(Marzo 2022)
En los últimos
meses la situación política latinoamericana pareciera lograr cierta
estabilidad, especialmente con la
salida institucional a la revuelta en Chile luego de las elecciones. Sin embargo, en realidad, se abre otro
capítulo en esta coyuntura, donde aún muchas cosas están en disputa y lejos se
está de una “estabilización” política y económica en el continente.
La situación de la invasión
militar rusa de Ucrania y todas las derivaciones y desarrollo que pueda tener
van a impactar en nuestra región de un modo u otro. Ya en lo inmediato, los
precios de las materias primas se han disparado en el mercado mundial, lo cual
puede generar mayores ingresos en nuestras economías nacionales, pero no
necesariamente mejorar su distribución, sino
que se enriquezcan más las burguesías latinoamericanas, aumentando al final aún
más nuestra dependencia económica.
Como ya sabemos Latinoamérica comparte
características estructurales, no solo culturales, sino también políticas y
económicas, especialmente en cuanto a su
relación con los grandes proyectos imperialistas. Sin embargo, las coyunturas
políticas van siendo disímiles entre los países en las últimas décadas; a pesar
de poder identificar ciertas oleadas de corrientes políticas que van
configurando la realidad de la región.
En este sentido, los
llamados gobiernos identificados con el socialismo del siglo XXI habían
configurado una disputa política entre cierto progresismo gubernamental y
aquellos gobiernos más reaccionarios en materia política y económica. Los primeros
arribaron al poder desde 1999 después de grandes luchas populares, fueron arrancando algunas conquistas sociales, pero a través de un proceso de
institucionalización y burocratización
perdieron su impulso, y a partir de ello también, como efecto dominó, se
presentó la crisis y el agotamiento de dichos proyectos gubernamentales, que
mostraron sus límites en cuanto a intención y capacidad
de materializar el cambio.
En este marco, en los
últimos años la derecha continental se ha
ido adaptando, modificando y fortaleciendo en ciertos países como Brasil. Sin
embargo, por debajo de estas disputas partidarias, la verdadera y concreta constante
ha sido el ajuste económico y la represión
que han ido en aumento en la última década y una resistencia popular, a veces
más o menos articulada y organizada.
En 2019 se iniciaba un ciclo de
protestas populares enormes en todo el continente que comprendió países como
Puerto Rico, Haití, Colombia, Ecuador, Chile
y Bolivia, donde los pueblos ganaban las calles con gran masividad e
importantes niveles de acción directa. La represión fue inmensa y terrible en
todos los lugares, con gran cantidad de casos de personas asesinadas, mutiladas, encarceladas y lesionadas por las fuerzas del orden burgués.
En este gran ciclo de protestas,
los pueblos decían basta de esa manera, a décadas de latrocinio, despojo,
represión constante y políticas neoliberales, como los mostraban los casos de
Puerto Rico, Chile y Colombia. Desde arriba, las clases dominantes y sus
actores políticos se apresuraron a contener dicha marea como en Chile, donde
aparecieron las “soluciones” y los pactos firmados entre todos los partidos del
sistema y la votación de leyes que reprimían la protesta y cierto tipo de
acciones, también con aval de todo el espectro político electoral. También en
Chile, aparece como principal apuesta la
convocatoria a una Convención Constituyente, como modo de canalizar institucionalmente
el descontento popular y sacar cierta presión de las calles, lo que daba cuenta la magnitud de las protestas y
empujaba a que la “clase política” tomara algunas medidas en consecuencia.
Colombia que también venia de
importantes movilizaciones en 2019, fue
protagonista de un gran estallido social desde finales de abril de 2021, con
grandes movilizaciones y diversos llamados a paros nacionales, convocando sectores sindicales,
estudiantiles, barriales y sociales a resistir el programa de ajuste económico
sistemático del gobierno Iván Duque. Las protestas fueron
fuertemente reprimidas, pero esto lejos de aplacar el conflicto lo agudizó aún
más demostrando la fuerza de los y las de abajo. Así se logró poner freno
parcialmente a la avanzada del gobierno.
