerzas -que
por su importancia y decisión desbordaban a las autoridades locales-
se dirigieron hacia ellas y -aprovechando la coyuntura- presentaron
algunas reivindicaciones, en gran parte motivadas por la desocupación
reinante en la industria textil. El Sindicato de la Industria Textil
contaba con 4.500 adherentes (y pronto contaría con 6.500). Estas
reivindicaciones exigían -sin romper la unidad antifascista- ayuda
para los desocupados, el seguro contra la enfermedad; en fin, el
control obrero en las empresas industriales. Fueron concedidos sin
dificultad. Pero pronto aparecieron dificultades nuevas. Los patronos
aceptaban que las comisiones obreras examinaran sus libros de
tesorería donde las operaciones de compraventa y los beneficios y
pérdidas estaban -sin duda- correctamente registrados, pero los
obreros, y sobre todo sus sindicatos, querían ir más allá. Querían
controlar todo el mecanismo capitalista que hacía paralizar en forma
absurda la producción en un momento en que tanta gente sufría
privaciones, provocando así una desocupación inadmisible, teniendo
en cuenta las necesidades por satisfacer. Y muy pronto se llegó a la
conclusión de que la ocasión era propicia y que entonces era
preciso adueñarse de la dirección de las empresas, y transformar
toda la sociedad.
Por
otra parte, el patronato declaró al poco tiempo que le era imposible
pagar los salarios a los desocupados, cosa que -dado que estábamos
en un período de crisis económica- podía ser verdad. En la
industria textil, parte de las empresas eran deficitarias, y ni
siquiera podían pagar a los obreros ocupados. Y se llegó a una
situación inesperada e insólita, en la que los patronos pidieron al
sindicato que les proporcionara recursos para pagar a los que estaban
sin trabajo.
Entonces,
el sindicato nombró una comisión, la que estudió a fondo la
situación, y concluyó en que la industria textil de Alcoy se
hallaba «en una situación de parálisis sistemática, de quiebra
financiera y de deficiencia absoluta, tanto desde el punto de vista
técnico como administrativo».
Esta
situación determinó la etapa decisiva: de acuerdo con la resolución
del sindicato, las comisiones de control de la industria textil se
transformaron en comités de gestión. Y el 14 de septiembre de 1936,
el sindicato tomó oficialmente posesión de 41 fábricas de paño,
10 de hilados, 8 de géneros de punto, 4 de tintas, 5 de aprestos, 24
de borra, así como 11 depósitos de trapos. Todos estos
establecimientos constituían el conjunto de la industria textil
local.
Nada
quedaba fuera del control y de la dirección sindical. Pero no se
piense que con el nombre de sindicatos se denominaba a algunos
comités superiores y burocráticos que tomaban resoluciones sin
consultar a la masa de los adherentes. Aquí también se practica la
democracia libertaria. Lo mismo que en todos los sindicatos de la
CNT, existe un doble impulso: por una parte, el impulso dado por la
base, por la masa de los asociados; y por la otra, el impulso dado
desde arriba. De la circunferencia al centro y del centro a la
circunferencia, como pedía Proudhon, o de abajo hacia arriba ante
todo, como pedía Bakunin.
Estamos
en febrero de 1937; existen cinco ramas generales de producción, con
los trabajadores respectivos: primero, el tejido, que emplea a 2.236
trabajadores; luego los hilados, con 1.025 hilanderos e hilanderas;
sigue el acabado, con 1.158 hombres y mujeres; los géneros de punto
con 1.360 trabajadores, sobre todo mujeres; y los cardadores, con 550
obreros.
Partiendo
de la base, los trabajadores eligen -en sus reuniones de empresa- al
delegado que los representa en los Comités de Empresa. Luego
reencontramos, por la filiación de las delegaciones, estas cinco
ramas de la producción en el Comité de Dirección Sindical. La
organización general descansa, pues, por una parte, en la división
del trabajo, y, por otra, en la estructura industrial de conjunto.
Antes
de la expropiación, los comités de empresa no se componían sino de
trabajadores manuales; se ha agregado ahora un delegado del personal
de las oficinas y otro de los almacenes y materias primas. El papel
de estos comités consiste en dirigir la producción según las
instrucciones recibidas, que emanan de las asambleas; en transmitir
informes sobre la marcha del trabajo a los comités y secciones
responsables del sindicato; en comunicar las necesidades de nuevo
material técnico y de materias primas. También deben transmitir las
facturas importantes y pagar las de menor cuantía.
Pero
los representantes de estas cinco ramas que están en el Comité
Director son completados -en éste- por la Comisión de Control
nombrada por el comité sindical y por los delegados de las secciones
de empresas.
Existe
también una comisión técnica, a su vez dividida en cinco partes
especializadas: administración, ventas, compras, fabricación,
seguros. Se le agregó un secretario general para facilitar la
necesaria coordinación. Examinemos con rapidez el funcionamiento de
esta comisión.
Elegido
entre los compañeros a quienes se considera más aptos para el
cumplimiento de esta función, el secretario controla, y si es
necesario, orienta el trabajo general.
En
la sección ventas ha sido colocado un compañero de capacidad
reconocida para esta especialidad.[108]
Este compañero controla el trabajo de la sección que le ha sido
encomendada, y que consiste en recibir los pedidos, ordenar las
entregas de los productos pedidos a los diversos almacenes donde
están guardados. Tan pronto un almacén ha remitido la mercancía
encomendada, lo comunica a la sección contabilidad para asegurar su
pago. Por otra parte, la sección venta comunica a la sección de
fabricación la importancia de los artículos vendidos y su
especificación, para que encargue a la sección fabricación los
artículos que han de sustituir a los ya entregados. Así se conoce,
día por día, la evolución de todas las reservas de la industria
textil de Alcoy.
El
almacenamiento también compete a esta comisión. Los almacenes están
clasificados según los materiales y artículos de su especialidad:
géneros de punto, mantas, sobretodos, paños, tejidos diversos, etc.
Cuando
los pedidos son pagados al contado, el responsable de ventas los
autoriza inmediatamente. Si se trata de un cliente que paga a plazos,
la comisión debe pronunciarse.
Igualmente,
la comisión de compras tiene a su frente a un compañero competente,
profesional especializado que también se ha adherido al sindicato.
Está encargado de comprar la lana, el algodón, el yute, la seda, la
borra, etcétera, según las necesidades comunicadas por las ramas
correspondientes. Cuando es necesario se envía a técnicos escogidos
a otras regiones de España liberada y al extranjero, de acuerdo con
la comisión técnica. Esta misma comisión registra día por día la
existencia de las materias primas, los desplazamientos de uno a otro
depósito, o de una a otra fábrica. No se desplaza un solo kilogramo
de estos materiales sin que sea debidamente consignado.
Por
ser la más importante, y porque sus actividades son las más
complejas, la sección de fabricación está dividida en tres
subsecciones: a)
la de fabricación en general; b)
la de organización técnica y de control de la maquinaria, y c)
la del control de la producción y de estadísticas.
La
primera distribuye el trabajo de acuerdo con la especialización de
las unidades de producción. Después de haber recibido los pedidos
que le han sido transmitidos por la sección ventas, y decidido qué
talleres y fábricas podrán satisfacerlos, por poseer los medios
técnicos necesarios -y, naturalmente, la mano de obra
especializada-, transmite los datos necesarios para que la comisión
de compras halle y suministre las materias primas necesarias para el
reemplazo.
El
conjunto del personal de toda la industria está dividido en tres
especialidades: trabajadores manuales, dibujantes y técnicos. No se
encomienda las diferentes fabricaciones, ni se encarga el trabajo
correspondiente sin consultar antes a los técnicos de las fábricas
interesadas. No se toma una decisión arriba sin informarse abajo.
Si, por ejemplo, se quiere fabricar un género de determinada clase
-que contenga más algodón que lana, o más lana que algodón- se
convoca a cinco técnicos entre los mejor informados, y se examina
con ellos en qué fábricas o talleres existen los medios adecuados
de producción, y en qué medida podrán utilizarse. En cuanto a los
trabajadores manuales, cumplen su tarea tan escrupulosamente como sea
posible; participan de las responsabilidades correspondientes a su
actividad: cuando es preciso, informan a las secciones directivas,
por medio del comité de empresa, sobre las dificultades que surgen
en el cumplimiento de la labor.
Los
lunes -en cada fábrica- los dibujantes, técnicos y delegados
obreros se reúnen, examinan los libros de cuentas de la unidad
productora, el rendimiento del trabajo, la calidad de la producción,
el estado de los encargos, en fin, todo lo que se refiere a la
actividad general. Estas reuniones no toman decisiones, pero sus
resultados son transmitidos a las secciones sindicales
correspondientes.
La
sección de máquinas tiene por objeto cuidar los instrumentos
mecánicos de trabajo y los talleres donde están instalados. Ordena
las reparaciones requeridas por los comités de empresa, pero debe
consultar a la Comisión Técnica cuando los gastos rebasan ciertos
límites.
La
subcomisión de control de fabricación y estadística establece
informes sobre el balance particular de cada fábrica o taller, sobre
el rendimiento de las materias primas, los nuevos ensayos o métodos
de trabajo, los problemas que de ellos derivan en la distribución
del trabajo y de la mano de obra, el consumo de energía y todos los
elementos accesorios que pueden orientar el conjunto de la
producción. Igualmente registra la transferencia de máquinas de una
parte a otra.
La
sección administrativa está dividida en tres partes: caja,
contabilidad, administración urbana e industrial.
La
caja está encargada de los pagos relacionados con la industria
textil local en conjunto, siempre con previa autorización del
responsable de las secciones correspondientes. Pero, por otra parte,
éste debe recibir el aval de las fábricas con las cuales está en
relación.
La
segunda sección registra administrativamente todas las operaciones
de venta, compra y crédito. Explicaremos más adelante su método de
trabajo, lo que nos permitirá comprender más a fondo las mejoras
introducidas en el sistema de contabilidad implantado en Alcoy por la
revolución. En fin, la sección administración urbana e industrial
se ocupa especialmente del pago de los impuestos municipales y
nacionales, de los alquileres, de la seguridad social, de los
accidentes y de las relaciones permanentes con la Compañía Mutual
de Levante.[109]
Al
margen de estas cinco subdirecciones, han sido organizados dos grupos
para los archivos: uno provisorio, otro definitivo, donde se
conservan no sólo las acciones de los antiguos poseedores, la
renuncia a sus títulos firmada en el momento de la expropiación,
sino también todo lo que se refiere a cada una de las actividades de
la industria textil, tanto en la nueva situación como en el régimen
anterior.
Nos
parece conveniente tratar separadamente la organización de la
contabilidad. Esta organización es integralmente obra de un
republicano de izquierda que se ha adherido a nuestro sindicato y que
-naturalmente- aprueba la obra de transformación social emprendida.
Este compañero aplica métodos de contaduría que no son
absolutamente nuevos en las naciones de vanguardia en lo que respecta
a métodos de trabajo pero -según me dice- son métodos nuevos en
España. Su primera ventaja consiste en hacer, con un total de
setenta empleados, el trabajo que anteriormente requería por lo
menos un contador -cuando no se le agregaba un tenedor de libros- en
cada uno de los establecimientos existentes, en total 103 empresas
grandes y pequeñas. De modo que puede suponerse que el número de
los empleados era por lo menos el doble, a lo cual debía agregarse
el de los patronos, visibles e invisibles.
El
compañero me exhibe elementos de prueba sobre la superioridad del
nuevo método. He aquí un Libro Mayor de una fábrica administrada
según la práctica anterior, utilizada en todo Alcoy. Tomemos una
fecha cualquiera, y contemos las páginas llenas de ese día. ¿15,
20, 25? No lo recordamos ahora, pero todo ello nos parecía
fastidioso y confuso. En cambio, en el nuevo Libro Mayor de la
contabilidad, todas las operaciones están consignadas en página y
media; sólo figuraban resúmenes. Los detalles están consignados en
los libros de 13 secciones varias (Caja, Bancos, Cartera, etc.).
Así,
cada sección registra en el acto lo que se refiere a su
especialidad, y clasifica al instante la documentación
correspondiente. Las cuentas se interrumpen cada día a las cuatro;
entonces, el resumen se inscribe en el Libro Mayor.
Además,
cada sección tiene sus ficheros por materia, a manos de empleados
especializados. Es, pues, posible, y en cualquier momento, verificar
las cuentas, controlar los detalles. También se sabe en el acto cuál
es el balance de las actividades de una unidad de trabajo, lo que
debe tal o cual cliente, o los gastos en bencina de cualquier
representante.
En
esta gran organización coordinada y racionalizada, el sindicato es
el organismo director y coordinador de todo lo que abarca. Por medio
de las asambleas generales, a las cuales asisten o pueden asistir
absolutamente todos
los trabajadores, éstos controlan las actividades de la comisión
técnica y de las secciones formadas por los comités de empresa.
También el sindicato -durante el régimen de transición en el cual
nos hallamos- asume la responsabilidad jurídica y social tanto de la
expropiación que ha sido efectuada, como de la gestión general.
Además, establece las retribuciones y coordina todas las actividades
en el plano superior de las actividades colectivas. Pero no olvidemos
nunca que el sindicato no es una abstracción burocrática, sino
6.500 trabajadores cooperando en la dirección y el cumplimiento de
una obra colectiva.
