A continuación exponemos el extenso trabajo realizado por Piotr Archinov, militante y referente del anarquismo ucraniano que retrató la experiencia durante la Revolución Makhnovista en este libro. La digitalización del mismo se encuentra en el sitio de Conciencia Libertaria http://www.kclibertaria.comyr.com/.
HISTORIA
DEL MOVIMIENTO MACHNOVISTA
Piotr
Archinoff
PRESENTACIÓN
El
tema de la revolución rusa de 1917 fue, hasta hace aún
poco tiempo, un tema de obligada discusión a nivel mundial.
Ahora, después del desmoronamiento
de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas,
quizá no sean pocos los que le consideren una entelequia
propia de museos.
Por
supuesto que no participamos de esta visión
contemporanizada de la revolución rusa. Es más, no sólo
no la consideramos una entelequia sino que llegamos a afirmar que la
riqueza de planteamientos y experiencias que en ella se generaron,
constituye un auténtico tesoro para la humanidad toda.
En
efecto, el proceso de globalización por el que transitan en la
actualidad las sociedades, en nada afecta el valioso contenido de las
sobrehumanas luchas en pro de mejoras tangibles para las poblaciones.
El proceso político, social y económico en el cual se
generó la revolución rusa es de un valor incalculable.
Y más temprano que tarde habrá de reivindicarse lo
reinvindicable y rechazarse lo rechazable del mismo.
En
las entrañas de aquel proceso mantuvo su importancia un
movimiento, ciertamente de carácter regionalista, llamado la
machnovtchina, en clara referencia a su principal líder,
Nestor Machno. Movimiento de raíces campesinas surgido a raíz
de las particulares circunstancias bélicas que la región
ukraniana hubo de enfrentar, la machnovtchina se desarrolló
rápidamente en cuanto centro de aglutinación y defensa
del movimiento revolucionario ruso, concebido como la manifestación
de un pueblo que trata de tomar en sus manos su propio destino
enfrentando las problemáticas propias de cualquier
colectividad humana, esto es, la distribución de las
obligaciones sociales entre los miembros de la colectividad y, por
supuesto, la equitativa distribución de la riqueza social
alcanzada por el trabajo colectivo.
Por
desgracia, y debido a las condiciones que impone una situación
de guerra, no pudo la machnovtchina lograr un desarrollo integral,
debiendo prestar más atención a los aspectos
táctico-militares que a los propiamente sociales y económicos,
sin embargo, esto en nada demerita su acción, sino antes bien
la engrandece.
Políticamente,
a la machnovtchina podría ubicársele dentro de la
corriente populista rusa, muy cercana al anarquismo. El acercamiento
de la machnovtchina al anarquismo se debió a su principal
dirigente, Nestor Machno, quien, sin duda, fue un anarquista que como
tal generó polémica en su interior.
La
corrosiva crítica a ciertas visiones o posturas de algunos
anarquistas rusos por parte de integrantes de la machnovtchina, como
lo es el caso de Pedro Archinoff, deben de analizarse en su contexto.
Las ácidas críticas que Archinoff realiza deben leerse,
en nuestra opinión, desde la perspectiva de una siempre
necesaria y obligada polémica en cualquier movimiento
ideológico de carácter político que busca
incidir en la sociedad y en sus estructuras. Nada de extraño
resulta que del seno de un movimiento emerjan posturas enfrentadas,
máxime cuando se está ante un proceso revolucionario
del alcance y trascendencia como lo fue el de la revolución
rusa. Nada extraño tiene, lo repetimos, que las pasiones se
desborden, que la rispidez del lenguaje haga su aparición; que
las críticas corrosivas e, incluso, en no pocos casos bastante
destructivas, se manifiesten, pero desde nuestro punto de vista deben
contextualizarse de acuerdo al momento en que fueron expresadas.
Leer
y releer esta Historia del movimiento machnovista de seguro permitirá
al lector modificar su criterio sobre el proceso revolucionario ruso,
y enriquecerá su acervo tanto cultural como político.
Chantal
López y Omar Cortés
PRÓLOGO
La
epopeya machnovista es demasiado seria y trágica, sangrienta,
profunda y complicada como para que se pueda uno permitir tratarla a
la ligera apoyándose en relatos y testimonios inciertos.
Describirla sirviéndose únicamente de los documentos no
podía ser nuestra misión porque los documentos son
cosas muertas que están lejos de reflejar plenamente la vida.
Escribir sin basarse más que en documentos será labor
de los historiadores futuros que no tendrán otros materiales a
su disposición. Los contemporáneos deben ser mucho más
exigentes y severos porque es justamente a ellos a quienes la
historia exigirá mucho más. Deben abstenerse de
narraciones y de juicios sobre hechos en los que no han participado.
No deben tampoco dejarse seducir por relatos y documentos para hacer
la historia, sino más
bien fijar su experiencia personal, si es que la hubo. En caso
contrario, correrían el riesgo de dejar en la sombra la
verdadera esencia de los hechos o, peor aún, de falsearlos.
Ciertamente, la experiencia personal tampoco está exenta de
inexactitudes. Pero esto no tendría tanta importancia. Dar un
cuadro real y vivo de los acontecimientos es lo que importa;
comparando luego este cuadro con los documentos y los demás
datos, será fácil eliminar los errores. He ahí
por qué el relato de un protagonista, de un testigo de los
sucesos, es de tanta importancia. Cuanto más profunda y
completa haya sido la experiencia personal, más importante y
urgente es la realización de ese trabajo. Si además ese
protagonista dispone, al mismo tiempo, de una vasta documentación
y los otros testimonios, su relato adquiere una significación
de primer orden.
Escribiré
sobre machnovismo, pero a su debido tiempo, bajo una forma y a una
luz especiales. Pues no puedo escribir una historia
completa del movimiento
machnovista, justamente porque no tengo un conocimiento detallado y
completo del mismo. Participé en él durante cerca de
seis meses -desde agosto de 1919 a enero de 1920-, pero no pude
abarcarlo en toda su extensión. Conocí a Machnó
en agosto de 1919. Perdí luego de vista al movimiento y a
Machno mismo, por haber sido detenido él también en el
mes de enero de 1920; tuve después contactos esporádicos
con uno y otro durante quince días del mes de noviembre, en la
época del tratado de Machno con el gobierno soviético.
Y nuevamente perdí de vista al movimiento. De suerte que mi
conocimiento personal no es perfecto, a pesar de que he visto y
reflexionado mucho sobre él.
Por
eso, cuando se me preguntó por qué no escribía
sobre el machnovismo, he respondido siempre: porque hay
quien puede hacerlo mejor que yo.
Hablaba justamente del autor del presente volumen.
Conocí
su larga actividad en el movimiento. En 1919 habíamos
trabajado juntos. Sabía también que recogía
cuidadosamente los materiales necesarios y que deseaba escribir una
historia completa; sabía, en fin, que el libro había
sido terminado y que el autor se disponía a publicarlo en el
extranjero. Y estimaba que era justamente esa obra la que debía
aparecer antes que cualquiera otra: una historia completa
del machnovismo, escrita por
quien, además de haber participado del movimiento, poseía
una buena colección de materiales.
Existen
todavía hoy muchas personas sinceramente convencidas de que
Machno no fue más que un simple bandido,
un héroe de pogroms,
que arrastró tras de sí la masa oscura y siempre ávida
de los soldados y de los campesinos corrompidos por la guerra. Hay
otros que consideran a Machno como un aventurero
y prestan fe a los cuentos malevolentes y absurdos que dicen que
abrió el frente
a Denikin, fraternizó
con Petlura, se alió
a Wrangel... Por causa de los bolcheviques, mucha gente continúa
calumniando a Machno como jefe del movimiento
contrarrevolucionario de los campesinos kulaks
(campesinos enriquecidos, acomodados), y considerando su anarquismo
como una invención ingenua de algunos y de la cual él
habría sabido sacar hábilmente partido... Pero Denikin,
Petlura, Wrangel, no son más que brillantes episodios de
guerra: se apoderan de ellos para acumular montones de mentiras.
Ahora bien; la lucha contra los generales reaccionarios está
lejos de ser el único móvil del movimiento, sin
embargo, el fondo esencial del machnovismo, su verdadera sustancia,
sus rasgos orgánicos permanecen casi desconocidos.
No
se podría conocer la verdadera naturaleza de las cosas por
medio de artículos sin conexión, de notas aisladas, de
obras parciales. Cuando se tiene que tratar un fenómeno de la
grandeza y la complejidad que caracterizan al machnovismo, semejantes
elementos ofrecen demasiado pocos recursos, no iluminan el conjunto y
son devorados casi sin dejar rastros por el mar de las publicaciones.
Para poner fin a todas las fábulas y allanar el camino a un
estudio serio, profundo, es necesario publicar en primer lugar una
obra más o menos completa, después de la cual sería
provechoso tratar separadamente los diferentes aspectos, los
episodios particulares y los detalles menores.
Es
justamente tal obra la que se trata aquí. Y su autor estaba
llamado a realizarla mejor que otro cualquiera. Es de lamentar
únicamente que por circunstancias desfavorables haya aparecido
con retardo.
Antes
de la publicación, el autor, con el fin de hacer conocer
pronto a los obreros y a los camaradas extranjeros algunos hechos
esenciales del machnovismo, había publicado en periódicos
extranjeros dos artículos titulados Néstor Machno y El
machnovismo y el antisemitismo.
El
autor de este libro es, pues, el hombre más competente en esta
materia. Conoció a Néstor Machno mucho antes de los
acontecimientos que describe y lo observó de cerca, en
diferentes momentos, en el transcurso de los hechos. Conoció
igualmente a los participantes más notables del movimiento. El
mismo tomó parte activa en los acontecimientos, y siguió
y vivió su desarrollo trágico y grandioso. Él,
más que cualquier otro, llegó al fondo más
íntimo del machnovismo: sus ensayos, sus aspiraciones y sus
esperanzas, tanto ideológicas como organizativas. Ha sido
testigo de su lucha titánica contra las fuerzas enemigas que
lo asediaban por todos los frentes. Obrero, estaba profundamente
penetrado por el espíritu genuino del movimiento: de la
aspiración de las masas trabajadoras -aspiración
esclarecida por la idea libertaria-, de tomar efectivamente
en sus manos su propio destino y de conducir la construcción
de un mundo nuevo. Obrero inteligente e instruido, ha meditado
profundamente sobre la esencia del movimiento y ha sabido oponerla a
la ideología de las otras fuerzas, de los otros movimientos y
corrientes. En fin, ha estudiado cuidadosamente todos los documentos
del machnovismo. Mejor que otro cualquiera, tuvo los medios de tratar
críticamente todos los informes y datos, de separar lo
esencial de lo accidental, lo peculiar de lo intrascendente, lo
fundamental de lo secundario.
Todo
esto le ha permitido profundizar y esclarecer de modo brillante -a
pesar de las condiciones más adversas y de la pérdida
reiterada de manuscritos, de materiales y de documentos- uno de los
episodios más originales y más significativos de la
revolución rusa.
En
lo que concierne al fondo esencial del machnovismo, la obra lo pone
magistralmente de relieve. Al mismo tiempo, el término mismo
machnovismo recibe,
bajo la pluma del autor, un sentido muy amplio, casi ejemplificador.
El autor se refiere con este término a un particular
movimiento de trabajadores, original e independiente, revolucionario
y clasista, que aparece en el gran escenario de la historia y que se
hace poco a poco consciente de sus propios derroteros y fines. El
autor considera el machnovismo como una de las primeras y más
notables manifestaciones de las clases trabajadoras y lo opone como
tal a las otras fuerzas y movimientos de la revolución. Se
deduce de esto que el término machnovismo
no es sino fortuito. Sin Machno, el movimiento hubiera existido
igual, porque hubieran existido las fuerzas vivas, las masas que lo
crearon y lo desarrollaron, y que llevaron a Machno al frente sólo
como un jefe militar cuya capacidad era necesaria. La esencia del
movimiento habría sido la misma aunque su nombre hubiera sido
otro y su teoría expresada con mayor o menor precisión.
La
individualidad y el rol de Machno son delineadas perfectamente en
esta obra.
Las
relaciones entre el movimiento machnovista y las diferentes fuerzas
enemigas -la contrarrevolución, el bolchevismo- están
descriptas de una manera exhaustiva. Las páginas dedicadas a
los diversos momentos de la lucha heroica del machnovismo contra esas
fuerzas son vivas y conmovedoras.
Lo
más importante y meritorio de la presente obra es lo
siguiente:
1º.
El
autor demuestra, con datos irrefutables, la falsedad de la opinión
de quienes no vieron -y no ven todavía- en el machnovismo más
que un peculiar episodio militar, una acción guerrillera
audaz, con todos los defectos y toda la esterilidad del militarismo.
(Justamente sobre esta opinión errónea fundaron muchos
su actitud negativa frente al movimiento machnovista). Con la mayor
precisión, provisto de datos concretos, el autor despliega
ante nuestros ojos el cuadro de un movimiento libre, penetrado por
ideales profundos, esencialmente creador y organizador -no obstante
su brevedad-, un movimiento de vastas masas trabajadoras, que
formaron sus fuerzas militares estrechamente unidas a su vida, sólo
con el fin de defender su revolución y su libertad. Un
prejuicio muy difundido sobre el machnovismo ha sido derribado de
este modo.
Hay
que notar que si algo reprocha el autor seriamente al machnovismo, es
justamente haber despreciado el aspecto militar y estratégico.
En el capítulo sobre los errores de los machnovtzi,
afirma que si éstos hubiesen organizado a tiempo una guardia
segura de las fronteras, la revolución en Ucrania primero, y
la revolución general después, habrían podido
desenvolverse mejor. Si el autor tiene razón, entonces se
podría relacionar la suerte del machnovismo con la de otros
movimientos revolucionarios del pasado sobre los cuales los errores
militares tuvieron igualmente repercusiones fatales. En todo caso,
llamamos particularmente la atención de los lectores sobre
este punto que puede dar lugar a reflexiones muy útiles.
2º.
La
independencia verdadera y completa del movimiento -que fue consciente
y enérgicamente defendida de todas las fuerzas enemigas- está
en este libro claramente delineada.
3º.
La
conducta de los bolcheviques y del poder soviético hacia el
machnovismo está demostrada de una manera clara y precisa. Se
ha dado un golpe fulminante a todas las invenciones y justificaciones
de los comunistas. Todas sus maquinaciones criminales, todas sus
mentiras, todo su fondo contrarrevolucionario, han sido puestos al
desnudo. Se podría poner como epígrafe a esta parte del
libro las palabras escapadas una vez al jefe de la sección de
operaciones secretas de la Cheka,
Samsonoff (durante mi detención, al ser llamado a comparecer
ante el juez de instrucción
para el interrogatorio). Cuando yo le hice notar que consideraba la
conducta de los bolcheviques hacia Machno -en la época de su
tratado con él- como traidora, Samsonoff replicó
vivamente: ¿Llama Ud. a eso traición? En
nuestra opinión eso no demuestra sino que somos estadistas muy
hábiles: mientras Machno nos fue útil, supimos
explotarlo; cuando nos resultó inútil, supimos
destruirlo.
4º.
Muchos
revolucionarios sinceros consideran al anarquismo como una fantasía
idealista y justifican el bolchevismo como la única realidad
posible, inevitable en el desenvolvimiento de la revolución
social mundial. Además, consideran que marca una etapa en esa
revolución, de suerte que los aspectos sombríos del
bolchevismo parecen poco importantes y hallan justificación
histórica.