Las
movilizaciones sociales de 2021 en Colombia y también en Cuba, Haití,
Guatemala, Ecuador, Costa Rica y Belice tuvieron una gran importancia. Por
supuesto, en estos años el proceso de lucha ha sufrido reflujos y
enfriamientos, así como un encauzamiento institucional; sin embargo, el clima
de agitación y el trabajo de base previo de algunos sectores, ha impulsado
grandes movilizaciones a lo largo del 2021 y ha generado avances como lo
muestra el movimiento feminista con la reciente despenalización del aborto en
Colombia.
Hoy con la pandemia del Covid y
las restricciones mediante, la estrategia de mantener todos los conflictos
dentro del cauce institucional burgués ha dado ciertos frutos. En Chile la
Convención Constituyente viene discutiendo a paso lento y con escasos avances
aún, y ha triunfado electoralmente Gabriel Boric, liderando una “alianza de
votos” en la segunda vuelta de espectro progresista y con apoyos de principales
figuras de la antigua Concertación como los expresidentes Michelle Bachelet y
Ricardo Lagos, los mismos que fueron garantes de mantener el pinochetismo en
democracia y reprimir protestas populares. Boric recibió el voto anti -Kast,
una especie de voto antifascista. Un Boric triunfal se muestra moderado,
negociador, incluso en lo referente a los
contenidos de la nueva Constitución.
Hoy Boric es un hombre del sistema: surgido de las
luchas estudiantiles como dirigente de la Federación de Estudiantes de la
Universidad de Chile en 2011 por un sector autonomista, rápidamente incursionó
en la política parlamentaria y participó en
la conformación del Frente Amplio chileno (tomando nombre y ejemplo del
Uruguay) que se planteaba como una alternativa al bipartidismo entre la
Concertación y la Derecha. Como parlamentario, fue firmante del acuerdo por la
Constituyente propuesto por la derecha y apoyó medidas antipopulares de
carácter represivo hacia la protesta social, para luego convertirse es un
candidato a medida del momento, que permita al sistema político en Chile
reconstituirse, bajando las aguas de la marea popular. No es ni más ni menos
que una salida electoral de tinte progresista a
las causas profundas del estallido.
En Bolivia en cambio, el
gobierno golpista de Jeannine Añez que asumió el poder en noviembre de 2019,
fue herido de muerte por las masivas movilizaciones populares. Si bien estas
movilizaciones reclamaban convocatoria a elecciones inmediatas y por esa vía
lograron la elección de Luis Arce, colocando nuevamente al Movimiento al
Socialismo (MAS) en el gobierno, marcaron el fin de una dictadura que, por
suerte, no termino de consolidarse.
Más allá de toda la burocracia que ha generado el MAS y los intentos por
controlar a las organizaciones populares desde el Estado, son los movimientos
sociales los que hoy están movilizando en la calle contra los nuevos intentos
de desestabilización de la derecha. Si bien ello se puede manifestar en cierto
respaldo al gobierno de Luis Arce y a la figura caudillista de Evo Morales, y con cierto “entrevero”
ideológico, es interesante la presencia del pueblo en la calle para frenar a la
derecha, pero también para ponerle límites al gobierno.
En Brasil, en los últimos años se
establece una etapa de destrucción de derechos de forma asoladoramente rápida.
El avance neoliberal presente desde 2016 trajo nuevamente el hambre y la
inseguridad alimentaria a 10 millones de personas y el actual gobierno del ex
militar golpista Jair Bolsonaro avanza sobre el pueblo pobre y negro con su
máquina de matar gente, la policía militar. La política neo liberal de
Bolsonaro, reforzó el sistema de ajuste y represión, el sistema de hambre y de
muerte, mientras el mercado de lujo aumentó en 81%, representando el aumento de
la desigualdad entre los más ricos y los más pobres.
Los ataques contra los derechos
sociales continúan en el país continental, a través de las políticas para
retirar los derechos de los pueblos originarios, como el marco temporal y hacer
la vista gorda al garimpo y a las quemas del sector agropecuario; la mayor
frecuencia de ataques armados por parte de fuerzas para policiales contra los
movimientos sociales en el campo y en la selva; la liberación de centenas de
nuevos y más insalubres agrotóxicos, además del agravamiento de los desastres
ambientales causados por la explotación desenfrenada de la minería y del sector
energético.
