A
continuación dos extractos sobre la incidencia del anarquismo
durante el Asalto al Cuartel Moncada y la Revolución Cubana. El
primero es un trabajo realizado por Carlos M. Estefanía titulado
“España y el anarquismo en Cuba”; publicado originalmente en
Iniciativa Socialista nº 59, invierno 2000-2001. El segundo es un
trabajo de Frank Fernandez titulado "El Anarquismo en Cuba"
Capítulo IV.
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"España
y el anarquismo en Cuba”
Por
Carlos M. Estefanía
Los
libertarios han luchado en Cuba contra toda suerte de regímenes
despóticos, el de Batista no fue la excepción. Cientos de ácratas
cubanos sufrieron persecución, tortura, muerte y exilio por su
participación en acciones de protesta, incluso armadas, contra la
dictadura. Entre los combatientes antibatistianos se encontraban
numerosos anarquistas: Boris Luis Santa Coloma (muerto durante el
ataque al Cuartel Moncada), Miguel Rivas (desaparecido), Aquiles
Iglesias y Barbeito Álvarez (desterrados), así como Isidro Moscú,
Roberto Bretau, Manuel Gerona, Rafael Cerra, Modesto Barbieta, María
Pinar González, Dr. Pablo Madan, Plácido Méndez, Eulogio Reloba (y
sus hijos), Abelardo Iglesias y Mario García (también con sus
primogénitos). Todos ellos fueron encarcelados, y en casos
torturados, incluso hasta la muerte, como ocurrió con Isidro Moscú.
Los anarquistas estarían presentes en las guerrillas. En las de
Oriente participarían Gilberto Liman y Luis Linsuaín. En las del
Escanbray una de las principales figuras lo fue Plácido Méndez. La
lucha urbana contó con el local de la Asociación Libertaria de La
Habana como centro de reuniones conspirativas tanto para el 26 de
julio como para el Directorio Revolucionario.
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“El Anarquismo en Cuba"
Por
Frank Fernandez
Capítulo IV: Castrismo y confrontación (1959-1961)
Los
anarquistas han participado activamente en la lucha contra la
dictadura de Batista. Unos desde las guerrillas orientales o las del
Escambray, en el centro de la Isla; otros se han unido a la
conspiración y la lucha urbana. Sus propósitos eran los deseos
mayoritarios del pueblo: liquidar la dictadura militar y la
corrupción política, así como dejar un campo más abierto en el
disfrute de las libertades, que hacía posible la continuidad
ideológica y las actividades en los campos sociales y laborales.
Nadie esperaba un cambio radical en las estructuras
económico-sociales del país.
En el
mencionado folleto Proyecciones libertarias de 1956, donde se atacaba
a Batista, también se mencionaba a Castro, el cual no merecía
"confianza alguna", [que] "no respetaba compromisos y
sólo luchaba por el poder". Fue ésta la razón por la que se
establecieron contactos clandestinos más frecuentes con otros grupos
revolucionarios. Al triunfo de la insurrección, Castro se había
convertido en el líder indiscutible de todo el proceso, por una
evaluación incorrecta de la oposición, que lo consideraba como un
mal "controlable", necesario y temporal, con su modesto
programa socialdemócrata.
Si los
libertarios no estaban de acuerdo con la personalidad de Castro, el
resto de los políticos, la burguesía y la Embajada yanqui esperaban
manipular al vencedor. Por otra parte, la mayoría del pueblo apoyaba
sin reservas a Castro en medio de un júbilo sin precedentes. Tal
parecía que nos encontrábamos en el pórtico del paraíso, cuando
en realidad era la antesala del infierno. Debido a la aparente
negativa de Castro a dirigir el gobierno, se creó con su apoyo un
"gobierno revolucionario", el cual se dio a la tarea de
"ajustar cuentas" a los criminales del gobierno anterior.
Se crearon los Tribunales Revolucionarios, que celebraban juicios
sumarísimos a "petición popular", que dictaban los
fusilamientos o largas condenas de cárcel, restableciendo así la
pena de muerte, esta vez por delitos o crímenes políticos. Se
creaban las condiciones, esta vez con un precedente legal, con
futuras y tristes consecuencias.
En
relación al movimiento obrero, desde los primeros días de enero,
con la excusa de purgar dentro de la CTC (Confederación de
Trabajadores de Cuba) a los elementos colaboracionistas con el
régimen anterior, el gobierno revolucionario expulsa arbitrariamente
a todos los responsables anarcosindicalistas dentro de los sectores
gastronómicos, de transportes, construcción, plantas eléctricas,
etc., algunos de los cuales habían hecho una oposición a la
dictadura y otros que habían sufrido prisión y destierro, como ya
hemos visto antes. Esta medida afecta gravemente a la ya debilitada
corriente libertaria, aunque se debe hacer constar que todavía se
mantiene dentro del proletariado cubano su prestigio.