La
presente obra da un golpe mortal a esa concepción. Establece
dos puntos cardinales: a) las aspiraciones anarquistas aparecieron en
la revolución rusa -en tanto ésta se mostró como
una verdadera revolución de las masas trabajadoras-, no como
una dañosa utopía de soñadores, sino como un
movimiento revolucionario de masas, concreto y real; b) como tal ha
sido premeditada, feroz y vilmente aplastada por el bolchevismo.
Los
hechos expuestos en este libro demuestran claramente que la realidad
del bolchevismo es en esencia la misma del zarismo. Confirman de
manera concreta y clara, y contraponen a la realidad
del bolchevismo la profunda lealtad y la realidad del anarquismo
-como única ideología verdadera revolucionaria de las
clases trabajadoras-, y privan al bolchevismo de toda sombra de
justificación histórica.
Volín
NOTA
BIOGRÁFICA
Siempre
he sido del parecer que para comprender bien una obra, un movimiento
de ideas o una acción es indispensable conocer al autor o los
protagonistas: por lo tanto habiendo tenido la suerte de haber
trabajado algunos años con Néstor Machno en la difusión
de las ideas que nos son comunes, considero que no es superfluo
trazar una brevísima historia de su vida, no antes o durante
la revolución, porque esta se encuentra en el presente
trabajo, o también en el libro del mismo Machno publicado con
el título La revolución rusa en Ucrania, sino a partir
del momento en el cual una vez dejada la acción de combatiente
de primera línea, se transformó en simple militante.
Esta parte de su vida tiene importancia como las otras dado que de
ella se podrá observar, documento irrebatible, cuantas han
sido las mentiras y las calumnias difundidas sobre él,
especialmente por los bolcheviques, que lo consideraron en Ucrania y
fuera de ésta uno de sus mayores adversarios.
De
Jefe guerrillero se
tornó militante sin pretensiones ni derechos mayores que los
de cualquier otro, aún cuando había agotado la mejor
parte de su vida entre la cárcel y una larga y cruenta lucha
contra las reacciones de derecha e izquierda, militante como tantos
otros miles, de un ideal que trató siempre de defender con
toda su fuerza y sus capacidades. Abandonadas las armas de la lucha
abierta, se dedicó -después del trabajo cotidiano para
ganarse el pan, cuando la enfermedad y el tormento de las heridas la
permitían- al humilde deber del propagandista, con la
tenacidad propia de su carácter y con la experiencia adquirida
durante la revolución.
Machno
no había estado nunca en Europa. Su vida había
transcurrido, hasta 1921, en la lucha armada para dar al pueblo las
condiciones necesarias para forjarse una existencia nueva. Solamente
cuando, derrotado, herido y gravemente enfermo, tuvo que abandonar
Ucrania para refugiarse en el exterior, entró en contacto con
el occidente, con la manera de pensar y de luchar de viejos
anarquistas como Malatesta, Sebastian Faure, Rudolf Rocker y Luiggi
Fabbri, con los cuales mantuvo largas y apasionadas discusiones sobre
el modo de conducir la lucha revolucionaria, discusiones que hemos
señalado en otras oportunidades.
Dejada
Ucrania, se refugió en Rumania, donde fue inmediatamente
encerrado en un campo de concentración. Pudo después
huir a Polonia donde no encontró mejor suerte. Es más,
en este lugar, después de algunas proposiciones emanadas del
Ministerio de Guerra a través de un enviado especial para que
se adhiriera al régimen vigente en Polonia, lo que le habría
asegurado un cierto bienestar, optó por una rotunda negativa,
seguida de un pedido para poder dejar el país y poder
dirigirse a Checoslovaquia o Alemania. Su posición cambió
imprevistamente, de simple internado con tratamiento soportable, pasó
a la de detenido. Encerrado en la cárcel, rigurosamente
vigilado, se vio acusado de alta traición
por acuerdos y contactos con representantes y agentes de la
delegación soviética de Varsovia, que tenía el
objeto de organizar una sublevación en Galitzia, separar esta
provincia de Polonia, y cederla a Rusia.
La
trama se vio enseguida. Estaba cosida con el hilo blanco de la
provocación en la cual habían trabajado agentes
soviéticos, policías y jueces complacientes. Toda la
acusación se basaba sobre la confesión de un cierto
Krasnovolski, quien después de haber estado junto a los
machnovistas internados en Rumania (donde en vano había
tentado ganarse la confianza de Machno) logró encontrarse a su
lado también en Polonia, para actuar en su contra.
Arrestado
después de un simulado intento de fuga del campo de
concentración, Kranovolski afirmó llevar, por orden de
Machno, documentos a un agente bolchevique de Varsovia. El examen de
los documentos demostró la existencia de un complot contra la
República polaca, del cual Machno era el creador e inspirador.
Estaba claro que se trataba de hacer todo lo posible para que el gran
revolucionario estuviera en condiciones de ser eliminado.
Difundida
la noticia, los ambientes revolucionarios y anarquistas de todo el
mundo, iniciaron una vasta agitación que pronto dio sus
frutos. La trama no resistió y el Tribunal al cual Machno
había sido confiado, no pudiendo encontrar elementos ni
documentos suficientes para condenarlo, y después de casi un
año y medio de cárcel, lo puso en libertad; y
finalmente pudo, no sin otras dificultades, dejar Polonia en julio de
1924 y dirigirse a Danzig.
Aquí
fue hecho prisionero y después de pocas semanas se lo conminó
a dejar inmediatamente la ciudad. No pudiéndolo hacer por
falta de documentos, fue enviado nuevamente a un campo de
concentración. Nuevas protestas y agitaciones en Europa, hasta
que después de numerosas peripecias Machno logró llegar
a Alemania y después a Francia. En París encontró
a viejos compañeros de lucha: Volin, Archinoff y otros, pero
encontró también nuevos problemas y nuevas
obligaciones.
En
París Machno pudo al fin reunirse con su compañera (que
pronto lo abandonó y regresó a Rusia), y sobre todo
reencontrar a su hija, nacida durante su prisión en Polonia.
Aunque
enfermo, para vivir tuvo que realizar un trabajo manual en un pequeño
taller de Belleville (en la calle Villette). Después, no
pudiendo resistir el rigor de ese trabajo, se empleó como
ordenanza en lo de un comerciante amigo. Este trabajo, otorgábale
más libertad, lo que le permitió dedicarse a la
redacción de sus Memorias, y a la continuación del
folleto El ABC del anarquismo revolucionario. Además tenía
que responder a los numerosos detractores que a cada momento trataban
de enlodarlo. Sobre todo se le hacía con insistencia la
acusación de haber provocado los atentados antisemitas. Al
respecto escribió mucho. Un documento de grandísima
importancia es el que redactó en octubre de 1927, mientras
tenía lugar en París el proceso contra el libertario
Schwarzbard, que había matado al general ucraniano Petliura,
quien durante su dominación en Ucrania había organizado
las persecuciones antisemitas más feroces.
El
documento a que aludimos estaba precedido por una carta al famoso
abogado Henry Torres, la cual decía:
Protesto
enérgicamente contra la acusación en mi contra y para
apoyar mi protesta adjunto un documento, el cual le ruego hacer
conocer al auditorio ante el cual fui acusado de un crimen
abominable: los pogrom. Este documento refuta completamente las
calumnias de las cuales fui víctima y de las cuales se sirvió
al abogado Campinchi en tan grave circunstancia. Los trabajadores
ucranianos -judíos y no judíos- saben perfectamente que
el movimiento al frente del cual estuve por varios años, era
un movimiento social revolucionario que tendía, no a dividir a
los trabajadores de distintas razas -todos explotados y oprimidos por
igual-, sino a unirlos en una acción común contra sus
opresores. El espíritu que animaba a los pogrom petliuristas
era completamente ajeno al movimiento, y los pogrom no formaron nunca
parte de nuestra acción. La vanguardia de este movimiento
estaba formada por el ejército de los insurrectos
revolucionarios que habían tomado el nombre de Machnovistas y
este ejército comprendía una gran cantidad de judíos.
El regimiento de Guliai-Polé tenía una compañía
de 200 hombres, formada exclusivamente por trabajadores judíos.
Además existía una batería de cuatro escuadrones
donde todos, comandantes y soldados, eran judíos. Otros
trabajadores judíos prefirieron, en lugar de entrar en
unidades especiales, incorporarse a divisiones mixtas, pero todos
eran a la par combatientes libres y enrolados voluntariamente en el
ejército revolucionario y todos lucharon lealmente con
nosotros por la causa de los trabajadores. Estos insurrectos judíos
estuvieron bajo mis órdenes, no por meses sino por años.
Ellos podrían testimoniar sobre la actitud que el ejército,
su Estado Mayor, y yo mismo, tuvimos frente al antisemitismo y a los
pogrom que el antisemitismo provocó. Cada tentativa de
organizar un pogrom o un saqueo fue siempre sofocado de raíz y
fusilados los culpables en el lugar.
El
documento contiene muchas afirmaciones importantes que en parte se
encuentran también en el presente libro, donde se trata el
problema judío, pero era necesario señalar la actividad
de Machno durante su estadía en París, dado que la
prensa bolchevique en particular y sus vecinos habían
insistido con falsedades de todo tipo sobre el carácter
antisemítico de las formaciones voluntarias machnovistas, y
del mismo Machno, los que habían afirmado que una de sus
mayores actividades había sido la de provocar estragos en la
colectividad judía.
En
otras oportunidades Machno fue obligado a publicar aclaraciones y
rectificaciones, una de las cuales es importantísima porque
responde punto por punto a todos sus detractores, y es la dirigida a
Aux juífs de tous les pays.
El
encarnizamiento con que los representantes del gobierno de Moscú
se ensañaron, primero con las armas, después con la
calumnia y la traición, contra este adversario, explica muy
bien el peligro que él representaba para ellos. Pero la verdad
siempre logra afirmarse por encima de las pasiones y los odios. Hasta
el eminente historiador ruso M. Cerikover, que además de ser
un historiador es un hombre sincero y honesto, judío él
también, quien se ocupó ampliamente y en particular de
los pogrom antisemitas en su país, afirma: no haber nunca
encontrado una prueba material de un pogrom llevado a cabo por el
ejército machnovista.
No
teniendo una profesión se tuvo que dedicar aun trabajo manual,
con todo lo que eso significaba para él que, enfermo de los
pulmones y atormentado por las heridas, sufría una fatiga casi
insoportable. Sólo más tarde, empujado y ayudado por
los amigos, pudo dedicar todo su tiempo a la redacción de las
Memorias que debían comprender cuatro o cinco volúmenes.
De
esta obra de largo alcance, que como pareciera de las intenciones del
autor tendría que haber alcanzado las mil páginas,
Machno pensaba obtener cómo y de qué vivir,
humildemente, como estaba habituado, sin necesidad de continuar
arruinándose la salud trabajando de changador. En lugar de eso
no sobrevinieron para él sino años de miseria.
Imposibilitado para el trabajo, debatiéndose continuamente en
las peores dificultades económicas, no lograba obtener la
tranquilidad para seguir con vigor su importante obra, que tendría
que haber aparecido a razón de dos volúmenes por año.
Por
otra parte, él era hombre de acción más que de
pensamiento, animador más que creador. Su vida en Francia no
podía sino desenvolverse en la forma insignificante como se
desenvolvía. Siempre luchando con la miseria y con la policía,
que de tanto en tanto lo citaba advirtiéndole los peligros de
una eventual expulsión si no abandonaba toda actividad
política. Esta vida de privaciones, de continuas
preocupaciones, no podía sino agravar la enfermedad de los
pulmones que había contraído en la prisión, a
tal punto que no obstante los cuidados y la ayuda de los compañeros,
fue empeorando continuamente.
En
el año 1934 fue internado en el Hospital Tenon, de París,
donde murió el 25 de julio, cuando sólo tenía 45
años, sin haber tenido tiempo de finalizar las Memorias que
eran la meta de su vida, y que nos habrían mostrado una de las
más interesantes e inéditas páginas de la
revolución rusa.
Ugo
Fideli
CAPÍTULO
I
LA
DEMOCRACIA Y LAS MASAS TRABAJADORAS EN LA REVOLUCIÓN RUSA
No
existe en la historia del mundo una sola revolución que haya
sido realizada por el pueblo trabajador en su propio interés,
es decir, en beneficio de los obreros de las ciudades y de los
campesinos pobres, de las masas explotadas. La fuerza principal de
todas las grandes revoluciones han sido los trabajadores, capaces de
soportar por su triunfo los más grandes sacrificios. Pero los
guías, los organizadores de los medios, los ideólogos
de la revolución fueron, invariablemente, no los obreros y los
campesinos, sino elementos marginales, extraños, generalmente
intermediarios entre la clase dominante de la época moribunda
y el proletariado naciente de las ciudades y los campos.
Es
siempre la descomposición del viejo régimen, del viejo
sistema de Estado, acentuado por el impulso de las masas esclavas
hacia la libertad, lo que hace surgir y desarrolla esos elementos. Y
es por causa de sus cualidades particulares de clase y su pretensión
al poder por la que adoptan una posición revolucionaria frente
al régimen político agonizante, y se convierten
fácilmente en guías de los oprimidos, en conductores de
los movimientos populares. Pero al organizar la revolución, al
dirigirla bajo el símbolo y el pretexto de los intereses de
los trabajadores, sólo persiguen sus mezquinos intereses de
grupo o de casta. Aspiran a utilizar la revolución para
asegurar sus privilegios.
Así
pasó en la revolución inglesa, en la gran revolución
francesa y en las revoluciones francesas y alemanas de 1848. Así
sucedió en todas las revoluciones en que el proletariado
vertió a torrentes su sangre en la lucha por la libertad. Sólo
los jefes y los políticos recogieron los frutos de tanto
esfuerzo y de tanto sacrificio -y explotaron en su propio beneficio y
a espaldas del pueblo-, los problemas y los fines de la revolución.
En
la gran revolución francesa los trabajadores hicieron
esfuerzos y sacrificios sobrehumanos por triunfar. Pero, ¿los
políticos de esa revolución fueron hijos del
proletariado? ¿Luchaban por sus aspiraciones: libertad,
igualdad? De ningún modo. Danton, Robespierre, Camilo
Desmoulins y todas las cabezas de la revolución eran
esencialmente representantes de la burguesía liberal de la
época. Luchaban por una estructura burguesa de la sociedad,
que no tenía nada en común con las ideas de libertad y
de igualdad de las masas populares de Francia en el siglo XVIII.
Fueron y son, sin embargo, considerados los jefes de la revolución.
¿En
1848, la clase obrera francesa -que había brindado a la
revolución tres meses de heroicos esfuerzos, de miseria, de
privaciones y de hambre- obtuvo esa República social que le
habían prometido los dirigentes? Sólo obtuvo esclavitud
y exterminio: el fusilamiento de 50.000 obreros de París,
cuando intentaron rebelarse contra quienes los habían
traicionado.
En
todas las revoluciones los obreros y campesinos sólo
consiguieron esbozar sus aspiraciones fundamentales, formar apenas su
corriente, que fue en principio desnaturalizada y después
liquidada por los meneurs
de la revolución, más inteligentes, más astutos
y más instruidos. Las conquistas más importantes que
los obreros obtenían en estas revoluciones, como el derecho de
reunión, de asociación, de prensa, o el derecho de
darse gobernantes, duraron poco tiempo, el necesario para que el
nuevo régimen se consolidase. Después, la masa volvió
a su antigua condición de sometimiento.
