Artículo elaborado por el historiador Leónidas Ceruti.
Publicado en ANRed el 2 de octubre del 2011.
Huelga de las Escobas
Los conventillos fueron casas en que alquilaban cuartos los inmigrantes que llegaban al país en las últimas décadas del Siglo XIX. Fue producto del crecimiento urbano en ciudades como Buenos Aires y Rosario, que no estaban preparadas para un cambio de tal magnitud.
Los conventillos fueron casas en que alquilaban cuartos los inmigrantes que llegaban al país en las últimas décadas del Siglo XIX. Fue producto del crecimiento urbano en ciudades como Buenos Aires y Rosario, que no estaban preparadas para un cambio de tal magnitud.
Mujeres durante la huelga |
Las condiciones eran miserables:
al hacinamiento, la falta de servicios sanitarios y de cloacas, se le
sumaba que tanto los baños como lavaderos eran comunes. Había un
servicio cada diez cuartos aproximadamente. Eso provocaba epidemias como el cólera, la fiebre amarilla, el paludismo, los parásitos y las infecciones.
En algunos casos había cocinas comunes,
pero lo más frecuente era que se cocinara en los cuartos. También se
destinaban a la cocina los rincones del patio. En cada pieza había un
calentador a alcohol o aceite que se colocaba en la puerta para que los
olores fueran al exterior. El patio fue un ámbito de encuentros, para
las fiestas, “donde reinó el tango y el sainete”, y sirvió también para organizar los reclamos.
Esas eran las condiciones en que vivía la mayor parte de la clase obrera argentina en sus orígenes.
Las escobas se levantan
En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decretó un incremento en los impuestos para 1908. Los propietarios de los conventillos no dudaron en subir los alquileres.
Pero, el 13 de septiembre de 1907, en
las 132 piezas de Ituzaingó 279 en la Capital Federal, estalló la
bronca y comenzó la huelga. Fueron más de cien mil inquilinos de conventillos quienes, durante septiembre y octubre, lucharon por la reducción del 30 por ciento en el precio de los alquileres.
Se designaron delegados por conventillo, creando el Comité Central de la Liga de Lucha Contra los Altos Alquileres e Impuestos, que fue el que lanzó la huelga general. Rápidamente se extendió la medida y la articulación con los comités que se formaron en los diferentes barrios.
La lucha había comenzado. Y la represión también.
Peligrosas eran las madrugadas en que
los ocupantes de los conventillos porteños se preparaban para ir a sus
tareas. Esa era la hora elegida para sacar a los trabajadores y sus
familias de las habitaciones por la fuerza, usando agua helada
disparada por los bomberos.
Pero nadie imaginaba que se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga serían las mujeres con sus hijos. La consigna que pasó de un conventillo a otro fue: Resistir el alza de los alquileres y los desalojos.
Intento de desalojo en un conventillo de Buenos Aires
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La revuelta desde La Boca se extendió a
San Telmo y a otros barrios; de allí a ciudades como Rosario, La Plata,
Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza.
Los propietarios y el gobierno no podían creerlo.
De los 500 conventillos porteños en rebeldía, se llegó en semanas a 2000.
En medio del conflicto, desfilaron cerca de trescientos niños y niñas de todas las edades, que recorrían las calles de la Boca en manifestación, levantando escobas “para barrer a los caseros”.
Cuando la manifestación llegaba a un conventillo, recibía un nuevo
contingente de muchachos, que se incorporaba a ella entre los aplausos
del público, según publicó la revista Caras y Caretas.
Las mujeres, que estaban todo el día en las casas al cuidado de sus hijos, enfrentaron los desalojos. El diario La Prensa comentó que el 21 de octubre la Policía intentó desalojar un conventillo, “pero
las mujeres ya estaban preparadas e iniciaron un verdadero bombardeo
con toda clase de proyectiles, mientras arrojaban agua que bañaba a los
agentes”.
La resistencia a los desalojos tuvo diversos métodos.
Por ejemplo, cerrando las puertas de calle con cadenas y manteniendo
guardias día y noche. Junto a las puertas acumulaban piedras, palos y
todo elemento intimidatorio. Algunas crónicas relatan la decisión en
algunos conventillos de colocar enormes calderos con agua hirviendo
amenazando despellejar a quienes intentaran echarlos.
Pero las expulsiones tuvieron un final trágico cuando una comisión judicial y policial fue a ejecutar un desalojo a la calle San Juan 677. Cientos de vecinos quisieron impedirlo. Comenzaron los golpes y la policía se abrió paso con sablazos y disparos. Una bala impactó en la cabeza de un obrero, Miguel Pepe, de 18 años, que a las horas falleció.
La resistencia se incrementó y varios propietarios fueron cambiando sus pretensiones.
La alegría recorrió la ciudad. En muchos patios, volvieron las fiestas y bailes.
Pero en donde la organización era débil, los desalojos avanzaron. Docenas de familias quedaron en las veredas. La solidaridad del gremio de los conductores de carros hizo que se pusieran al servicio de los desalojados para los traslados.