La derecha
latinoamericana
Luego de una década progresista, los
distintos partidos de derecha volvieron a gobernar en la mayoría de países del
área especialmente desde 2016. En este contexto tenemos dos matices de derecha que se complementan y
son movilizados por la clase dominante cuando la capacidad de contener la furia
de las calles desborda a los partidos progresistas del orden.
El Gobierno de Maurcio Macri en Argentina fue un
claro ejemplo de embestida neoliberal, barriendo derechos, aumentando el
desempleo de trabajadores públicos y privados, generando más inflación y
desatando una crisis económica, que se ha traducido un inmenso empobrecimiento
al menos de la mitad de la población argentina.
Pero, sobre todo el discurso
macrista venía con nuevos aires de crítica a la protección de derechos sociales
y favorecer la ampliación ilimitada de los márgenes para las acciones de las
empresas, especialmente las trasnacionales.
En este punto cabe aclarar, que
la agenda empresarial y de derecha que se viene imponiendo, en muchos casos trasciende
el tinte partidario. En este sentido en Argentina, la carrera electoral
cortoplacista y la defensa por encima de todo de la gubernamentalidad ha
llevado al actual gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner a mantener
continuidad en las políticas de ajuste. Esto es posible verlo en dos puntos por
demás de ilustrativos. El primero, la negociación y pago de la abultada y
escandalosa deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) contraída por
Macri (con aval del congreso), con la consecuente sumisión a los mandatos de
este organismo respecto de la política económica. El segundo, que traemos a
colación porque fue uno de los hitos de resistencia a las políticas de miseria
del macrismo, es el de las jubilaciones, cuya fórmula de cálculo actual es
incluso peor a la anterior.
Otros gobiernos muestran un
tinte más liberal, como es el caso de Lacalle Pou en Uruguay, pero también
apelan a la represión. La ley de Urgente Consideración (LUC), que tendrá una de
sus partes sometida a referéndum a fines de marzo de 2022, contiene una
importante estructura jurídica para avanzar en términos represivos, adelantar
privatizaciones, desarrollar una quita de
derechos populares e implementar un recorte del presupuesto público para áreas
sociales como la educación y la vivienda, entre otros. Es un gobierno
neoliberal, que intenta avanzar fuertemente en estas políticas para el período.
Otro tipo de derecha también
avanza inspirada en el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados
Unidos, una extrema derecha con participación de sectores fascistas y nazis, y
componentes fuertemente ultraconservadores y religiosos. Jair Bolsonaro llega
al Planalto siguiendo una política que ataca frontalmente las ideas de
izquierda e incita sus seguidores a manifestarse violentamente contra la
izquierda y los movimientos sociales. Esto en un contexto en que la violencia
política contra los movimientos del campo y los pueblos originarios aumenta
exponencialmente. A consecuencia de eso, hoy en Brasil vemos la ampliación de todo
tipo de grupos de derecha en las calles, la reactivación de células neonazis y
el aumento de casos registrados de apología pública al nazismo en 900% en los
últimos 10 años.
Esencial
para el triunfo electoral de Bolsonaro en 2018, fue el apoyo de las iglesias
evangélicas fundamentalistas y en una región en las que éstas ganan cada vez
más presencia, desarrollando una clara actividad política e ideológica en la
que machacan conceptos reaccionarios a toda la población, favorecen políticas
anti derechos y defienden sus negocios.
Otro
sector importante fueron las ‘milicias’ conformadas por ex-policías y los
sectores políticos más corruptos, antiguos y amiguistas. Las evidencias se
acumulan en lo referente a su implicación con la mafia del sector policial y
con la operación que condujo al asesinato de Marielle Franco. También se
involucra abiertamente en grandes negociados con partidos y sectores
empresariales de gran poder, como el agronegocio.
Es esta derecha con gran
agresividad ideológica, la que viene marcando la agenda política en los países
latinoamericanos hace ya bastantes años. Es una derecha que no tolera ni un
atisbo mínimo de progresismo siquiera y ahora intenta bajo el liderazgo del
fujimorismo desestabilizar el gobierno de Pedro Castillo en Perú, como ayer dio
un golpe de Estado en Bolivia con fuertes componentes evangélicos y racistas.