Sólo
en los movimientos profundos, de abajo, como la revuelta de Ratzin y
las insurrecciones revolucionarias de campesinos y obreros de los
últimos años, el pueblo dirige el movimiento y le
comunica su esencia y su forma. Pero esos movimientos, habitualmente
acogidos con frialdad por la parte de la humanidad
pensante, no han vencido en
ningún país. Además, se distinguen netamente de
las revoluciones dirigidas por los grupos o partidos políticos.
Nuestra
revolución rusa es, sin duda, y hasta el presente, una
revolución política que realiza con fuerzas populares
intereses extraños al pueblo. El hecho fundamental de esta
revolución después de los sacrificios, sufrimientos y
esfuerzos revolucionarios de obreros y campesinos, fue la toma del
poder político, por un grupo intermedio, la intelligentzia
socialista revolucionaria o democracia socialista.
Se
ha escrito mucho sobre esa intelligentzia
socialista, rusa e internacional. Generalmente fue elogiada y llamada
portadora de ideales humanos superiores, luchadora de la verdad.
Algunas veces, fue criticada. Todo lo que se dijo y escribió
sobre ella, lo bueno y lo malo, tiene un defecto esencial: es ella
misma la que se definió, criticó y alabó. Para
el espíritu independiente de obreros y campesinos, ese método
no es de ningún modo persuasivo y no puede tener peso en sus
relaciones, en las cuales, el pueblo no tendrá en cuenta más
que los hechos. Ahora bien, el hecho real, incontestable en la vida
de la intelligentzia
socialista, es que gozó siempre de una situación social
privilegiada.
Viviendo
en los privilegios, el intelectual se convierte en privilegiado, no
sólo socialmente, sino también sicológicamente.
Todas sus aspiraciones espirituales, lo que entiende por su idea
social, encierran infaliblemente
el espíritu del privilegio de casta. Ese espíritu se
manifiesta en todo el desenvolvimiento de la intelligentzia.
Si tomamos la época de los decabristas, como principio del
movimiento revolucionario de la intelligentzia,
al pasar consecutivamente por las etapas de ese movimiento, el
narodnitschestvo y el narodavoltchestvo, el marxismo, en una palabra,
el socialismo en todas sus ramificaciones, hallamos siempre ese
espíritu de privilegio de casta claramente expresado.
Por
más elevado que parezca cierto ideal social, si lleva en sí
privilegios por los que el pueblo deberá pagar con su trabajo
y sus derechos, no es ya la verdad completa. Ahora bien, un ideal
social que no ofrece al pueblo la verdad completa es, sólo por
ésto, mentira. Y es precisamente tal mentira la ideologia de
la intelligentzia
socialista, y la intelligentzia
misma, y sus relaciones con el pueblo están determinadas por
este hecho.
El
pueblo no olvidará ni perdonará que, especulando con
sus condiciones miserables de trabajo y su falta de derechos, se
mantenga una casta social privilegiada que además se esfuerza
por conservarse en la nueva sociedad.
El
pueblo es una cosa; la democracia y su ideología socialista es
otra. Él llega al pueblo, prudente y sagazmente.
Ciertamente,
naturalezas heroicas aisladas, como Sofía Perowskaia, se
colocan por encima de las bajas cuestiones de privilegios, propias
del socialismo. Este fenómeno no procede de una doctrina
democrática o de clase; es de orden psicológico o
ético. Estas naturalezas son flores de la vida, que embellecen
el género humano.
Se
inflaman en la pasión de la verdad, se entregan y se consagran
completamente al servicio del pueblo y, por sus existencias
ejemplares, hacen resaltar aún más la falsedad de
ciertas ideologías socialistas.
El pueblo no las olvidará nunca y abrigará hacia ellas
un gran amor en su corazón.
Las
vagas aspiraciones políticas de la intelligentzia
rusa en 1825 se erigieron medio siglo más tarde en un sistema
socialista de estado y la intelligentzia
misma se convirtió en una agrupación social y
económicamente definida: la democracia socialista. Sus
relaciones con el pueblo se fijaron definitivamente; el pueblo marcha
hacia su autodirección civil y económica; la democracia
trata de ejercer el poder sobre el pueblo. La alianza entre ambos no
puede celebrarse sino a través de imposiciones y violencia;
nunca de un modo natural, por la fuerza de una comunidad de
intereses. Estos dos elementos son hostiles.
La
idea del Estado, de una dirección de las masas por la
coerción, fue siempre propia de individuos en quienes está
ausente el sentimiento de la igualdad y en quienes domina el egoísmo
de individuos para quienes el hombre es un ser torpe, sin voluntad,
iniciativa ni conciencia, incapaz de gobernarse a sí mismo.
Esta
idea fue siempre característica de los grupos privilegiados
que dominan al pueblo trabajador: los estratos patricios, la casta
militar, la nobleza, clero, burguesía industrial y comercial.
El socialismo de Estado moderno no se ha mostrado por casualidad
servidor celoso de la misma idea. El socialismo estatista es la
ideología de una nueva casta de dominadores. Si observamos
atentamente a los partidarios del socialismo de Estado veremos que
poseen aspiraciones centralistas y se consideran el centro que ordena
y dirige a la masa. Este rasgo psicológico del socialismo de
Estado y de sus adictos es la continuación de los grupos
dominadores antiguos, extinguidos o en vías de extinguirse.
El
segundo hecho destacable de nuestra revolución es que los
obreros y los campesinos han permanecido en la situación
anterior de clases trabajadoras,
productores dirigidos por el poder superior. La llamada construcción
socialista, que se lleva a cabo en Rusia, el aparato estatal de
dirección del país, la creación de nuevas
relaciones sociales y políticas, no es más que la
edificación de una nueva clase dominante sobre los
productores: el establecimiento de un nuevo poder socialista entre
ellos. El plan de esta dominación, fue elaborado durante años
por los líderes de la socialdemocracia, y conocido antes de la
revolución rusa con el nombre de Colectivismo.
Ahora se llama sistema soviético.
Se
realiza por primera vez sobre la base del movimiento revolucionario
de los obreros y campesinos rusos. Es el primer intento de la
socialdemocracia para establecer en un país su dominación
del Estado por la fuerza de la revolución. Como primer intento
por otra parte sólo de un sector de la democracia, el más
activo, el más revolucionario y de más iniciativa: su
ala izquierda comunista sorprendió a la democracia por su
espontaneidad y por sus formas brutales la dividió, en los
primeros tiempos, en varios grupos enemigos. Algunos de estos grupos
(los mencheviques, los socialistas revolucionarios) consideraban
prematura y arriesgada la introducción del comunismo en Rusia.
Continuaban esperando llegar a la dominación del Estada en el
país por la vía llamada legislativa y parlamentaria, es
decir, por la conquista de la mayoría de las bancas en el
parlamento con los votos de los campesinos y de los obreros. Sobre
este desacuerdo entraron en discusión con sus camaradas de
izquierda, los comunistas. Este desacuerdo no es más que
accidental, temporal y poco profundo. Se generó por un
malentendido, por la incomprensión de la parte más
vasta y tímida de la democracia, sobre el sentido de la
revolución realizada por los bolcheviques. Tan pronto como la
democracia comprende que el sistema comunista no sólo no le
aporta nada malo, sino que, por el contrario, le deja entrever
ventajas y empleos importantes en el nuevo Estado, todas las
discusiones y desacuerdos entre las diversas fracciones de la
democracia desaparecerán y ésta marchará bajo la
dirección del partido comunista unificado.
Actualmente
observamos un cambio de la democracia en este sentido. Una serie de
grupos y de partidos, entre nosotros y en el extranjero, se asocian a
la plataforma soviética.
Grandes partidos políticos de los diferentes países,
que eran, todavía en los últimos tiempos, los
principales participantes de la Segunda Internacional y que luchaban
desde allí contra el bolchevismo, se aprestan ahora para la
Internacional comunista y se acercan a la clase obrera bajo el
estandarte comunista de la dictadura del proletariado
como programa.
Pero
igual que las grandes revoluciones precedentes, en que lucharon
obreros y campesinos, nuestra revolución ha puesto de relieve
una serie de aspiraciones independientes y naturales de los
trabajadores en su lucha por la libertad y la igualdad. Nuestra
revolución, pues, ha tenido corrientes populares originales.
Una
de esas corrientes, la más poderosa, la más brillante
es la machnovista. Durante tres años intentó abrir en
la revolución un camino por el cual los trabajadores de Rusia
pudieran llegar a la realización de sus aspiraciones seculares
de libertad e independencia. A pesar de las encarnizadas tentativas
del poder para obstaculizar y desnaturalizar esta corriente, continuó
viviendo, difundiéndose, combatiendo en varios frentes de la
guerra civil, asestando golpes a sus enemigos, y llevando la
esperanza de la revolución a obreros y campesinos de la Gran
Rusia, del Cáucaso y de Siberia.
El
éxito rápido y continuo del machnovismo se explica por
el hecho de que una parte de los obreros y de los campesinos rusos
conocían en cierta medida la historia de las revoluciones de
los otros pueblos y los movimientos revolucionarios de sus abuelos y
podían apoyarse en sus experiencias. Surgieron entre ellos
personalidades que supieron hallar, formular y atraer la atención
de las masas sobre los aspectos más esenciales del movimiento
revolucionario, contraponiéndolos a los fines políticos
de la democracia y que supieron defender con dignidad, perseverancia
y talento.
Antes
de pasar a la historia del movimiento machnovista, es necesario hacer
notar que, al llamar a la revolución rusa la revolución
de octubre, se confunden a
menudo dos fenómenos diferentes: la palabra de orden, bajo la
cual las masas hicieron la revolución, y el resultado de esa
revolución.
Las
palabras de orden del movimiento de octubre de 1917 eran: Las
fábricas a los obreros. La tierra a los campesinos. El
programa social y revolucionario de las masas se resumía en
esas palabras breves, pero profundas por su sentido: aniquilamiento
del capitalismo, supresión del asalariado, de la esclavitud
impuesta por el Estado, y organización de una vida nueva
basada sobre la autogestión de los productores.
En
realidad, la revolución de octubre no cumplió de ningún
modo ese programa. El capitalismo no ha sido destruido sino
reformado. El asalariado y la explotación de los productores
quedan en pie. Y en cuanto al nuevo aparato estatal, no oprime menos
a los trabajadores que el aparato estatal del capitalismo. No se
puede pues llamar revolución de octubre
más que en un sentido preciso y estrecho, el de la realización
de los fines y problemas del partido comunista.
La
conmoción de octubre no es más que una etapa en la
marcha general de la revolución rusa, lo mismo que la de
febrero-marzo de 1917. El partido comunista aprovechó las
fuerzas revolucionarias del movimiento de octubre para sus propios
fines y este acto no representa toda nuestra revolución. El
proceso general de la revolución comprende una serie de
corrientes que no se detuvieron en octubre, sino que fueron más
lejos, hacia la realización de los problemas históricos
de obreros y campesinos: la comunidad trabajadora, igualitaria y no
estatal. El octubre
actual prolongado y ya consolidado deberá dejar el puesto
indudablemente a una etapa ulterior popular de la revolución.
En caso contrario, la revolución rusa, como todas las
precedentes, no habrá sido más que un cambio, un
traspaso de poder.
CAPÍTULO
II
LA
REVOLUCIÓN DE OCTUBRE EN LA GRAN RUSIA Y EN UCRANIA
Para
comprender claramente la marcha de la revolución rusa es
necesario detenerse en la propaganda y en el desenvolvimiento de las
ideas revolucionarias entre obreros y campesinos durante el período
de 1900 a 1917, así como en el papel de la revolución
de octubre en la Gran Rusia y en Ucrania.
A
partir de 1900-1905, la propaganda revolucionaria entre obreros y
campesinos fue realizada por los partidarios de dos doctrinas
principales, el socialismo de Estado y el anarquismo.
El
primero era difundido por varios partidos demócratas,
ejemplarmente organizados: los bolcheviques, los mencheviques, los
socialistas revolucionarios y otras corrientes políticas de la
misma tendencia.
El
anarquismo no contaba más que con algunas agrupaciones poco
numerosas que, por otra parte, no veían con suficiente
claridad la actitud que debían asumir en la revolución.
El campo de la propaganda y de la educación política
fue casi totalmente conquistado por la democracia. Ésta
adecuaba a las masas en el sentido de sus programas e ideales
políticos. La institución de la República
democrática está en ellos a la orden del día; la
revolución política, he aquí el medio para
realizarla.
El
anarquismo, por el contrario, rechazaba la democracia como una de las
formas del estatismo, rechazaba también la revolución
política como medio de acción. Para los anarquistas, la
obra de los obreros y campesinos debía ser la revolución
social, y en ese sentido, se dirigía a las masas. Era la única
doctrina que reclamaba la destrucción completa del capitalismo
en nombre de una sociedad de trabajadores libre y sin Estado. Pero
como no disponía más que de un número
restringido de militantes y no poseía un programa concreto
para el día siguiente de la revolución, el anarquismo
no pudo difundirse ampliamente y arraigar en las masas como teoría
social y política determinada. No obstante, como no actuaba
nunca hipócritamente frente a ellas, enseñándoles
que se podía encontrar la muerte en la lucha, despertó
en la masa trabajadora gran número de luchadores, muchos de
ellos mártires de la revolución social. Las ideas
anarquistas resistieron la larga prueba de la reacción zarista
y arraigaron en el alma de algunos trabajadores aislados de ciudades
y campos como el más alto ideal social y político.
Siendo
el socialismo de Estado el hijo natural de la democracia, dispuso
siempre de enormes fuerzas intelectuales: profesores, estudiantes,
médicos, abogados, periodistas, que bien eran comunistas
declarados o simpatizaban fuertemente con esa doctrina. Gracias pues
a sus fuerzas numerosas, el socialismo estatista logró siempre
atraer una parte considerable de los trabajadores, aunque los llamase
a la lucha por los ideales de la democracia, que ellos no comprendían
o despreciaban.
A
pesar de esto, en el momento de la revolución de 1917, el
interés y el instinto de clase se impusieron y arrastraron a
los obreros y a los campesinos hacia sus fines directos: la conquista
de la tierra, talleres y fábricas.
Cuando
estos objetivos fueron claramente comprendidos por la masa, lo que en
realidad había sucedido mucho antes de la revolución de
1917, una parte de los marxistas, principalmente su ala izquierda,
los bolcheviques, abandonó rápidamente sus posiciones
abiertamente democrático-burguesas, lanzó palabras de
orden que se adaptaban a las aspiraciones de los trabajadores, y en
los días de la revolución marchó con las masas
insurrectas, tratando de adueñarse de su movimiento. Y
nuevamente, debido a las considerables fuerzas intelectuales que
componían las filas del bolchevismo y también gracias a
las palabras de orden socialista que sedujeron a las masas, el
triunfo fue una vez más de la socialdemocracia.
Hemos
indicado más arriba que la revolución de octubre se
forjó a la luz de dos frases de poderoso contenido: ¡Las
fábricas a los obreros! ¡La tierra a los campesinos!
Los trabajadores les daban un sentido sencillo, sin reservas. Según
ellos, la revolución debía colocar la economía
industrial del país a disposición y bajo la dirección
de los campesinos. El espíritu de justicia y de autonomía
comprendido en estas palabras de orden arrastró tanto a las
masas que su parte más activa estuvo dispuesta al día
siguiente de la revolución a emprender la organización
de la vida sobre la base de tales fórmulas. En diferentes
ciudades, las uniones profesionales y los comités de fábrica
tomaron la administración de las empresas y de las
mercaderías, expulsaron a los propietarios y a los patrones,
establecieron ellos mismos las tarifas, etc. Pero todos estos
intentos chocaron con la resistencia férrea del partido
comunista, que se había convertido en el partido gobernante.