A pesar
de este hecho, a todas luces injusto, las publicaciones libertarias
de esos días, Solidaridad Gastronómica y El Libertario (publicación
periódica cubana), reflejan en sus primeras ediciones una actitud
favorable, al mismo tiempo que cautelosa y esperanzadora con relación
al gobierno revolucionario. Sin embargo, el Consejo Nacional de la
ALC lanza un manifiesto donde "Expone, informa y hace juicios a
la revolución cubana triunfante", y por el cual, después de
explicar la posición de los libertarios contra la pasada dictadura,
pasa a analizar el presente y futuro cercano, declarando que "los
cambios institucionales", al abrirse una nueva etapa para Cuba,
"no entusiasman ni ilusionan", aunque no se niega con
cierta ironía la "seguridad de que por algún tiempo al menos,
gozaremos de las libertades públicas, bastante a garantizarnos
posibilidades de propaganda" (sic). Sigue un ataque certero y
cerrado contra el "centralismo estatal" camino, dicen, de
llegar a un "ordenamiento autoritario". Se hacen eco de la
penetración de la iglesia Católica y del Partido Comunista.
Finaliza el documento con una referencia al movimiento obrero, donde
de nuevo hace énfasis en la labor del Partido Comunista de Cuba
(PCC) "para recabar la hegemonía que [...] durante la otra era
de dominación batistiana [...] gozaron" aunque terminan por
opinar que esto no ocurrirá y finaliza con optimismo: "El
panorama, pese a todo, alienta [...]".
Por otra
parte y siguiendo la misma línea, Solidaridad Gastronómica publica
el 15 de febrero del 59, otro Manifiesto a los trabajadores y al
pueblo en general, donde explica y advierte que aunque al gobierno
revolucionario no le fuese posible "[...] poner en tan poco
tiempo, en función normal [...] a los organismos obreros [...] es un
deber nuestro [...] el que se respete y se ejerciten las normas de
libertad y derecho [...]. Es necesario que se convoquen elecciones en
los sindicatos [...] que comiencen a funcionar las asambleas [...]".
Finalmente deja en manos de los obreros de cualquier sindicato el
problema de la "cesación obligada en sus cargos" en
relación a sus "[...] diferentes orientadores. Es
imprescindible que sean los propios trabajadores quienes decidan la
inhabilitación sindical de sus pasados dirigentes, pues de hacerlo
de otra forma, sería caer en los mismos procedimientos que ayer
[...] combatiéramos".
Sin
embargo, este manifiesto que data del 18 de enero de 1959, no tuvo
mucha resonancia. La misma publicación, en su editorial del 15 de
marzo, condena amargamente "los procedimientos dictatoriales (de
la CTCR) [...] acuerdos y mandatos de arriba que imponen medidas,
quitan y ponen dirigentes". También acusa a los "elementos
incondicionales [...] en las asambleas, que sin ser miembros del
organismo sindical, levantan el brazo a favor de una orden de los
dirigentes". Entre otras anormalidades y "procedimientos"
se cita lo siguiente: "[...] en ocasiones se llenan las salas
asamblearias de milicianos armados que constituyen una flagrante
coacción, no se respetan los preceptos reglamentarios [...] que se
llega a cualquier tipo de procedimiento para mantener el control de
los sindicatos". Como se puede apreciar, la batalla por
liberalizar al movimiento obrero se estaba perdiendo lamentablemente
a pesar de las denuncias de los anarcosindicalistas en ese campo tan
importante de la vida económica del país.
La
oposición al anarcosindicalismo emanaba directamente del M26J,
instigado por los elementos del PCC infiltrados dentro de esa
organización que en un principio tomó casi militarmente la
dirección de todos los sindicatos de la Isla. Se decía que la
medida era temporal, con el objeto de purgar a los elementos más
corruptos de la pasada dictadura, hasta celebrar nuevas y libres
elecciones sindicales. Como se ha podido comprobar, y como era
costumbre en Cuba, lo temporal se convirtió en permanente. Pero ¿de
dónde procedían estos elementos sindicales, si era público y
notorio que el M26J nunca tuvo en verdad una base sindical, o mejor
aun, una simpatía generalizada entre los trabajadores, o siquiera
una activa dirección proletaria?
Los
dirigentes sindicales revolucionarios procedían en su mayoría de
dos campos antagónicos: el sindicalismo de las Comisiones Obreras,
que respondían a la política electoral y habían sido enemigos del
gobierno anterior y los del PCC. Los primeros respondían a un
oportunismo cínico y se prestaban a cualquier manipulación estatal.
Los segundos eran en extremo peligrosos, y a pesar de lo borrascoso
de su pasado, se notaba ya un apoyo oficial que provenía de lo más
alto del gobierno. Ambos sectores se odiaban mutuamente y se
prepararon para una lucha abierta por la hegemonía del sector
proletario, pero como se verá más adelante, terminaron en una
amalgama desastrosa para el movimiento obrero cubano.