----------
Como
lo hemos dicho ya, las otras industrias de Alcoy están organizadas y
dirigidas lo mismo que la industria textil. Su organización integral
está en manos de los sindicatos de los trabajadores, que participan
efectiva y realmente en la organización de toda la industria -y no
sólo de la empresa-, y que de esta manera acceden al sentido
individual de las responsabilidades colectivas.
Se
trabaja duro en los talleres metalúrgicos que he visitado. Incluso
se ha improvisado con éxito una industria nueva nacida de la guerra:
la industria de los armamentos. Los progresos realizados
sorprendieron a ciertos visitantes bien informados al respecto. Así,
por ejemplo, en la fabricación de armas ligeras. La industria de los
armamentos había sido siempre localizada en el norte de España,
especialmente en la región vasca, donde están los principales
centros metalúrgicos. Y los trabajadores metalúrgicos de la España
no conquistada por el franquismo se esfuerzan, no siempre con éxito
(especialmente en Cataluña), por organizar la fabricación de
fusiles. Y fue en Alcoy donde se consiguió descubrir el
procedimiento que permite estriar los cañones de esas armas.
En
la fabricación de papel aparecieron, a los pocos meses, dificultades
causadas por la disminución de reservas de materia prima; pasta de
papel, sobre todo. Una vez más comprobamos que si esta experiencia
se hubiera producido en circunstancias más propicias, los resultados
habrían sido muy superiores.
La
práctica de la solidaridad -que es la gran ley moral de esta
revolución- apareció también en esta ocasión, permitiendo al
Sindicato del Papel, del Cartón y de la Imprenta, resistir a las
dificultades. Los 16 sindicatos que componen la Federación Local de
Alcoy, además del aludido, ayudan materialmente, monetariamente, a
la industria deficitaria. Las prácticas comunistas libertarias se
aplican en Alcoy como en las colectividades agrarias de Aragón y
Castilla. El espíritu corporativo y el sindicalismo estrecho
tradicional están aquí fuera de lugar.
----------
Si
bien la organización de la producción era técnicamente perfecta en
Alcoy, en el período en que la estudiamos, y seguramente continuó
siéndolo mientras los daños causados por la guerra no fueron
demasiado graves (bombardeos de la aviación, bloqueo de las costas,
carencia de materias primas, debilitamiento de ciertos aspectos de la
economía, etc.), el punto débil era -como en otras partes- la
organización de la distribución. De no haberse opuesto los
comerciantes y los partidos políticos -todos asustados por la
amenaza de la socialización integral, «demasiado revolucionaria»-
habríamos hecho más y mejor.
La
oposición de los tenderos les movió a crear su propio «comité de
control» antifascista, que nada controlaba desde el punto de vista
de la seguridad y de la lucha pero que -con este pretexto-
centralizaba la compra de los productos agrícolas, pagándolos, por
una parte, más baratos a los campesinos, al mismo tiempo que
promovía el alza de los precios y el costo de la vida. No era fácil
imponerse y evitar roces y choques entre sectores antifascistas, e
ignoramos si nuestros compañeros pudieron -después- evitarlos con
eficacia. Porque los políticos socialistas, republicanos,
comunistas, se esforzaban por impedir nuestro triunfo, incluyendo
para tal fin la reimplantación del antiguo orden de cosas, o
manteniendo lo que de él quedaba.
De
cualquier modo, lo esencial es que en Alcoy 20.000 trabajadores
(incluyendo los 3.000 adherentes a la UGT que -aun a pesar suyo-
aceptaron las decisiones mayoritarias), aseguraban la producción con
sus sindicatos, y demostraron que la industria trabaja con más
eficacia sin capitalistas, sin accionistas y sin patronos, cuyas
rivalidades impiden el empleo racional del progreso técnico, lo
mismo que el desorden de la agricultura individualista impedía el
empleo racional de las tierras y de los implementos de producción en
el campo.
Ante
estas realizaciones, el Gobierno no pudo sino inclinarse, y encargar
armamento a los talleres metalúrgicos sindicalizados de Alcoy, así
como también encargó paños para vestir a los soldados a la
industria textil socializada, y zapatos a las fábricas de Elda, que
también estaban en manos de los libertarios, en la misma provincia
de Alicante.
SUMINISTRO
DE AGUA, GAS Y ELECTRICIDAD EN CATALUÑA
El
sindicato de trabajadores que aseguró -desde principio de la
revolución- el suministro de agua potable, gas y electricidad, fue
fundado en el año 1927, durante la dictadura del general Primo de
Rivera, y -desde luego- a pesar de su voluntad. Otros habían sido
constituidos en España, y la Federación de la Comarca de Barcelona
no tardó en aparecer. Luego apareció la Federación de Cataluña, y
por fin, mancomunando todas las federaciones regionales existentes en
España, nació la Federación Nacional, cuyo secretariado general se
hallaba en Madrid.
Sin
duda, esta estructuración había sido facilitada y suscitada por el
carácter de la producción -sobre todo eléctrica- casi toda de
fuente hidráulica,[110]
basada en los saltos de agua pirenaicos o en pantanos y represas
construidos a largas distancias -a veces a centenares de kilómetros-
de los transformadores y de las centrales de distribución.
En
escala nacional, la masa de los trabajadores se adhirió rápidamente
a la organización. En Barcelona, el sindicato de la CNT contaba
normalmente con 2.500 o 3.000 adherentes sobre 7.000 en toda
Cataluña. Y después del 19 de julio, en la nueva situación creada
por la revolución, los trabajadores manuales y técnicos reunidos
alcanzaron la cifra de 8.000. Por su parte -y siempre en Cataluña-
la UGT alcanzó poco menos de la mitad.
Los
ingenieros, técnicos y semitécnicos habían constituido un
sindicato autónomo. Pero el espíritu de solidaridad nacido de la
revolución les impulsó hacia una misión más estrecha con los
trabajadores manuales, a fin de asegurar mejor la producción. Por
aclamación, una asamblea resolvió disolver el sindicato autónomo
para constituir la sección técnica del Sindicato Industrial Único
de la CNT. Posteriormente, obedeciendo a preferencias ideológicas,
50 de estos técnicos se fueron para constituir una sección adherida
a la UGT. Es probable que sirvieran después de instrumento al
Partido Comunista, que afianzó cada vez más su necio autoritarismo
en esta organización.
Los
directores de las centrales eléctricas, que ganaban hasta 33.000
pesetas mensuales -mientras los obreros ganaban menos de 250 pesetas-
eran extranjeros en su mayor parte. Recibieron de sus cónsules la
orden de regresar a sus países. Sin embargo, gracias a los esfuerzos
de todos los trabajadores, y a pesar de la carencia de ciertos
elementos técnicos de procedencia internacional, el agua, el gas y
la electricidad fueron asegurados hasta el fin de la guerra civil y
de la revolución. Sólo los bombardeos provocaron interrupciones
parciales.
La
iniciativa, tomada en los primeros días, no sólo fue debida a
nuestro sindicato, considerado como organismo global. Como en el caso
de los tranvías y de los ferrocarriles, partió de militantes
aguerridos ya familiarizados con lo que debían ser sus actividades
en el caso de revolución. El mismo día de la insurrección fascista
-el 19 de julio-, un puñado de esos hombres se reunían para
asegurar la continuación de los servicios donde estaban empleados.
Inmediatamente se decidió formar comités de empresa, así como
también un comité central de enlace entre las dos organizaciones
sindicales. En lo sucesivo, este comité dirigió el conjunto de la
producción en las cuatro provincias catalanas de Barcelona,
Tarragona, Lérida y Gerona.
La
toma definitiva de posesión no tuvo lugar antes de fines de agosto.
Mientras tanto, en lo que podríamos llamar período de transición,
los responsables de las organizaciones sindicales y de la producción
se habían limitado a mantener las actividades productoras de la
anterior organización capitalista, sin proceder a la expropiación.
Cada uno de los trabajadores había permanecido en su puesto;
asambleas de las dos centrales obreras tomaban las grandes
decisiones, de carácter técnico-administrativo. Y -hecho curioso
que se advierte en otras ocasiones- no sólo los sindicatos sucedían
a los capitalistas en la organización de la producción, sino que
también asumían las responsabilidades que éstos habían contraído.
Así fue como se hicieron cargo de las responsabilidades financieras
contraídas y pagaron todas las facturas -sin duda para no perjudicar
a los trabajadores empleados por los abastecedores- y que a su vez
heredaban la situación dejada por sus empleadores.
Sólo
fueron anuladas las deudas hacia los capitalistas financieros
españoles, generalmente privilegiados: los pequeños accionistas
apenas existían en España. Y el dinero de que se dispuso permitió
hacer frente a las diversas necesidades.
A
principios de 1937, el total de los ingresos había disminuido en un
20%. Tal vez cierto número de usuarios había descuidado el pago de
sus facturas, pero hallamos otra explicación: el precio del kw de
electricidad había sido disminuido (ignoramos en qué proporciones),
el del m3
de agua había pasado de 0.70 y 0.80 de peseta -y en ciertos casos,
de 1.50 peseta- al precio uniforme de 0.40 de peseta. Y por concepto
de alquiler de los contadores no se pagaba más.
Naturalmente,
la actitud de los trabajadores de la UGT fue combatida por los
políticos que mandaban en la central reformista, pero el empeño de
los obreros hizo estrellarse a los burócratas, y el acuerdo entre
todos los trabajadores se mantuvo.
El
sistema de organización puesto en práctica facilitó este buen
acuerdo. Partía del lugar de producción y se elevaba hasta el
sindicato. Veamos las cosas más de cerca.
En
la misma empresa, el principio de organización fundamental es la
especialización de trabajo. Cada especialidad constituye una sección
que agrupa por fábrica, taller o edificio, por lo menos a 15
trabajadores. Cuando no les reúne, los trabajadores de varias
especialidades -que suelen trabajar conjuntamente- constituyen una
sección común. Las secciones son más o menos numerosas, más o
menos diversificadas, según las unidades. Cada una nombra dos
delegados elegidos por las asambleas: uno técnico, que formará
parte del comité de empresa, y otro encargado de la dirección del
trabajo en la sección.
Luego,
se forma el comité de edificio. Es nombrado por las comisiones de
las secciones; y se compone de un técnico, un obrero manual y un
administrador. Cuando se cree necesario, según la situación en las
secciones, se agrega un cuarto miembro a fin de que las dos centrales
sindicales estén representadas por igual.
El
delegado de la mano de obra debe resolver las dificultades que puedan
originarse entre las diversas secciones (las que pueden surgir en el
seno de las secciones son resueltas por ellas mismas). Registra las
sugerencias de los trabajadores de diversas especializaciones para el
nombramiento o el desplazamiento del personal. Y las secciones le
informan diariamente de la marcha del trabajo.
Al
mismo tiempo, sirve de intermediario entre la base y el consejo
general de industria. Convoca periódicamente -según las normas
establecidas- a las reuniones generales de secciones, que tienen
lugar en el sindicato, lo que estrecha los lazos entre los
trabajadores de las diversas empresas. En estas reuniones se examinan
las proposiciones y las iniciativas susceptibles de perfeccionar la
técnica del trabajo y de la producción, de mejorar la situación de
los trabajadores, o de interesar a la organización sindical. Copia
de las deliberaciones es entregada al consejo de industria.
Observemos que la actividad específica del delegado de los
trabajadores manuales no le impide ejercer su profesión con sus
propios compañeros de trabajo.
El
delegado de las funciones administrativas controla la llegada y el
almacenamiento de los materiales, registra las demandas, contabiliza
las existencias diversas, controla el movimiento de gastos y recibos,
también clasifica la correspondencia y todo balance o todo informe
dirigido al consejo de industria está hecho de acuerdo con él.
El
delegado de las funciones técnicas controla las actividades
correspondientes a su sección, hace lo necesario para aliviar el
esfuerzo humano mediante actividades innovadoras, y para aumentar el
rendimiento del trabajo. Comprueba la producción de las centrales,
el estado de las redes existentes, establece las estadísticas y los
gráficos sobre la evolución de la producción.
Veamos
ahora, con mayor precisión, los consejos de industria, que están en
el nivel superior de la organización.
Naturalmente,
existen tres: uno para el agua, otro para el gas y el tercero para la
electricidad. Cada uno se compone de ocho delegados (cuatro para la
UGT, cuatro para la CNT), la mitad de estos delegados son nombrados
por las asambleas generales sindicales; la otra mitad, por los
delegados de las secciones técnicas, de acuerdo con el Comité
Central. Este doble nombramiento tiene por fin asegurar -en la
composición de los consejos de industria- la elección de hombres
técnica y profesionalmente capaces, cosa que -me dicen mis
informadores- no se produce siempre en las asambleas sindicales donde
la facilidad oratoria, las afinidades ideológicas y personales,
pueden sobreponerse a consideraciones más necesarias.
Toda
esta organización tiene en su nivel superior al consejo general de
las tres industrias, compuesto también por ocho miembros (cuatro por
cada organización sindical, como en el caso anterior). Este consejo
coordina la actividad de las tres industrias, armoniza la
distribución de la producción y de materias primas desde el punto
de vista regional, nacional e internacional; modifica los precios;
organiza la administración general; en suma, toma y aplica todas las
iniciativas que se refieren al conjunto de los productores, de la
producción y de las diversas necesidades. Pero siempre debe someter
sus actividades al control de las asambleas sindicales.