Este
partido, que marchaba al lado de la masa revolucionaria, que adoptaba
palabras de orden extremistas, a menudo anarquistas, cambió
bruscamente su actitud tan pronto como logró apoderarse del
poder, una vez que el gobierno de coalición fue derrotado. La
revolución, como movimiento de los trabajadores bajo las
palabras de orden de octubre, había terminado desde entonces
para éste. El enemigo esencial de los trabajadores -la
burguesía industrial y agraria- está, decía,
vencida; el período de destrucción, de lucha contra el
régimen capitalista acabó; el período de la
creación comunista, el de la edificación proletaria
comienza. La revolución debe, pues, efectuarse ahora mediante
los órganos del Estado solamente. Prolongar la situación
anterior, cuando los obreros eran dueños de la calle, de los
talleres y de las fábricas y cuando los campesinos, no viendo
ya ningún poder, trataban de arreglar su vida con entera
independencia, implicaba consecuencias peligrosas que podían
desorganizar la gran obra estatista del partido. Era preciso ponerle
fin por todos los medios posibles, incluso la violencia del Estado.
Tal
fue el cambio de frente en la acción del partido comunista
desde que se estableció en el poder.
A
partir de ese momento comenzó a reaccionar tenazmente contra
los propósitos socialistas de las masas obreras y campesinas.
Este cambio de frente en la revolución, este plan burocrático
de su desenvolvimiento ulterior, encierra una afrenta del partido que
no debía su situación más que a las masas
trabajadoras. Era una impostura y una usurpación. Pero la
posición ocupada por el partido comunista en la revolución
era tal que no podía comportarse de otra manera. Cualquier
otro partido que buscase en la revolución la dictadura y la
dominación sobre el país habría obrado de la
misma manera. Antes de octubre
fue el ala derecha de la democracia -los mencheviques y los
socialistas revolucionarios- quien trató de comandar la
revolución. Su diferencia frente a los bolcheviques consistió
en que no tuvo tiempo o no supo organizar el poder y someter a las
masas.
Consideramos
ahora cómo fueron aceptadas la dictadura del partido comunista
y el impedimento de todo desenvolvimiento ulterior a la revolución
al margen de las organizaciones del Estado por los trabajadores de la
Gran Rusia y de Ucrania.
La
revolución para los trabajadores de la Gran Rusia y de Ucrania
fue una misma cosa, pero su estatización por los bolcheviques
fue aceptada diferentemente; en Ucrania con más dificultad que
en la Gran Rusia. Comencemos por esta última.
Antes
y durante la revolución, el partido comunista desplegó
allí una gran actividad entre los obreros de las ciudades.
Durante el período zarista trató (siendo el ala
izquierda de la socialdemocracia) de organizarlos para la lucha en
favor de la República democrática, preparándose
así un ejército seguro en la lucha por sus ideales.
Después
de la caída del zarismo en febrero-marzo de 1917, comenzó
un período en que los obreros y los campesinos no toleraban
plazo alguno. Vieron en el gobierno provisorio un enemigo seguro. Por
eso no esperaron y exigieron sus derechos por medios revolucionarios;
primero sobre la jornada de ocho horas, luego sobre los órganos
de producción y de consumo, y sobre la tierra. El partido
comunista fue en estas jornadas un aliado bien organizado. Es verdad
que por esa unión buscaba sus propios fines: pero la masa lo
ignoraba. La masa veía como un hecho, que el partido comunista
luchaba con ella contra el régimen capitalista. El partido
empleó todo el poder de su organización, su experiencia
política y organizadora, sus mejores militantes en el seno de
la clase obrera y del ejército. Dedicó todas sus
fuerzas a agrupar a las masas alrededor de sus palabras de orden.
Actuaba con demagogia en las cuestiones del trabajador oprimido. Se
adueñaba de las palabras de unión de los campesinos con
relación a la tierra, de las de los obreros con relación
al trabajo libre. Los impulsó hacia una lucha decisiva contra
el gobierno de coalición. Con el tiempo, el partido comunista
se afianzó en las filas de la clase obrera y desarrolló
junto a ella una lucha infatigable contra la burguesía, lucha
que prosiguió hasta las jornadas de octubre. Es pues natural
que los obreros de la Gran Rusia adquirieran el hábito de
considerarlo su más decidido compañero en la lucha
revolucionaria. Esta circunstancia, unida a que los trabajadores
rusos tenían apenas sus propias organizaciones revolucionarlas
de clase y estaban dispersos desde el punto de vista de la
organización, permitieron al partido tomar fácilmente
en sus manos la dirección de los acontecimientos. Y, cuando el
gobierno de coalición fue derribado por las masas de
Petrogrado y de Moscú, era natural que el poder pasara a los
bolcheviques, que habían dirigido el golpe de Estado.
Después
de esto, el partido comunista empleó toda su energía en
organizar un poder firme y en liquidar los diversos movimientos de
las masas obreras y campesinas que continuaban en diferentes lugares
del país tratando de lograr los objetivos fundamentales de la
revolución por la acción directa. Con la hegemonía
que había adquirido en el período pre octubrista,
consiguió todo ello sin mucho esfuerzo. Es verdad también
que numerosas poblaciones fueron saqueadas, y millares de campesinos
asesinados por el nuevo poder comunista,
a causa de su desobediencia y su intención de vivir sin
autoridades. Es verdad que, en Moscú y en gran número
de otras ciudades, el partido comunista, para liquidar las
organizaciones anarquistas en abril de 1918, y más tarde las
de los socialistas revolucionarlos de izquierda, se vio obligado a
servirse de ametralladoras y de cañones, provocando la guerra
civil contra la izquierda.
Pero
en general, por la fe de los obreros de la Gran Rusia en los
bolcheviques después de octubre, logró someter fácil
y rápidamente a las masas a su gobierno y detener el
desenvolvimiento ulterior de la revolución obrera,
reemplazándola por las medidas gubernamentales del partido.
Así se detuvo la revolución en la Gran Rusia.
En
Ucrania este período se desarrolló de diversa manera.
El
partido comunista no poseía allí ni la décima
parte de las fuerzas organizadas que disponía en la Gran
Rusia. Su influencia sobre campesinos y obreros fue siempre
insignificante. La revolución de octubre se produjo mucho más
tarde, en noviembre, diciembre y hasta en enero del año
siguiente. La burguesía nacional local había ocupado el
poder en Ucrania (los petlurovtzi, partidarios de Petlura). Los
bolcheviques la combatían más bien en el orden militar
que revolucionario. Asi, mientras en la Gran Rusia el poder de los
soviets significó al mismo tiempo el poder del partido
comunista, en Ucrania la impopularidad y la impotencia del partido
hizo que el paso del poder a los soviets significase otra cosa. Los
soviets eran reuniones de delegados obreros sin fuerza efectiva, sin
posibilidad de subordinar a las masas. Eran los obreros de las
fábricas y los campesinos en las aldeas quienes tenían
la fuerza real. Pero esa fuerza estaba desorganizada y, por
consiguiente, el peligro de caer bajo la dictadura de un partido
cualquiera sólidamente constituido era una amenaza en todo
momento.
Durante
la lucha revolucionaria en Ucrania, los obreros y campesinos no se
habituaron a tener a su lado una dirección constante e
inflexible como fue el partido comunista en la Gran Rusia. Es por eso
que se desarrolló el profundo sentido de libertad que
caracterizó a los movimientos revolucionarios de las masas
ucranianas.
Un
hecho todavía más importante en la existencia de los
campesinos y obreros de Ucrania eran las tradiciones de la Volnitza,
que se perpetuaban desde los tiempos más lejanos. A pesar del
esfuerzo de los zares, desde Catalina II, para apartar el espíritu
del pueblo ucraniano de todo rastro de la volnitza, esa herencia de
la época guerrera de los siglos XIV a XVI y de los campos
zaparogos, los campesinos de
Ucrania han conservado hasta nuestros días un amor particular
por la independencia.
Se
manifestó en nuestra época en su resistencia tenaz
contra todo poder que trató de someterlos.
El
movimiento revolucionario en Ucrania se caracterizó, entonces,
por dos condiciones que no existían en la Gran Rusia y que
debían influir sobre la índole misma de la revolución
ucraniana: la ausencia de un partido político poderoso y
organizado y el espíritu de la volnitza,
históricamente característico de los trabajadores de
Ucrania. Y, en efecto, mientras que en la Gran Rusia la revolución
había sido estatizada sin dificultad y encuadrada en las
líneas del Estado comunista, esa misma estatización
encontró en Ucrania obstáculos considerables; el
aparato soviético se instauró allí sobre todo
por la violencia, militarmente. Pero un movimiento autónomo de
las masas, sobre todo de las masas campesinas, continuó
desarrollándose paralelamente. Se insinuó ya bajo la
República democrática de Petlura y progresó
lentamente, buscando su camino. Al mismo tiempo, este movimiento
tenía sus raíces en el fondo esencial de la revolución
rusa. Se hizo notar ostensiblemente en los primeros días de la
revolución de febrero. Era un movimiento de las capas más
profundas de los trabajadores, que luchaba por eliminar el sistema
económico de esclavitud y crear un sistema nuevo, basado sobre
la comunidad de los medios y de los instrumentos de trabajo y sobre
el principio de la explotación de la tierra por los
trabajadores.
Hemos
dicho ya que en nombre de esos principios los obreros expulsaban a
los propietarios de las fábricas y remitían la
administración de la producción a sus órganos de
clase: uniones profesionales, comités de fábrica o
comisiones obreras especialmente creadas para este efecto. Los
campesinos se apoderaban de la tierra de los terratenientes y de los
ricos kulaks, y reservaban su usufructo estrictamente para los
trabajadores, esbozando así un nuevo tipo de economía
agrícola.
Esta
práctica de acción revolucionaria directa de los
trabajadores y de los campesinos se desarrolló en Ucrania casi
sin obstáculos durante todo el primer año de la
revolución, y creó una línea de conducta de las
masas precisa y sana.
Cada
vez que el grupo político que ocupaba el poder trataba de
romper tal línea de conducta revolucionaria, los trabajadores
organizaban la oposición armada o encontraban los medios
eficaces para resistir.
Así,
el movimiento revolucionario de los trabajadores en pro de la
independencia social, comenzado en los primeros días de la
revolución, no se debilitó cualquiera que fuese el
poder establecido en Ucrania. No se extinguió tampoco bajo el
bolchevismo que, después de la revolución de octubre,
introdujo su sistema estatal autocrático.
Lo
que había de particular en ese movimiento era el deseo de
realizar en la revolución los fines verdaderos de los
trabajadores, la voluntad de conquistar la independencia completa del
trabajo y la desconfianza hacia los grupos privilegiados de la
sociedad.
A
pesar de todos los sofismas del partido comunista, que trataba de
demostrar que era el cerebro de la clase obrera y que su poder era el
de los trabajadores, todo obrero y campesino que había
conservado el espíritu o el instinto de clase comprendía
que el partido comunista desviaba a los trabajadores de las ciudades
y de los campos de su propia obra revolucionaria, que el poder los
sometía a tutela; el hecho mismo de la organización
estatal era la usurpación de sus derechos a la independencia y
a la libre disposición de sí mismos.
La
aspiración de independencia, de autonomía completa, se
convirtió en el objetivo del movimiento que germinó en
el seno de las masas. Sus pensamientos estaban constantemente
dirigidos hacia esa aspiración por una multitud de hechos y de
vías. La acción estatal del partido comunista sofocaba
esas aspiraciones. Fue precisamente ese modo de obrar, más que
cualquier otro hecho, lo que alertó a los trabajadores sobre
ese orden de ideas, que no toleraba críticas, y los apartó
de él.
Al
principio, el movimiento se limitó a ignorar el nuevo poder y
a realizar actos espontáneos por los cuales los campesinos se
apoderaban de las tierras y de los bienes agrarios. Buscaban su
camino. La ocupación inesperada de Ucrania por los
austro-alemanes colocó a los trabajadores en un ambiente
completamente nuevo y precipitó el desarrollo del movimiento.
CAPÍTULO
III
LA
INSURRECCIÓN REVOLUCIONARIA EN UCRANIA - MACHNO
El
tratado de Brest-Litowsk,
entre los bolcheviques y el gobierno imperial alemán, abrió
las puertas de Ucrania a los austro alemanes. Entraron como señores.
No se limitaron a la acción militar: se inmiscuyeron en la
vida económica y política del país. Su objetivo
era apropiarse de los víveres. Para ello, restablecieron el
poder de los nobles y de los terratenientes derribados por el pueblo
e instalaron el gobierno autócrata del hetman Skoropadsky. En
cuanto a las tropas austro-alemanas que ocupaban Ucrania, eran
sistemáticamente engañadas por sus oficiales sobre la
revolución rusa. Se referían a ella como a una orgía
de fuerzas ciegas que destruía el orden en el país y
que aterrorizaba a la honesta población trabajadora.
De
esta manera se provocaba en los soldados una hostilidad contra los
campesinos y obreros rebeldes que favorecía la acción
desalentadora de los ejércitos austro alemanes.
El
saqueo económico de Ucrania por los austro alemanes, con el
asentimiento y la ayuda del gobierno de Skoropadsky, fue de
proporciones increíbles. Se robaba, se cargaba con todo
(trigo, ganado, aves de corral, materias primas, etc.) en
proporciones tales que los medios de transporte no bastaban.
Como
si hubiesen caído sobre depósitos inmensos destinados
al saqueo, los austríacos y los alemanes se alzaban con todo,
cargando un tren tras otro, rumbo a sus países. Cuando los
campesinos se resistían al saqueo y trataban de no dejarse
arrebatar el fruto de su trabajo, las represalias, la horca, el
fusilamiento se ponían en práctica.
La
ocupación de Ucrania por los austro alemanes es una de las
páginas más trágicas de la historia de la
revolución. A la violencia de los invasores, al saqueo de los
militares, se opuso una reacción feroz por parte de los
terratenientes. El régimen del hetman fue el aniquilamiento de
las conquistas revolucionarias de campesinos y obreros; una vuelta
completa al pasado. Era pues natural que las nuevas condiciones
aceleraran la marcha del movimiento esbozado antes, iniciado bajo
Petlura y los bolcheviques. En todas partes, principalmente en las
aldeas, comenzó la rebelión contra los terratenientes y
los austro alemanes. Fue entonces cuando comenzó el movimiento
revolucionario de los campesinos de Ucrania conocido más tarde
con el nombre de insurrección revolucionaria.
Se
explica muy a menudo el origen de esa insurrección por el
hecho de la ocupación austro alemana y el régimen del
hetman exclusivamente. Esa explicación es insuficiente y por
tanto inexacta. La insurrección tiene sus raíces en los
fundamentos de la revolución rusa; fue una tentativa de los
trabajadores para llevar la revolución hacia un resultado
integral, la verdadera emancipación y la autonomía del
trabajo. La invasión austro alemana y la reacción
agraria no hicieron, pues, más que acelerar su manifestación.