Es una derecha rancia, que poco le importan las reglas del juego político
liberal burgués, y que tiene claro que no tendrá reparo en apelar a golpes de
Estado o al fraude electoral para conseguir sus objetivos. Han realizado
masacres contra diferentes poblaciones como en Bolivia o han dejado expandir el
Covid dejando morir a gente del pueblo como en Brasil. Son genocidas, sin
más.
Esta andanada ideológica de la
derecha radical penetra fuertemente en las sociedades latinoamericanas y se
expanden los valores de la libre empresa, la visión de lo social como un gasto
que hay que recortar, la justificación de la represión como forma de castigar
el descontento y a los sectores populares solo por el hecho de ser pobres, y un
imaginario en el que la sociedad es vista como una empresa privada, con todas
las consecuencias que dimana de ello.
Esta derecha habla de libertad,
pero su “libertad” es pequeña, egoísta y paranoica, estando bien limitada a la
esfera económica, esto es la libertad de inversiones, la libertad para el
capital, y la libertad para el despliegue de las iniciativas privadas y de
empresas multinacionales, en suma, libertad para los ultra ricos de hacer a su
antojo y privatizar el mundo. Ejemplo bien notorio de esta tendencia es Javier
Milei y su mal llamado “Partido Libertario” en Argentina, que no es más que una
veta por extrema derecha del conservadurismo cultural y el neoliberalismo más
simplón o el Partido Nuevo en Brasil con su composición y apoyo de banqueros e
inversionistas de la bolsa de valores. Críticos de una “clase política” con la
que guardan múltiples vínculos, se postulan a políticos acompañados de
militantes del más rancio tradicionalismo -vaya contradicción-, y aunque dicen
querer eliminar el Estado en si -reforzando en cambio el poder autoritario de
los empresarios-, en la práctica de hecho se plantean administrarlo para
llevarlo a su mínima expresión en lo que hace a controles al capital y
políticas sociales y maximizándolo en lo que refiere a represión contra los
movimientos populares.
Los libertarianos o ultra liberales con elementos fascistas, pretenden una
mayor concentración de la riqueza en pocas manos y un brutal y autoritario
aumento de las políticas represivas. De hecho, el propio Milei se ha declarado
simpatizante de la última dictadura militar argentina que fue pionera en la
implementación de las políticas neo liberales en el continente, al tiempo que
ha defendido que la enseñanza debe ser enteramente privada esto es presa fácil
del lucro empresarial y el autoritarismo familiar y clerical.
Cabe aclarar que como
anarquistas consideramos que estos sectores capitalistas conservadores no son
libertarios como muchas veces se auto proclaman; esta denominación está
históricamente ligada al socialismo libertario, otro nombre que daba Bakunin al
anarquismo. Los sectores de derecha mencionados en el párrafo anterior, ajenos
a la lucha contra la dominación social y defensores cerrados de la opresión
capitalista, pueden ser mejor llamados ultra liberales.
En resumen, esta derecha, en sus
múltiples variantes, ha tomado nuevos bríos y desata una fuerte lucha
ideológica contra toda la izquierda, en particular contra los “progresismos”.
Justamente los procesos progresistas tienen allí un lado flaco, débil. Lo que
han llamado “la batalla cultural” no ha sido trabajada por los gobiernos
progresistas, que apuntaron a mantener la cultura política tradicional y
generar una serie pactos entre el capital y el trabajo que conllevan un aumento
del consumo como forma de generar supuestos valores de cambio favorables a la
izquierda. De más está decir que el consumo de por sí no genera un pueblo
fuerte, capaz de construir y tomar en sus manos su destino. Pero lo cierto es
que cualquier pequeña medida tomada por este tipo de gobiernos es blanco de los
dardos de todo el amplio abanico de la derecha, que critica estas políticas
casi como si se tratara de cambios revolucionarios, cuando en realidad son
“mejoras” y la mas de las veces están aún lejos de ser “reformas”, al menos.
Es cierto que algunas de estas
“mejoras” han significado que porciones importantes de pueblo vivan un poco
mejor, ello no es desdeñable, pero esto sin modificar las estructuras de
pobreza, desigualad y exclusión, por lo que no podemos colocar ese tipo de
medidas como el horizonte político máximo y de cambio profundo al que aspire la
izquierda revolucionaria. La izquierda con intención realmente transformadora
debe aspirar al socialismo auto gestionario, la libertad y a las
transformaciones revolucionarias.