Veamos
ahora los resultados de esta gestión de los trabajadores. Desde un
punto de vista técnico, conviene subrayar ciertas realizaciones; y
entre ellas, de manera primordial, la que hallamos constantemente en
esta vasta obra de reorganización social: la concentración y la
coordinación. No todas las empresas tienen, ni con mucho, la
importancia de las de Tremp y de Camarasa (dos grandes centrales
alimentadas por embalses expresamente construidos). Aparte de estos
dos gigantes, la mayor parte de las 610 unidades -incluyendo los
transformadores, dispersos en Cataluña- no tenían sino un
rendimiento mediocre o insignificante. El mantenimiento de su
actividad servía a intereses privados, pero muy poco al interés
general. Era necesario reconectar, unificar, eliminar. Así se hizo.
A los seis meses de comenzada la socialización, el 70% de las
empresas -que representaban el 99% de la producción- constituían
una organización técnica perfectamente homogénea; y un 30%, que
sólo representaba el 1% de esta misma producción, quedaba al
margen.
Entre
otras ventajas, esta reorganización representaba una economía de
mano de obra que se empleó para mejoras e innovaciones a menudo
importantes. Así, 700 trabajadores han construido -cerca de Flix- un
dique que permitió aumentar en 50.000 HP la corriente disponible.
Económicamente,
la producción de gas es menos importante, y no nos ha sido posible
recoger al respecto informaciones comparables a las recogidas para la
electricidad. Tanto más cuanto que la creciente merma del carbón
disponible, como consecuencia del bloqueo, no permitía emprender
mejoras dignas de ser mencionadas. Señalemos, simplemente, que de 27
empresas, 22 -las más importantes- sincronizaron inmediatamente su
producción y el reparto de las materias primas.
El
agua, en cambio, especialmente el agua potable -cuyo suministro
requería una organización seria y costosa para alcanzarla a los
habitantes de cada piso en cada uno de los inmuebles- no faltó
nunca, incluso en las ciudades bombardeadas por la aviación
franquista, nazi o fascista. Antes de la revolución, en Barcelona se
suministraba un promedio de 140.000m3
y aún se aumentó esta cifra, aunque no en mucho, porque en una
región tan accidentada como Cataluña del Norte, no era fácil
captar nuevas corrientes de agua, ya que todas las existentes habían
sido aprovechadas desde hacía tiempo.
LOS
TRANVÍAS DE BARCELONA
En
Barcelona y sus afueras, los tranvías constituían el medio de
transporte de mayor importancia. Sesenta líneas surcaban la ciudad,
los suburbios y las localidades de los alrededores: Pueblo Nuevo,
Horta, Sarriá, Badalona, Sants, Bonanova, Gracia, Casa Antúnez,
etc. La Compañía General de Tranvías, sociedad anónima, cuyos
capitales eran sobre todo belgas, empleaba 7.000 asalariados, que no
sólo conducían los coches y cobraban el precio de los viajes, sino
que parte de ellos trabajaban en las ocho estaciones y en los
talleres de reparación.
De
los 7.000 trabajadores, 6.500, aproximadamente, estaban sindicados en
la CNT, donde formaban la sección industrial del transporte
correspondiente a su especialización. Las otras secciones, mucho
menos importantes, eran las del metropolitano (dos líneas de
subterráneo), la de los dos taxímetros -que se colectivizaron
rápidamente-, la de los ómnibus, y -por último- la de los dos
funiculares: uno de Montjuich y otro del Tibidabo.
Los
combates callejeros, habidos el 19 y 20 de julio, habían paralizado
a todo el tránsito de Barcelona; un poco en todas partes se erguían
barricadas de las que a menudo tranvías y ómnibus constituían el
material principal. Era necesario eliminar estos obstáculos, dejar
libre el paso, poner de nuevo en marcha los medios de transporte
necesarios para la vida de la urbe. Entonces, la sección sindical de
los tranvías encargó a una comisión compuesta por siete compañeros
la ocupación de los locales administrativos de la compañía,
mientras otros inspeccionaban las vías y establecían la nómina de
los trabajos a realizar.
Ante
el local de la compañía, la comisión halló a unos cuantos
guardias civiles que procuraron impedirles el paso. El sargento que
les mandaba declaró haber recibido la orden de no dejar pasar a
nadie. Armados con fusiles ametralladoras y granadas, y varios bien
resguardados en el camión blindado que servía para el transporte de
los fondos, nuestros compañeros amenazaron con achicharrarlos a
todos. Entonces, el sargento pidió por teléfono nuevas órdenes a
sus superiores, y se retiró con sus hombres.
Señalemos
una anécdota -hay otras muchas- que nos parece sabrosa. Todo el alto
personal estaba ausente, y la delegación sindical sólo encontró en
las oficinas al abogado de la compañía, encargado de representarla
y de «tratar» con los insurrectos. El compañero Sánchez -el
militante más destacado de los tranviarios- conocía perfectamente a
este señor, quien, dos años antes, le había hecho condenar a
diecisiete años de cárcel durante una huelga que había durado
veintiocho meses. El defensor de los intereses de la compañía había
-incluso- requerido una pena de ciento cinco años.
Era
este señor quien estaba presente y quien le recibió, muy
amablemente, llamándolo «señor Sánchez». Procuró, ante todo,
evitar la toma de posesión de la compañía por parte de los
revolucionarios, mas al final declaró que aceptaba la situación y
que, incluso, se ponía a disposición del Sindicato de Tranviarios…
Los
compañeros de Sánchez querían fusilarlo en el acto. Sánchez -que
acababa de salir de la cárcel gracias a la amnistía concedida
después de las elecciones de febrero- se opuso. Rechazó la
colaboración de este servidor inesperado e incluso permitió a este
último retirarse. Era un viernes. El abogado aceptó una nueva
entrevista para el lunes siguiente. Y -cada vez más confiado- pidió
que se le diera una escolta para acompañarlo a su domicilio, porque
había muchos revolucionarios armados por las calles… y quién
sabe… siempre podía haber un exaltado… Dos hombres armados le
acompañaron. Pero ni el lunes, ni nunca se le volvió a ver el pelo.
El
comité de los siete convocó inmediatamente a los delegados de las
diversas secciones sindicales: planta eléctrica, cables,
reparaciones, tránsito, cobradores, almacenes, contabilidad,
oficinas, administración, etc. Una vez más, la sincronización del
sindicato de industria obraba maravillosamente. Por unanimidad, se
decidió reorganizar de inmediato el servicio tranviario.
Al
día siguiente se convocó por radio -como lo había hecho el
Sindicato de la Metalurgia con sus adherentes- los trabajadores
manuales y a los técnicos. La inmensa mayoría acudió
inmediatamente. Sólo faltaron algunos fascistas. Todos los
ingenieros se opusieron a las órdenes del sindicato, incluso un
antiguo coronel cuya simpatía activa por los trabajadores manuales
había sido motivo de que se le degradara de la Dirección del
metropolitano y de tráfico, a la sección de Archivos.
Y
cinco días después del fin de los combates, 700 tranvías -en lugar
de 600-, todos pintados con los colores rojo y negro en diagonal, de
la FAI y de CNT, circulaban por Barcelona. Se habían añadido 100
vehículos para suprimir los pasajeros colgados y a remolque que
causaban numerosos accidentes. Para conseguirlo, había sido
necesario trabajar día y noche, reparar -en medio de un entusiasmo
general- un centenar de coches arrinconados como inservibles, según
la dirección anterior. Cuán lamentable es que hechos de esta clase
-que fueron tan numerosos- no sean contados en sus menores detalles…
Naturalmente,
las cosas pudieron organizarse tan rápidamente y tan bien porque los
hombres mismos ya estaban bien organizados. Hallamos, pues, aquí a
un conjunto de secciones solidarizadas en la comunidad de su trabajo.
Cada sección tenía a su frente a un ingeniero nombrado de acuerdo
con el sindicato, y a un representante de los trabajadores. A segundo
nivel, los delegados reunidos constituían el comité general local.
Las secciones se reunían por separado cuando se trataba de
actividades específicas. Y cuando se trataba de problemas generales,
todos los trabajadores de todos los oficios se reunían en asamblea
general. De la base a la cumbre, la organización era federalista, y
se practicaba así no sólo una solidaridad permanente en las
actividades materiales, sino también una solidaridad moral, que
hacía a cada uno solidario de la obra colectiva, con una visión
superior de las cosas.
La
colaboración era, pues, permanente entre los técnicos y los
trabajadores manuales. Ningún ingeniero podía tomar una iniciativa
importante sin consultar con el comité local, no sólo porque
convenía que las responsabilidades fueran repartidas, sino también
porque, a menudo en lo que respecta a problemas prácticos, los
trabajadores manuales tienen una experiencia de la que carecen los
que se han formado sólo en la universidad. Cosa que las dos partes
comprendían, y en adelante, cuando el comité del sindicato o un
delegado imaginaban una iniciativa interesante, se consultaba con el
ingeniero especializado. Otras veces, era el ingeniero quien proponía
una idea nueva a los trabajadores manuales. La integración moral era
completa.
Pero
las actividades no se limitaron a hacer circular, incluso en mayor
número, a los tranvías, ni a pintarlos con los armónicos colores
de la revolución. Las distintas secciones decidieron efectuar este
trabajo suplementario sin el menor sobresueldo. Dominaba el impulso
creador, el espíritu fraterno en plena eclosión. En las estaciones
había siempre 20 o 30 coches en estado de reparación o de mejora.
También
se mejoró la organización técnica y el funcionamiento del
tránsito, y sorprende la importancia de los perfeccionamientos
realizados. Se empezó por eliminar 3.000 postes de hierro de las
anchas o estrechas calles de Barcelona, los cuales sostenían a los
cables eléctricos que suministraban la corriente, pero que
dificultaban el tránsito, y por estar colocados en lugares
inadecuados causaban numerosos accidentes. Se les reemplazó mediante
una suspensión aérea. Después se instaló un nuevo procedimiento
de señales y seguridad con agujas eléctricas y discos de
señalamiento automáticos. Por otra parte, la compañía, Agua, Luz
y Fuerza, había establecido en muchos lugares, en el camino de la
vía seguida por los tranvías, cabinas transformadoras y
distribuidoras de corriente, lo que obligaba a tomar curvas bruscas
y, por consiguiente, causaba numerosos accidentes. A menudo, una
misma vía debía tener sentido ascendente y descendente, Este estado
de cosas perduraba desde hacía años, pues el capricho y los
intereses económicos o políticos mantenían este desorden
organizado.
Entre
sindicatos, la buena voluntad era recíproca, y el acuerdo fue
siempre fácil. Los compañeros del Sindicato de Agua, Gas y
Electricidad instalaron más racionalmente las cabinas y se
construyeron tramos de líneas; también se asfaltó la calzada. La
línea 60 (de vía doble) fue reconstruida por completo.
Todas
estas mejoras requirieron bastante tiempo, y modificaciones de la
infraestructura general. Los organizadores -desde el principio-, sin
olvidar los intereses de sus compañeros de trabajo, se preocuparon
por mejorar y perfeccionar los medios mecánicos de trabajo. En menos
de un año se habían hecho adquisiciones importantes: en Francia, un
torno automático de origen norteamericano, único en España, por
200.000 pesetas, que hacía al mismo tiempo siete piezas idénticas.
También
se compraron dos máquinas ultramodernas de fresar, por valor de
80.000 pesetas, y detonadores eléctricos que -al producirse una
avería en la línea- cortaban la corriente e indicaban el lugar del
accidente. Cables más o menos gastados fueron renovados. Se adquirió
un horno eléctrico para la fabricación de cojinetes. Entre las
demás compras se contaban aparatos belgas -de electrodos- para
soldar los rieles y que (cantidad verdaderamente elevada para la
época) costaban 250.000 francos, moneda de oro de 1936.
Debidamente
afianzados desde el punto de vista técnico, se pudo ir mucho más
lejos en cuanto al desarrollo de iniciativas, y se emprendió la
construcción de vehículos; entre ellos dos modelos de funiculares,
uno para la línea de La Rebasada -que llevaba al Tibidabo- y el otro
para la línea de Montjuich. Los nuevos coches pesaban 21 toneladas,
mientras que sus predecesores pesaban 35 y transportaban menos
viajeros.
Recordamos
que anteriormente se habían reorganizado las técnicas de suministro
de la corriente y se habían reparado las dínamos.
----------
Veamos
brevemente los resultados financieros de la nueva organización.
Cifras que nos han sido suministra das por los principales
organizadores, o que hemos tomado de las principales publicaciones de
la prensa obrera de la época, nos permitirán hacerlo. Parten desde
el mes de septiembre de 1936, fecha en que la contabilidad ya había
sido organizada de modo que pudiera ofrecer garantías en cuanto a su
exactitud. Por esta razón, las comparaciones que siguen se refieren
al mismo mes de cada uno de los años referidos:
TOTAL
DE INGRESOS
|
Año
1935
(Pesetas)
|
|
Año
1936
(Pesetas)
|
Septiembre…
|
2.277.774.64
|
|
2.600.226.86
|
Octubre…
|
2.425.272.19
|
|
2.700.688.45
|
Noviembre…
|
2.31
l.745.18
|
|
2.543.665.72
|
Diciembre…
|
2.356.670.60
|
|
2.653.930.85
|
El
aumento era de 322.452.22 pesetas para el primero de estos cuatro
meses; de 275.416.26 pesetas para el segundo; para el tercero de
231.919.22 pesetas, y de 297.260.25 para el cuarto. La diferencia
variaba entre un 12 y un 15%.