El
movimiento se difundió rápidamente. Los campesinos se
levantaron por todas partes contra los terratenientes, masacrándolos
o expulsándolos, apoderándose de sus tierras y de sus
bienes, sin olvidarse además de los austro alemanes. El hetman
y las autoridades alemanas respondieron mediante represalias
implacables. Los campesinos de las aldeas sublevadas fueron ahorcados
y fusilados en masa; todo su haber incendiado.
En
poco tiempo, centenares de aldeas sufrieron un castigo despiadado de
parte de la casta militar y agraria. Esto sucedía en junio,
julio y agosto de 1918.
Entonces,
los campesinos, fieles al movimiento, se organizaron en compañías
de guerrilleros y recurrieron a la guerra de emboscadas. Como si
hubiese existido una red de organizaciones invisibles, surgió
casi simultáneamente en diferentes lugares una multitud de
destacamentos de guerrilleros que inició sus ataques contra
los terratenientes, sus guardas y sus representantes en el poder.
Habitualmente esos destacamentos, compuestos de 20, 30 y hasta 100
jinetes bien armados, caían bruscamente en la parte opuesta al
lugar en donde se les suponía, sobre una propiedad, sobre la
guardia nacional, exterminaban a los enemigos de los campesinos, y
desaparecían tan rápidamente como se habían
presentado. Todo terrateniente que perseguía a los campesinos,
todos sus fieles servidores eran individualizados por los
guerrilleros y amenazados con ser suprimidos. Cada guardia, cada
oficial alemán estaba condenado a una muerte segura. Estos
hechos, que ocurrían a diario en todos los rincones del país,
debilitaban la contrarrevolución agraria, poniéndola en
peligro, y preparaban el triunfo de los campesinos.
Hay
que notar que al igual que las vastas insurrecciones campesinas
espontáneas, surgidas de los campesinos sin preparación
alguna, tales actos guerreros eran siempre dirigidos por ellos, sin
el socorro ni la dirección de ninguna organización
política. Ese medio de acción, les llevó a
satisfacer por sí mismos las necesidades del movimiento, de
dirigirlo y conducirlo hacia la victoria. Durante toda la lucha
contra el hetman y los terratenientes, en los momentos más
penosos, los campesinos estuvieron solos frente a sus bien
organizados y armados enemigos. Esto tuvo, como veremos después,
gran influencia sobre el carácter de la insurrección
revolucionaria. Su rasgo fundamental -en todas partes donde se
mantuvo hasta el fin como movimiento de clase, sin caer bajo la
influencia de los partidos o de los elementos nacionalistas- fue no
sólo el haber nacido de lo más profundo de las masas
campesinas, sino también la conciencia que poseían los
campesinos de haber sido ellos mismos guías y animadores del
movimiento. Los destacamentos de los guerrilleros, sobre todo,
estaban convencidos de esa idea, y se sentían con fuerzas para
cumplir su misión.
Las
represalias de la contrarrevolución no detuvieron el
movimiento; por el contrario, lo ampliaron y lo extendieron por todas
partes. Los campesinos se unían y eran impulsados por la
marcha misma del movimiento hacia un plan general y unificado de
acción revolucionaria. Ciertamente, los campesinos de toda
Ucrania no se reunieron nunca en un solo grupo que obrase bajo una
sola dirección. No se podría hablar de tal unión
más que en el sentido de la unión del espíritu
revolucionario. En cuanto al punto de vista práctico, el de la
organización, los campesinos se asociaron por regiones, sobre
todo en la forma de destacamentos aislados de guerrilleros. Cuando
las insurrecciones se hicieron más frecuentes y las
represalias más severas y organizadas, tales uniones se
convirtieron en una necesidad urgente. En el sur de Ucrania, la
región de Gulai-Polé tomó la iniciativa de la
unificación. Esta no solamente se realizó con el fin de
la defensa, sino también y, sobre todo, como medio para
aniquilar la contrarrevolución agraria. Tal unificación
perseguía además otro fin, el de crear con los
campesinos revolucionarios una fuerza real y organizada capaz de
combatir toda reacción y defender victoriosamente la libertad
y el territorio del pueblo en revolución.
El
papel más importante en esa obra de unificación y en el
desenvolvimiento general de la insurrección en el sur de
Ucrania perteneció al destacamento de guerrilleros guiado por
un campesino de la región, Néstor Machno. Desde los
primeros días del movimiento hasta su culminación,
cuando los campesinos vencieron a los terratenientes, Machno
desempeñó un papel tan importante que las regiones
insurrectas y los episodios más heroicos de la lucha están
unidos a su nombre. Cuando más tarde la insurrección
triunfó definitivamente contra la reacción de
Skoropadsky, pero vino la amenaza de Denikin, Machno se convirtió
en el centro de unión de millares de campesinos sobre una
extensión que abarca varias provincias. En la historia de la
insurrección de Ucrania, ése fue el momento en que se
definió la misión de Machno. Porque la insurrección
no conservó en todas partes su esencia revolucionaria y su
lealtad a los intereses de la clase trabajadora. Mientras los
insurrectos levantaban en el sur de Ucrania la bandera negra del
anarquismo y entraban en la vía antiautoritaria de
organización libre de los trabajadores, las regiones del oeste
y del noroeste del país cayeron, después de haber
derrotado al hetman, bajo la influencia de elementos extraños
y enemigos, principalmente de los demócratas nacionalistas
petlurianos. Durante más de dos años, una parte de los
guerrilleros del oeste de Ucrania sirvió de apoyo a los
petlurianos, que perseguían los intereses de la burguesía
liberal bajo el estandarte nacionalista. Así, los campesinor
insurrectos de Kiev, de Volinia, de Podolia y de parte de Poltava,
aun teniendo un origen común con el resto de los insurrectos,
no supieron encontrar su camino m organizarse y cayeron bajo la
férula de los enemigos del trabajo, convirtiéndose en
sus manos en instrumentos ciegos.
La
insurrección del sur tomó un aspecto y tuvo un sentido
muy distinto. Se separó claramente de los elementos no
trabajadores de la sociedad contemporánea; se desembarazó
rápida y resueltamente de los prejuicios nacionales,
religiosos, políticos y otros del régimen de opresión
y de esclavitud; se colocó en el terreno de las exigencias
reales de la clase de los proletarios de las ciudades y de los campos
y entabló una ruda guerra en nombre de esas exigencias contra
los enemigos múltiples del trabajo.
Hemos
dicho ya que en los vastos dominios de la insurrección
campesina del sur de Ucrania, Néstor Machno tuvo una actuación
destacada. Sigámosle en su actividad del primer período,
es decir, hasta la caída del hetman, pero antes daremos sobre
él algunos datos biográficos.
Machno
nació el 27 de octubre de 1889, hijo de una familia de
campesinos pobres. Fue educado en la aldea de Gulai-Polé,
distrito de Alexandrovsk, provincia de Ekaterinovslav. No tenía
más que diez años cuando murió su padre,
quedando él y sus cuatro hermanos menores a los cuidados de su
madre. Desde los siete años, en razón de la pobreza de
la familia, sirvió de pastor, guardando las vacas y las ovejas
de su pueblo. A los ocho años entró a la escuela local,
que frecuentó por el invierno, sirviendo siempre como pastor
en el verano. A los doce años dejó la escuela y la
familia para trabajar como peón de granja en las propiedades
de los terratenientes y de los kulaks alemanes, cuyas colonias eran
numerosas en Ucrania. En esa época, a los 14 o 15 años,
profesaba ya un fuerte odio contra los patrones explotadores y soñaba
con la manera de poder mejorar sus condiciones y las de los demás,
si tuviese un día fuerzas para ello. Trabajó más
tarde como fundidor en la fábrica de su pueblo.
Hasta
los 16 años no tuvo ningún contacto con el mundo
político. Sus concepciones revolucionarias y sociales se
moldeaban en el círculo restringido de sus conciudadanos,
campesinos proletarios como él. La revolución de 1905,
que lo sorprendió en este pequeño círculo, lo
impulsó a la corriente de los grandes acontecimientos y actos
revolucionarios. Tenía entonces 17 años, y estaba lleno
de entusiasmo revolucionario y dispuesto a todo en la lucha por la
liberación de los trabajadores. Después de conocer
algunas organizaciones políticas, entró resueltamente
en las filas de los anarquistas y desde ese momento se convirtió
en un militante infatigable.
El
anarquismo ruso de esa época tenía ante sí dos
tareas precisas; una consistía en demostrar el engaño
preparado contra los trabajadores por los partidos socialistas
autoritarios; la otra, indicar a los campesinos y obreros el camino
de la revolución social. En la realización de estas
tareas Machno desarrolló una gran actividad y participó
en los actos más riesgosos de la lucha anarquista.
En
1908 cayó en poder de las autoridades zaristas, que lo
condenaron a la horca por asociación con el anarquismo y
participación en actos terroristas. En consideración a
su juventud, la condena fue conmutada por la de trabajos forzados a
perpetuidad. Purgó su pena en la prisión central de
Moscú (Butirki). A pesar de que la vida en prisión no
tenía perspectivas para él y era extremadamente penosa,
Machno se esforzó sin embargo en aprovecharla para instruirse.
Dio pruebas de una gran perseverancia. Aprendió la gramática
rusa, estudió matemáticas, literatura, historia de la
cultura y de la economía política. A decir verdad, la
prisión fue la única escuela en que Machno recibió
los conocimientos históricos y políticos que le
sirvieron tanto en su acción revolucionaria ulterior. La vida,
los hechos, fue la otra escuela donde conoció y comprendió
a los hombres y a los acontecimientos sociales.
En
la prisión, la salud de Machno, joven aún, se arruinó.
Obstinado, sin poder adaptarse al aplastamiento absoluto de la
personalidad a que está sometido todo condenado a trabajos
forzados, se resistió siempre ante las autoridades
omnipotentes y estaba continuamente en el calabozo, donde contrajo
una afección pulmonar a causa del frío y de la humedad.
Durante los nueve años de su reclusión permaneció
sin cesar en los lugares de castigo por mala conducta,
hasta que finalmente, fue liberado con los demás detenidos
políticos por la insurrección del proletariado de
Moscú, el 1° de marzo de 1917.
Volvió
inmediatamente a Gulai-Polé, donde las masas campesinas lo
acogieron con profunda simpatía. De todo el pueblo, era el
único detenido político devuelto a su familia por la
revolución, de manera que se convirtió espontáneamente
en el objeto de la estima y confianza de los campesinos. Ya no era un
joven sin experiencia, sino un militante de voluntad férrea y
con una idea precisa de la lucha social.
En
Gulai-Polé se entregó de inmediato a la labor
revolucionaria, tratando primero de organizar a los campesinos de su
aldea y de los alrededores. Fundó una unión profesional
de obreros agrícolas, organizó una comuna libre y un
soviet local de campesinos. El problema que lo inquietaba era el de
la concentración y organización de los campesinos de un
modo suficientemente firme y sólido como para poder expulsar
de una vez por todas a los señores, a los terratenientes y a
los regidores y poder construir por sí mismos sus vidas. Ese
fue el sentido que inspiró su trabajo cuando organizaba a los
campesinos. No sólo como propagandista, sino también y,
sobre todo, como militante práctico trató de que los
trabajadores se unieran para resistir la opresión e
injusticias que sufrían en el régimen de esclavitud.
Durante
el gobierno de Kerensky y en los días de octubre fue
presidente de la unión campesina regional, de la comisión
agrícola, de la unión profesional de los obreros
metalúrgicos y carpinteros y presidente del soviet de los
campesinos, por último, y obreros de Gulai-Polé.
Como
presidente de este soviet reunió, en el mes de agosto de 1917,
a todos los terratenientes y propietarios de la región, les
exigió los documentos sobre la cantidad de tierra y de bienes
muebles que poseían y procedió al inventario exacto de
todos esos bienes. Luego hizo un informe, primeramente en una sesión
del soviet del distrito, después en el congreso de los soviets
de la región. Propuso igualar los derechos de usufructo de la
tierra de los propietarios y de los kulaks con los de los campesinos.
A consecuencia de su proposición el congreso decretó
que se dejaría a los propietarios y a los kulaks una parte de
la tierra (así como de los instrumentos de trabajo y ganado)
igual a la de los campesinos labradores. Varios congresos de
campesinos en las provincias de Ekaterinovslav, Tauride, Poltava, de
Karkof y de otros lugares, siguieron el ejemplo de la región
de Gulai-Polé y decretaron la misma medida.
Durante
esa época se convirtió en su región, en el alma
del movimiento de los campesinos que tomaban las tierras y los bienes
de los terratenientes y que en caso de necesidad les quitaban la
vida. Se conquistó por eso enemigos mortales entre los
terratenientes, los kulaks y las organizaciones burguesas locales.
En
el momento de la ocupación de Ucrania por los austro alemanes,
Machno fue encargado por el Comité revolucionario de formar,
para la lucha contra los invasores y la rada central (poder supremo
de entonces), batallones de guerrilleros obreros y campesinos. Eso es
la que hizo. Después de la cual debió retroceder con
sus partidarios sobre las ciudades de Taganrog, de Rostof y de
Tzaritzin. La burguesía local, reafirmada entonces por la
llegada de los austro alemanes, puso precio a su cabeza, debiendo
ocultarse por algún tiempo. En represalia, las autoridades
militares ucranianas y alemanas quemaron la casa de su madre y
fusilaron a su hermano Emelian, inválido de guerra.
En
junio de 1918 Machno fue a Moscú para discutir con algunos
viejos militantes anarquistas sobre los métodos y las
tendencias del trabajo anarquista entre los campesinos de Ucrania.
Pero los anarquistas que encontró eran indecisos y débiles.
No recibió, pues, ninguna indicación ni consejos
satisfactorios y volvió a partir para Ucrania con sus propias
opiniones ya maduras. Desde hacía mucho tiempo acariciaba la
idea de organizar a las grandes masas campesinas como fuerza social,
que debía tener la misión histórica particular
de despertar la energía revolucionaria acumulada en ellas
durante siglos y esgrimir esa fuerza formidable sobre todo el régimen
opresor contemporáneo. Juzgaba llegado el momento para ello.
Cuando se encontraba en Moscú y leía las noticias de
los diarios sobre los numerosos actos insurrecciónales de los
campesinos ucranianos, se conmovía y deseaba partir.
Apresuradamente, ayudado por un camarada, antiguo compañero de
prisión, se equipó y volvió a marchar para
Ucrania, hacia su región de Gulai-Polé. Esto sucedía
en julio de 1918. Debía viajar con muchas dificultades, y en
forma clandestina, expuesto a caer en manos de los agentes del
hetman. Una vez estuvo a punto de perecer, pues fue arrestado por las
autoridades austro alemanas con una valija de literatura anarquista.
Un conocido, un judío de Gulai-Polé, lo salvó
pagando por su liberación una suma considerable de dinero. Al
continuar su viaje los comunistas le propusieron escoger una región
determinada de Ucrania para el trabajo revolucionario clandestino y
militar allí, en su nombre. Es innecesario decir que Machno
rehusó discutir esa proposición, puesto que estaba
dispuesto a emprender una tarea enteramente distinta a la que
planteaban los bolcheviques.
He
aquí, pues, a Machno en Gulai-Polé, esta vez con la
decisión irrevocable de obtener la victoria de los campesinos
o morir; en todo caso, decidido a no abandonar la región. La
noticia de su regreso se extendió rápidamente. No tardó
en mostrarse francamente a las vastas masas campesinas, a través
de discursos o de escritos, incitándoles a la lucha contra el
poder del hetman y de los propietarios, insistiendo en que los
trabajadores tenían en el momento la suerte en sus manos y no
debían dejarla escapar. Su llamado vibrante y enérgico
se difundió en pocas semanas por numerosas aldeas y distritos,
preparando a las masas para los grandes acontecimientos futuros.