Para cerrar el análisis de la
derecha latinoamericana en esta coyuntura, debemos señalar que las medidas de
cuarentena sin condiciones sociales tomadas por los gobiernos durante la
pandemia del Covid han sido utilizadas por sectores de esta corriente política,
incluyendo sectores neonazis, para ganar las calles y tener una fuerte
presencia pública y dar la lucha ideológica, hablando de una libertad
excluyente e insolidaria como decíamos. Paradójicamente quienes aspiran a
implantar el fascismo o formas similares de gobierno y sociedad en nuestros
países, hablan constantemente de “libertad”, pero, además movilizan a decenas
de miles de personas y canalizan a partir del odio, el miedo y la ignorancia,
parte del descontento social hacia posiciones reaccionarias. Ello viene
ocurriendo hace tiempo ya en Europa y esta región un buen espejo donde mirar
algunos de los posibles desarrollos de este monstruo como Agrupación Nacional
en Francia, Vox en España o Alternativa para Alemania. Esta también una llamada
de atención para los sectores populares y de izquierda a no abandonar las
calles y fortalecer la organización popular.
Perspectivas
Hace ya unos años, concretamente
en 2019, señalamos que se había abierto una etapa de lucha popular en las
calles en nuestro continente. Esa etapa parece no haberse cerrado; aunque la
pandemia impactó fuertemente en bajar el ritmo de ciertas movilizaciones,
mientras se potenciaban otras luchas en varios rincones del continente como las
de los trabajadores y las trabajadoras de la salud o los desempleados. Y
seguramente, sus efectos más duraderos generarán nuevas revueltas.
Esta etapa o ciclo no es una
carrera ascendente, tiene avances, retrocesos, períodos de calma y de preparación de nuevos combates. Ha sido una
característica saliente en todo este período la masividad de las protestas y su
extensión y duración en el tiempo. Habrá que analizar en cada caso los avances
organizativos, y a nivel político e
ideológico lo que deja cada uno de estos procesos. Pero sin lugar a dudas es
una etapa abierta de lucha.
Luchas que deben contar con un componente
ineludible: la independencia de clase. Como decía León Duarte, compañero de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU): “En lo
que tenemos que confiar siempre es en nuestra lucha”. No debemos permitir
que se canalicen las peleas y aspiraciones del pueblo en los rediles
institucionales que matan toda la rebeldía y
el protagonismo popular; la independencia de
clase es el antídoto contra la institucionalización de los movimientos
sociales.
En cada caso, con sus ritmos e
historia, cada pueblo va desarrollando sus luchas y experiencias. Conflictos
sindicales con ocupaciones de fábricas y lugares de trabajo como El Salvador,
los bloqueos y cortes de calle como en Colombia, plebiscitos contra leyes que
potencian el avance represivo y privatizador como Uruguay, puebladas como en
Chubut (Argentina) o en Ecuador en 2019 que hacen retroceder leyes y decisiones
de gobiernos provinciales o nacionales, movilizaciones campesinas cortando
rutas y tomando tierras como en Paraguay, también luchas indígenas defendiendo
tierras ancestrales como en Guatemala, grandes movilizaciones por los derechos
de las mujeres y las disidencias sexuales como en Chile, el movimiento negro
formando nuevos quilombos o territorios colectivos como en Brasil, es decir
toda una rica gama de experiencias populares que debemos ser capaces de unir en
un Frente de Clases Oprimidas para lograr las transformaciones de fondo y
construir una sociedad diferente.
¡¡POR EL SOCIALISMO Y LA LIBERTAD!!
¡¡ARRIBA LOS Y LAS QUE LUCHAN!!
COORDINACIÓN ANARQUISTA LATINOAMERICANA
Federación
Anarquista Uruguaya (FAU)
Coordinación
Anarquista Brasilera (CAB)
Federación
Anarquista de Rosario (FAR)
Organizaciones
hermanas:
Federación
Anarquista Santiago (FAS)
Grupo
Libertario Vía Libre (Colombia)