En el
mes de julio, el Estado cubano estaba ya en sus totalidad en las
manos de Castro, así como de sus más cercanos colaboradores, casi
todos procedentes de la lucha armada contra Batista. La presencia del
PCC era ya notable en altas figuras del gobierno, entre ellas, su
hermano Raúl Castro y Ernesto Guevara, ambos de evidente persuasión
marxista-leninista. Un hecho de tal envergadura provocó una reacción
natural dentro de la política cubana, que se había caracterizado
por su anticomunismo. Los anarquistas que habían notado la
contingencia, se alarmaron en grado sumo; entendían correctamente
que la influencia del PCC dentro de las esferas gubernamentales y
sindicales significaba un golpe mortal a corto o largo plazo. Sus
pesadillas más siniestras pronto se harían realidad. Por su parte,
Castro declaró públicamente no tener ninguna relación con el PCC,
pero reconoció la existencia de comunistas dentro de su gobierno, lo
mismo que otros personajes de filiación anticomunista.
La
situación de estos últimos empezó a hacerse crítica ya a finales
del 59. A mediados de ese año los adversarios políticos de Castro,
que ya sin duda empezaban a notarse, comenzaron una tímida campaña
oposicionista, que entendían era su deber y su derecho, contra lo
que llamaban "la infiltración comunista en el gobierno".
La respuesta que se les dio fue draconiana. Fueron considerados como
sediciosos, "enemigos de la revolución" y "agentes
del imperialismo yanqui". Tratados como tal, fueron encarcelados
o forzados al exilio. El régimen empezaba a demostrar que para
mantenerse en el poder era capaz de las mayores atrocidades. La
respuesta violenta de parte de esta oposición, evidentemente
minoritaria, fue el sabotaje y hacer explotar algunas bombas. La
reacción de Castro fue todavía peor: se restablecieron los
Tribunales Revolucionarios que pedían penas de fusilamiento a
cualquier encartado por "actos subversivos". Comenzaba un
largo terror y contraterror que había de durar por largo tiempo.
La
desaparición de Camilo Cienfuegos, un valeroso combatiente de las
fuerzas revolucionarias, quedó sumida en el misterio. Camilo era uno
de los hijos de Ramón Cienfuegos, un obrero cubano que por los años
veinte había militado dentro de las ideas anarquistas. Colaboró con
la SIA y participó en la Convocatoria para fundar la ALC, pero
después poco o nada se supo de Ramón, el cual evidentemente había
echado a un lado sus principios durante la época de Batista. La
desaparición de Camilo fue lamentada por todo el pueblo y no
faltaron en el extranjero alguno que otro ácrata que considerara a
Camilo Cienfuegos como anarquista. La verdad es que Camilo nunca
perteneció al anarquismo cubano y de ello hay evidencias. Sin
embargo, medio mundo anarquista lloró la pérdida de este
revolucionario como si hubiese sido otro Durruti. La propaganda
gubernamental se ocupó, en Europa principalmente, de repetir hasta
el cansancio la militancia libertaria del Comandante Camilo
Cienfuegos, para ganarle adeptos a la revolución cubana dentro del
anarquismo internacional. El mito ha llegado a nuestros días... San
Camilo Libertario.
Para
finales de año se convoca el X Congreso Nacional de la Confederación
de Trabajadores de Cuba Revolucionaria (CTCR) donde una mayoría
acepta la tesis de "Humanismo", una especie de filosofía
que se había creado a principios de año, que decía alejarse de los
campos tradicionales del comunismo-capitalismo establecidos por la
Guerra Fría y que predicaba las consignas de "Pan con libertad"
y "Libertad sin terror". Los cubanos, siempre creativos,
habían inventado un nuevo sistema sociopolítico para darle algún
tipo de explicación ideológica al nuevo régimen. David Salvador,
el máximo dirigente de la facción del M26J, ejercía y fingía como
su más denodado adalid. A su vez el PCC, bien representado en dicho
Congreso, aunque en evidente minoría, planteaba la añeja consigna
de "Unidad".
El 23 de
noviembre el Congreso se halla totalmente dividido para tomar
acuerdos o elegir una representación. Los anarquistas del ALC ya
habían publicado en Solidaridad, el 15 de ese mes, un "llamado
al X Congreso", donde insistía en que "Los congresos que
veníamos padeciendo desde mucho, tenían como única cuestión de
importancia, la distribución de los cargos del aparato". Y
finalizaba con una nota de esperanza: "[...] pero sí
quisiéramos que [...] marcara un paso de avance en el sindicalismo
revolucionario". Y añadía esperanzado: "Que se adentrara
profundamente, en las grandes cuestiones del proletariado [...] por
encima de personalismos y sectarismos de grupo o partidos [...]".
Nada de esto aconteció.