Después,
pasó a la acción. Su primera preocupación fue
formar una compañía revolucionaria militar con fuerza
suficiente para garantizar la libertad de agitación y de
propaganda en las ciudades y aldeas y comenzar al mismo tiempo las
operaciones de las guerrillas. Esta compañía fue
rápidamente organizada. Había en todas las aldeas
elementos combativos dispuestos a obrar. No faltaba más que un
buen organizador; éste fue Machno. La misión de su
compañía era: a) desarrollar un trabajo activo de
propaganda y organización entre los campesinos; b) llevar a
cabo una lucha implacable contra los enemigos. Como fundamento de esa
lucha se sostenía el principio según el cual todo
terrateniente que persiga a los campesinos, todo agente de policía
del hetman, todo oficial ruso o alemán, en tanto que enemigo
mortal e implacable de los campesinos, no hallará piedad
alguna y será suprimido.
Según tal principio, debía ser ejecutado todo aquel que
participe en la opresión de los campesinos pobres y de los
obreros, en la supresión de sus derechos o en la usurpación
de su trabajo y bienes.
En
el espacio de dos o tres semanas, este destacamento era objeto de
preocupación, no sólo para la burguesía local,
sino también para las autoridades austro alemanas. El campo de
acción militar y revolucionaria de Machno era considerable. Se
extendía desde la estación de Lozovaia a Berdiansk,
Mariopol y Tangarog y desde Lugansk y la estación de Grichino
hasta Ekaterinovslav, Alexandrovsk y Militopol. La rapidez era la
particularidad de la táctica de Machno. Gracias a esa táctica
particular y a la extensión de la región, aparecía
siempre de improviso en el lugar en que menos se la esperaba. En poco
tiempo envolvió en un círculo de hierro y de fuego la
región en que se atrincheraba la burguesía local. Todos
los que durante los dos o tres meses de la hetmanchina lograron
afirmarse, disfrutaron con la sumisión de los campesinos,
saqueando sus tierras y gozando de los frutos de su trabajo; los que
reinaban como señores sobre ellos, se encontraron
repentinamente con la resistencia implacable de Machno y sus
guerrilleros. Rápidos como el viento, sin miedo y sin
compasión, llegaban a una propiedad, mataban a los enemigos de
los campesinos y desaparecían. Y al día siguiente
hacían lo mismo a cien kilómetros de distancia; en
alguna población aparecía muerta la guardia nacional,
la varta, los
oficiales, los terratenientes, habiéndose ocultado los
guerrilleros antes de que las tropas alemanas dispuestas más
cerca tuviesen tiempo de comprender lo que había sucedido. Al
día siguiente estaba a cien kilómetros de allí y
caía sobre un destacamento expedicionario enviado para
reprimir a los campesinos o bien ahorcaba a algunos guardias
nacionales.
La
guardia nacional se alarmó. Las autoridades austro alemanas
también. Fue enviado un gran número de batallones para
aplastar a Machno. En vano. Excelentes jinetes desde la infancia,
teniendo en el camino caballos de repuesto a voluntad, Machno y sus
partidarios eran inalcanzables; hacían en 24 horas marchas
imposibles para las tropas de caballería regulares. Muchas
veces, como para burlarse de sus enemigos, Machno aparecía en
el centro mismo de Gulai-Polé o en Pologui, donde había
ya reunidas numerosas tropas austro alemanas, o bien en algún
otro lugar de concentración de tropas, mataba a los oficiales
que caían bajo su mano y desaparecía sano y salvo sin
dejar rastro. O bien en el momento preciso en que se seguía su
pista todavía reciente, o se iba a atacarlo en tal aldea,
Machno vestido con el uniforme de la guardia nacional, se mezclaba
con un pequeño número de sus guerrilleros, entre las
tropas, se informaba de sus planes y disposiciones, se ponía
después en marcha con un destacamento de la guardia nacional
en persecución de sí mismo y luego en el camino,
eliminaba a sus enemigos.
En
lo que concierne a las tropas austro alemanas y magyares, los
guerrilleros mantenían la regla de matar a los oficiales y
devolver la libertad a los soldados presos. A éstos se les
proponía volver a sus países, relatar lo que hacían
los campesinos ucranianos y trabajar para la revolución
social. Se les proveía de literatura anarquista y algunas
veces de dinero. No se ejecutaba más que a los soldados
reconocidos culpables de actos de violencia hacia los campesinos.
Este modo de tratar a los soldados austro alemanes y magyares presos
ejerció en ellos cierta influencia revolucionaria.
Durante
este período de su actividad insurreccional, no sólo
fue Machno el organizador y dirigente de los campesinos, sino también
un vengador temible del pueblo oprimido. Durante la corta duración
de su primera acción insurreccional, centenares de refugios de
ricos propietarios campesinos fueron destruidos, millares de
opresores y de enemigos activos del pueblo implacablemente
aplastados. Su modo audaz y decidido de obrar, la rapidez de sus
acciones, la imposibilidad de prenderlo, lo transformaron en una
figura temida por la burguesía, pero llena de leyenda para el
pueblo. Había en efecto muchos rasgos legendarios en su
conducta, siempre de una audacia sorprendente; poseía una
voluntad tenaz, una perspicacia y un humor propiamente campesinos.
Pero no son ésos los rasgos fundamentales y definitivos de la
personalidad de Machno.
Su
espíritu combativo, sus empresas insurreccionales del primer
período no eran más que las primeras manifestaciones de
un enorme talento guerrero y organizador. Veremos más adelante
la fuerza militar extraordinaria y el magnífico organizador
que surgió de las filas de los campesinos en la persona de
Machno.
Siendo
no sólo un jefe militar notable, sino también buen
agitador, Machno multiplicaba incansablemente los mitines en las
numerosas aldeas de la región. Informaba sobre las tareas
actuales, sobre la revolución social, sobre la vida en
comunidad libre e independiente de los campesinos trabajadores como
fin de la insurrección. Redactaba manifiestos y circulares en
ese sentido para los campesinos, para los obreros, para los soldados
austríacos y alemanes, para los cosacos del Don, del Kuban,
etcétera.
Vencer
o morir, he aquí lo que importa para los campesinos y obreros
de Ucrania en el presente momento histórico. Pero no podemos
morir todos; somos muchos; nosotros somos la humanidad. Por
consiguiente venceremos. Pero no venceremos para repetir el ejemplo
de los años pasados, para poner nuestra suerte en manos de
nuevos amos; venceremos para tomar nuestro destino en nuestras manos
y organizar según la propia voluntad nuestra vida y nuestra
verdad (De uno de los primeros manifiestos de Machno). Así
hablaba Machno a las vastas masas campesinas. Pronto se convirtió
en el eje de unión de las fuerzas rebeldes. En casi todas las
aldeas, los campesinos crearon grupos locales clandestinos. Se unían
a Machno, lo sostenían en todas sus empresas, seguían
sus consejos y disposiciones.
Los
destacamentos de guerrilleros -los que existían ya y los que
se formaban luego- se asociaban al grupo de Machno en busca de unidad
de acción. La necesidad de esa unidad, así como de un
comando general, era reconocida por todos los guerrilleros
revolucionarios. Y todos opinaban que esa unidad se realizaría
del mejor modo en la persona de Machno. Esa fue también la
opinión de muchos grandes destacamentos independientes, tales
como el de Kurilenko (que operaba en la región de Berdiansk),
el de Stchuss, el de Petrenko-Platonoff (en las regiones de Divribka
y de Grichino). Todos se unieron por propia voluntad al destacamento
de Machno. La unificación de los destacamentos de guerrilleros
de la Ucrania meridional en un solo ejército rebelde se hizo
pues de un modo natural, por la fuerza de las cosas y por la voluntad
de las masas.
En
la misma época, en el mes de setiembre de 1918, Machno recibió
el sobrenombre de Batko
(padre), que significa guía general de la
insurrección de Ucrania.
Esto tuvo lugar en las circunstancias siguientes. Los terratenientes
refugiados en grandes centros, los campesinos ricos, los kulaks y las
autoridades alemanas decidieron aniquilar, costase lo que costase, a
Machno y a su destacamento. Los terratenientes crearon una división
especial de voluntarios -con sus hijos y los de los kulaks- para la
lucha decisiva contra Machno. El 30 de setiembre ese destacamento,
socorrido por los austro alemanes, cercó a Machno en la región
de la Gran Mikailovka (o sea Divrivki), colocando fuertes divisiones
en todos los caminos. Machno se encontraba en ese momento en compañía
de 30 guerrilleros y no disponía más que de una sola
ametralladora. Fue obligado a batirse en retirada, esquivando
numerosos enemigos. Llevado así al fuerte de Divrivki, Machno
cayó en una situación extremadamente difícil.
Las rutas de retirada estaban todas ocupadas por el enemigo. Era
imposible pasar por ningún lugar. Ahora bien, los camaradas de
Machno, así como el mismo Machno, consideraron que estaba por
encima de su dignidad de revolucionarios el salvarse individualmente.
Por lo demás, nadie habría consentido en abandonar a su
jefe para salvarse. Después de alguna reflexión, Machno
decidió emprender la ruta hacia la Gran Mikailovka (Divrivki)
y hacer una tentativa de apoderarse de ella. A la salida del bosque,
los guerrilleros se encontraron con campesinos que iban a prevenirles
que las fuerzas enemigas se encontraban en Divrivki y que era preciso
apresurarse a pasar por otra parte. Estas noticias no detuvieron a
Machno ni a sus amigos. A pesar de las palabras de los campesinos que
intentaban retenerlos, se dirigieron hacia la Gran Mikallovka. Cerca
ya de la aldea, Machno, con algunos de sus camaradas, fue a efectuar
el reconocimiento. Vio en la plaza de la iglesia el gran campamento
del enemigo, decenas de ametralladoras, centenares de caballos
ensillados y grupos de jinetes. Los campesinos les dijeron que había
allí un batallón de austríacos y un destacamento
especial de terratenientes. La retirada era imposible. Entonces
Machno, con su firmeza y su espíritu de decisión
característico dijo a sus compañeros: ¡Y
bien, amigos míos! Debemos estar dispuestos a morir todos aquí
mismo... El momento era grave,
los hombres estaban llenos de arrojo y de resolución. Nadie
veía más que un solo camino ante sí: el que
llevaba hacia el enemigo que tenía delante. Treinta personas
contra varios miles de hombres bien armados. Todos comprendían
que eso significaba para ellos la muerte segura. Todos enmudecieron,
pero ninguno perdió el valor.
En
ese momento uno de los guerrilleros, Stchuss, se dirigió a
Machno y le dijo:
Desde
ahora tú serás nuestro batko y juramos morir contigo en
las filas de los rebeldes.
Todo
el destacamento juró entonces no separarse más de las
filas de los insurrectos y considerar a Machno como padre (batko)
común de toda la insurrección revolucionaria. Y se
prepararon al ataque. Stchuss, con 6 o 7 hombres, fue encargado de ir
por un lado y dividir por el flanco al enemigo. Machno, con los
demás, lo atacó de frente. Con un hurra
formidable, los guerrilleros se lanzaron impetuosamente contra el
enemigo y cayeron de repente sobre su centro mismo, empleando el
sable, el fusil y el revólver.
El
ataque produjo un efecto terrible. El enemigo, que no esperaba algo
semejante, fue derrotado a los primeros disparos y se dio a la fuga,
salvándose en grupos o individualmente, abandonando armas,
ametralladoras y caballos. Sin dejarles tiempo para reaccionar, medir
las fuerzas de los atacantes y pasar al contraataque, los
machnovistas persiguieron a los fugitivos en grupos separados,
sableándolos en pleno galope. Una parte del destacamento de
los terratenientes fue arrojado hasta la orilla del Voltchia, donde
sus componentes fueron ahogados por los campesinos que habían
acudido al campo de batalla. La derrota del enemigo fue completa.
Los
campesinos de la región y los destacamentos de los rebeldes
revolucionarios llegados de todas partes aclamaron triunfalmente a
los héroes. Adoptaron por unanimidad la proclamación de
Machno como padre de
los rebeldes revolucionarios de Ucrania.
Dos
días después de estos acontecimientos, la Gran
Mikailovka fue atacada por las tropas austroalemanas y por
destacamentos de terratenientes y de kulaks de toda la región.
El 5 de octubre, las tropas alemanas bombardearon el pueblo con
violento fuego de artillería y cuando estuvo destruido por los
obuses, entraron las columnas de infantería. Hubo ejecuciones
y prendieron fuego al pueblo. La Gran Mikailovka ardió por dos
días, durante los cuales las tropas alemanas y los kulaks
procedieron furiosamente contra la población campesina pobre.
Este
hecho favoreció más aún la unión de los
campesinos de la región y los volvió conscientes desde
el punto de vista revolucionario.
Ciertamente,
las grandes masas, el grueso de los habitantes de las aldeas, no
formaban parte de los destacamentos guerrilleros, pero estaban sin
embargo estrechamente ligadas a éstos. Los proveían de
víveres, caballos, forraje; les llevaban, en caso de
necesidad, el alimento al bosque, recogían y trasmitían
informes sobre los movimientos del enemigo. En ocasiones, las grandes
masas campesinas se unían a los guerrilleros para realizar
alguna acción revolucionaria, combatían a su lado,
durante dos o tres días y luego volvían a los campos.
Un
ejemplo típico de estas acciones fue la toma de Gulai-Polé
por los guerrilleros, casi la víspera de la caída del
hetman y de la disgregación de las tropas austroalemanas.
Machno, con un pequeño destacamento, ocupó Gulai-Polé.
Entonces los austríacos, acampados en Pologui enviaron tropas
a ese lugar. No habiendo llegado durante el día ningún
refuerzo, Machno debió retirarse. Pero por la noche algunos
centenares de campesinos que habitaban Gulai-Polé fueron en su
ayuda. Volvió a tomar la ciudad y pudo hacer frente a las
tropas austríacas. Al despuntar el día los campesinos
volvieron a sus casas, temiendo ser denunciados por algún
vecino que hubiese podido verlos entre los guerrilleros. Por todo el
día Machno debió, pues, abandonar el pueblo, dada la
superioridad numérica del enemigo. Por la noche volvió
a la ofensiva, advertido por los campesinos de que irían en su
ayuda al oscurecer. Volvió a ocupar la población y
expulsó a los austríacos. Las acciones continuaron tres
o cuatro días, hasta que Gulai-Polé pasó
definitivamente a manos de los campesinos insurrectos.
Una
unión semejante entre las masas proletarias y los
destacamentos de Machno existía en todas partes. Esto tenía
importancia, pues permitía a los grupos revolucionarios
familiarizarse con las características de un movimiento
campesino general.
CAPÍTULO
IV
LA
CAÍDA DEL HETMAN - LA PETLUROVSCHINA - EL BOLCHEVISMO
La
contrarrevolución de los terratenientes en Ucrania,
personificada por el hetman, era indudablemente artificial,
implantada por la fuerza del imperialismo alemán y austríaco.