Puede
suponerse que este aumento provenía de la elevación de las tarifas
del transporte, pero no fue así. Por el contrario: se habían tomado
inmediatamente medidas para bajarlas. Anteriormente la tarifa variaba
según las distancias recorridas, de 0.10 a 0.40 de peseta; ahora se
estableció una tarifa uniforme de 0.20 de peseta en beneficio
primordial de los trabajadores que, a causa de vivir generalmente en
los barrios alejados, debían hacer largos trayectos y debían pagar
proporcionalmente, sobre todo al viajar de noche. Observemos, por
añadidura, que los primeros aumentos no se produjeron antes de
veinte meses del inicio de la revolución, y fueron inevitables por
la elevación de los precios de los materiales y del costo de la
vida, que engendraba el alza de los salarios.
Estas
reducciones de tarifa habrían causado un déficit en la empresa
anterior -capitalista-, pero la supresión del provecho capitalista y
de las crecidas retribuciones de la alta jerarquía administrativa
permitieron -por el contrario- obtener excedentes.
El
balance general de los servicios prestados es igualmente positivo.
Durante el año 1936, el número de los viajeros transportados había
sido de 183.543.516; el año siguiente ascendió a 233.557.506. La
diferencia es elocuente: 50.014.244.
Pero
el progreso no se limita a estas cifras: en el año 1936, el número
de kilómetros recorridos había sido de 21.649.459; en el año
siguiente -en plena revolución- fue de 23.280.781. Registramos un
aumento de 1.640.244.
Reconozcamos
que estas cifras se explican en parte por la disminución de las
reservas de nafta necesaria para los vehículos motorizados, a
consecuencia del bloqueo de las costas españolas. El caso es que la
nueva organización supo responder ampliamente a las necesidades de
la población.
Para
lograrlo, no bastó proseguir con lo que antes hacía el capitalismo:
fue preciso hacer más y mejor. Y se hizo, incluso en proporciones
que desbordaban lo que acabamos de enumerar. Porque antes de la
revolución, los talleres de la empresa de Tranvías de Barcelona, S.
A., no fabricaba sino el 2% del material, que sólo era utilizado
para las reparaciones más urgentes. Y queriendo aportar lo máximo,
en la fiebre de creación que le inspiraba, la sección de los
tranvías del Sindicato Obrero de Comunicaciones y Transportes de
Barcelona reorganizó y perfeccionó los talleres donde, en
un año, se fabricó el 98% del
material empleado. En un año
la proporción fue invertida, a pesar del aumento del 150% del precio
de los materiales, que escaseaban cada vez más, y de la devaluación
de la peseta en el mercado internacional, lo que obligaba a pagar
cantidades superiores para lo comprado en el extranjero.
Los
trabajadores de los tranvías de Barcelona, no sólo no vivieron de
las reservas del capitalismo -como pretenden o insinúan los enemigos
de la revolución-, sino que además hicieron frente a ciertas
dificultades financieras heredadas del capitalismo, como lo hicieron
el Sindicato de la Industria Textil de Alcoy y el de Fabricación de
Calzado de Elda.
Pero
veamos otras cuentas. El 20 de julio, en plena batalla, hubo que
pagar 295.535.65 pesetas de salarios. La paga era efectuada cada diez
días. Pero después había que sacar de la Caja 1.272.528.18 pesetas
por material adquirido antes de la revolución. Y hasta el fin del
año 1936, se pagaron 2.056.206.01 pesetas de gastos generales de
explotación, 100.000 para el servicio médico y las indemnizaciones
por accidentes de trabajo, además de 72.168.01 pesetas de primas por
realización de economías sobre la corriente eléctrica y en el
empleo de material, práctica de la antigua Compañía. En fin,
debemos agregar 20.445.90 pesetas para el seguro del personal.[111]
Nada
fue descuidado. Por cierto que no estamos aún ante un hecho
comparable a la socialización integral e integralmente humanista de
las colectividades agrarias -con la aplicación del principio: «A
cada uno según sus necesidades»-. Pero, repetimos incansablemente
que en las ciudades subsistían el régimen republicano con las
instituciones del Estado que no habían podido ser abolidas; que
buena parte de la burguesía y de las diversas corrientes políticas
seguían existiendo, que el comercio no había podido ser
socializado. Era inevitable que las realizaciones sociales, por
audaces que fueran, fueran estorbadas en su desarrollo. Con todo, lo
que lograron las socializaciones sindicales aparece como formidable
si tenemos en cuenta las dificultades en medio de las cuales se
desarrollaba.
Porque
los trabajadores de Barcelona y otras ciudades como Valencia eran
-probablemente-, en el mundo entero, los más dispuestos a instaurar
la igualdad económica y la práctica del apoyo mutuo. Así es como,
sea para hacer frente a dificultades momentáneas, sea para
contribuir al desarrollo de las otras secciones del transporte
urbano, la sección de los tranvías de Barcelona las ayudó
financieramente. Los ómnibus recibieron 865.212 pesetas, los
funiculares del Tibidabo y de Montjuich, 75.000, los transportes del
puerto de Barcelona, 100.000, la red del metropolitano, 400.000. Y el
31 de diciembre de 1936, los tranvías tenían en caja la cantidad de
3.313.584.70 pesetas.
----------
Hay
un hecho que también merece ser mencionado: no sólo los proletarios
libertarios de los tranvías aceptaron pagar a los acreedores de la
compañía las deudas que ésta había contraído, sino que también
quisieron tratar con los accionistas. Estos debían ser bastante
numerosos, pues el capital se elevaba a 250.000 acciones de 500
pesetas cada una, pero sin duda residían en su mayoría en otras
naciones. Los poseedores de títulos fueron convocados por medio de
la prensa y de carteles a una asamblea general. Sólo se presentó
una mujer de edad avanzada, dueña de 255 acciones. Nada asustada por
los acontecimientos, declaró confiar la gestión de su pequeño
capital al sindicato de los trabajadores, con el cual estaba
dispuesta a mantener relaciones de mutua confianza. Ignoramos lo que
fueron estas relaciones en lo sucesivo, pero si esa señora no poseía
otros recursos, mucho nos sorprendería que haya sido privada de sus
medios de existencia. Tal inhumanidad no era propia de nuestros
compañeros.
----------
Nos
queda por ver qué parte de los beneficios disfrutaron los
trabajadores empleados en este servicio urbano. Al producirse la
insurrección fascista, los peones ganaban de ocho a nueve pesetas
diarias, los empleados en el tránsito ganaban 10 pesetas, los
chóferes de camiones y los obreros de oficio (mecánicos, torneros,
ajustadores, etcétera), 12 pesetas. Todos los salarios fueron
elevados, de modo que subsistía una mínima diferencia: 16 pesetas
para los trabajadores con oficio, 15 para los trabajadores sin
oficio. Estábamos muy cerca de la igualdad absoluta.
Pero
otras mejoras merecen ser mencionadas y retenidas. En primer lugar,
fueron instalados lavabos en las estaciones y en los talleres, que
hasta entonces no los tenían (no olvidemos que estamos en España,
en 1936). Todos los lugares de trabajo colectivo vieron aparecer
estas instalaciones. Los coches, fueron desinfectados semanalmente. Y
se organizó un servicio sanitario que nos ofrece enseñanzas nada
despreciables.
Este
servicio se basaba en la división de Barcelona y los barrios
aledaños en 30 sectores. Cada uno de estos sectores estaba a cargo
de un médico pagado por el Sindicato de los Tranvías. Los médicos
no sólo atendían a los trabajadores y empleados, sino también a su
familia. De modo que podemos -tomando un promedio de cinco personas
por hogar- totalizar lo menos 35.000 personas de toda edad. Se
constituyó también un servicio de asistencia a domicilio, que no
sólo cuidaba a los enfermos, sino que también les aportaba auxilio
de carácter humano, consejos, y un sostén moral, tan a menudo más
necesario que la misma medicina. Al mismo tiempo se verificaba y se
controlaba la veracidad de las razones aducidas para faltar al
trabajo, a fin de evitar los abusos, pues aún no se había alcanzado
la perfección de los hombres. En caso de descubrir un engaño -caso
raro, pues el espíritu no era el mismo que bajo el capitalismo-, el
sindicato adoptaba medidas que podían ir hasta la supresión de una
semana de sueldo. Normalmente, el enfermo cobraba su salario
íntegro.[112]
A
esta organización general del tratamiento médico a domicilio se
agregó la utilización de una hermosa clínica que hasta entonces
sólo había servido para atender a gente rica. El confort de la
instalación establecía apreciable contraste con los hospitales
tradicionales de Barcelona (por lo demás, en plena transformación);
se pintaron las paredes de blanco, las salas fueron adornadas, se
instalaron puestos de radio; los servicios de ginecología, del
aparato digestivo y de cirugía general recibieron cada uno un
especialista, los tres trabajando también por cuenta del sindicato,
y de acuerdo con el Sindicato de Sanidad.
La
disciplina espontánea, la moralidad de los trabajadores, no acusaban
fallas. Todos se adherían y participaban de la obra común, e
incluso la imaginación colectiva se esforzaba por inventar nuevas
técnicas, nuevos modos de trabajar. Por lo cual fueron instalados
«buzones» en los diferentes talleres, donde quien tenía una
iniciativa, la comunicaba por escrito.
Esta
participación rebasaba incluso el marco de la empresa y el
sindicato. Por poseer elementos técnicos perfeccionados, los
talleres producían cohetes y obuses para los combatientes del frente
de Aragón. Los obreros trabajaban gratuitamente las horas
extraordinarias necesarias y el domingo aportaban su esfuerzo en las
mismas condiciones.
Para
terminar con esta reseña de lo que merece ser recogido, no será
inútil insistir en el nivel de honradez a que se había llegado. Por
cierto, hubo algunos casos de latrocinio, pero en casi tres años
fueron sólo seis, los cuales no merecerían ser mencionados si no
fuera porque no queremos escamotear lo desagradable. El más grave de
estos casos fue el de un obrero que de cuando en cuando se llevaba
una cantidad pequeña de cobre, que vendía cuando había llegado a
reunir un kilogramo. Fue despedido, pero como su mujer se presentó
al comité de empresa exponiendo que tenía un hijito, y que éste no
tenía por qué sufrir las consecuencias de lo que había hecho su
padre, se le pagaron tres o cuatro semanas de salarios, y se mandó
al marido a trabajar en otro taller.
EL
TRANSPORTE TERRESTRE
Nos
ha faltado tiempo para informarnos detalladamente sobre cuánto se
hizo con relación al transporte en la España antifascista. Nos
hemos ocupado especialmente del transporte terrestre. El marítimo
también ofrece un ejemplo de esfuerzo, organización y abnegación
que merecerían un capítulo especial. Porque mientras la marina
franquista no fue dueña del mar, los barcos navegaron, trajeron
víveres, combustibles, gracias a las tripulaciones integradas en los
sindicatos obreros. Muchos marineros han muerto, y otros siguen
arriesgando su vida[113]
para burlar el bloqueo. Esperamos que un día se escriban sobre su
acción las páginas que se merecen.
Nos
ocuparemos sobre todo de los ferrocarriles de Cataluña, tomando como
organización tipo la de la sección catalana, y la red
Madrid-Zaragoza-Alicante. Luego, echaremos una ojeada sobre la
coordinación de los transportes terrestres, que se está realizando
en lucha contra innumerables dificultades.
Hay
en España dos grandes organizaciones de ferroviarios: el Sindicato
Nacional Ferroviario, que pertenece a la UGT, y la Federación
Nacional de la Industria Ferroviaria, que pertenece a la CNT. En
julio de 1936, el primero agrupaba nacionalmente mayor número de
adherentes, aunque la diferencia no era muy elevada, pues
progresábamos continuamente. En Cataluña éramos los más
numerosos.
Vencido
el fascismo en las calles de Barcelona, los militantes de la línea
Madrid-Zaragoza-Alicante, que respondían a nuestras ideas, no
perdieron tiempo en bailar para festejar la victoria. En todos los
congresos se había resuelto expropiar los ferrocarriles desde el
primer momento de la revolución. Y el 20 de julio, cuando la batalla
duraba aún, se convocó al personal jerárquico de la compañía.
La
entrevista, que tuvo lugar en la sala del Consejo de Administración,
presentó caracteres dramáticos. Los delegados obreros habían
acudido muchas veces a esta sala, a realizar gestiones en nombre de
sus camaradas. Los administradores les habían recibido con
insolencia, sin invitarles siquiera a sentarse. A veces, incluso, se
habían negado a escucharles. Y ahora, estaban reunidos unos 30
técnicos y administradores, de pie, no pudiendo creer lo que veían.
Tres obreros -tres militantes del sindicato- sentados en sillones
hasta entonces reservados a la jerarquía y apoyados por un grupo de
trabajadores armados de fusiles que estaban en el corredor, les
hablaban con firmeza.
–
Les hemos llamado
para exigirles su renuncia del cargo, así como de todos los derechos
que habían adquirido en la compañía.
La
emoción embargó a casi todos los que hasta entonces habían sido
los amos soberbios. Algunos se echaron a llorar, sobre todo cuando el
director, que, como siempre, se había hecho esperar, apareció y vio
la situación. Hubo que resignarse y firmar. Los obreros se
encargaron de la marcha de la red ferroviaria.
