jueves, 28 de mayo de 2020

La crisis social y sanitaria no se resuelve con represión



Desde el comienzo del aislamiento obligatorio a causa de la pandemia del coronavirus,  se denunció la avanzada represiva a lo largo y ancho del país.  Se calcula que son más de cincuenta mil los detenidos y judicializados por causas vinculadas a la cuarentena. Y aunque la represión no es ninguna novedad en la realidad de las y los de abajo, ya advertíamos cuando comenzó esta crisis socio-sanitaria que cuando el virus llegara a las barriadas pobres la situación cambiaría. De esta manera, era cuestión de esperar a que los discursos orientados a la unidad y orgullo nacional dieran paso a distintas expresiones discriminatorias, centralistas e individualistas. Ya no se escucha solo a los empresarios pedir que se levante la cuarentena -para no disminuir el volumen de sus ganancias- sino que cada vez más sectores de los barrios clase alta exigen su “derecho” de salir a la calle a consumir libremente, situación que está distante de las urgencias y necesidades comunitaria para sobrevivir de las y los de abajo.
En este marco hay que resaltar el rol de las fuerzas represivas, siendo que el Estado no diferencia entre cuidar y vigilar, se ha buscado involucrarlo progresivamente en tareas consideradas de “asistencia”. No solamente policía, gendarmería y prefectura, sino también el Ejército y la Marina llevan “ayuda humanitaria” a los barrios y villas, en “articulación” con un sector de las organizaciones sociales. Este hecho hace recordar el famoso Operativo Dorrego de 1973, donde el peronismo sacó al Ejército a las calles para tareas de contención social junto a la JP (el mismo Ejército que venía de la dictadura de Lanusse y que dos años después arremetería con brutalidad contra los sectores populares en Tucumán y Villa Constitución, en vísperas a la última dictadura militar).
Ahora bien, estas fuerzas no solo están repartiendo alimentos, como se da en el caso de Rosario, o instalando hospitales de campaña. Sino que van sumando tareas de control poblacional que llegan a un hito con el “cerramiento” de barrios. Es por eso que este nuevo intento de humanizar al Ejército Argentino, genera una gran preocupación porque se inscribe en una lógica de control social y militarización de las zonas consideradas “peligrosas”. Descreemos -no solo desde un fundamento ideológico sino también en base a la experiencia histórica- del sentido humanitario del involucramiento de las fuerzas represivas en tareas sanitarias. En este punto, también hay que aclarar que no estamos en presencia de una novedad introducida por el fenómeno de la pandemia del coronavirus; la configuración de zonas militarizadas donde se encuentra la población que el sistema considera sobrante, viene siendo una de las características de esta etapa neoliberal. En este contexto los excluidos son además potenciales infectados, toda una lógica perversa edulcorada con una retórica de progresismo –devaluado-.
El este sentido, un hecho muy significativo es la militarización y cercamiento del barrio Villa Azul, en el conurbano bonaerense, por parte de los militares, luego de detectarse más de 150 casos de coronavirus. Así también la presencia de la Armada en la Villa 31 de CABA, con la supervisión del Gobierno local y nacional. El Estado, deja de manifiesto su rol como artífice y reproductor de las desigualdades sociales. Es así que, para las barriadas atravesadas por carencias infraestructurales, como la falta de agua y servicios básicos, y donde sus habitantes pelean en el cotidiano por la supervivencia, la respuesta es la militarización. En cambio, para quienes se encontraban de viaje en el exterior, la respuesta fue con hoteles y “vuelos de repatriación”. En lugar de personal sanitario que haga testeos, brinde asistencia y recursos para frenar el brote de Covid19, se estableció un verdadero “gueto”, custodiado día y noche por gendarmes, policías y militares prohibiendo la salida de la población.  Aún más grave es que lejos de plantearse como una estrategia única, desde la gobernación de la provincia de Bs As se advierte que podría replicarse en el resto de los barrios pobres de la provincia en caso de que haya brotes. Claramente para el denominado “progresismo” el modelo para la gobernanza de la pobreza es el control social.
La falta de trabajo y de ingresos no tardó en sentirse, pero hoy está llegando a niveles desesperantes y esto se da de la mano de mayor presencia de organizaciones populares en la calle. También la represión ha aumentado en estas últimas semanas. Diversos hechos de suma gravedad son un botón de muestra de una política represiva que trasciende a los gobiernos y une los lados de la grieta. El más impactante quizás es el de la desaparición seguida de muerte en Tucumán de un trabajador rural en manos de la policía provincial. Este hecho, de haberse dado en otro contexto, seguramente hubiera estado acompañado con movilizaciones a lo largo y ancho del país. Lamentablemente en la coyuntura actual, pasó sin mayor trascendencia.  Las organizaciones de DDHH, entre otras, alertaron la gravedad de lo ocurrido, en un contexto donde las nominales garantías democráticas y el estado de derecho, están constantemente tensionados por la situación de excepcionalidad del aislamiento social preventivo y obligatorio.
Estamos ante una situación sumamente peligrosa. Por un lado, pareciera que las fuerzas de seguridad asumen nuevamente un rol de activa intervención social como ya ha pasado en otros momentos de nuestra historia reciente. Por otro lado, la salud empieza a ser una nueva variable en función de la cual se profundiza la segregación territorial según las clases sociales,  donde para las y los de abajo la comunidad cercana pasa de ser nuestro refugio a ser un lugar de confinamiento.
Como anarquistas especifistas planteamos la necesidad de seguir fomentando los valores antagónicos a los de este sistema de dominación. Reforzar los lazos comunitarios, la organización popular, que se basa en el cuidado a partir de la solidaridad y el apoyo mutuo. Esta pandemia muestra la cara más despiadada de un sistema fundado en la desigualdad y la depredación, por ende serán las organizaciones de la clase las que, como hasta hoy, no solo lograrán garantizar la supervivencia de la población sino también podrán ir construyendo otros horizontes de socialismo y libertad.
Federación Anarquista de Rosario