Ante la
realidad visible de una parálisis proletaria creada por la evidente
división camino del poder, Castro en persona se dirige al Congreso,
donde explica la necesidad de "defender la revolución",
para lo cual se necesitan "dirigentes verdaderamente
revolucionarios" con un liderazgo que sea apoyado por todos los
delegados del Congreso y propone a David Salvador para el cargo. La
única facción que debe prevalecer es "el partido de la
patria", según declara Castro. Y efectivamente, como en los
buenos tiempos de la República, que tanto se quiere desechar y
olvidar, el gobernante de turno propone al Secretario General de la
CTCR como un apéndice o un simple Ministerio del gobierno. El Comité
Ejecutivo está compuesto de delegados del M26J y del PCC. El día 25
se da por terminado el Congreso y el líder comunista Lázaro Peña
asume el control de la dirección del organismo obrero, aunque la
representación nominal la ostente David Salvador.
Era
lógico pensar que los representantes sindicales del M26J, que se
habían opuesto al control del Congreso y de la CTCR por el PCC,
después de escuchar las orientaciones de su "máximo líder",
Fidel Castro, con respecto a la dirección obrera, aceptaran sin
replicar la imposición del gobierno por la sencilla razón de que
las órdenes que emanaban de arriba indicaban que o se cumplían o se
iba a parar a la cárcel. "¡Patria o muerte, venceremos!"
Terminaba en este Congreso, denominado "el de los melones (verde
olivo por fuera -el color del M26J- y rojo por dentro -el del PCC),
cerrando casi un siglo de luchas sindicales y por las cuales los
obreros habían obtenido algunas ventajas sobre el abuso patronal.
Ahora todo esto cambiaba. El Estado se convertiría en pocos meses en
el verdadero y único patrón.
Poco
conocida fue la visita que realizó el libertario alemán Agustín
Souchy a La Habana en el verano de 1960, y menos aún la publicación
de un folleto titulado Testimonios sobre la Revolución Cubana que
narraba sus opiniones sobre el campesinado y la nueva ley de Reforma
Agraria con la que el gobierno castrista pretendía asombrar a medio
mundo, empezando por los cubanos. La figura de Souchy era de sobra
conocida en los medios libertarios cubanos, desde el año anterior, y
conociendo que dicho compañero pensaba viajar a Cuba, Solidaridad
había publicado un largo ensayo en varias de sus ediciones, titulado
El socialismo libertario, como una forma de aclarar conceptos
sociales y como una oculta esperanza de que esas ideas tomaran forma
en una nueva sociedad que ya se perfilaba.
Eran
momentos difíciles, al igual que todo proceso revolucionario (como
en una guerra) en el que el pueblo se debatía entre el miedo, la
incertidumbre y la esperanza. Ya al comenzar el año se notaba la
provocación de los medios oficiales a través del órgano oficial
del castrismo, Revolución, sobre los anarquistas, con acusaciones
tan veladas como falsas. Sin embargo, la visita de Souchy, invitado
por el gobierno para estudiar y dar a conocer su opinión sobre el
agro cubano, llenó de entusiasmo a muchos compañeros, y el escritor
alemán fue saludado con júbilo genuino por sus compañeros, en
diferentes actos en su honor y una cordial bienvenida por parte de
los medios ácratas, el 15 de agosto de 1960.
Como
estudioso de los problemas del agro, Souchy había escrito un folleto
muy comentado en Europa titulado Las cooperativas de Israel, sobre la
organización en dicho país del Kibbutz, motivo por el cual el
gobierno cubano esperaba algo similar de Souchy para que avalara su
gigantesco programa agrario y como propaganda en los medios
anarquistas internacionales. Este no fue el caso. Souchy viajó por
toda Cuba con los ojos y el corazón abiertos a todo lo que se le
mostraba y a lo que pudo por su cuenta observar. El resultado de su
análisis no pudo ser más pesimista. Cuba se acercaba demasiado al
modelo soviético; la falta de libertad y de iniciativa propia no
podían conducir a otro lugar que al centralismo en el sector
agrario. Otro tanto se notaba ya en lo económico. Souchy fue honesto
en su inventario total y su folleto titulado Testimonios sobre la
Revolución Cubana fue publicado sin pasar por la censura oficial.
Tres días después de marcharse de Cuba, la edición total de dicho
trabajo fue intervenida por el gobierno castrista por sugerencias de
la Dirección del PCC y destruida en su totalidad. Por suerte para la
Historia, la editorial Reconstruir en Buenos Aires reprodujo completa
la versión original de Souchy en diciembre de ese mismo año, con un
excelente prólogo de Jacobo Prince.