Los terratenientes y los capitalistas ucranianos no habrían
podido mantenerse un solo día en ese año de tempestad
de 1918 si no hubiesen sido sostenidos por la fuerza militar del
ejército alemán. Según un cálculo
aproximativo no había menos de medio millón de soldados
austroalemanes y magyares en Ucrania. Quizás más. Esa
enorme cantidad de hombres estaba distribuida por todo el país,
y especialmente por las regiones más revolucionarias y
agitadas. Desde el primer día de la ocupación, todas
las tropas se pusieron al servicio de los intereses de la
contrarrevolución y se condujeron frente a los campesinos
laboriosos como conquistadores en país conquistado.
Por
consiguiente, durante el período de la contrarrevolución,
los campesinos ucranianos debieron luchar, no solamente contra ella,
sino también contra la masa de las tropas austro-alemanas. A
pesar de este último apoyo, la reacción no pudo, sin
embargo, sostenerse y al acentuarse la insurrección de los
campesinos se debilitó definitivamente. Se debilitaron también
las tropas austroalemanas, continuamente irritadas por la
insurrección campesina. Cuando tales tropas, por una parte
completamente desorientadas por la insurrección, y debido a
los vaivenes políticos de Austria y Alemania, por otra, fueron
retiradas, la reacción ucraniana quedó suspendida en el
aire. Sus días estaban contados. Su debilidad y su cobardía
eran tales que no intentó siquiera una resistencia. El hetman
huyó a través de las zonas menos amenazadas por la
insurrección de los campesinos, hacia donde fue llamado por el
imperialismo alemán. En cuanto a los terratenientes, huyeron
mucho antes que el hetman.
A
partir de ese momento, tres fuerzas sociales fundamentales, pero
absolutamente diferentes, comenzaron a obrar en Ucrania -la
petlurovstchina, el bolchevismo y el machnovismo-. En poco tiempo
cada una de ellas estuvo en término de enemistad
irreconciliable frente a las otras dos. Para caracterizar mejor al
movimiento machnovista, diremos antes algunas palabras sobre el
espíritu de clase y la naturaleza social de la
petlurovstchina. Este era un movimiento de la burguesía
nacional ucraniana, que trataba de establecer su dominación
política y económica en el país. La república
francesa o la suiza eran poco más o menos su modelo de
organización del Estado. El movimiento no era de ningún
modo social, sino exclusivamente político y nacionalista. Las
promesas de mejoramiento de la existencia social de los trabajadores
-promesas que encontramos en el programa de Petlura- no constituían
en el fondo más que un tributo a la época
revolucionaria, una bandera que facilita la llegada al fin propuesto.
Desde
los primeros días de la revolución de marzo de 1917,
surgió ante la burguesía liberal ucraniana el problema
de la separación y de la autonomía nacional. Los vastos
círculos de campesinos ricos, la intelligentzia
liberal, la fracción instruida del pueblo ucraniano en
general, se agruparon alrededor de esa idea, creando un movimiento
nacional autonomista. Desde el principio los dirigentes concedieron
gran importancia a las masas de soldados ucranianos que se
encontraban en el frente y en la retaguardia. Se procedió a su
organización sobre una base nacional, en regimientos
ucranianos especiales.
En
mayo de 1917 el movimiento organizó un congreso militar que
eligió un comité general, el cual sería el
organismo director del movimiento. Más tarde, ese comité
se convirtió en la rada
(consejo). Luego, en noviembre de 1917, en el congreso panucraniano
fue formada una Rada central
y ratificada en calidad de parlamento de la República
Decrática Ucraniana. Y,
en fin, un mes más tarde, por un universal
(manifiesto) de esa rada
se proclamó la independencia y la autonomía de la
República Democrática Ucraniana.
Así, mientras el poder de Kerensky actuaba en la Gran Rusia,
en Ucrania se formó un nuevo Estado y comenzó a
consolidarse en el país una nueva fuerza dominante. Esta era
justamente la petlurovstchina, denominación procedente del
nombre de Simeón Petlura, uno de los dirigentes más
activos del movimiento.
El
desarrollo y la consolidación en Ucrania de la Petlurovstchina
como fuerza estatal, fue un golpe para el bolchevismo, que ya se
había hecho cargo del poder en la Gran Rusia y quería
extender su dominación por Ucrania. La situación de los
bolcheviques en la Gran Rusia habría sido bastante difícil
sin Ucrania. Por esto los bolcheviques enviaron rápidamente
sus tropas hacia Kiev. Desde el 11 al 25 de enero de 1918, Kiev
asistió a una lucha encarnizada entre los partidarios de
Petlura y los bolcheviques. El 25 de enero estos últimos se
apoderaron de la ciudad y comenzaron a extender su poder sobre toda
Ucrania. El gobierno de Petlura y los agentes políticos del
movimiento se retiraron a la parte occidental del país y
protestaron desde allí contra la ocupación de Ucrania
por los bolcheviques.
Sin
embargo, está vez los bolcheviques no permanecieron mucho
tiempo en Ucrania, dos a cinco meses a lo sumo. En marzo y abril de
1918 se retiraron á la Gran Rusia, dejando el campo libre al
ejército de ocupación austroalemán. Los
partidarios de Petlura aprovecharon de inmediato. Su gobierno,
representado por la rada
central y el gabinete de ministros, volvió a Kiev y ocupó
su puesto. Esta vez la República no se llamó
democrática,
sino República Nacional Ucraniana.
Claro está, el gobierno se apoyaba, ante todo, como cualquier
gobierno, en las tropas, y no se preocupó al entrar en Kiev de
preguntar al pueblo si tenía necesidad de él o no.
Aprovechó simplemente la ocasión y entró en el
país declarándose gobierno nacional.
Lo protegía la fuerza de sus bayonetas. Pero tampoco esta vez
los petlurovtzi consiguieron permanecer largo tiempo en el poder.
Para las autoridades austroalemanas, era mucho más ventajoso
negociar con los antiguos señores de Ucrania -los generales y
los terratenientes- que con los partidarios de Petlura. Apoyándose
en sus fuerzas militares desalojaron al gobierno republicano de
Petlura y lo reemplazaron por la autoridad absoluta del hetman
Skoropadsky. Desde ese momento, las fuerzas de la reacción (de
los terratenientes y de los generales) se instalaron en Ucrania. Los
partidarios de Petlura adoptaron frente a esta reacción una
actitud políticamente revolucionaria. Aguardaban su
derrumbamiento para reconquistar el poder. Petlura mismo estuvo preso
un tiempo y debió abandonar luego la lucha política.
Pero el fin de la contrarrevolución del hetman estaba próximo;
su desintegración, provocada sobre todo por los golpes
formidables de la insurrección general de los campesinos se
anunciaba ya. Comprendiéndolo, los petlurovtzi,
aun sin esperar la caída definitiva del hetman, comenzaron a
organizar sus fuerzas en diversos puntos de Ucrania, y a reunir
tropas. Las circunstancias les eran extremadamente favorables. Los
campesinos estaban en estado de rebelión y centenares de
millares de insurrectos no esperaban más que el primer llamado
para marchar contra el poder del hetman. Este se encontraba todavía
en Kiev cuando gran número de ciudades de Ucrania había
pasado a manos de los partidarios de Petlura. Allí,
precisamente, se había constituido el nuevo órgano
central del poder de Petlura -el directorio-. Los petlurovtzi
se apresuraban a extender y afirmar su poder por todo el país,
aprovechando la ausencia de otros grupos políticos,
especialmente los bolcheviques. En diciembre de 1918, Skoropadsky
huyó y el directorio de Petlura, con Petlura a la cabeza y
otros miembros del gobierno de la República nacional, entró
en Kiev.
El
pueblo reaccionó con entusiasmo. Los petlurovtzi
intentaron copar ese entusiasmo y presentarse como luchadores y
héroes nacionales. En poco tiempo su poder se extendió
sobre la mayor parte de Ucrania. Aunque en el sur, en la región
del movimiento de los campesinos machnovistas, no tuvieron éxito
y chocaron con una resistencia seria, sufriendo a veces duros golpes,
en todos los grandes centros los partidarios de Petlura triunfaban y
desplegaban su estandarte. La dominación de la burguesía
autonomista parecía ésta vez asegurada. Pero no era más
que una ilusión.
El
nuevo poder no había tenido tiempo de organizarse sólidamente
cuando comenzó la desintegración a su alrededor,
provocada por los intereses contradictorios de las clases sociales.
Los millones de campesinos y de obreros que en el momento de la caída
del hetman se encontraban en el círculo de influencia y de
dirección de los petlurovtzi,
comenzaron a salir en masa de las filas de Petlura; buscaban otro
apoyo a sus intereses y a sus aspiraciones. La mayoría se
dispersó por las ciudades y las aldeas y adoptó una
actitud hostil frente al nuevo poder. Otros se unieron a los
destacamentos rebeldes de los machnovistas. Los petlurovtzi
se encontraron tan rápidamente desarmados como se habían
armado. Sus ideas de autonomía burguesa, de unidad nacional
burguesa, no se mantuvieron más que algunas horas en el pueblo
revolucionario. El impulso incontenible de la revolución
popular redujo las falsas ideas y colocó a sus defensores en
situación de impotencia. Y al mismo tiempo, el bolchevismo
militante, experto en medios de agitación de clase y penetrado
de la firme decisión de apoderarse del poder en Ucrania, se
acercaba rápidamente al norte. Un mes después de la
entrada del directorio de Petlura en Kiev, las tropas bolcheviques
entraban en esa ciudad. Desde entonces el poder de estos últimos
se estableció en la mayor parte de Ucrania.
Hemos
dicho ya en el primer capítulo que la llamada edificación
socialista, el aparato soviético
estatal y gubernamental, las nuevas relaciones sociales y políticas,
en una palabra, todo lo que se realizó en la revolución
rusa por obra del bolchevismo, no fue otra cosa que la realización
de los intereses vitales de la democracia socialista, ni tuvo otro
objeto que instalar su dominación de clase en el país.
Los campesinos y obreros, cuyo nombre fue tantas veces invocado en el
curso de la revolución, no fueron más que el puente a
través del cual llegó al poder una nueva clase, el
cuarto Estado.
Desde
la época de la revolución de 1905 esa clase venía
sufriendo derrotas. Quería apropiarse de la dirección
del movimiento obrero y realizar luego sus ideas sirviéndose
de los medios políticos normales, en primer lugar por medio
del programa mínimo bien conocido. Se proponía derribar
primero al zarismo e instaurar el régimen republicano. Se
debía luego proceder a la conquista del poder del Estado por
la vía parlamentaria, como lo hacen los demócratas en
los Estados de la Europa occidental y en América. Se sabe que
los planes de los demócratas fracasaron completamente en Rusia
en 1905, pues no contaron con el apoyo necesario de los obreros y los
campesinos. Algunos encuentran la explicación de la derrota de
la revolución de 1905 en la fuerza poderosa y brutal del
zarismo. Pero esa es una explicación errónea. Las
causas de esa derrota son mucho más profundas, son el carácter
mismo de la revolución.
En
1900-1903 una serie de huelgas económicas se desencadenó
en el sur de Rusia, después en el norte y en otras partes del
país. Al principio ese movimiento no había formulado
claramente sus fines; no obstante, su carácter social y su
espíritu de clase se reveló bien pronto. La social
democracia entró en ese movimiento desde afuera y se esforzó
por encaminarlo al plano de la lucha puramente política. Sus
partidos, ejemplarmente organizados, invadieron el campo entero con
la prédica política, y lograron borrar del movimiento
todas las consignas sociales y reemplazarlas por las políticas
de la democracia. Inspirada en estas últimas se produjo la
revolución de 1905.
Pero
ciertamente la revolución fracasó porque fue dirigida
por palabras de orden político, extrañas al pueblo.
Excluyendo de la revolución el programa social de los
trabajadores, la democracia le quitó el poderoso ímpetu
revolucionario del pueblo. La revolución de 1905 fracasó,
no porque el zarismo fuera poderoso, sino porque, debido a su
carácter netamente político, no alcanzó a
sublevar a la masa. No se sublevó más que una parte del
proletariado de las ciudades. La gran masa de los campesinos apenas
fue conmovida. El zarismo, que había comenzado a hacer
concesiones, se repuso rápidamente tan pronto como comprendió
la situación, y aplastó esa revolución de medias
tintas. La democracia revolucionaria que la había guiado se
refugió en el extranjero.
La
experiencia de la derrota fue sanamente aprovechada por el ala
izquierda de la democracia, el bolchevismo. Los bolcheviques
comprendieron que no debían pensar en una revolución
puramente política en Rusia, que las masas trabajadoras
poseían un claro sentido del problema social. Y concluyeron
que una revolución no podía concebirse en Rusia más
que como un movimiento social de obreros y campesinos, que tendiese a
derribar el régimen político y económico del
Estado actual. La guerra imperialista de 1914-1917 no hizo más
que acentuar y fortificar esa tendencia de la revolución. La
guerra, descubriendo la verdadera fisonomía de la democracia,
mostró que ésta y la monarquía se equivalen; una
y otra se manifestaron claramente como sistemas de opresión al
pueblo. Si antes de la guerra en Rusia no había condiciones
para una revolución puramente política, después
tal idea resultaba inconcebible.
Desde
hacía mucho tiempo una línea de fuego había
atravesado el mundo entero, dividiendo la sociedad contemporánea
en dos campos enemigos, el capital y el trabajo, y borrando las
diferencias políticas de los diversos Estados explotadores. La
idea que anima a las masas desde que dirigen sus miradas hacia la
revolución es el aniquilamiento del capital -base de la
esclavitud-. Son indiferentes ante las revoluciones políticas
de otro tiempo. Este es el aspecto real de las cosas en Rusia. Lo
mismo sucede en la Europa occidental y en América. No tenerlo
en cuenta significa quedar relegado en la vida.
El
bolchevismo, comprendiendo este aspecto de la realidad, rehizo pronto
su programa político. Entrevió la revolución
futura de las masas en Rusia como una revolución dirigida
contra las bases de la sociedad moderna: el capital
agrario, industrial y comercial.
Vio que la clase de los propietarios de las ciudades y del campo
sería destruida y sacó de ello sus conclusiones; si es
inevitable en Rusia una poderosa explosión social, entonces la
democracia deberá realizar su tarea histórica sobre el
terreno mismo de esa explosión. Deberá aprovecharse y
disponer de las fuerzas revolucionarias del pueblo, ponerse a su
cabeza para derrocar la burguesía, apoderarse del Estado y
asentar su dominación sobre los fundamentos del socialismo de
Estado. Es lo que el bolchevismo realizó con éxito
durante el movimiento de las masas antes de octubre y durante las
jornadas de octubre. Toda su actividad ulterior en el curso de la
revolución rusa no será más que la realización
de los detalles de la dominación estatal de la democracia.
Indudablemente
el bolchevismo es un fenómeno histórico de la vida rusa
e internacional. Es la expresión de un tipo, no sólo
social, sino también sicológico. Produjo un grupo de
personajes tenaces, autoritarios, extraños a todo
sentimentalismo social o moral, dispuestos a usar todos los medios,
para triunfar. Surgió de sus filas un líder que era
digno de aquellos hombres. Lenin no es sólo el dirigente de un
partido: es -lo que tiene más importancia- el modelo de un
tipo determinado de hombres. En él ese tipo humano halló
su personificación más acabada y según ese
modelo se hizo la selección y la agrupación de las
fuerzas combativas y ofensivas de la democracia del mundo entero. El
rasgo sicológico saliente del bolchevismo es la afirmación
de su voluntad por medio de la represión de la voluntad de los
demás; la anulación de toda individualidad hasta
convertirla en un objeto inanimado. No es difícil reconocer en
estos rasgos la antigua especie de los señores en la sociedad
humana. Y en efecto, el bolchevismo se manifiesta en toda la
revolución rusa exclusivamente por gestos autoritarios. Le
falta lo que constituirá el rasgo esencial de la verdadera
revolución social futura: el deseo desinteresado de trabajar,
de trabajar sin tregua, hasta olvidarse de sí mismo, por el
bien del pueblo. Todos los esfuerzos del bolchevismo, a veces enormes
y perseverantes, se limitaron ala creación de órganos
de poder que no representan ante el pueblo más que amenazas y
órdenes de los antiguos señores.