No
era cosa fácil. La revolución y la guerra, la interrupción causada
por el avance fascista en Aragón, provocaban un apiñamiento de
vagones en todas las estaciones de Barcelona. El 21, los militantes
se esparcieron e inspeccionaron la vía férrea para saber si estaba
aún en buen estado. Y el mismo día, el primer tren salía, llevando
milicias a Aragón, entre los aplausos de las barceloneses.
La
mayor parte de los técnicos fueron reemplazados por obreros
revolucionarios, que carecían de los conocimientos técnicos para
sustituirlos integralmente, pero que por lo menos ofrecían garantía
de lealtad y conocían su trabajo. Esto era lo más importante.
La
red, que cuenta 123 estaciones, estaba dividida en nueve secciones.
En estas secciones, el conjunto del personal administrativo
permaneció en su puesto. Los ferroviarios hicieron lo mismo. En
pocos días la circulación fue restablecida.
Esta
obra fue realizada en su totalidad por nuestros compañeros de la
CNT. La UGT se había abstenido de toda participación: el personal
administrativo y la burocracia pertenecía sobre todo -y como
siempre- a esta organización. El Sindicato Nacional Ferroviario
debió, pues, tomar posición, y, no le fue posible ir contra la
voluntad de la mayoría de los trabajadores. Así es como, cinco días
después del triunfo da la revolución y cuatro días después de la
expropiación de los ferrocarriles, una delegación ugetista se
presentó para integrar el Comité Central Revolucionario nombrado
por los ferroviarios y compuesto por seis miembros.
Hubo
que reorganizarlo. Aunque con menos adherentes y moralmente nula
desde el punto de vista revolucionario, la UGT tuvo, por tolerancia y
voluntad fraterna, como la CNT, cuatro delegados. Pero bien pronto,
estos ocho resultaron insuficientes. Se necesitaba un compañero por
cada una de las 10 secciones técnicas, a lo cual se sumaba un
presidente y un secretario general. Los 12 fueron confirmados por el
conjunto de trabajadores, a razón de seis por cada organización
sindical.
Las
10 secciones técnicas son: comercio, explotación, servicios
eléctricos, contabilidad y tesorería, tracción, economato,
servicios sanitarios, vías y obras, contencioso, control y
estadística. Al principio, en cada una de las secciones-estaciones,
y de las subsecciones, había sido constituido un comité
organizador. Este comité desapareció pronto, y sólo quedó el
delegado elegido por la reunión de los trabajadores de cada estación
en las pequeñas poblaciones, y el de cada subsección en las
ciudades importantes, especialmente en Barcelona.
Los
trabajadores de cada lugar se reunieron por término medio dos veces
por mes para tratar todo cuanto se refería al trabajo y a sus
condiciones de existencia. Por su parte, los militantes se reunieron
una vez por semana. La asamblea general nombró un comité
responsable que ahora dirige el trabajo de cada estación y de sus
dependencias. En las reuniones, la gestión de este comité, cuyos
miembros trabajan al lado de sus compañeros de tareas,
está sometido al voto de los trabajadores.
Hasta
mediados de 1937, la orientación no provenía del Comité Central de
Barcelona. Por un lado, los trabajadores manuales que lo componían
no podían reemplazar con rapidez a los administradores de la
víspera, y por otro lado tal reemplazo no había sido necesario. El
trabajo siguió simplemente desarrollándose como siempre. El
personal de cada sección siguió haciendo lo que le correspondía,
sencillamente. Los miembros del Comité Central se contentaron con
vigilar la actividad general y coordinar la de las líneas. Unieron
lentamente las partes del organismo y prepararon la mejor cohesión
de mañana.
Lo
importante es que, sin accionistas, sin ingenieros, sin jefes, la
circulación continuó, los viajeros y las mercaderías fueron
transportados. Hubo, y hay, en los ferroviarios bastante conciencia
para asegurar el tráfico ferroviario. Incluso tuvieron el amor
propio de hacer circular el mayor número posible de trenes. Error
que no deberá repetirse en otra experiencia revolucionaria. Veremos
por qué.
A
principios de julio de 1936, 293 trenes circulaban en toda la red; en
octubre eran 221. Pero la importancia de esta reducción se atenúa
si se tiene en cuenta la menor cantidad de mercaderías
transportadas, y la interrupción de las relaciones comerciales con
Aragón, Castilla y el centro de España. En octubre de 1935 se
registraron 28.081 vagones; un año después -en plena conflagración-
sólo 17.740. Pero dos meses después se registraron 21.470. La
diferencia sería menor aún si la vida económica no estuviera en
parte interrumpida por la división de España en dos territorios.
Tales
cifras nos dan la impresión muy clara de que el funcionamiento de la
red Madrid-Zaragoza-Alicante no era una realización minúscula, sino
una vasta empresa. Los 10 sectores técnicos que caracterizan su
organización están a su vez subdivididos en secciones varias. Por
ejemplo, el servicio de explotación engloba la regulación de los
trenes, la circulación general, la distribución del material
ferroviario, el tráfico de mercaderías y el servicio general de
todas las estaciones.
Hemos
dicho que fue un error pretender hacer circular inmediatamente el
mayor número posible de trenes. Porque, primero, debía ahorrarse el
carbón que -por venir de Asturias o de Inglaterra- faltaría pronto
en caso de prolongarse la guerra. Después, porque las tuberías de
las locomotoras se hallaban en tan mal estado que un 25% de las
calderas estaban inutilizadas. Y como estas tuberías eran fabricadas
en Vizcaya, con la cual no podíamos mantener relaciones, era
necesario emplearlas lo menos posible. El racionamiento se imponía
en los medios de transporte como en el consumo. Lo que se comprendió
un poco tarde.
La
escala de los salarios oscilaba entre dos pesetas con cincuenta
(diarias) para los guardabarreras, pasando por el duro (cinco
pesetas) que ganaban los hombres por un trabajo igual, hasta los
sueldos exorbitantes de los ingenieros «superiores». El sueldo
normal de los ferroviarios era de seis pesetas con cincuenta,
cantidad insuficiente en un país donde el pan costaba 60 céntimos
el kilogramo, y las chuletas seis pesetas el kilogramo. Todos los
sueldos inferiores a las 300 pesetas mensuales fueron inmediatamente
elevados a esta cantidad. Los que pasaban de 500 pesetas fueron
rebajados hasta este límite.
Los
ingenieros se inclinaron -voluntariamente unos, por fuerza otros-.
Pero hubo que darse cuenta de la realidad. Se están buscando
técnicos. En febrero de 1937, momento de nuestra visita, cinco
ingenieros habían ingresado en el comité central de dirección;
entre los cuales se encuentra Martínez Rizzo, uno de los escritores
libertarios más estimados y uno de los hombres más cultos de
España. Para atraer a otros -me dicen mis compañeros- se ha elevado
el límite superior a 750 pesetas. Se comprende que el intelectual
debe satisfacer necesidades espirituales y de información cultural y
científica que ocasiona gastos, y que, finalmente, son beneficiosas
para la sociedad.
Si
nuestros compañeros son comprensivos, la UGT no lo es. Porque,
después de haber aceptado en principio y por fuerza la
socialización, ha cambiado de criterio y ha reemplazado por otros a
los cuatro delegados enviados. Estos, lo mismo que la mayoría de los
ferroviarios socialistas, estaban de acuerdo con nuestros camaradas.
Las cumbres ugetistas-largocaballeristas dieron la orden de sabotear
la socialización, y enviaron a cuatro nuevos delegados que defienden
la nacionalización por el Estado y, por consiguiente, la eliminación
de los sindicatos como órganos directores y responsables.
Sin
embargo, se había encontrado al principio una solución intermedia
que habría podido ser generalizada. En el centro y en el sur de
España, ante la huida de los altos empleados y de los ingenieros
extranjeros -que eran a menudo directores de las redes-, el Estado,
incapaz de actuar por sí mismo, debió asistirse de las
organizaciones sindicales. Un «Comité de explotación» fue creado.
Tres miembros de la CNT, tres de la UGT y tres representantes del
Gobierno lo componían. Como siempre, el Estado no organizaba nada.
Dejaba a los sindicatos la tarea de encaminarlo todo, y se limitaba a
controlar.
Pero
a medida que el éxito de los ferroviarios era más evidente,
intensifica su intervención. La burocracia oficial entra en lucha
contra los trabajadores; éstos resisten. La sección catalana de la
red Madrid-Zaragoza-Alicante se niega a inclinarse. Desconfiada, no
admite siquiera el control de su administración. Sabe demasiado que
se trata de un primer paso para ir mucho más allá, y que debe
evitar que se meta la mano en el engranaje.
Esto
no significa, ni mucho menos, que teme presentar sus cuentas. Lo
veremos pronto. Pero debemos recordar, antes, la ayuda aportada a las
líneas secundarias de Cataluña que -por la disminución del
tráfico, y el desequilibrio tradicional entre sus gastos y sus
ingresos- han acusado y acusarán siempre déficit; debemos recordar
el apoyo prestado a la línea del Norte, sindicalmente organizada,
como las otras, y también eternamente deficitaria; debemos recordar,
por último, la ayuda apartada a la construcción de 30 kilómetros
de vía férrea en la parte de Aragón que poseemos.
Echemos
una ojeada en la contabilidad de la red que hemos tomado como modelo.
El 19 de julio de 1936, la compañía tenía en la caja 1.811.986
pesetas, y 2.322.401 en el banco. Encontrándose la oficina central
en Madrid, los altos jerarcas sacaron del banco 1.500.000 pesetas.
Quedaron 2.634.387 pesetas, de las cuales hubo que tomar, al
finalizar el mismo mes de julio, 2.130.000 pesetas para pagar al
personal. Además, la compañía adeudaba un millón de pesetas en
facturas y reclamaciones varias. En realidad, los trabajadores se
encontraban ante un déficit de 502.660 pesetas.
Por
otra parte, todo lo que iba hacia Aragón era transportado
gratuitamente; las modificaciones de los sueldos representaban un
gasto suplementario de 668.667 pesetas; y la supresión del tráfico
con la parte de Aragón dominada por los fascistas representaba una
disminución de 1.200 vagones mensuales.
Debemos
agregar el aumento de precio del carbón asturiano, que costaba 45
pesetas por tonelada al estallar la lucha, 67 en octubre y 150 en
febrero del año siguiente. A pesar de estas circunstancias, y de la
disminución general de tráfico que hacía bajar los ingresos
diarios, de 236.382 pesetas en la segunda quincena de diciembre a
192.437 pesetas en la segunda quincena de enero, a pesar de que se
entrega a los ferrocarriles del Norte y a la red catalana el 26 o 27%
de las entradas, y a pesar del apoyo aportado a otras líneas por
disposición del sindicato; el precio de los pasajes y del transporte
de mercaderías no había subido aún diez meses después de haberse
empezado la sindicalización, y no se hablaba de elevarlo. Para hacer
frente a las dificultades, se prefería apelar a la reorganización
general de los medios de transporte.
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Fue
preciso que la revolución libertaria irrumpiera en España para que
la coordinación de los medios de transporte fuera considerada.
Fueron
los militantes de la CNT quienes -con sus ingenieros- se ocuparon con
decisión del problema de la organización de los ferrocarriles bajo
una misma dirección técnica y una sola comisión administrativa. Y
fueron también ellos quienes plantearon el problema de la
coordinación de todos los medios de transporte de Cataluña.
Lo
mismo que en el cultivo de la tierra y en la explotación de los
talleres y de las fábricas, la dispersión representa una enorme
pérdida de energías, un despilfarro, un empleo irracional de las
máquinas, una multiplicación inútil de esfuerzos paralelos.
Nuestros camaradas lo advertían. Y emprendieron la necesaria
coordinación de los medios de transporte, ferroviarios primero -con
la intención de ir mucho más lejos después-. Si fracasan a
consecuencia del desenlace de la situación política y del conflicto
bélico que se desarrolla en el territorio español, por lo menos
habrán sido los primeros en indicar el camino de una organización
racional de los medios de transporte.
Por
ahora, la nueva organización de los ferrocarriles de Cataluña reúne
en una sola federación la red Madrid-Zaragoza-Alicante, la del Norte
y la catalana. Cada una de estas redes constituye una subsección, y
estas subsecciones están unidas local y regionalmente por los
comités de enlace.
Pero
esto es insuficiente. Según un proyecto aprobado, se impone la
constitución de una sola organización ferroviaria.
En
1937 se constituye un comité central regional que agrupa a todas las
líneas férreas de Cataluña.
Este
comité central estará compuesto por seis miembros: un presidente,
un secretario, un compañero por cada división y uno por la
subsección de estudios y compras.
Las
divisiones son tres -se repite la estructuración de la red
Madrid-Zaragoza-Alicante-: tráfico, servicios técnicos,
administración.
La
subsección de estudios y compras tiene por objeto mejorar el
servicio de los ferrocarriles «dando en todo momento la sensación
de un alto sentido de capacidad constructiva» de la nueva
organización del transporte ferroviario. Debe comprar las materias
primas, las herramientas, el combustible, el material de
construcción, etc. Suministra los utensilios y las herramientas
corrientes, y centraliza todas las estadísticas sobre la actividad
de las redes.
La
división tráfico se divide en tres secciones: explotación, control
y estadística, comercio y reclamaciones.