En ese
mismo verano de 1960, convencidos de que Castro se inclinaba cada día
más hacia un gobierno totalitario de corte marxista- leninista,
camino del cual se asfixiaba poco a poco la libertad de expresión,
comunicación, asociación y hasta de movilización, la mayoría de
los componentes de la ALC acordaron, con el eufemismo de otras
siglas, lanzar la Declaración de Principios, avalada como la
Agrupación Sindicalista Libertaria en junio de ese año y firmada
por el Grupo de Sindicalistas Libertarios. La idea de usar este otro
nombre se debió a la necesidad de "evitar represalias sobre los
miembros de la ALC". El documento, que es vital para entender la
situación de los anarquistas cubanos en esa época, tenía como
objetivo, además de orientar al pueblo cubano, acusar al gobierno
del desastre que se avecinaba y establecer una polémica con los
integrantes del PCC, los cuales ya se encontraban en posiciones
importantes dentro del gobierno.
La
Declaración constaba de 8 puntos en los que atacaba al "Estado
en todas sus formas": definía, de acuerdo con las ideas, la
función de sindicatos y federaciones en su verdadera actividad
económica; declaraba que "la tierra" debía pertenecer "al
que la trabaja", respaldando "el trabajo colectivo y
cooperativo" en contraste con el centralismo agrario propuesto
en la Reforma Agraria gubernamental; hacía énfasis en la educación
colectiva y libre de la niñez, lo mismo que la cultura; luchaba
contra el nacionalismo, el militarismo y el imperialismo, a los que
consideraba nocivos, oponiéndose de plano a militarizar al pueblo;
atacaba sin temores el "centralismo burocrático" y rompía
lanzas en pro del "federalismo"; proponía como recurso
inmediato la libertad individual "en vías de lograr una
libertad colectiva"; y finalmente declaraba que la revolución
cubana era como el mar, "de todos", y condenaba
enérgicamente "las tendencias autoritarias que bullen en el
seno mismo de la revolución".
No cabía
duda de que era uno de los primeros ataques directos que desde el
punto de vista ideológico se le hacían al régimen. La respuesta,
sin embargo, no tardó en llegar. En agosto, el órgano del PCC Hoy,
con la firma del Secretario General Blas Roca, el dirigente de más
categoría dentro de los cuadros comunistas, respondió a la
declaración de los libertarios de forma violenta usando las mismas
falacias que en 1934, y agregando la peligrosa acusación de que sus
autores eran "agentes del Departamento de Estado Yanki".
Según uno de los autores de la Declaración, Abelardo Iglesias
"[...] por fin el ex amigo de Batista [...] Blas Roca, nos
contestó en el suplemento dominical [...] colmándonos en su
respuesta de insultos e injurias". Era más interesante y
significativo que en un ataque al gobierno de Castro, fuera el
dirigente de más alto nivel del PCC el que saliera a responder por
el régimen. En aquel verano de 1960 pronto se empezaron a aclarar
las dudas.
Desde
ese mismo instante, los anarquistas que eran enemigos del régimen
tuvieron que sumergirse en la clandestinidad. Se hace un intento por
establecer una polémica en relación a la respuesta de Roca, "pero"
según Iglesias "no logramos que nuestros impresores, ya
aterrorizados por la dictadura, accediesen a imprimirla. Tampoco nos
fue posible la edición clandestina". Se trataba de un folleto
de 50 páginas donde se le daba la debida réplica al PCC y a Roca.
Un mes antes El Libertario dedicaba su número del 19 de julio, a
celebrar "La heroica actitud de los anarquistas en julio de
1936". Los componentes de la delegación de la CNT en La Habana,
entusiasmados por el triunfo revolucionario, se habían propuesto
derrocar a Franco de forma violenta. En ese mismo número, dedicado
enteramente a defender la actitud libertaria antes, durante y después
de la Guerra Civil española, en su última página y casi de forma
patética, se hace un recuento de las actividades de la ALC y "la
lucha contra la dictadura de Batista". El inventario es largo y
le recuerda al gobierno el aporte de los anarquistas cubanos a favor
de la revolución y la libertad. Se recurría ya a los últimos
cartuchos ideológicos. El Libertario desaparecía en ese mismo
verano.
Los
elementos más aguerridos dentro del anarquismo cubano tienen pocas
opciones a su favor. Después de la Declaración ya saben que van a
ser acosados por los ciegos servidores del régimen, que convertidos
en verdaderos sicofantes, se dan a la tarea de delatar a cualquier
cubano que no esté de acuerdo con el proceso. Una acusación de
"contrarrevolucionario" es un pasaje a la cárcel o un
viaje al paredón de fusilamiento. Las razones que adujeron los
libertarios entonces para oponerse al terrorismo de Estado de forma
violenta, son tan válidas hoy como ayer. El anarcosindicalismo
dentro de los sindicatos y federaciones, como ya se ha visto, pasó a
mejor vida. No había espacio para ejercer la libertad de prensa ni
hacer propaganda a favor de las ideas. Atacar al régimen era un
crimen de lesa patria. La política económica del régimen conducía
a la sovietización de Cuba con todas sus consecuencias negativas. Se
perseguía con un rigor no conocido a todo aquél que propusiera
otras ideas que no fueran las que emanaban del Estado, domicilio y
residencia, a donde habían ido a parar todas las grandes
propiedades, comercios, fincas, centrales azucareras, vegas de
tabaco, en fin, toda la riqueza del país, en manos hasta esos
momentos de la alta burguesía, el capitalismo nacional y la banca
cubano-norteamericana.