Examinemos
los cambios introducidos por el bolchevismo, conforme a su ideología
comunista, en la vida de obreros y campesinos.
La
nacionalización de la industria, de las tierras, de las
viviendas en las ciudades, del comercio y el derecho a voto para los
obreros y los campesinos, son las bases del comunismo bolchevique
puro. En realidad la nacionalización
culminó en una estatización absoluta de todas las
formas de la vida del pueblo. No solamente la industria, los medios
de transporte, la instrucción, los órganos de
aprovisionamiento, etc., se convirtieron en propiedad del Estado: la
clase obrera, cada obrero en particular; su trabajo y su energía,
las organizaciones profesionales y cooperativas de campesinos y
obreros, todo fue estatizado. El Estado es todo, el obrero no es
nada; tal es el precepto fundamental del bolchevismo. Ahora bien, el
Estado es representado por sus funcionarios, y ellos lo son todo, la
clase obrera no es nada.
La
nacionalización de la industria, al arrancar a los obreros de
las manos de los capitalistas privados, los entregó en las
manos más implacables de un único capitalista, presente
en todas partes, el Estado. Las relaciones entre los obreros y este
nuevo patrón son las mismas que existían antes entre el
trabajo y el capital, con la diferencia de que el Estado no solamente
explota a los trabajadores, sino que los castiga también,
porque reúne en sí las dos funciones, la explotación
y la punición. La condición del trabajo asalariado no
ha cambiado; ha tomado solamente el carácter de un deber hacia
el Estado. Las uniones profesionales perdieron todos los derechos y
fueron transformados en órganos de vigilancia policial de la
masa trabajadora. El establecimiento de las tarifas, la dimensión
del salario, el derecho a emplear y a despedir a los obreros, la
gestión general de las empresas, su organización
exterior, etcétera, todo es supervisado por el partido, sus
órganos o sus agentes. En cuanto a las uniones profesionales
en todos los dominios de la producción su actuación es
puramente formal; deben poner sus firmas en los decretos del partido,
que no pueden ser revocados ni cambiados.
Es
claro que esto no es sino una simple sustitución del
capitalismo privado por un capitalismo de Estado. La nacionalización
comunista de la industria representa un nuevo tipo de relaciones en
la producción, según el cual la sujeción
económica de la clase obrera es mantenida por un solo puño,
el Estado. Es evidente que de esta manera no mejorará la
situación de la clase obrera. El trabajo obligatorio (para los
obreros, claro está) y su militarización es el
verdadero espíritu de la fábrica nacionalizada. Citemos
un ejemplo. En el mes de agosto de 1918, los obreros de la antigua
manufactura Prokorof de Moscú se agitaron y amenazaron con
rebelarse a consecuencia de los bajos salarios y de un régimen
policial establecido en la fábrica. Organizaron, en la fábrica
misma, varias reuniones, expulsaron al comité de fábrica
(que no era más que una sección del partido) y tomaron
en calidad de pago una pequeña parte de la manufactura
producida. Los miembros del comité central de la unión
de obreros textiles -después de que los obreros se rehusaron a
tratar con ellos- decidieron así: la conducta de los obreros
de la manufactura de Prokorof es una sombra en el prestigio del poder
soviético; toda acción ulterior de esos obreros había
difamado a las autoridades soviéticas ante los obreros de
otros establecimientos; eso es inadmisible. Por consiguiente la
fábrica debe ser cerrada y los obreros despedidos; debe
establecerse una comisión para crear en la fábrica un
régimen firme; después de lo cual habrá que
reclutar nuevos cuadros de obreros. Así fue. Nos preguntamos,
¿quiénes eran esos hombres para decidir tan libremente
la suerte de millares de obreros? ¿La masa los había
elegido y les había otorgado ese poder? De ningún modo.
El partido los nombró y ésa era toda su potencia. El
ejemplo citado está lejos de ser único; se podrían
citar millares de ellos, en los cuales se refleja la situación
verdadera de la clase obrera en la industria nacionalizada.
¿Qué
es lo que resta, pues, a los obreros y a sus organizaciones? El
exiguo derecho de votar por tal o cual diputado a los soviets,
enteramente sometido al partido.
La
situación de los trabajadores del campo es todavía
peor. Los campesinos disfrutan de las tierras de los terratenientes,
de los príncipes, de todos los antiguos propietarios. Pero fue
la revolución y no el poder comunista quien les procuró
esos bienes. Durante decenas de años los campesinos habían
aspirado a la posesión de la tierra y en 1917 se apoderaron de
ella mucho antes de que el poder soviético se hubiese formado.
Si el bolchevismo marchó de acuerdo con los campesinos en la
obra de confiscación de las tierras de los terratenientes, es
porque no había otros medios a su disposición para
vencer a la burguesía terrateniente. Pero esto no significaba
en manera alguna que el futuro poder comunista tuviera la intención
de dar la tierra a los campesinos. La verdad es la contrario. Su
ideal es la organización de una sola industria agrícola
perteneciente a un solo dueño, el Estado. Las propiedades
agrícolas soviéticas cultivadas por obreros y
campesinos asalariados es el modelo de acuerdo con el cual busca el
poder comunista organizar la agricultura del Estado en todo el país.
Los líderes del bolchevismo anunciaron estas ideas de una
manera clara tiempo después de los primeros días de
revolución. En el número 13 de la Internacional
comunista, principalmente en la resolución sobre la cuestión
agraria (edición rusa, págs. 2435-2445), han sido dadas
indicaciones detalladas sobre la organización de una
agricultura de Estado en el sentido expresado. En la misma resolución
se dice que es preciso proceder a la organización de la
agricultura colectiva (es decir, estatal-capitalista) gradualmente y
con la mayor prudencia. Es natural. La transformación brusca
de las decenas de millones de campesinos libres e independientes en
asalariados del Estado provocaría una reacción capaz de
llevar a una catástrofe al Estado comunista. En realidad, toda
la actividad del poder comunista en el campo se limitó a la
exportación forzada de víveres y materias primas y a la
lucha contra los movimientos campesinos que se oponían a ella.
Los
derechos políticos de los campesinos se reducen a la creación
obligatoria de los soviets (de aldea y de distrito), enteramente
sometidos al partido. Los campesinos no tienen otros derechos. Los
millones de campesinos de cualquier provincia puestos en uno de los
platillos de la balanza, tendrán siempre menos peso que el
comité departamental del partido. En suma, se comprueba una
ausencia total de todo derecho para los campesinos.
El
aparato estatal soviético está organizado en tal forma
que todos los hilos conductores se encuentran en manos de la
democracia, que se autodefine como la vanguardia del proletariado.
Cualquiera que sea el dominio de la administración del Estado,
en todas partes hallamos los puestos principales ocupados
invariablemente por el mismo personaje, el demócrata
omnipresente.
¿Quién
dirige todos los periódicos, las revistas y las demás
publicaciones? Son siempre políticos, gentes que proceden del
ambiente privilegiado de la democracia.
¿Quiénes
son los autores y redactores de las publicaciones centrales, que
pretenden guiar al proletariado del mundo entero, tales como
Izvestia, del comité ejecutivo central de toda Rusia; La
Internacional comunista, o bien el órgano del comité
central del partido? Son exclusivamente grupos de la intelligentzia
democrática escogidos cuidadosamente.
¿Quién,
en fin, se encuentra a la cabeza de los órganos políticos
creados como su denominación misma demuestra no por las
necesidades de la labor, sino por las de la política de
dominación? ¿En qué manos se encuentra el comité
central del partido, el consejo de los comisarios del pueblo, el
comité ejecutivo central panruso, etc.? En manos de los que
han sido educados en la política, lejos del trabajo, y para
quienes el nombre de proletariado
significa lo que para un pope incrédulo el nombre de Dios.
Igualmente, se encuentran en sus manos todos los órganos de la
vida económica del país, desde el consejo económico
nacional hasta los centros de menor importancia.
Vemos,
pues, que todo el grupo de la social democracia ocupa en el Estado
los puestos más importantes. En la historia de la humanidad no
existe el ejemplo de un grupo social determinado, que teniendo sus
propios intereses de clase y su orientación particular, se
haya acercado a los trabajadores con la intención de
ayudarlos. Estos grupos van al pueblo sólo para someterlo. El
grupo de la democracia no es una excepción a esta regla
general. Por el contrario, la confirma del modo más completo.
Si
algunos puestos importantes del Estado comunista se encuentran
ocupados por obreros, ello es también de utilidad para el
régimen, le confieren la ilusión de una naturaleza
popular y sirve para la dominación de la democracia
socialista. La actuación de estos obreros en la mayoría
de los casos se reduce a la simple ejecución de órdenes.
Además gozan de privilegios a expensas de la masa obrera
sometida. Y esos obreros son escogidos entre los llamados
conscientes, es decir,
entre los que aceptan sin crítica los principios del marxismo
y de la intelligentzia
socialista.
En
el Estado comunista, los obreros y los campesinos están
sometidos desde el punto de vista social, explotados desde el punto
de vista económico, desprovistos de todo derecho desde el
punto de vista político. Pero esto no es todo. Al poner el pie
en la vía de la estatización general, el bolchevismo
debía extinguir también, inevitablemente, la vida
espiritual de los trabajadores. Y en efecto, sería difícil
encontrar otro país en el que el pensamiento de los
trabajadores sea oprimido tan completamente como lo es en el Estado
comunista. Con el pretexto de luchar contra las ideas burguesas y
contrarrevolucionarias, la prensa que no profesaba las ideas
comunistas fue suprimida, aunque su publicación estuviese
sostenida por masas proletarias. Nadie puede enunciar sus ideas en
alta voz. De la misma manera que había regulado la vida
económica y social del país de acuerdo a su criterio,
el bolchevismo encerró la vida espiritual del pueblo en los
cuadros de ese mismo programa. El campo lleno de vida del pensamiento
y de la iniciativa populares se transformó en cuartel de
adoctrinamiento. El pensamiento y el alma del proletariado fueron
encerrados en la escuela del partido. Todo deseo de ver más
allá de los muros de esa escuela fue proclamado perjudicial y
contrarrevolucionario.
Pero
eso no es todo. No se podía falsear el sentido y las
perspectivas de la revolución, como la hizo el bolchevismo con
su dictadura, sin que se levantasen protestas de las masas expresando
su disconformidad. Sin embargo estas protestas no condujeron al
debilitamiento de la opresión política sino más
bien a su fortalecimiento. Se inició un largo período
de terror que transformó a toda Rusia en una inmensa prisión,
donde el miedo se hizo una virtud y la mentira un deber. Aplastados
por la opresión política, aterrorizados, todos mienten,
no sólo los adultos, también los jóvenes, los
adolescentes, los escolares.
Ahora
bien, -¿cómo se explica en el Estado comunista esta
situación social, política y moral?- ¿La
democracia socialista es peor que la burguesía capitalista que
la precedió? ¿Y es posible que ni siquiera conceda las
libertades ilusorias con cuya ayuda las burguesías de Europa y
América salvan la apariencia del equilibrio en sus Estados? La
cosa es otra. Aunque la democracia es una clase aparte, hasta el
último momento ha sido materialmente pobre, casi indigente. Es
por eso que no pudo, desde los primeros días de su actividad
política hallar en sí la unidad y la universalidad de
que disfrutan las clases dominantes por su situación material
privilegiada. La democracia no ha podido, al principio, crear más
que un destacamento de vanguardia representado por el partido
comunista. Durante más de tres años, ese destacamento
tuvo que satisfacer las necesidades de la obra de edificación
del nuevo Estado. No teniendo apoyo natural en ninguna de las clases
de la sociedad actual -ni en los obreros, ni en los campesinos, ni en
la nobleza, ni en la burguesía (no estando económicamente
organizada la democracia misma, no podía contar con ellas)-,
el partido comunista recurrió al terror y al régimen de
opresión general. Así se explica por qué el
poder comunista en Rusia se apresuró a multiplicar y
consolidar una nueva burguesía representada por el partido
comunista, los altos funcionarios y los cuadros de comando del
ejército. Esta burguesía le era indispensable como
sostén permanente de clase en su lucha contra las masas
trabajadoras.
La
estructura comunista estatal que lleva a la esclavitud de los obreros
y de los campesinos es explicada por nosotros no por errores y
extravíos del bolchevismo, sino por su aspiración
consciente al sometimiento de las masas, por su naturaleza
esencialmente dominadora y explotadora.
Pero,
¿cómo es que ese grupo extraño y hostil a las
masas trabajadoras consiguió imponerse como guía de las
fuerzas revolucionarias de esas masas, asumiendo el poder en su
nombre y consolidando su dominación?
Las
causas son dos, el estado de desorganización en que se
encontraban las masas en los días de la revolución y su
engaño por las palabras de orden socialistas.
Las
organizaciones profesionales obreras y campesinas de antes de 1917
habían quedado atrás en el espíritu
revolucionario de los trabajadores. El desborde revolucionario de las
masas sobrepasó los límites de esas organizaciones.
Obreros y campesinos se encontraron frente a la revolución sin
el apoyo necesario de sus organizaciones de clase. Ahora bien, a su
lado, con esa masa, existía un partido socialista
perfectamente organizado, los bolcheviques. Este partido tuvo
participación directa en la destrucción de la burguesía
industrial y agraria por los obreros y los campesinos, arrastrando a
las masas y asegurándoles que esa revolución sería
la revolución social, la última, que llevaría a
los oprimidos al socialismo, al comunismo. Las masas, extrañas
a toda política, acogieron esas proclamas como evidentes. La
participación del partido comunista en la destrucción
del régimen capitalista le atrajo gran confianza. La clase de
los intelectuales -portadora de los ideales de la democracia- ha sido
siempre tan débil y restringida que las masas no supieron nada
de su existencia. Por consiguiente, en el momento de la caída
de la burguesía, su puesto fue ocupado por el bolchevismo, su
dirigente accidental, hábil en demagogia política.
Al
explotar las aspiraciones revolucionarias de obreros y campesinos de
libertad, igualdad e independencia social, el bolchevismo inspiró
hábilmente la idea del poder soviético.
En
muchos lugares de la Rusia revolucionaria, los trabajadores
interpretaron en los primeros días de octubre la idea del
poder soviético como la de la libre disposición de sí
mismos, social y económicamente.
Por
su energía revolucionaria y la confusión demagógica
de las ideas revolucionarias de los trabajadores con su propia idea
política y autoritaria, el bolchevismo ganó a las masas
y usó ampliamente su confianza.
El
error de las masas consistió en que aceptaba las doctrinas del
socialismo y del comunismo de un modo simple y en conjunto, como
acepta siempre el pueblo las ideas de verdad y de justicia. Sin
embargo la verdad en esas doctrinas no era más que una bella
promesa que conmovía y exaltaba el alma del pueblo. Lo
esencial en ellas era -como en todos los otros sistemas estatales- el
acaparamiento y reparto de las fuerzas del pueblo y de los productos
de su trabajo entre un grupo de políticos poco numeroso pero
bien organizado.