La
primera de estas secciones interviene en todo cuanto se refiere al
personal de las estaciones; se ocupa de los trenes, de los horarios,
de las operaciones de carga y descarga, del transporte y de la
entrega de mercaderías, del movimiento de los vagones. Estudia,
junto con la sección comercial, los requerimientos del tráfico de
viajeros y mercaderías a fin de establecer los itinerarios. Organiza
los cobertizos, los hoteles, los transbordos, etc.
La
sección de control y estadística supervisa el movimiento general,
liquida todas las cuentas, se encarga de la distribución y de la
venta de los billetes, establece las estadísticas de las redes de
acuerdo con los datos suministrados por las estaciones.
La
sección comercial y de reclamación establece las diferentes
tarifas, esforzándose por simplificarlas; evita las competencias del
sistema capitalista, organiza servicios combinados, con los cuales
todos los medios de transporte terrestre, marítimo y mañana aéreo,
han de colaborar. Debe también estudiar la legislación extranjera,
revisar la del país, modificar los acuerdos, mantener las relaciones
cordiales con las compañías de los otros países, aplicar todas las
nuevas disposiciones oficiales, especialmente las de orden fiscal,
ocuparse muy especialmente de las transformaciones de carácter
sindical, y de las reclamaciones que tienden a mejorar continuamente
los servicios.
Los
servicios técnicos constituyen a su vez tres secciones: material y
tracción, electricidad y obras.
La
primera se ocupa de la conservación del material, de la existencia
de los vagones, de las máquinas y de los talleres. La segunda, de
todo cuanto se relaciona con la electricidad en las redes, en las
estaciones, la tracción, el teléfono, las señales. La tercera, de
la construcción de las vías férreas, de puentes, túneles,
almacenes, estaciones secundarias, etc.
La
división administrativa auxiliar se subdivide también en tres
secciones: sanidad, contabilidad y caja, abastos.
La
primera vigila la higiene de los medios de transporte, atiende a los
empleados accidentados o enfermos, mantiene el servicio de los
botiquines en las estaciones.
La
segunda, en la cual convergen todos los recursos financieros de los
ferrocarriles, recibe diariamente lo recaudado por todas las
estaciones: es el centro de todas las contabilidades particulares a
fin de seguir paso a paso la marcha económica de cada servicio.
La
sección de abastos, que ha de tener en Barcelona un almacén central
y en Cataluña cuantas sucursales se crean necesarias, suministra a
los empleados, al costo, todos los artículos corrientes de consumo.
Las
divisiones tienen a su frente a un representante de cada red. Las
secciones tienen técnicos que dependen del comité central, en el
cual desempeñan el papel de asesores. Los secretarios de las
divisiones toman parte en las deliberaciones del comité central, de
modo que éste no obra sin conocer la opinión de las diversas ramas
de cada red.
En
esta organización general, ni el personal, ni los medios de trabajo
-vagones, locomotoras, máquinas, combustible, talleres, etc.-, están
adscriptos definitivamente a ninguna sección o división en
particular.
Todos
los comités de división están constituidos por igual número de
representantes de la CNT y de la UGT. Para la organización del
tráfico, se han establecido zonas de demarcación cuyos miembros,
que representan los servicios, trabajan y se reúnen después del
trabajo. Ellos controlan las actividades generales y envían a los
comités de división sus observaciones e iniciativas. Son nombrados
directamente por los trabajadores de esas zonas, o por el comité
central, con la aprobación de las divisiones interesadas. Cada
comité de demarcación elige un responsable que se encarga de la
función administrativa de la oficina.
En
cada dependencia, estación, taller o brigada, los trabajadores
nombran libremente a un delegado responsable encargado de dirigir y
coordinar los servicios. Las secciones de cada red que lo creen
necesario constituyen un comité de control. En las localidades donde
hay secciones de redes distintas, se constituye también un comité
de enlace.
Cada
servicio o división tiene delegados técnicos que recorren
estaciones y redes para estudiar cuanto pueda mejorar el
funcionamiento de los trenes.
En
fin, existe el proyecto de crear escuelas profesionales para
perfeccionar los conocimientos administrativos y técnicos de los
trabajadores a fin de que no sean -como fueron bajo el capitalismo-
simples engranajes acéfalos de un mecanismo cuya vida y
funcionamiento se les escapaban.
La
iniciativa de coordinar todos los medios de transporte nació
inmediatamente después de que los obreros tomaron posesión de los
ferrocarriles. Lo comprobamos en una circular enviada el 5 de
noviembre de 1936, y que nos parece útil reproducir:
La
honda transformación económico-social que se está realizando en
nuestro país, nos obliga a dar nuevos y amplios cauces a la
explotación del ferrocarril. Para eso, es preciso desplegar nuevas
actividades y recolar todos los datos que nos permitan estudiar
profundamente el proceso de la producción y el consumo, tan
íntimamente ligado al ferrocarril en todas las zonas de influencia
ferroviaria, para que puedan derivarse beneficios para la
colectividad.
En
consecuencia, los compañeros en general y los comités de estación
en particular, reafirmando su personalidad moral y su alto espíritu
constructivo, deberán remitir a este servicio, a la mayor brevedad,
un estudio contestando a los siguientes puntos:
1º.
Indicación de las
poblaciones afluentes a esa estación.
2º.
Zona de influencia
regional del ferrocarril.
3º.
Medios de comunicación
entre esa estación y las poblaciones enclavadas en el perímetro de
la zona de influencia.
4º.
Producción industrial
y agrícola, y puntos donde se consume el exceso de producción.
5º.
Medios que se utilizan
para efectuar los transportes en general.
6º.
Si éste no se efectúa
por ferrocarril, indicar las causas y las posibles soluciones.
7º.
Si existen servicios
coordinados entre ferrocarril y carretera, y en qué condiciones.
8º.
En caso contrario,
posibilidad de su establecimiento.
No
creemos necesario remarcar la importancia del problema que
planteamos, y este comité espera que los de estación,
justipreciando en todo su alto valor el alcance de estos datos,
desplegarán el máximo de actividad y celo para procurarnos una
información lo más verídica posible.
Por
el comité del servicio comercial
El
delegado del comité central
A
este primer cuestionario siguió otro, que no sin trabajo se pudo
hacer distribuir por el Servicio de Estadística de los Transportes
del Gobierno de la Generalidad de Cataluña.
En
este nuevo documento se hacían -como mínimo- 57 preguntas sobre las
características naturales; los medios de comunicación; el tráfico
de mercaderías; la importancia de las escuelas y el lugar que
ocupaban; el número, las características, el estado de los
taxímetros, de los ómnibus, de los camiones, de los automóviles,
de los barcos costeros y su grado de colectivización. También se
averiguaba acerca del aspecto sindical del problema. Contestaron más
de 250 poblaciones, interesando las tres redes. Estas contestaciones
están clasificadas en dos ficheros, uno de los cuales se refiere
especialmente a la vida municipal de cada localidad correspondiente a
la estación, y otro a la esfera de influencia económica y a los
medios de transporte. Copiaremos dos fichas, relativas a Tarragona:
Primera
ficha (Color rojo)
1.
Tarragona es partido
judicial de su nombre.
2.
Tercera región
económica catalana.
3.
Comarca «Tarragonesa».
4.
Treinta mil setecientos
cuarenta y siete habitantes.
5.
Estaciones MZA y Norte.
6.
Puerto importante.
7.
Muy rica en
arquitectura (catedral gótica, murallas romanas, puerta ciclópea,
foro romano). En sus cercanías tiene un puente romano y la tumba de
los Escipiones. También son muy importantes los descubrimientos de
las excavaciones de la fábrica de tabacos.
Producción:
Agrícola: vinos, algarrobas, avellanas, almendras, cereales,
aceites. Industrial: hierros, maderas, géneros de punto, tejidos.
Pesquera: abundante.
Segunda
ficha (Color azul)
1.
Constantig La Canoja.
2.
Constantig La Canoja.
3.
Transporte por
camiones.
4.
La producción
industrial y agrícola es la siguiente: tabaco, hierro, madera,
carbón vegetal y coque, géneros de punto, tejidos. Vinos, aceites,
cereales, harinas, avellanas, almendras, algarrobas, hortalizas y
frutas frescas.
5.
El exceso de producción
se consume en Barcelona y en otras poblaciones de Cataluña. El vino,
las avellanas y las almendras se exportan al extranjero en gran
cantidad por el puerto de esta ciudad y algunas partidas por el
puerto de Barcelona.
También
en esta ciudad hay abundancia de pescado, que en gran parte se
consume en Barcelona, Prat, Gavá, Sitges, Villafranca y Martorell.
Se
conoce de este modo la importancia económica y las particularidades
de los medios de transporte. Se sabe más aún. Por medio de
minuciosas estadísticas, se ha establecido el número exacto de
líneas de camiones, ómnibus y navegación, que existen en toda
Cataluña. Se sabe el número total de coches y de barcos. Se conoce
a las empresas y a los propietarios, el número de viajeros y la
importancia de las mercaderías transportadas. Todo ha sido apuntado
y trazado en gráficos, donde se evidencia lo absurdo del sistema
capitalista.
En
uno de estos gráficos, de respetables dimensiones, se nos enseña -a
lo largo de una línea de ferrocarril representada por una raya
negra- ocho, diez, doce líneas de camiones y ómnibus rivales
señaladas con rayas rojas, que luchan contra el tren y luchan entre
sí. Este inútil apiñamiento se observa especialmente a lo largo
del litoral mediterráneo, en la provincia de Barcelona.
En
cambio, el mapa de los transportes de la provincia de Lérida, en la
montañosa región pirenaica, revela que existen grandes extensiones,
gran número de localidades privadas de comunicaciones regulares,
vastas zonas condenadas al aislamiento, a la pobreza, a la
ignorancia. Mis compañeros me dicen:
Los
camiones y los ómnibus que sobran en la provincia de Barcelona deben
ser enviados a la provincia de Lérida. Esta compañía de cabotaje
que transporta mercaderías desde Tarragona a Barcelona, no tiene
razón de ser, cuando tantos vagones van vacíos. Hay que
reorganizarlo todo, para bien de la sociedad, no de las compañías
ni de los pequeños patronos que, al fin de cuentas, no son sino,
formaciones parasitarias originadas por un mundo en el cual cada una
procura vivir a expensas de los demás.
Ciertamente,
las líneas de la provincia de Lérida arrojarán únicamente
pérdidas, por lo menos al principio. Pero, lo mismo que las demás
actividades del trabajo, los medios del transporte están al servicio
de la sociedad, no de sus propietarios. El déficit de la provincia
de Lérida sería compensado por el superávit de la provincia de
Barcelona. Lo que se desea es procurar a todos los habitantes las
mismas comodidades, el mismo bienestar.
Cuando
se han hecho los trabajos para establecer la coordinación entre el
ferrocarril y el camión, todas estas pequeñas empresas
particulares, que para vivir deben cobrar mucho más que el tren,
aparecieron corno obstáculos. Esto constituye una prueba de que la
coordinación de los medios de transporte sólo es posible en una
sociedad socializada, en la cual predominarán los intereses
generales.
Estos
mapas en los cuales tantas necesidades, tantas anomalías, están
señaladas con círculos, puntos, líneas azules, negras y rojas, nos
dicen todo el trabajo que debe hacerse, la obra por realizar.
Nuestros camaradas de los ferrocarriles de Cataluña la han
emprendida valientemente. ¡Ojalá puedan llevarla a cabo!
I.
LA INDUSTRIALIZACION EN ESPAÑA
Datos
históricos
España
había empezado mucho más tarde que la mayoría de las otras
naciones europeas a modernizarse. Lo hizo en condiciones
extremadamente desfavorables, y no sólo por la escasez relativa de
materias primas. Después de la expulsión de los árabes -a fines
del siglo XV-, expulsión que provocó el derrumbamiento de una
economía que había ocupado el primer puesto en Europa, el país se
había sumido en una decadencia que, según una frase célebre, hacía
de él el vagón de cola del tren europeo. Y, según ciertos
historiadores -incluso españoles- en los siglos XVII y XVIII, la
mayoría de los hombres estaban divididos en tres clases: frailes,
soldados y mendigos.
La
conquista de América Central y del Sur, la adquisición sin esfuerzo
propio de grandes cantidades de oro y plata, cuya extracción costó
la vida a millones de indios, permitió a la nación donde el trabajo
estaba casi por completo considerado como una maldición y un
deshonor, comprar a Inglaterra, Francia, los Países Bajos, los
productos que había sabido producir antes. Lo cual no hizo sino
acentuar el proceso de su descomposición.
Y
llegó el momento en que ya no se encontraban trabajadores capaces de
reparar los propios buques, citándose casos en que fue preciso hacer
traer obreros de Inglaterra.
Fue
necesaria la invasión napoleónica, la explosión de energía que
provocó la resistencia nacional y la aparición simultánea del
espíritu liberal en parte de los combatientes reunidos en Cádiz,
para que las artes y los oficios empezaran a reanudarse lentamente,
en parte gracias a la participación del capital financiero
extranjero y a la vecindad de Francia.