Estas
medidas de "nacionalización" o expropiación no fueron
criticadas por los libertarios. A lo que se oponían, según la
mencionada Declaración, era a la estatalización de todas las
riquezas de Cuba en manos de Castro y el PCC. Había entonces que
tomar el duro camino de la clandestinidad o el exilio para empezar a
luchar de nuevo contra una nueva y poderosa dictadura, que como
explicara Casto Moscú "[...] nos convencimos de que todos los
esfuerzos de nuestro pueblo y los nuestros se habían perdido y que
nos llegaba un proceso muy difícil y peor que todos los males que
habíamos combatido". Ante una situación de corte totalitario,
la gran mayoría de los anarquistas cubanos acordaron rebelarse e
iniciar una lucha que estaba condenada desde el primer día a ser un
fracaso rotundo.
De lo
que podemos considerar como "nuestras actividades opositoras"
de ese período, se encuentra en un boletín clandestino titulado
Movimiento de Acción Sindical (MAS), que circulaba por toda la isla
y el extranjero. MAS reflejaba en sus pocos números (mensual desde
agosto a diciembre de 1960) un ataque sin cuartel a Castro en
particular y al PCC y sus seguidores en general, dentro del sector
obrero y político de Cuba. Según relata Moscú, "se editaron
infinidad de manifiestos denunciando la falsedad de los postulados de
la revolución castrista y convocando al pueblo a la oposición. Se
celebraban reuniones para debatir temas y hacer conciencia de la
desgraciada realidad que se confrontaba", y se "llevaron a
efecto planes de sabotaje sobre objetivos básicos de sostenimiento
del Estado [...]"
Metidos
ya de lleno en la lucha armada, según Moscú, "se participó en
la cooperación para sostener algunos focos guerrilleros existentes
en diferentes partes del territorio [...]". En particular, en
dos guerrillas importantes en la misma zona, donde se operaba con
gran dificultad debido a que la Sierra Occidental no era muy alta, la
provincia estrecha y estaba muy cerca de La Habana. "Existió un
contacto más directo con la guerrilla del Capitán Pedro Sánchez en
San Cristóbal, pues compañeros nuestros participaron activamente en
esta guerrilla [...] se les suministró algunas armas. [...] Con la
guerrilla que comandaba Francisco Robaina (Machete) que operaba en la
misma Cordillera, les fuimos solidarios en todo lo que nos fue
posible [...]". El compañero Augusto Sánchez, combatiente en
estas guerrillas, fue asesinado después de haber sido hecho
prisionero. Considerados como bandidos por el gobierno, en muy pocos
casos se les respetaba la vida a cualquiera que se rindiera.
Siguiendo
el relato de Moscú, además de ser ultimado Augusto Sánchez, fueron
asesinados los siguientes "compañeros combatientes: Rolando
Tamargo y Ventura Suárez, fusilados; Sebastián Aguilar hijo,
asesinado a balazos; Eusebio Otero apareció muerto en su habitación;
Raúl Negrín, acosado por la persecución, se suicidó dándose
fuego". Por otra parte, además de Moscú, fueron detenidos y
condenados a penas de prisión los siguientes compañeros: Modesto
Piñeiro, Floreal Barrera, Suria Linsuaín, Manuel González, José
Aceña, Isidro Moscú, Norberto Torres, Sicinio Torres, José Mandado
Marcos, Plácido Méndez y Luis Linsuaín, oficiales estos dos
últimos del Ejército Rebelde. Francisco Aguirre murió en prisión;
Victoriano Hernández, enfermo y ciego por las torturas carcelarias,
se suicidó; y José Alvarez Micheltorena murió a las pocas semanas
de salir de prisión.
La
situación de los libertarios se hacía cada día más tensa. La
fallida invasión por Playa Girón en la Bahía de Cochinos, al sur
de Cuba, aventura tan bien financiada como mal planeada por la
Central Intelligence Agency (CIA), condujo a la liquidación total de
la oposición interna contra el gobierno en la que se encontraban los
libertarios y la consolidación del régimen castrista en Cuba. El
Primero de Mayo de 1961 Castro declaró a su gobierno, socialista, en
realidad de corte estalinista, planteándoles a los libertarios,
fuera y dentro de Cuba un dilema de corte ético. El régimen exigía
la adhesión más decidida de sus simpatizantes y militantes. No
existía el derecho a la abstención o a cualquier posición neutral.
Se dormía con los criminales o te mataba el insomnio.