La huelga en Rosario
Iniciado el conflicto, inmediatamente se formó la “Liga Pro Rebaja de Alquileres”, que reuniría a los delegados de los conventillos de la ciudad. “La Protesta” comentó que se habían nucleado miles de familias obreras condenadas “a la más inicua de las explotaciones, la del alquiler desmedido”, como consignara el diario.
Un sector del periodismo rosarino estuvo junto a los inquilinos. “El Municipio”, en un editorial, comentó que “los
explotados que dan la sangre por el progreso nacional y el
enriquecimiento particular y a quienes ni siquiera se les da el pan y
el techo que necesitan”. Otros diarios, como “El Tiempo”, reflejarían de modo permanente la adhesión a las medidas que se iban tomando, señalando que “están
bien encaminados los trabajos para promover en esta ciudad una huelga
de inquilinos; hoy ha sido presentado a los propietarios y encargados
de conventillos un pliego de condiciones”.
Los patios eran lugares que funcionaban como espacio de organización
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El documento elaborado por los huelguistas incluía entre sus demandas una rebaja del 30 por ciento sobre los alquileres vigentes; higienización de las habitaciones de los conventillos a cargo del propietario; eliminación de los pagos por adelantado y de las garantías;
recibir a familias numerosas; seguridad de que no habría desalojo de
ningún inquilino por el hecho de haber participado de la huelga.
“La Protesta”, a fines de septiembre, anunciaba que la huelga de inquilinos iba adquiriendo mayor dimensión: “Pasan de 30 los conventillos en huelga en la ciudad de Rosario y puede calcularse en más de un millar el número de inquilinos que toma parte en el movimiento. Son varios los propietarios que han entablado demanda de desalojo contra sus inquilinos por falta de pago”. En otra edición, informaba que “se
han adherido a la huelga los moradores de unas 130 casas de
inquilinato. El movimiento es muy compacto en los barrios de La
República, Súnchales, Talleres y adyacentes”. El Comité Pro Rebaja de Alquileres organizó un acto-asamblea. La concurrencia fue masiva y, cuando los oradores hacían oír sus reclamos, la policía se hizo presente reprimiendo y disolviendo la reunión, cargando con la caballería y repartiendo sablazos y latigazos a hombres, mujeres y niños.
La huelga continuó y se sucedieron
otros enfrentamientos entre la policía y los inquilinos por los
intentos de desalojos. Pero las fuerzas comenzaron a mermar, por eso
“El Municipio” hizo un llamamiento a continuar la lucha y en un
artículo se podía leer: “Sería doloroso que aquí se
malograra el movimiento por la dejadez de sus habitantes. Todos estáis
conformes en que el alquiler es carísimo. Pues entonces, ¿qué esperáis?”. Por su parte, “La Protesta” también alentaba indicado a las familias de los inquilinos: “¿Desalojos? ¡Agua hirviendo! Todas las armas son buenas en épocas de guerra; y nadie puede decir que no estamos en plena guerra contra la explotación y la usura. ¡A defenderse, pues!”.
Los rumores de una huelga general recorrieron Rosario, ya que eran numerosos los gremios que apoyaban.
La huelga trajo algunas mejoras, pero
no logró modificar los problemas de vivienda de los trabajadores. Y
como se destaca en una investigación del conflicto “recién
una década después, el parlamento nacional iba a aprobar el proyecto de
Juan Cafferata de construcción de viviendas obreras, materializado en
un porteño barrio cuya imagen iba a quedar fijada incluso en la letra
de tango con aquello de “En el Barrio Cafferata / en un viejo
conventillo / con los pisos de ladrillo / minga de puerta cancel”.
Pasan los años, los gobiernos, y el déficit habitacional sigue y aumenta
Aquella situación hoy sigue vigente. Durante décadas, la Argentina se caracterizó por presentar un déficit habitacional estructural
tanto en lo que hace a la cantidad de unidades habitacionales como en
la calidad. Una de las consecuencias de esto fue la proliferación de
asentamientos precarios y que una creciente porción de la población
habite en condiciones poco propicias para desarrollar una vida digna,
larga y saludable.
Distintos estudios destacan que en el país faltan 3 millones de viviendas
para paliar el déficit habitacional. El 20,5% de las familias sufre
serios problemas para obtener una casa. Pero otra cifra desalentadora
es la que marca que el 24% de los hogares habita en viviendas
recuperables o irrecuperables. El 12,4% aún carece de agua corriente de
red, el 26,8% de gas natural domiciliario, el 34,6% de cloacas, el
32,3% de desagües pluviales y el 19% de pavimento.
A esto se agregan cifras alarmantes
sobre contaminación, ya que el 11,7% de hogares están expuestos a
industrias contaminantes, el 16,7% a basurales y el 24,1% a plagas
urbanas.
En Rosario, según datos del último Censo Nacional, hay casi 80 mil viviendas vacías, cuando el déficit habitacional se ubica en 50 mil unidades. Este ejemplo se repite en otras grandes ciudades del país.
Niños fotografiados en un conventillo en 1907
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Por todo eso, la lucha no sólo debe
pasar por mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, no cambiar
trabajo por salud, sino que los reclamos por la vivienda deben estar en todas las demandas.