En
la misma época, España pierde casi todas sus colonias. Sólo le
quedan Cuba y Puerto Rico. Echados del Perú, de Colombia, México,
Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, los descendientes de
los conquistadores vuelven, integrándose a la patria de sus padres;
llevándose sus capitales de los que se servirán para fundar
-especialmente en Cataluña- industrias manufactureras y de
transformación, y en Vizcaya, para desarrollar una industria
minero-metalúrgica, que adquirirá con el tiempo relativa
importancia.[158]
La
pérdida de Cuba y de Puerto Rico coincide con un nuevo impulso, en
parte gracias a los capitales acumulados ion la explotación de las
poblaciones sojuzgadas. Lo cual, agregándose al estímulo de los
repatriados, da como resultado que de 1899 a 1909, 13.800 sociedades
aparecieran, invirtiendo 4.560 millones de pesetas oro en la
explotación minera y en la fabricación de productos diversos.
El
capital extranjero, fuertemente solicitado, como fue en el caso de la
construcción de los ferrocarriles, desempeñaba un papel importante
en esta evolución que fue acentuándose, pero no en las crecidísimas
proporciones proclamadas por cierta propaganda nacionalista rabiosa y
demagógica. Así, en el año 1922, el capital de origen inglés en
las minas españolas se elevaba a 539 millones de pesetas; el capital
francés, a 32 millones de pesetas. Si tenemos en cuenta las cifras
anteriormente mencionadas, comprobamos que acusar d capital
extranjero de toda la miseria del país implica, sobre todo,
descargarse de sus propias responsabilidades.
La
Primera Guerra Mundial, durante la cual la industria española se
benefició ampliamente de la venta de mineral (hierro y cobre) y de
productos necesarios para los ejércitos aliados, constituyó una
tercera etapa. Pero, aunque la industria española haya aprovechado
la oportunidad, España seguía siendo un país atrasado con relación
a las otras naciones europeas. Era propio de su comercio exterior ver
que 5, 6 y hasta 10 millones de toneladas de mineral de hierro (1916)
eran vendidas a Inglaterra y otras naciones y que se compraba a estas
mismas naciones el hierro que se les había vendido bajo la forma de
máquinas, camas metálicas y otros artefactos que muy bien habrían
podido producirse dentro de fronteras con la materia prima extraída.
En 1935, los altos hornos españoles producían 600.000 toneladas de
acero anuales, lo que no era ni siquiera la décima parte de lo que
necesitaba una nación medianamente desarrollada, que contaba con 24
millones de habitantes.
Ejemplo de
un sindicato de industria
Fechado
el 15 de enero de 1938, tenemos en nuestro poder el Boletín
(o revista) editado por el Sindicato de la Construcción, de la
Madera y Decoración de Barcelona. Este boletín contiene, en las dos
páginas centrales, un gráfico que nos informa sobre la importancia
y el reparto de los efectivos de esta entidad obrera. Constituye un
ejemplo característico del esfuerzo de los militantes de la CNT
hacia la mayor coordinación posible e incluso hacia la
interpretación orgánica o semiorgánica -según los casos- de las
actividades que concurren a una producción determinada o a servicios
idénticos. Puede discutirse sobre ciertas clasificaciones, pero lo
que nos interesa aquí es mostrar el espíritu de organización, de
solidaridad de que dan prueba las prácticas a la vez federalistas y
cohesionadas del movimiento encarnado por la CNT.
En
primer lugar, el sindicato está dividido en dos grandes sectores: el
de la construcción y el de la madera, del que la decoración
constituye un complemento. El primer sector es el más importante:
cuenta con 27 secciones profesionales y 32.904 adherentes.
Naturalmente, ciertas modificaciones debieron producirse más tarde,
debidas a los trastornos causados por la situación en las mismas
estructuras económicas. Lo que nos interesa es conocer su verdadero
carácter, cuando la situación era normal, o casi normal.
Tenemos,
ilustrado bajo forma de columnas de las que su altura corresponde a
las cifras de cada oficio, el total de efectivos por especialidad. La
primera columna, la más alta, se refiere a los albañiles y a los
peones de albañil: en total 15.000 hombres. La última columna,
siempre del mismo sector de la construcción, es denominada
«aislamiento e impermeabilizante» y cuenta con 63 miembros. Entre
los dos extremos figuran, en primer lugar, los porteros, 5.000 en
total;[159]
luego los trabajadores del servicio de limpieza, 2.760; los pintores
son 1.370; los yeseros, 1.200; y las cifras van descendiendo hasta
los arquitectos, que son 97, y los auxiliares técnicos y dibujantes
de planos. Hemos visto lo correspondiente a la última sección.
El
sector de la madera y decoración está compuesto por 25 secciones
profesionales. También aquí ciertas clasificaciones pueden parecer
discutibles, y -una vez más- repetimos que lo qué más importante
nos parece es la cohesión de profesiones cuyas actividades tenían
entre sí contactos o afinidades, y el espíritu de unificación y
solidaridad que presidía a estos grandes conjuntos.
La
totalidad de los trabajadores unidos en esta rama de industria
alcanzaba a 11.542. De este total, los carpinteros se elevaban a
3.090; seguían los ebanistas, con 3.080; los mueblistas (que tal vez
podrían haberse clasificado en la ebanistería), con 800. Aparecían
luego los obreros en embalajes, 610; y así hasta los especialista en
cierto utillaje, que tal vez habrían podido clasificarse en la
metalurgia, pero que… es cuestión de criterio.
Las
secciones, o profesiones intermedias, englobaban ocupaciones muy
diversas, como la fabricación de juguetes, tapices, cepillos,
billares, pianos, estuches, esculturas, muebles de junco, colchones,
molduras y cueros, torneados, hormas y tacones, persianas,
fabricantes de «sillas Eneas», toneleros; fabricación de molduras
y pasamanos; doradores y, por fin, las dos secciones mencionadas al
principio, de contrachapeado y herramientas especiales. Todo por
orden decreciente.
Hemos
dejado aparte a 200 personas empleadas en la administración, y a las
cuales se asociaba con las profesiones que componían la industria,
lo cual formaba un todo. Esto evitaba luchas, incomprensiones en los
conflictos profesionales en el seno de las empresas. Lo cual nos
recuerda a la Federación de los Trabajadores de la Alimentación de
Madrid, unida con los campesinos colectivistas de la región del
Centro.
Es
digno de subrayar que, en estos casos de unión estrecha, la adhesión
a los principios libertarios no ha servido de pretexto para un
supuesto federalismo disociador y disgregativo. La coordinación
estrecha de los hombres y de sus actividades aparece como uno de los
principios fundamentales de la moral libertaria.
Un
plan de sindicalización integral
Bien
o mal expresada, la tendencia a una estructura orgánica bajo el
control de la CNT, de acuerdo con lo que fueron siempre los
postulados del sindicalismo revolucionario, o libertario, ha hecho su
aparición en repetidas ocasiones, incluso en el período de
improvisación de los consejos de empresa. Entre los documentos de la
época que lo prueban, hemos conservado un informe del 31 de
diciembre de 1936, firmado por el Sindicato de Espectáculos
Públicos, el Sindicato de Profesiones Liberales, el Sindicato de la
Alimentación, el Sindicato de la Industria Química, el Sindicato de
Sanidad y el Sindicato de la Distribución, todos de Barcelona. Este
plan fue presentado bajo forma de Dictamen
por la ponencia nombrada para elaborar la estructuración de los
consejos federales de economía, control y estadística
en el Congreso Regional de Cataluña, en febrero de 1937. Nos
hallamos en presencia de un intento de ir más allá de los comités
de empresa, que en ciertas industrias representaban la dispersión,
oponiéndole una visión cohesionada de la organización económica
general.
Indudablemente,
se puede hacer ciertas críticas, denotar tales o cuales
insuficiencias. Pero es de hacer notar que sólo la CNT supo
presentar conceptos orgánicos, que en circunstancias más propicias
habrían posibilitado realizaciones de conjunto, acordes con las
necesidades de una sociedad moderna.
Reproduciremos
de este texto lo que nos parece más típico; evitaremos ciertas
repeticiones e imperfecciones estadísticas. Aparte de esta
precaución, el documento reza como sigue:
Constitución
de las cajas de regularización e iniciativas
Considerando
de imperiosa necesidad la organización de consejos administrativos
para la buena marcha de la producción y distribución en todos sus
aspectos, y que al propio tiempo sirvan de orientadores
revolucionarios en la nueva estructuración económica y social para
la explotación en común de las riquezas naturales, artísticas e
intelectuales de los pueblos ibéricos, sometemos al estudio y a la
aprobación de la Organización Sindical, el siguiente articulado de
estructuración nacional y de las relaciones económicas entre los
trabajadores de la CNT.
(...)
II.
ORGANIZACIÓN INDUSTRIAL
Estructuración
de los diversos consejos de explotación económica
Consejo
de Empresa
En
cada centro de producción y distribución (fábrica, taller, mina,
campo, etc.), se constituirá un Consejo Administrativo formado por
un representante de cada sector o especialidad de trabajo, el cual
tendrá a su cargo el control general de los ingresos y gastos, y por
consiguiente, los balances correspondientes a cada ejercicio y se
investigará acerca del rendimiento y del cumplimiento de la labor
particular y general de todos los componentes de la explotación.
Cuando
una fábrica, un taller, una mina, un campo, etc., se unan a otros
centros de producción y distribución de las mismas características
de trabajo, se creará un Consejo General de Empresa, cuyas funciones
serán las asignadas a estos organismos.
El
cargo de delegado de estos Consejos no exime a sus componentes de sus
obligaciones acostumbradas.
Consejo
Sindical
En
cada Sindicato se constituirá un Consejo económico compuesto por un
número no inferior a cinco, ni superior a nueve, de representantes
seleccionados entre los componentes de los Consejos de Empresa, o
entre los trabajadores del mismo, con las atribuciones o
características siguientes:
a)
Organizadores en
materia económica.
b)
Inspectores
administrativos.
c)
Técnicos en
estadísticas.
Si
establecemos estos tres apartados para designar a los componentes de
un mismo Consejo de Sindicatos, es con el fin de delimitar desde su
base las funciones propias de cada sección a ejercer en una forma
racional, ya que de la inteligencia y de la armonía de dichas
funciones entre sí y con los Consejos Generales de Industria
dependerá el resultado o el éxito de toda la Organización.
Los
organizadores económicos atenderán preferentemente todo lo que
represente rendimiento máximo de la explotación, estudiando las
iniciativas o mejoras aportables o modificando las condiciones
defectuosas de realización general.
Los
inspectores administrativos cuidarán de la exactitud de las
operaciones de contabilidad y del cumplimiento de las medidas que den
la máxima eficacia a la obra de conjunto.
Los
técnicos de estadística se ocuparán de los gráficos de
rendimiento de cada sector o especialidad, de los estados de cuentas
y balances, y establecerán los índices de explotación que
correspondan.
Consejo
de Economía, Control y Estadística de la Federación local
Cada
Sindicato nombrará un delegado en su Federación, y los delegados
formarán el Consejo de economía, control y estadística de la
misma.
Consejos
comarcales de Economía, Control y Estadística
Se
constituirán
con un delegado por cada Sindicato de la comarca, exceptuando los
sindicatos que formen federaciones locales.
Consejo
de la Federación de comarcales
Estará
integrado por un delegado de cada comarca de zona en Cataluña, o de
provincia en el resto de España, y con una representación directa
por cada Federación local de zona o de provincia.
Consejo
de Economía, Control y Estadística de la Federación regional
Estará
constituido por uno o dos delegados de cada zona o provincia.
Consejo
Nacional de Economía, Control y Estadística Confederal
Se
formará con dos delegados por cada Federación regional,
elegidos por el Pleno del Consejo Regional, y residirá en Barcelona.
En
todos los Consejos nombrados, los cargos serán ocupados durante un
mínimo de un año y un máximo de dos.
Control
de fórmulas de realización
Es
lógico y conveniente que para la buena marcha de cualquier
explotación, se lleve al detalle la contabilidad correspondiente, y
que lo mismo ocurra en cualquier agrupación de empresas. Con el fin
de que todo esto se realice debidamente, y puedan conocerse en
cualquier momento las deficiencias o anomalías que puedan aparecer,
y estar a tiempo de subsanarlas en beneficio de la colectividad
interesada y de la organización económica en general, sometemos a
juicio de los trabajadores la conveniencia de crear un sistema de
control o inspección de todas y cada una de las explotaciones con
rendimiento cerrado y contabilidad propia, para poder establecer con
las mayores garantías posibles la clase de ayuda en forma de
compensación o subsidio que pudiera otorgarse a las explotaciones de
escaso rendimiento, o la conveniencia de poder acoplar a sus
trabajadores a otras empresas de mayor interés, previo asentimiento
de los sindicatos interesados.
Nosotros
pensamos que nivelar los ingresos de los individuos no es dando a
cada trabajador en particular una aportación solidaria extraída de
otros órganos de producción, sino creando otros sistemas de
explotación que mejoren las condiciones de rendimiento de las
industrias pobres, que así es como debe enfocarse esta fórmula de
compensación.
Organización
del control o inspección
Empezando
por el Consejo Nacional de Economía, cada Consejo nombrará
delegados inspectores que fiscalicen la administración y buena
marcha del Consejo inmediato inferior hasta llegar a los Consejos de
Sindicatos, los cuales inspeccionarán la contabilidad de los
Consejos de empresa de sector, fábrica o campo de producción y
distribución, estableciendo un balance semestral de cada uno de
ellos para su balance y aprobación, que será remitido al Consejo
local, o comarcal, el cual los entregará a los organismos inmediatos
superiores para su aprobación definitiva.
Todo
confederado tendrá derecho a intervenir directamente en cualquier
inspección que se realice, sea de la Comarcal, del Sindicato, o de
cualquier otro Consejo.