En otras
épocas se había atenuado la tormenta con relativo éxito tomando
otros caminos que no eran el exilio forzoso. En el siglo pasado se
podía optar políticamente por los insurrectos o mantenerse a la
deriva ante el despotismo español; cuando Machado o Batista, los
libertarios podían declararse antipolíticos o pasarse a la
oposición más afín al ideario anarquista, revolucionarios de
izquierda y sectores liberales o socialdemócratas. La Tercera
República presidida por un dictador en ciernes no ofrecía otras
alternativas que agruparse bajo su control o escoger entre tres
opciones: la cárcel, el paredón o el exilio. Unos pocos días antes
de declararse Fidel Castro "marxista-leninista" ocurre en
La Habana un hecho sin precedentes en la historia del anarquismo en
Cuba.
Manuel
Gaona Sousa, autor de un documento titulado Una aclaración y una
declaración de los libertarios cubanos, fechado y firmado en
Marianao el 24 de noviembre de 1961, con el propósito de difamar a
aquellos libertarios que no coincidían con su devoción
revolucionaria, y con el "ruego" de que fuera publicado en
la Prensa Libertaria, fue el creador de una enorme calumnia contra
sus antiguos compañeros, a quienes les acarrearía unas
consecuencias funestas. Gaona Sousa, antiguo obrero ferroviario de
los tiempos de Enrique Varona y la COCN, militante libertario toda su
vida, fundador de la ALC, en los primeros años del castrismo ocupaba
el Secretariado de Relaciones, y como tal, tenía en su poder las
comunicaciones con todo el aparato propagandístico anarquista en el
exterior. Con Gaona no existían dudas, era un compañero que se
había identificado con el castrismo desde los primeros momentos, a
pesar de la opinión generalizada entre los más destacados
militantes de dudar o darle un tiempo al gobierno castrista.
Pasados
los primeros encuentros y confrontaciones con los sectores más
estalinistas del PCC, se entendía entre los componentes de la ALC
que el régimen, camino hacia el totalitarismo, no iba a permitir la
existencia de una organización anarquista o siquiera la prédica de
las ideas. El PCC, por su parte, exigía un necesario ajuste de
cuentas. Gaona prefería pasarse al enemigo con armas y bagajes,
echando a un lado sus ideales antes que mantenerse junto a sus
compañeros, ahora en desgracia. Hasta esos momentos Gaona era libre
de escoger su camino. Aquellos que han cambiado de opinión con
respecto a las Ideas, han abundado en el campo libertario en
cualquier latitud y tiempo. Gaona no era un fenómeno peculiar.
El
abandono de algunos responsables de la militancia anarquista tampoco
era nada nuevo. Personajes con tanta o más responsabilidad que Gaona
dentro de la organización, habían cambiado sus ideas sociales por
la política electoral cubana, por ejemplo, los casos de Enrique
Messonier al Partido Liberal en 1901; Antonio Penichet al Partido
Auténtico a principios de la década de 1930 y Helio Nardo al
Partido Ortodoxo a finales del 1940. Estas actitudes no fueron nunca
consideradas como una traición por la mayoría de la militancia
libertaria. Simplemente creían que estos ex compañeros tenían
libertad para escoger su destino político y nunca fueron
anatemizados. Además, en esencia no cambiaron los principios en que
fueron formados originalmente, ni se asociaron a partidos políticos
de la extrema derecha o de corte reaccionario o religioso. Ese no fue
el caso de Gaona.
Este
sujeto, no sólo se hizo solidario con las fuerzas más nefastas que
gobernaran en Cuba y con sus antiguos enemigos del PCC, sino que
también amenazó con denunciar a los ex compañeros que no
coincidían con su postura seudorevolucionaria, ante los Comités de
Defensa de la Revolución (CDR), de reciente creación, como "agentes
del imperialismo". Pero lo más deleznable fue el hecho de haber
sido capaz de coaccionar a algunos ancianos anarquistas como Serra y
Bretau para hacerlos cómplices de su infamia. A través de un
documento en que trataba de "aclarar" ante los anarquistas
del exterior lo que Gaona consideraba "[...] una insidiosa
campaña que se realiza a través de la prensa libertaria de ese país
[...]" (sic) refiriéndose en general a "[...] México,
América Latina y el Mundo contra la Revolución Cubana [...]"
con la idea de una "[...] colecta de dineros para los presos
libertarios cubanos y... sacar del país a los perseguidos y sus
familiares". Aquí es necesario anotar que este párrafo es lo
único cierto de este documento en lo relacionado a la colecta de
fondos y sus propósitos humanitarios.
Continúa
el documento condenando a lo que considera "[...] una patraña,
irresponsabilidad y mala fe [...]" por parte de sus ex
compañeros, ahora en el exilio, o asilados en alguna embajada. Esta
maniobra de "recolecta de fondos" y apelando a lo que Gaona
se refiere como el "momento histórico que nos ha tocado vivir",
la emprende con una cantidad de falacias o simples mentiras contra
sus compañeros en desgracia. El primer acápite lo dedica a
garantizar que no existe en toda la Isla "[...] un solo
compañero libertario detenido o perseguido por sus ideas [...]".