Organización
estadística
Consideramos
a la organización estadística como uno de los principales elementos
de la nueva estructuración económica, ya que con sus datos
concretos y seguros nos revela en cualquier momento el estado y
desarrollo de todas las actividades productivas y distributivas.
Desaparecida
la arcaica creencia de que con un simple libro de entradas y salidas
podremos dirigir una industria, debemos ir a la creación inmediata
de los gráficos y resúmenes estadísticos de todas las funciones de
la producción y distribución, simplificando al propio tiempo las
operaciones contables con una unificación del sistema general de
contabilidad, empleando la recopilación de datos y resultados,
balances comerciales, industriales, municipales, comarcales y
regionales que -debidamente compendiados- nos darán una visión
exacta de toda la producción nacional.
Recalcamos
al mismo tiempo, que esta organización, de carácter estrictamente
técnico, debe prosperar al margen de la estructuración económica,
ya que precisamente su principal misión es la de advertir las
insuficiencias que en el curso de las operaciones económicas se
observaran.
Los
gráficos de producción y distribución, resúmenes de operaciones y
extractos de ingresos y balances que establezcan los Consejos de
Empresa pasarán a manos del Consejo superior inmediato, y así
sucesivamente, hasta confeccionar las escalas de estadísticas de
cada Sindicato, Federación local, comarcal y regional,
estableciéndose el total de la producción nacional, su coste, las
existencias, etc., en un compendio de estadísticas que sería la
base sobre la que se asentarían los intercambios en el orden
internacional.
Las
cajas de regularización e iniciativas
Estructurada
la composición de los Consejos de Economía, Control y Estadística,
salta a la vista que únicamente la función de control o inspección
administrativa o sindical puede ser ampliamente efectuada, ya que no
podremos considerar completa la de Estadística y Economía nacional
mientras no controlemos la totalidad de la producción nacional; y
por otra parte, mal podremos obrar libremente en un Consejo de
Economía nacional mientras no poseamos la caja del Banco de España,
emisor del papel moneda, dado su origen netamente capitalista, y que
desempeña un papel tan importante en el desenvolvimiento nacional e
internacional de nuestra economía.
Mientras
se llegue al control directo del sistema de emisión de billetes, y
actuando dentro del sistema de valoración y poder adquisitivo de la
moneda en curso, podemos crearnos una Caja propia, cuyo capital se
constituirá a base de un gravamen sobre los beneficios que se
obtengan con las producciones industriales y agrícolas que
pertenezcan a la organización de la CNT.
Resulta
inútil insistir sobre esta posición de las actividades económicas,
y que mientras exista la moneda, se regularán precisamente por medio
de la CNT, y que por lo tanto no podemos hablar de Consejos de
Economía si al mismo tiempo no creamos el medio que les permitirá
actuar gracias al capital indispensable, para que sirvan de medio
regulador con sus características esenciales de compensación y de
propulsor de nuevas empresas.
Para
alcanzar estos fines se necesita:
1º.
Que todas las empresas
se encuentren en nuestras manos.
2º.
Que estas empresas
tengan una vida próspera.
3º.
Que se vayan creando
nuevas empresas.
Como
lo hemos dicho anteriormente, mientras no dispongamos de la emisión
de papel moneda, la única forma reguladora posible es la mencionada,
de un gravamen directo sobre los beneficios de la producción.
Beneficios
saldados por los consejos de empresa, sindicato y federaciones
Las
explotaciones o administraciones que tengan la fortuna de hacer
beneficios netos, una vez calculadas las cuentas de previsión
necesarias, y a condición de que sus participantes no perciban una
remuneración excesiva, en desacuerdo con las retribuciones de otros
sectores de producción similar, destinarán dichos beneficios en la
siguiente forma:
Un
50% estará destinado a un fondo de reserva con destino a la
conservación y mejoramiento de los recursos económicos,
industriales y agrícolas.
El
otro 50% pasará a poder del Consejo local o comarcal, según
corresponda.
La
Caja del Consejo comarcal o local guardará el 50% de esta
recaudación, entregando el resto a la Caja de la Federación de
comarcales.
Estas,
a su vez, entregarán el 50% de sus ingresos a la Caja del Consejo
regional.
Y
estos últimos entregarán el 50% de sus ingresos a la Caja de
Regularización e Iniciativas del Consejo Nacional de Economía,
Control y Estadística Confederal.
Necesidad
de intervención bancaria propia en nuestras operaciones financieras
Como
órgano complementario de nuestra economía, entendemos se debe ir a
la creación de un Banco de Crédito Confederal, cuya misión
fundamental será la de absorber la totalidad de las operaciones
financieras de nuestra Confederación, y por lo tanto propugnamos
porque el mismo se cree lo antes posible, bajo la dirección de
nuestros Consejos de Economía, Control y Estadística.
Constitución
de nuestros consejos de economía, control y estadística
En
definitiva, y como resumen de lo expuesto por esta Ponencia,
consideramos que para llevar a la práctica ese proyecto, y con el
fin de convertirlo en una realidad inmediata, debe nombrarse una
comisión ejecutiva compuesta por diez compañeros competentes, con
la misión exclusiva de ir constituyendo los Consejos de Sindicatos y
Federaciones locales y comarcales que han de formar la base sobre la
que se asiente la potencialidad económica y social de nuestra
Confederación.
Por
la Ponencia: Espectáculos Públicos; Profesiones Liberales;
Alimentación; Industria Química; Sanidad; Distribución.
Barcelona,
31 de diciembre de 1936.
[97]
Véase
en la Séptima Parte la sección titulada La
industrialización, reglamento de las colectividades.
[98]
Desde
luego, hoy las estadísticas no son las mismas. Según el censo
practicado en 1960, la población agrícola activa representaba el
39,70% del total; la población industrial, el 33%; el sector
denominado «servicios», un 28%. En 1961, la siderurgia y la gran
metalurgia englobaban unas 230.000 personas; la metalurgia menor a
386.000; mientras que la construcción contaba con 603.000
trabajadores y la industria textil con 335.000. Pero también aquí
-para que las comparaciones sean válidas- es preciso tener en cuenta
el aumento de la población: en 1961 se totalizaban 30 millones y en
1970 ascendía a 34 millones de habitantes.
[99]
Pero,
¿qué revolucionarios empeñados en destruir la sociedad actual, y
al parecer, en construir una sociedad nueva se han preocupado jamás
de tales problemas? El mismo Marx se burlaba de lo que él llamaba
«las recetas para las ollas de la sociedad futura». Aunque pueda
sorprender, sólo la escuela libertaria ha producido ensayos y
anticipaciones más o menos valederas -según los casos- sobre la
reorganización social. Y la concentración permanente del espíritu
en cuanto a la labor reconstructiva por realizar fue -con seguridad-
uno de los factores que más influyó en los militantes cuya obra
realizadora describimos.
[100]
Véase,
más adelante, Estructura
de un sindicato de industria.
[101]
La
solidaridad supone interdependencia o es una palabra hueca. He aquí
un ejemplo que muestra la diferencia moral existente entre los viejos
militantes sindicalistas franceses y sus camaradas españoles. En una
especie de mesa redonda donde el autor explicaba a delegados
metalúrgicos de la zona industrial del Creusot que el sueldo de los
metalúrgicos era -en Barcelona- el mismo para todos los oficios, uno
de los delegados declaró que no podía admitir que un forjador se
pronunciara sobre lo que él -mecánico ajustador- debía ganar. Le
expliqué que habíamos desbordado el marco corporativista y que para
nosotros el derecho «humano», igual para todos, era el primordial.
El camarada no resultó del todo convencido.
[102]
En
su libro ya mencionado, El
Proletariado Militante,
Anselmo Lorenzo mostraba ya que en tiempos de la Primera
Internacional la carencia de militantes técnicamente capacitados
constituía un problema de difícil solución.
[103]
Esta
aplicación fue en parte impedida porque en nombre de las necesidades
de guerra, Indalecio Prieto -socialista de derecha- intervino en la
organización de las industrias metalúrgicas y, de acuerdo con los
comunistas distribuidos en los puestos de mando, frenó el desarrollo
del proceso de sindicalización. Véase el capítulo La
contrarrevolución interna.
[104]
Otro
manifiesto que denunciaba la desviación de las colectivizaciones y
las declaraba absolutamente contrarias al comunismo libertario, fue
lanzado en la misma época por la FAI. El autor de estas líneas sólo
había sido encargado de su redacción. Nuestra impresión es que,
teniendo en cuenta el carácter de los trabajos de la metalurgia,
donde la técnica es mucho más importante e interviene con mayor
frecuencia que en otras industrias (de la madera, por ejemplo), faltó
una proporción adecuada de ingenieros o especialistas capaces de
asumir debidamente responsabilidades orgánicas. Faltaron
especialistas competentes en la industria de los armamentos, en la
construcción de máquinas importantes. El entusiasmo proletario no
podía suplir el manejo de las matemáticas.
[105]
El
Gobierno de Barcelona asumió las deudas de los patronos y
empresarios que se veían, o pretendían verse, en situación
apremiante como consecuencia de las nuevas circunstancias. Puede
suponerse a cuántos abusos dio lugar esta medida.
[106]
Interpretar
aquí la palabra colectivizar en sentido de «socializar».
[107]
El
decreto reconociendo las Colectividades sólo fue publicado por el
Gobierno catalán el 24 de octubre de 1936, tres meses después del
principio de la revolución, y ante la presión directa y constante
de los trabajadores de las empresas. Su autor había sido el
consejero de Economía en el Gobierno de la Generalidad, Juan
Fábregas, de Cataluña, donde representaba a la CNT. Pero Fábregas
se había adherido recientemente a nuestro movimiento y su
insuficiente preparación teórica le impidió ver los aspectos
peligrosos de esas medidas oficiales. Es también preciso tener en
cuenta la oposición de los sectores burgueses liberales
(republicanos, catalanistas de derecha e izquierda, socialistas
oficiales, comunistas, estalinistas, e incluso el POUM -Partido
Obrero de Unificación Marxista, de tendencia trostkista-).
[108]
No
olvidemos que estamos aún lejos de la socialización integral en
el conjunto del país.
Subsisten las prácticas comerciales, y muchos aspectos del
capitalismo en las otras regiones, todo lo cual no está en nuestro
poder hacer desaparecer.
[109]
Llamada
también «Mutua Levantina», creada por libertarios, y de la que se
tratará en el capítulo Los
servicios sanitarios.
[110]
Antes
de 1936, la producción de electricidad ascendía, desde varios años,
y para toda España, a unos 3.000 millones kilowatios hora, siendo
casi toda de origen hidráulico. Fueron construidas, después,
numerosas represas, pero se comprobó -un poco tarde- que sólo
podían llenarse al tercio de su capacidad. Hubo entonces que
intensificar la producción térmica.
[111]
A
lo que hay que sumar los impuestos. El Gobierno central de Valencia
pidió 3% de los ingresos brutos y el Gobierno catalán de Barcelona
exigió (como antes exigió de la compañía extranjera) catorce
impuestos diferentes, que sumaban un total de 4 millones de pesetas.
Después de una entrevista con los delegados del sindicato, se
convino en el pago de una cantidad fija de 1.500.000 pesetas.
[112]
La
disciplina del trabajo para la cual el orden nuevo se mostraba
exigente, pues no se quería sufrir un fracaso, aparecía también en
el Sindicato de Tranviarios, cuyas decisiones se tomaban siempre en
las asambleas generales. En los casos de embriaguez, que tanto
repugnan al español, y que fueron muy pocos, la medida tomada
consistió en suspender al culpable en su trabajo y entregar la paga
a su esposa, durante varias semanas.
[113]
Escribimos este capítulo en 1938.
[158]
El capital extranjero, sobre todo inglés (y luego alemán, francés
y belga), contribuyó a este desarrollo. Por otra parte, la venta de
mineral de hierro a Inglaterra participó en la constitución de un
capital financiero indispensable para la organización de la
industria naviera.
[159]
Este elevado número de porteros adheridos a la CNT podrá
sorprender. Se explica, en primer lugar, por el hecho de que -en
Barcelona, que contaba entonces un poco más de un millón de
habitantes- las clases opulentas constituían una parte importante de
la población. Y a los ricos catalanes, amantes de la ostentación,
les placía tener en sus inmuebles celosos guardianes. Bien es cierto
que los propietarios habían desaparecido, huyendo a Francia, o
escondiéndose. Pero los porteros habían quedado en su portería, y
no era fácil desalojarlos -¿por qué, además, haberlo hecho?-. Y
un excelente medio para ser respetado, ¿no consistía en adherirse
al sindicato de la profesión, esforzándose al mismo tiempo por
mostrarse amables, simpáticos y… cautelosos? Tanto más cuanto que
la semiparálisis de ciertas industrias por falta de materia prima y
de energía no permitía destinarlos a otras profesiones. Otra razón,
de carácter político, y que no dependía de nosotros, obligaba a
admitir el ingreso de estos elementos, que en fin de cuentas en más
parasitarios que productivos: organizados en el PSUC (Partido
Socialista Unificado de Cataluña), los comunistas se esforzaban por
engrosar la sección catalana de la UGT, a la cual se adherían todos
los adversarios de la revolución y de la CNT. Esta última se veía,
pues, obligada a aceptar elementos muy pocos libertarios que
constituían minorías de fácil control, a fin de evitar que fueran
a reforzar la organización rival. A estos tristes