A menos que Gaona haya expulsado a todos los anarquistas de la ALC y
disuelto dicho organismo, lo antes citado es falso, como hemos
probado con anterioridad.
En el
segundo párrafo declara mendazmente que no existe ningún tipo de
persecución política o religiosa en Cuba, complicando sin mucha
habilidad a los invasores presos de Playa Girón con toda la
oposición a Castro que, por supuesto incluía a los libertarios.
Reconoce, eso sí, que existe una "extrema vigilancia del pueblo
a través de los CDR -uno en cada cuadra- contra los terroristas
[...]". Justifica sin muchos miramientos el Terror del Estado
creado por el castrismo contra la población a través de un comité
de informantes al servicio de la temida Seguridad del Estado. Implica
de esta manera que cualquier ciudadano que no respalde el proceso
revolucionario, es un traidor, y por lo tanto, debe ser denunciado.
Miente
Gaona cuando declara que "[...] casi la totalidad de la
militancia libertaria de Cuba se encuentra integrada en los distintos
"Organismos de la Revolución Cubana (sic) [...]". Y cita
todas estas organizaciones llamadas de "masas". Y se ufana
en decir que la "integración" de esta militancia "[...]
es la consecuencia de la plasmación [.,.] de todos los objetivos
inmediatos de nuestro programa [...] y la razón de existir del
Movimiento Anarquista Internacional y del Movimiento Obrero
Revolucionario". Aquí se aprecia cabalmente la intención y
dirección del documento. Según Gaona, los anarquistas se integran
-espontáneamente- al despotismo castrista, por haber sido ése el
objetivo de todas las luchas sociales de más de un siglo. Pero Gaona
va más allá y nos indica que ésa ha sido la agenda y propósito de
todos los anarquistas del mundo.
El
párrafo quinto no pasa de ser otra cosa que una falacia
propagandística con el peor estilo político concebible, lleno de
envidia y malas intenciones, con la evidente idea de confundir a los
anarquistas de extramuros en relación al Estado terrorista creado en
Cuba. Finaliza el documento con una exhortación al resto de los
compañeros fuera de Cuba, "para [...] no ser sorprendidos por
las mal intencionadas y mentirosas informaciones que reciban de quien
[...] al servicio consciente o inconsciente, de la contrarrevolución
cubana, se empeñan en mantenerse sordos y ciegos ante las realidades
[...] de la más progresista, democrática y humanista de las
Revoluciones de nuestro Continente". Declara muy serio Gaona,
que hay que apoyar al castrismo y "tomar las armas" para su
defensa, declarando "traidores y cobardes" a los que,
"pretextando diferencias o sectario rencor", se opongan a
tan bello sueño. Después de consolidada, "la Revolución podrá
polemizarse, ahora sería negativo, porque estaríamos sirviendo al
enemigo común".
Este
documento ha sido casi reproducido en este trabajo con la idea de que
se entienda lo que más adelante aconteció y sus siniestras
consecuencias. Gaona, al final de su vida, traicionó a sus
compañeros, pero peor aún, coaccionó vilmente a cinco antiguos
miembros del anarquismo cubano, algunos ya octogenarios y enfermos,
para que firmaran y avalaran esta declaración monstruosa que negaba
precisamente todos los principios libertarios en Cuba y fuera de
ella. Vicente Alea, Rafael Serra, Francisco Bretau, Andrés Pardo y
Francisco Calle (Mata) firmaron el documento junto con otras 16
rúbricas que poco o nada tenían que ver con el anarquismo en Cuba.
Muchos libertarios aún en la Isla se negaron a tal vileza y fueron
considerados como enemigos, teniendo que abandonar tarde o temprano
el país, entre ellos uno de los más destacados intelectuales de
Cuba, que de haberse quedado al servicio del despotismo y firmado el
documento de Gaona, hubiese recibido todos los honores que un
verdadero anarquista no tuvo nunca por parte de nadie, Marcelo
Salinas. Atrapados quedaron muchos en provincias que también se
negaron a avalar este documento que tanto daño habría de hacer en
el futuro inmediato.
Manuel
González y Casto Moscú, involucrados en el trasiego de armas y
propaganda, fueron detenidos al ser registrado, primero el local de
la ALC en Jesús María, y después el automóvil en que viajaban
estos dos compañeros. Conducidos a un local de Seguridad del Estado
y temiendo ser fusilados, pena común en esos años para cualquier
contrarrevolucionario, fueron puestos en libertad por una orden
directa de un Capitán de este departamento, que según les comunicó,
conocía la labor de los libertarios dentro del movimiento obrero,
mencionando con orgullo su conocimiento de Serra y Salinas en tiempos
pasados. González y Moscú no perdieron mucho tiempo y de la cárcel
se trasladaron directamente a la Embajada de México, en la que
fueron acogidos casi sin trámites. Ambos marcharían al exilio vía
México y se reunirían con sus compañeros en Miami.